martes, julio 28, 2009

Sonrisas amargas


Evidentemente no es algo que disfrute. El escritor que hace su lectura, un escritor anónimo, nadie sabe quién es, más allá de la necesaria carga de histrionismo para hacer que funcione su texto, se puede ver el temor, la rabia, la pasión, la manera en que la palabra escrita-leída-transmitida, puede transformar los sonidos en un manifiesto rabioso.
          Quienes hemos estado en La Habana comprendemos los requiebres del lector, compartimos su estupor, su rabia, su impotencia. ¿Qué hacer ante la realidad que sacude de manera violenta cualquier intento de comprensión de la realidad que le ha tocado habitar? Uno escucha las risas de fondo y se da cuenta que son risas nerviosas, temerosas de que en el resto del público esté metido un informante, un policía, un "auténtico revolucionario".
          Y las verdades amargas sólo traen silencios con risas ahogadas. Silencios con pausas que no amedrentan al lector. Ése que no sabe en qué lugar del mundo estará mañana, pero vive en La Habana y es lo que le importa. En sí, no habla de la ciudad como habla del país entero, de la situación política y de la historia que pareció congelarse hace medio siglo en una hermosa utopía proyectada al futuro con un poco, o un mucho, de distorsión.
          Y hay quien dice que el compromiso político es cosa seria y solemne. A este tipo no le cae la definición, habla de lo más serio que se puede hablar en la isla (la propia realidad) y lo hace apelando al humor.
          Sin embargo, también es cierto que para el que dice verdades amargas, las risas y sonrisas sólo pueden ser de la misma naturaleza.

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