miércoles, febrero 28, 2007

Barrio de tango


Estoy trabajando en un proyecto que, de entrada, he titulado Barrio de tango, que es un conjunto de cuentos, de los cuales “Por una cabeza” publicada en días pasados es una muestra de lo que pretendo hacer. La idea es tomar las letras (y las interpretaciones) de algunos tangos y transportarlo al campo del relato. Con la salvedad (y el obstáculo) de que el tango es en sí mismo relato.
          Hasta el momento he trabajado con mis tangos preferidos: el mencionado “Por una cabeza”, “Sur”, “Cambalache”, “El día que me quieras”, “Jugar con fuego”, “Tranquilo viejo, tranquilo”. Las tramas no tienen que ver, al menos no conscientemente, con el contexto o el espacio sudamericano propio del tango. Lo que se pretende, de hecho, es alterar esos espacios que se supondrían exclusivos y llenarlos de nuevas significaciones. Así “Por una cabeza” es la historia de un fracasado sentimental; “Sur”, una crónica de la migración hacia los Estados Unidos; “Cambalache”, una exploración al mundo de la corrupción política; “El día que me quieras”, la evocación del objeto amado; y “Jugar con fuego” una reflexión sobre las relaciones peligrosas, tipo Fatal Atraction.
          En fin, que la tarea que en un primer momento apareció como un divertimento se ha convertido en obsesión de obra. Estaré deslizando de manera subrepticia algunos resultados de esta exploración. A ver qué pasa.

jueves, febrero 22, 2007

La vida es injusta, Mendieta...




Lo que sigue me lo contó la Ira con aclaración telefónica: a Roberto Fontanarrosa, uno de los más brillantes humoristas de todos lo tiempos y de todos los lugares, le diagnosticaron esclerosis múltiple. Y la pregunta que me surgió de inmediato fue ¿por qué habiendo tantos hijos de puta inútiles y parásitos va la maldita enfermedad ésa y le pega al Negro? ¿Por qué tenía que añadirle preocupaciones a la vida del padre de Boggie el Aceitoso, Inodoro Pereira y colaborador habitual de Les Luthiers? La vida sí que es injusta. O más bien, tenemos un Dios envidioso de que haya un hombre que elabore bromas que sí se entiendan. En fin, con la frustración a cuestas, les dejo una muestra del trabajo de este tipazo. Que, de seguro, necesita más madrazos que el de una enfermedad de nombre horrendo para derrumbarse.


Pequeño Fontanarrosa Ilustrado

Por Roberto Fontanarrosa

[Extractado de la extraordinaria charla abierta que brindó el escritor y humorista en la Feria del Libro de Rosario en 2006]

- Los libros "Hay un tema que yo he dicho en muchos casos y que puede sonar provocativo en una feria del libro, pero les voy a explicar desde mi punto de vista cómo yo elijo un libro. Ustedes lo toman como quieran, pero yo les voy a decir qué condiciones tiene que tener un libro para que yo lo elija."

"Primero y principal no tiene que ser un libro gordo. Un libro gordo me parece un abuso de confianza del autor hacia mi tiempo. Es como si aparece alguien y me dice: ‘Quisiera hablar con vos, tenés dos semanas libres...’. ¿Cuál es el lazo de confianza que me une a ese escritor para que durante dos meses yo me vaya a la cama con él y su libro?"

"Segundo, y lo va a comprender la gente que ya tiene cierta edad, y no es por la madurez: tiene que tener letra grande. Hay escritores que escribían con letra muy chiquita, y ya a esta altura del campeonato ese esfuerzo es excesivo."

"Otra cosa: tiene que tener espacios en blanco. Si abro un libro y veo un masacote negro, como si fuera un amontonamiento de hormigas, yo digo: ‘¿Por dónde entro al texto?’."

"Otra alternativa: fíjense en capítulos cortos. Ustedes mismos se van a dar cuenta de la sabiduría del cuerpo humano: usted está leyendo un libro y de repente observa que sin darse cuenta su mano derecha va buscando las páginas hasta llegar a un capítulo."

"Otra cosa que me interesa también es que tenga diálogos, porque a mí me gusta escuchar a los protagonistas. Antes pasaba en algunos diarios, porque ahora el género del reportaje es mucho más fluido, que hacían un reportaje y decían: ‘Estuvimos en la casa del afamado escultor fulano de tal, y nos dijo que está pensando en hacer una escultura que representa a un caballo comiendo una codorniz’."

"Yo digo: dejalo hablar al escritor, qué te metés en el medio. A mí con los libros me pasa eso. Y si están bien escritos mejor, pero siempre préstenle atención a esas consideraciones."

- Los amigos "Es placentero y descansado encontrarse a las ocho de la tarde con los amigos en El Cairo o en algún boliche, porque a los amigos, a los verdaderos amigos, no hay por qué darles pelota. Si un amigo te dice: ‘Fui a ver una película iraní’, yo le digo: ‘Dejáme de romper las pelotas’."

- Los estudios "Yo desde mi ignorancia me hago una pregunta: ¿por qué los chicos se tienen que levantar tan temprano para ir a la escuela? Gardel se levantaba a las ocho de la noche. Y fue Gardel. (...) Les voy a contar que estuve en Córdoba, donde me dieron el Doctor Honoris Causa, lo que indica lo mal que está la educación argentina. Imagino la desolación de los estudiantes que estudian ocho horas diarias y ven que a un tipo como yo le dan el Doctor Honoris Causa. Yo no terminé el tercer año de la escuela secundaria. Y no levanto como bandera el ser un ‘salvaje ilustrado’; digo que no terminé la escuela porque desde el comienzo sostuve una batalla desigual contra las matemáticas. Desigual por la simple condición de superioridad numérica de ellas. Los números son millones, y yo era uno solo. Yo fui a lo que era el Politécnico y me acuerdo de aquellas épocas de estudiantes, con todas las expectativas..., ¡qué horrible que era eso! Para mí era un espanto, similar a lo que me ocurrió no hace mucho, que tuve que hacer una dieta ayurveda de vegetales."

- La lectura "Siempre he ligado la lectura con el placer. Siempre he sido un lector vago. Y repito otra consideración que pasará al mármol: creo que casi todos los grandes logros y avances de la civilización se debieron a la vagancia. O sea, el tipo que inventó la rueda es porque no quería caminar más. Y después de la rueda, el otro invento maravilloso, que ha hecho dar un salto cualitativo y cuantitativo a la humanidad, es el cambiador del televisor. Volviendo a la literatura, no entiendo el esfuerzo por leer, cuando uno se encuentra con tantos libros que los empieza y no los puede dejar, se siente atrapado por los libros, quiere terminarlos y está feliz mientras los lee."

- La relación autor-personaje "Sé que algo mío hay dentro de Boggie e Inodoro Pereyra; es más parecido a mí y a cualquiera, porque es un antihéroe que a veces reacciona bien, a veces reacciona mal, es temeroso. Más temeroso es Mendieta. Pero hay algunas cosas mías en esos personajes. Incluso en Eulogia, pero eso lo vamos a hablar en otro momento."

- Los nuevos medios de comunicación "Con los mensajes de texto estamos muy susceptibles. Yo me acuerdo de los telegramas. A nadie se le ocurrió decir que ese invento estaba arruinando el lenguaje. Está la gente que dice enfadada que no le gustan los shoppings. Y, no vayas querido, cuál es el problema. Si no, es muy fácil pegarle a la televisión, que a mi juicio es un invento maravilloso. Y repito, si solamente hubiera sido creado para transmitir fútbol ya estaría largamente justificado. Ahora, como todas estas cosas, como la historieta, es un instrumento. Si alguien me escucha a mí tocar el piano, dirá que el piano es un instrumento nefasto. Ahora, si lo escucha a Richard Clayderman, por ejemplo, dirán que es un instrumento sublime. Con la televisión pasa lo mismo. Ahora, estoy de acuerdo con que se usa un vocabulario bastante pequeño, y en ese aspecto la lectura te da más posibilidades de expresarte. Para mí la lectura siempre ha sido un placer. Hay muchísima información, e imperceptiblemente uno va ganando una vastedad de lenguaje, y aparte es una compañía formidable. Se puede vivir perfectamente sin leer un libro. Creo que más de las tres cuartas partes de la población mundial jamás ha leído un libro. Pero, entre una cosa y otra, prefiero leerlos."

martes, febrero 20, 2007

Donuts, cine, aviones, dictadura, temblor...



Alberto Fuguet, además de ser el creador de ese espacio imaginario supuestamente contrario a los clichés inaugurados por el realismo mágico (y perpetuado por sus seguidores, copiones, proxenetas y simuladores) llamado McOndo, es también un excelente escritor. Prueba de lo anterior son sus volúmenes de cuentos (Sobredosis es sobresaliente) y la serie de novelas publicadas a lo largo de su ya fructífera carrera literaria (de donde Por favor, rebobinar y Tinta roja, sobresalen). Más allá de su biografía como antologador (Cuentos con walkman, McOndo y Se habla español, p. e.) y sus incursiones en el cine (Dos hermanos, Se arrienda) más que reflejadas en su literatura, llama la atención su capacidad y voluntad de hermanar dos formas de ver la vida desde el arte: la literatura y el cine.
          Y es así que me encuentro leyendo y a punto de terminar Las películas de mi vida, una novela que narra las andanzas y devenires de un sismólogo chileno que recupera, a través del recuerdo de las películas que vio en la infancia, la historia propia y de su familia. O de aquellas personas que podrían llamarse su familia, ya que a lo largo del texto las descripciones de esos años dejan para una discusión larga los papeles que esas personas que aparecen en el papel tuvieron en su futuro, o sea, en eso que en retrospectiva llama "su vida".
          La novela es extremadamente agradable y, a pesar de que la inmensa mayoría de las cintas mencionadas en sus páginas son desconocidas para mí, eso se vuelve circunstancial, ya que la novela no gira en torno a las películas, sino a cómo éstas se vuelven una referencia necesaria a la hora de querer reconstruir su pasado.
          Si como objeto literario la novela es sumamente agradable, las personas que hayan visto las cintas aludidas (y que calculo posible deben tener alrededor de sesenta-setenta años) supongo que disfrutarán más la trama episódica que Fuguet plantea. En editorial Rayo, totalmente recomendable.

Ver blog de Fuguet sobre cine acá.

viernes, febrero 16, 2007

Doblegarse ante el imperialismo


Ahora que los gringos pretenden ofrecernos su "protección" para que ni los saiyayines, ni los feidayines, nos quieran poner unas bombas o lanzar unos aviones, conviene recordar aquella frase tan en boga hasta entrados los ochenta: "doblegarse ante el imperialimo yanqui". Jorge Ibargüengoitia con ustedes.


La ley de Herodes

Sarita me sacó del fango, porque antes de conocerla el porvenir de la Humanidad me tenía sin cuidado. Ella me mostró el camino del espíritu, me hizo enten­der que todos los hombres somos iguales, que el único ideal digno es la lucha de clases y la victoria del pro­letariado; me hizo leer a Marx, a Engels y a Carlos Fuentes, ¿y todo para qué? Para destruirme después con su indiscreción.
          No quiero discutir otra vez por qué acepté una beca de la Fundación Katz para ir a estudiar en los Estados Unidos. La acepté y ya. No me importa que los Estados Unidos sean un país en donde existe la explotación del hombre por el hombre, ni tam­poco que la Fundación Katz sea el ardid de un capitalista (Katz) para eludir impuestos. Solicité la beca, y cuando me la concedieron la acepté; y es más, Sarita también la solicitó v también la aceptó. ¿Y qué?
           Todo iba muy bien hasta que llegamos al examen médico... No me atrevería a continuar si no fuera porque quiero que se me haga justicia. Necesito jus­ticia. La exijo. Así que adelante...
           La Fundación Katz sólo da becas a personas fuertes como un caballo y el examen médico es muy riguroso.
           No discutamos este punto. Ya sé que este examen médico es otra de tantas argucias de que se vale el FBI para investigar la vida privada de los mexica­nos. Pero adelante. El examen lo hace el doctor Philbrick, que es un yanqui que vive en las Lomas (por supuesto), en una casa cerrada a piedra y cal y que cobra... no importa cuánto cobra, porque lo pagó la Fundación. La enfermera, que con seguridad traicionó la Causa, puesto que su acento y rasgos faciales la delatan como evadida de la Europa Libre, nos dijo a Sarita y a mí, que a tal hora tomáramos tantos más cuantos gramos de sulfato de magnesia y que nos presentáramos a las nueve de la mañana si­guiente con las “muestras obtenidas” de nuestras dos funciones.
           ¡Ah, qué humillación) ¡Recuerdo aquella noche en mi casa, buscando entre los frascos vacíos dos adecuados para guardar aquello! ¡Y luego, la noche en vela esperando el momento oportuno! ¡Y cuando llegó, Dios mío, qué violencia! (Cuando exclamo Dios mío en la frase anterior, lo hago usando de un recurso literario muy lícito, que nada tiene que ver con mis creen­cias personales.)
           Cuando estuvo guardada la primer muestra, volví a la cama y dormí hasta las siete, hora en que me levanté para recoger la segunda. Quiero hacer no­tar que la orina propia en un frasco se contempla con incredulidad; es un líquido turbio (por el sul­fato de magnesia) de color amarillo, que al cerrar el frasco se deposita en pequeñas gotas en las pa­redes de cristal. Guardé ambos frascos en sucesivas bolsas de papel para evitar que alguna mirada penetrante adivinara su contenido.
           Salí a la calle en la mañana húmeda, y caminé sin atreverme a tomar un camión, apretando con­tra mi corazón, como San Tarsicio Moderno, no la Sagrada Eucaristía, sino mi propia mierda. (Esta me­táfora que acabo de usar es un tropo al que llegué arrastrado por mi elocuencia natural y es indepen­diente de mi concepto del hombre moderno.) Por la Reforma llegué hasta la fuente de Diana, en donde esperé a Sarita más de la cuenta, pues habla tenido cierta dificultad en obtener una de las nuestras. Llegó como yo, con el rostro desencajado y su envoltorio contra el pecho. Nos miramos fijamente, sin decirnos nada, conscientes como nunca de que nuestra dignidad humana había sido pisoteada por las exigencias arbitrarias de una organización típicamente capitalista. Por si fuera poco lo anterior, cuando llegamos a nuestro destino, la mujer que había traicionado la Causa nos condujo al laboratorio y allí desenvolvió los frascos ¡delante de los dos! y les puso etiquetas. Luego, yo entré en el despacho del doctor Philbrick y Sarita fue a la sala de espera.
           Desde el primer momento comprendí que la inten­ción del doctor Philbrick era humillarme. En primer lugar, creyó, no sé por qué, que yo era ingeniero agrónomo y por más que insistí en que me dedicaba a la sociología, siguió en su equivocación; en segundo, me hizo una serie de preguntas que salen sobrando ante un individuo como yo, robusto y saludable física v mentalmente: ¿qué caso tiene preguntarme si he tenido neumonía, paratifoidea o gonorrea? Y apuno mis respuestas, dizque minuciosamente, en unas hojas que le había mandado la Fundación a propósito. Luego vino lo peor. Se levantó con las hojas en la mano y me ordenó que lo siguiera. Yo lo obedecí. Fuimos por un pasillo oscuro en uno de cuyos lados había una serie de cubículos, y en cada uno de ellos, una mesa clínica y algunos aparatos. Entramos en un cubículo: él corrió la cortina y luego, volviéndose hacia mí, me ordenó despóticamente: “Desvístase.” Yo obedecí, aunque ya mi corazón me avisaba que algo terrible iba a suceder. Él me examinó el cráneo aplicándome un diapasón en los diferentes huesos; me metió un foco por las orejas y miró para adentro; me puso un reflector ante los ojos y observó cómo se contraían mis pu­pilas y, apuntando siempre los resultados, me oyó el corazón, me. hizo saltar doscientas veces y volvió a oírlo; me hizo respirar pausadamente, luego, contener la respiración, luego, saltar otra vez doscientas veces. Apuntaba siempre. Me ordenó que me acostara en la cama y cuando obedecí, me golpeó despiadadamente el abdomen en busca de hernias, que no encontró; luego, tomó las partes más nobles de mi cuerpo y a jalones las extendió como si fueran un pergamino, para mirarlas como si quisiera leer el plano del tesoro. Apuntó, otra vez. Fue a un armario y tomando algodón de un rollo empezó a envolverse con él dos dedos. Yo lo miraba con mucha desconfianza.
           —Hínquese sobre la mesa —me dijo.
           Esta vez no obedecí, sino que me quedé mirando aquellos dos dedos envueltos en algodón. Entonces, me explicó:
           —Tengo que ver si tiene usted úlceras en el recto.
           El horror paralizó mis músculos. El doctor Philbrick me enseñó las hojas de la Fundación que decían efectivamente “úlceras en el recto”; luego, sacó del armario un objeto de hule adecuado para el caso, e introdujo en él los dedos envueltos en algodón. Comprendí que había llegado el momento de tomar una decisión: o perder la beca, o aquello. Me subí a la mesa y me hinqué.
           —Apoye los codos sobre la mesa.
           Apoyé los codos sobre la mesa, me tapé las orejas, cerré los ojos y apreté las mandíbulas. El doctor Philbrick se cercioró de que yo no tenía úlceras en el recto. Después, tiró a la basura lo que cubriera sus dedos y salió del cubículo, diciendo: “Vístase.”
           Me vestí y salí tambaleándome. En el pasillo me encontré a Sarita ataviada con una especie de man­dil, que al verme (supongo que yo estaba muy mal) me preguntó qué me pasaba.
           —Me metieron el dedo. Dos dedos.
           —¿Por dónde?
           —¿Por dónde crees, tonta?
           Fue una torpeza confesar semejante cosa. Fue la causa de mi desprestigio. Llegado el momento de las úlceras en el recto, Sarita amenazó al doctor Philbrick con llamar a la policía si intentaba revisarle tal parte; el doctor, con la falta de determinación propia de los burgueses, la dejó pasar como sana, y ella, haciendo a un lado las reglas más elementales del compañerismo, salió de allí y fue a contarle a todo el mundo que yo me había doblegado ante el imperialismo yanqui.

martes, febrero 13, 2007

Ocio

Me busco en el espejo.
Nada.
Las burbujas se deslizan en el tobogán del lavabo.
Me miro las manos con insistencia.
Nada.
Un resquemor de menta inquisitorial me escuece el paladar.
Escupo.
Nada.
Mi gata se restriega las ganas en mis pantalones.
Le acaricio el lomo. Se arquea.
Miro al cielo en busca de ayuda.
(una limosna. cualquier cosa.)
Nada.
Uno de mis amigos debe estar muriendo en este momento.
Tenía cáncer. Sida. Herpes. Vida.
Los médicos le pusieron un curita sobre los ojos.
Dejó de ver. Pero su dolor también podía ser monocromático.
(si hay más que negro ya no es monocromático, ¿o sí?)
Callen al tuberculoso de arriba de las escaleras.
Demasiado temprano para morir.
Las orillas del universo se comienzan a deshilar.
María Magdalena sale del baño con una toalla enrollada en la cabeza.
Le miro el pubis rubio. Gotas de agua minúscula.
Podría tenerle lástima. Pero hoy no.
Se sacude como un perro mal educado.
Las gotas asustan a una araña que muere de un paro cardíaco.
Hitler tiene una empresa de reciclaje dos cuadras abajo.
¡Mamá, soy Paquito! ¡No haré travesuras!

lunes, febrero 12, 2007

Literatura de la ambigüedad


Terminé de leer, a recomendación expresa y apasionada de Gina y Joel, mi primer libro de cuentos de Amparo Dávila: Tiempo destrozado. Debo reconocer que, a pesar de mi resistencia inicial (basada en el prejuicio y la ignorancia), la autora me conquistó definitivamente. Incluida por algunos estudiosos como parte de ese "subgénero" (ajá) llamado "fantástico"; en realidad creo, junto con otros críticos, que donde hay que ubicar a esta escritora es en el terreno de lo ambiguo, es decir, de los cuentos que sin ser completamente transparentes, generan la suficiente inquietud en el lector que no puede dejar de leer.
          De los mejores cuentos de este, según leo en la contraportada, su primer libro de cuentos, sobresalen por lo inquietante y aterrador (no necesariamente en ese orden) los cuentos "Muerte en el bosque", "Moisés y Gaspar", "El espejo", y, mi favorito, "La señorita Julia".
          Altamente recomendable.


Ver reseña de sus obras.

jueves, febrero 08, 2007

Dos chispitas en medio de la tormenta





Yo, al igual que Libertad prefiero a los gatos y odio cuando alguien comienza a decir que en realidad son malagradecidos y que por eso prefieren a los perros. La llamada ingratitud no es más que libertad de espíritu. Por eso me identifico con los gatos, por esa capacidad de mandar a tomar por culo al dueño si no hay voluntad para estarlo soportando. Los gatos son independientes, pendencieros, sexuales en extremo y, sobre todo, políticamente incorrectos (la Manchas no tiene ningún empacho en rasguñarme el rostro mientras estoy dormido en reclamo de que estoy utilizando su almohada favorita). En fin, punks.

Comparto, nuevamente, la opinión de Libertad.

martes, febrero 06, 2007

Pelis


Fin de semana largo y de película. De entrada, la vista de Apocalypto de Mel Gibson resultó, para mí, una buena experiencia. Creo que muchas cosas se desprenden de tal cinta. Primero: no es una película histórica, de hecho creo que ni siquiera el propio Gibson ha intentado que se crea algo semejante (la cantidad de inconsistencias en este sentido impediría ser considerada como tal); creo que es la historia de un hombre que tiene que rescatar a su familia: una película de acción disfrazada de cinta histórica. Las actuaciones son muy buenas, más allá del supuesto "rigor" del parecido físico con el contexto en el que se narra la historia, muchos de los actores cumplen con creces el objetivo de transmitir sensaciones al espectador. Además, queda de manifiesto la vocación sádica y naturalista del director (vocación que ya estaba presente en Braveheart y The Passion).

Por otro lado, la cinta mexicana Fuera del cielo de Javier Patrón Fox, resultó una buena reivindicación para el medio pendejo cine nacional que a últimas fechas había inundado las pantallas. El director deja una obra consistente, sórdida, violenta. Misma que hace reflexionar sobre diversas cuestiones sociales y culturales. Bichir está muy contenido, lo que lo hace mejor actor. Por otro lado, la actuación de Armando Hernández es la que se lleva las palmas. El chavo sabe lo que quiere y lo transmite con solvencia. Damián Alcázar, genial como siempre; sigo sosteniendo que es el mejor actor mexicano de los últimos quince años. La teibolera demasiado falsa. Por el contrario las actuaciones de Dolores Heredia y Martha Higareda como madre e hija es de lo más verosímil. Buena película. Fuerte. Como cruda de mal vino tinto.

jueves, febrero 01, 2007

Anuncio en un periódico

Esto lo encontramos en la sección de "Masajes" del Aviso Oportuno de un importante diario nacional. De antología:

LUPITA. No soy modelo ni edecán, ni quesque hija de familia, ni extranjera, menos la mujer maravilla, soy una humilde michoacana que por no estudiar me tengo que anunciar, cuido mi oficio, voy de buenas, flojita y cooperando, sin infecciones. 90 minutos, incluye camaleonina. 36213194


Hasta me dieron ganas de llamar.

Crónica de los últimos días

El pintor -sentado entre el Utopista y Brumell- respondió: No es que te contradiga, pero la instalación es pasajera; sólo nos representa en la medida en que desconfía del futuro -le dio el último concienzudo trago a su vaso de bourbon-. Una vez que pase de moda la subvención pública para los artistas jóvenes, el fin del género habrá llegado: no hay instalacionistas sin becas.
Álvaro Enrigue, La muerte de un instalador


Una frase quedó flotando en el aire después de haber asistido al Encuentro de Jóvenes Creadores del FONCA: ¿cómo se determina el espacio en el que termina el snobismo y comienza la búsqueda auténtica? Todo lo anterior, se entiende, en el terreno de lo artístico. Porque más allá de las sesiones por disciplina (cuento en mi caso) que fueron, al menos para mí, extremadamente provechosas; las sesiones que llaman “plenarias” o “multidisciplinarias” y que tienen por fin dar a conocer el trabajo que se realiza en las demás disciplinas dejo un tufo sospechoso de incomprensión mutua.
          Al final parecía que eran pocas las propuestas que eran comprensibles para el grueso de los asistentes. Yo no soy alguien que me considere esencialmente inculto o abiertamente estúpido, pero hubo varias exposiciones de proyectos que me dejaron con una sensación de haber sido vergonzosamente timado. Será que no comprendo la vanguardia, esa etiqueta que la modernidad fundó para calificar los movimientos innovadores que a principios del siglo XX (y en extenso, en la historia de la humanidad) han expropiado para sí la idea del tiempo nuevo. La posibilidad de comprensión de lo contemporáneo y su arribo a una sociedad de la retórica en la que es más importante la interpretación (que en términos posmodernos puede ser “personal”, “intimista” y “única”; sin que se reflexione en lo absurda que pueda resultar para el resto de los mortales).
          El último jucio expresado en estas líneas tiene que ver con la evidencia de escuchar (o tratar de escuchar las más de las veces) los proyectos con un sustento teórico (sic) que daba sentido a una obra que, en el mejor de los casos, era impresionista (en términos de solamente quedarse con una impresión dada la “vulgaridad”, “lo inédito” o “lo extraordinario” de la idea; más que llenar de referentes y significado eso que se planteaba).
          Así que pasé el fin de semana entre hoyitos en la pared de los que sale aire y cuya “interactividad” consiste en tapar el agujerito; bufandas monocromáticas kilométricas (las esdrújulas son a propósito); celulares disfrazados de jabones; bombas auditivas; películas porno solarizadas en un movie maker cualquiera; proyectos arquitectónicos inentendibles (por lo mal expuestos); proyectos arquitectónicos inviables (por la magnitud de sus aspiraciones); etcétera.
          Lo que llamó mi atención (y aquí apunto que mis apreciaciones se pueden deber a mi incapacidad de entender un arte que no tenga al menos un significado que gravite alrededor la obra, aunque no sea de la obra) es que de las propuestas presentadas, las únicas claras y sin lugar a equívocos (en la mayoría de los casos) fueron las obras literarias. Cuento, novela, ensayo, poesía; demostraron que en la brevedad de sus exposiciones radica la profundidad de lo que pretenden tratar. No digo que al final se consiga, pero apunto que hay al menos una intención de dirigir la obra por caminos en los que se haga comprensible para alguien más aparte del autor.
          Todo esto está en consonancia, por ejemplo, con el debate que se lleva a cabo en Teoría del caos, donde alguien citado por René planteó que los videojuegos podrían en determinado momento sustituir a la literatura. Lo cual implica que las visiones, que en lo posmoderno (o eso que dicen que es lo posmoderno) se diversifican al infinito, no tocan solamente las fibras de lo artístico sino de la vida cotidiana y del entretenimiento. A todo esto, pienso plantear un proyecto de arte alternativo para el próximo año: llenar trescientos frascos de moscas muertas y disecadas (si es que eso se puede) y fotografiarme diariamente con todas esas moscas sobre mi cabeza (lo que representaría la metáfora de que el cerebro está en proceso de descomposición, cuya marca más visible es, precisamente, la incomprensión de la llamada vanguardia [o al menos, una parte de ella]); el acto final sería un (a) performance en donde ingiero los tres frascos de moscas como si fueran Zucaritas: en platos rebosantes de leche y con granola. Después me meto a un sanitario y en el retrete dejo la opinión sobre mi propia obra. Espero patrocinadores.


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