jueves, enero 28, 2021

Quiroga y el eterno retorno

 


Uno de los textos que siempre me han parecido de los mejores cuentos que he leído es “La gallina degollada” del uruguayo Horacio Quiroga. Un cuento que atrapa desde los planteamientos iniciales, que presenta un conflicto en donde resultan interesantes los diversos planteamientos éticos que se pueden elaborar y cuyo desenlace es uno de los más estremecedores de la literatura.

         Es innegable el talento que como maestro del cuento tuvo Quiroga. Sus diversas colecciones así lo atestiguan, aunque Cuentos de amor, de locura y de muerte sea el que más celebridad tenga, debido a lo truculento y siniestro de varias de sus historias.

         El uruguayo no se dedicó sólo a escribir cuentos, sino también a pensar sobre los mecanismos internos que los animan, que los hacen andar y que los convierten en piezas de relojería fina. Cuando tienen una buena realización, se entiende. De esas reflexiones sobre el género y su escritura se conforma el volumen Sobre el arte de contar historias, una serie de ensayos que el autor publicó en diversas revistas culturales y medios periodísticos en donde abundó sobre los mecanismos y trucs del cuento, así como sobre la vida literaria y la concepción de la intelectualidad de su época.

         Su “Decálogo del cuentista” es uno de los más reproducidos cuando se alude a las aportaciones que hizo al intento de sistematización de las formas de crear. El resto de los textos, no obstante, no tienen desperdicio: revelan a un prosista y polemista que, además, no rehúye al sentido del humor y a la crítica al snobismo.

         En “La profesión literaria” pone en la mesa de discusión un tema que se ha modificado en poco: la posibilidad que tiene el escritor para vivir de lo que hace. Entre las bajas tarifas pagadas por los textos, la proliferación de escribientes de diversos talentos y el abuso de los editores, Quiroga no deja títere sin cabeza. De ahí que se autodefiniera, a pesar de su naturaleza intelectual, como un proletario expoliado.

         En “Ante el tribunal” plantea la manera en cómo los escritores más jóvenes tienden a hacer el juicio sumario de aquellos que los antecedieron. Es decir, aquellos que saben todo y que han llegado para mostrarlo se le figuran como los jueces implacables que en su ingenuidad creen menoscabar la importancia de los escritores que a fuerza de constancia y privaciones se han hecho de lectores y cierto renombre.

         Pero uno de los ensayos que más me gustó es el que dedica a la descripción que hace de los intelectuales que desprecian el cine por considerarlo un medio dirigido a la chusma. Resulta interesante atestiguar cómo esas ideas cobran vigencia si se cambia incluso el medio a atacar; se puede hablar de la televisión, de los comics, de las series de streaming, y lo que prevalece siempre es la ceguera de los apocalípticos ante un mundo dinámico y siempre cambiante. Dice: “Los intelectuales son gente que por lo común desprecia el cine. Suelen conocer de memoria, y ya desde enero, el elenco y programa de las compañías teatrales de primero y séptimo orden. Pero del cine no hablan jamás; y si oyen a un pobre hombre hablar de él, sonríen siempre sin despegar los labios”.

         Parece que los tiempos no han cambiado demasiado.

miércoles, enero 27, 2021

El folletín está más vivo que nunca

 


Lupin (Francia, George Kay y François Uzan, 2021) es la actualización del personaje de Maurice Leblanc, Arsene Lupin, a través de la historia de Assane Diop, descendiente de un migrante senegalés quien fue acusado de un crimen de manera injusta y cuyo honor está dispuesto a limpiar. La historia transcurre en París en la época contemporánea, aunque los guiños a la Belle Époque y a la literatura detectivesca es muy evidente, y lo atractivo de la serie.

         Lupin es una serie de entretenimiento puro que se deriva de los folletines del romanticismo del siglo XIX y que incorpora de manera afortunada las pesquisas detectivescas de los personajes surgidos en la época y que configuraron el arquetipo del detective moderno: Sherlock Holmes, Auguste Dupin y el propio Arsene Lupin. Hay aventuras a granel, misterios, disfraces y una acción trepidante que exige del espectador una constante suspensión de la verosimilitud. El contrato exige pasar por alto una serie de circunstancias que, de someterse a examen acucioso, caerían de manera estrepitosa.

         Si se aceptan estas premisas, lo que tenemos es una historia cuyos modelos son, sin lugar dudas, El conde de Montecristo de Dumas y los relatos detectivescos. Acompañamos a Assane en su búsqueda de justicia y en las peripecias que salva merced de sus artimañas y habilidades. Las partes más flojas son las partes serias, la justificación del conflicto vital del protagonista a través del fracaso parcial de la familia que ha construido. Salvados esos momentos lo que tenemos es un folletín en donde los malos son remalos y el héroe casi superhéroe.

         Entretenimiento sin complicaciones. No apta si estás buscando descifrar el significado profundo de la vida o las grandes alturas del relato que te brinde LA revelación. Palomera, sin más.

jueves, enero 21, 2021

Los pequeños infiernos de la noche

 


Familia de medianoche (México, Luke Lorentzen, 2019) es un documental crudo sobre una realidad que, en el contexto actual, ayuda a documentar el desastre que es el sistema de salud no sólo de la Ciudad de México, sino del país entero. La cinta abre con un dato que requiere verificación profunda pero que no resulta sorprendente: la capital del país sólo cuenta con 46 ambulancias administradas por el gobierno para dar servicios de emergencia, traslados y primeros auxilios a 20 millones de habitantes.

         El relato que vemos en pantalla nos muestra a la familia Ochoa, padres e hijos, que aprovechando la escasez de servicios públicos de emergencias, regentean una ambulancia privada que cuenta con los requisitos básicos (o ni eso) para trasladar a víctimas de accidentes, peleas y urgencias médicas.

         No es esta una historia que hurgue en la heroicidad de sus protagonistas o cosa parecida. Sin voz en off, sin alocuciones directas a cámara, sin una trama central que seguir, lo que hacemos es asomarnos a un territorio que el necrocapitalismo ha generado: una situación terrible que, sin embargo, posibilita la sobrevivencia de quienes han encontrado en esta actividad un asidero precario pero que les permite mantenerse a flote.

         Nos asomamos a la intimidad de los Ochoa. Al hacinamiento de todos los miembros de la familia en un pequeño departamento en donde la ausencia de camas y los colchones en el piso dicen mucho de la necesidad económica en la que viven. Discusiones constantes de las parejas constituidas de manera provisional y siempre en conflicto, negativas del miembro más chico (un niño que atestigua el México de la sangre accidental de manera cotidiana) para asistir a la escuela, un joven de 16 años que se vuelve piloto intrépido y con una maravillada vocación por lo que hace.

         En la calle, acudimos a la necesidad de buscar los pagos de los traslados, se adivinan tratos semiclandestinos con clínicas privadas, se atestigua el acoso constante de la policía (ese pulpo corrupto de mil tentáculos que exprimen a todas las clases y a todo lo que de exprimible encuentran), la competencia feroz con otras ambulancias en su misma condición que convierten las calles solitarias de la noche urbana en escenografía de Fast & Furious. Pero vemos también la decepción, el trabajo sin retribución, la atención sin recompensa. Estremecedora la escena de un adicto a solventes que mira aún en el viaje cómo su bebé está a punto de morir de un paro respiratorio, mientras uno de los improvisados paramédicos consigue devolverlo a la vida (pinche gente mierda, dice el hijo mayor de la familia).

         Del otro lado se mira también la complejidad de una ciudad que vive a todas horas y cuyos habitantes se encuentran con la sorpresa, mala sorpresa, en el momento menos imaginado: una chica cuyo novio la golpea en la calle y le fractura la nariz, además de dejarle varias lesiones; otra joven que cae desde un cuarto piso hacia un patio y que no tiene demasiadas esperanzas de vida; una madre que junto a su hijos viajan al hospital después de un accidente automovilístico causado por el marido que es conducido al Ministerio Público; un motociclista con fractura expuesta.

         No es una cinta amable. Es descarnada. Compleja. Busca la mirada empática y crítica del espectador. Impresionante y desoladora. Al terminar de verla lo único que se puede desear es que la sorpresa, la mala sorpresa, nunca se aventure a intervenir nuestra vida.

 

miércoles, enero 20, 2021

Cantar la historia

 

Hamilton (Estados Unidos, Thomas Kail, 2020) cuenta una versión de la biografía de Alexander Hamilton, caudillo de la guerra de independencia estadunidense con respecto del dominio británico. A lo largo de casi tres horas de representación teatral, nos enteramos de aspectos que mezclan la biografía del prócer, tanto los eventos que lo convirtieron en un referente de la gesta independentista como su turbulenta vida personal.

         La obra musical, original de Lin-Manuel Miranda, se convirtió en un fenómeno cultural pop asociado al contexto del teatro musical de Broadway. El éxito de la representación se puede explicar por diversos motivos: el abordaje de un tema histórico que refiere a los padres fundadores de la nación norteamericana (y al cuestionamiento de sus intereses), la inserción de géneros musicales no convencionales en este tipo de producciones (las batallas de rap y las coreografías de hip hop) y, sobre todo, lo que refiere a la representación multirracial de los personajes.

         En la épica y el relato tradicional de los hechos históricos se asume el origen racial blanco de los protagonistas; en esta representación, a Hamilton lo encarna un descendiente de puertorriqueños; a su esposa Eliza, una actriz de ascendencia coreana; y a Jefferson, un afroamericano. Esa elección de los tipos raciales impacta de manera evidente en la recepción de tal representación y genera lecturas diversas. Ironías, paradojas y contradicciones.

         El espectador se enfrenta a una serie de estímulos que lo llevan a pensar en la forma de lo que atestigua y en cómo esa forma genera reflexiones que se desplazan en el tiempo hasta los tiempos presentes. Esclavistas representados por negros, el protagonista canonizado a pesar de diversos eventos de su biografía que se omiten y las mujeres como integrantes de la escenografía coreográfica o como parte de los motivos de estos “padres” de la nación. El género es la frontera que no se transgrede en esta puesta en escena que cuenta un relato que, a pesar de su pretensión, también es canónico. Lo novedoso es la forma.

         Recomendable si se es afecto al lenguaje del teatro musical y si no se distrae fácilmente. Es obvio que la apreciación más auténtica sería en las gradas del teatro, pero en tiempos de pandemia es lo que hay.

lunes, enero 18, 2021

La del estribo

 

Druk (Dinamarca/ Suecia/ Países Bajos, Thomas Vinterberg, 2020) es una cinta que parte de la experiencia sobre el intento de comprobar una tesis polémica: el alcohol trae felicidad a la vida. Cuatro profesores de preparatoria hastiados del mundo, de la aparente mediocridad de sus estudiantes y de su propia vida coinciden en la celebración del cumpleaños de uno de ellos. Al calor de las bebidas, quien enseña psicología menciona la proposición de un autor famoso en el sentido de que el ser humano puede mantener una postura equilibrada hacia la vida si mantiene el 0.05% de concentración de alcohol en la sangre que tenía en el momento de nacer. De tal forma, los cuatro deciden iniciar una “investigación de campo” y comienzan a ingerir alcohol a lo largo del día (las reglas son que no podrán beber los fines de semana, ni después de las 8 de la noche).

Los resultados son sorprendentes y mejoran en mucho el rendimiento de los cuatro involucrados. Sin embargo, uno de ellos decide llevar el experimento más allá: incrementa la concentración a .1%, a partir de aquí, la cinta que tendrá momentos risibles y divertidos, mudará en un drama en el cual se enuncia la manera en cómo las sustancias, en medidas más allá de cierto punto, generan resultados variables. No se malentienda, no hay una visión mojigata o moralista con respecto del consumo de alcohol, sino una reflexión acerca de la manera en cómo el hastío y la cotidianidad moldean determinados aspectos de nuestra vida hasta hacerla irreconocible.

El trabajo de dirección es notable y los cuatro actores (con Mikkelsen robando cámara) consiguen adentrar al espectador a sus particulares dramas y preocupaciones. Es un producto cinematográfico inteligente y que hurga en las necesidades y angustias humanas de una manera amable. 

Al finalizar la vista más de uno, probablemente, querrá comprobar la tesis de los cuatro mosqueteros (sin duda, ése es su modelo: uno para todos y todos para uno). Salud.

sábado, enero 16, 2021

Antes de que empiecen los trancazos…

 


Tin Tan (México, Francesco Taboada Tabone, 2010) es una cinta que como obra cinematográfica deja mucho que desear, pero como documento histórico es riquísimo. Hay en este documental una serie de testimonios que resultan entrañables para quienes crecimos con las repeticiones de las películas del cine de la época de oro en televisión abierta.
En pantalla, actores como Silvia Pinal, Tongolele, Vitola, Zamorita, Ana Luisa Peluffo, Margarito, el Loco Valdés y muchos otros, realizan un homenaje a quien se considera el mejor cómico del cine nacional. A través de la voz en off de una de sus hijas, quien funge también como productora, lo que ya implica una visión parcial de la reconstrucción biográfica, acudimos al crecimiento del personaje Tin Tan desde sus tiempos como locutor en una radiodifusora de Ciudad Juárez hasta sus triunfos en el cine nacional con una serie de películas taquilleras y sumamente populares. 
El rey del barrio, Calabacitas tiernas, El revoltoso, La marca del zorrillo, El capitán Mantarraya se manifiestan en pantalla mientras se relata alguna anécdota que refiere a la filmación de esas cintas. Intelectuales como Carlos Monsiváis y Fritz Glockner aparecen a cuadro para explicar la fascinación que el trompudo actor tuvo para las masas populares y la razón de su sobrevivencia a lo largo del tiempo en la memoria y el gusto del público. 
La totalidad de los entrevistados mencionan la calidad humana y de solidaridad que el actor tenía y la manera en cómo impulsó la carrera de varios de ellos, incluidos los hermanos que pertenecían a la misma familia. No hay lugar para el disenso, ni la crítica. Ni siquiera la que apunta a la decadencia del personaje y de calidad de sus películas hacia el final de su carrera. 
Con respecto de la técnica de filmación, el diseño de los créditos y la cinematografía tienen en muchos momentos el aspecto de trabajos estudiantiles o de programas amateurs de televisión. Tomas descuadradas, movimientos bruscos sin justificación y “dramatizaciones” que de tan ingenuas generan ternura. Todo eso, no obstante, no impide apreciar el trabajo como un interesante homenaje a un actor que encarnó lo que la modernidad global de la segunda posguerra implicó para la realidad mexicana. La idea del pícaro irredento se opuso de manera tajante y evidente a la moralidad mentecata del Cantinflas priista que renunció a la subversión de sus primeras cintas. 
En fin, es un producto que abona a la nostalgia y que halla valor en el contexto laudatorio que construyen los colegas y contemporáneos del actor, en la recuperación del pietaje de sus cintas emblemáticas, pero que como documento fílmico queda a deber. 

viernes, enero 15, 2021

Indígenas de medio siglo



Francisco Rojas González fue un escritor mexicano, etnólogo de profesión. A lo largo de su vida se dedicó a estudiar a los pueblos originarios de México, varias de sus investigaciones fueron publicadas por el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM. Fue, además, guionista de cine. Ganó un juicio en contra de la productora hollywoodense Fox por los derechos de autoría de “La historia de un frac”, llevada a la pantalla en 1942 por Julien Duvivier como parte de su obra Tales of Manhattan; la productora reconoció que había plagiado la historia de Rojas pero no le dio un solo centavo. Aún hoy, en el registro de imdb, por ejemplo, su nombre no figura en los créditos.

         En El diosero narra una serie de historias relacionadas con su campo de estudio. Hay aquí un conjunto de tramas con protagonistas indígenas de México en las cuales se nota la mirada étnica del autor. Una mirada asombrada que se muestra, no obstante, condescendiente y, en algunos casos, incluso cursi. Es importante no perder de vista la época de producción del texto: la década de los cuarenta. Tal época coincide con la continuidad de construcción de una idea de nación que el régimen revolucionario había echado a andar y en donde lo indígena alcanzaba un grado de idealización evidente.

         Los cuentos abordan la manera en cómo la ingenuidad, la mirada ausente de la escala de valores del hombre civilizado, la victimización recurrente y la sabiduría ancestral dibujan una versión parcial y maniquea de lo indígena.

A pesar de que se refiere a la desigualdad que tales pueblos viven, la mayoría de los relatos optan por la revelación de lo pintoresco y aquello que cuestiona de manera profunda la falsa dicotomía entre civilización y barbarie, un tópico caro a la literatura latinoamericana en general. Se nota también un compromiso político con el régimen en turno, además de una admiración por quienes considera referentes de éste. Un ejemplo de esto es el cuento “La plaza de Xoxocotla”, una historia en donde la sombra enorme de Lázaro Cárdenas se cierne sobre una población dada al olvido y en donde el candidato convertido en presidente llega para hacer realidad sus promesas de campaña: plaza pública, escuela y agua potable.

En estos relatos está presente la imagen del indio que el cine mexicano de la época de oro se encargó de entronizar en detrimento de la realidad contemporánea de estos pueblos. Esa imagen se volvió totémica y de referencia para los extranjeros que miraban maravillados a México y para los propios mexicanos que creyeron en los relatos que la pantalla de plata les ofrecía. 

Para los interesados en revisar otra cara del nacionalismo revolucionario esta obra será muy interesante. Es un libro ligero que cuenta historias de manera sencilla y, en algunos casos, entrañable.

jueves, enero 14, 2021

Seguir el dinero

 

Los directores Kurt Münd y Andreas Prochaska construyen en Sarajevo 1914 (Austria/ República Checa, 2014) un relato que aborda la investigación que el juez de instrucción de la ciudad de Sarajevo, Leo Pfeffer, lleva a cabo con respecto del atentado que cobró la vida del archiduque Francisco Fernando y su esposa Sofía. Acto que desataría una serie de conflictos en la Europa de principios de siglo XX y que conducirían a la Primera Guerra Mundial, evento que se cobraría la vida de millones de personas (10, según los cálculos más conservadores; 60, de acuerdo a los que se encuentran en el otro extremo).

         La cinta narra cómo el aparato de ocupación austriaco buscó la manera de argumentar la necesidad de una guerra en contra de Serbia. La tesis de la cinta es que detrás del asesinato llevado a cabo en apariencia por un grupo de fanáticos nacionalistas, se ocultaba una conspiración que incluía a militares, espías en ciernes y autoridades vinculadas al aparato de guerra que echaría a andar la conflagración.

         Pfeffer, en su papel de juez de instrucción, recoge una serie de pistas que apuntan a las autoridades locales de la ciudad, así como a intereses vinculados con el desarrollo económico y de transportes de la zona euroasiática. Sin que llegue a las alturas de un thriller, queda claro que el atentado en contra del heredero de la corona no fue llevado a cabo por un grupo extremista, sino que incluyó una bien tramada estructura de complicidades y violencias.

         La cinta es eficaz, también, en mostrar la discriminación que las minorías étnicas y religiosas comenzaban a sufrir por parte de quienes se consideraban superiores racial y culturalmente. Los serbios y los judíos ya sospechaban, desde entonces, que su destino sería terrible en ese proceso de avanzada del belicismo.

  Es una cinta cumplidora, dada a luz en el centenario del atentado como una forma de revelar la manera en cómo las cicatrices históricas se revelan en tiempos donde la intolerancia y la discriminación sobreviven. No hemos aprendido gran cosa en este siglo. 

miércoles, enero 13, 2021

La guerra y sus escenarios

 

Tanto Dunkirk (Reino Unido/Holanda/Francia/EU, Christopher Nolan, 2017) como Darkest Hour (Reino Unido/EU, Joe Wright, 2017) abordan el momento decisivo, dentro de la Segunda Guerra Mundial, en que Inglaterra tuvo que retirarse del continente europeo y preparar la resistencia al avance nazi en su propio territorio. Ambas películas son notables pero echan mano de recursos distintos.

         En la obra de Nolan nos enfrentamos a una recreación cruda, desde el punto de vista de la infantería desesperada por la evacuación mientras perecen a los ataques aéreos de los alemanes, en la costa francesa. Recreación épica que incluye tres líneas temporales (marca del director) que confluyen hacia el final de la cinta para mostrarnos desde diversos ángulos algunas historias particulares de quienes vivieron la denominada Operación Dínamo. Hay un realismo crudo que con pocos diálogos relata la desesperación, el cuestionamiento de la escala de valores y el estoicismo de algunos combatientes ante el destino funesto de la muerte o la derrota. El uso de cámara es sobresaliente, así como el diseño de audio, que nos introduce de manera efectiva en la piel de los personajes cuyas acciones los definen de manera clara. Conceptos como cobardía, patriotismo, convicción y otros, son resignificados y puestos en perspectiva en esta notable recreación de la evacuación británica ante el cerco alemán.

         Wright, por su parte, muestra lo que ocurría en el otro extremo del contexto de problematización. Centra su historia en las acciones llevadas a cabo por el Primer Ministro encarnado por un siempre solvente Gary Oldman. Vemos la manera en cómo las dos visiones que prevalecían en el momento con respecto de la guerra continental: negociar con los nazis a través de la intermediación italiana, o resistir incluso una invasión en suelo británico hasta sus últimas consecuencias. A la imagen de un personaje que sucumbe ante los vicios humanos de la glotonería y el alcohol, se opone la tozudez de un estratega que no concibe la idea de que los tiranos encarnados en los liderazgos del Eje puedan entronizarse como dueños del mundo.

         Cuando sabemos el desenlace de estas historias, la sorpresa se minimiza. A menos que sea una cinta de Tarantino, no se esperan sorpresas o reescrituras de la cronología histórica. Lo que mantiene la atención, entonces, es la manera en cómo se cuenta lo que se cuenta. En este sentido, creo que Nolan, a pesar de sus manías de manipulación temporal y de perspectivas, resulta mejor narrador que su colega. Economía de diálogos, imágenes que hacen avanzar las acciones, conflictos que se multiplican. En el otro caso es imposible no ponerse del lado de Churchill, sobre todo porque ya sabemos que tenía razón en su planteamiento.

         Ambas cintas son buenas muestras de la manera en cómo el arte cinematográfico puede contar lo mismo desde distintas miradas, y de cómo la guerra echa a andar dinámicas distintas dependiendo del lugar desde donde se viva ésta. Es un combo nada despreciable para disfrutar en estas tardes frías.