viernes, junio 30, 2006

Gatos

Pequeño, me gustaría ver a quien sea... profeta, rey o dios...
persuadir a un millar de gatos de que hagan cualquier cosa al mismo tiempo.

Neil Gaiman, “Un sueño de un millar de gatos”, Sandman. País de sueños

La Manchas está en celo y le vale absolutamente todo. Una amiga decía que admiraba a las mujeres que podían pasar largos periodos sin sexo. Que sin embargo, ella era como una gata. Ahora entiendo a la perfección el sentido de tal aseveración. Durante cuatro días he tenido que dormir (medio dormir) entre el nada reconfortante maullido dolorido del placer innato insatisfecho. Y lo anterior multiplicado por dos. Ha llegado un pretendiente gatuno (oreja cortada, negro negrísimo, ojos que relumbran como dos brazas en la noche, violento [azota la puerta como ariete incansable], respondón y, sobre todo, necio) al cual La Manchas, como buena hembra flexible, le gustó para capricho. Y se la pasan maullándole a la luna, a la puerta cerrada (con dos candados/cerraduras) y a la Madre Naturaleza.

El Suadero, gato eunuco de intereses más bien atléticos, la ve como quien ve un bicho raro, da vueltas alrededor de ella mientras se restriega ferozmente contra las patas de la mesa, toma palco especial en el respaldo de un sillón para escuchar el llanto lastimero de los dos amantes imposibles.

Yo no hago más que dar vueltas en la cama y pensar si sería una buena opción dejar la puerta abierta. No le temo a los gatos negros invasores, o a las gatas prófugas del amor; más bien le temo a los ladrones humanos nocturnos que no desaprovecharían nunca la tentación de una puerta abierta.

Para paliar mi desesperación nocturna leo cuentos sobre gatos. Releí el maravilloso cómic de Gaiman, de la serie The Sandman, “Un sueño de un millar de gatos” en donde se plantea la posibilidad de que este mundo en la antigüedad estaba dominado por los gatos hasta que un grupo de hombres decidió soñar lo contrario, y por eso hoy vivimos en el sueño de que dominamos a los gatos (y no los dejamos salir a ponerle sabroso con el intruso negro que ahora ha dejado de azotar la puerta y se dedica a rasguñarla con desesperante irregularidad); “El gato” de García Ponce que narra la semejanza y relación que existe entre los sentimientos expresados por una pareja en un departamento y la aparición y desaparición de un gato en sintonía con el ambiente emocional que el cuento pretende reflejar (no me gusta, se me hace terriblemente pretencioso y no entiendo cómo es que han premiado a García Ponce con el Premio Juan Rulfo si tiene una prosa con tal capacidad de creación huevística); “El gato negro” de Edgar Allan Poe sigue siendo uno de los clásicos de la literatura de terror, de esa literatura que genera emociones que no están relacionadas con la reflexión sino con la sensación (recuerdo al gato negro allá fuera y por un momento estoy tentado a dejarlo entrar. Sigue maullando).

Para seguir en el mismo mood recupero “Lo que trajo el gato” de Patricia Highsmith, la madre literaria de Thomas Ripley, en donde durante una reunión alcohólica de esas en las que uno se imagina a los ingleses, un gato llega hasta la sala arrastrando un dedo humano que ha desenterrado del jardín, tal situación sirve como un preámbulo para plantear diversas cuestiones filosóficas acerca del asesinato y los motivos del crimen; le doy una ojeada a Sonámbulos de Stephen King en el cual los gatos son el puente temático para plantear la historia de dos personajes, madre e hijo, que basan su relación incestuosa en sus antecedentes felinos, recuerdo que es de noche, me da miedo y cierro el volumen (imagino al gato negro afuera de mi puerta tomando forma humana y tocando el timbre). Finalmente, y con los párpados ya en plena rebeldía, releo “El gato loco” de Jaime Sabines, me detengo en la parte que dice: “luego sale al patio y se pasa toda la noche, pero toda la noche, dando vueltas y vueltas, maullando quedamente, lastimeramente, a un ritmo preciso, como buscando algo, alguien, tenazmente”. (“Bucando a la Manchas, digo para mis adentros).

Miro el reloj. Es tardísimo (o tempranísimo) depende de las costumbres de cada quien. Suadero me entrega la consigna del turno, el intruso se ha marchado. Acto seguido lanza su enorme cuerpo (nada parecido al cachorro inquieto que llegó hace algunos meses) sobre la silla de la computadora y se dispone a dormir. Ya no hay ruido. Me voy a la cama. Debajo del cobertor puedo adivinar qué es el bulto que se ve cerca de la almohada. La Manchas ha cerrado los ojos. Se mueve cuando me acuesto junto a ella. Se lame las garritas y se las pasa sobre los ojos. Comienza a ronronear. Me duermo.

jueves, junio 29, 2006

Cuento futbolero

En los veinte años de la muerte de Jorge Luis Borges, un cuento que escribió junto con Adolfo Bioy Casares bajo el seudónimo de Bustos Domecq.


Esse est percipi

Viejo turista de la zona Núñez y aledaños, no dejé de notar que venía faltando en su lugar de siempre el monumental estadio de River. Consternado, consulté al respecto al amigo y doctor Gervasio Montenegro, miembro de número de la Academia Argentina de Letras. En él hallé el motor que me puso sobre la pista. Su pluma compilaba por aquel entonces una a modo de Historia Panorámica del Periodismo Nacional, obra llena de méritos, en la que se afanaba su secretaria. Las documentaciones de práctica lo habían llevado casualmente a husmear el busilis. Poco antes de adormecerse del todo, me remitió a un amigo común, Tulio Savastano, presidente del club Abasto Juniors, a cuya sede, sita en el edificio Amianto, de avenida Corrientes y Pasteur, me di traslado. Este directivo, pese al régimen doble dieta a que lo tiene sometido su médico y vecino doctor Narbondo, mostrábase aún movedizo y ágil. Un tanto enfarolado por el último triunfo de su equipo sobre el combinado canario, se despachó a sus anchas y me confió, mate va, mate viene, pormenores del bulto que aludían a la cuestión sobre el tapete. Aunque yo me repitiese que Savastano había sido otrora el compinche de mis mocedades de Agüero esquina Humahuaca, la majestad del cargo me imponía y, cosa de romper la tirantez, congratulélo sobre la tramitación del último goal que, a despecho de la intervención oportuna de Zarlenga y Parodi, convirtiera el centro half Renovales, tras aquel pase histórico de Mutante. Sensible a mi adhesión al once del Abasto, el prohombre dio una chupada postrimera a la bombilla exhausta, diciendo filosóficamente, como aquel que sueña en voz alta:

-Y pensar que yo fui el que les inventé esos nombres.

-¿Alias? -pregunté gemebundo-. ¿Musante no se llama Musante? ¿Renovales no es Renovales? ¿Limardo no es el genuino patronímico del ídolo que aclama la afición?

La respuesta me aflojó todos los miembros.

-¿Cómo? ¿Usted cree todavía en la afición y en ídolos? ¿Dónde ha vivido, don Domecq?

En eso entró un ordenanza que parecía un bombero y musitó que Ferrabás quería hablarle al señor.

-¿Ferrabás, el locutor de la voz pastosa? –exclamé-. ¿El animador de la sobremesa cordial de las 13 y 15 y del jabón Profumo? ¿Estos, mis ojos, le verán tal cual es? ¿De veras que se llama Ferrabás?

-Que espere –ordenó el señor Savastano.

-¿Qué espere? ¿No sería más prudente que yo me sacrifique y me retire? –aduje con sincera abnegación.

-Ni se le ocurra –contestó Savastano-. Arturo, dígale a Ferrabás que pase. Tanto da…

Ferrabás hizo con naturalidad su entrada. Yo iba a ofrecerle mi butaca, pero Arturo, el bombero, me disuadió con una de esas miraditas que son como una masa de aire polar. La voz presidencial dictaminó:

-Ferrabás, ya hablé con De Filipo y con Camargo. En la fecha próxima pierde Abasto, por dos a uno. Hay juego recio, pero no vaya a recaer, acuérdese bien, en el pase de Musante a Renovales, que la gente lo sabe de memoria. Yo quiero imaginación, imaginación. ¿Comprendido? Ya puede retirarse.

Junté fuerzas para aventurar la pregunta:

-¿Debo deducir que el score se digita?

Savastano, literalmente, me revolcó en el polvo.

-No hay score ni cuadros ni partidos. Los estadios ya son demoliciones que se caen a pedazos. Hoy todo pasa en la televisión y en la radio. La falsa excitación de los locutores ¿nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña? El último partido de fútbol se jugó en esta capital el día 24 de junio del 37. Desde aquel preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman.

-Señor ¿quién inventó la cosa? –atiné a preguntar.

-Nadie lo sabe. Tanto valdría pesquisar a quienes se le ocurrieron primero las inauguraciones de las escuelas y las visitas fastuosas de testas coronadas. Son cosas que no existen fuera de los estudios de grabación y de las redacciones. Convénzase, Domecq, la publicidad masiva es la contramarca de los tiempos modernos.

-¿Y la conquista del espacio? –gemí.

-Es un programa foráneo, una coproducción yanqui-soviética. Un laudable adelanto, no lo neguemos, del espectáculo cientificista.

-Presidente, usted me mete miedo –mascullé, sin respetar la vía jerárquica-. ¿Entonces en el mundo no pasa nada?

-Muy poco –contestó con su flema inglesa-. Lo que yo no capto es su miedo. El género humano está en casa, repatingado, atento a la pantalla o al locutor, cuando no a la prensa amarilla. ¿Qué más quiere, Domecq? Es la marcha gigante de los siglos, el ritmo del progreso que se impone.

-Y si se rompe la ilusión? –dije con un hilo de voz.

-Qué se va a romper –me tranquilizó.

-Por si acaso seré una tumba –le prometí-. Lo juro por mi adhesión personal, por mi lealtad al equipo, por usted, por Limardo, por Renovales.

-Diga lo que se le dé la gana, nadie le va a creer.

Sonó el teléfono. El presidente portó el tubo al oído y aprovechó la mano libre para indicarme la puerta de salida.


*Este cuento y las crónicas de Bustos Domecq fueron editados por Emecé, en 1963.

lunes, junio 19, 2006

Padres

Les decían “Los chivos”. Eran una familia de campesinos pobres que habían emigrado a la ciudad. Pequeñísima ciudad a la que mis padres decidieron irse a vivir. Yo los veía pasar a diario por la calle con mis ojos de niño miedoso y encerrado. Eran peleoneros, tramposos, montoneros y, en las últimas postales que conservo en la memoria, borrachos prematuros. Les decían “los chivos” porque olían a orines. Porque los pequeños se dormían con la ropa que traían puesta durante el día y por las noches los esfínteres los traicionaban y amanecían completamente empapados. La madre no tenía otra muda que darles o, simplemente, la borrachera le impedía discernir la situación lastimera de sus hijos.

Trabajaban de ayudantes de albañil, de chalanes en los aserraderos, de cargadores en las tiendas de materiales para construcción, lavando los camiones de los señores del transporte del pueblo, de cargadores de refresco, de barrenderos, de mozos en las casas que los empleaban, de vendedores de helados, de lo que “fuera saliendo”. “Los chivos” crecieron, entre ellos había unos gemelos, parte de los hermanos más chicos de un conjunto de nueve, de los cuales uno de ellos era con evidencia dotado intelectualmente. Una vecina lo había acogido para ayudarlo, hacía las labores de servidumbre a cambio de su permanencia en la escuela. No le dio más allá de la secundaria, pero le bastó para huir de la casa paterna a los catorce o quince años a probar suerte en otro lado. Parece que le funcionó y se convirtió en un buen microempresario.

De los demás, una de las hermanas se hizo amante del patrón del lugar en donde trabajaba como sirvienta. Obligó al patrón, por su juventud y belleza, a abandonar a la mujer y a irse a vivir con ella. Tuvieron tres hijos. Hace poco parece que el doctor, tal era la profesión del patrón, fue a dar a la cárcel por fraude. Fue una sorpresa, era una persona que, más allá del desliz extramarital, era moralmente incuestionable. La esposa tuvo que vender propiedades para sacarlo de la clase y retornar a un estilo de vida modesto y despojado de las comodidades a las que se había acostumbrado.

Los dos hermanos mayores se dedicaron a trabajos de obra negra y, en general, a actividades destinadas a los obreros menos especializados. Se casaron y, al igual que sus padres, se brindaron alegremente a la procreación y al maltrato de su progenie de alegre manera. Era frecuente ver a los dos hijos mayores y al padre enfrascados en borracheras de antología, o en peleas en donde el lazo filial se rompía momentáneamente para asestar un par de patadas o un buen machetazo o una artera puñalada. En la resaca todo volvía a la normalidad.

A estos tres me los encontré el pasado domingo. Caminaba con mi padre por las nuevas urbanizaciones que se están realizando en el pueblo. Según la tele y la tradición impuesta por la costumbre, era el día del padre. Y el mío caminaba contento a mi lado. Al pasar por una humilde cantina, tan humilde que no era más que una ventana desde la cual una mano anónima alargaba los vasos llenos de aguardiente, volví a ver a los chivos. El padre con unos cuantos años de más, unos kilos de menos y la misma cantidad de alcohol en las venas. Los hijos con la mirada perdida y la baba aflorando por las comisuras. Saludaron con la mano a mi padre, porque todos conocen a mi padre, y en ese pueblo todos se saludan. Mi padre devolvió el saludo y sólo dijo: “los chivos”. Seguían igual de pobres, de borrachos y de apestosos que cuando habían llegado al pueblo. Pero estaban juntos y en una de ésas vueltas de cabeza que uno no planea pero suceden, los vi abrazándose entre sí con una alegría de estar juntos que era difícil no pasar por alto. El más grande le dio al viejo un beso en la mejilla. Al viejo le brotaban las lágrimas.

Yo no supe qué pensar.

viernes, junio 16, 2006

Hay días

Hay días en los que dios está enfermo (un poeta-médico lo vio) y amanece de muy mal humor. Esos días son los que llamamos "del demonio".
Hay días en los que por fin tu vecina abre las cortinas para enseñarte como se cambia los calzones recién comprados.
Hay días en los que el amor no sale, aunque se intente con cuidado, paciencia y dedicación.
Hay días en que los árboles no crecen y los hombres no creen.
Hay días en los que sentirse vivo es malgastar la imaginación.
Hay días en que tu recuerdo se me clava más y más fuerte en la cabeza.
En que las ratas abandonan los barcos y las cucarachas las cocinas.
En que la música no se oye, o se escucha de mala gana.
En que tus pezones se niegan a dormir.
En que la memoria descansa sin previo aviso.
En que los pies son de plomo y escriben sobre la arena.
En que los besos no son húmedos, ni fuertes, ni verdaderos.
En que los sexos se entristecen hasta bajo la regadera.
En que las putas terminan sus ofertas y te piden cosas imposibles, como llamarlas por su nombre.
En que te preguntas por qué cuando pudiste no te cogiste a tu mejor amiga.
En que te arrepientes de haber llevado una noche a tu casa a la mujer que hoy es tu esposa.
En que sueñas con la mujer de tu vecino, con la esposa de tu amigo, con la amiga de tu novia.
En que cierras los ojos y te duermes sin más.
En que las nalgas de la tele y las de la vida real no coinciden.
En que ponerse a pensar te orilla casi al suicidio.
En que descubres al amor de tu vida en una boda..., la de ella (o él).
En que te arrepientes de haber mandado a la mierda a la única persona que de verdad te ha querido.
En que las lágrimas salen así nomás sin aviso.
En que te enteras que la persona con la que te revuelcas tiene diez años menos que tú.
O diez años más, que es peor.
En que descubres que tu pequeña hija tiene sexo con alguien que podrías ser tú, y eso está para preocuparse.
Cuando los pantalones ya no cierran por más contorsiones que hagas.
En que tu hermano menor te dice que te vistes como ruquito.
En que te descubres escuchando los mismos discos que hace diez años.
En que te da hueva ir a ver una “película de arte”.
En que solamente quieres ver películas de arte.
En que caes en la cuenta de que, ni has tenido un hijo, ni has plantado un árbol, ni has escrito un libro.
En que la vida se parece cada vez más al cacahuate japonés debajo del sofá frente a la tele.
Hay días así.

jueves, junio 15, 2006

Que veinte años son nada...

Apunta Nancy M. Kason en Borges y la posmodernidad: un juego con espejos desplazantes que fue en realidad Jorge Luis Borges el que introdujo las características de producción cultural y comprensión del mundo que hoy conocemos como posmodernidad dentro del horizonte creativo de la literatura contemporánea. Borges se ha convertido a lo largo de los años en una especie de tótem literario del cual hablar, opinar y maldecir, acciones que se contraponen tristemente con las posibilidades que otorgan el simplemente leerlo. Hay una cantidad enorme de gente que habla de Borges con una familiaridad que se adivina en un cuate al que vemos en el antro: “es que Borges está bien chido. Sus cuentos son reteposmodernos y complejos en su construcción”. Cosas así me ha tocado escuchar. Borges se ha convertido más en un tema, que en un autor leído.

La reflexión anterior viene a cuento en el veinte aniversario luctuoso de este enormísimo cronopio (usando una expresión del otro tema argento no leído: Julio Cortázar). Veinte años de la ausencia de un escritor que en sus últimos años dictaba sus ideas más que escribirlas. Esa es una de las imágenes más poderosas que acuden a mi mente, la de un cancerbero ciego en una biblioteca llena de libros que están hechos para verse. Imagen que me ayuda a imaginar cuadros de hiperrealismo no realizados. Las sombras de una biblioteca (estereotipo que no repara en que la mayoría de las bibliotecas son de los sitios más iluminados) cayendo dramáticamente sobre un rostro avejentado que tiene los globos oculares completamente blancos. Como el Custer de Spawn. Sé que no es una analogía afortunada, pero es así como yo me lo imagino.

Por otro lado escribir sobre Borges siempre nos lleva a plantear cuestiones revolcadas hasta la saciedad y que rayan en el lugar común: Borges autodidacta que aprende inglés, francés y alemán solamente leyendo libros en esos idiomas; Borges consumidor incansable de artículos de enciclopedia; Borges con incapacidades narrativas para escribir una novela; Borges que queda ciego en una de sus épocas más productivas; el Borges con un asunto edípico no resuelto hasta el día de su muerte; Borges de militancia derechista sin arrepentimiento; Borges en pugna ideológica con Cortázar; Borges fundador, admirador y promotor de los llamados “subgéneros” literarios: el relato policiaco, el cuento de horror, la literatura fantástica; Borges reteamigo de Bioy Cazares; Borges el mejor cuentista del mundo; Borges el de las múltiples interpretaciones; Borges el del cronotopo cero; Borges el de la Argentina perdida de los tangos, el arrabal y el lunfardo; Borges el del cosmopolitismo que encuentra su referencia en el universo; Borges el de la inmensa influencia sobre autores contemporáneos que creen estar encontrando el quid de la creatividad literaria (¡Oh, Dios, escribir un cuento con referencias a todos lados y a ninguno); Borges, como diría cualquier snob pretenciosillo del eje Coyoacán-Condesa-Centro Histórico, “el del Aleph”. Queda entonces preguntar: ¿qué chingados puedo yo escribir sobre Borges?

No quiero escribir sobre Borges. O sobre el nacimiento de Borges. O sobre la muerte de Borges. O sobre lo-que-Borges-significa-para-mí. O sobre qué haría si pudiese regresar. Mejor transcribo a Borges:

“[...] No sé si volveremos en un ciclo segundo
como vuelven las cifras de una fracción periódica;
pero sé que una oscura rotación pitagórica
noche a noche me deja en un lugar del mundo

que es de los arrabales. Una esquina remota
que puede ser del norte, del sur o del oeste,
pero que tiene siempre una tapia celeste,
una higuera sombría y una vereda rota.”
[De “La noche cíclica”]

Postdata aclaratoria:
Existe un oscuro personaje que pretende arrogarse la vida, obra e influencia del genial argentino. Su nombre es José Luis Borgues. No es el mismo. Uno pertenecía a la derecha y al otro no lo leen ni los de derecha. Sus obras son escasamente conocidad y, al parecer, son resultado de seminarios de superación personal chafa y de cursos de inglés de academias patito. Para mayor referencia ver la entrada “Vicente Fox”.

jueves, junio 08, 2006

El día de las bestias (y una bella imposible)

Y entonces Dios dijo, en aquellos días se levantarán hombre contra hombre y mujer contra mujer (como en la canción de Mecano), y aparecerán imágenes horribles en el televisor. Y ésas serán las bestias. Y las bestias lanzarán fuego por sus pupilas y excremento por sus fauces. Y se morderán entre ellos y el que triunfe devorará lo que quede del país en donde amanezcan. Y esto tendrá un día especial y un día único y un día nefasto. Y el día será el 6/6/6 y se transmitirá en cadena nacional. Y entonces se verán sus horribles rostros como de cien torturados, y se escucharán sus malditas voces como de martillos golpeando sobre martillos. Y se olvidarán los placeres y todo será oir a las esfinges salidas del maldito infierno. Y la hora será las ocho treinta y el canal el número cinco, porque el número cinco será el canal y las ocho treinta la hora. Ni las nueve, ni el canal 13. La hora será a las ocho treinta y el canal el número cinco. Y las bestias también serán cinco y entre ellas se llaman así.


La bestia proyectista. “Tengo más de mil quinientos proyectos elaborados por especialistas y que serán llevados a cabo cuando llegue a la silla presidencial”, dirá la primera bestia y enseguida dirá que el mundo está al borde del colapso. Que él es el indicado. Si sobrevivió a la destrucción de un partido político que detentó el poder durante casi un siglo no podemos poner en duda su capacidad de sobrevivencia. Entonces la bestia verá el resultado de las encuestas y, sin más, se orinará en los pantalones. Su voz desaparecerá del espectro electromágnetico con un lastimero grito que se oirá en las cinco sedes nacionales de los partidos: “¡¡¡síganse riendo!!!, ¡¡¡síganse riendo!!!”.


La bestia pedagógica: Y entonces vendrá la segunda bestia y ella dirá que primero hay que saber de qué se habla. Y dirá “Gobernabilidad es la capacidad de que el gobierno gobierne”; y también dirá “política es esto” y “migración es aquéllo”. Su cara se llenará de definiciones y de significados. Pero como es una bestia menor (en tamaño, al menos) será lanzado al más profundo de los infiernos. La bestia comenzará a gritar todos las entradas y todas las definiciones de la Enciclopedia Británica y los demás lo tendremos que oir por los siglos de los siglos. Esta bestia se despedazará finalmente en millones de fotografías de Elba Esther Gordillo que caerán sobre nuestra casa, así como en formatos por quintuplicado de la Secretaría de Hacienda.


La bestia sonriente. Y aparecerá la bestia que sonríe todo el tiempo. Y sonreirá y sonreirá todo el tiempo. Y dirá que el país se va a la mierda, pero sonreirá. Y entonces dirá “Las mentiras sólo las dicen los mentirosos”, y el auditorio dirá “¿¡no mames!?”. Pero la bestia seguirá sonriendo. Y atacará de manera artera y de manera decidida y de manera faulera. Y seguirá sonriendo. Y asegurará que el no firmó el Fobaproa, necios ignorantes, sino que aprobó el IPAB. Y seguirá sonriendo. Y sacará fotografías del Pingüino acusándolo de perjuro. Y seguirá sonriendo. Y dirá que el infierno de la bestia feliz está completamente endeudada. Y seguirá sonriendo. Y anunciará su triunfo contundente en todas las encuestas. Y seguirá sonriendo. Y entonces se verá las manos limpias que todos sus compañeros de partido le estrechan. Y seguirá sonriendo. Y cuando vea cómo le dejaron las manos los Fox, los Sahagún, los Fernández, los Espino, los Abascal, los Serrano Limón... Seguirá sonriendo...


La bestia feliz. Y aparecerá la bestia feliz y la bestia zen y la bestia amigable. Y dirá “No me gustan las venganzas, yo soy una bestia feliz”. Y se lanzará en contra de la bestia sonriente y atacará a sus cuñados y dirá que su proyecto es alternativo. Y no medirá su tiempo. Y lo callarán. Y se pondrá triste. Y la bestia feliz anunciará el nuevo reino en donde todos serán felices: los adultos mayores (o sea los rrrruuuuucooos), los jóvenes, los migrantes, las mujeres, los campesinos. Y la felicidad desbordará a la bestia. Pero la bestia sonriente le recordará a su chofer y la bestia feliz ya no será tan feliz. Y sin embargo dirá “Alégrense”.


La bestia despreciada. Y aparecerá otra bestia que reclamará su lugar en el Apocalipsis. Y dirá a los reporteros afuera del World Trade Center: “bnreoi bhusadh buqwdh hjhvoa kkjdsoo brummsggsya”, que en castellano quiere decir: “déjenme preguntarle a alguna autoridad si puede recibirme, si me van a dejar entrar al debate”. Y la bestia será despreciada y se irá a un infierno similar y desde ahí maldecirá mil veces al sistema político. Y dirá que el sirve solamente a Dios (de los infiernos) y al pueblo (que trabaja en las Farmacias de Similares). Y la bestia se irá refunfuñando y diciendo: “szxbpifwfnwpig8hgqnbkjhgbjjkjbnjkujkhgi78sh”, que quiere decir: “Volveré con mis simivitaminas”.


La bella imposible: Y la única coherente de todas será mujer. Mujer será y será mujer la única que lleve las verdaderas propuestas y las verdaderas verdades. Y hablará de gente común y corriente y nadie la oirá. Y sabrá que no puede ganar (¡qué lastima!), y que seguramente no podrá gobernar, pero pedirá los votos para conservar el registro. Y hablará de minorías y de violencia intrafamiliar y de revocación de mandato y de pluralidad de voces. Y nadie la oirá. Y sería la presidenta perfecta, si la inercia no fuera tan irrenunciable. Y algunos, tal vez, la oiremos.


(Esto es una versión libre de lo que yo creo que pasó en el debate (que ni fue debate), de las propuestas presentadas (que nadie sustentó en los cómos), de los agravios recibidos y de las acusaciones mutuas. Creo que la única decente del grupo fue la candidata de Alternativa, pero en fin, parece que eso ya no importa).


Pd. ¡Ah!, por cierto, el mundo no se acabó ayer. ¡Con lo que yo esperaba no tener que ir a trabajar hoy!

martes, junio 06, 2006


Para Norma

Tú que sabes lo que es la mordida del insomnio. La llama incandescente de los fantasmas del recuerdo. La que pasó el tiempo creyéndose Ana Karenina con un ardiente deseo disfrazado de libro en el andén de aquella estación. La estación se llamaba Memoria. Ahí, paradita sobre tus incendios. Mirando cómo el atardecer era igual de gris que la mañana, y saludando a las gaviotas que raudas volaban hacia el sur. En busca del calor de otras arenas, las risas de otros niños, los besos de otros lagos.

Tú que sabes lo que es aspirar el vaho que acaba de salir de tus labios. Que te ahogas con el mismo aliento que respiras interminablemente. Déjalo ir. Que se vaya a fecundar semillas germinadas de olvido. Alfalfa del dolor que se asoma en el poniente. ¿Hacia dónde caminan los suspiros extraviados? Sin brújula no pueden llegar muy lejos. Estás en el abismo, suspendida por las cuerdas de tus propios miedos. Déjate caer. Siente el impacto. La historia sobre un tipo que se deja caer de un edificio de cuarenta pisos. Lo peligroso no es la caída. Es el aterrizaje. Aterriza de cabeza. Muérete. Y después sacúdete y echa a andar.

En la vigilia, los necios de recuerdo nos hallamos. Hemos dibujado más constelaciones que cualquier astrónomo aficionado. El sueño se nos niega porque habitamos consistentemente en las pesadillas. ¿Cuánto nos falta para despertar? Si sientes que las lágrimas resbalan sin aviso, que el aire del cuarto se contrae, que, por más que quieres evitarlo, los sollozos acuden puntuales a tu garganta. Que los zapatos aprietan. Que las ropas acaloran. Que el frío inmenso nos pone la piel del alma sembrada de granitos. El frío es el miedo. La soledad el hielo. La sonrisa ausente. La vida esperando ya impaciente.

Tú que revuelves cartas, silencios, promesas, vacíos, ojaláses. Cierra ese cajón. Huye corriendo. Afuera te espera una nueva vida. La que quieras construir. La que lleve tu marca, tu señal, el sentido del estar. Cierra la puerta de esa casa desvencijada. De ese mundo apolillado. Lánzate en un viaje sideral hacia la nada. Construye el nuevo tiempo, el sitio correcto, las visitas esperadas. Visita de vez en cuando una botella. Hasta que el líquido se agote. Se pierda entre tus venas. Y surja entonces el coraje de saberte sola. Pero como sola, única. Dueña de las letras que digieres, de las fotos que caminas, de los besos que regalas. Dueña de ti. De tu cuerpo. De tu alma. De tus sueños. Dueña del perro despertador, del gato que se estira entre las sábanas, del café caliente a mediodía, de dormir sin pena y sin mañana. De sentir en los labios el sabor de la vida que regresa. El sabor de los días, de las semanas. El nuevo tiempo comprimido en mil tabletas de alegrías no habitadas.

Tú que a partir de hoy dormirás sin preocuparte. Por todo lo que no has soñado ni vivido por estar absorta en el pasado, la vida anterior al puerto presentido. Tú que no sabes qué hacer, ni a dónde ir, ni a quién culpar. Tú que te sientes aludida. Sonríe, levanta la cabeza y entérate: no estás sola.

lunes, junio 05, 2006

Cosas que no se tendrían que hacer a los niños

1. No hay que hablarle a los niños como si fueran retrasados mentales. Cada vez que algún nuevo miembro de la cofradía de amigos o conocidos cercanos, o ya de plano la señora que viaja en el metro, se pone a hablar con un niño que todavía no asimila bien la onda del hablar, me dan escalofríos. Las “conversaciones” giran en torno a cosas tan edificantes como: “Bebé, bebé, agu gu ta-ta el bibi”, “como tà, como tá”. Una vez vi a un niño señalando un auto y a la madre decir, “rrrrunn, ruunn, el carrito, ¿te gusta el carrito?”, cuánto no hubiera dado para que en ese momento el niño volteara a ver a su madre y le dijera: “¿Carrito? Pero tú estás mensa o que te pasa. Es un Mercedes, una joya de la ingeniería alemana, debieron construir aviones pero terminaron construyendo estas obras de arte. ¡Carrito! A ver si te cultivas un poco, eh, madre”.

2. El ratón de los dientes no existe. Una de las cuestiones más sádicas que he visto es aquella en la que las madres convencen a sus pequeños cachorros de tirarse los dientes de leche con el mito del ratón de los dientes. ¿Cuántas torturas físicas o psicológicas no habrán tenido que soportar los escuincles con tal de disfrutar de una mísera moneda de diez varos? Además, ¿se imaginan el terror de un chamaco que se despierte a media noche y vea a un enorme ratón bigotudo cargando una bolsa de monedas y sosteniendo en otra una cantidad ingente de colmillos apestosos y cariados? El terror. Además, con ese mito de los ratones, lo único que estamos consiguiendo es que nuestros niños aprendan a odiar a los gatitos por cuestiones puramente monetarias.

3. Ser niño es lo más maravilloso del mundo. Cosa que puede ser cierta, a excepción de los siguientes casos: 1. Cuando eres más pequeño que los demás y todos te agarran de su puerquito; 2. cuando eres el matado del salón y todos están autorizados a hacerte burla; 3. cuando tu mamá es muy guapa y todos los guarros de sexto te gritan “m'ijo” (o cuando es tu hermana y tu apodo de toda la vida se queda en el “cuñado”); 4. cuando tu mamá cree que un cocktel de frutas o un sandwich de germinado es más rico que una jícama callejera con miguelito o un raspado con hielo de agua tratada; 5. cuando tienes una mamá que cree que vives en el Polo Norte y te pone encima hasta tres suéteres, uno tras otro; 6. cuando tu papá es repedote y tienes que aguantarlo cuando le dice a sus cuates de briaga: “éste es mijo, éste si va ser bien chingón”; 7. cuando te besuquea la tía gorda de pésimo aliento mientras te aprieta los cachetes; 8. cuando te mandan a dormir temprano porque se va a hablar de “cosas de adultos” lo cual quiere decir que los “grandes” van a hacer guarradas, embrigarse hasta morir y pelearse porque se acabaron los hielos; 9. cuando te obligan a jugar con los primos que te caen en la meritita punta del Everest; 10. cuando tienes que acompañar a tu hermana cuando sale con el novio al cine, para que no se la cachondee muy recio en la semioscuridad del recinto; 11. cuando te dicen que por ser niño no sabes nada, así que te callan. Aparte de estos inconvenientes, y otros que no menciono, ser niño no es precisamente el paraíso que todos pintan.

4. Ser bueno quiere decir hacerle caso a los padres. Mentira. Por lo regular, son los padres los que llenan de la mayor cantidad de prejuicios y malas mañas a los niños. Algunos ejemplos. “Si habla por teléfono tu abuelita, dile que no estamos, pero que nosotros le regresamos la llamada”. En el metro: “métete por debajo del torniquete, a fin de cuentas que todavía cabes”. En la alimentación: “hoy no tengo ganas de hacer de comer. Vamos al McDonalds”. En la escuela: “llévale este regalito a la miss, a ver si así no te reprueba”. Etc. Etc. Etc.