lunes, febrero 22, 2021

“Tengo que estar yo, tenemos que estar nosotros…”

 


Las aventuras de la China Iron (Buenos Aires, Random House, 2017) es un libro atípico dentro del universo de la literatura contemporánea de América Latina. Gabriela Cabezón Cámara (San Isidro, Argentina, 1968) deconstruye de manera asombrosa a uno de los mitos fundantes de la identidad del Río de la Plata: el gaucho. Y no cualquiera, hablamos de EL gaucho, Martín Fierro. En su novela nos asomamos a una historia en donde lo femenino tiene un protagonismo que confronta de manera evidente con el mundo machista y misógino alrededor de la literatura gauchesca.

         Josephine Star Iron, como es bautizada por una inglesa extranjera, cuenta su historia en primera persona. Narra a lo largo de las páginas la manera en cómo de la marginalidad total de la indefensión y el anonimato en la pampa salta a la construcción colectiva, tolerante e idealista de una utopía que funde las posibilidades de libertad de la vida en la pampa, con el misticismo telúrico de los indios y la abundancia de la frontera selvática que separa al Paraná del resto de la inmensa llanura de hierba. La protagonista es la China Fierro, de origen, porque a los 14 años será violada por el viejo Fierro que, descubrimos, no es otro que el mítico Martín, el gaucho matrero que se hará civilizado, según la versión de su intérprete y traductor José Hernández.

         Hernández también aparece en esta novela que navega de manera gozosa entre la ficción, la mitología rioplatense y la historia de esa zona del continente. Los personajes aparecen como personas y al revés, sin mayor problema. La China Iron cuenta su iniciación homosexual, su conocimiento de los placeres que se le habían negado a partir de su vida dedicada a satisfacer únicamente a los hombres que la rodeaban y debían, en hipótesis fallida, protegerla. José Hernández aparece como el estanciero civilizado y culto a quien le gusta hablar en inglés y que se deja arrastrar por los vapores alcohólicos y por los encantos de la lady galesa que más de un truco trae bajo la manga.

         La naturaleza se revela de maneras múltiples. Es una novela que huele a hierba, a perro mojado (ese fiel Estreya, que le da su primer apellido a la China), a asado con maestría, a bosta, a sudor, a sexo, a tierra inundada, a leche recién ordeñada. Lo que hay en la prosa de Cabezón Cámara es una sinfonía que se regodea en la reproducción de las descripciones de aquello que atañe a los sentidos.

         Hay también una aspiración a modificar los destinos crueles de la historia nacional argentina, de las mujeres insertas en el ámbito rural y de los indios masacrados en la denominada conquista del desierto y sus ansias civilizadoras. La narración transita de una descripción casi naturalista y tremendista, a una especie de retorno a los pasajes bucólicos de las mejores Crónicas de Indias, esas que asombradas desde su mirada europea anunciaban la existencia del Paraíso Terrenal en el Nuevo Mundo.

Ese mundo es construido por y para las mujeres. Por tanto, es un mundo muy distinto a éste. Dice la China: “En mi nación las mujeres tenemos el mismo poder que los hombres. No nos importa el voto porque todos votamos y porque podemos tener tantos jefes como jefas o almas dobles mandando”. Y también, como anuncio de la esperanza de la utopía, o quizás de su imposibilidad: “Sabemos irnos como si nos tragara la nada: imagínense un pueblo que se esfuma, un pueblo del que pueden ver los colores y las casas y los perros y los vestidos y las vacas y los caballos y se va desvaneciendo como un fantasma: pierden definición sus contornos, brillos sus colores, se funde todo con la nube blanca. Así viajamos”. Un excelente libro con una propuesta, sin duda, revolucionaria.

viernes, febrero 19, 2021

Vetas de memoria y de ficción

Ahora que el norte del país se encuentra en crisis energética, el papel de los mineros que laboran en las explotaciones de carbón adquiere nueva relevancia en cuanto el mineral se ha convertido en una de las opciones más viables para solventar la falta de gas para generar electricidad. Esas minas de carbón han existido por siglos en diversas zonas del norte de México, sin embargo, el estado de Coahuila tiene una tradición bastante nutrida al respecto.

         De Coahuila precisamente es Román Guadarrama (Nueva Rosita, 1963), a quien la Secretaría de Cultura de ese estado le ha publicado en el año de la pandemia su libro Cuentos de la Mina Seis. Este volumen tiene como eje principal, tal como su nombre lo indica, el contexto minero de Coahuila, en especial de la zona aledaña a Nueva Rosita. Es un volumen que incluye 18 textos que relatan historias diversas, pero todas con el común denominador de ocurrir en esa zona del país.

         Decía García Márquez, o alguno de sus exégetas, que la mejor forma de escribir sobre cuestiones y problemáticas humanas, globales, universales, era, precisamente hablar sobre lo que más se conocía. Sobre el contexto local en donde el escritor crece y en donde comienza a percibir a través de sus posibilidades de mediador entre la memoria, la ficción y la realidad, la forma de preservar esas historias. Guadarrama consigue, desde mi perspectiva, aportar en la preservación de esa memoria colectiva.

         Porque si algo no se puede negar al hacer la lectura de este volumen es que la tradición oral del relato está muy presente. Se percibe una arqueología de anécdotas e historias que se cuentan de padres a hijos, de abuelos a nietos, o de amigos a amigos ante la botella de mezcal en alguna de las muchas cantinas que hay en la región. Abundancia de la cual dan noticia muchos de los relatos incluidos en el volumen.

         Ese recopilar de historias con ascendencia popular y propias de la memoria colectiva, implica decisiones que el autor aborda de manera adecuada: una de ellas es no ceder ante la corrección política en términos de lenguaje o de los contextos que describe al contar lo que cuenta. Tenemos una literatura que exuda testosterona y machismo por parte de sus personajes. Los hombres que aparecen en los cuentos expresan su amor, su deseo, su rabia, su valentía o su fracaso a través de un machismo que es endémico incluso por la época que refieren algunos de sus relatos.

         El hecho de que la percepción de lo oral aflore en los cuentos no implica que no exista talento o capacidad para el uso de las herramientas que la ficción provee, nada de eso. Las historias son entretenidas, rehúyen el aleccionamiento moral o de otro tipo, no se preocupan por ser explosivas o hiperbólicas en búsqueda de un final sorpresivo. Son lo que son: buenas historias.

         Acudimos a la trama de un entrenador extranjero de beisbol cuyo peregrinar y florituras lingüísticas se deben a la constante persecución de una prostituta que lo atrae y lo repele de tiempo en tiempo condenándolo a un interminable peregrinar; las disputas laborales por la seguridad en los tiros de las minas, disputas que se recrudecen con la explosión sorpresiva o la muerte como tributo de los habitantes de esa tierra a sus profundidades; cuentos de aparecidos que buscan la salvación o la confirmación de su propia muerte; la crónica de cómo la industria fundó nuevas ciudades aunada a la fortuna o la ruina de sus habitantes; hombres alcoholizados cuya rabia anima a abrir en canal a sus agresores; familias que sobreviven con las becas escolares de sus hijos; prejuicios de los abuelos con respecto de los zurdos y sus maldiciones; historias que reconstruyen los mitos del Lejano Oeste, pero en el norte mexicano; muebles malditos por quienes los usaron a lo largo de toda su vida; la integración de los adolescentes a la dura vida laboral por haber ganado apuestas que terminan en matrimonio; hombres y mujeres cuyas vidas giran alrededor, dentro o influidas por la actividad de la minería y la explotación del carbón.

         Cuando era niño escuchaba a mi padre conversar con otros trabajadores del campo acerca de muy diversos temas. Había una frase que siempre imponía atención: “¿se saben el cuento de…?”, a esa voz todos los oídos reaccionaban con el silencio que presagiaba una historia interesante. La mayoría de las veces lo eran. Yo pensaba en aquel entonces que “cuento” era sinónimo de “chiste” y siempre quedaba frustrado por los desenlaces anticlimáticos o repentinos de las historias que se contaban en el corrillo del almuerzo entre faena y faena. Mucho después entendí el sentido de la palabra, implicaba contar algo, relatar un suceso que funcionaba como encarnación de la memoria y, ahora lo sé, de la identidad de ese grupo de personas. Creo que el trabajo de Román Guadarrama deriva por esos senderos: es un documento que nos sirve para preservar y visibilizar las historias, lenguaje, modos, costumbres y visiones del mundo de los habitantes de la zona minera de Nueva Rosita y sus alrededores. Un trabajo que alguien debe de hacer y que, aquí, cumple con su cometido.

 

El libro lo pueden descargar gratuitamente aquí: Cuentos de la Mina Seis de Román Guadarrama (clic)

 

miércoles, febrero 17, 2021

Construir un alephcito


En Empacados al vacío. Ensayos sobre nada (Cuadronegro, 2013), Brenda Ríos (Acapulco, Guerrero, México, 1975) reúne una serie de textos que se ubican bajo el centáurico nombre de ensayos, pero que coquetean y lindan con otros géneros de manera intermitente. 
      Hay en algunos un fuerte tono lírico, un buen cuidado de las imágenes poéticas que hacen que el lenguaje se convierta en un elemento importante de lo que se lee. No hay sólo un mensaje que describe, alecciona, entretiene o dialoga con el lector, hay también una forma elegante de utilizar las palabras para que su efecto sea resonante y genere un eco que prolonga su presencia en la mente incluso tiempo después de haber concluido su lectura. 
     En otros priva el tono casi periodístico de la crónica, de una narrativa que describe tipos humanos a través de sus comportamientos, etopeyas de personas a las que no se debe describir físicamente porque al saber qué hacen, nos formamos una imagen que nos permiten visualizar aquello que la autora nos transmite, sin necesidad de rostros o fisonomías específicas. 
     Son textos cortos que abordan los más diversos temas: el aspecto de los entornos (las ciudades, los pueblos, las playas); las causas, consecuencias y azares de las pasiones y debilidades humanas (la amistad, el amor, el sexo); el relato de las rutinas que permiten la sobrevivencia en el plano de lo práctico económico; los avatares de dedicarse a la literatura, o a la creación en general, en un país que no lee y cuyos referentes estéticos están delineados por los mass media; la nostalgia, la memoria, el recuerdo; la autoficción (sin la pretensión de serlo); la recuperación de los territorios que la geografía y el tiempo vuelven significativos. 
      Es un libro atípico, una rareza que envuelve al lector con sus múltiples cuadros y reflexiones. Que lo hace detenerse a pensar, pero no mucho, porque el siguiente texto acecha en la página siguiente y presagia nuevas emociones y reflexiones. Es un libro lindo, entretenido, divertido (a pesar de la densidad de varios de los temas abordados, el humor se cuela como duende travieso); a pesar de su extensión, se deja leer de manera amable y sólo se abandona su lectura porque los deberes laborales, la necesidad de lavar los trastes o la previsión de dormir temprano interrumpe su disfrute de un solo jalón. 
     El subtítulo del volumen, Ensayos sobre nada, es una trampa. Lo que yo observé fue, más bien, una aspiración totalizadora del entorno de quien escribe. Una capacidad de observación sobresaliente para encontrar en las cosas en apariencia nimias reflexiones sobre la transitoriedad, el cansancio, la tentación del abandono. Más que la nada, lo que hay es un pequeño todo: la mirada atenta de Brenda Ríos. Aquí ha construido un pequeño aleph al cual podemos asomarnos para experimentar un mareo y un vértigo similar al que nos generan los juegos mecánicos o el jugueteo amoroso. Sentimos que algo se nos revuelve en las entrañas, pero no podemos esperar más para volver a experimentar tal sensación. Muy recomendable.

martes, febrero 02, 2021

La historia y la ficción

 



En Historia e imaginación literaria. Las posibilidades de un género, Noé Jitrik teje claro sobre uno de los géneros literarios más populares del mundo contemporáneo: la novela histórica. En este texto, el autor se propone analizar algunos de los elementos que configuran esa propuesta que une lo histórico con lo ficticio. Los relatos que mezclan aquellos que se someten a verificación documental o investigativa y los que surgen de la narrativa fundada en la ficción.

         Conflictos como el que contrapone en apariencia las nociones de ficción y verdad se traducen en términos de saber y relato. Es decir, la novela histórica como un oxímoron que se llena de significado merced a los mecanismos que le permiten existir. El tiempo, el espacio, las relaciones sociales, el sentido del devenir y las múltiples interpretaciones del hecho histórico se presentan como problemáticas que se cristalizan en este género que presenta los hechos “que ocurrieron” a través de la reconfiguración de los espacios, contextos y personajes productos de la imaginación del autor.

         Ideas interesantes como el auge de novelas históricas como respuestas a crisis nacionales de identidad o de proyecto. Jitrik plantea tres antecedentes de la narrativa histórico-literaria: la literatura isabelina (en particular Shakespeare y el drama histórico); el enciclopedismo francés (el drama y la naciente novela); y el Siglo de Oro español (con el objeto elusivo de las Crónicas de Indias).

         Pero, sin duda, el gran impulso del género está representado por el Romanticismo y su posibilidad de construcción de personajes que aluden a su relación con ideas como la patria o la revolución. Será este periodo en que la recuperación de tradiciones que fundan lo nacional, y que remiten a relatos medievales o de la memoria de los pueblos, adquieren relevancia.

         Una de las cosas dignas de mención es el esfuerzo que el crítico hace por referir en sus reflexiones no a un canon europeo como único o central, sino a las conclusiones que llega al “traducir” esos procesos de creación al ámbito latinoamericano. Nombres como los de Simón Rodríguez, Manuel Belgrano y Servando Teresa de Mier aparecen como parte de los antecedentes de la narrativa histórica novelada en América Latina. En este sentido es innegable el papel que este tipo de relatos tuvo para la conformación de una idea de nación, e incluso en la configuración de los arquetipos latinoamericanos, como el gaucho, el indio o el migrante.

         Las reflexiones avanzan hacia adelante en el tiempo hasta tocar manifestaciones más cercanas como las novelas del dictador o los tratamientos contemporáneos de diversos personajes y épocas de la historia de nuestros países. Con énfasis en las dinámicas de representación, Jitrik construye un texto que puede servir de cimiento bastante eficiente para entender los procesos que han dado como resultado el intento de construcción de un relato que se muestra, incluso, más eficiente que las mismas disciplinas históricas desde su rigurosidad académica en el objetivo de difundir el relato de lo histórico. El problema, siempre, es la naturaleza de las versiones representadas.

         Proceso de construcción y deconstrucción, la novela histórica, a decir de Jitrik, permite la introspección y la posibilidad de pensar en el ser identitario a partir de los modelos, los arquetipos o los traumas encarnados a través de las tramas de nuestra, hoy en día, nutrida novelística histórica.