jueves, agosto 31, 2006

Trámites

Hay que tener valor para hacer trámites en este mundo.
          Sé que la situación no está como para andarse quejando, pero una de las cuestiones que siempre tomo en cuenta para decidirme a hacer tal o cual cosa es la cantidad de trámites que eso implica. Odio los trámites. Odio las filas. Odio las fotocopias por triplicado. Odio las fotos "de estudio" en las que el que sale impreso es un güey completamente distinto al que se retrató. Odio las pinches siglas: el CURP, el RFC, la CLABE... Odio a los dependientes con genio de gorilas mal-desayunados cuya forma de comunicación esencial es el gruñido. Odio a las secres con postura de "me tienes que soportar con toda mi mamonería o paso tu fólder hasta el último turno". Odio a las y los secres discriminadores que creen que el tipo vestido de trajecito y corbata es menos hijo de puta que los que traemos nuestra playerita de Green Day. Odio a los cabrones que se meten a la fila. Odio a los pinches bien-recomendados-por-el-licenciado a los que le vale puritito pene de pollino el hecho de que yo tenga formado dos horas y mi turno aparezca allá por el fin de los tiempos. Odio las maquinitas repartidoras de turnos. Odio a los policías que te clavan la mirada como si lo que llevaras en tu mochilita fuera una bomba para derrumbar el pinche edificio. Odio llenar formas que luego nadie solicita. Odio tener que escuchar las explicaciones que le dan a un baboso frente a mí de cómo llenar una ficha de depósito ¡por cuarta vez!
          Crónica de una de mis fobias que ni siquiera llega a ser trámite: acudir a un cajero automático. Los cajeros automáticos se pensaron inicialmente para paliar las inmensas colas que se hacían frente a los atribulados cajeros (personas) que atendían los retiros de los disciplinados ahorradores (y para que el banco corriera a un buen número de éstos, p.e.). Sin embargo, hoy en día las colas en los cajeros automáticos son una de las torturas más eficaces si tú no eres de los que se encuentran hasta enfrente de la fila. Si es un día de quincena, pobre de tí. Me ha tocado ver de todo: gente que lleva hasta cinco tarjetas y saca el sueldo de cinco de sus compañeritos tardándose lo que se tardarían dos babosas en aparearse (no lo sé con exactitud, pero ha de ser un chingo de tiempo); señoras que llevan sus lentes para leer la pantalla y el papelito donde llevan anotado su número confidencial y que deben necesitar tres graduaciones más porque siempre terminan pidiéndole a alguien que las ayude. En fin.
          Lo que más me molesta, sin embargo, es lo más injustificable. Un tipo entra a los cubitos que sirven de refugio a estas maravillas electrónicas (porque de que son prácticas, son prácticas) e inserta su tarjeta. Lo que pasa en los siguientes veinte minutos es un misterio indescifrable. El tipo mira atenta la pantalla, presiona botones, menea la cabeza, saca la tarjeta, la vuelve a meter, imprime algo, pulsa más botones, retira algo de efectivo, vuelve a imprimir algo y así hasta que el primer neurótico, que suelo ser yo, grita: ¡Las transacciones a Suiza o las Islas Caimán las tienes que hacer con el ejecutivo, pendejo! Después hago como que no digo nada y a veces, pero sólo a veces, el interfecto se sale del cajero explorando caras de posibles sospechosos. Yo me hago buey, me meto al cajero y tardo los exactamente 31 segundos que la máquina se tarda en entregarte tus billetitos para salir del lugar. ¿Por qué el otro tipo se tardó tanto para retirar cien varos? Misterio.

miércoles, agosto 30, 2006

Noticia de último minuto

Parece que el planeta Plutón se encuentra muy emplutado por haber sido expulsado del Sistema Solar. Fuentes cercanas al susodicho planeta han afirmado que buscarán por todos los medios la reinclusión de su frío cuerpecito planetario dentro de la nómina del Sistema Solar. Para esto, han llegado con una inmensidad de naves espaciales llenas de pruebas contundentísimas para demostrar que lo que se ha hecho es una injusticia sin nombre.

Entre las pruebas se encuentran cerca de cuatro mil setecientas ochenta y cinco maquetas de niños de secundaria en las cuales Plutón figura en el último sitio del listado y formado conjunto de planetas del mencionado sistema. La más contundente es la maqueta del niño Idalito Ñoñez que imitó con una lámpara de sesenta watts la intensidad calorífica recibida, el tamaño y la inclinación polar de dicho planeta. Asimismo, se presentaron cerca de dos millones de copias piratas de la enciclopedia Encarta (al parecer la fuente de consulta más socorrida en la actualidad) en la que el planeta aparece aún como parte de este conjunto de cuerpos celestes. Microsoft no ha declarado nada al respecto.

Plutón por su parte guarda un tenso silencio, aunque sus allegados aseguran que ya ha sostenido pláticas con los asteroides ubicados entre Marte y Júpiter, así como con dos de las lunas de Saturno que se quieren independizar, para fundar el movimiento de resistencia por el reconocimiento de los cuerpos espaciales en situación de desventaja dimensional. Se rumora que el primer evento será el bloqueo de la ruta del cometa Halley en los próximos setenta años.

Seguiremos informando.

martes, agosto 29, 2006

Estaba en la mañana quitándome las lagañas...

Tengo tiempo sin parar la vista por un noticiero. Sé que eso me clasifica dentro del género de los inconscientes, apáticos, apolíticos, apátridas, aliado del imperialismo, vendepatrias y demás (todo lo anterior para mis amigos izquierdosos y militantes que no han entendido que la política es el ejercicio del diálogo y de la administración, no la toma de partido inflexible y, las más de las veces, contradictoria, en fin). Resulta que las jetas de los lectores de noticias y las mesitas de debate entre sesudos periodistas e intelectuales (intectualiens, decían por ahí los neonidas), me generaban una sensación parecida a, digamos, leerme las memorias estenográficas del Doctor Simi (que ahora resulta es el nuevo ruco-héroe de Chapultepunk, al habernos librado del dictador AMLO con su supuesto millón de votos obtenidos) o los relatos eróticos de la relación entre Adela Micha y el Güero Castañeda en audio-libro y con efectos de sonido producidos por el mamón de Martín Hernández (es un talentosísimo el hijo de puta, pero eso no le quita lo mamón). Hueva pues.
          De la misma forma, tiene como cuatro años que no leo La Jornada y vivo feliz. De hecho, de este periódico lo único que extraño son las Histerietas en las que salían los monos divertidísimos del Santos contra la Tetona Mendoza (hoy publicados por la trasnacional (y harto imperialista en términos editoriales) Ediciones B (o Zeta, ya no me acuerdo de la letra).
          A lo que voy es que hoy en la mañana, mientras me preparaba unas Zucaritas con lechuga para irme con harta energía a dar mi clase a la Ibero, me quedé un rato viendo el noticiero de Víctor Trujillo (el otrora añorado Brozo de El Mañanero y La Caravana) y me encontré con que el mundo está igualito que hace dos meses que lo dejé a la buena de Dios. Sigue la incompetencia, el analfabetismo y la inocuidad de nuestro gobiernito de caricatura (y de nuestros candidatitos de caricatura, y de nuestros complotistas de caricatura, y de nuestros bloqueadores de caricatura, y de nuestros triunfalistas yuppies de súper caricatura). Nada ha cambiado. Cuando desperté, la pesadilla seguía ahí. Lo cual quiere decir que no me perdí de nada.
          Cómo me encantaría ver un noticiero novedoso. Algo como Joaquín López Dóriga diciendo: "Pus fíjense que estaba hoy en la tarde rascándome los huevos cuando me di cuenta lo fea que se ha puesto Lolita Ayala...". O algo así...

lunes, agosto 28, 2006

Ángeles en la Ciudad de México


Hacía mucho que no veía algo de Wim Wenders, a pesar de que recuerdo cada una de sus cintas con un dejo de nostalgia de carrera de comunicación. Lo último que recordaba haber visto era Buena Vista Social Club, un bullanguero documental sobre los ruquitos cubanos que obtuvieron la fama y la fortuna unos cuantos años antes de morir (más vale tarde que nunca). En fin.
          Resulta que el fin de semana, por quién sabe que extraña y ajena fuerza de este que escribe, me encontré introduciendo el DVD de Las alas del deseo y también sin darme cuenta me lo aventé así nomás porque sí. Hermosa película. Poética, sin la carga cursi que suele acompañar este adjetivo. El argumento, pero más que el argumento la forma en cómo los, en apariencia triviales y en realidad profundos, conflictos que nos suelen atormentar son en realidad la marca de nuestra humanidad. Objeto ésta de la envidia de los inmortales. Ángeles que sobrevuelan una ciudad de Berlín derruida por la memoria histórica y por un sentimiento de culpa que en aquellos años ochenta era harto comprensible en esa sociedad avergonzada de su pasado nazi. El blanco y negro combinado con una fotografía a color saturada de colores brillantes, le otorgan un dinamismo a esta cinta que se extraña en otras del mismo autor, como Paris, Texas y The end of the violence, estas dos en tierras norteamericanas.
          Bruno Ganz en su papel de envidioso inmortal se encuentra genial mirando a través de los pensamientos de los peatones que se cruzan por su camino. Mirar que la mortalidad es un don, nos hace pensar dos veces antes de quejarnos. Mirar que la esperanza es una de las cuestiones más humanas, nos hace acordarnos de cosas tan etéreas como la fe. Recordar que podemos seguir creyendo nos otroga cierta aura divina. Texto para reflexionar que, inexplicablemente sin explosiones, efectos especiales o escenas sexuales, logra atrapar al espectador en una escucha permanente de sus propios pensamientos. Genial.

miércoles, agosto 23, 2006

Cansado

Comienzo a sentirme cansado. Físicamente. Es una sensación muy parecida a la embriaguez pero sin la parte del relajamiento. Me he dado cuenta que en este tramo que le falta al año tengo que hacer una cantidad inhumana de cosas. He comenzado a hacerlas y me estoy cansando cada vez más. Me duermo temprano (no porque quiera, sino porque el cansancio me vence); me despierto temprano (no porque quiera, sino porque las obligaciones me llaman). Es cierto que disfruto la mayoría de las cosas que hago. También es cierto que necesito varias de esas cosas. Pero últimamente me están ocurriendo cosas que antes eran impensables: me quedo dormido viendo un DVD que por fin pude descelofanear, pierdo la secuencia de un disco que me gusta mucho porque el tráfico comienza a estresarme, tengo un libro de Dorrie y otro de Bolaño que ni siquiera he sacado de su bolsita, me reí menos la última vez que vi a uno de los cuates con los que mejor disfruto la plática y el vino, la mujer en turno desaparece repentinamente y lo considero más un alivio que una tragedia (porque entonces tengo más tiempo para solucionar pendientes), no aguanté completo el primer capítulo de la segunda temporada de Prison Break (que es una maña que adquirí el año pasado), tengo una cantidad indecente de correos electrónicos sin contestar, etcaetera.

Todo esto a menos de un mes de la llegada de los 30. Me canso. Es más, ya hasta me cansé de quejarme.

viernes, agosto 18, 2006

Echar de menos

Como hormigas. Sí, como miles de hormigas. Patas minúsculas recorriendo uno a uno los poros de su piel. Encerradas en su piel. Saturando sus venas con su andar frenético y sus antenas inquietísimas. Llenando sus pulmones, su garganta, impidiéndole respirar. Como un sueño sin fin. Alucinaciones sin memoria. Fiebre. Como un aire pesado, irrespirable. Un reloj de arena sumergido en la bañera. Igual a un gato disecado, con la mirada perdida en el espacio, con las pupilas dilatándose a intervalos. Como un ratón atrapado entre los dientes de una trampa que cada vez se clavan más profundo. Como un muerto que siente las primeras paladas caer sobre su ataúd. Eso, como un muerto que toma conciencia de su muerte.

En la morgue lo esperaba, como siempre, aquél hijo de puta de Díaz. Era un ser despreciable. Tenía la guardia nocturna desde hacía más de dos años, y la impresión inicial que despertaba de inicio no se borraba nunca. Obeso y completamente descuidado, se movía como un pingüino que hubiese sido condenado a vivir de manera permanente en tierra. Cada paso parecía costarle un esfuerzo monumental, su bamboleo llegaba a hacerse desesperante porque simulaba no tener conciencia del tiempo o de la prisa de los demás. Siempre demoraba más de lo necesario. Lo hacía a propósito. Le generaba un placer sádico la desesperación de los demás. Sus ojillos, agazapados tras unas gafas de pasta dura y añadidos aquí y allá con cinta adhesiva, brillaban cada vez que alguna de las personas que estaban obligados a esperarlo se comenzaba a poner impaciente. Los síntomas eran los mismos siempre: tamborileaban con sus dedos sobre el escritorio de madera falsa, movían las rodillas cada vez más rápidamente, apretaban los dientes reprimiendo un grito o, las más de las veces, un insulto. Él los veía cada vez más divertido desde el trono que suponía era el viejo sillón tras su escritorio. Un mueble viejo y sin forma que rechinaba de manera atroz, como quejándose de llevar a cuestas aquella masa humana que se divertía con el odio y la desesperación de los demás.
           Díaz tenía que entregar los cuerpos a las personas que llegaban a reclamarlos. Como estaba en el turno de la noche, era raro que alguien acudiera a la morgue a esa hora. Sin embargo, no faltaban los desventurados. El gordo los podía oler a distancia. En cuanto oía las pisadas que se acercaban por el largo corredor de los servicios forenses, sabía que la diversión había llegado. De inmediato sacaba una montaña de expedientes de alguno de los cajones que tenía a sus espaldas y fingía estar sumamente ocupado. Cuando por fin alguien tocaba a la puerta, tardaba lo suficiente como para obligar al que se encontraba del otro lado a golpear un poco más fuerte. Era entonces cuando Díaz lanzaba un “¡Adelante!” sonoro e inmediato que la mayoría de las veces hacía saltar al distraído, antes de internarse de manera insegura en los territorios de Díaz.
           La mayoría de la gente acudía para revisar si en los frigoríficos de la morgue se encontraba algún familiar o conocido. La mayoría de las personas que asistían durante el turno del gordo eran madres desesperadas y llorosas que buscaban a sus hijos desaparecidos días o semanas atrás; esposas temerosas de que al correr la cubierta plástica apareciera el rostro del marido sacrificado en una riña de cantina o en una pelea por putas en algún oscuro tugurio; maridos que deseaban con todas sus fuerzas que sus mujeres estuvieran mejor muertas que fugadas con otro. A todos los recibía Díaz con la misma actitud sádica y desconsiderada. Porque el cabrón no perseguía ningún bien, pongamos económico, de ningún tipo. Era corriente que escuchara historias de sus colegas en las cuales se aludía a la falta de escrúpulos de muchos de ellos al pedir dinero para entregar un cuerpo. A Díaz no le interesaba el dinero, al menos no el que le podía entregar una recién estrenada viuda o un aliviado no-cornudo.
           -Nuevamente por aquí. Parece que con lo de la semana pasada no fue suficiente...
           -¿Tienes algo para mí?
           -Por supuesto. Si tú tienes algo para mí.
           Le molestaba su aire cínico, la facilidad con la que se hacía detestable en un instante. No contestó nada. Llevó la mano hasta uno de los bolsillos internos de su gabardina y extrajo un sobre en el que se adivinaba un fajo generoso de billetes. Díaz lo tomó, lo sopesó en sus manos gruesas y groseras. Movió la cabeza de un lado a otro y con un guiño que intentaba parecer de complicidad se dirigió hacia los frigoríficos. El otro lo siguió. Al llegar a los estantes de las gavetas era imposible no castañear los dientes, en parte por la inquietud de encontrarse rodeado de cadáveres y en parte por el frío necesario para mantenerlos conservados.
           Díaz abrió una gaveta y con una habilidad que no se sospechaba a primera vista, colocó el cadáver sobre la plancha más cercana. Era el cuerpo de una mujer. Un hermoso cuerpo. Lleno de sinuosidades. Sus labios aún lucían un tono rosado que contrastaba con el pálido general del resto de su piel. Díaz tiró del zíper y dejó que el aire frío saliera del interior de la bolsa mortuoria y se esparciera por la habitación.
           -Tarán. Aquí la tienes. Como las demás, degollada. Se ve que en vida era un manjar para los dioses. Tetas grandes y firmes, piernas largas, cadera ancha, nalgas paradas. ¡Puta! ¿Qué más podría uno pedir?
           -Déjame solo.
           -Ok. Pero recuerda que únicamente tienes una hora. No sé que hagas con estos cuerpos, ni me interesa saberlo; sólo quiero que no te tardes más de una hora o vendré aquí y te sacaré a patadas en el culo. ¿Entendido?
           No contestó. Díaz intentó buscarle el rostro, pero cuando el otro fijó sus ojos intensamente negros en los suyos no tuvo ni valor ni voluntad de sostener esa mirada. Total, se dijo para sus adentros, mientras la ganancia sea segura qué me importa que éste se haga el mudo. Con su paso de pingüino retardado abandonó las planchas y se dirigió a su escritorio. Una torta de milanesa con quesillo le esperaba dentro del cajón superior. La saliva que se formó de inmediato en su boca pareció el lubricante ideal para que sus piernas se movieran con mayor velocidad.
           Adentro se terminó de escuchar cómo el gordo dependiente jalaba con firmeza el cajón del escritorio y hacía aullar de dolor el sillón que nuevamente soportaba su humanidad. El cadáver permanecía inmóvil. Su acompañante se quitó la gabardina. Debajo no tenía más que una playera negra ajustada que hacía resaltar unos músculos potentes y bien definidos. Se montó sobre el cuerpo y miró con insistencia, esperando quizá que su respiración despertara al cuerpo inerte. Una lágrima cayó sobre el rostro de la muerta y se fue arrastrando hasta llegar al desagüe de la plancha. Una línea de sangre se unió a ella y siguió su camino hasta el fondo de la coladera.

Como una manada de insectos que se estrellan en un cristal. Como las burbujas de una cerveza a punto de estallar. El momento en que las nueces crujen. La luz prendida y miles de cucarachas huyendo hacia todos lados. Se sentía como la energía que no es suficiente para freir a un ser humano en la silla eléctrica. Como un centenar de bombas atómicas sobrevolando una ciudad llena de enemigos. Como las agujas de las torres de las iglesias hiriendo el cielo. Miles de sapos arrojados de los excusados. Huesos crujiendo en el potro de los tormentos. Chirriar de leña verde mientras las brujas ardían. Gritos de protesta ahogados en las plazas públicas por los batallones gubernamentales. Autos chirriando llantas y atropellando perros callejeros. Niños despedazados por el aire envenenado de armas químicas. Como el preso que violan en tumulto en su primer día en las regaderas. Como los sueños eróticos interrumpidos. Los gatos en el momento del coito. La virginidad arrancada sin permiso. El nudo eterno en la nuca en el momento en que nadie sabe qué es lo que se tiene que hacer. Algo parecido a la ira.

Los cazo cada noche. No tengo otra motivación en la vida. Parece una estupidez. Como perseguir ovnis o retratar fantasmas. Pero no es así. No cuando ya sabes lo que es matar a uno de éstos. Sentir en tus manos cómo es el último residuo de existencia mientras les cortas lentamente la garganta. Una vibración que va más allá de todo lo que te puedas imaginar. Como si de repente el cielo se encogiera y tu estuvieras observándolo en el único palco disponible. ¡Por supuesto que me causa placer! Qué otra cosa podría sentir. Estos hijos de puta han estado matándonos todos los días, lenta, consciente, metódicamente. Y los humanos seguimos creyendo en lo que nos dicen los médicos: que la enfermedad tal, que el accidente cual, que la inseguridad allá, que la predestinación aquí. ¿Te has detenido a pensar a cuántas personas conoces que se hayan muerto realmente de viejas? ¿Cuántos son?, ¿dos, tres?, ¿no lo recuerdas? El número es mínimo. Ínfimo. Hace muchos siglos que las causas de nuestra muerte no tiene que ver con la cantidad de tiempo que hemos vivido. Sino con la presencia de ellos. Ellos mataron a mis padres, a mi esposa y a mis dos pequeños. Ellos se los llevaron. Sin remordimiento. Sin pensar en nada. Simplemente decidieron que era hora de terminar con sus vidas. Por eso ahora los cazo. Los persigo. Los acorralo. No tienen escapatoria.
           Ayer maté a uno. Paseaba por el centro buscando una víctima ideal. Algún niño descuidado o un solitario cualquiera. Se acercó a una pareja que discutía acaloradamente en la mesa de un café al aire libre. Él se sentó en la mesa aledaña, pidió un café expreso y se puso a escuchar la discusión. Fingía leer un periódico viejo y arrugado. Pero sus ojos reflejaban la satisfacción de saber que había encontrado lo que estaba buscando. Fui más rápido que él. La pareja terminó su discusión, se mandaron al diablo consistentemente y la chica, después de dar una bofetada al tipo, tomó camino hacia las calles adoquinadas y a esa hora casi completamente abandonadas. El otro pagó su café y la siguió. Me lancé tras él. Era un novato. Había dejado pasar mucho tiempo, permitió que la chica caminara con la prisa con que camina la gente que no sabe si está molesta o arrepentida. O si tiene miedo. La perdió al dar vuelta en dos esquinas demasiado cercanas.
           Iba a regresar el camino cuando logré jalarlo hacia el edificio abandonado desde el que lo había observado. Lo tomé de la garganta y apreté fuertemente. No hay otra forma de dominarlos, las diversas cicatrices que tengo en todo el cuerpo certifican lo que estoy diciendo. Apreté su cuello y miré dentro de sus ojos. Estaban encendidos, con un rojo que delataba su juventud. Cada vez hay más jóvenes metidos en esto. Su número está creciendo y su rebaño en franca decadencia. Un rugido que salió de lo más recóndito de sus entrañas me anunciaba que no se rendiría sin luchar. Me alegré, nunca me ha gustado matar a los que se resignan a su muerte sin oponer resistencia. Lo solté sólo lo suficiente como para alcanzar mi navaja. Presintió que conocía sus debilidades y que la lucha sería a muerte. Lanzó dos o tres ataques buscando siempre mi estómago. Sus dientes alcanzaron a rozar uno de mis brazos, mismo que dejó lleno de esa espuma que les escurre cuando se encuentran demasiado excitados como para percatarse de ello. Su transformación ya no me impresionaba. Sabía que en cualquier momento podían cambiar de forma. Pero para luchar siempre escogían la misma, o al menos una bastante parecida. Brazos largos, hocico puntiagudo, dientes fuertes entre los que sobresalían los colmillos filosos y letales. Era la misma forma que adquirían para devorar a sus víctimas. Así fue como los vi cuando se dieron a la tarea de devorar a mi familia. Esos sucios colmillos habían desgarrado las carnes de mis hijos, los brazos débiles de mi madre, los senos de mi esposa. Al principio creí que eran invencibles, que eran parte de un castigo que Dios (en ese entonces todavía creía en dios) había enviado a los hombres para castigarlos por las iniquidades que llevaban a cabo de manera continua y despreocupada. Pero no hay ningún dios involucrado en esto. Dios se fue de vacaciones hace mucho tiempo. Y estas bestias son tan mortales como cualquiera. El secreto está en hacer un corte profundo en la garganta, terminar de un tajo con la tráquea. Es su punto más débil, perderán aire, se tambalearán como un enorme pino a punto de caer sobre la nieve que el invierno acumula en las montañas. Allá donde todavía hay montañas. Caerán como los copos de nieve que se desprenden del cielo deshabitado, allá lejos donde hace mucho tiempo Dios ya no habita.
           Caerán como el que maté ayer. Tratarán de jalar aire por su enormes narices. Lanzarán dos o tres brazadas a ciegas, buscando encontrar tu pierna o tu estómago. Les encanta reventar las vísceras, observar cómo un hombre desesperado trata de recuperar sus tripas mientras siente cómo la vida lo abandona. Después simplemente lo devorarán. Como hienas. No, más bien, como serpientes, como anacondas que no dejarán rastros de sus víctimas.
           Desaparecidos. Dicen que las personas desaparecen. Hay programas de radio, de televisión en donde buscan a los desaparecidos. En realidad han sido devorados. No los encontrarán nunca. Ni siquiera en los estómagos de sus devoradores. Éstos mudarán de forma y se encontrarán de manera inmediata completamente asimilados a las apariencias humanas, a la explotación de sus caprichos y sus errores. El de ayer era joven y antes de morir tomó una forma femenina. La forma de la chica a la que quería matar sin mayor miramiento. Unas formas esbeltas que ocasionarán la piedad y el escándalo de quien la encuentre. Así ocurrió y la han llevado al forense. La metieron en una bolsa de plástico y directo al congelador. Como si lo necesitara.
           No tardan en venir por él. En meterse a la morgue y rescatar lo que reste. Siempre viene uno más viejo. Más experimentado. Nunca he podido atrapar uno de éstos. Son escurridizos, sagaces, hábiles. Nunca hasta hoy. Hoy estoy decidido a no dejarlo ir. A apretar su garganta hasta que sus ojos cambien de color y ruegue por una muerte rápida. El hijo de puta. Bastante que se lo habrá ganado. Al fin y al cabo, esto no es más que una guerra.

Un cuadro renacentista. La luz mortuoria del salón le imprime un tono dramático a los dos cuerpos desnudos que están sobre una de las planchas de la morgue. Uno de los cuerpos permanece estático. Es una mujer hermosa, de formas perfectas. El otro es un hombre que se dedica a olfatear cada uno de los centímetros de la piel del cadáver de la mujer. La olfatea y en determinado momento comienza a lamer el cuerpo de forma extremadamente sexual. Recorre con un aparente deseo las aureolas de los pezones, succiona de ellos, baja lamiendo el abdomen mientras sus manos se deslizan por los costados del cuerpo. Al llegar al sexo ladea la cabeza antes de introducir su lengua en la abertura. Lame de arriba hacia abajo con una regularidad de péndulo. Tiene los ojos cerrados y deja escapar un ruido semejante al ronroneo sordo de cien gatos juntos. No se puede ver su sexo, pero se podría adivinar en una erección poderosa e imbatible. Vuelve a subir y en ese momento introduce su lengua en la boca del cuerpo inmóvil. Después toma ambos brazos y sacude con fuerza. No hay ninguna reacción. El hombre se hinca en las piernas de la mujer. Es decir, se hinca “sobre” las piernas. Después levanta una de sus manos que repentinamente parece más grande y rematada con unas uñas extremadamente largas. Antes de poder ver otra cosa, la mano ha penetrado el cuerpo inerme y ha arrancado, en un movimiento veloz y casi imperceptible, el corazón muerto del cuerpo. Lo sostiene por lo arriba de su cabeza y, acto seguido, comienza a devorarlo con mordidas serenas y resignadas. En determinado momento vuelve la cabeza y se puede observar, por escasos segundos, el resplandor azul de sus pupilas.

Como el rumor de un millón de lápices rasgando millones de hojas, escribiendo, gritando en grafito las miles de voces que nadie quiere oír. Como las olas enormes del océano que no dudan en voltear las embarcaciones, en devorarlas y escupir luego los restos a la playa. Como el aire que oxida los aceros e inutiliza las herramientas. Martillos que golpean las cabezas de los convencidos. Molinos de carne triturando los cadáveres que servirán de alimento. Máquinas que recorren las calles con sus luces rojas y azules, con sus ruidos de mujer llorosa e inconsolable. Santos que lloran sangre subidos en pedestales de piedra milenaria. Relámpagos de cielo limpio, de cielo inhabitado, de nubes inexistentes. Caballos que cabalgan sobre las ruinas de los templos, sobre las cenizas de los muertos, sobre las cruces de los condenados. Grillos de crepitar eterno, de violines desafinados, de rechinar de dientes. Como la mirada de aquél a quien le hemos negado el saludo. Como las cuencas vacías de los ojos de la muerte. Se llama rabia y ha infestado el mundo.

El gordo se llama Díaz. Al menos todos le dicen así. Atiende la morgue y es un pendejo. ¿Necesito saber más? Creo que no. Me he cansado de esperar. Entraré ahí antes de que se me escape. No lo puedo permitir. Esta noche no. Espero que Díaz no me dé problemas. Sólo he venido por el otro. El viejo. Voy a entrar.

Las primeras veces a Díaz le daba curiosidad qué es lo que hacía el hombre aquél con los cuerpos del depósito. También se preguntaba cómo era que ese hombre se enteraba casi de inmediato de que llegaban al depósito cuerpos de mujeres hermosas sin identificar. Se quedaba largos ratos observando a través del ojo de buey de la puerta del salón de autopsias lo que el forastero mudo hacía encima de las planchas. Nunca tuvo paciencia para ver el final. Casi siempre se aburría, o se cansaba de estar tanto tiempo parado sobre sus puntas dado que su estatura no le alcanzaba para ver de manera natural a través del agujero circular. Lo más que llegó a ver fue al hombre que comenzaba a desnudarse. En ese momento, Díaz tomaba entre sus dedos el crucifijo que su madre le había regalado años antes, mientras con la otra mano no podía reprimir el acto reflejo de persignarse. Hasta ahí llegaba su vouyerismo. Lo que seguía al ritual de quitarse la ropa creía saberlo, o más bien, se resignaba a imaginárselo. Fue por eso que nunca vio al hombre aquel devorarse los corazones de las mujeres muertas. Tampoco se hubiera enterado si tomamos en cuenta que todos esos cadáveres no identificados iban a parar al incinerador si nadie los reclamaba. ¿Quién iba a echar de menos la falta de un corazón?

Encontré a Díaz detrás de su escritorio. De entrada creo que mi presencia y mi aspecto le sorprendió. Nunca había visto nada como yo. La cicatriz de mi rostro se reflejaba claramente en un espejo que estaba sobre la cabezota de Díaz. Mis manos ocultas tras de unos gruesos guantes de piel negra no le hubiesen infundido ningún tipo de confianza a nadie. Me miró, creo que incluso con un poco de miedo, pero enseguida se repuso.
           -Hey, tú, loco de mierda. ¿Qué chingados quieres a esta hora?
           La espada surge de la nada. Y la nada es la funda que llevo fijada a mi pierna. Yo mismo forjé el acero. Hojas y hojas fundidas y golpeadas al rojo vivo con un martillo que nunca se cansó. Pensaba en este momento. Voy por uno grande.
           La masa de carne flácida y grasa se queda desangrando en el piso. Grita como un cerdo al que estuvieran castrando. Yo echo a andar por el pasillo hasta la entrada del depósito de cadáveres. Llevo la espada desenvainada. Siempre supe que llegado el momento, una navaja sería insuficiente. Al fondo del pasillo, justo encima del letrero una de las lámparas ha decidido que es un buen momento para morir. Comienza a parpadear hasta que finalmente se queda a oscuras la entrada al salón de las planchas. Adentro, sin embargo, la luz no se ha extinguido.
           Empujo la puerta batiente. Siempre la espada por delante. Avanzo con precaución. Es innecesaria. Él ya sabe que estoy aquí. Se ha vestido y me mira desde el otro extremo del cuarto. En cuanto me ve sonríe.
           -Así que has sido tú todos estos años. Nunca creí que tuvieras las agallas.
           Su voz me deja por un momento inmóvil. Es la misma voz que escuché el día en que masacraron a mi familia. Es la voz. (Como el grito de un dios ebrio, pidiendo que llegue la muerte...). Él advierte mi turbación y la aprovecha. De un salto sobrenatural evita dos de las planchas de acero inoxidable y se planta justo frente a mí. No hay transformación. Está completamente confiado en que me vencerá con la forma que tiene. Lanzo una estocada furiosa que él esquiva fácilmente al mismo tiempo que me impulsa con uno de sus brazos hacia la pared. Me estrello estrepitosamente y la espada sale volando. Entonces clava sus uñas en mi abdomen, me entierra sus garras y comienza a apretar.
           Lo que sigue no lo puedo recordar de manera clara. El dolor y el miedo son los padres de todas las posibilidades. Nunca supe cómo llegaron mis manos a su garganta, ni cómo la navaja apareció y le cortó de un limpio tajo su pescuezo. Sólo sé que salí vivo. Sólo sé que este era diferente a los demás. Tenía las alas completamente desarrolladas. Seguro que podía volar.
           Salgo de la morgue tropezando con todo. La herida en mi abdomen ha comenzado a recordarme mi condición humana. Si no llego pronto a casa me desangraré irremediablemente. Paso junto al cadáver de Díaz. Ha dejado de gritar y en su rostro hay más paz que en cualquier día de su asquerosa vida. No reprimo el deseo de patearlo. Lo hago. Finalmente durante mucho tiempo fue un aliado de ellos. Y en una guerra eso no puede perdonarse. Porque esto es una condenada guerra. Y yo no estoy dispuesto a perderla.

martes, agosto 15, 2006

Atareado

Una disculpa para los visitantes de este blog, pero los últimos días he estado severamente atareadito, por lo que espero ponerme al corriente con ustedes en estos días. El exceso de trabajo se ha traducido en una severa fobia a éste y ha conseguido que comience a considerar la posibilidad de exiliarme en una montaña a pensar en las razones por las cuales el hombre se somete al martirio de trabajar (¡pinche Adán, tú tienes la culpa! Dios dijo: "No comas del fruto prohibido, no comas del fruto prohibido, ¡no comas del puto fruto prohibido! Pero no, ¿verdad? Era demasiada pinche tentación. La tentación de desobedecer y la tentación de a ver a qué sabía el chingado fruto ése. En fin. Como yo habría hecho lo mismo, mejor ni digo nada.) ¡No los abandono! Nadamás les he dado un descansito de yo. Mañana seguro les publico algo.

viernes, agosto 04, 2006

Sesudas reflexiones

* Después de ver a la Condesa inundada uno queda con una certeza: los snob no flotan.

*¿Y si mejor contamos las calcomanías partidistas y "democráticas en defensa del voto" para decidir al ganador de la contienda electoral?

*En este blog no aceptamos propaganda protestosa ni de ninguna otra secta.

*En la inundación un vocho flotando: el único compacto anfibio.

*Protección civil: dícese del departamento encargado de dar explicaciones acerca de por qué nunca da advertencias.

*¿Por qué el exceso de agua les toca en esta temporada de lluvias a los habitantes de la Condesa que no la necesitan, y en Iztapalapa no les cae agua ni del cielo?

*Fidel Castro no puede estar muerto... aseguró Fidel Velázquez.

*En Cuba sin presidente y aquí nos sobra uno. Excelente oportunidad para la isla de abrirse al libre mercado. Es más... les regalamos a los dos.

*El Trife debe de sentirse como el pretendiente pobre que va a comer con los suegros ricos y no está seguro de cuál es el tenedor para el pescado y cuál para la pasta.

*Roberto Madrazo aseguró que no todo está perdido y que peleará por la presidencia... de Cuba.

*En Argentina se pelean en el congreso porque el presidente tiene exceso de facultades, aquí los dos presidentes electos se pelean porque carecen de ellas.

*Democracia: dícese de la forma de gobierno que se fundamenta en instituciones que no funcionan y que resuelven conflictos que no les compete.

martes, agosto 01, 2006

Recomendaciones

En estas vacaciones que concluyeron el pasado domingo, me di a la tarea de leer cosas que tenía pendientes desde hace un rato y que hoy les recomiendo con conocimiento de causa.


El evangelio según Van Hutten de Abelardo Castillo. Un Código Da Vinci en clave latinoamericana con un arqueólogo que recuerda lo que no hizo y pudo cambiar la visión sobre la Iglesica Católica. Recomendable. Se lee rápido y de un tirón. En Seix Barral.

La consecuencia de los días de Rubén Don. De la que hablo extensamente dos post antes.

El llanto de los niños muertos de Bernardo Fernández (BEF). Una muestra de que esa onda que llaman "Fondo Editorial Tierra Adentro" sirve de algo. Una colección de cuentos entrañables y que dejan mucho en el lector. Excelente muestra de ciencia ficción, género negro y cuento de terror. Harto recomendable.

Todo es otro: A la caza del lenguaje en tiempos light de Heriberto Yépez. Editado en el mismo Fondo que el anterior, este libro retorna a Cioran y Bierce para mostrarnos que la filosofía (o el pensamiento, como dicen más de dos mamones) puede tener sentido del humor. Recomendable aunque a mi ejemplar le faltan seis páginas que vienen en blanco (error de impresión). Súper disfrutable la parte titulada "Zapping".

El chanfle de Fanfurrias de Ruy Feben. Novelita futbolera en internet que trata de parodiar-homenajear a diversas personalidades de la literatura, los medios, la música y la red. Divertida y recomendable. Está aquí.

Cascajo del genial Falcón. Libro de cartones en donde aparecen una cantidad de personajes entrañables que se quedan en la sonrisa y el cerebro por mucho tiempo: el triángulo amoroso de San Sebastián, Guillermo Tell y Robin Hood; el Capitán Nerd; Cascajo; el Dr. Stress; y sobre todo, el maravilloso Güilson, el Dios de la Güeva. En Editorial Cal y Arena.

Tras el umbral de María del Carmen Tapia. Una crónica-denuncia de cómo se las gastan los cuates del Opus Dei. Con una redacción torpe y sin estilo, pero con datos y descripciones interesantísimas acerca de los métodos de reclutamiento y operación de esta secta. En Ediciones B.

Tijuana Dream y Naufragios de Juan Hernández Luna. Macizas novelas negras que se llevan a cabo, una entre la ciudad de Tijuana y la de México; y otra en la frontera... entre Tlaxcala, Puebla y el DF. Muy buenas y cumplidoras. Una en Selector y la otra en Byblos.

Otra vez el Santo de Rafael Ramírez Heredia. Cuentos de nostalgia que no tendrían que ser tan largos. Medio de hueva. Funciona si no hay nada más que leer. En Alfaguara.

Cruzando la frontera de Rubén Martínez. Crónica-reportaje de un periodista de a de veras. La historia de una familia que emigra desde un pueblito de Michoacán hasta la frontera con los Estados Unidos y que en el camino tienen que pagar el precio incluso en vidas humanas. Harto recomendables para racistas, contruye-muros y funcionarios gubernamentales ineptos. En Planeta.

Ahorita estoy leyendo Las películas de mi vida de Alberto Fuguet y, aún sin terminarlo, puedo decir que es ampliamente recomendable. Una novela contada a través de los recuerdos que diversas películas dejaron en el narrador. Excelente idea y buen desarrollo. En editorial Rayo.

///·///·