martes, diciembre 06, 2005

Listas

Porque al parecer las listas tienen el extraño don de convocar a la reflexión acerca de las cuestiones que tienen que ver con la propia vida, es que me permito lanzar la convocatoria de una nueva lista. Esta es una cosa sobre la cual siempre me pongo a reflexionar, acerca de lo que el destino y la necesidad podrían crear en un renuente laboral. La reflexión que se me ocurre hoy es pensar acerca de aquellas cosas de las que nunca trabajaría (a menos que la necesidad me orillara a desmentirme de mis fobias). Así pues, para nuevas reflexiones.

El trabajo que nunca aceptaría sería de:
*Elevadorista del World Trade Center. Pin... elevadores no tienen ventanas y te tapan los oídos.
*Guardia de supermercado.
*Cajero de banco (que es la misma situación que ser auxiliar de vestuario de, digamos, un table dance de catego o una pasarela de súper modelos. Hay, pero no puedes agarrar).
*Mesero de restaurante de la Colonia Condesa (la mayoría de los que acuden a comer ahí no dejan propina).
*Reportero de noticias de TV Azteca. Si alguien me obliga a hablar como Javier Alatorre y sus compinches, segurito que los mando directito a la...
*Botarga de la Abejita de Nutrisa (¡No! ¡Otra vez, no!).
*Despertador de Elba Esther Gordillo.
*Boletero de estacionamiento de centro comercial.
*Monitor de noticieros de Pedro Ferriz de Con o de Eduardo Ruiz Healy.
*Chofer de Irma Serrano.
*Redactor o corrector de estilo del TV Notas o el TV y Novelas.
*Repartidor de volantes de centro nocturno de mala muerte.
*Dependiente de sex shop.
*Redactor de estenográficas de la Cámara de diputados.
*Etiquetador a mano.
*Barman de narco-antro.
*Asesor de alfabetización básica de Vicente Fox.
*Boletero del metro.
*Enfermero en un hospital del IMSS.
*Fotógrafo de policiales.
*Asesor de moda de Verónica Castro.
*Guardaespaldas de Elton John.
*Maquilador de electrónicos.
*Dependiente de cualquier McDonalds.
*Recamarero de hotel de paso.
*Encargado de servicios escolares en el último día de inscripciones de la UNAM.
*Sonidero de barrio.
*Auxiliar de diálogos de cualquiera de las nenas (es) de Rebelde.
*Estilista.
*Repartidor de propaganda partidista.
*Repartidor del Machete-arte.
*Policía Judicial de cualquier estado.
*Soldado.
*Probador de prototipos de montañas rusas.
*Barman, mesero o limpiador de un bar de trova cubana.
*Botarga de Winnie Poh.
*Árbitro de futbol.
*Recogedor de basura.
*Encuestador de ñoras del Palacio de Hierro.
*Asistente de señora gorda (y rica) de Las Lomas o el Pedregal.
*Locutor de la Zeta o la KBuena.
*En fin.
Y tú, ¿qué es lo que nunca harías?

Cosas para añorar

Ecuchar nuevamente un maravilloso disco como Mellon Collie and Infinite Sadness de los no menos buenazos Smashing Pumpkins, me hizo volver a una época en la que no me preocupaban cosas tan mundanas como el sueldo, la renta, los zapatitos cucos del aparador o algún día llegar a Europa en un viaje que no me costara (tanto). Escuchar la voz llena de registros de un Billy Corgan que por igual suena a melancolía rasgante y rasante de “1974”, como a un ruego que no se rinde fácilmente en “Tonight, tonight”, como a la voz rasposísima que le roba al grunge y al punk una fortaleza sospechada con sólo verle la cara de medio psicópata que tiene. James Iha es un sostén armónico-melódico que muchas bandas “grandes” ya quisieran. Los dos cabrones se separaron y ninguno ha logrado crear lo que juntos hicieron alguna vez. Bueno, pues que de la lagrimita esa de Remi que casi brota al oir tan buen disco, se me ocurrió que todos guardamos cosas en la memoria que añoramos a la primera oportunidad. Yo hice mi lista de cosas que añoro en automático, por inercia, a la primera y sin posibilidad de detención. Ahí van. (También porque la época se pone ad hoc para estas cosas).

Extraño:
· Las idas diarias al cine cuando estaba en la Facultad de Ciencias Políticas, y el Centro Cultural Universitario ofrecía programas bien fregones. Desde cine joven francés (cuando Jeunet, Caro, Besson y Kassovitz eran considerados “jóvenes”), pasando por la azotadez de los alemanes y checos, y hasta llegar a los hoy imprescindibles “independientes” norteamericanos (léanse Arofnovsky, Linch, Kauffman, Solondz, Cohen y demás). Me podía escapar al cine diario porque trabajaba en la Biblioteca Nacional y mi hora de comida se volvía en automático de dos horas. ¿Qué dura dos horas? Pus una buena película.
· Los buenos conciertos de rock mexicano. Sí, aquél que en los noventa logró aglutinar a un buen de banda alrededor de letras, temáticas, ritmos y estéticas que estaban alejados del “Siempre en Domingo Style” o de la tan traída y llevada payola. Conciertos de grupos tan disímiles pero que juntos, en ese entonces no se veían tan mal, lograban que se le pusieran a uno los pelos de puntitas: Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio (todavía con el Lobito en las percusiones y el Tiki en la guitarra; en especial el día que se echaron un mano a mano con los de Mano Negra), Caifanes (cuando el Saúl Hernádez cantaba y Alejandro Marcovich era el chido de las guitarras), Santa Sabina (cuando escogían buenos productores como Adrián Belew o Pedro Aznar, Ah, y cuando el Pato Iglesias le ponía cabrón a la bataca), Fobia (sin la mamonería creciente de Leonardo de Lozanne y sí con el talento de Paco Huidobro), el primer Molotov (cantando “Que no te haga bobo, Jacobo” en el antiguo Rockotitlán de Avenida Insurgentes y tirando los spots de luces de tanta brincadera), Tijuana No (con Julieta Venegas de chica mala y no la mala caricatura de hentai japonés en que se convirtió con su último disco), La Castañeda (que tocaban y cantaban horrible, pero que se la rifaban con los performances de cirqueros y teatreros que incluían en sus espectáculos), La Lupita (tocando a todo pulmón “Contrabando y traición” en el Nuestro Rock de 1994), Cuca (y su guarrez natural, “Señorita cara de pizza” decía “dicen que su madre durante el embarazo/ se chingo diez pizzas de un chingadazo. /Por ahí andan diciendo que es una mutante/ a mí no me interesa yo quiero ser su amante”), La gusana ciega (ya con síntomas de desomposición, pero con buenas letras), etc.
· A Nirvana.
· Las tortas de milanesa con queso del Eje 10 y Revolución.
· Mi antiguo depa de Murillo en Mixcoac.
· Ponerme a leer un libro por la noche y no dormir hasta terminarlo. Hoy, con la edad y el cambio de hábitos, el cansancio me vence.
· Que los Pumas ganen partidos en la liga local. (Nostalgia más reciente, ésta).
· Los cafés negros de la olla de mi abuela Margarita, mismos que me fueron recetados minuciosamente desde que tenía como cinco años (por ahí podría empezar a rastrear parte de las causas de mi insomnio).
· Escuchar a Joaquín Sabina bien briago a las seis de la mañana mientras el astro rey se asoma en los canales xochimilcas y no sentirme cursi.
· La culpa y vergüenza al comprar condones (hoy en día hasta me pongo a escoger color, aroma, marca, etc.).
· Escuchar el discurso zapatista, creérmelo y sentirme amplia y auténticamente revolucionario.
· Que mi madre me regañe por llegar tarde a casa, o por no llegar.
· Las encerronas en el Hotel Colonial del Centro Histórico.
· Creer sinceramente que podía ser rock star, actor de cine o, ya de perdis, Premio Nobel.
· La imagen cochina y depravada de Madonna.
· Que las cajeras del centro comercial me digan “Señor”, en lugar de “joven”.
· Poder renegar de la tecnología y repetir que yo nunca iba a usar teléfono celular, computadora o ésas mamadas llamadas Palm.
· Escribir un cuento, artículo o joya de la sabiduría; y tener la completa seguridad de que no necesita corrección.
· Destrozar los textos de los mamoncitos que asistíamos al taller literario de la Facultad de Falosofía.
· Poder echarme en la cama a ver los maratones de Animaniacs o Pinky y Cerebro los domingos en la mañana por canal 5 (ya no los pasan).
· Mazinger Z a las ocho de cada noche.
· La discoteca Tulum.
· Ir a la Plaza Hidalgo en Coyoacán y poder caminar sin tropezar con un ambulante, una chica RBD, un lector de Tarot, una guerrillera del Sanborns o un darkie Totalmente Payaso.
· Tenerle miedo a los punks del metro Insurgentes.
· Las clases de Rosa Beltrán en la Maestría de Letras (¡qué piernas, Dios mío!)
· Poder terminar invicto la rutina de gimnasia psico-física de mis antiguos tiempos de yogui-urbano.
· Ir a fiestas con mis amigos más queridos y no estar tropezando a cada paso con sus crías esparcidas en la sala. Las tertulias mudaron en grupos de ayuda para padres y madres.
· A Mariana y su total, e inexistente, perfección.
· Que los conciertos anuales de Real de Catorce en el Metropolitan sean buenos.
· Los días en que mi claustrofobia no era tan evidente y molesta.
· Mis felices días de mantenido consentido de la Fundación Telmex.
· Creer que algún día voy a terminar mi tesis de maestría.
· En fin.

Y tú, ¿qué extrañas?

Celos

Pinche Otelo, qué azotado.
¿Para qué se encelaba
si de todos modos era impotente?

Mi vecino espía a su mujer a través de la persiana.
Desde entonces no la deja entrar a mi cuartito.
¿Pus qué tanto es un besito?
Esto es, ¿qué tanto es tantito?

Ayer vi a mi vieja con otro.
Me sentí orgulloso.
El otro güey babeaba.
[Sobre mi vieja]

Una vez sentí celos.
Mi gata se fue persiguiendo el culo de las visitas.
Desde entonces prefiero a los perros.

¿Por qué me celas, amor mío?
¿No ves que soy carburador universal?

Dáme tiempo para entender
por qué me mandas a dormir en la sala.

No soy celoso, dijo el moro veneciano,
sufro de un Edipo no resuelto,
dicen que dijo.

Yo digo,
¡qué celoso es Otelo!
Su vieja no está tan buena.

Julieta si me prende.
Pero tiene su Romeo.
No soy celoso, mi vida,
ábreme el balcón,
no peles al suicida.

¿Quién chingaos es ese William?

Nalgas

Me apasionan tus nalgas.
Es decir, me gustan.
Son tan tuyas.
Como que me llaman.
¿Las has visto?
[No mames, para eso existen los espejos].

Cuando las tomo entre mis manos,
no sé qué es más grande,
si mis manos o tus nalgas.

Vamos al cine, mi amor.
Me encanta ver a los babosos
que siguen el péndulo de tu trasero.

¡Ah, tus nalgas!
Curvas perfectas.

A Marylin la mataron por sus nalgas.
JFK se las envidiaba.
A Lee Harvey Oswald le gustaban las nalgas de Marylin.
[¿Qué hace el puto FBI afuera de mi casa?]

He dejado de escribir por tus nalgas.
Su recuerdo no me abandona.
Cada que tomo la máquina te imagino boca abajo en mi cama.
Entonces mis dedos teclean que le apasionan tus nalgas.
Cuento de nunca acabar.

Te escribo en sueños

Te escribo en sueños
y no puedo aguantar la risa.

Quisiera decir que las palabras me faltan.
Pero no puedo.
Porque las cabronas me faltan.

¿Qué te puedo decir?
Ayer maté tres gallinas.
Grandes. Negras. Burlonas.
El gallo me mira rencoroso.
¡Que chingue a su madre el gallo!

Regreso contigo.
¿Por qué me muerdes?
No tengo la culpa de que no me inspires nada.
¿Miedo? Sencillo.
Dejar de pensar.
Vete.
Déjame dormir.

Saliva

Dejemos caer la saliva.

Que ruede como ríos por las cascadas de tus labios.

Esos y los otros.

Un tipo escupe en las aceras.

[Dos por dos son cuatro,
¿será relevante el dato?...]

Escribo en el aire
la humedad de tu mirada.

No me dejes volar entre tus miedos.

Mejor démonos un beso
y dejemos que la saliva escurra.

Hoy quiero que tú quieras.
Hoy.

De las cosas gratis y de las definiciones en crisis

“¡Es cierto! Recuerdo... el final... que parece el principio... a menos que sea la primera escena... que parece ser el final... hum.. éste es el título... [...] También prometo... no trataré de volver a explicar mi espectáculo, si me lo prometen... ¡¡No me lo vuelvan a pedir!!...”
James Thierrée

Dicen por ahí que las mejores cosas de la vida son gratis. El domingo esto tuvo una confirmación buenísima en el teatro. Resulta que mi amigo Víctor Jurado me invitó a una obra de teatro gratis, él a su vez había sido invitado por el famoso, talentoso y nunca bien ponderado Peter Punk, que a su vez había recibido el pitazo de uno de sus amigos, Gerardo. Pues bien, ponderando aquello de que a caballo regalado no se le ve colmillo, nos dirigimos en un auto que mejor debería estar en algún rally africano que circulando por las calles de la ciudad de México, al Teatro Pedregal, en los límites de varias cosas: una de las colonias más exclusivas del DF (Pedregal de San Ángel); una de las más populosas y que todavía guarda algo de aquella estética de las películas de Ismael Rodríguez (Tizapán); los límites de la mayor universidad de América Latina (¿de verdad tengo que poner cuál?); y los límites iniciáticos de la vida (la clínica de Gineco-Obstetricia, creo que así se escribe).
La obra en cuestión se llama “La víspera de los abismos” [La Veillée des Abysses], y es una cosa rara creada por el autor James Thiérrée, acróbata y bailarín que es más francés que los croisants. La llegada al teatro lleno de señoras encopetadas, perfumadas y harto discriminatorias, fue una estampa de verdadero costumbrismo mexicano. Digo, va uno de gorrón a ver una de las mejores obras del año, enfundado en el riguroso look dominguero de depresión porque los pumas no pasaron a las finales del fut, y se encuentra uno a esas señoras, a los júniors que necesitan tema de conversación para el lunes temprano en la “uni” y a los ñores que acuden a estos eventos porque “necesitan” estar actualizados. Es como para replantearse el lugar en el mundo.
Pues en fin, que entre tanta frivolidad y oropel (por ahí andaba César Costa dando autógrafos), la función comenzó. Un teatro semivacío (soy del club de los pesimistas, qué quieren. Un optimista, o un publirrelacionista barbero, dirían que estaba medio lleno) esperaba que comenzara la obra que vio su primera luz un 5 de mayo de 2003 en La Rochelle en Francia. Artilugios, contorsiones, zancos, tres varones y dos damas la mar de elásticas. Y entonces el tiempo perdió sentido. Las luces, la música y el puro cuerpo hicieron el resto. Ante nuestros ojos pasaron una serie de estampas en las que la imaginación, la referencia espacial, las múltiples posibilidades del cuerpo y el talento nato producto de una disciplina que se ve a leguas tirana pero necesaria y, para los protagonistas, seguro que disfrutable.
Nieto del entrañable y universal artista Charles Chaplin, James Thierrée despliega, junto a los demás ¿actores?, ¿acróbatas?, ¿mimos?, ¿alebrijes escapados de una luminosa imaginación?, un festival de sensaciones [entendidas éstas desde la definición más básica, la de los sentidos], en las que el humor y la capacidad de asombro nunca terminan de hacerse patentes. No hay una trama en el sentido estricto y tradicional del término. Y no hace falta. Cada uno de los personajes creados por los integrantes del grupo actoral ejecutan machincuepas las más de atrevidas en la imaginación del espectador. Risas en un espectáculo en el que el diálogo está ausente.
Ese es un problema. Ahora, cada que le diga a mis estudiantes que la unidad básica del género dramático es el diálogo, voy a tener una sensación de falsedad. Porque lo que vi en el teatro no fue una serie de frases profundas y demoledoras sobre la naturaleza humana, tampoco una serie de chistoretes zurcidos unos tras otros en series interminables, mucho menos una construcción de enredos con final feliz. NO. Lo que vi tiene más que ver con un espectáculo artístico multidisciplinario que le hace honor al neologismo ése. Danza, circo, actuación, humor, buena música, mejores actores, escenografía básica pero relucidora. En fin. Teatro físico, le llaman.
Cercanía conceptual, dicen, con el Cirque du Soleil. Yo veo más lejanía. Veo la cristalización de una idea que va más allá de la espectacularidad y el derroche de elementos impresionantes. Veo la propuesta honesta de seis actores que se dejan ir hacia el abismo de la originalidad y el arriesgue. Tanto físico como artístico. Un banquete de estímulos. Banquete al que se colaron algunos cerdos que despreciaron las margaritas. Yo me las tragué completitas. Y gratis.

La víspera de los abismos
(La Veillée des Abysses)
Creada por James Thierrée
Actores, acróbatas, bailarines, una soprano, un practicante de capoeira y varios cirqueros: James Thierrée, Uma Ysamat, Raphaëlle Boitel, Niklas Ek y Thiago Martins.

En el Teatro Pedregal del 23 de diciembre al 4 de diciembre de 2005. (O sea que nomás les queda una semana)