domingo, abril 17, 2005

¿Dónde, dónde...?

Están en algún lado. Siempre están en algún lado. Parecen inmóviles, pero nunca se sabe. Conozco a personas que aseguran que todo el tiempo han tenido dudas de que no muden de lugar a la menor provocación. Se ven tan indefensas, tan niñas, tan sin chiste. Y sin embargo...
Su poder reside en la confianza de que todos creemos que son así. Tan inexistentes. Como el diablo. La prueba de que existe está en que ya casi nadie cree en él. Como en Usual suspects. Todos buscando al culpable y el güey estuvo sentado todo el tiempo frente a nosotros. Y éstas son igual de perversas, igual de sonrientes, igual de cascabeleras. No hacen caso de ellas hasta que su ausencia es evidente. Entonces ocurre todo. El día se jode irremediablemente.
Enerva pensar en sus dientecillos sin boca, en sus colmillos chuecos e imperfectos. Siempre están mostrándolos. Como hienas. A veces se dan codazos entre ellas, y es cuando sueltan la carcajada. Van emitiendo risas escondidas en algún bolsillo, colgadas de cualquier aro, agazapadas en muchos bolsos de mujer desesperada por no poder atraparlas. Los comensales miran a la mujer retorcerse, maldecir, romperse las uñas, azotar el bolso. Pero saldrán vencedoras. Casi al borde del llanto, pero podrán levantar por sobre las cabezas a las niñas despeinadas, a las lombrices ruidopendencieras. Seguirán sonrientes, qué les importa que las atrapen, si mañana podrán repetir la rutina, y al día siguiente también y así hasta la fatalidad.
Porque la fatalidad llega. Un día, sin más, no aparecerán. Se ocultarán definitivamente. Cansadas de jugar a las escondidillas, decidirán desintegrarse sin mayor explicación. ¡Fuzzz! y nada queda. De la sorpresa se pasa a la angustia. Porque ¿qué podemos hacer sin ellas? ¿quién nos protegerá en el futuro? ¿a quién le echaremos la culpa de nuestros retrasos? Más allá de eso, y pensando en la perfidia con que siempre se han comportado, ¿quién nos garantiza que en ese momento no están jugando en otros bolsillos, meciéndose en otro columpio, o, peor aún, alimentando otra imaginación?
Ellas tienen el poder. A pesar de su naturaleza femenina son ostentosas de una virilidad nunca negada. Firmes penetrantes, consiguen la mayoría de las veces abrir los obstáculos que se les pongan enfrente. Cuando se pierden de manera irremediable, crean la suficiente tristeza y angustia como para pensártela dos veces no dedicar una gran parte de tu atención a cuidarlas. Provocan insomnio. Malestar general. No es buena idea dejar que se pierdan.
Con el tiempo todas esas sensaciones pasan. Llega un buen hombre que te entrega, siempre sonrientes y ruidosas, a las nuevas inquilinas de tu bolsillo. Con el tiempo todo se recupera. Como el proceso de un amor roto. Con el paso de los días se evade por las rendijas de la memoria la sensación de inseguridad, la angustia ante lo previsible, los sobresaltos ante el “y que tal si ahora que no estoy en casa...”. Con el tiempo todo se arregla. Pero mientras, me pregunto, ya sin tanta paciencia, ¿dónde estarán las pinches llaves?

sábado, abril 09, 2005

Pura nostalgia y disculpas insolubles

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que anduve parado por estos sitios. La inercia de la vida cotidiana me ha arrastrado hasta un sitio en el que el tiempo para dedicarle unas caricias a la escritura parece vedado. Han pasado muchas cosas desde la última vez que anduve por aquí: organicé un festival medieval; leí varios libros que me hicieron recordar mi etapa de la preparatoria y la secundaria; se murió el Papa y se volvió incomprensible tanta publicidad a un hecho anunciado por la naturaleza desde hacia mucho tiempo; me gané un premio literario de esos que te recuerdan que cada vez eres menos joven; anduve con un chica que ni siquiera se enteró que andábamos buscando algo más (igual y el único que lo andaba buscando era yo); desaforaron al Peje en una de las acciones más prefabricadas, burdas y mal armadas de la historia de nuestro país; me sentí triste de repente (otra vez); recuperé las ganas de estar (nuevamente); me reí de las causas por las que me puse triste (historia vieja); y al final descubrí que por muy otro que me sintiera no podía renunciar a ser yo mismo.
Hoy las cosas pintan de manera patética para un servidor, esta etapa del año, la que va de abril a agosto es odiada con rigurosa minuciosidad por acá el que está detrás del teclado: calor-calor-calor, soles radiantes, días larguísimos, vacaciones en playas cada vez más lejanas no de la geografía sino del presupuesto, moscos entrando en mi habitación sigilosamente y sin aviso, sábanas empapadas de sudor, comida que hay que ingerir porque hasta en el refrigerador se descompone, aguas sin hielos, cervezas tibias en el antro, náusea mañanera causada por las misteriosas hemorragias nasales que desde la infancia me asaltan nocturnamente y que se agudizan con la ola del calor, árboles de sombra inservible, caos vial, microbuseros que sellan las ventanas de su ataúd con ruedas, escritores y "hartistas" diciendo pendejadas en la tele porque el calor les ha atrofiado las neuronas, calor-calor-calor.

Mi sueño: toparme un día con Sherlock Holmes y arrebatarle la pipa y la identidad (los cuentos del morfinómano son los más nublados que puedo añorar).

Mi tortura: ningún hotel de paso ofrece servicio de jacuzzi en las rocas, para ayudar a menguar el calor exponencial de esas afortunadas noches de sábanas ajenas.

Mi consuelo: como vivo solo me puedo pasar encuerado por toda la casa sin miedo a la censura.

La brevedad de mi consuelo: se viene mi hermano el espiriflaútico a vivir conmigo en lo que estudia su licenciatura en Diseño y comunicación visual en la enap de la unam.

Mi falsa excusa de comodidad: la ventaja de no tener novia en estos meses es directamente proporcional a la frescura producto de la ausencia de abrazos y arrumacos.

Respuesta a las líneas anteriores: ¡Buuu, buuu, buuu!

Saludos y que la espera de la muerte (por insolación) les sea leve.