jueves, marzo 29, 2007

Cita conveniente



Esto me lo encontré en un texto muy bueno de Humantree, creo que es más que conveniente echarle un ojo en este momento de enconos laberínticos.

"Yo soy católico –le dije a Juan Pablo II– pero también soy presidente de una República cuyo Estado es laico. No tengo por qué imponer mis convicciones personales a mis conciudadanos, sino que debo procurar que la ley responda al estado real de la sociedad francesa para que sea respetada y pueda ser aplicada. Juzgo legítimo que la Iglesia pida a los que practican su fe que respeten ciertas prohibiciones, pero no corresponde a la ley civil imponerlas como sanciones penales al conjunto del cuerpo social”.
Valéry Giscard d'Estaing, expresidente francés

¿Tú tambien te jodISSSTE?


Durante doce años trabajé en una institución en la cual tenía derecho a un montón de prestaciones sociales: préstamos sin interés, entrada e eventos culturales y recreativos, préstamos de vivienda, pago de gastos médicos y legales, servicio médico. Durante esos doce años coticé (que es la obscena palabra para decir que estuve pagando, junto con una una nómina inmensa de trabajadores al servicio del estado, por todas esas prestaciones) al ISSSTE que era la institución que tendría que hacerme más llevadera la vida, la enfermedad y, en su caso, la muerte.
Ver la forma en la que nuestros heroicos congresistas (siento un resquemor al decir "nuestros", yo no voté por esa bola de patanes irresponsables que sólo miran por su propio beneficio) aprobaron las reformas a la Ley de pensiones del Instituto mencionado, no hace más que convencerme de algo que tiene que ver con mi vocación de pesimista: en este país todo está y todo va a estar de la chingada.
Esto lo pienso en los días en que salgo de una infección respiratoria tremenda (el sábado y el domingo fueron apocalípticos por decir lo menos) en la cual me tuve que enfrentar a varias realidades: mis defensas y anticuerpos están demasiado bajas, el estrés me consume, no es divertido estar enfermo (aunque eso implique no ir a trabajar), las medicinas están carísimas. El trabajo en el que estoy actualmente carece por completo de algún esquema de seguridad social; contratado bajo el régimen de prestador de servicios pareciera que la idea de servicios médicos, financieros y de vivienda se encuentra en una galaxia muy muy lejana. Alguien diría que el sueldo lo justifica. Yo insisto en que las medicinas, con todo y mi sueldo, son demasiado caras.
Pensar entonces en un trabajador que gane en promedio 1000% menos que yo, que se enferma de lo mismo y que no tiene seguridad social; es decir, tiene que comprar las mismas medicinas ganando diez veces menos que un profesionista con empleo. Imposible.
La seguridad social tendría que ser el mecanismo que permita a una sociedad establecer condiciones a partir de las cuales se pueda hablar de un reparto menos injusto de la riqueza. No se puede minar las condiciones de la seguridad social de un país, tendrían que reforzarse. No se tendría que quitar prestaciones a las masas de trabajadores; se tendrían que quitar privilegios a los que más tienen. La ley de pensiones del ISSSTE va a impactar sobre todo a núcleos de población con una vulnerabilidad que algunos, gracias a nuestra suerte-compadrazgo-capacidad-disciplina-preparación, sólo tenemos que imaginarnos: ancianos, pobres y, sobre todo, ancianos pobres.
No me quejo por no tener seguridad social (aunque debería), me quejo por ver que hay una inmensa cantidad de personas que han pagado por décadas el dinero que les garantizaría una vejez y muerte decorosa, y ahora, simplemente, serán echados a la calle (pregúntenle a los pensionados del IMSS). En fin, que no hay mucho que decir cuando tan pocos quieren escuchar.

lunes, marzo 26, 2007

In memoriam

"El campo del intelectual es por definición la conciencia. Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante. Y el que comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra"



El 25 de marzo de 1977, Rodolfo Walsh se propueso distribuir por los buzones de Buenos Aires la "Carta abierta de un escritor a la Junta Militar", un documento político implacable que denunciaba el plan que los sectores dominantes habían puesto en marcha en la Argentina a partir del golpe de estado del 24 de marzo de 1976.
          En la "Carta...", Walsh enumera los crímenes, los secuestros, las torturas y las desapariciones perpetradas por la Junta Militar. Y también desentraña el fin último del llamado "Proceso de Reorganización Nacional": implantar un modelo económico que condena a la miseria al pueblo argentino. La "Carta..." desenmascara a los militares y a los "otros" responsables: los grupos económicos locales, las empresas trasnacionales, el Fondo Monetario Internacional.
          El mismo día que envío la "Carta...", Walsh fue interceptado por un grupo de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Las fuerzas de seguridad desconocían la existencia del texto, pero conocían con certeza la "peligrosidad" de Walsh para el proyecto represivo que encarnaban. El escritor se resistió al secuestro y hasta logró herir a uno de sus captores. Pero el enfrentamiento fue obscenamente desigual: Walsh y su revólver calibre 22 contra un grupo de militares armados hasta los dientes. Lo asesinaron en plena calle. Tenía cincuenta años.
          Martín Grass, detenido en el campo de concentración de la ESMA, dijo haber visto el cuerpo de Walsh tirado en un pasillo de ese centro ilegal de detención. Estaba partido por una ráfaga de ametralladora. Los militares lo exhibieron como un "trofeo de guerra". El cuerpo nunca fue entregado a sus familiares. Desde aquel 25 de marzo integra la lista de los treinta mil desaparecidos argentinos.
          Así terminó el considerado, por gente como David Viñas y Ricardo Piglia, el mejor escritor argentino de todos los tiempos. Podríamos recordarlo como lo hace el poeta Juan Gelman:

Me pregunto qué sería
de la belleza de Rodolfo ahora/
es belleza en vuelo lento
que le iba encendiendo ojos/

si volaría o no volaría
esta vez que nos derrotaron
por soberbios y no arrepentidos/
pero tal vez sí volaría/


o volaría triste triste
corriendo el mundo con la mano
para mostrar los compañeros
que cayeron por la belleza.


("Nota VI", Si dulcemente, Lumen, Barcelona, 1980)

Más información y textos acá.

viernes, marzo 23, 2007

Sopas



"Si he de ser pendejo por ser optimista o por ser escéptico, prefiero serlo por optimista, porque si no... Hay un punto en que el esclavo, si le agarra cariño a las cadenas, y no cree que algún día les va a partir la madre y las va a romper, se queda esclavo toda su pinche vida. No me parece que sea momento para decir no se va a poder hacer nada. Y si se va a poder hacer, va a ser con la más estricta individualidad o con la más estricta colectividad. Ningún punto medio."
Guillermo del Toro

miércoles, marzo 21, 2007

Entre fotogramas


Entre los muchos prejuicios que sobreviven entre los aficionados al cine persiste uno contra el que siempre me he manifestado: que el cine de artes marciales es un subgénero que no debe ser tomado en serio. Esto es, cuando la película se presenta abiertamente como una película de artes marciales. Porque eso sí, si las habilidades acrobáticas se presentan en cintas como Matrix o Kill Bill, la perspectiva cambia: las artes marciales son una herramienta que el director utiliza para hacer más accesible y atractiva su cinta. Pero si el protagonista de la cinta en cartelera es Jackie Chan, Jet Li, Bruce Lee o Bolo Yeung (y no Keanu Reeves, Uma Thurman o Jason Standham) la cosa cambia; tal película es sólo divertimento para adolescentes tardíos que salen aullando de las salas de cine y tratando de romper a karatazos los mingitorios del cine. Nunca hay una lectura que vaya más allá de esa visión simplista y simplificadora que las industrias cinematográficas de China, Hong Kong, Corea y, en algunos casos, el propio Japón ha producido. Cuestión que pasa, indefectiblemente, o por la cuestión de la búsqueda interior (con todo el estereotipo que se ha creado de la filosofía oriental, que de tan obvia es inmensamente profunda), o por el más interesante de la construcción de la identidad nacional.
          Lo mencionado al último tiene que ver con la película de Ronny Yu, El duelo (Huo Yuan Jia / Fearless, EU/China/Hong Kong, 2006), que pasa sin pena ni gloria por las carteleras de cine. La película se anuncia como “la obra del coreógrafo de las maravillosas Matrix y Kill Bill” o como dice el que hace la crítica de dos renglones de La Jornada: “Bien fotografiada, pero monótona exhibición de artes marciales. Sólo para aficionados al moretón”. El duelo narra la vida de Huo Yuan-jia (Jet Li), fundador de la Federación Deportiva Jingwu y héroe nacional chino que a principios del siglo veinte restauró el honor de su patria venciendo contrincantes extranjeros en un momento de la historia en el que China empezaba a ver la opresión por parte de "invasores" europeos. La cinta aborda las excelentemente bien filmadas batallas que un hombre libra en una historia que va de la fantasía infantil, a la soberbia de la madurez, a la pasión del crecimiento, la expiación de la culpa y la toma de conciencia de que hay cosas más importantes que el sí mismo, tan llevado como valor único por la visión de mundo de Occidente.
          Pero más que una película sobre un hombre, El duelo pone énfasis en la cuestión del orgullo nacional y el papel que los países colonialistas de principios del siglo XX llevaron a cabo en el lejano Oriente. El prólogo (que podría quedarse en la anécdota de buenas peleas al más puro estilo The Quest con un Jean Claude Van Damme eternamente sobreactuado) se vuelve un prefacio para mostrar lo que de contenido profundo, oculto, “entre fotogramas”, hay en esa historia anodina y “para aficionados del moretón”; el epílogo es una recuperación del sentimiento romántico que recupera algo que hoy en día parece encontrarse en una crisis eterna: la cultura nacional (algo que ya Héroe (China, Zhang Yimou, 2002) había realizado con anterioridad). Se presenta a Occidente (en específico a los ingleses, franceses, norteamericanos y, villanos traidores, japoneses) como la causa del declive chino y de la pérdida del significado de conceptos como el honor, la amistad, la percepción del mundo como la enorme habitación compartida. El diálogo entre Huo Yuanjia (Jet Li) y Anno Tanaka (Shido Nakamura), como representantes de una tradición que se opone a Occidente mientras toman una taza de té y hablan más que de bebidas de seres humanos, es una de las escenas mejor logradas (y sin ningún madrazo de por medio). El final, más allá de lo hiperbólico que pueda resultar los efectos especiales y de maquillaje del cine chino, es entrañable. Una película que muestra un orgullo que va más allá de los madrazos y de la producción en serie. Se mete con elementos, hoy pasados de moda, pero que desnudan algo de eso que todavía algunos nos atrevemos a llamar “humanidad”.

martes, marzo 20, 2007

Objetos perdidos

¿Dónde quedó la vocación social de los intelectuales? ¿el sentido común de los gobernantes? ¿la idea de nación? ¿Dónde la inteligencia de los asesores? ¿la memoria histórica? ¿dónde la crítica? ¿los periodistas que hace preguntas cuyas respuestas ignoran?
          ¿Dónde las películas que te rompen los huevos por dejarte gimiendo en el piso y no porque te dormiste esperando el conflicto? ¿los amigos que te buscan para chelear y vivir al mismo tiempo? ¿las mujeres que no te piden amanecer en un lecho que, como órgano trasplantado, te rechaza? ¿las que beben en silencio y fornican a todo volumen? ¿las que piden permiso para entrar al abaño? ¿las que no piden permiso para hurgar en tu cuerpo?
          ¿Dónde los güeyes dispuestos a romperse la madre nadamás porque otro lo vio feo? ¿o porque le gustó su morra? ¿dónde los envases de cerveza con el pico cortado y a punto de entrar en el estómago de cualquier hijo de puta?
          ¿Dónde los lavaderos de azotea en los que se coge con las vecinas olvidadas? ¿los clósets que esperan a que el marido se vaya para abrirse? ¿los sillones chafas que se rompen con los vaivenes del sexo descarnado? ¿la arena que se te mete en el culo cuando decides tirártela (o) a la orilla de la playa? ¿el semen embarrado en las paredes de los portones de los novios quinceañeros? ¿la puñeta que alivia sin pedir nada a cambio?
          ¿A dónde fueron las ganas de comerse al mundo? ¿De matar a ese güey que te purga? ¿de cogerte a las niñas ricas de universidad nais nomás por pura justicia social? ¿de aplicarle la hurracarrana a la muerte? ¿dónde? ¿dónde? ¿dónde?
          Quizá, con el tiempo, uno pierde más que cabellos, amigos y dos o tres apuestas. Quizá, pero sólo quizá, vivir signifique aprender a soportar la propia cobardía.

jueves, marzo 15, 2007

Genial, este texto de Pescetti:

¿Para quién trabajan los cinco sentidos?

¿De qué se trata?

Lo de la idealización es bien cierto, yo tuve un novio que no hablaba nada y a mí me encantaba porque me parecía que era muy hombre y se lo contaba a mis amigas y era genial porque yo le hablaba de mis cosas y él no me interrumpía y después el médico forense me dijo que llevaba un año muerto y yo al principio, la verdad, me costó creerle, por la idealización, ¿no?
TESTIMONIO: Alicia, de San Telmo

Yo una vez vi una idealización y me gustó mucho.
TESTIMONIO: Elena, de Puente Saavedra

IDEALIZAR ES VER a nuestra media naranja como si fuera el mercado de abasto. Es una especie de maquillaje global con el que le damos una mejoradita a la/el postulante y la/lo ponemos más a tono con lo que andábamos buscando. Y ahora les pido que sean comprensivos si sigo escribiendo un poco en masculino, lo que ocurre es que me cansa andar poniendo la / a cada rato.
Sigo. Idealizar es hacer algo más o menos parecido a la conversación de Caperucita cuando creía que el lobo era la abuela. Con algunas modificaciones, en el terreno de la pareja sería así:

-¿Y te gusta esta nariz tan grande que tengo?
- Sí, porque es para oler mejor.
- ¿Y no te parecen feas estas orejas tan grandes que tengo?
- No, porque oyes mucho más lejos.

La idealización es eso que hace que nuestros amigos y familiares se pregunten: ¿¡Qué carajo le vi!? Incluso ese es un buen test para saber si estamos idealizando o no. Nos paramos delante de un buen amigo y le decimos, así a lo macho: A mí me gusta marta porque… y le lanzamos esa explicación que nace de la mezcla de los cinco sentidos, las hormonas, con lo que nos queda de cerebro disponible. Si nuestro amigo nos felicita, nos dice: Che, qué bueno que encontraste una mujer así… estamos salvados. Pero si se refriega los oídos y nos pregunta: Perdón ¿de quién me dijiste que estabas hablando? O nos mira con cara de turista que no le coincide el folleto que le habían dado en la empresa de viajes con los que ahora tiene enfrente… debemos preocuparnos.
La demostración más fehaciente de que hubo idealización es cuando ya nos separamos de la persona y, ahora sí, todos, todos, tienen a bien confesarnos: Estaba cantado que eso no iba a funcionar. A vos habría que quitarle la licencia de conducir emocional, sos un peligro. Y nosotros, la verdad, que tenemos ganas de reclamarles por qué carajo no nos avisaron antes. Aunque en el fondo lo sabemos: porque no-les-habríamos-hecho-caso, no les hubiéramos creído, hasta nos hubiéramos enojado, porque en nuestra nube de pedo no veíamos que era tan enana como todos decían… además estábamos cansados de mujeres altas. Y eso de que no se sabía si iba o venía, tampoco era cierto, a nosotros nos constaba que una vez que ubicábamos de qué lado estaba el culo era bien fácil saber dónde estaban los pechos. Y los que decían que tenía un carácter muy fuerte también se equivocaban, se enojaba mucho sí, pero porque era su manera de defenderse… y porque era muy perfeccionista.
Y así los contrastes entre lo que nosotros afirmábamos y lo que veían los demás eran tantos que empezábamos a dejar de frecuentar a algunos, a salir más bien de noche, a taparla con una manta, en fin, a ir cada vez más seguido de aquellos que la veían tal como nosotros, esos buenos amigos que ahora están internados los pobres.


Ventajas y desventajas

ENTRE LAS VENTAJAS está esa felicidad a toda prueba, nos volvemos más audaces, nos bañamos más seguido (cosas que si no tuviéramos el estímulo de nuestra Dulcinea capaz que ni se nos pasan por la cabeza). Es más: nos animamos a salir de la camita calientita del hogar paterno. Es que, imagínense: si no fuera porque alguien hace que se nos humedezca el cerebro a tal punto que queremos estar con esa persona y sólo con esa persona y si no es con esa persona no queremos estar con nadie, si no fuera así les juro que empezaríamos a hacer cálculos: Mmm, no sé… a ver ¿y qué saco yo si me voy con ésta? Mmm, no sé, pasá mañana… Ya no digamos que nadie se suicidaría por amor, ni siquiera se resfriarían si quitáramos la idealización. Porque esa es su función: convencernos, sin una sola palabra y sin pérdida de tiempo, como una especie de súper-comercial, de que queremos, de que nos urge, estar en pareja. Como diría Jacques Cousteau: La natugaleza es sabia.
Pero tiene desventajas, como que la primera pelea, el primer desacuerdo, nos voltea, nos aplasta, nos mata…
- Pará, no es para tanto.
-Sí es, sí es.
Nos aniquila, nos hunde, nos destroza…
- No lo tomes así
- Es que vos no entendés.
Nos desbarata, nos fractura, nos desgarra…
- Pero ¿qué te hizo?
- No te lo puedo explicar.

Por no haber querido ver, por dejar pasar demasiadas cosas, un día nos despertamos a la realidad de que esa/e que está al lado nuestro tiene tanto que ver con nosotros como la música militar con la música. Y si no ¿Por qué creen que alguien se nos hace la octava maravilla y después de que pasan algunas cosas (algunas cosas, repito, o sea que no hubo una transmutación ni la reemplazó un marciano) esa misma persona se nos hace monstruhorrible?

De todas maneras, si uno hiciera una encuesta verían que la mayoría de la gente opina que idealizar no es bueno, que lo que está bien, lo sano, es vivir la realidad, enfrentar las cosas como son. Digan lo que quieran, pero yo creo que sin la idealización de la persona amada, haciendo un cálculo gruessso, así nomás, a ojo de buen cubero, nos quedamos sin la mitad de la literatura universal, sin la mitad de las canciones populares, sin tangos, sin boleros ni serenatas. O sea que, cuando más adelante recomendamos ver a la persona amada tal como es, nos referimos a: …y también tal como somos, y: …también tal como son las cosas. Vale decir, una especie de realismo poético es lo que quisiéramos recomendar (esto es más fácil de entender que de explicar, les agradeceré que no manden cartas pidiendo que desarrolle este punto).

¿Cómo es que llegamos a idealizar?


SEGUNDA LEY DE PESCETTI SOBRE LA IDEALIZACIÓN
La impresión de lo maravillosa que es una persona es directamente proporcional al tiempo que llevamos solos.

Dicho de otra manera: lo supermaravillosafantástica que sea la donna (o rapaz) que cada quien encuentre dependerá de cuánto tiempo llevamos sin alguien que nos conmueva un poco. Y no nos referimos a alguien-súper sino a alguien-algo. Porque hay esas épocas, en la vida de uno, en las que ni siquiera estábamos con alguien ya no un poquito fantástica, sino que estuviera, al menos, alfabetizada emocionalmente, por decirlo de alguna manera.

Oséase que el tiempo que nos pasamos sin encauzar el asunto le da intensidad a quien sea que se aparezca. Algo así como que la pobre futura dueña de nuestro corazón (o el futuro Robin Hood de vuestros bosques) transita libremente por las calles, compra el pan, toma un taxi, y no advierte que nuestro deseo (que se acumula, se acumula, SE ACUMULA…) la está invistiendo de extraños poderes, la está cargando. A medida que pases los meses hasta conocerla, ella será cada vez más capaz de transformar nuestra vida. Y si se demora en aparecer, esa carga energética continuará hasta que terminará por convertirla en exactamente-eso-que-estuvimos-buscando-toda-la-vida. Ni más ni menos. Y diremos: ¡Oh, nunca pensé que iba conocer a alguien como vos! ¡Eres lo que siempre soñé! (y cómo no va a ser lo que siempre soñamos si ya se nos estaba por reventar una venita del ojo).

PRINCIPIO DEL ÉXTASIS URINARIO
Lo que hace que hacer pipí sea un acto común o la más maravillosa de las experiencias sensoriales, es la distancia a la que queda el baño.

Por eso afirmamos que la idealización de la persona que nos topamos está hecha, entre otras cosas, de soledades y tropezones acumulados. Introduje algo nuevo: tropezones. Perdón, la ciencia me llama:

TERCERA LEY DE PESCETTI SOBRE LA IDEALIZACIÓN
La impresión de lo maravillosa que es una persona es directamente proporcional a los tropezones amorosos que llevamos.

Y es que eso también cuenta. Si venimos fresquitos no es lo mismo que si llevamos tres o cuatro intentos de pareja que terminaron mal. A medida que transcurren nuevos tropezones aumenta la necesidad de que la próxima vez no nos pase lo mismo. Nos urge demostrarnos (a nosotros y a nuestros compañeros del zoológico) que somos capaces de vivir una pareja feliz. Y si hay una cosa que puede fastidiar el asunto casi al mismo nivel que la idealización, es este empeño tipo: la tercera es la vencida. A lo mejor la cuarta o la quinta eran la vencida, andá a saber… en el amor. Pero si uno se clava en: no, la tercera no me puede fallar (o la segunda no me puede fallar, o la vigésimo novena no me puede…, etcétera) si uno se clava en eso: no sólo va a lograr que la relación siga unida a pesar de todas las crisis, sino que la relación siga unida a pesar de todas las evidencias, de todos los desastres, pruebas irrefutables, demostraciones científicas, fotos, videos, testimonios de la Madre Teresa de Calcuta.

Pero, retrocedamos un casillero y digamos que, cuando llevamos un tiempo solos, o habiendo participado de algunos tropezones amorosos bastantes memorables y nos encontramos con alguien, pasan dos cosas: exageramos sus virtudes y negamos sus defectos. Pero aquí, por favor, déjenme hacer un alto, servirme una copita de mi buen ron de mi buena Cuba o un mate patriótico, porque lo que sigue es como para escribirlo con tiempo y si no con tiempo, al menos para darse el lujo de ser un experto en la materia y si no con tiempo, al menos para darse el lujo de ser un experto en la materia y entonces uno tiene ganas de echarse el rollo con cierta clase, no como a quien se le ocurre algo mientras charla en un bar, por favor, no, sino como si un doctor en el tema te invitara a cenar a su casa ¡y cocina él! Quiero decir: son ocasiones especiales.
Gracias, aquí estoy. Sí, yo soy el doctor y les cociné un sandwichito de porquería, supongan, pero no importa, sepan disculpar estuve todo el día en el laboratorio y esas cosas. Aquí les va la quintaesencia de mis triunfos pasiones que se convertían en tocar tierra sin tren de aterrizaje tan sólo unos meses después…

Comida en lo del especialista internacional

(Sigue la revelación)… PARECE SER que el ingrediente básico de la pasión amorosa, de aquella cosa que hace romper sábanas, tocar el cielo, sentir una exaltación como un mar en el pecho, escribir poemas, en fin todo lo que tiene que ver con la holiwoodesca industria del enamoramiento con violines y angelitos… la clave para que ocurra todo eso está en: no ver … (puntos suspensivos)
… (en este momento me hago el distraído, me sirvo otra porción, un vasito de vino, porque los veo a ustedes con cara de: ¿Tanto escándalo para decir eso? ¿Qué caranchos quiere decir? Es que forma parte de toda revelación que valga la pena un momento en el cual no se entiende dónde está el misterio o lo tan maravilloso del asunto).
Retorno. Sí así de cortito y extendido: no ver. Porque eso es lo que tienen de común: el exagerar las virtudes de alguien y el negar algunos de sus defectos. No vemos a la materia orgánica en cuestión tal como es, no vemos a la persona como Dios, junto con su mamá y, eventualmente, su papá la hicieron, sino a través de cristal de nuestras ganas de lo que queríamos encontrar. Nos negamos rotundamente a usar solamente los ojos. Es más, cuando conocemos a alguien que tiene la posibilidad de impactarnos, los ojos es lo que menos usamos. Lo vemos con una mezcla de memoria e imaginación inflamada. La memoria empieza a saltar y a dar gritos de: ¡¡¡AHI’STA!!! ¡¡¡AHI’STA!!! Mientras la imaginación se pone como si hubiera chocado contra un camión de opio: lo gordo nos parece rellenito, lo esmirriado: estilizado, lo definitivamente descerebrado: encantadoramente simple, lo perversamente retorcido: intenso. Con esa distancia que hay entre la realidad y los discursos de gobierno.

Cosas que favorecen la idealización

CUARTA LEY DE PESCETTI SOBRE LA IDEALIZACIÓN
La impresión de lo maravillosa que es una persona es directamente proporcional a la cantidad de dificultades o inversamente proporcional a las posibilidades de frecuentación.

Ejemplos:

*Que los dos se conozcan en un viaje y pertenezcan a culturas muy diferentes. Por ejemplo: él es un pigmeo africano y ella una obesa esquimal, se encuentran en sus vacaciones en Acapulco y lo suyo no tiene futuro.

*Que los dos trabajen metiendo zapatos en las cajas (en una fábrica de zapatos, claro) y un día pasa un director de cine y le propone a él ir a filmar una película a otro continente y como recién empieza en el gremio del celuloide nada más le pagan un pasaje y una habitación con una sola cama (individual) y no puede llevarla y deben separarse.

*Que el tatarabuelo, de uno de los dos, le escupió en el ojo al mejor amigo del tatarabuelo del otro y desde entonces las familias se siguen escupiendo y odiando y jamás entenderían que ellos no sólo se aman sino que no quisieran escupirse.

*Uno de los dos tiene hijos y está casado y su pareja tiene una enfermedad muy grave o terminal y el padre o la madre de ese-uno-de-los-dos vive con ellos y adora al de la enfermedad y otro progenitor está en un hospicio y para mantenerlo dependen de los ahorros del de la enfermedad, en fin…


La ilusión engañosa

DE TODAS MANERAS, por más tapado que esté el cerebro, de vez en cuando, sin querer, ya sea porque alguna neurona se desperezó e hizo sinápsis o porque eso con que nos ata a la mesa nos lastima los tobillos o porque los vecinos se quejan de nuestros gritos, puede pasar que nos demos cuenta de que algo-no-nos-gusta.
Cuando un dato francamente molesto, disgustante o amenazador, se instala y ya no es posible negarlo, inmediatamente recurrimos a una dosis de confianza interior en que, con el tiempo, lograremos modificar eso feo. Con el tiempo yo lo/a voy a ir cambiando (todo esto dicho con un parpadeo de ojos muy rápido, de preferencia cerca de una playa y mirando el horizonte). ¡Grave error! ¿Qué nos dicen las estadísticas? Que sí, es cierto, todos los que pensaban que con el tiempo iban a lograr cambiar a su pareja lo lograron, la cambiaron… pero por otra.

Gente, yo no quiero ser el que les dice que el azúcar produce caries cuando ustedes están con los dientes clavados en el postre. Pero, en honor a la verdad, me hubiera ido mejor en muchas parejas (es un número seguido de dos ceros) si tan solo un día me hubiera sentado y la hubiera visto tal cual era y no tal cual yo quería que llegara a ser para mí. Si me hubiera sentado y la hubiera visto así y además hubiera pensado que, con el tiempo, a mi lado iba a tener una versión un poco mejor o un poco peor… pero de lo mismo, es decir: la misma persona un poco mejorada o un poco empeorada. Si hubiera hecho eso, habría ahorrado una fortuna de antiácidos.

LEY DEL MILAGRO POCO PROBABLE
Es más fácil transformar una carroza en calabaza que al revés.

Los cambios humanos tienen límites. Si tenemos una avioneta biplaza podemos arreglarla hasta que sea la mejor avioneta de ese modelo y ese año, pero nunca la transformaremos en un Boeing de última generación. Quiero decir, si ustedes conocen a alguien que se come los mocos (por dar un ejemplo) y se lo vuelven a encontrar luego de cinco años, tal vez ya no se los coma, de acuerdo, pero los guardará en una cajita, algo así.
Si ustedes se descubren pensando que la/o van a poder cambiar, le recomendamos considerar los siguientes puntos:

AYUDA, PASO POR PASO

1) Recuerde que hay cambios posibles e imposibles (la diferencia radica en que los imposibles no se producen nunca y los posibles llevan toda la vida.

2) Trate de ver si el cambio que usted espera es posible o imposible.

3) Una vez que haya hecho el cálculo exacto de cuánto tiempo le llevará modificar una conducta de su pareja, agréguele entre 6 y 8 años más.

4) Piense seriamente si, cuando ese cambio se produzca, usted todavía querrá estar allí.

Los cambios humanos, queridos terráqueos (lo digo con toda mi dolorosa experiencia de premio Nobel a la ansiedad) son lentos, leeeeeenntos como el carámbano. Hagan este experimento: mírenla/o a ella/él sin maldad, con todo el amor del mundo, perro también con objetividad, con criterio de realidad. Véanla/o allí leyendo el diario de una manera que ustedes quieren dinamitar, perdiendo tiempo frente a la televisión, rascándose. Obsérvenlo/a, les decía, mientras les contesta de una manera que queda al revés de como a ustedes les gusta. Vean cuando habla de más o cuando calla de más, véanlo/a cuando les reclama algo que ustedes jamás pusieron en oferta, véanlo/a cuando pone oreja de estatua para atender un pedido de ustedes. En fin, dedíquense a mirar las cosas tal cual sin ninguna clase de esas escenografías que uno prepara cuando quiere que el otro sea lo que uno andaba buscando, vean y traten de imaginar o de percibir la distancia que hay entre esa/e que está allí sentada/o y lo que ustedes aspiran como pareja. Miren un rato, miren con calma… después: acérquense a darle un beso o huyan sin perder tiempo en llevarse nada.

Coda legal

LEY DE PIRO
No todo lo que brilla brilla.

LEY DE USANDIVARAS
Una cosa tal como es y la misma cosa tal como se la ve son dos cosas diferentes.

COROLARIO
Las cosas son según con qué cristal se eligió el cristal con que se miran.

LEY DE COULIN
Lo que deslumbra es opaco.

FÓRMULA DE ALZATE
Hagan un listado de las cosas que buscan en su pareja y asígnenle 5 puntos a cada una. Si la suma final es mayor a 2.000 es probable que sus expectativas sean exageradas.

LEY DE CALVO
La realidad es esa cosa que está última en la fila.

LEY DE ESCOBAR
La pantalla es mejor que la butaca, pero lo peor es salir del cine.

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Más de Luis Pescetti acá.

viernes, marzo 09, 2007

Un poco como hoy

Hoy me desperte sintiéndome un poco como el "Poema 22" del Fuego de pobres de Rubén Bonifaz Nuño.

Poema 22
Para Abril Boliver

Algo se me ha quebrado esta mañana
de andar, de cara en cara, preguntando
por el que vive dentro.

Y habla y se queja y se me tuerce
hasta la lengua del zapato,
por tener que aguantar como los hombres
tanta pobreza, tanto oscuro
camino a la vejez; tantos remiendos,
nunca visibles, en la piel del alma.

Yo no entiendo; yo quiero solamente,
y trabajo en mi oficio.
Yo pienso: hay que vivir; dificultosa
y todo, nuestra vida es nuestra.
Pero cuánta furia melancólica
hay en algunos días. Qué cansancio.

Cómo, entonces,
pensar en platos venturosos,
en cucharas calmadas, en ratones
de lujosísimos departamentos,
si entonces recordamos que los platos
aúllan de nostalgia, boquiabiertos,
y despiertan secas las cucharas,
y desfallecen de hambre los ratones
en humildes cocinas.
Y conste que no hablo
en símbolos; hablo llanamente
de meras cosas del espíritu.

Qué insufribles, a veces, las virtudes
de la buena memoria; yo me acuerdo
hasta dormido, y aunque jure y grite
que no quiero acordarme.

De andar buscando llego.
Nadie, que sepa yo, quedó esperándome.
Hoy no conozco a nadie, y sólo escribo
y pienso en esta vida que no es bella
ni mucho menos, como dicen
los que viven dichosos. Yo no entiendo.

Escribo amargo y fácil,
y en el día resollante y monótono
de no tener cabeza sobre el traje,
ni traje que no apriete,
ni mujer en qué caerse muerto.

miércoles, marzo 07, 2007

Repensar América Latina


Estoy tratando de reescribir mi tesis de maestría. La nueva visión que adquirí y los bríos para retormar este proyecto trunco tiene que ver con una plática que el Dr. Ignacio Sosa tuvo con los integrantes del colectivo Nostromo el sábado anterior. La plática giró alrededor de la historia que permitió que los Estudios Latinoamericanos se convirtieran en lo que son. Observar el proceso histórico de esta rama del conocimiento; asociado con la necesidad de establecer algunos parámetros en lo que se refiere a describir de manera densa eso que se denomina "identidad latinoamericana".
          La plática fue muy fructífera. Pero hubo algunas cuestiones que sobresalieron entre mis intereses sobre todos los demás, a saber: la idea de que la integración de México al TLC implicó, en términos simbólicos, la integración simbólica de México a una aspiración identitaria con Canadá y los EU, más que con los países de América Latina. Más allá de las implicaciones económicas, el TLC supuso el abandono del horizonte de destino que durante el siglo XX había hermanado a los países de América Latina.
          La similitud de procesos históricos, la emergencia de los movimientos guerrilleros, la intervención norteamericana en la región y la unión (intelectual y de identificación política) con el proceso de la primera Revolución Cubana, son procesos que se dejan de lado y pasan a segundo plano ante la necesidad de encontrar el lugar que la globalización pretende dentro del proceso de norteamericanización (descrita largamente por Frederick Jameson).
          Otra de las cosas mencionadas tiene que ver con la imposibilidad de pensar los problemas latinoamericanos desde la situación de la propia región. Es decir, los elementos teóricos y el horizonte explicativo parte de modelos pensados para explicar, en extenso, la situación de diversos países con situaciones sociales, políticas y culturales esencialmente distintas. ¿Qué mérito tiene pensar la posmodernidad latinoamericana a partir de Perry Anderson (Reino Unido), Gilles Lipovetski (Francia), Jean Francois Lyotard (ibid.), o Jürgen Habermas (Alemania)? ¿Seguir adaptando las estructuras teòricas y explicativas a estos problemas locales a partir de un horizonte ajeno?
          Una de las reflexiones que Sosa dejó en el aire fue la idea de que en ese proceso de abandono del vínculo latinoamericano (por eso cuestiones como el bolivarianismo de Hugo Chávez, el indigenismo de Evo Morales, la revisión de la dictadura de Kirchner y la asumida dirigencia de Lula nos parecen cuestiones exóticas o ajenas; tal vez hemos dejado de escuchar lo que hace exclusiva y particular a nuestra región en un afán integracionista en donde las condiciones son evidentemente desiguales e injustas), fue la pregunta acerca de ¿quién se cree eso de que realmente somos parecidos (o iguales) a los Estados Unidos/Canadá?
          Después de pensar un momento llegué a la conclusión de que muchos escritores de esta nuestra latinoamérica se lo han creído y que más allá de la exploración de las problemáticas de la región (y no estoy a favor de un realismo socialista, que no se confunda), se alude a un universalismo en el cual las élites se sienten a gustísimo, pero en donde el grueso de una población empobrecida no se ve reflejada. Es un problemade educación, cierto. Es un problema de identidad, más cierto aún. Son las exigencias del mercado, a huevo. Pero luego la pregunta surge chingativa: ¿acaso Roberto Bolaño o Fernando Vallejo (por hablar de dos contemporáneos a los que considero excelentes escritores) tuvieron que renunciar a hablar de América Latina para hacer buena literatura? ¿tengo que poner nombres extranjeros y escenarios europeos o norteamericanos para que mi literatura tenga valor (inclusive comercial)?
          Creo que al final no se trata de la reivindicación del realismo mágico o de seguir pensando en una América Latina esencialmente rural (que lo es y no, contradicciones que sobreviven sin pugna), se trata de pensar si argumentos como "lo importante de la narrativa es la trama, sin importar el escenario en el que transcurra" o "estamos en la ambición del cronotopo cero (sic)", pueden ser válidos en una región en crisis (eterna crisis), cuyas contradicciones sociales no encuentran eco en las preocupaciones de sus artistas. Artistas en los que el tratamiento de temas regionalistas los convierte supuestamente en demagogos (más por incapacidad que por verdadera "conciencia social": el argumento es que el arte y la lucha política no se llevan); pero que en la renuncia a repensar de manera creativa las posibilidades narrativas de esta región llegan a un elitismo digno de mejores causas.
          Pareciera que la esperanza está en los "subgéneros" (recontrasic) como la novela policiaca (BEF, Juan Hernández Luna, Taibo II) o la ciencia ficción. De la misma manera en que América Latina se diluye como escenario de la narrativa "seria", los elementos de identificación se van haciendo cada vez más difusos.

jueves, marzo 01, 2007

Jugar con fuego

Ahí va una probadita de Barrio de tango.


Track 5
Jugar con fuego
Letra: Andrés Calamaro
Música: Andrés Calamaro

Yo tengo cuatro claveles
uno por cada motivo
el encuentro, tu mirada
mi secreto, nuestro olvido.
Estoy jugando con fuego
y en la yema de los dedos
tengo el tacto de los das
tengo el tacto de las noches
tengo el tacto de los dos.
Es inmoral sentirse mal
por haber querido tanto
debería estar prohibido
haber vivido
y no haber amado.
Por eso tírame un beso
que sigo preso
de nuestro encierro
jugar con fuego.
Si me quedo sin aliento
y no pude dar contigo
va a venir la noche negra
para quedarse conmigo.
Porque jugando con fuego
puede ser que te lastime
puede ser que sufra un poco
y nos queremos los dos.
Es inmoral sentirse mal
por haber querido tanto
debería estar prohibido
haber vivido
y no haber amado,
por eso tírame un hueso
que sigo preso
de nuestro encierro
jugar con fuego.
Estás jugando con fuego
por un tango así
y muy juntitos los dos.
Para vos, reina.

Jugar con fuego

La cosa comenzó como un juego. Esto, claro, si puede llamársele juego a la malsana costumbre que tengo de arrancar los calzones de mis vecinas del tendedero. La cosa no pasaría de ser anécdota si no fuera porque en la lógica de estos deportes extremos alguien termina por cacharte. Elena me sorprendió justo en el momento en que aspiraba, con las fosas nasales completamente dilatadas, los olores a desinfectante y esa sensación que suponía corresponder al olor de la intimidad de las mujeres. Quedé congelado ante la mirada acusadora. Así que no me sorprendió en lo absoluto el hecho de que la siguiente acción de mi fiscal fuera una sonora bofetada cuyo eco se fue rebotando por los tinacos de las azoteas vecinas. No dijo nada. Simplemente soltó su mano sobre mi rostro. Estaba dispuesto a recibir más castigo, a afrontar las consecuencias de mis deleznables actos cuando de sus labios salió un grito que me dejó descolocado por completo.
          -Ahora tú.
          Me le quedé viendo como santo de iglesia a punto de echarse un pedo. Ante mi inmovilidad me dio otra bofetada.
         -Te toca, cabrón.
         Esta vez tuve algo que decir.
         -¿Me toca? ¿qué quieres que haga?
         -Golpéame.
         -¿Cómo?
         Un puñetazo justo en la nariz me sacó de la duda.
         -¡Que me pegues, pendejo! ¿O acaso aparte de pervertido también eres retrasado mental...?
         -No puedo pegarte.
         Un rodillazo directo en los huevos me indicó que la respuesta había sido incorrecta.
         -Pues peor para tí, mamón.
         Cuando vi que sacaba unos chacos de la parte trasera de su pantalón de comando, me percaté de que la cosa iba en serio. Lancé un largo suspiro y acto siguiente le di una patada en las espinillas.
         -Pegas como niña.- dijo y me picó los ojos.
         Le dí de palmadas en las orejas.
         -Ni cosquillas me haces, mariquita.
         Jalé de sus patillas hasta quedarme con varios cabellos en las manos. Recibí un chacazo en la espalda.
         -Ay, no mames, eso sí me dolió.- le dije a la imitadora de Bruce Lee.
         -Defiéndete, basura.
         Fue entonces que decidí sacar el repertorio que había aprendido en las películas de El Santo y de Van Damme. No sé cómo le hice, pero después de un rato, Elena yacía en el suelo completamente dominada con una llave de a caballo. Ella se revolvía como babosa con sal.
         -Suéltame, ¡me estás lastimando!
         La iba a soltar, pero al medio incorporarme sentí el ardor en la espalda por el golpe de chacos, pensé que era una estrategia para que la soltara y pudiera seguir madréandome. Apreté la llave. Escuché crujir sus vértebras lumbares. Ella no dijo nada. De repente se soltó por completo. Parecía una muñeca de trapo. Me asusté. Con cuidado la deposité en el suelo y la puse boca arriba. Noté que respiraba, pero tenía los ojos cerrados. Cuando me iba a poner de pie para pedir ayuda, abrió los ojos. En un principio me asusté, pero cuando sentí sus dedos hurgar entre mis cabellos y su lengua juguetear con mis amalgamas decidí que el peligro había pasado.
         -Me excitan las peleas. No sabes cómo me pone sentir la adrenalina de golpear y ser golpeada.
         Me daba una idea. Iba a decir algo cuando ella comenzó a desabotonarse la blusa. Era una mujer hermosa. Tenía cicatrices que habitaban las partes más inverosímiles de su cuerpo, pero nada definitivo como para afearla. Nos besamos. (Abro aquí un paréntesis para realizar algunas correcciones. Cuando menciono que nos besamos lo que quiero decir en realidad es que ella comenzó a besarme con una intensidad tal que cualquier medidor Richter hubiese quedado inservible. Lo anterior significa que, en realidad, lo que se dicen besos, besos..., no eran. Elena me estaba mordiendo los labios con tal suerte de que me quedaron bembos por el resto de esa semana. Era un martes. Bien decían los antiguos: día de malos augurios). Cogimos entre los tinacos, encima de un lavadero que había visto, seguramente, mejores días. Las rayas del concreto del lavadero terminaron por rasparme la espalda hasta dejármela en carne viva. Ella se movía sobre mí y no desaprovechó la oportunidad de tratar de ahorcarme con unas medias negras de red que, yo sabía, le pertenecía a la gorda del departamento 43. Nunca he tenido un orgasmo como el que experimenté ese día. Y cuando digo nunca, quiero decir exactamente eso: nunca. Ella decidió que había llegado la hora de que eyaculara. Comenzó a acariciarme los testículos con suavidad. Dejó de morderme el cuello y sentí su lengua juguetear en el lóbulo de mi oreja. Eso permitió que me relajara y que, por primera vez en todo el tiempo que llevaba aquel coloquio animal, realmente me sintiera excitado. La excitación creció de tal forma que creí estar a punto de ver las estrellas. Y de verdad que las vi. Cuando Elena sintió que los espasmos anteriores a la muerte chiquita comenzaban a hacer estragos en mis movimientos, me agarró de los cabellos y comenzó a azotar mi cabeza contra el borde del lavadero. Al mismo tiempo movía sus caderas. Mi estupefacción fue mayúscula, no sabía a cual de los estímulos hacerle caso. Finalmente eyaculé y cuando ella me sintió completamente desfallecido dejó de golpear mi cabeza contra el concreto. Se bajó de mí y recogió sus pantalones (no usaba pantaletas) y comenzó a ajustarse el cinturón. Yo tardé todavía un rato en recuperar el aliento. Ella sacó quién sabe de dónde un habano gigantesco, le dio una mordida, escupió el tabaco y enseguida lo encendió. Aspiró profundamente y se dedicó a asomarse al borde de la azotea a arrojar piedrecitas y escupitajos a los que pasaban por la calle. No se escondía. Cuando alguien volteaba hacia arriba, simplemente se hacía la desentendida y continuaba fumando. Cuando me recuperé y vi que no reparaba en mi presencia me dirigí a las escaleras para irme a encerrar a mi departamento a que me diera un infarto o a despertar en mi cama y creer que todo había sido un sueño. Fue entonces que volví a oír su voz, tenía un timbre agradable y una dulzura que nunca se le hubiera adivinado.
         -¿A dónde vas? Te invito a comer a mi casa.
         Pude decir que no. Ahora lo sé. Pero en aquel momento no me pareció una salida decorosa. Y, contra todo sentido común, acepté la oferta.
         -Está bien, vamos. Pero prométeme que en lo que resta del día no vas a golpearme.
         -No te preocupes, por hoy ha sido suficiente.
         -Eres extraña.
         -Y tú, un cuadrado.
         -Nunca me ha gustado la violencia.
         -A mí tampoco. Soy activista de Amnistía Globalifílica.
         -En cuanto a lo de hace rato... Si tú creías que es excitante que cuando alguien tiene un orgasmo lo debes de golpear, creo que vives en un error...
         -Nunca he creído que sea excitante. Sólo me estaba desquitando. Me dolió tu llave de lucha...
         Me dejó descolocado. Otra vez.
         -Pues que no se repita nunca más...
         Ella no contestó, pasó frente a mí lanzándome el humo de tabaco en el rostro. Tosí ruidosamente. Parecía que los tacos de barbacoa que me había comido en la mañana estaban a punto de ser expulsados.
         -¿Vamos a comer o te vas a quedar ahí tosiendo como tísico todo el día?
         La acompañé escaleras abajo, se detuvo ante la puerta número 32. Sacó un manojo de llaves y comenzó a correr los nueve cerrojos que custodiaban su puerta. Eso no fue extraño, extraño fue que cuando estuvimos adentro de su departamento volvió a echar todas las llaves. Un escalofrío recorrió mi espalda. Me sentí como un ratón perdido en un laberinto sin salida. Ella se fue a la cocina moviendo sus caderas con un ritmo que podría ser, nunca lo pude verificar, de antiguo origen caribeño. Salió de la cocina con un cuchillo para picar cebolla. Casi me desmayo...
         -Ahora preparo algo. Tú ponte cómodo. Si quieres oír algo de música, la grabadora está en la recámara. Sácala. Los discos están en el librero de la esquina. Puedes poner lo que quieras...
         Me dirigí a la recámara esperando encontrarme con un hoyo de tortura medieval, pero no. El color que dominaba el cuarto era un azul que alguien ha denominado chiclamino. Aunque un diseñador más versado en cuestiones cromáticas tal vez se atrevería a afirmar que la combinación era de reminiscencias fuscia. En fin, que lo que quiero decir es que no había ni grilletes en la cabecera de la cama, ni percheros con látigos de siete colas, ni máscaras de piel con cierres de acero. Vamos, ¡la cama estaba tapizada con peluches de películas de Disney! A los pies de la cama había unas pantuflas de Winnie Pooh. En fin, un refugio de niña fresísima (y medio naca, si tenemos que acotar algo más). En la mesita de noche estaba una libreta monísma que tenía rotulado con letras doradas el tentador título de Diario. Me asaltó de inmediato un morbo irrefrenable. Estaba a punto de satisfacer mi instinto periodístico, cuando escuché su voz desde la cocina.
         -¿La encontraste?
         Tomé la grabadora y salí de su cuarto. El archivo musical con el que contaba Elena se podía reducir a una sola palabra: Silvio Rodríguez. Así fue como esa tarde de un día bizarro, se vio consumada por el acompañamiento musical de un hombre eterno y cuyos éxitos parecían no pasar de moda. Para desgracia de muchos, incluido yo mismo. Haber crecido en una casa supuestamente de izquierda y revolucionaria habían ocasionado en mí un sentimiento de rechazo hacia todo lo que tenía que ver con “la lucha del pueblo”, “la dictadura del proletariado”, “el arte a las masas” y cosas similares. Así que la perspectiva de pasar una tarde oyendo a Silvio Rodríguez no era mi ideal de todos los tiempos. Ella, en cambio, se sabía todas las letras y no solamente las cantaba, sino que las actuaba. Cuando llegamos al tan esperado momento de escuchar “Ojalá”, yo ya comenzaba a experimentar una urticaria nerviosa que alguien políticamente correcto ya había identificado en mí anteriormente con el nombre de intolerancia. Así que lo rescatable del día fue el “ojalá que esta noche pueda dormir sin ti”; que fue una descarada invitación a no salir de esa casa. Las cosas estaban pasando muy rápido. Sin embargo, me quedé. Hicimos el amor otra vez esa misma noche, aunque es muy probable que la ambientación de la recámara ayudó para que todo fuera de una ternura completamente desproporcionada con respecto al encuentro diurno. Elena era una mujer de contrastes. De muy altos contrastes. Mientras una de las cosas que descubrí ese día me parecieron fenomenales (era una excelente cocinera), hubo otras cosas que en días subsecuentes me hicieron desconocerla por completo (le encantaba la comida de McDonalds). Sin embargo, esa noche, al ver su rostro iluminado por la luz azul que escapaba de una lámpara que simulaba el mundo de Ariel, la sirenita, me convencí de que Elena podía representar una de las mejores cosas que podrían pasarme en la vida. Viéndola así, dormida como un ángel (la cursilería proviene directamente de la evocación del momento), nada podía anunciar lo que me reservaban los días siguientes. Ni yo. Así que esa noche, después de verla dormir en santa paz, tomé unas de sus pantaletas (no las usaba, pero tenía un cajón repleto de éstas), aspiré profundamente y me quedé dormido.

Las cosas marcharon con la normalidad de la mayoría de las relaciones. No tengo que advertir que cuando uso la palabra normalidad, me refiero exclusivamente a la convención lingüística que me permite el uso de tal palabra, y no necesariamente a una configuración descriptiva de las aventuras que me tocó vivir con Elena. El paso de los años hacen que evoque esa etapa de mi vida como la más intensa sin lugar a equivocaciones. Muchas escenas sobreviven de mi relación con Elena: su predilección por tener sexo en los lugares más inverosímiles (taxis en marcha; elevadores de edificios antiguos en los que mi claustrofobia la divertía enormemente; atrios de iglesias mal iluminadas; baños de discotecas y puteros de inexistente reputación; en el medio tiempo de un clásico de futbol; la cuna de un hijo de prima, cuando actuábamos como niñeras voluntarias; los fondos de reserva de bibliotecas gubernamentales; y, claro, su cama estilo Disney mariguano); sus recurrentes borracheras con malteadas de fresa (el azúcar hacía que terminara con un aspecto de enfermo terminal que usaba para pasarse la noche sacándose fotos a sí misma); las excursiones a sitios arqueológicos en donde grafiteaba líneas incoherentes como “Pepe Pecas pica papas”, “Si alguien te pega en una mejilla, aprende boxeo”, “Puto el que lea esto”, y, mi preferida, “Aquí estuvo Elena, la más buena”; y las comidas con su familia...
         El abrupto final del párrafo anterior seguro estoy que merece una explicación satisfactoria, por lo que no intentaré darla. Habrá que conformarse con una descripción casi estenográfica de lo que ocurría en tales eventos.
         A las comidas familiares llegábamos con una puntualidad de gorrón inglés. La mayoría de las veces íbamos a casa de la familia de Elena porque el fin de mes nos había recetado una repentina ausencia de fondos económicos. O porque a Elena le asaltaba, de repente y sin ninguna explicación, un sentimiento de culpa que su madre se encargaba de acrecentarle en cada visita (“pude haber sido una gran novelista, Elena, pero los preferí a ustedes”). El padre administraba una Sex Shop en medio de una de las zonas rojas que existían en la ciudad, por lo que no tenía ningún escrúpulo en tocar los temas más escabrosos como pretexto de cualquier conversación. El hermano era el único que quería pasar por normal entre todos ellos. Y era por eso que desentonaba mortalmente.
         HERMANO: ¿Y cómo has estado, Elena? ¿Te cuida bien este muchacho?
         MAMÁ (dirigiéndose a mí): ¿Sabías que Nita (diminutivo inverso de Elenita) ha tenido siete intentos fallidos de suicidio?
         PAPÁ: Si no se sintiera artista podríamos hacer una fortuna. Dejarla que se suicide y filmarlo todo. Ya van varios clientes de la tienda que me preguntan por el famoso snuff.
         ELENA: Nunca fueron intentos serios, mamá. Sólo quería ver su capacidad de respuesta. Hacer evidente su falta de reflejos en una crisis.
         MAMÁ: Siempre queriendo llamar la atención. Ya ves, estúpido (al PAPÁ), todo esto se lo debemos a tu herencia de orates y pervertidos. Dios castiga de formas inescrutables.
         PAPÁ (interrumpiéndola): Mira que si se trata de herencia, andamos en números similares. O ya no te acuerdas que a tu padre lo metieron veinte años al manicomio por violador y asesino. Ahora resulta que el único loco acá soy yo. ¿No?
         HERMANO: Papá, mamá, por favor, qué va a pensar nuestro invitado. ¿No podríamos dejar de insultarnos y ser un poco más atentos con el novio de Elenita?
         ELENA: No es mi novio...
         PAPÁ: ¿Y a ti quién te pidió opinión, aborto de mongol? Mejor será que te apresures a terminar la escuela. Yo no me acostumbro a estar manteniendo lacras. Porque eso es lo único que eres. Una lacra y una molestia en el culo.
         MAMÁ: ¿Qué te he dicho de las malas palabras en la mesa? No estás con los pervertidos de tus clientes. Allá podrás hablar de chancros, de sexo oral, de chichis artificiales, de lubricantes anales, de pastillas afrodisiacas y de orgías multirraciales, pero acá en la mesa me vas respetando...
         PAPÁ (susurro): Sadomasoquista de clóset.
         MAMÁ: ¿Qué murmuras, idiotita? Mira que empezamos a hablar de tu pasado homosexual.
         PAPÁ: No seamos hipócritas, querida. Todos tenemos nuestras perversiones. No seríamos humanos sin ellas. Es algo normal. A ver muchacho (dirigiéndose a mí, yo con escalofrío en la espina dorsal), ¿cuál es la tuya? No mientas, porque me voy a dar cuenta, gusano.
         YO (descolocado): Ninguna, señor.
         ELENA (disfrutándolo): Anda, cuéntale, nadie en esta casa tiene cara para juzgarte.
         PAPÁ: Vamos, muchacho, sé sincero, en esta casa somos librepensadores.
         MAMÁ: Ajá, como si tú pensaras.
         PAPÁ: Deja de graznar, piruja. Si quieres luego puedes narrarnos tus porquerías. (Con el tenedor en ristre) Y bien, ¿cuál es tu perversión, muchacho? No puede ser peor que las de esta familia.
         YO: Ninguna, señor...
         PAPÁ (amenazante): Por una chingada, que hables...
         YO (para salir al paso): Me gusta oler pantaletas...

(silencio)

                  (más silencio)


MAMÁ (escandalizada): Voy a la cocina por el postre. Elena, acompáñame.
         PAPÁ: Obedece a tu madre. (Dirigiéndose a mi) A ver, pervertido; tienes que buscar ayuda. Lo tuyo es una enfermedad.
         YO: No es tan grave...
         PAPÁ: No me contradigas, fenómeno...
         YO: Pero si usted es homosexual...
         PAPÁ: Eso no es una perversión, imbécil, es una preferencia. Y aparte no soy homosexual, lo fui alguna vez.
         YO: Pero usted dijo que estaba bien tener perversiones. Que usted mismo tenía varias. A ver, dígame alguna de ellas. Seguro que no se compara con la mía.
         PAPÁ: Colecciono videos del National Geographic. ¿Te parece peor que lo tuyo?
         YO: Eso no es una perversión...
         PAPÁ: ¿Quién dice que no lo es? ¿Tú o Sigmund Frost?
         YO: Es Freud...
         PAPÁ: Aparte de pervertido, inculto. (Gritando hacia la cocina) Por Dios, Elena, ¿de dónde los sacas?
         MAMÁ (apareciendo con los postres en una bandeja. Dos envueltos en papel aluminio): Le agradecería mucho que su postre lo tomara fuera de esta mesa y de esta casa. Nosotros somos una familia decente. Elena, piensa en lo que te dije.
         YO: No entiendo.
         HERMANO: Que te largues, puerco. Ojalá sepas lo que estás haciendo, Elena. No quiero que te pase nada malo. Tú sabes que yo te quiero. [Ve a Elena con un arrobamiento que incluye baba escurriendo por la comisura de los labios y mirada vidriosa. Se recupera] Como hermano, quiero decir. Sabes que te quiero como hermano. Te amo, Elena... Claro que tú sabes, ¿no? Con el amor que uno siente entre hermanos. ¿Me entiendes, verdad? No me veas así. Sabes lo que quise decir... Lo de la otra vez no... eso... (Sale corriendo del comedor. Se oyen sus pasos en la escalera).
         PAPÁ (hacia mi): ¿Algo no quedó claro?
         No contesto. Me pongo de pie. Elena se queda durante algunos segundos conversando con sus padres. Nadie me acompaña a la puerta. En la calle el frío azota mi rostro. No tengo idea de lo que ha pasado adentro de esa casa. Elena sale. Viene con una sonrisa de oreja a oreja. Me da un beso que me devuelve algo de mi color original. Caminamos tomados de la mano. Alcanzo a lanzar una ojeada hacia atrás para ver por última vez esa casa. En una de las ventanas del primer piso veo las cortinas semiabiertas, el rostro del hermano tiene su mirada clavada en mi. Antes de voltear hacia otro lado distingo, sin temor a equivocarme, que el hermano me hace un corte de mangas.
         -¿Y los postres?- le pregunto a Elena.
         Ella me mira sorprendida.
         -¿No los traes tú?
         Niego enfáticamente con la cabeza. Mi orgullo está lastimado. Me siento profundamente deshecho.
         El postre lo pagué yo.

A pesar de todo esto, puedo decir que amé a Elena con una sinceridad que se ha ido diluyendo en la traición de la memoria. Porque la amaba y quería conservar su recuerdo es que un día decidí irme. Algo tuvo que ver también el hecho de que me hallaran espiando escondido en el probador de damas de un centro comercial. Nadie quiso comprender que eso era menos grave que olfatear ropa íntima. Me levantaron una demanda y me obligaron a huir. Así que decidí abandonar todo. Pasé por dos mudas de ropa a mi cuarto y fui, por última vez, al departamento de Elena. Ella me recibió con la noticia de que si quería hacer el amor esa noche tendría que prestarme a una loca idea que le había rondado la cabeza a últimas fechas. Ya nada podía sorprenderme. En la experiencia estuvo involucrada una película del Discovery Channel, dos botellas de vino, mermelada de fresa, un destornillador de cruz, la “Canción del elegido”, unos cautines de soldadura y tres gallinas. Por pudor no describiré lo que ocurrió. Sólo diré que al final de la jornada Elena concilió un sueño de oso polar. Fue entonces que me marché de su vida. Apagué la tele, que en ese momento no mostraba más que estática. Tiré el disco de Silvio al cubo de la basura y salí sigilosamente.

Debo aclarar que no me fui con las manos vacías. Ahora mismo me dispongo a comenzar la lectura del Diario de Elena. No sé que sorpresas me aguarden, pero seguro que no será nada aburrido. Antes de comenzar coloco el flamante separador que también robé de su casa. Es de un rojo intenso que me dilata las pupilas sin que lo pueda evitar. Lo coloco entre las primeras páginas del diario. Uno siempre puede encontrar nuevos usos para una tanga.