viernes, junio 17, 2022

Blanca Luz Brum

 


Leo e investigo sobre otra cosa y me encuentro con la historia de una poeta que ha merecido una película y varios libros alrededor de su vida. Y en este sentido la noción de que su vida ha sido más importante que su obra se cumple. Su biografía da para crear una novela delirante en la que la verosimilitud sería cuestionada a cada trecho. Pero ya se ha visto innumerables veces que a la vida no le interesa mucho eso de ser verosímil. 

El personaje es Blanca Luz Brum. Poeta uruguaya asociada a las vanguardias de inicio del siglo XX como escritora de poesía y pintora. A los 16 años ingresó a un convento en Uruguay para tomar el hábito religioso, pero lo que vivió en los años siguientes a su fuga de ese sitio, de acuerdo a los parámetros sociales, estaría muy lejos de esa vocación asumida a temprana edad. Se fugó del convento en las ancas de una motocicleta conducida por otro poeta vanguardista, el futurista Juan Parra del Riego, quien se casaría con ella, enfermaría de tuberculosis y moriría justo cuando el hijo que tuvo con la religiosa arrepentida tenía apenas cinco años. 

Marchó a Lima, en donde se encontró con los abuelos del niño y en donde se integró a la vida bohemia de los vanguardistas y revolucionarios agrupados alrededor de la revista Amauta de José Carlos Mariátegui. Aparecería después en México, donde se casaría con el pintor David Alfaro Siqueiros, cuya agitada vida política le llevaría a salir huyendo del país para refugiarse en Buenos Aires en busca de asilo, después de ser acusado de participar en el asesinato de Leon Trostski. 

En Buenos Aires, el cónsul chileno que los ayuda, un joven Ricardo Reyes que después sería conocido como Pablo Neruda, se enamora de ella. Se habla de una disputa por estas razones con otro nombre conocido de las letras en español: Federico García Lorca. Las relaciones amorosas que sus biógrafos rastrean incluyen al futuro presidente Juan Domingo Perón, de quien además de amante fue jefa de prensa cuando era Secretario del Trabajo. 

La voz pública, que en su machismo censura en las mujeres lo que en los hombres celebra, la llamó “el colchón de América”. Aunque, como bien apunta uno de sus biógrafos, Miguel Albero: “Pero no hay que equivocarse, era ella quien elegía y no ellos, y lo hacía porque en el fondo era su manera de influir en las cosas, de estar en la acción; era una mujer de acción, libérrima, tremenda en sus opiniones, un personaje de una pieza que renegó de todos los países donde estuvo, que echaba pestes de las mujeres, porque su condición de mujer y de extranjera constituían los límites con los que se encontraba siempre”.

Incluso su muerte no elude la relación con lo literario. Terminaría sus días en la isla de Juan Fernández, el escenario en el cual Daniel Defoe ubica su novela neoclásica Robinson Crusoe. Al fallecer a los 80 años, fue sepultada en Viña del Mar. Su vida de alianza con los revolucionarios y figuras de la intelectualidad de izquierda, contrasta con sus últimos años en los que admiró la figura de Augusto Pinochet, por quien incluso fue condecorada. 

Escribió ocho libros que hoy casi nadie conoce. El documental de 2018, No viajaré escondida, de Pablo Hernán Zubizarreta, recupera testimonios sobre su vida. Aquí un ejemplo de lo que escribió: 

Poema Rojo

 Panait Istrati, ¡qué bien tu nombre

hecho de dos palabras tristes!

Extraviada a lo largo de los mares te advierto.

Tu hermana Kyralina cantándome al oído

como una balalaika

Caen sus mejillas tristes en mis manos abiertas.

Y un haiduk me acompaña

la mirada desierta.

Yo que estaba perdida en un espejo muerto,

sentí sobre mi carne

tu diente amargo y frío.

Trineos de la muerte recorren las estepas;

y hombres abandonados, sangran por la tierra.

Y te veo venir de la pocilga hedionda

donde niños exprimen pezones de miseria.


jueves, junio 16, 2022

Salgari en mi recuerdo

 

Cuando era niño, mientras bajo el filo del machete caían las hierbas, o se amontonaban las cañas secas de la milpa para su descomposición y posterior reintegración a la tierra, no era un hijo de campesino, no, era un pirata. Mi machete era un sable y la zona de roza el ejército de piratas enemigos. El sol pegaba duro, como en el mar, me imaginaba, y lo salado del sudor causado por el trabajo me parecían salpicaduras de olas.
          El causante de todo eso era Emilio Salgari. Cuando entré a la secundaria, un amigo a quien no le gustaba leer, pero que por algún extraño misterio poseía información de múltiples cosas, me enseñó la biblioteca pública. Y ahí me encontré con la colección “Sepan cuántos” de la editorial Porrúa. Entre varios de los títulos que había, estaban los relatos de Salgari. Y me sumergí en sus páginas, que es decir en sus territorios inhóspitos y en sus personajes completamente románticos y heroicos.
          Sandokan, el Corsario Negro, Yolanda, el Corsario Rojo, Cabeza de Piedra, el Capitán Tormenta y demás protagonistas de sagas salidas de su imaginación habitaron en mi mente durante mucho tiempo. Salgari escribía sobre países lejanos (México, el Caribe, Rusia, Malasia, África) aunque según sus biógrafos su experiencia viajera fue más bien mínima, por no decir inexistente. Pero su imaginación fue prodigiosa y me alcanzó entre esos campos de la sierra poblana. Era un animal de ficciones, escribió casi un centenar de novelas y numerosos relatos cortos.
          Leí en el más reciente libro de Rosa Montero la manera en cómo murió. El suicidio apurado por las deudas económicas y por la enfermedad mental de su esposa lo llevó a cometer el sepukku (harakiri) mientras pedía a sus editores, que lo habían explotado y vendido miles de sus libros, que se hicieran cargo de sus gastos funerarios. Su padre también se había suicidado. Y después de él lo hicieron dos de sus hijos. Una saga familiar marcada por esa muerte tremenda.
          En algún momento de mi vida quise ser Salgari. El Salgari que me había construido en mi mente: viajero por todos los rincones del mundo y narrador de las aventuras que acontecían ahí. Pero igual que él, por ejemplo, conocí el mar hasta mi juventud y años después la alergia me impediría gozar de la humedad y el sol de las playas.
          Es uno de los escritores que recuerdo con mayor cariño. Mi sable, ahora hecho de plumas rojas de corrección de texto, sigue derrotando villanos e inclementes buitres de mar.

lunes, junio 13, 2022

Inmovilidad, de Alejandro Paniagua





En Inmovilidad (Ediciones Periféricas, 2022), Alejandro Paniagua presenta un conjunto de 17 cuentos en donde la fantasía, la violencia, lo místico y lo poético aparecen por igual. El volumen incluye el relato “Equipaje” con el cual obtuvo el premio del Concurso Latinoamericano de Cuento “Edmundo Valadés”, ya de añeja tradición. En éste, los juguetes cobran un significado especial para un niño de la calle que tiene que utilizar su imaginación para sobrevivir en el contexto que le ha tocado y para asirse a un mundo en el que se acomoda mejor que a ese que denomina “realidad”. En esa deriva se encuentra también “Damián / David”, donde la muerte de un hijo desata una serie de alucinaciones dolorosas y que materializan el dolor por el hecho. Ese sufrimiento por la muerte de alguien cercano es también el motivo de “Voladora de Papantla”, en donde la figura del ritual místico hoy convertido en atractivo para turistas, se convierte en la alegoría para hacer presente el dolor por la hermana muerta. “Caleidoscopio” es un texto fantástico en donde la idea de religión exótica y de guía encarnado en la figura de un maestro, alcanza registros a la vez líricos y delirantes; una religión en donde las personas aprenden a convertirse en objetos y donde se requiere un sacrificio necesario. En “Arrebato infantil”, un niño escenifica con sus objetos de juego una tragedia familiar que ha marcado a todos los integrantes de la misma. “Pornografía I” contrapone la ansiedad al deseo, la inutilidad de las imágenes eróticas ante el dolor del alma. “Ram”, por mucho mi cuento preferido, es la historia de un trailero que comete un error que le cuesta perder a su familia, pero que, a partir de un encuentro con un vagabundo que le regala unas figuras religiosas, abre las posibilidades de recuperarla o de perderse para siempre. La voz femenina de “Árboles” confronta al padre que yace enfermo y a quien desea por igual su recuperación y su muerte. En “Dos jirafas” se mezcla lo repulsivo y lo esplendoroso, al igual que en los personajes que lo habitan. “Sentencia” narra la toma de justicia de dos familiares lastimados por la ausencia de la madre, un acto que, no obstante, no puede resarcir lo que reclama. “Kelvinator” aborda otra tragedia familiar, la muerte del hijo por un incendio que, quizás, pudo haberse evitado. “Pornografía II” es un cuadro cómico y absurdo acerca de la manera en cómo la tecnología ha modificado las costumbres del autoerotismo. En “Piedad” retorna la imaginación y la construcción de figuras alegóricas a través de los ojos de una niña para resistir la realidad que la circunda. “Dos sorpresas (Sr. Juárez)” es un cuento que comienza como una fábula de erotismo pedófilo, pero que concluye con una vuelta de tuerca interesante. “El sueño de una desahuciada” escenifica el momento de agonía y muerte de quien lo protagoniza. En “Ricardo III” (mención honorífica en el Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción) vemos desfilar ante nuestros ojos la abyección personificada en el célebre personaje de la tragedia de Shakespeare, pero cuya sobrevivencia transcurre a lo largo del tiempo y del espacio, más allá de la obra del Bardo y sus referencias históricas. Finalmente, “Globos (Sra. Juárez)” es otro cuadro de erotismo extraño que desnuda la convicción de infelicidad de quien protagoniza el, en apariencia, ilógico encuentro.
Es un conjunto bien equilibrado de historias cuya virtud radica en la capacidad que tiene el autor para generar cadenas de metáforas e imágenes literarias en contextos en apariencia no aptos para esas elucubraciones; hay quizás un poco de engolosinamiento en este recurso, pero visto en conjunto, no desentona con la propuesta que Paniagua nos ofrece.

Calla y escucha. Ensayos sobre música: de Bach a los Beatles, de Eduardo Huchín Sosa

 

En Calla y escucha. Ensayos sobre música: de Bach a los Beatles (Turner, 2022), Eduardo Huchín Sosa elabora una serie de reflexiones acerca de cuestiones musicales que abordan diversos aspectos asociados con el tema: la noción del conocimiento musical y lo que esta idea implica (¿qué quiere decir “saber de música”?); la relación que la música tiene con lo visual y cómo esto interviene en la manera en cómo nos acercamos a lo auditivo desde lo mediado por otro de nuestros sentidos que no es el oído (y que incluye por igual la cultura derivada de los videos musicales en MTV, como la experiencia afincada en “ver un concierto” y a quienes lo ejecutan); la revisión de la obra de uno de los máximos ídolos de América Latina, Les Luthiers, al analizar los puentes entre música culta y humor (¿qué es lo que nos hace reír en la narrativa construida alrededor de lo musical: la música en sí o aquello a lo cual alude en diversos niveles?); la manera en cómo la vanguardia, la música de cámara y el pop convergen de maneras misteriosas (y en donde cabe por igual tomar de pretexto el trabajo de The Beatles en el estudio después de renunciar a dar conciertos, la escena final de Back to the Future, John Cage con su propuesta de oír el silencio y Elvis Presley como construcción comercial de la síntesis de lo blanco y lo negro cultural norteamericano); la lista de trabajos y condiciones de los mismos a partir de los cuales muchos creadores consiguen sobrevivir a lo largo del mundo y la historia (¿se puede vivir de la música, es sólo un hobbie, quién paga por las creaciones de otro, el talento puede ser también una condena, se puede tasar el precio del arte?); la revisión de la vida y obra de Francisco Gabilondo Soler, “Cri-Cri”, así como las penurias económicas y el pensamiento casi de cuáquero en donde la meritocracia debía ser la forma de organizar la sociedad y los merecimientos de cada quien; un acercamiento más que interesante a la relación entre música y religión, desde el abordaje del pop teatral de las puestas en escena musicales hasta el camino histórico que hunde sus raíces en los spiritual, el gospel y la música sacra de Occidente.
Respaldado en una investigación abundante, cuidadosa y tratada con rigurosidad, Huchín se permite una profundidad que no existía en sus trabajos previos (los cuales no desmerecen en lo absoluto, sólo los pone en otro registro); esa profundidad, no obstante, no implica la renuncia al ejercicio de la nota humorística, la arqueología de lo risible y la cita desternillante, como la que abre el volumen y le da título: “–¿Has oído el canto de la trucha? / –No. / –Pues calla y escucha. [Se echa un pedo.]”, anécdota atribuida a Mozart, probablemente. He disfrutado mucho de esta lectura y me ha puesto a pensar sobre cuestiones que muchas veces damos por hecho al hablar sobre música o al pensar en los conocimientos que creemos tener con respecto del tema. Ojalá se animen a echarle ojo (y oído).

Ver menos

El peligro de estar cuerda, de Rosa Montero

 

En El peligro de estar cuerda (Planeta, 2022), Rosa Montero explora algunas cuestiones que relacionan la idea de la creatividad con la locura. A través de las páginas y de una prosa entretenida e íntima, la autora aborda cuestiones como las enfermedades mentales, la depresión, la ansiedad y el suicidio. Todo esto a la par de la descripción de las vidas de escritores famosos, y otros no tanto, que vivieron en carne propia la duda acerca de su propia cordura. Nombres como los de Silvia Plath, Doris Lessing, Ernest Hemingway, Alda Merini, Friedrich Nietszche y muchos más aparecen acompañados de reflexiones en las cuales Montero acerca al lector a facetas parcialmente desconocidas de algunos de los grandes nombres de la literatura y que los desnuda en aspectos dolorosos de su humanidad. Todo ello aderezado con una trama paralela en donde la autora narra una serie de anécdotas sobre una mujer que a lo largo de varias décadas se hizo pasar por ella en diversas ciudades del mundo. Un libro ameno, interesante, lleno de detalles que animan la lectura y la reflexión acerca de la propia fragilidad y finitud. Muy recomendable.

Un lugar seguro, de Olivia Teroba

 

Un libro de textos que bordean las características de varios géneros: el ensayo, el testimonio, la crónica. En este volumen, Olivia Teroba aborda diversos temas como la cotidianidad de lo femenino, la vida en las ciudades del interior de México (con énfasis en Tlaxcala, su ciudad natal), las relaciones familiares, la necesidad/experiencia de la memoria, la construcción de espacios no físicos que sean remansos para espíritus agotados por lo que implica vivir en estos tiempos turbulentos. Con un estilo fragmentario y haciendo honor al nombre de la colección a la cual pertenece este libro, la prosa sencilla y transparente de la autora no tiene mayor pretensión que la de transmitir un mensaje de manera clara y en búsqueda y expresión de la empatía por parte de sus lectores. Una lectura que se disfruta y deja con ganas de seguir el proceso creativo de esta joven escritora.

jueves, marzo 03, 2022

La omisión y la identidad




A primera vista, pareciera que el tema que aborda Pedro Almodóvar en Madres paralelas (España, 2021) es el de la maternidad reflejada en el título. Pero esto sólo es cierto en parte. El gran tema detrás de esta película del director manchego es la identidad, más aún, el derecho a ésta. La cinta explora el tema de la identidad y el derecho de las personas a la misma, desde dos dimensiones: como un drama individual en donde los protagonistas tienen nombre y apellido (y el riesgo de perder ese vínculo paterno/filial por cuestiones azarosas); y como una obligación colectiva a fin de explicarse el pasado y comprender las consecuencias de las acciones terribles cometidas en éste.
     Una de esas acciones es el de la ejecución y desaparición sistemática de personas en el contexto de enfrentamientos políticos diversos. En la cinta el evento referido es el de la España de la Guerra Civil; para el resto del mundo, y en particular para América Latina en donde la recepción de buena parte del público no pudo pasar por alto esta perspectiva, son los saldos de las diversas dictaduras y estados represivos.
     La historia individual plantea la relación que dos madres por accidente, una madura y convencida de su vocación materna (encarnada por una excelente Penélope Cruz); y otra, joven y desorientada, protagonista de un hecho desagradable que convierte la experiencia maternal en una situación incómoda y que trastoca por completo no sólo su vida, sino la de su familia cercana (es un decir). En la dimensión colectiva, la película narra el proceso de recuperación de la identidad de los restos mortales de un conjunto de ejecutados sumariamente en un pueblito rural. Ambas dimensiones se encuentran integradas de manera sutil y tejida con elementos que encajan conforme la cinta avanza.
     Almodóvar ha desarrollado una mirada que lo ha llevado a contener ciertos elementos que caracterizan buena parte de la obra: los personajes memorables por excéntricos o hiperbólicos, el humor negrísimo que planea sobre hechos sombríos como la muerte o la sexualidad, la música popular resignificada, etc. En sus dos últimos trabajos, Dolor y gloria (2019) y en la cinta motivo de estas líneas, explora dos aspectos que refieren de manera directa a su identidad: por un lado, en la primera, el tono autobiográfico y la relación con la enfermedad y la madurez, que le permite verse reflejado en el artista encarnado por Antonio Banderas; por el otro, la necesidad de explicar(se) la forma en cómo la memoria y el olvido (dos caras del mismo problema) configuran la historia colectiva, nacional. Lo que se dice es importante, lo que se omite también. Y Almodóvar, me parece, ha decidido regresar sobre las omisiones para permitir(se) una reflexión sobre el ser contemporáneo al mostrar los agujeros de aquello que muchas veces se calla, se da por sobreentendido o, simplemente, se oculta. Me gusta este Almodóvar. Y no se me malentienda: el otro también.

Amor de madre


The Lost Daughter (La hija oscura, Maggie Gyllenhaal, 2021) nos revela a una actriz talentosa que también es una excelente directora. Esta adaptación de una novela de Elena Ferrante (un seudónimo envuelto todavía en misterio) transita por caminos poco frecuentes al plantear de manera frontal una perspectiva contraria a la romantización de la maternidad.
     Leda, la protagonista de la historia, es una académica que pasa sus vacaciones de verano en una paradisíaca isla griega. Hasta ese lugar llega una familia ruidosa y poco amistosa con la cual Leda se siente incómoda y molesta. Sin embargo, al conocer a Nina y a su hija Elena, parte del clan escandaloso, comienza a tener una serie de evocaciones con respecto de su pasado y su propia maternidad.
     Lo que se desprende de los hechos reflejados en pantalla es que la protagonista (encarnada por una siempre solvente Olivia Colman) no fue la madre ejemplar de sus dos hijas. Al haberse convertido en madre en una edad muy temprana, las obligaciones de la maternidad y de llevar la casa que siempre bulle por la actividad de las niñas, la terminan apabullando y sometiendo a un estado de estrés constante, desilusión e intuido arrepentimiento. Tras una visita a un congreso académico tiene una muestra de lo que sería su vida sin hijas y sin ese marido tan anodino e inútil.
     Es claro que el personaje no puede lidiar con la realidad y la culpa. Se ve reflejada en Nina que busca también un remanso de paz y un poco de libertad, la que Leda se permitió a sí misma. La pérdida de una muñeca de la hija de Nina desencadena una serie de acciones que concluyen de manera dramática y sujeta a interpretaciones.
     Es, sin duda, una obra que permite asomarse a una representación poco frecuente en los relatos hegemónicos: la de la madre que hubiese elegido no serlo de saber lo que implicaba. Esa situación, no obstante, no convierte a Leda en un personaje repulsivo, por el contrario, inspira una empatía tremenda y un intento de comprensión con respecto de sus propias decisiones.
    Más allá del tratamiento de este tema, la cinta es un thriller que se alimenta de las sospechas del espectador con respecto de diversas situaciones apenas insinuadas: un estado de agresión y violencia constante por parte de los más jóvenes, la pertenencia del esposo de Nina al crimen y la volatilidad del clan que se mueve siempre de manera grupal. Ya espero con ansiedad el siguiente trabajo de Gyllenhaal.

viernes, febrero 25, 2022

Hallar el lugar de todo lo nombrado



1. Viene alguien y me invita a escribir sobre cómo me convertí en escritor. Cada vez que alguien me propone algo similar, las dudas acuden a mí. ¿De verdad lo soy? ¿Quién lo dice? Con nuestro nivel de alfabetización, cualquiera que sepa usar el código fonético-alfabético podría ser un escritor. ¿No van por ahí los mundanos hombres mundanos ofreciéndonos sus apasionantes biografías? Ey, tú que eres escritor, ven, tómate esta cerveza conmigo, te contaré mi vida para que escribas un libro. La mayoría de las veces conviene decir que uno es fiel devoto de Alcohólicos Anónimos. No cualquier historia debería ser escrita. Existen: flotan aquí, por todas partes, de ellas se nutre el universo. Pero no todas deberían de ser escritas, por piedad del Tiempo, dios devorador de sus hijos, y por consideración a Natura y sus arbolitos. He visto a los mejores árboles de mi generación ser convertidos en papel impreso sin mayor utilidad que dar de comer al señor que revisa y escoge tu basura. Quizá yo mismo colaboro en ese ecocidio de masas. No lo sé. Alguien me dijo alguna vez que una historia escrita por mí le había animado a salir de la cama y enfrentar el mundo. Se siente bonito, la verdad, pero equivale, quizá, a una hoja del arbolito ese que terminó en la trituradora, previo a convertirse en el papel en donde se imprimió la historia. A otros les han dicho que sus libros les salvaron la vida. Eso equivale a un arbolito, quizá. Pero esas anécdotas las cuentan quienes venden millones de ejemplares. Su deuda de arbolitos crece geométricamente. Divago, ya lo sé. Y soy muy inseguro. Pero digamos que por unas cuantas palabras, ojalá sólo las necesarias, me creo eso de la identidad de escritor. Y entonces, sólo entonces, me pregunto frente al espejo (un espejo metafórico, entiéndase como una alegoría de la selfie mística) cómo fue que me convertí en escritor.

2. Venimos de la letra y a la letra vamos. En el principio fue el verbo. Y el sustantivo. Y las vocales. Y las maestras regañando a mi madre porque me había enseñado a leer a una edad muy temprana. Mi madre, una mujer que sólo conoció los muros grises y gruesos de una escuela primaria de monjas. Y las señoritas educadoras diciéndole que me había hecho un mal terrible: sabía leer, y firmaba mis trabajos preescolares con mi nombre. Con letras chuecas, torcidas como patas de venado trastabillante, pero con la seguridad de saber qué querían decir esas manchas de crayola sobre el papel revolución que se utilizaba en mi escuela. Es lo primero que me viene a la mente cada vez que alguien me pregunta cómo me volví escritor. Y tengo ganas de decir que fue el día que miré a mi madre escuchar atenta las pedagógicas razones de la maestra Bety (sí, recuerdo su nombre) para augurarme una infelicidad en mi futuro inmediato. Todos deben aprender al mismo ritmo. Todos deben cubrir el mismo programa. No podemos tener niños desfasados. A mi madre, en esa escena, la recuerdo (o la imagino, quién lo puede saber) asintiendo mansamente a la reprimenda; mueve la cabeza como si dentro de ésta resonasen aquellos versos que se harían consigna: We don’t need no education. Y era verdad: nosotros, mi madre y yo, no necesitábamos esa clase de educación. O eso pensábamos en aquel tiempo. Y, bueno, quizá sea hora de decirlo públicamente y aceptar que es cierto: me convertí en escritor el día que mi madre me enseñó a escribir mi nombre al pie de un retrato multicolor del sol. Las personas serias se reirán de esto (las personas serias no entienden mucho que digamos). Esperan respuestas profundas. Revelaciones escabrosas. Relatos de alumbramientos milagrosos. Esas personas adultas que no pueden comprender que la sonrisa de mi madre fue mi primer aliciente para escribir algo, cualquier cosa. Mi nombre sobre una hoja de papel.

3. Pero, para tranquilizar a las personas serias, quizá convenga abordar un tema profundo que roza el cliché. Para escribir hay que leer. Mucho. Aunque algunos yutubers y celebridades de la pusmodernidad no comulguen con estas ideas. El primer embrujo viene de aquello que otros escribieron. No creo en los iluminados. No me imagino al Mesías de la Ficción ungido un día con inspiración pura a partir de que alguien le puso un lápiz en la mano y dijo: “hágase la historia”. Los primeros atisbos a la escritura provienen de la imitación, de la envidia. ¿Cómo es posible que un montón inerte de hojas cubiertas de manchitas de tinta pueda alejarnos del mundo y hacernos aparecer en otro por completo distinto? ¿Quién se cree aquel que osó desafiar la vida cómoda y tranquila del que era feliz con la cascarita de fut y las caricaturas de la tarde? En mi casa no había libros. Los únicos existentes eran aquellos que el sistema educativo proveía. Libros de texto gratuitos, se llamaban y se siguen llamando. Yo los devoraba. Me encantaba recibir los paquetes en las primeras semanas de clases. Revisarlos, hojearlos, mirar sus ilustraciones, oler ese aroma que se marca de manera indeleble en la memoria. Los libros que traían historias eran los que más me gustaban. Historias era cualquier historia, en aquel entonces. No había distinción entre la ficción y lo que nos decían que era la realidad. Las historias de la Segunda Guerra Mundial del libro de Ciencias Sociales eran igual de apasionantes que los fragmentos del Mío Cid metidos con calzador en alguna antología previa a las politizadas reformas educativas. Pero más allá de eso, no había horizonte en expansión. Llegaron pocos libros a mi infancia. Pero los que llegaron se convirtieron en tesoros incalculables. Una tía librepensadora y joven en aquel entonces me regaló una edición de El principito; además, como premio por aprovechamiento escolar (o sea, por matado y nerd), obtuve unos ejemplares de las Lecturas clásicas para niños; en el fondo de un baúl encontré un ejemplar de principios de siglo de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha que algún profesor le había regalado a mi padre antes de que éste abandonara la escuela para hacerse cargo de cosas más importantes como la manutención de su madre y sus hermanos. Y eso sembró la semilla. Tiempo después, un amigo desmadroso (éste es un misterio que hasta el día de hoy me intriga: ¿cómo sabía él algo tan valioso?) me descubrió un paraíso: la biblioteca pública. Nunca mi cabeza de diez años habría concebido la existencia de un lugar así. Un cuarto de paredes y techos altos llenos de libros. Soy, como lector, un producto de la biblioteca pública. No atesoro volúmenes impresos de aquellas épocas; pero sí conservo todos esos libros que leí a la luz del préstamo a domicilio en el lugar en donde mayor bien me ha hecho: en la cabeza y en el corazón. Acá las personas serias piensan que algo iba mejorando y de repente se volvió cursi. Y quizá tengan razón. Pero no me retracto: para leer y escribir no basta sólo con el talento intelectual, hay que tener también un poquito de corazón. Lo esencial, casi siempre, es invisible a los ojos.

4. Esto lo conté en otro lado, pero lo repito acá. Aunque cada vez que se cuentan las historias se convierten en otra historia. Se añaden elementos, se eliminan otros. No quiere decir que la historia quede mejor. Sólo que la historia es otra. Distinta. Mi primera incursión en la creación literaria la tuve en la secundaria. Antes, cuando el Estado creía que era cosa importante, se hacía un concurso anual de literatura sobre los símbolos patrios. Había que expresar aquello que nos inspiraba la vista, la escucha, la vivencia del escudo, la bandera, el himno nacional. Recuerdo que escribí un poema épico donde, a la par de elogios a la bandera, salpicaba la lírica con un catálogo de héroes y hechos de la historia patria que hoy serían carne de festín para los revisionistas. Lo hice como se hace cualquier tarea escolar en esos tiempos. Algo había que entregar. Total que se lo di a la maestra de Español en turno. Pasaron los días y me llamaron a la dirección de la escuela. Cuando llegué supe que algo no andaba bien. Dentro de la oficina del director se llevaba a cabo un debate cuyos ecos llegaban hasta la sala de espera donde una secretaria me pidió que tomara asiento. Después me hicieron entrar. La reunión tenía como objetivo explorar la autoría de un poema que un estudiante había escrito. El poema estaba sobre el escritorio del director y la caligrafía chueca no dejaba duda acerca de que era la tarea que yo había escrito. Comenzaron a cuestionarme acerca de mi trabajo. A la distancia de los años me queda claro lo que ocurrió: una parte de quienes estaban ahí me acusaban de plagio y otros habían puesto en duda que yo fuera capaz de algo así. Tuve que confirmar la autoría de lo escrito. Las alabanzas a la sangre derramada por los héroes, lo verde de los árboles y las plantas. A pesar de lo que decía, la pregunta no se modificaba: ¿tú escribiste esto? Y sí, yo lo hice. Hoy me siento orgulloso de no haber titubeado (no había razón para ello) y de haberme conservado firme. Al final decidieron que mi sinceridad no era concluyente. Retiraron mi poema de aquellos que serían enviados al concurso regional o estatal y nunca se habló más del asunto. Y no volví a escribir nada memorable durante varios años. Tiempo después, al reflexionar sobre este episodio, me doy cuenta de que todo fue, en realidad, un elogio a lo que había escrito. Los maestros creyeron que era algo bueno, tan bueno que era poco probable que lo hubiera escrito un estudiante. Y procedieron a sospechar y sentenciar, sin pruebas, el atrevimiento. Es una cosa triste: muchos de los narradores, poetas o artistas en potencia son desanimados por sus maestros de educación básica. Esos arbitrarios censores de lo que pueden hacer aquellos con menos poder. We don’t need no education.

5. En la universidad, una vez, gané un concurso de escritura creativa. El texto lo escribí en hojas de reciclaje en una máquina de escribir portátil. La legendaria Olivetti Lettera 32. El premio de ese concurso incluía la publicación del texto en una de las revistas que la Universidad Nacional editaba. Quizá ese fue el momento cuando me convertí en escritor. Cuando vi las palabras impresas de mi historia y supe que eso que estaba viendo yo, lo verían más personas. Sentí que algo había cambiado. La letra impresa tiene, quizá, esa cualidad: modifica la visión del mundo de quien prevé posibilidades de incursionar en el campo de las historias y las ideas. La primera vez que un escritor ve impresas las palabras que ha escrito en algo que tendrá más de un ejemplar, comienza una aventura por la reproducción de ese instante. De las sensaciones de ese instante. Y cada vez se requieren mayores dosis de intensidad. Primero es una revista, después se inicia un blog, se trabaja en un libro completo, se busca publicarlo. La adicción crece. Y con él, también, el síndrome de abstinencia. Se debe escribir para saciar esa necesidad de exponerse al mundo. Luego de la adicción galopante viene un remanso. Un momento de reflexión en el cual se comprende que, si se pretende generar una impresión más allá de lo momentáneo, la escritura debe aspirar a la perfección. Y se comienza a trabajar de tal manera que, en algún momento, se pierde la ansiedad por publicar lo escrito a como dé lugar. Uno se descubre en un espacio en el cual la relación con la escritura alcanza un punto de equilibrio y de paz. Eres tú, la hoja en blanco y la pluma o el teclado. Y el universo que traes en la cabeza. Un universo contenido, infinito, que pugna por salir. Pero tú controlas las válvulas de ese universo de bolsillo. Y disfrutas cuando alguna galaxia, algún cometa, alguna estrella escapa a través de los dedos y se convierte en realidad en el mundo de lo imaginado. A la satisfacción que sigue se le podría llamar el estado pleno del escritor. Ahí te la crees. Quizá sí lo eres.

El ronroneo del silencio


En Drive my car (Japón, Ryūsuke Hamaguchi, 2021) nos enfrentamos a una propuesta cinematográfica que tiene en la contención, la pausa y el silencio sus características principales. La película, estrenada durante el más reciente Festival de Cannes, se hizo acreedora de varios premios en la justa, además de cuatro nominaciones a los Oscar en varias de las categorías principales. La historia está inspirada en un cuento de Haruki Murakami del mismo título, incluido en el volumen Hombres sin mujeres.
      La trama aborda la vida de un director y actor de teatro que, después de una experiencia traumática al perder a una hija, construye una relación fuera de lo común con su esposa, quien encuentra en el placer sexual la vía para alimentar su creatividad narrativa. La muerte repentina de la mujer, aunado al descubrimiento por parte del marido de su infidelidad, echa a andar una serie de acontecimientos que conducen al protagonista a enfrentarse a sí mismo, a sus miedos, sus culpas y su pasado. Contratado para dirigir una puesta en escena de Tío Vanya de Antón Chéjov, la lectura y montaje de la obra, a partir de los ensayos de la misma, se convierten en un contrapunto a las historias de varios de los actores que han sido contratados para representar el drama del escritor ruso.
     Un actor de telenovelas juveniles, una bailarina sordomuda que emite sus diálogos en lenguaje de señas, una conductora de auto que esconde un secreto doloroso, son algunos de los personajes que le dan un tono particular a las acciones que transcurren en pantalla. A lo largo de sus tres horas de duración nos asomamos a la tortuosa vida interior de estos seres humanos en los cuales sentimientos como la culpa, la sensación de insuficiencia, la pérdida y la tristeza cobran sentido representados de maneras diversas. Hay una gran cantidad de silencios sobreentendidos, de diálogos que más que reveladores son catárticos para quienes los emiten. La furia contenida y las pasiones arrebatadoras se constituyen en un oxímoron en donde la obra de Chéjov resuena con ecos renovados.
     En ese sentido, la cinta pareciera una caja de resonancia en donde la obra cinematográfica es la representación de la literatura de Murakami al mismo tiempo que actualización y reflejo de la propuesta chéjoviana. No es una cinta para todas las sensibilidades; es un remanso en medio de la edición turbulenta y la pulsión por un cine de acciones intensas y sorpresivas casi sin pausa.

jueves, febrero 17, 2022

Reseña en búsqueda de final adecuado

 




En El buscador de finales (Alfaguara, 2014), Pablo de Santis (Buenos Aires, 1963) convierte a la narrativa en un territorio de la aventura. Se refleja en este volumen, etiquetado como literatura juvenil, el gusto del autor por otros géneros en los cuales se desenvuelve con soltura, como la narratográfica y la novela de suspenso y detectives. Sin embargo, se puede notar, de manera más evidente, los elementos distintivos de su poética: el uso del lenguaje y sus disciplinas (lingüistíca, traducción, escritura, edición bibliográfica) como el tema central alrededor del cual giran muchas de sus obras (Filosofía y Letras, La traducción, El teatro de la memoria). 

En esta ocasión conocemos a Juan Brum, un adolescente admirador de un héroe de cómic, Cormack, que quiere convertirse en un creador de esas historias que lo fascinan. Así que acude a la editorial Libra en donde lo emplean como ayudante (cadete) para auxiliar a los dibujantes y guionistas. Pronto es ascendido y ese crecimiento profesional lo lleva a ser el mensajero de una celebridad autoral que tiene el trabajo más ambicionado (y difícil) de la industria: ser buscador de finales. Es decir, quien encuentra la manera ideal para presentar el desenlace de las historias. Es a ese destino al cual aspira el protagonista y al cual, eventualmente, arribará en un camino de transformación del héroe que incluye peligros, alegorías de estados dictatoriales e historias personales llenos de tragedia, esto es, una senda con todos los elementos que constituyen una excelente novela de aventuras. 

De Santis es uno de los autores contemporáneos más originales que no ha recibido el reconocimiento que merece (más allá de haber obtenido una buena cantidad de premios). En sus historias el motivo principal es el lenguaje y los mundos que crea; la ficción que propone es un híbrido en donde cuestiones como los elementos que constituyen la forma literaria (escenarios, personajes) son el lenguaje mismo. En este caso, la tesis es clara: un escritor (o una industria) debe tener mucho cuidado y talento para concluir con  sus historias; los desenlaces no son asunto de aficionados. 

Esos finales no son construcciones lingüísticas, sino una especie de “detonantes” que permiten a los guionistas hallar la manera de concluir con las ficciones que han construido. Es decir, Salerno (el buscador de finales más famoso, junto con el señor Chan-Chan) no envía un párrafo o una descripción narrativa del desenlace de sus historias, sino que envía objetos que permitirán a los creadores hallar el final adecuado. Dentro de sobres aparecen los objetos más aleatorios: plumas, hojas de periódico, llaves de casilleros de centrales de trenes, una moneda, tornillos. Ese es el final, o el detonante de la conclusión de las historias. 

Frente a esos creadores que como metafísicos detectives se lanzan a la búsqueda de finales, se encuentra la corporación dirigida por la empresaria Paciencia Bonet, quien a través de algoritmos y automatización ha creado un método para volver obsoletos a los buscadores de finales. Hay aquí una crítica sutil pero transparente de la manera en cómo se conduce actualmente la industria editorial: el uso de fórmulas, casi matemáticas, que permiten a las editoriales mantener la maquinaria de producción aceitada en aras de las ventas y la productividad, y aislando cada vez más a la creatividad y los frutos del azar. 

Hay muchos niveles de lectura en esta obra en apariencia ligera y dirigida únicamente a los lectores jóvenes: los homenajes que hace a través de los nombres de personajes e historias de diversos autores de la literatura y la narratográfica de su país, por ejemplo. De Santis es un autor que se divierte con lo que hace, que no tiene prejuicios ni complejos con respecto de los elementos que utiliza para crear su universo narrativo y que, tarde o temprano, seguramente tendrá el reconocimiento que se merece. 


domingo, enero 30, 2022

Juventud, maldito tesoro



Un par de veces intenté leer completo El guardián entre el centeno (varias ediciones, primera en 1951) de J. D. Salinger (New York, 1919) pero siempre terminaba atorado en algún punto de los primeros capítulos en los cuales el protagonista me parecía insoportable y la secuencia de los hechos que contaba, como narrador en primera persona, intrascendentes. Abandonaba la novela sin mayor culpa y esperando encontrar una mejor ocasión para concluir este pendiente de la cultura general de alguien que trabaja con las letras, a decir de la crítica que coloca en canon (y al mismo tiempo en los territorios de obra de culto) a la obra referida. 

Dos cosas me llevaron a intentar su lectura de manera más seria y disciplinada. Por un lado, el comentario de mi amigo Carlos Dzul quien afirmó en una publicación, en la que le comenté mi decepción por el libro, que era una de sus obras preferidas. Y por otro lado, la vista de My Salinger Year (Philippe Falardeau, 2021), en donde una asistente en una agencia literaria, la que atiende precisamente los contratos de Salinger, decide leer y contestar la numerosa correspondencia que el autor recibe a raíz de la huella que la obra motivo de estas líneas había dejado en sus vidas. 

La obra es una novela que aborda la crisis de la adolescencia, la total falta de norte de un joven que es expulsado de la escuela y cuyo comportamiento linda entre el berrinche, la anarquía y la imposibilidad de expresar el conflicto interno derivado de su depresión permanente. Nos relata la manera en cómo este joven lidia con cuestiones terribles: la muerte de un hermano, la aparente indiferencia de los padres ante las emociones y sentimientos de sus hijos, la tragedia que representa ser el hijo de enmedio y la imposibilidad de encontrar un lugar agradable en el mundo. 

Me gustó haberme obligado a terminar esa lectura pendiente. La primera vez me acerqué a ésta a partir del morbo: el hecho de que muchos magnicidas, al momento de ser capturados, traían con ellos un ejemplar del libro en cuestión. No estoy seguro si esta obra le dice algo a los adolescentes actuales. Quizás es imposible no identificarse con la sensación de estar deprimido mucho tiempo, de tener cierta obsesión por las cuestiones sexuales, de hallar en familiares (la hermana de Holden es uno de los personaje más cálidos de la literatura) un refugio al cual llegar en medio de las tormentas, de intentar la huída de casa sometidos al azar. 

Entiendo ahora el nivel de culto que se le profesa en variados círculos y las razones por las cuales se ha convertido en una obra que navega de manera clara entre el canon de la literatura norteamericana y la cultura pop del siglo XX. Me plantea también, la posibilidad de retornar a obras que abandoné en algún momento de mi vida, quizás esos libros hayan cambiado de la misma manera en que yo lo he hecho como lector. 


La insoportable levedad del no-ser




En La identidad (Tusquets, 1998), Milan Kundera (Brno, 1929) cuenta la historia de dos personajes parisinos, Jean-Marc y Chantal, que a partir de su relación de varios años parecen consumirse en la lentitud y anomia de la cotidianidad conyugal sin mayor sorpresa. Un comentario de ella, resultado de la verbalización de sus soliloquios internos: “los hombres ya no se vuelven a mirarme”, desata una serie de situaciones en las cuales el autor checo mezclará por igual el monólogo interno con el surrealismo y con las posibilidades desbordadas de sus protagonistas. 

La tesis que parece encontrarse detrás de la obra refiere a la manera en cómo las parejas que han compartido su vida durante mucho tiempo tienden a confundirse, (a con-fundirse) uno en el otro hasta hacer borrosos los contornos de sus propios cuerpos, comportamientos e identidades. Se desprende una incomodidad existencial, como individuos, de los dos personajes: Jean-Marc depende económica y emocionalmente de Chantal, ésta no encuentra en su compañero todo lo que podría permitirle ser feliz completamente. 

Una serie de malentendidos (un conjunto de cartas enviadas por un supuesto admirador secreto de ella) desata un clímax en donde la evaluación de esa vida en pareja se convierte en una serie de actos impulsivos y, hasta cierto punto, exentos de reflexión. Kundera consigue llevar al lector por un camino en el cual la psique de sus personajes dibujan una realidad alterna que les permite explorar el lugar que tienen en el mundo y, en cierto sentido, ubicarse en éste. Es una historia que requiere de mantener la atención a fin de no perderse en los recovecos narrativos que pendulan entre la imaginación y la realidad. Ese es, sin duda, uno de los aspectos más característicos de la poética del autor y la razón por la que varios nos declaramos lectores incondicionales del mismo: la posibilidad de construir mundos atractivos y entretenidos a partir sólo de la manera en cómo los personajes tejen realidades alternas en su interior, infiernos personales que cuestionan su cordura, su existencia o su propia felicidad.





martes, enero 18, 2022

La felicidad está en otra parte



En Happycracia: cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas (Paidós, 2019), los investigadores Edgar Cabanas (Madrid, 1985) y Eva Illouz (Fez, 1961) realizan una muy interesante genealogía con respecto de la manera en cómo la felicidad se ha convertido en uno de los parámetros de medición más recurridos para significar la vida de las personas alrededor del mundo. Un parámetro que es ambiguo, subjetivo, sometido al contexto y, en muchos sentidos, completamente inútil. 

A través de las páginas de este libro, acudimos a la relación que nos describe la evolución de lo que se ha dado en llamar psicología positiva, una forma de construir un aparato en apariencia científico para desplazar preocupaciones de tipo social y colectivo a una posibilidad de realización individual que le sienta de maravilla al sistema neoliberal y de capitalismo salvaje en el cual vivimos. 

Cabanas e Illouz abordan la forma en cómo la felicidad se ha convertido en un valor en sí mismo (si no el máximo) para comprender las razones por las cuales una persona es productiva, eficiente y dispuesta a “dar lo mejor de sí”. Lo que aparece como una finalidad noble, esconde una serie de situaciones en las cuales los principales beneficiarios son las grandes corporaciones y diversos gobiernos y centros de poder. La felicidad se convierte en un fetiche deseable y que se persigue de manera obsesiva, lo cual genera una serie de consecuencias que van de la autoexplotación de fuerza de trabajo, a la enfermedad mental y, de ahí, al establecimiento de una sociedad cuya vocación solidaria se extravía por completo. 

Lo interesante del texto es el rastreo que los investigadores hacen para desvelar los mecanismos que diversos científicos echaron a andar para legitimar el estudio de la felicidad como una ciencia total, la ciencia que permitiría la realización total del ser humano. De tal manera, aparecen detrás de centros de estudio, facultades, fundaciones y universidades, el financiamiento de empresas que se caracterizan por sus resistencias a la lucha de derechos laborales y por el ejercicio de la precarización de las condiciones de vida de sus trabajadores. 

Una de las tesis principales de esa ciencia positiva (a cuya sombra se arriman una serie de nuevos chamanes: coaches de vida, motivadores profesionales, asesores de productividad, gurús new age y especímenes similares) indica que la posibilidad de triunfar en la vida y de mejorar económicamente y en términos de satisfacción existencial, depende exclusivamente, o en mayor medida, del sujeto. Una meritocracia que es cuestionada, de manera reiterada, por el sistema en el cual se reproduce esa idea y que se convierte en credo de una gran cantidad de personas que pierden de vista la responsabilidad del sistema socioeconómico con respecto de su suerte, y se culpa a sí mismo por no ser suficientemente capaz, resiliente, inteligente y “trabajador” para modificar sus propias condiciones de vida. Ese es, en gran medida, el acierto de este tipo de conocimiento: reducir responsabilidad a un sistema depredador y dejar en el sujeto la convicción de que el pobre es pobre porque quiere, y el infeliz porque no se esfuerza lo suficiente con su apatía y su tristeza. 


lunes, enero 17, 2022

Jack Sparrow en la Facultad de Filosofía y Letras


 The Professor (Wayne Roberts, 2018). Un profesor universitario recibe la noticia de que le quedan solamente unos meses de vida a causa de un cáncer terminal. Por esta razón decide cambiar su comportamiento de manera radical. La cinta se sostiene sobre el cliché que afirma que cada momento que se vive puede ser el último, por lo que se debe aprovechar la vida al máximo. 

    Para el protagonista, esto significa alcoholizarse y drogarse hasta la inconsciencia, así como tener relaciones sexuales casuales e impulsivas, así como explorar las posibilidades de la homosexualidad. Frente a su esposa infeliz e infiel y su hija lesbiana, opone una vida superficial que se intenta hacer pasar como trascendente y profunda, pero que no lo es. 

    La actuación  de Depp es exagerada y llena de tics; en algunos momentos pareciera que Jack Sparrow estuviera hablando sobre literatura clásica y contemporánea mientras se tambalea por la embriaguez. Hay un perrito y eso es un punto a su favor. No les va a cambiar la vida, pero quizás les haga ladear un poco la cabeza en algún momento. 

Notas musicales entre la espesura del bosque gótico


En la novela gráfica El violín negro (Conque, 2019) de Áurea Freniere (México, 1978) podemos encontrar diversos elementos que remiten a un periodo específico del arte: el Romanticismo. Imbuido de ambientes ominosos y naturales, con la recuperación de seres y personajes mitológicos, además de la presencia de temas antropomorfizados, como la muerte y la locura, la obra deambula por tiempos antiguos y territorios ajenos a lo mexicano o local para aludir al registro del gótico europeo, con medianos resultados. 

La historia aborda la leyenda de un bosque maldito: quien se interna en éste, se encuentra destinado a perderse de manera irremediable. La entrada a la historia está a cargo de un grupo de excursionistas contemporáneos que llegan hasta los lindes de ese supuesto bosque y escuchan la historia de labios de un “viejo” (el aspecto gráfico no coincide con las alusiones que se hacen a su edad) que narra la manera en cómo una mujer encontró la perdición al internarse, junto con su prometido, en las penumbras del bosque. 

La intención de mostrar la forma en cómo los relatos antiguos tienen resonancia en la época actual, al ir y venir del relato narrado, al presente del narrador testigo es buena, sin embargo, la reiteración a lo largo de las páginas se vuelve algo cansado y desnuda la intención de generar una tensión narrativa que tendría que manifestarse en la historia contada y no en los constantes cortes a la misma. 

Hay también una serie de situaciones que hacen tambalear la verosimilitud de la historia, además de una especie de ambigüedad con respecto de las figuras antagonistas que impulsan el relato: las criaturas del bosque (las hadas carnívoras y despiadadas), la “dama”, el violinista maldito… en fin, el embrollo crece sin que la claridad abone a que el lector empatice con la protagonista. Esto es también algo para hacer notar: no hay una conexión entre la protagonista, sus acciones y la búsqueda del lector. La historia transcurre, pero la emoción no aparece. Hay tensión narrativa, pero no emoción; no hay manera de sobresaltarse, alegrarse o enojarse con lo que estamos leyendo. 

El final abierto, la identidad ambigua del narrador testigo y la casi antipatía que genera la protagonista, no ayudan a que el lector conserve la memoria de esta lectura como algo trascendente. Es la primera obra de la autora, por lo que, quizás, el futuro apunte trabajos donde esos escenarios y aficiones encuentren una mejor realización en el papel.



viernes, enero 14, 2022

Tina Modotti: artista, revolucionaria, mujer de su tiempo



En Modotti. Una mujer del siglo XX (Conque/ Para leer en libertad, 2019), Ángel de la Calle (Molinillo de la Sierra, Salamanca, 1958) construye un relato que abreva de una buena cantidad de recursos para contar la historia de una de las protagonistas de la historia de América Latina y del mundo. Injustamente asociada solamente a la muerte de Julio Antonio Mella, fundador del Partido Comunista Cubano, y exiliado en México a raíz de la persecución del régimen del dictador Machado en las épocas pre-revolucionarias de la isla, la biografía de la inmigrante italiana se extiende hasta territorios por completo desconocidos. 

En estas páginas accedemos a la historia de una mujer que fue, en diversas etapas de su vida, actriz de cine, modelo, fotógrafa, traductora, redactora, reportera, agente al servicio del gobierno soviético, organizadora de brigadas solidarias durante la Guerra Civil Española, siempre errante, siempre perseguida, atormentada y con la sensación de estar de manera provisional en el mundo. Una mujer sin patria, con muchas de ellas, ciudadana del mundo. 

Dice Paco Ignacio Taibo II, quien escribe los prólogos de esta edición, además de aparecer como personaje dentro de la misma historieta, que no se puede llevar a cabo la escritura de una biografía si no es desde el amor y el cariño. En este caso, se cumple a cabalidad con este supuesto. El autor se presenta como un personaje que deambula en el tiempo y el espacio del planeta buscando las respuestas a las preguntas que le permitan develar el misterio último que se ha propuesto: reconstruir la vida de una mujer que aparece como una especie de nota al pie o de escenario marginal dentro de la historia de la izquierda mexicana e internacional de la época previa a la segunda gran guerra. 

La estética nos refiere a trabajos previos que aluden a la memoria, como Maus de Art Spiegelman, pero también hay un cierto aire a manga en términos visuales, y a los trabajos de Joe Sacco, con respecto de las vocación periodística e histórica, además de la aparición del propio autor como personaje de su ficción. En este sentido, no es una biografía tradicional, didáctica o que ilustre solamente la vida de la protagonista, sino una reflexión y una toma de partido con respecto de las acciones que se enumeran a lo largo de las viñetas. 

Es, también, una muestra de pulso narrativo afinado, de oficio en el arte de generar la tensión que permita continuar pasando las páginas en búsqueda de respuestas o, simplemente, para hurgar en los diversos escenarios narratográficos que De la Calle propone: los diálogos con Taibo II para organizar y echar a andar la Semana Negra de Gijón, así como para resistir a su intento de desaparición; la disputa onírico-alcohólica entre un Superman fascista y un Batman comunista, ambos seniles y refugiados en cuartos de hotel de diversos países del mundo; los paseos del autor por los sitios en donde se refieren las acciones que significan la vida de Modotti y en donde las preguntas y las hipótesis detectivescas aparecen como posibilidad de comprensión. 

Es un libro con una clara vocación narrativa, con intenciones de revisionismo histórico y de visibilización hacia un ser humano complejo y lleno de matices. Este tratamiento podría ser, sin duda, el germen para una película interesantísima y con todas las dosis de un buen thriller de espías y de drama histórico. En tiempos en donde se visibiliza el papel imprescindible que diversas mujeres tuvieron en variados hechos históricos, este es un documento que, sin duda, se sintoniza con los tiempos que corren. Muy recomendable. 


jueves, enero 13, 2022

Venus, Marte y otras cosas sabidas


The Female Brain (La química del amor, EU, Whitney Cummings, 2017) es una comedia romántica que arriesga en la forma de presentar su relato, sobre todo en la primera parte en donde se confunde el registro del documental educativo con el de la ficción. 

     Una neuróloga estudia las diferencias entre el cerebro masculino y el femenino; cree haber encontrado la manera de no depender de la interacción romántica, todo ello consecuencia de un trauma amoroso. Pero, ¡oh, sorpresa!, se enamora. 

     Resulta, a final de cuentas, una mirada complaciente hacia las maneras y mecanismos del amor romántico tradicional y hacia los mandatos impuestos por el heteropatriarcado. Hay momentos divertidos, merced a la experiencia como standuperos de los autores del guión, la directora del filme y Neal Brennan (de quien recomiendo su show 3 mics). 

     Deficiente en varios aspectos, como la musicalización y el diseño de audio, es, no obstante, un buen divertimento. 

"Lo que más están publicando son memorias"


The Tender Bar (El bar de la esperanza, EU, George Clooney, 2021) es una cinta basada en las memorias de J. R. Moehringer, narra el mcrecimiento de un niño junto a su madre soltera y la familia extendida de ésta. El padre ausente es uno de sus temas y su representación, uno de sus aciertos. Con altibajos de ritmo y algún gazapo de edición (la transiciónde recuerdo infantil evocado en el tren y su salto al presente enunciativo, por ejemplo), no pierde su vocación de entretenimiento, sin que genere grnades reflexiones vitales o existenciales. 

         Es una cinta que se ubica entre los relatros de formación/crecimiento del artista y de cómo su biografía se refleja en la obra y, hasta cierto punto, la condiciona. Es también una referencia velada a la tendencia dominante en el medio editorial por publicar autoficciones.

         Sobresale el personaje del tío Charlie (Ben Affleck) como la figura paterna sustituta del protagonista y como su ancla al mundo. No rehúye los clichés del escritor y su vida atormentada por el amor romántico tóxico y sus tendencias alcohólicas. Buena, a secas. Eso sí, la selección y el diseño musical es excelente. 

miércoles, enero 12, 2022

Esperpentos, hipérboles y estereotipos


Chilangolandia (México, Carlos Santos, 2021) es una sátira sobre la Ciudad de México, su área metropolitana y las personas que la habitan. Esperpéntica, exagerada y anticlimática. Tiene algunos gags que podrían ser graciosos, pero que se diluyen en lo excesivo del conjunto. Su abordaje sobre la naturaleza corrupta del entorno político-social de la urbe y sus habitantes tiene posibilidades de crítica hacia este fenómeno que resultan fallidas; el resultado se acerca más a un episodio de La familia Peluche con sangre, violencia y balazos (lo cual para algunos quizás sea una cualidad). 

     Se salva a medias por detalles como la aparición de Luis Felipe Tovar como La Rata, un ladrón elegante, pero no más. El resto de los actores parecen creer de manera sincera que actuar consiste en gritar desaforadamente. Para ver bajo su propio riesgo mientras se plancha la ropa o se quita el arbolito de Navidad.