lunes, abril 25, 2011

Eterno retorno

(Imagen de una parte del Sistema Solar, incluida la Tierra,
enviada por la sonda Messenger/ NASA)

El 25 de abril de 1942 la sonda espacial FNAHZ, enviada por el gobierno alemán al exterior, hizo contacto con habitantes más allá de nuestro sistema solar. Los registros revelados por Johann Bischoff demuestran que los alemanes sabían que serían derrotados en la guerra tres años después. A pesar de que la información resultaba inquietante, nadie puso en tela de juicio las afirmaciones provenientes de la transmisión, cuyo origen se situó en alguno de los sistemas cercanos a la estrella del Centauro. El Führer transmitió a la estructura del Ejército la orden tajante: “Ningún cambio en la estrategia de conquista territorial”.
          La derrota del Tercer Reich dejó claro que la información era fidedigna y podía ser utilizada con fines de recuperar el terreno perdido y la derrota infligida por los Aliados. Una misión se dirigió con los registros que se recuperaron del centro de investigación espacial hacia la ciudad de Montevideo en el Uruguay. Se consiguió restablecer un centro de investigaciones, similar al que tenían en la zona de Berchtesgaden, en unas amplias bodegas frigoríficas del puerto. La sonda seguía enviando informaciones que aludían a acontecimientos del futuro inmediato del mundo. Sin embargo, tales predicciones, siempre verdaderas, comenzaron a reducir su distancia en el tiempo. La primera que habían recibido hablaba de los acontecimientos que ocurrirían tres años después, la segunda de los siguientes treinta meses, la tercera de los dos años, y así consecuentemente. Los científicos encargados del proyecto fueron capturados en febrero de 1946 y llevados a juicio en Nuremberg pocas semanas después. Todos fueron condenados a muerte y la pena se ejecutó el 16 de octubre de 1946.
          Bischoff asegura que los norteamericanos consiguieron replicar el mecanismo de recepción de los alemanes y consiguieron ponerse en contacto con la sonda espacial. Hacia 1969 recibieron un mensaje que alertaba sobre la derrota de los EEUU en la disputa emprendida en Vietnam. El Ejército norteamericano miró con desconfianza el comunicado y lo tomó como una acción de los antibelicistas. Decidió no detener el envío de tropas al país asiático, lo que dio como resultado que medio millón de estadunidenses estuvieran destacamentados en acciones de guerra. En febrero de 1973, las tropas norteamericanas se retiran arrastrando la derrota y el desprestigio.
          A pesar de la poca atención que los medios del mundo le han prestado a estas declaraciones, Bischoff asegura que los residentes de la Estación Espacial Internacional han conseguido recibir nuevas noticias de la sonda alemana. Las dudas se plantean en términos de si los mensajes interceptados son emisiones recientes, lo cual plantearía que la sonda sigue activa, o son remanentes de transmisiones anteriores. Nadie sabe cuál es el contenido de los mensajes recibidos, ni a qué gobierno hacen alusión. No se han registrado cambios importantes en la política exterior de las potencias mundiales o de los países involucrados en la administración de la Estación Espacial. Los medios han incluido la noticia en las secciones de “curiosidades” y “tendencias”.
          Johann Bischoff regresa a su oficina en Buenos Aires, cerca del puerto. Enciende los aparatos que ha mantenido con vida desde hace más de sesenta años, cuando su padre fue capturado. Durante todo ese tiempo, ha recibido mensajes de la sonda enviada al espacio exterior. Se mesa los cabellos plateados cada vez más escasos. Mira la trascripción del último mensaje recibido. Anuncia que una avanzada de invasión ha salido hace treinta años del sistema del Centauro. Llegarán en menos de un año. Johann calienta un brandi en la copa que sostiene en la mano derecha. En la otra mano, la cápsula de cianuro brilla con la intermitencia de los leds del aparato receptor. La brisa del mar se filtra por la ventana abierta. Las estrellas brillan más que nunca.

jueves, abril 14, 2011

A propósito


Para Norma y Benjamín, hoy.

Ella había sido muchas cosas en sus otras vidas. Cosas sin alma y cosas con vida. Empezó como polvo estelar, después molécula de agua, bacteria acuática, pez dorado, dinosaurio rosado, ave rapaz volando por el cielo, nube viajera, las hojas de un árbol, la ola de un mar furioso, remolino de aire, luz atravesando el tiempo, primate volando de árbol en árbol, oráculo de fortunas, causante de guerras, poema inconcluso, planeta deshabitado, caja de sorpresas, café instantáneo, hojitas de té, caldito de pollo, oídos abiertos, consejera eficiente, martillo en carpintería, ojitos llorosos, vodka providencial, coleccionista de juguetes, mujer en resumen.
          Él fue también antes de ser. Electrón perdido, átomo de hidrógeno, virus simbiótico, calamar a propulsión, tiranosaurio rex, conejo de orejas largas, germinado sediento, colibrí de selva, barquito a la deriva, vaca en medio de tornado, segundo iluminado, antropoide bípedo, brujo medieval, soldado en las trincheras, teoría de la dialéctica, satélite artificial, cubo rubik, leche condensada, infusión oriental, cuchara sopera, silencios exactos, paciente impaciente, clavo en la cruz, lentes de contacto, cerveza espumosa, vaquero de tela, hombre al final.
          La evolución colisiona. Él ha dicho que sí y ella también. Sólo quedan ellos. Los dos. Y el universo a la distancia.

martes, abril 12, 2011

Estación soledad

(Fotografía de Pringarica)

—Nos dejaron solos.
          La voz de Iván me irrita cada vez más. Sólo abre la boca para quejarse. Para confirmar algo que los demás sabíamos. Los hijos de puta nos han olvidado.
          —Estación R467, transmitiendo. Si alguien escucha este mensaje, responda por favor.
          La voz de Giordano. Intenta encontrar a alguien que nos pueda sacar de este hoyo. Como si no hubiera sabido desde el principio que estábamos condenados a morir aquí. Que el precio de explorar este rincón del universo era precisamente perder todo lo que nuestra vida normal representaba.
          —Hoy tenemos pepinos, monstruos. Bueno, sobrecitos de pepino. ¿Quién va a querer que se los prepare?
          Diego. De todos, creo que es el más imbécil. Es el psicólogo de la misión y parece el más loco de todos. Trata de mostrarse alegre, optimista. Hace bromas a la tripulación y se ríe de sus chistes simplones. Funciona como una máquina. Una jodida máquina de juegos. Las más inútiles de todas.
          —Tendremos que salir, colegas. Es probable que si movemos el equipo de transmisión a una zona con menos incidencia de tormentas de arena, alguien nos pueda ubicar y baje a buscarnos. No arreglamos nada acá encerrados.
          El buen John. Siempre tiene un plan. Siempre sabe qué es lo que hay que hacer. Tiene calculado todo. Pero nunca se atreve a ir más allá de la punta de su lengua. Observa con atención si alguien secunda su idea. Todos le dirigen miradas de soslayo, pero nadie le contesta. Él retorna a una especie de mutismo que dura unas cuantas horas, antes de darle otra vez a la cantilena que los demás nos sabemos de memoria.
          —Las probabilidades de sobrevivir se han reducido en un 45/700 con respecto de la guardia de ayer. Tendremos que administrar oxígeno de manera tal que podamos garantizar un estado de lucidez por lo menos durante los siguientes once meses. Después no se puede hacer nada. Habrá que evacuar…
          Los cálculos de Wolf. Eficiente como la mejor computadora. Él y su tabletita llena de estadísticas y funciones de probabilidad son la pesadilla de cualquiera que se precie de ser un poco normal. Wolf vuelve a hacer sonar su aparatito y nos muestra la gráfica de riesgo. La pendiente ha disminuido dramáticamente durante los últimos cuatro meses.
          —Desátenme, hijos de puta. No pueden tenerme así, desgraciados. Si me logro soltar los mataré a todos, pueden estar seguros. Son unas mierdas. Cabrones. Malnacidos.
          Le arrojo un tornillo a Jorge. El loco. Unas semanas antes intentó degollar a John mientras éste dormía. Llevaba una espátula de las que utilizamos en las expediciones de campo. El musculoso Iván impidió que el homicidio se consumara. Con la muerte de Mariana, en la tercera salida programada, tuvimos más que suficiente. Las tormentas de arena son frecuentes. Azotan sin avisar y arrastran consigo piedras enormes. Mariana no tuvo oportunidad. Una roca rompió la visera del casco y la cabeza le explotó antes de que se enterara de lo que le había ocurrido. Probablemente fue lo mejor que le pudo ocurrir. No puedo pensar que le hubiera pasado de haber permanecido aquí, encerrada entre hombres. En medio de este calor y con la tensión rompiendo los límites de todos. El otro día sorprendí a Giordano, compartimos habitación, masturbándose mientras miraba uno de los manuales de montaje de las antenas exteriores. Se percató de mi presencia. Me mostró el pene y sonrió. Salí de ahí.
          Todos están volviéndose locos. Pareciera que las cosas marchan, pero no es así. En cualquier minuto alguno explotará y sus sesos salpicarán a los demás. Alguno tomará el boleto de ida y nos arrastrará por la escotilla. No estoy dispuesto a que otro decida mi destino. Sé que voy a morir. Lo tengo claro.
          —Nos dejaron solos.
          Otra vez la voz de Iván. Me ha irritado lo suficiente. Giordano mueve por enésima vez los controles de la radio. Diego me acerca un sobre con pepinos “preparados”; niego con la cabeza, sus enormes dientes me sacan de quicio. John se mueve hacia el interior de la estación, finge buscar su equipo de exploración. Entonces escucho la voz de Wolf, siempre en búsqueda de la eficiencia:
          —Marco, ¿dónde pusiste los explosivos que sobraron de la última salida?
          Lo miro fijamente.
          —Nos dejaron solos— le digo.
          Aprieto el botón.

martes, abril 05, 2011

Rueda y carrusel

(Imagen de Víctor Jurado)

En la ciudad de Jurega hay una rueda de la fortuna que sirve para que la gente desaparezca. No es ningún acto de magia, ni nada parecido. Las filas son enormes. Hombres apesadumbrados acuden en masa a subirse a la rueda. Ésta hace paradas cada diez minutos, cuando un operador que tiene sombrero de copa y un gato trepado en el hombro activa un interruptor. Entonces aparecen los asientos vacíos, balanceándose sin nadie dentro. Los suicidas se han sentido bendecidos. No quieren muertes violentas, ni dolorosas, ni pesares que heredar a su familia. Sólo desaparecer. Llegan, pagan un boleto que vale unas cuantas monedas, esperan en la fila, suben y desaparecen. La rueda pasa días funcionando. A su lado se han establecido puestos de algodón de azúcar rosa, tiros al blanco, vendedores con globos. El presidente municipal de Jurega devela una placa que dice “Ciudad de la rueda de la desfortuna”. Acuden muchos curiosos, los hoteles se llenan, la economía prospera. Físicos llegan para buscar hoyos negros, portales interdimensionales. No hallan nada. Se enojan. Piden más presupuesto a sus gobiernos. Vuelven a fallar. Son el hazmerreír.
            Lejos de ahí, en el pueblo de Orado, los habitantes anuncian sorprendidos que el zócalo de la ciudad se ha visto invadido por una serie de carruseles de caballitos que aparecen de la nada. Los carruseles dan vueltas a gran velocidad. Sobre los caballitos de cartón piedra se puede ver a muchas personas. La cara de terror es indescriptible. Algunos se quieren bajar de su carrusel, pero la velocidad de éste se los impide. Los habitantes del pequeño pueblo esperan, con paciencia, el momento en que el zócalo no tenga más espacio para los carruseles que siguen apareciendo. Nadie sabe qué pasará.