jueves, septiembre 16, 2010

La consumación que era (fue [es]) el principio


¿Qué podemos concluir de la revisión de esta etapa de nuestra historia? ¿Cómo podemos explicar el hecho de que una revolución iniciada por criollos pobres e ilustrados y alimentada por las masas de indígenas y mestizos en la etapa revolucionaria, haya sido consumada por los criollos ricos que habían combatido con singular fiereza a los insurgentes? ¿Cómo explicar que la realidad siempre fue más fuerte que las leyes por lo que cuestiones como la abolición de la esclavitud tuvo que declararse de manera consecuente a lo largo de la lucha (Hidalgo, 1810; Morelos, 1813; Guerrero, 1828) sin que se volviera realidad palpable sino hasta la tercera década del siglo XIX?
¿Quién al gachupín humilla?
Costilla.
¿Quién al pobrísimo defiende?
Allende.

¿Quién su libertad aclama?

Aldama.
Tonada escuchada en Guanajuato,
1810
La consumación de la Independencia significó el desgarramiento del poder imperial de España, pero no la abolición de los privilegios de los criollos terratenientes y las clases altas que la propia Colonia había generado. La revolución popular, en su concepción más pura de justicia social e igualdad política, había sido barrida con los primeros caudillos del movimiento. La consumación no significó ni reparto de tierras, ni reconocimiento de derechos políticos, ni administración equitativa de la justicia, ni disminución del poder del clero.
Aunque anden las rondas listas,
he de prender candilejas
con el sebo de realistas
y las mechas de Calleja.
Versos de un escribiente público de San Luis Potosí que le costaron ser ahorcado.
Tres fueron las clases beneficiadas por la consumación de independencia y que vieron en la separación del poder español la posibilidad de beneficiar sus propios intereses: la naciente burguesía capitalista, el clero y los militares. Para los primeros, representaba la posibilidad de romper con el monopolio comercial impuesto por las disposiciones de la corona española y que beneficiaba en mayor medida a los peninsulares en detrimento de las ganancias de los empresarios locales. Para el clero, la adopción de los principios liberales de la Constitución de Cádiz implicaba la pérdida de sus derechos y, sobre todo, la incautación de sus inmensos bienes. Los militares, por su parte, comprendieron que la independencia era una oportunidad de oro para imponerse como la casta dominante dentro del nuevo proyecto de nación.
Por un cabo doy dos reales,
por un sargento, un doblón,
por mi general Morelos
doy todo mi corazón.
Tonada de los soldados de José Osorno
durante el sitio de Cuautla
El problema es que ese proyecto era inexistente e incompleto. No había un plan que, más allá de la retórica constitucionalista, pudiese aplicarse a un país que, desde sus primeros años ve mermado su territorio. En 1823, las Provincias Unidas del Centro de América (el territorio comprendido desde Guatemala hasta Costa Rica) deciden separarse de México y conforman una unidad que, a semejanza de lo que ocurrió posteriormente con México, inician una guerra civil que traería como su consecuencia la formación de Estados pequeños que serían presa fácil de los poderes internacionales que el siglo XIX revelaría.
Si a la lid contra hueste enemiga
nos convoca la trompa guerrera,
de Iturbide la sacra bandera

¡Mexicanos! valientes seguid.

Y a los fieros bridones les sirvan
las vencidas enseñas de alfombra;
los laureles del triunfo den sombra

a la frente del bravo adalid.
Versos originales del Himno Nacional Mexicano
que hacían referencia a Iturbide, suprimidos en 1943.
En México el proceso de fragmentación comenzaría a darse en el plano de lo ideológico, para después convertirse en una pugna por el poder político que minaría de manera constante las posibilidades de construir un Estado fuerte y en paz. El siglo XIX sería el siglo de la improvisación, de la resistencia frente a las potencias extranjeras que intentarían aprovecharse del caos interno, de la pérdida del territorio, del debate sin consenso entre liberales y conservadores, del aumento de los abismos entre los más pobres y los más ricos, de la crisis violenta de sus propias contradicciones. La paz porfiriana, hacia finales del siglo, traería estabilidad social, pero no justicia. Y el agotamiento de sus métodos, daría como resultado otro estallido social que pretendería modificar de base lo que la revolución de independencia no pudo: la estructura social heredada por la Colonia y fortalecida por las alianzas que hicieron posible la consumación de la independencia con respecto de España.

El año que fuimos imperio

Agustín de Iturbide consiguió lo que ningún otro personaje independentista: poner de acuerdo a los partidarios de la monarquía borbonista y a los republicanos con los que se había aliado. Lo único malo es que se encontraban de acuerdo en contra del autonombrado emperador. A partir de los Tratados de Córdoba, la independencia de México ostentó la etiqueta de “monarquía” a partir de los entuertos de Iturbide.
           Los criollos y españoles que se habían declarado como seguidores de la independencia a partir de la derrota que supuso el reconocimiento de Fernando VII a las reformas liberales de Cádiz, no apoyaban sinceramente la independencia mexicana. Su esperanza era que el “Imperio Mexicano” terminara gobernado por un noble español que protegiera sus personas, propiedades y prerrogativas.
Quiero mexicanos que si no hago la felicidad del Septentrión, si olvido algún día mis deberes, cese mi Imperio: observad mi conducta, seguros que si no soy por ella digna de vosotros, hasta la existencia me será odiosa. ¡Gran Dios!, no suceda que yo olvide jamás que el príncipe es para el pueblo y no el pueblo para el príncipe.
Toma de protesta de Agustín I,
21 de julio de 1822.
Ante la negativa a reconocer la independencia de su colonia más rica y, en consecuencia, ante la nula llegada de un heredero al trono del recién parido imperio, Iturbide decide instalar una junta de gobierno donde sobresalen los criollos y españoles de la clase alta y conservadora. Se hace a un lado a los insurgentes distinguidos e, incluso, a algunos de ellos como a Nicolás Bravo y a Guadalupe Victoria se les acusa de conspirar en contra del Imperio y son perseguidos. Poco después, y ante el descontento de diversos diputados del Congreso del imperio y criollos opositores al imperio de Iturbide, éste decide suprimir el Congreso y nombrar una Junta Instituyente que se hiciera cargo de elaborar una normatividad acorde con el nuevo estado de cosas. Es así como Servando Teresa de Mier y Carlos María de Bustamante, acusados del “terrible delito” de ser republicanos, son hechos presos.
¡Dios nos libre de emperadores o reyes! Nada cumplen de lo que prometen y van siempre a parar al despotismo. Rey es sinónimo de atraso; los reyes son ídolos levantados por la adulación; rey y libertad son incompatibles; la naturaleza no hizo reyes. El gobierno republicano es sinónimo de verdadera y completa libertad.
Servando Teresa de Mier
La oposición a estas medidas no se hace esperar, la disolución del Congreso debilitaba al imperio, más que fortalecerlo. Aparece la casta militar formada durante el proceso independentista como un elemento de presión poderoso y definitivo. Antonio López de Santa Anna hace su aparición en la historia de México proclamando el Plan de Casa Mata reclamando que Iturbide reinstale el Congreso. Cuando éste decide hacerlo, las cosas han tomado otros derroteros: el primer emperador de México, Agustín I, abdica ante el Congreso que él mismo había disuelto. El Congreso determina que su coronación había sido ilegal y que, por lo tanto, el imperio mexicano nunca había existido. Se envía a Iturbide al exilio y, sin que éste se entere, se le declara como traidor a la patria, por lo que deberá ser apresado si volvía a poner un pie en territorio mexicano.
¡Triste es la situación del que no puede acertar y más triste cuando está penetrado de esta impotencia! Los hombres no son justos con los contemporáneos; es preciso apelar al tribunal de la posteridad, porque las pasiones se acaban con el corazón que las abriga.
Agustín de Iturbide
en su abdicación,
22 de marzo de 1823
El emperador derrocado marcha hacia Italia y después se dirige a Inglaterra donde publica sus memorias de la lucha independentista. En Inglaterra se entera de la posibilidad de que los poderes europeos envíen una fuerza expedicionaria a México para reconquistar el territorio a favor de la corona española. Decide regresar a México y desembarca en Soto La Marina el 19 de julio de 1824, convencido de que puede reunir fuerzas suficientes para intentar recuperar el poder. Sin embargo, es juzgado y ejecutado en Padilla, Tamaulipas.
El tal Iturbide ha tenido una carrera algo metéorica, brillante y pronta como una brillante exhalación. Si la fortuna favorece la audacia, no sé por qué Iturbide no ha sido favorecido, puesto que en todo la audacia lo ha dirigido. Siempre pensé que tendría el fin de Murat. En fin, este hombre ha tenido un destino singular, su vida sirvió a la libertad de México y su muerte a su reposo. Confieso francamente que no me canso de admirar que un hombre tan común como Iturbide hiciese cosas tan extraordinarias. Bonaparte estaba llamado a hacer prodigios, Iturbide no, y por lo mismo los hizo mayores que Bonaparte. Dios nos libre de su suerte, así como nos ha librado de su carrera, a pesar de que no nos libremos jamás de la misma ingratitud.
Carta de Simón Bolívar a Francisco de Paula Santander,
Lima, Perú,
6 de enero de 1825
A partir de la muerte de Iturbide, México entraría en una fase de luchas intestinas entre la clase política que emergía con características particulares en ese albor del siglo XIX: militares, liberales republicanos, criollos ilustrados, criollos propietarios, el clero. A lo largo de todo el siglo, el país estaría sumido en las luchas inauguradas por la contradicción conceptual que representó el Abrazo de Acatempan: dos proyectos de nación que chocaban por la naturaleza de sus intereses.
          No está de más recordar los versos que Servando Teresa de Mier escribió para celebrar la muerte de Iturbide y que se convierten en un oráculo fatal para la historia futura del país:
Y sabrán todos los reyes
que si amor patrio se enciende
jamás impune se ofende
ni a los pueblos ni a las leyes.
Tenga el tirano presente
y su gavilla falaz
que la era de la paz
a todos por igual mide
y como acabó Iturbide
acabarán los demás.

La Patria es primero


El fusilamiento de Morelos estableció un momento de crisis creciente en el proceso independentista. El recrudecimiento de las acciones militares, así como el nombramiento de Félix María Calleja, orilló a muchos de los insurgentes a disgregarse y tratar de continuar el movimiento con los recursos que pudieran avenirse. De esta manera, los esfuerzos que Morelos había logrado de manera eficiente conjuntar, se ven fragmentados y sus esfuerzos orillados casi a lo anecdótico. Este tercer momento de la insurgencia se conoce como el periodo de la resistencia. El periodo en donde las fuerzas insurgentes ven mermados sus éxitos, pero también el momento en el cual los realistas no pueden terminar de raíz con los focos que siguen operando en diversas zonas del territorio nacional.
Preséntense en los pueblos todos los que quieran demarcarse con el glorioso nombre de ciudadanos, formen sus asambleas y con franqueza apliquen los procedimientos que les parezcan más convenientes, no a la libertad mía, no a la de sus propias personas o a la de los intereses particulares, sino a la libertad general y al beneficio común.
Vicente Guerrero,
sur de México,
30 de septiembre de 1815.
Es el momento de Vicente Guerrero en las montañas del sur y del exilio de Guadalupe Victoria a la selva veracruzana. Guerrero elegirá la lógica de la guerra de guerrillas: mantendrá en jaque a las tropas españolas, pero no dominará un territorio de manera consistente. Sin embargo, es a éste a quien se le reconoce la mayor perseverancia en su intento por mantener un ejército insurgente y en procurar la reorganización de éste.
Animado siempre del amor a la libertad, pensé defender su causa donde mis esfuerzos fuesen sostenidos por la opinión y donde pudiesen ser más benéficos a mi patria oprimida y más fatales a su tirano. De las provincias de este lado del océano saca los medios de su dominación, con ellos se combate por la libertad: así desde ese momento la causa de los americanos fue la mía. Sólo el rey, los empleados y los monopolistas son los que se aprovechan de la sujeción de América en perjuicio de los americanos. Ellos, pues, son sus únicos enemigos y los que quisieran eternizar el pupilaje en que los tienen a fin de elevar su fortuna y la de sus descendientes sobre las ruinas de este infeliz pueblo. Ellos dicen que la España no puede existir sin la América; y esto es cierto si por España se entienden ellos, sus parientes, amigos y favoritos; porque emancipada la América no habrá gracias exclusivas, ni ventas de gobiernos, de Intendencias y demás empleos de Indias; porque abiertos los puertos americanos a las naciones extranjeras, el comercio pasará a una clase más numerosa e ilustrada; y porque libre la América revivirá induvitablemente la industria española sacrificada en el día a los intereses rastreros de unos pocos hombres.
Francisco Xavier Mina,
Proclama a los españoles y americanos,
Soto La Marina,
25 de abril de 1817.
La guerra de guerrillas se verá dinamizada por la llegada de un militar español convencido de que la libertad era un ideal que no tendría que supeditarse a la nacionalidad: Francisco Xavier Mina. Éste era un caudillo de la lucha de independencia de España en contra de Francia, que se encontró en Londres con un exiliado del movimiento independentista mexicano, Servando Teresa de Mier. Teresa de Mier convenció a Mina de dirigirse a México para incorporarse al ejército insurgente. Pasa de Inglaterra a los Estados Unidos, donde logra fletar tres barcos con un ejército multinacional y desembarca en Soto La Marina, Tamaulipas el 15 de abril de 1817.
          Mina obtiene varias victorias, pero la desconfianza de los demás jefes independentistas y la falta de apoyo, ocasiona que sea preso apenas seis meses después de su llegada al país. A pesar del reducido tiempo que Mina estuvo involucrado en la lucha, dejó claros dos preceptos que es necesario no pasar por alto: el primero es que esta etapa del siglo XIX había iniciado una corriente de pensamiento que podría relacionarse con el movimiento del Romanticismo, que había convertido a muchos individuos en fervientes defensores de los valores que la Revolución Francesa había enarbolado: igualdad, libertad, fraternidad; el segundo punto tiene que ver con la manera en cómo la política española incidía de manera directa en la situación política allende el territorio europeo: Mina declaró varias veces que no combatía contra España, sino contra la tiranía que Fernando VII había establecido en España al abolir la Constitución de Cádiz.
Señores, éste es mi padre, ha venido a ofrecerme el perdón de los españoles y un trabajo como general español. Yo siempre lo he respetado, pero la patria es primero.
Vicente Guerrero
a su padre Pedro Guerrero, enviado del virrey Apodaca
para convencerlo de aceptar la amnistía ofrecido por la corona española.
Y será precisamente otro evento en España lo que aceleraría el movimiento independentista de México. El general Rafael del Riego decide rebelarse contra el régimen absolutista de Fernando VII y obligarlo a que jure la Constitución de Cádiz. Esto implicaba la abolición de los virreinatos y el retorno al status de provincias que habían tenido las colonias durante el periodo constitucionalista de 1812-1813. Es decir, se adoptaba una monarquía parlamentaria en donde el ejercicio del poder se vería modificado de manera tal que no convenía a los intereses de los criollos y españoles en las colonias de América. Por poner un ejemplo, la Constitución restringía el poder del ejército y el clero.
          Es entonces cuando aparece la figura de Agustín de Iturbide. El virrey Apodaca es convencido de que nombre a Iturbide comandante de los ejércitos del Sur y lo envíe a combatir a Vicente Guerrero, a quien ninguna amnistía (ni siquiera la que fuera ofrecida por medio de su padre) había logrado doblegar o convencer para abandonar la lucha. Iturbide logra ponerse en contacto con el caudillo del sur y convencerlo de aceptar una alianza a fin de consumar la independencia de México. El trato implicaba el mantenimiento de las prerrogativas de los españoles y criollos, lo cual se convirtió en la ganancia de éstos; y por el otro, la independencia de España, por la cual los insurgentes habían combatido durante una década.
Este es el tiempo más precioso para que los hijos de este suelo mexicano, así legítimos como adoptivos, tomen aquel modelo, para ser independientes no sólo del yugo de Fernando VII, sino aún de los españoles constitucionales.
Guerrero, carta a Carlos Moya,
17 de agosto de 1820.
Las opciones para los insurgentes, vistas en perspectiva, no eran demasiadas. Implicaba prolongar la lucha insurgente en condiciones similares a las que se había mantenido a partir de la muerte de Morelos, aprovechando quizá los beneficios que la Constitución de Cádiz había previsto para sus colonias, pero siguiendo bajo el dominio europeo; o plantear la posibilidad de construir una nación en acuerdo y conservando los privilegios de españoles y criollos. La decisión de Guerrero estuvo con la causa de la independencia, por lo cual signó la alianza con Iturbide resumido en el Plan de Iguala y se le entregó el mando del Ejército de las Tres Garantías (religión, independencia, unión).
          De tal manera que el 24 de agosto de 1821, Juan de O’Donojú, el primer y último jefe político superior de la Nueva España nombrado por la revolución liberal, firmó en Córdoba, Veracruz los tratados que reconocían la independencia de la Nueva España del poder peninsular. El ejército se dirigió entonces a la ciudad de México.
Americanos, bajo cuyo nombre comprendo no sólo los nacidos en América, sino a los europeos, africanos y asiáticos que en ella residen: tened la bondad de oírme. Trescientos años hace la América Septentrional de estar bajo la tutela de la nación más católica y piadosa, heroica y magnánima. La España la educó y engrandeció, formando esas ciudades opulentas, esos pueblos hermosos, esas provincias y reinos dilatados que en la historia del universo van a ocupar lugar muy distinguido. Aumentadas las poblaciones y las luces, conocidos todos los ramos de la natural opulencia del suelo, su riqueza metálica, las ventajas de su situación topográfica, los daños que origina la distancia del centro de su unidad, y que ya la rama es igual al tronco; la opinión pública y la general de todos los pueblos es la de la independencia absoluta de la España y de toda otra nación. Es llegando el momento en que manifestéis la uniformidad de sentimientos, y que nuestra unión sea la mano poderosa que emancipe a la América sin necesidad de auxilios extraños. Al frente de un ejército valiente y resuelto he proclamado la independencia de la América Septentrional. Es ya libre, es ya señora de sí misma, ya no reconoce ni depende de la España, ni de otra nación alguna. Saludadla todos como independiente, y sean nuestros corazones bizarros los que sostengan esta dulce voz, unidos con las tropas que han resuelto morir antes que separarse de tan heroica empresa.
Agustín de Iturbide,
Plan de Iguala, 24 de febrero de 1821
El 27 de septiembre de 1821 el Ejército de las Tres Garantías desfilaba triunfante en el centro político del país. Era la primera vez en once años que los insurgentes pisaban la ciudad. Después de años de lucha continuada y extenuante, finalmente los objetivos que habían surgido en la madrugada del 16 de septiembre de 1810 parecían cristalizarse. Los saldos de la lucha eran tremendos: se contabilizan entre 400 000 y medio millón de muertos durante la lucha, es decir, de cada 100 mexicanos de la época, 12 pagaron con su vida; la endeble economía colonial se encontraba prácticamente destruida, con un énfasis especial en la minería; y el clima político anunciaba tormentas durante un largo tiempo posterior a la obtención de la independencia. Pero, se podría apuntar, ésta se había conseguido.
          Sin embargo, el final era confuso: la independencia la consumaba un general realista que había combatido a los insurgentes más representativos. Se firmaba la independencia, pero se mantenía la estructura social, una de las causas por las que muchos de los hombres que perdieron la vida se habían unido a la revolución. Iturbide se las había ingeniado, además, para que la posibilidad de una monarquía se cristalizara en una realidad en suelo mexicano (algo con lo que los liberales más radicales, como el padre Mier, no estaban de acuerdo). Las primeras opciones eran Fernando VII o alguno de los integrantes de la familia real. Si esto no fuera posible, la opción se abriría para un nativo del país. Y todos sabían quién era el candidato “natural”.

martes, septiembre 14, 2010

Patria, hoy nacerás del pueblo como entonces

Apunta algún historiador que hacia 1812 Napoleón Bonaparte dijo que si tuviera cinco generales como Morelos, conquistaría el mundo. Después de la captura y ejecución de Hidalgo y de los primeros insurgentes, la lucha se centró en la figura de José María Morelos y Pavón, un sacerdote que había pretendido unirse a Hidalgo en su marcha militar hacia la ciudad de México en 1810. Sin embargo, el sacerdote michoacano había sido comisionado por Hidalgo de levantar un ejército en el sur y tomar el puerto de Acapulco, a fin de facilitar el control del vasto territorio de la Nueva España.
Veo de sumo interés escoger la fuerza con que debo atacar al enemigo, más bien que llevar un mundo de gentes sin armas ni disciplina. Cierto que pueblos enteros me siguen a la lucha por la independencia; pero les impido diciendo que es más poderosa su ayuda labrando la tierra para darnos el pan a los que luchamos y nos hemos lanzado a la guerra.
José María Morelos y Pavón,
noviembre de 1810.
Esta segunda etapa de la lucha de independencia está caracterizada por el papel preponderante que Morelos tuvo en los acontecimientos que siguieron a la derrota del movimiento popular y de masas que había liderado Hidalgo. Con Morelos aparece la perspectiva de organización militar, el ejercicio de la disciplina y del reparto de tareas como cuestión necesaria para conseguir el triunfo de la causa. Aparece también la preocupación de generar un marco normativo que permitiera pensar a la Nueva España como un concepto a superar para fundar la nueva nación mexicana. Porque Morelos lleva sobre sus hombros dos tareas importantísimas: mantener la lucha guerrillera en el campo de batalla y, al mismo tiempo, preparar el camino para la elaboración de leyes que permitieran una organización eficiente de los esfuerzos militares en el campo político.
A excepción de los europeos, todos los demás habitantes no se nombrarán en calidad de indios, mulatos, ni otras castas, sino todos generalmente americanos. Nadie pagará tributo, ni habrá esclavos en lo sucesivo, y todos los que tengan serán castigados. No hay cajas de comunidad y los indios percibirán los reales de sus tierras como suyas propias.
Morelos,
17 de noviembre de 1810.
Los nombres más brillantes de la lucha militar están asociados a su nombre: Nicolás Bravo, Hermenegildo Galeana, Vicente Guerrero, Guadalupe Victoria; pero también los nombres más brillantes de la organización legislativa (la primera que conoció el país) y el pensamiento intelectual están unidos a su inspiración y aliento: Andrés Quintana Roo, Ignacio López Rayón, José María Cos, Carlos María de Bustamante José Manuel de Herrera, José Sotero Castañeda, Cornelio Ortiz de Zárate, Manuel de Aldrete y José María Ponce de León. Es decir que, en estos primeros años del proceso independentista queda clara una división fáctica entre los hombres que colaboraban en el campo de batalla imponiendo derrotas a los ejércitos realistas, y aquellos que dirigían sus esfuerzos a la construcción de instituciones y un marco normativo que pudiese regir la nación que pretendían construir. Morelos se encontraba como mediador y como el personaje que logró sintetizar las dos tareas.
Los labradores se subdividirán en tropa viva o veterana y urbana. Tropa viva se reputa aquella que está siempre al frente del enemigo o guardando alguna plaza conveniente al frente o fronteriza; y las urbanas son aquéllas que estén destinadas a la defensa de las poblaciones, las que se armarán de lanza, honda, machete y flecha, como está determinado para los labradores, militarán sin sueldo y harán sus ejercicios los días de fiesta.
Morelos en Acapulco,
12 de abril de 1813.
En el campo militar, la imagen de Morelos se agranda en el momento en que consigue resistir los embates de un general Calleja que ve con admiración la manera en que los insurgentes logran resistir y romper el sitio que les ha impuesto en la ciudad de Cuautla. Morelos y sus lugartenientes logran conservar el sentido popular de la insurrección pero, al mismo tiempo, consiguen que su ejército sea una fuerza poderosa y mantenga a raya los intentos de reconquista de los territorios dominados por la insurrección. Se puede decir que, hasta 1815, la rebelión se mantuvo firme y en avanzada, a pesar de las disputas que se daban de manera esporádica entre el mando militar. Entre éstas vale resaltar la que Morelos tuvo con Ignacio Rayón con respecto al papel de la guerra de guerrillas que se había desatado en Puebla y Michoacán; mientras Morelos reclamaba el hecho de que las guerrillas no podían mantener a las poblaciones bajo su control, Rayón argumentaba que el papel de los guerrilleros, al conocer mejor el terreno que los realistas, les permitía diezmar de manera reiterada al ejército español.
La soberanía dimana inmediatamente del pueblo, reside en la persona del Señor Don Fernando Séptimo y su ejercicio en el Supremo Congreso Nacional Americano.
Elementos Constitucionales de la Suprema Junta,
1812.
Pero es en el papel organizativo y legislativo donde la figura de Morelos se hace grande y se ubica como uno de los principales constructores de instituciones en nuestro país. Es un convencido de que los esfuerzos de los primeros insurgentes erraron en la perspectiva de defensa de una unidad metrópoli-colonia contra la invasión peninsular francesa y a favor de Fernando VII, y que lo conducente era proponer la constitución de un organismo que se hiciera depositario de la soberanía que, con el desconocimiento de José Bonaparte (“Pepe Botella”, hermano de Napoleón), quedaba vacante.
1. La soberanía reside en la masa de la nación. 2. España y América son partes integrantes de la monarquía, sujetas al rey, pero iguales entre sí y sin dependencia o subordinación de una respecto a la otra.
Elementos Constitucionales de la Suprema Junta,
1812.
Surge así, con el impulso de Morelos, Rayón y Quintana Roo, la Suprema Junta Nacional Gubernativa, a imagen de las Juntas Provinciales que en España habían conseguido la promulgación de la Constitución de Cádiz en 1812 y que lograron emocionar a los insurgentes de la colonia a partir del reconocimiento de igualdad que los preceptos de Cádiz proponían. Sin embargo, si para las colonias nunca hubo duda con respecto de la pertenencia de identidad a la metrópoli, en ésta las diferencias eran más que evidentes y se reducían a una conclusión incuestionable: las colonias no pertenecían a España, eran dominios y estaban supeditadas a ésta. Por lo anterior, el supuesto reconocimiento de igualdad dejaba de tener efecto. Para los criollos líderes de la rebelión, el desaire de los constitucionalistas españoles sólo alentó algo que se respiraba en el aire desde las primeras proclamas de Hidalgo: la necesidad de declararse independientes del poderío español y asumir el control y administración de lo que tendría que dejar de ser, por lógica, la Nueva España.
Nuestra principal demanda es que los europeos resignen el mando y la fuerza armada en un Congreso Nacional, independiente de España, representativo de Fernando VII, que afiance sus derechos en estos dominios.
Elementos Constitucionales
de la Suprema Junta,
1812.
Es así como, después de plantear la necesidad de que la Suprema Junta se convierta en Congreso, inicia la historia legislativa de nuestro país. Morelos escribe los Sentimientos de la nación, uno de los documentos en los que se refleja el anhelo de libertad total con respecto de la administración de la corona, no así en lo que concierne a la cuestión religiosa. Una de las cuestiones que quedará asentado con la mayor vehemencia en los documentos emanados del Congreso itinerante debido a la presión militar de Calleja, es el carácter irrenunciable a la religión católica. Morelos retoma la imagen de la Virgen de Guadalupe para conservar el apoyo de las bases que conformaban su ejército.
Declaramos solemnemente que queda rota para siempre jamás y disuelta la dependencia del trono español; que el presente Congreso es árbitro para establecer las leyes que le convenga para el mejor arreglo y felicidad interior, para hacer la guerra y paz y establecer alianzas con los monarcas y repúblicas del antiguo continente no menos que para celebrar concordatos con el sumo pontífice romano, para el régimen de la Iglesia católica, apostólica y romana, y mandar embajadores y cónsules; que no profesa ni reconoce otra religión más que la católica, ni permitirá ni tolerará el uso público ni secreto de otra alguna; que protegerá con todo su poder y velará sobre la pureza de la fe y de sus dogmas y conservación de los cuerpos regulares; declara por reo de alta traición a todo el que se oponga directa o indirectamente a su independencia, ya sea protegiendo a los europeos opresores, de obra, palabra o por escrito, ya negándose a contribuir con los gastos, subsidios y pensiones para continuar la guerra hasta que su independencia sea reconocida por las naciones extranjeras; reservándose al Congreso presentar a ellas por medio de una nota ministerial, que circulará por todos los gabinetes, el manifiesto de sus quejas y justicia de esta resolución, reconocida ya por la Europa misma.
Congreso de Anáhuac,
Acta Solemne de la Declaración
de
Independencia de la América Septentrional,
6 de noviembre de 1813
El Decreto constitucional para la libertad de la América Mexicana, que es el nombre oficial para la denominada posteriormente Constitución de Apatzingán, establece dos principios fundamentales que regirían el espíritu de las determinaciones asentadas en tal documento: por un lado, legitimaba el uso de la fuerza a fin de hacer respetar las leyes, es decir, establecía el derecho de uso de la violencia por parte del poder público, incluso en contra del pueblo; y, por el otro, declaraba inalienable el derecho de los pueblos a reclamarle a un gobierno su falta de efectividad o imparcialidad, es decir, establecía el derecho a la rebelión del pueblo, si éste determinaba que el estado de cosas debía modificarse.
          El Decreto, por otro lado, hacía eco de los principios liberales de igualdad, justicia y búsqueda de la felicidad que se podían rastrear en los textos de la Ilustración, la Revolución francesa y la independencia de los Estados Unidos. Declaraba que cualquier ciudadano, sin importar su origen o condición, debía tener voz a fin de presentar propuestas que pudiesen ser atendidas o desarrolladas por los poderes investidos en el Congreso. Es decir, se planteaba una serie de principios de modificación de la estructura social y política que, sin embargo, no podía abolir por decreto la inercia que tres años de dominación española y de intereses criollos habían generado. Si bien el discurso era de naturaleza popular y las reivindicaciones eran justicia pura a oídos de los mestizos, indígenas y los más pobres de la nación; también es cierto que, como reconocería el propio Morelos, el peor defecto de la Constitución de 1814 es que era impracticable en las condiciones en las que se encontraba la lucha.
          El retorno de Fernando VII al trono de España el mismo año de la promulgación de la constitución generó dos cuestiones fundamentales: el envío de tropas para impedir la independencia de sus colonias en América, lo que fortaleció el papel del virrey Calleja en Nueva España y que a la postre permitió el arresto y ejecución de Morelos; y, por otro lado, el desconocimiento de Fernando VII de las disposiciones de la Constitución de Cádiz y la persecución de muchos de los rebeldes que permitieron su retorno al trono español, convenció finalmente a muchos de los criollos de que no quedaba otro camino más que el de la independencia total de las colonias.
Soy siervo de la Nación, porque esta asume la más grande, legítima e inviolable de las soberanías; quiero que tenga un gobierno dimanado del pueblo y sostenido por el pueblo; que rompa todos los lazos que la sujetan, y acepte y considere a España como hermana y nunca más como dominadora de América. Quiero que hagamos la declaración de que no hay otra nobleza que la de la virtud, el saber, el patriotismo y la caridad; que todos somos iguales, pues del mismo origen procedemos; que no hay privilegios ni abolengos, que no es racional, ni humano, ni debido, que haya esclavos, pues el color de la cara no cambia el del corazón ni el del pensamiento; que se eduque a los hijos del labrador y del barretero como a los de más rico hacendado; que todo el que se queje con justicia, tenga un tribunal que lo escuche, lo ampare y lo defienda contra el fuerte y el arbitrario; que se declare que lo nuestro ya es nuestro y para nuestros hijos, que tengan una fe, una causa y una bandera, bajo la cual todos juremos morir, antes que verla oprimida, como lo está ahora y que cuando ya sea libre, estemos listos a defenderla.
Morelos,
según testimonio de Andrés Quintana Roo,
en la víspera de instalación del Congreso, Chilpancingo,
13 de septiembre de 1813.
Morelos estaba destinado a no ver lo que ocurriría con el proyecto en el que había invertido sus ideales, su talento militar y su capacidad legislativa y de negociación. Había conseguido orientar el movimiento popular que se había construido espontánea pero desordenadamente con Hidalgo, había logrado conformar un congreso que había redactado una constitución, había logrado desterrar la tentación monárquica del proceso independentista. Pero todo había resultado en un plan frustrado; fue degradado eclesiásticamente y ejecutado en Ecatepec por miedo a un motín si la ejecución se realizaba en la ciudad de México. En el camino al paredón, Morelos intentó hincarse ante el cerro del Tepeyac, en la basílica de la Virgen de Guadalupe, pero el peso de las cadenas que le habían impuesto se lo impidió. Murió de espaldas al pelotón de fusilamiento el 22 de diciembre de 1815. Las disposiciones legislativas que el Congreso de Anáhuac, primera denominación de un congreso emanado del pueblo, había dictado, serían mutiladas y transformadas a conveniencia de los beneficiarios que el proceso descubriría en la continuidad de su desarrollo. Nunca como con Morelos, al menos durante los once años de lucha independentista, el pueblo estuvo cerca de realizar el idealismo que sus sueños les hacía parecer como destino: justicia, libertad y soberanía.

No queda más recurso que ir a coger gachupines


Dos elementos resultan importantísimos en la configuración del movimiento que da inicio a la independencia de México: por un lado, las ideas propagadas por la Ilustración, prohibidas por la corona a fin de no inspirar “conductas perversas” a los americanos y, por el otro, el movimiento independentista de las colonias inglesas en Norteamérica. Francia y Estados Unidos se convertirían en los referentes ideológicos que alimentarían los debates y planes de los conspiradores de Querétaro.
Mis amigos y compatriotas: no existe ya para nosotros ni el rey ni los tributos. Esta gabela vergonzosa, que sólo conviene a los esclavos, la hemos sobrellevado hace tres siglos como signo de la tiranía y la servidumbre; terrible mancha que sabremos lavar con nuestro esfuerzo. Llegó el momento de nuestra emancipación; ha sonado la hora de nuestra libertad; y si conocéis su gran valor, me ayudaréis a defenderla de la garra ambiciosa de los tiranos. Pocas horas me faltan para que me veáis marchar a la cabeza de los que se precian de ser libres. Os invito a cumplir con este deber. De suerte que sin patria ni libertad estaremos siempre a mucha distancia de la verdadera felicidad. Preciso ha sido dar el paso que ya sabéis, y comenzar por algo ha sido necesario. La causa es santa y Dios la protegerá. Los negocios se atropellan y no tendré, por lo mismo, la satisfacción de hablar más tiempo ante vosotros. ¡Viva, pues, la Virgen de Guadalupe! ¡Viva la América por la cual vamos a combatir!
Miguel Hidalgo y Costilla,
1810.
Descubierta la conjura, Miguel Hidalgo y Costilla, sacerdote educado en los colegios jesuitas y ferviente lector de la literatura de la Ilustración, decide junto con otros criollos jóvenes convocar al pueblo a la revolución armada en contra, no de la ocupación española, sino de la intervención francesa que había hecho abdicar a la corona española. La rebelión inicia como una rebelión en contra de la invasión napoleónica y a favor de la reinstauración en el trono de Fernando VII, el denominado “rey legítimo” que había sido enviado al exilio en Europa. Sin embargo, el desarrollo de los acontecimientos y, sobre todo, el desprecio que la resistencia española en Europa dirige a los representantes de las juntas americanas que se declaran aliadas de la Corona, permiten que las ideas de independencia total sean consideradas como una opción legítima.
Se trata de recobrar derechos santos concedidos por Dios a los mexicanos y usurpados por unos conquistadores crueles, bastardos e injustos, que auxiliados de la ignorancia de los naturales, pasaron por usurparles sus costumbres y propiedades, y vilmente de hombres libres convertidos a la degradante condición de esclavos. Derechos sacrosantos e imprescindibles de que se ha despojado a la nación que reclama y defenderá resuelta.
Hidalgo,
1810.
En los albores de esta lucha dos de los dirigentes plantean visiones distintas del movimiento: Ignacio Allende, que simpatiza con la idea de restauración de Fernando VII e incluso con la llegada de éste a su trono en México; e Hidalgo, cuyo discurso comienza a radicalizarse de tal manera que puede considerarse un discurso que alude a la posibilidad de que el pueblo se convierta en el ejecutor de los planes de construcción de un nuevo país. A pesar de los planes iniciales de que fueran Allende y Juan Aldama los dirigentes militares de la insurrección, el papel de Hidalgo como un conductor de masas obliga a que éste sea nombrado Capitán General del movimiento.
Se resolvió obrar encubriendo cuidadosamente nuestras miras, pues si el movimiento fuese francamente revolucionario, no sería secundado por la masa del pueblo, y el alférez D. Pedro Septién robusteció estas opiniones diciendo que si se hacía inevitable la revolución, como los indígenas eran indiferentes al verbo libertad, era necesario hacerlos creer que el levantamiento se llevaba únicamente para favorecer al Rey Fernando.
Carta de Allende a Hidalgo,
31 de agosto de 1810.
El crecimiento del ejército popular que marcha hacia la ciudad de México es sorprendente: Hidalgo parte de Dolores con poco más de 500 hombres, al llegar a San Miguel ya son 5000. En Celaya, el ejército insurgente se conforma de 20 000 efectivos, número que se duplica al llegar a Guanajuato. Para la batalla del Monte de las Cruces, los insurgentes suman ya 80 000, aunque algunos autores llegan a afirmar que a la entrada de la ciudad de México son ya 100 000 los combatientes bajo el mando de Hidalgo. Aunque se argumente que en este crecimiento tuvo mucho que ver el hecho de que Hidalgo tomase a la Virgen de Guadalupe como estandarte de su lucha, es claro que detrás de esa conformación vertiginosa de un ejército tan numeroso estaba también un sentimiento de búsqueda popular de la justicia que se le había negado a las bases más pobres de la sociedad novohispana. Algo que había comenzado como un plan de criollos para reclamar derechos de criollos, se había convertido de manera repentina en un movimiento popular de masas que comenzaba a dibujar su propia dinámica. Y sus propias diferencias al interior mismo del proceso.
Prestamos delante del mundo entero que nunca hubiéramos desenvainado la espada si no nos constase y estuviésemos íntimamente persuadidos de que la nación iba a perecer miserablemente perdiendo para siempre nuestra santa religión, nuestro rey, nuestra patria y nuestra religión.
Hidalgo,
15 de noviembre de 1810.
Es a las puertas de la ciudad de México que el rompimiento entre Allende e Hidalgo se consuma. El militar y otros oficiales son de la idea de que es necesario tomar por asalto la capital del país. El sacerdote decide replegarse a Querétaro. Aparece la figura de Félix María Calleja, oficial realista de probada efectividad y antiguo comandante de Allende, que comienza a imponer una derrota tras otra al ejército insurgente. Los insurgentes se repliegan hacia Guadalajara, hasta donde llega Calleja dispuesto a presentar batalla.
Establezcamos un congreso que se componga de representantes de todas las ciudades, villas y lugares de este reino, que teniendo por objetivo mantener nuestra santa religión, dicte leyes suaves, benéficas y acomodadas a las circunstancias de cada pueblo, ellos entonces gobernarán con la dulzura de padres, nos tratarán como a sus hermanos, desterrarán la pobreza, moderando la devastación del reino y la extracción de su dinero, fomentarán las artes, se avivará la industria.
Respuesta de Hidalgo
al edicto del Tribunal de la Fe que lo acusa de herejía,
1811.
En las afueras de la ciudad, en un punto estratégico llamado Puente de Calderón, se libra la última batalla de la primera etapa de la independencia. La derrota de los rebeldes orilló a los dirigentes a dirigirse al norte para buscar la reorganización. En Aguascalientes la disputa entre Allende e Hidalgo es abierta, el primero despoja del grado de capitán general al segundo quien, a partir de este momento, es tratado como prisionero. Lo que parece una esperanza en la figura de Ignacio Elizondo, un cacique texano que promete la posibilidad de compra de pertrechos y armas provenientes de los Estados Unidos, se convierte en la traición que lleva a la muerte de los iniciadores del proceso libertario. De las Norias de Baján en Coahuila, son llevados a Chihuahua donde se les inicia juicio y son ejecutados. Sus cuerpos son decapitados y sus cabezas enjauladas colgarán de las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato hasta marzo de 1821. Durante diez años, esas cuencas vacías darían testimonio de la lucha que seguiría por otros derroteros.
El delirio de Hidalgo era la educación del pueblo: decía que por mucho que hicieran los gobernantes sería nada si no tomaban por cimiento la buena educación del pueblo, que ésta era la verdadera moralidad, riqueza y poder de las naciones; que por estas circunstancias o por malicia o por ignorancia la habían ocultado hasta allí, con tan grave prejuicio de la multitud que siendo el todo de la nación, la habían reducido a la nada, dejándola abandonada a merced de una vergonzosa ignorancia.
Pedro García,
combatiente del ejército de Hidalgo,
1811.

lunes, septiembre 13, 2010

¿Advenedizo yo? Advenediza tu chingada madre…

En Los pasos de Jorge Ibargüengoitia, Vicente Leñero hace un recuento de los años como dramaturgo del ilustre cuevanenese. Y lo que se filtra por todos lados es el humor ácido del de Guanajuato. Uno lee de corrido el texto con el morbo que implica asomarse a las andanzas biográficas de uno de sus máximos autores. Leñero desgrana con cierta lentitud, pero con mucha eficacia, los momentos más importantes de la vida del Ibargüengoitia autor de teatro: su relación con Rodolfo Usigli, el enamoramiento de Luisa Josefina Hernández y hasta una bronca con Carlos Monsiváis en las páginas de la Revista de la Universidad.
          Un libro que confirma muchas de las cosas que el propio autor había desarrollado en sus artículos e, incluso, en algunos de sus cuentos incluidos en La ley de Herodes. Sin embargo, resulta agradecible que Leñero consiga otorgarle coherencia cronológica y de motivaciones a las acciones que describe en el libro.
          Una crítica al texto es el enviar las notas de referencia al final del libro, con lo que el lector tiene que usar cuatro dedos para leer: dos para atender el texto y dos para atender las notas.
          Nada sorprendente confirma, sin embargo, el talento y el humor ácido que Ibargüengoitia destiló y ejerció durante toda su vida. Esencial para entender a esa generación de creadores que en los años cincuentas tenían la sombras de los grandes maestros del Ateneo, pero que pugnaron de manera cotidiana por construirse un lenguaje y una forma de expresión que les era propia y sumamente original. Muy recomendable.

Vicente Leñero, Los pasos de Jorge Ibargüengoitia, México, Planeta, 2009.

El oro levantó edificios de sombra sumergida

Las Colonias españolas en América se convirtieron durante tres siglos en un afluente de riqueza que parecía inagotable. Las minas riquísimas de Potosí en el Virreinato del Perú y las de Guanajuato y Zacatecas en la Nueva España dotaron de una riqueza sin precedentes al reino establecido en la península ibérica. Las plantaciones se desarrollaron en la misma proporción. Durante tres siglos, España fue depositaria de los productos y las ganancias que las tierras allende el mar le ofrecían. Y beneficiaria en parte, ya que mucha de la riqueza generada en las colonias americanas sirvió para alimentar el desarrollo tecnológico y comercial de las demás naciones de Europa. España, como bastión de la Contrarreforma y aliada del Papado, llevó a cabo una política conservadora que pretendía mantener con la riqueza que fluía sin cesar desde sus colonias.
          Como producto particular de la corona española, en América la religión y la economía fueron dos cosas que marcharon a la par. Si bien es cierto que la corona se preocupó para evitar que los derechos de los indígenas fueran negados rotundamente a través de diversas legislaciones, también es cierto que en aras de la producción muchas de esas disposiciones eran letra muerta. La tradición del “acato, pero no obedezco” tiene su origen en este juego de simulaciones que la administración colonial impuso y cuyas disposiciones se aplicaron excepcionalmente y de manera generalmente discrecional
México es el país de la desigualdad. Quizá en ninguna parte la hay más espantosa en la distribución de caudales, civilización, cultivo de la tierra y población. Esta inmensa desigualdad de fortunas no sólo se observa en la casta de los blancos (europeos o criollos), sino que igualmente se manifiesta entre los indígenas. Los españoles, según su estimación, componen la décima parte de la población, y casi todas las propiedades y riquezas del reino están en sus manos. Los indios y las castas cultivan la tierra, sirven a la gente acomodada, y sólo viven del trabajo de sus brazos.
Alejandro de Humboldt,
Ensayo político sobre el reino de la Nueva España,
1811.
El sistema social establecido por la colonia estaba fundado en la injusticia. El origen de nacimiento señalaba fatalmente el lugar que correspondía a los individuos dentro de esa pirámide picuda. En la cúspide el español por nacimiento ejercía todos los derechos y prerrogativas; justo después los criollos (blancos nacidos en América) conservaban algo de lo otorgado a sus progenitores, pero eran desplazados de los puestos de la administración, del ejército y de la economía; a continuación, los indígenas pudieron, de manera diferenciada y los que no fueron exterminados por la guerra o el trabajo inhumano, conservar cuestiones referidas a la preservación de sus culturas y costumbres (el camino de la lucha por los derechos humanos en México tendría que rastrearse hasta esos días); después, y en una mayoría fundada en la diversidad, las castas conformaban el inicio del sótano social, en cuyo fondo los esclavos negros carecían por completo de derechos o beneficios.
De una vez para lo venidero deben saber los vasallos del Gran Monarca que ocupa el trono de España, que nacieron para callar y obedecer, y no para discutir ni opinar en los altos asuntos del gobierno.
Marqués de Croix,
en el bando en que se disolvía la Compañía de Jesús
y se establecía la expulsión de los jesuitas de las colonias americanas,
1767.
El papel del mestizo es algo que requiere ser estudiado aparte. Racialmente puede ser ubicado con la generalidad de las castas, pero su configuración específica (padre español, madre indígena; generalmente), le otorgaba un rol distinto en esa sociedad. A partir de su ascendencia blanca conservaba su libertad y la posibilidad de ejercer oficios prohibidos para el resto de las castas o los indígenas. Sin embargo, éstos últimos lo verían con desconfianza, como algo ajeno, por lo que incluso legalmente los mestizos tendrán prohibido habitar en los pueblos de indios. El origen de la melancolía que rodea a la figura del mestizo es posible hallarlo en esa segregación despojada de anclajes o referencias que le otorguen un lugar en el mundo.
          Esta es la conformación social que persistirá durante el periodo colonial, y donde se tienen que buscar muchas de las motivaciones que orillarán a diversos grupos a declararse como partidarios del rompimiento de lazos con la metrópoli. Paradójicamente, los primeros que pretenden separarse del poder real de España, serán los primeros conquistadores que comienzan a ser desplazados por la llegada de los administradores de la corte española. Los soldados artífices de la Conquista de América ven atropellado lo que consideran su derecho natural de ser beneficiarios preferentes de la riqueza que los territorios conquistados comienzan a producir. Esos son los argumentos para que personajes como Lope de Aguirre, Gonzalo Pizarro o el mismo Martín Cortés inicien revueltas en contra de las disposiciones de la Corona española que les arrebataba lo que consideraban ganado a sangre y fuego.
Así pues aunque existiese un americano de patriotismo el más acendrado y heroico, de luces y virtudes brillantísimas y eminentes, que obscureciese la sabiduría y virtudes de todos los españoles de la península, con todo, jamás se le debería confiar el Ministerio de Indias a ese hombre tan digno y tan extraordinario, porque sería ponerlo en ocasión próxima de delinquir y comprometer la seguridad del Estado. Podría tal vez confiársele otro ministerio; pero ni aún esto sería prudente, porque todos los demás ministros de Estado, guerra, gracia, justicia y marina, pueden tener un influjo muy considerable en la conservación o pérdida de las Américas.
Manuel Abad y Queipo,
1815.
En México, las rebeliones en contra de la corona se suceden en cascada. El siglo XVIII será rico en estos conflictos. Se pueden apuntar como antecedentes del proceso independentista los siguientes: la rebelión constante y nunca derrotada totalmente de los indios seris y pimas en el norte de México; la insurrección de los mayas encabezada por Jacinto Canek en 1761; la denominada “Conspiración de los Machetes” en la ciudad de México de 1799 liderada por Pedro Portilla, que buscaba la expulsión de los españoles y un gobierno de criollos; la rebelión del indio Mariano en Tepic en 1801; las revueltas de mineros en Real del Monte en 1766, San Luis Potosí al año siguiente, y Guanajuato y Pachuca una década después; las protestas violentas por la expulsión de los jesuitas en 1767 en Michoacán, Guanajuato y San Luis Potosí; la conspiración de Valladolid (Morelia) en 1808; y la conspiración del Ayuntamiento de la Ciudad de México en 1808, antecedente directo del proceso independentista surgido de la conspiración de Querétaro en 1810.
O compone esto, o a sangre y fuego se ha de acabar hoy el Real.
Un peón al sacerdote José Rodríguez Díaz
en la rebelión minera de Real del Monte,
que podría considerarse la primera huelga de América Latina,
1766.
Es claro que las rebeliones surgidas en nuestro país hasta antes de 1810 tenían como motor principal el reclamo de lo que se consideraba justicia elemental: por un lado los pueblos de indios reclamando el derecho que por origen tenían sobre sus tierras y, por el otro, los criollos reclamando el desplazamiento que sufrían por la corona de los asuntos trascendentes de la política y economía novohispana. Es esa desigualdad impuesta por el sistema colonial español el que acelerará de manera irrefrenable el proceso de separación de España. Diversos estudiosos contemporáneos dan testimonio de dos cosas fundamentales: la enorme riqueza que fluía de la Nueva España hacia Europa por un lado; y la enorme desigualdad social que contrastaba con la producción de esa riqueza. Hombres como Alejandro de Humboldt dejaron constancia de las características de la sociedad novohispana. Y con él, los propios enviados por la Corona para documentar el estado de las cosas en sus dominios allende el mar.
          De los reportes de estos enviados por el rey, se descubren varias cuestiones que explican el desarrollo histórico posterior. Una parte ínfima de españoles, un décimo de la población total, es dueña absoluta de las tierras, minas y demás propiedades dentro de la sociedad de la Nueva España. Las castas y los indios son los encargados de mantener con su trabajo el movimiento de esa maquinaria de riqueza. De la misma forma, la corona desplaza a grupos que tenían una influencia económica y política importante dentro de las colonias, como es el caso de la Compañía de Jesús que es expulsada de territorios americanos en 1767.
Hijos míos muy amados: no sé qué esperáis para sacudir el pesado yugo y servidumbre trabajosa en que os ha puesto la sujeción a los españoles; yo he caminado por toda la provincia y registrado todos sus pueblos, y considerando con atención qué utilidad o beneficio nos trae la sujeción de España no hallo otra cosa que una penosa servidumbre.
Jacinto Canek,
19 de noviembre de 1761.
La invasión napoleónica a España en 1808 fue el inicio de las inquietudes independentistas. La independencia de México inició con la independencia de España del imperialismo francés. En 1808, las conspiraciones de Valladolid y del Ayuntamiento de la Ciudad de México, prefiguraban lo que estallaría irremediablemente en 1810 en el pueblo de Dolores y que marca el inicio de la lucha por cambiar el estado de cosas, pero también pone en evidencia dos proyectos de nación completamente opuestos uno del otro.

jueves, septiembre 09, 2010

Las praderas trepidaron con metales y galopes


Una de las cosas más difíciles del mundo es un día, cualquiera, plantearnos preguntas profundas que tengan que ver con nuestra identidad como personas. ¿Quiénes somos? ¿Por qué somos así? ¿Cuál es la razón para comportarnos de determinada manera? ¿Por qué hay cosas que nos gustan y otras que no? ¿Cómo elegimos esas cosas?
         Somos lo que otros y nosotros mismos hemos construido. No es fácil llegar a conclusiones definitivas sobre las razones por las que un día hicimos tal cosa, y otro dejamos de hacer cualquier otra. Esto en el plano de lo individual. En lo colectivo, la cuestión se vuelve más complicada.
         Si pensamos que nuestra historia, como realidad cultural, tiene un poco más de cinco siglos, hablar de doscientos años es plantear casi la mitad de nuestra vida como expresión histórica. Y desde acá comienzan las complicaciones: ¿cuándo nacemos como nación? ¿Cuando los conquistadores españoles lograron establecer una sociedad que surgía totalmente distinta de sus antecesores indígenas y europeos? ¿O cuando ese dominio cultural fue sacudido violentamente con el movimiento de separación de lo que quedaba del imperio español? ¿Qué papel tienen este evento histórico dentro de la configuración actual de lo que llamamos México?
La historia de México es la del hombre que busca su filiación, su origen. Sucesivamente afrancesado, hispanista, indigenista, “pocho”, cruza la historia como un cometa de jade, que de vez en cuando relampaguea. En su excéntrica carrera ¿qué persigue? Va tras su catástrofe: quiere volver a ser sol, volver al centro de la vida de donde un día -¿en la Conquista o la Independencia?- fue desprendido. Nuestra soledad tiene las mismas raíces que el sentimiento religioso. Es una orfandad, una oscura coincidencia de que hemos sido arrancados del Todo y una ardiente búsqueda: una fuga y un regreso, tentativa por restablecer los lazos que nos unían a la creación.
Octavio Paz,
El laberinto de la soledad
Es claro que, a pesar de los entusiasmos esencialistas de muchos, resulta disparatado ubicar nuestra identidad con respecto de los grupos indígenas que habitaron originalmente el territorio que ocupa actualmente nuestro país. La enorme cantidad de etnias y pueblos, originales en sí mismos y, en determinados momentos, sometidos unos a otros, no representan un referente que podamos tomar como equivalente de nuestra definición como mexicanos. Los grupos indígenas en México representan una memoria viva de lo que los procesos históricos han sacudido en la configuración de nuestra identidad pero, al mismo tiempo, una imagen vívida de realidades nacionales que han logrado conservar muchas de sus raíces y resistir con éxito las amenazas que pretendieron, en determinados momentos, destruir (“asimilar” se dice eufemísticamente) sus manifestaciones identitarias.
         Así pues, el debate se centra entre la Conquista/Colonia (procesos consecuentes pero con características distintivas cada uno) y la Independencia como relatos que puedan darnos respuestas acerca de lo que somos. Culturalmente surgimos con la primera, pero como nación, se afirma, nacimos con la segunda. A partir de la independencia fuimos “otra cosa”. Un grupo humano que requería de manera urgente la construcción de un marco de referentes y significados que pudiera denominarse con un nombre distinto, “mexicanos”, y que dejaran la denominación de “americanos” que, genéricamente, era utilizado para definir al conquistado más allá de las tierras europeas del reino español.
Para conocer y comprender la marcha de la humanidad o de un pueblo no son los detalles los que deben presentarse, sino el movimiento, las tendencias, los choques de las grandes agrupaciones, que de no ser así tratados escaparían a la inteligencia.
Vicente Riva Palacio
Y la tarea comenzó de manera titubeante. Sin un proyecto claro. O, visto de otra manera, como una contraposición de proyectos que no pudieron conciliarse de manera positiva. Al sabernos separados de España, de la Madre Patria como afirma alguna parte del discurso histórico, esta nueva Patria que nacía se reconoció inmersa en una soledad vertiginosa que ocasionó algo más que mareos a los protagonistas contemporáneos del proceso que pretendía inventarse un país. Y fue una constante improvisación a fin de hallar la mejor manera de pensarse como producto exitoso. Y la falta de consenso y de acuerdos inviste no sólo a los protagonistas de las pugnas ideológicas del momento, sino también a los intérpretes posteriores de las gestas que dieron a luz a lo que posteriormente se llamaría México.
Pero mi patria, ¿es acaso el barrio en el que vivo, la casa en que me alojo, la habitación en que me duermo? ¿No tenemos más bandera que la sombra del campanario? Yo conservo fervorosamente el culto del país en el que he nacido, pero mi patria superior es el conjunto de ideas, de recuerdos, de costumbres, de orientaciones y de esperanzas que los hombres del mismo origen, nacidos de la misma revolución articulan en el mismo continente, con ayuda de la misma lengua.
Manuel Ugarte,
La Patria Grande
Los historiadores no hallan acuerdo, por ejemplo, en el nombre correcto para designar el proceso de separación de la metrópoli española: unos lo denominan “guerra de independencia”, otros “lucha independentista”, unos más “revolución de independencia”. Todos muestran sus argumentos para justificar el nombre. Y todos tienen parte de razón. Algunos desdeñan cuestiones que para otros son importantísimas. Otros aluden a las virtudes de los hombres que participaron en el proceso, otros acentúan sus defectos. El equilibrio es algo difícil de lograr, la objetividad una utopía en la interpretación de un hecho que tiene infinidad de aristas.
Nuestra tierra, ancha tierra, soledades,
se pobló de rumores, brazos, bocas.
Una callada sílaba iba ardiendo,
congregando la rosa clandestina,
hasta que las praderas trepidaron
cubiertas de metales y galopes.
Fue dura la verdad como un arado.

Pablo Neruda,
Canto general
En estas reflexiones, intentaremos ordenar los hechos que se relacionan con el proceso de Independencia de México a partir de ubicar los diversos momentos que, como bloques que pueden ser caracterizados de manera particular, conforman la evolución conflictiva de algo que duró más de una década. Porque el imaginario popular remite a un hecho histórico, la Independencia, como “lo que ocurrió el 16 de septiembre de 1810”. Como si las consecuencias del proceso se hubieran desarrollado y hubieran concluido en un solo día. Algo debe de quedarnos claro: el Bicentenario conmemora el inicio del proceso de independencia, no su realización total. Intentaremos describir, en las líneas que siguen, las causas y consecuencias de los hechos puestos a andar esa madrugada de hace dos siglos.

lunes, septiembre 06, 2010

Mitos geniales del Bicentenario (3): "El grito de Dolores: ¡Viva México! ¡Vivan los héroes que nos dieron Patria!"


Para una reflexión más divertida, y seguramente enterada, de esta cuestión, remito al maravilloso texto de Jorge Ibargüengoitia: "El grito, irreconocible", incluido en su libro de artículos periodísticos Instrucciones para vivir en México, que comparte la misma sensación de expectación y asombro que el que pretende éste.
          La gran pregunta que surge todos los años es la nueva adición que la representación del Grito de Dolores tiene en todas las versiones en que se edita y reedita a lo largo y ancho del país. Porque ahora resulta que no sólo en las sedes de los gobiernos ejecutivos federales, estatales y municipales se lleva a cabo la ceremonia del desgañote patrio. Ahora incluso los presidentes de partidos políticos, los excandidatos que pueden convocar a más de 15 militantes o las personas que cuentan con una familia extendida respetable; todos se sienten con las ganas y el fervor nacionalista para gritar a voz en cuello lo que todos suponen que gritó el sacerdote Miguel Hidalgo.
          Y por aquí y por allá no resulta raro escuchar consignas como "¡Viva la independencia financiera!", "¡Viva Cristo Rey!", "¡Viva la infancia!", "¡Viva el proletariado!", "¡Vivan los campesinos!", "¡Viva el Estado laico!", etc. Sin embargo, me quiero detener en el grito que será común a todas las ceremonias y recetado por triplicado (y en algunos casos con copias); me refiero al omnipresente "¡Viva México!". Voz infalible que saca de aprietos a políticos cuestionados y en medio de rechiflas, a músicos ineptos ante una multitud semiborracha o de plano en el alucine estroboscópico, y hasta a diplomáticos y visitantes extranjeros que dan fe de la fórmula mágica.
          Casi nadie se cuestiona el hecho de que Hidalgo refiriera el dicho "¡Viva México!"; incluso, se plantea como un hecho histórico incuestionable. Uno se imagina al reverendo anciano (aunque era un robusto cincuentón) empuñando en una mano la cuerda de la campana de Dolores y con la otra el estandarte de la Virgen de Guadalupe y gritando a viva voz: "¡Viva México!", mientras estallaban los cohetes de carrizo en el cielo y la concurrencia gritaba: "¡Viva!". Siento desengañarlos, pero México no existía, y por lo tanto no podía ser mentado en tales gritos.
          El movimiento de independencia nace como una reacción de los virreinatos americanos ante la invasión napoléonica que había impuesto al hermano de Napoleón Bonaparte en el trono español después de la abdicación de Fernando VII y los simulacros representados por los Carlos III y IV. Nueva España (lo que era [y no] México) se sentía parte de España y se unía como un eco a la resistencia peninsular contra la invasión francesa. Las juntas provinciales de los distintos territorios americanos bajo el dominio español estaban haciendo algo similar. La idea de separación y autonomía política no se planteará sino mucho después. Tras la incertidumbre que en cierto sentido impulsó la Constitución de Cádiz y tras la expuesta realidad de que los americanos no eran considerados ciudadanos con totalidad de derechos con respecto de sus similares españoles.
          Incluso, Morelos planteará la conformación del Congreso de Anáhuac, no de México. El nombre se utilizará en alusión a la conformación, primero del imperio de Iturbide y después para hacer alusión a la república que surgía de las disputas entre las diversas facciones en lucha por el poder durante el siglo XIX.
          De las crónicas que refieren esa madrugada del 16 de septiembre (que no "noche mexicana" del 15, obra, por otra parte, de Porfirio Díaz) podemos deducir que las arengas de Hidalgo iban más en términos de descontento social (¡Abajo el mal gobierno!), de establecimiento de una identidad en rebeldía cuyo único elemento era el rey obligado a abdicar (¡Viva Fernando VII!) y el contenido religioso inherente a la naturaleza que adoptaría después el proceso (¡Viva la Virgen de Guadalupe!). Después de esto, los equívocos han sido múltiples.
          No sería extraño, por tanto, que se atribuyera a Hidalgo el grito de "¡Viva la lucha por la seguridad!", o "¡Muera el crimen organizado!", en esta celebración bicentenaria. Al tiempo.

miércoles, septiembre 01, 2010

Mitos geniales del Bicentenario (2): "Todos los insurgentes pensaban (y querían) lo mismo"

Estampitas de papelería

La historia oficial nos ha vendido la imagen de una serie de figuras heroicas que, como Liga de la Justicia Decimonónica, pelearon de manera conjunta persiguiendo los mismos objetivos ["la libertad de este pueblo", dígase esto entornando los ojos y haciendo pausa dramática]. La realidad es que cuando la conspiración es descubierta y los insurgentes de las tertulias de Querétaro puestos en peligro, el inicio improvisado [de lo cual tendríamos que aprender que quien inicia improvisando está condenado a seguir improvisando; si es una historia nacional, el resultado es… bueno, ¡este país!] alimenta la necesidad inmediata de salvar el pellejo e intentar ser coherentes. Y se da el grito, y Allende e Hidalgo comienzan su marcha por el Bajío y el centro del país para dirigirse a la ciudad de México.
          Uno se imagina a los insurgentes como un grupo de cuates que, acabada la fiesta el viernes en la noche, deciden seguirse de filo al sábado en la casa (y a costa) de alguien más. La pura camaradería, pues. La coyuntura modificó los planes iniciales de los conspiradores. Como en toda buena conspiración, en la de Querétaro había de todo: sacerdotes, militares, abogados, gobernantes en turno, comerciantes y gente de buena fe (a cada quien le toca determinar quién es quién). Todos veían las ventajas de una rebelión que condujera a mayor autonomía de la clase (o institución a la que representaban) dentro del virreinato.
          El plan original era que Allende tomara las riendas del ejército insurgente, se dirigiera a la ciudad de México, depusiera a las autoridades virreinales y estableciera un nuevo gobierno en nombre, ojo, del rey Fernando VII. Es decir, la rebelión que se planteó en ese momento era una rebelión contra el poder francés y su administración ultramarina, más que una rebelión contra la corona española.
          Sin embargo, el plan utilizado por Miguel Hidalgo (en el cual el uso del estandarte guadalupano tuvo mucho que ver) generó un reclutamiento masivo y casi instantáneo que reconocía a éste como el verdadero director del movimiento rebelde. De tal manera tenía ascendencia sobre su improvisado ejército de indios, mestizos y castas, que es nombrado Generalísimo del ejército insurgente. Con el entripado de Allende, que veía mermada su posición dentro del proceso. El ejército de Hidalgo comenzó entonces una marcha inclemente en la cual los saqueos y las masacres estuvieron a la orden del día. Tal situación, a los ojos de un soldado profesional como Allende, era intolerable. Acá comenzaron las desaveniencias.
          El desacuerdo entre los dos jefes principales, sin embargo, tenía raíces más profundas y, sí, ideológicas. Hidalgo se convertirá en un auténtico revolucionario, es decir, pugnaba porque ese pueblo que ahora saqueaba y se vengaba en los cuerpos de los españoles las afrentas recibidas durante los siglos anteriores, tuviera un lugar en el mundo de acuerdo a los principios que la Ilustración y la Revolución Francesa habían esparcido en el mundo occidental. Libertad, igualdad, fraternidad, serán conceptos presentes en el discurso de Hidalgo. Éste buscaba una redención del pueblo a las condiciones que habían privado durante los tres siglos de duración del virreinato.
          Allende perseguía la posibilidad de mayores beneficios para los criollos y los militares americanos dentro de la Nueva España. La igualdad se concebía (como ocurría con muchos de los criollos que apoyaron el movimiento) entre los blancos nacidos en América y los blancos nacidos en España. Las demás eran discusiones casi ociosas. Mientras Hidalgo buscaba una revolución que cuestionara y modificara la estratificación social del virreinato, Allende sólo pretendía un cambio en la dirección de ese virreinato.
          El arribo a la ciudad de México y la renuncia de Hidalgo, que como Generalísimo tenía tal atribución, a atacar la plaza, ahondaron los desacuerdos entre los jefes insurgentes. La separación se hace física, uno va a Guadalajara y el otro hacia el Bajío. Las derrotas militares que continuaron a ese momento, sin embargo, unificaron el destino de los dos personajes. Al intentar acudir a los Estados Unidos a pedir ayuda para el movimiento insurgente, los principales dirigentes son apresados en Coahuila, sometidos a juicio y fusilados. Sus cabezas colgarán, como escarmiento más que literal, de las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato durante casi diez años. Pareciera que durante ese año que duró la primera campaña insurgente, fue lo único en lo que coincidieron Hidalgo y Allende.
          Otras desaveniencias serán evidentes en los años consecuentes, las de López Rayón con Morelos, por ejemplo, en lo que respecta a los contenidos de la primera constitución que conoció este país. Y bueno, queda claro también, que los motivos de Vicente Guerrero, Guadalupe Victoria y Servando Teresa de Mier no tienen nada que ver con los de Agustín de Iturbide y su sueño imperial. Son arroz del mismo costal. Las pugnas no se libraron solamente entre españoles e insurgentes, sino, también, entre los integrantes del panteón heroico que hoy se nos quieren vender en paquete y convenientemente clonados.