miércoles, diciembre 22, 2004

Por las calles

Por las calles las angustias se diluyen
bajo el ritmo inclemente de los zapatos
rotos de pretensiones olvidadas.

Miramos el cielo cuajado de semáforos
líneas verticales mostrándonos la dirección
que debemos seguir so pena de caer,
otra vez, en el intento.

Pero pasan las cosas simples,
los perros jadeando, las madres riñendo,
aquella mujer de la esquina que me mira de reojo
y pasa presumiendo que nunca nos volveremos a ver.

Mis pies gastados se quejan de lo simple
que resulta echar a caminar sin ningún miramiento,
las rodillas siguen reclamando lo que dejamos atrás tiempo.
(Tiempos mejores de sonrisas no fingidas)

Hoy quiero descansar tirado sobre el pasto
mojado de mi propia reflexión,
si pasas por donde estoy, no preguntes nada,
recuéstate a mi lado y, lentamente,
(al fin y al cabo sabré que eres tú)
tómame fuerte de la mano,
que aquí comienza un nuevo camino.

viernes, diciembre 17, 2004

Fragmentos del mismo discurso (5/5)

XXI
Viene la puta tristeza montada en esta música que un día hicimos nuestra. Carga de plomo el aire, estrecha redes, encadena los versos. Esta no eres tú: es tu fantasma. Tu luz no puede herir como esta carencia de todo cuando todo lo tengo.

XXII
Leemos sobre el amor como quien explora un Atlas de Geografía Física: nuestro índice recorre incansablemente desiertos, asciende orgulloso las alturas del Himalaya. Estar en el sitio de los hechos es distinto; el río parece un mar donde no se vislumbran las orillas; la cima de la montaña es guardada celosamente por tempestades, ventiscas, avalanchas que echan por tierra aquello que aprendimos en los mejores libros del alpinismo.

XXIII
En el instante de la tormenta, imposible pensar que el cielo vuelva a despejarse. Regresa la claridad y el amor es tan digno de lástima como el niño con polio que da su primer paso, ignorante de que hay que entrar en cada combate despidiéndose.

XXIV
Al amar somos un ser distinto que dormía en nosotros. Pasados el vértigo y el rapto, ¿cuál es el otro? ¿El ser lleno de luz que conquistó la altura o el despojo que no tolera el peso de su sombra, la luz de la mañana, ofensiva como el sol para el borracho?

XXV
El secreto de la supervivencia consiste en aceptar que vivimos en el filo de la navaja. Quien ama debe mirar largo tiempo el mar: las olas más altas, más celestes, las de más complicada arquitectura, son las que rompen con mayor violencia.

(Vicente Quirarte, Fragmentos del mismo discurso, México, UAM [Correo Menor], 1986).

jueves, diciembre 16, 2004

Fragmentos del mismo discurso (4/5)

XVI
La gente incapaz de sublimar no de enamorarse: cuando el amor termina, el hombre no le queda -si es congruente con el amor- sino matarse, volverse loco, criminal o más borracho. En cambio, los creadores son capaces de encauzar su furia y su tristeza. Mientras sirvo otra cuba, entiendo: son los creadores quienes pueden ver con nitidez los contornos de la Furia, ser -sin quererlo- su presa más sencilla.

XVII
Dante lo llamó la fuerza que mueve al sol y las demás estrellas. ¿Cómo puede un hombre, esa creatura que traspasa el cosmos, parte de la raza que dio un Mahler, Venecia, las pirámides, dejarse llevar por su corriente?

XVIII
"¿No es peligroso acercarse tanto a una ballena?", pregunta Mariana (mi pequeña hija inexistente) al mirar la fotografía de una balsa junto al lomo inmenso de una Eschrichtius Robustus. También el amor, y en él nos embarcamos como niños sonrientes que se mueren de miedo al subir a la montaña rusa.

XIX
-Es la primera vez que veo un Dobermann que no muerde.
-Es que no sabe que es un Dobermann.
(Tampoco el amor, mientras no se lo digan)

XX
quien ama aleja el rostro de la muerte y también -en algunos instantes- lo conoce. Bajamos la guardia y cometemos las mismas torpezas que cuando medimos al tigre: nos mantenemos alejados de él, adivinamos el sitio donde sus ojos hechizarán esapcios, llegamos a conocer cada siguiente paso de su anatomía mortífera. Pero en el último instante pensamos: "Si es tan sólo un gato grande", cuando sentimos el primer zarpazo.
-Es que
(Vicente Quirarte, Fragmentos del mismo discurso, México, UAM [Correo Menor], 1986).

miércoles, diciembre 15, 2004

Fragmentos del mismo discurso (3/5)

XI
"El amor occidental está regido por el obstáculo". Y en aulas universitarias, en pulcros aeropuertos, en elegantes salas de conferencias repetimos el concepto que nos obliga a suspirar por la Isolda sentada a nuestro lado -quizá por eso más inalcansable. Pero la elegancia del mito, la poesía y el heroísmo es como un traje de etiqueta que alguien le ofreciera a un lobo que agoniza de rabia a la mitad a la mitad del páramo.

XII
Hay quienes viven bajo la sombra de la bestia y no se atreven a sacarla a la luz. Hay quienes le pican las costillas, la provocan, la despiertan del todo para probar sus armas fascinantes. Aquéllos que son buenos jugadores. Estos se llaman enamorados.

XIII
Será por un buen tiempo: los peros y los comos antes de los labios que bese, los ojos que acepten mis naufragios, los brazos en que me pierda y me recobre.

XIV
¿Por qué no aceptar que el amor nos es sólo prestado, como la silla en que nos sentamos, la ropa que nos cubre, el vino que bebemos? Aunque el enamorado intenta engañarse creyendo que hace por primera vez cuanto mira, los mismos objetos hoy parecen rotos, no nacidos, con esa sensación de inutilidad que a veces nos asalta cuando el metro se retrasa y no podemos leer, fumar, estar a solas ni en compañía y somos un bulto más al lado de nuestro equipaje en medio de andenes, a pesar de las multitudes, solitarios.

XV
Duele. ¿De qué otro modo podríamos estar seguros de ayer el amor hizo de nosotros violín bien calibrado, chistera de lujo, flecha apuntada al corazón del mundo?

(Vicente Quirarte, Fragmentos del mismo discurso, México, UAM [Correo Menor], 1986).

martes, diciembre 14, 2004

Fragmentos del mismo discurso (2/5)

VI
Cuando el bosque se incendia deja a su paso esqueletos oscuros, la tierra hecha ceniza; el huracán derriba las palmeras, raja todos los cuellos de botella, les quiebra la cintura a las sirenas; cuando la tierra se abre, sus heridas reducen a escombros los sueños de Babel en vidrio y hierro. Cesa el amor y todo permanece: aún tengo dos manos, piernas, los humores de ayer, tal vez más libros; lo único que avanza es mi calvicie ya no tan prematura. Todo en la casa está de luto y nada anuncia la estela del desastre.

VII
Hay mañanas iguales a cuadrigas que triunfales atruenan el espacio: permanecen sonando entre las hojas de una savia que no conoce el tiempo. Y hay otras de puertas clausuradas. No te afanes en abrirlas: espera a que retorne ese ángel vencido y embustero a cambiarte sus cuentas, sus espejos por la sed de los labios revivida.

VIII
Pienso, ingenuamente, que te olvido; que no estás ya –de pronto- en lo que hago. Pero corto igual que tú los jitomates, la sopa necesita los granos de pimienta que tú pones y todo se me convierte en subjuntivos. No soy yo quien te espera: le haces falta a la noche y a estas sábanas nuevas que habrá de combatir un solo cuerpo.

IX
No doblarme jamás. Antes romperme. Hay quienes llaman sabio a quien camina a solas, con un terco paraguas que no cierra, mientras el sol inunda la mañana.

X
No el orgullo sino el miedo nos obliga a evitar el contacto con el sujeto de nuestro amor: miedo a ver en su rostro que ya no existimos, miedo a saber que ya no reflejamos nuestra luz, miedo a descubrir un ser distinto al que creíamos ser en instantes que entonces pensábamos eternos. El orgullo es el traje de luces para el duelo mayor de nuestro pánico.

(Vicente Quirarte, Fragmentos del mismo discurso, México, UAM [Correo Menor], 1986).

lunes, diciembre 13, 2004

Fragmentos del mismo discurso (1/5)

I
La ruptura amorosa es una forma de libertad: no somos más del otro. Transcurren los días y descubrimos que esa independencia nos lastima porque encubre una verdad más dolorosa: no somos más el otro. Y aún falta llegar al conocimiento de que la luz ayer irradiada por nosotros hará más miserable nuestra condición presente, un presente que conjuga un niño ciego a la mitad del salón desierto.

II
Cuando parezca que la más reciente de las heridas amorosas no va a cerrarse nunca, recordemos que amores semejantes también estaban destinados al olvido. Y el dolor que parece –ahora sí- insoportable, no impedirá que mañana el camión recoja la basura, seamos un vaso de leche, un buenos días, una sonrisa. Y lo más absurdo es que algo tan inocente como ese amor que habrá de resolverse en polvo, concentre en uno solo los caminos.

III
Un personaje de Eugen O’Nill en The Great God Brown: “La vida está bien si no la tocas”. Así el amor. Ninguna otra emoción humana cambia de traje tan radicalmente ni en el instante más sorpresivo. Como el tigre de circo que enloquece de súbito y destroza al que ayer le daba en las fauces la comida, el amor vuelve armas contra el que lo busca. Y mientras más se empeña el atacado en defenderse, mayor es su torpeza, más próxima su desgracia. El amante es, por naturaleza, incrédulo: lo mismo que hoy lo destroza ayer lo transportó a los reinos más altos de la vida.

IV
Nadie necesita de nadie. Sin embargo el que ama es semejante al bebedor de café que necesita para su pequeña ceremonia la mesa elegida, la taza única, la carga precisa de ese líquido que es el perro más fiel del solitario. Y así como mesa, taza, líquido oscuro, calle mojada sean las mismas, el enamorado piensa que ninguna sonrisa, ningún modo de andar, ningún perfume son semejantes a los del ser perdido.

V
Los cafés son el norte de los tristes: tribus nómadas llegan a sus mesas cuando la tarde pinta lentamente un cielo fatigado de su nombre. Piden café, se sientan, abren diarios: miran las noticias de un mundo que no les pertenece. Qué distinto el océano de la cantina: uno puede beberse el mar entero, mirarse en el espejo, interrogarse, combatir una manada de dragones sabiéndose san Jorge sin espada. Pero el café no es cómplice de olvidos: es el negro laúd de la vigilia. Triste asunto acodarse en una mesa a medir el sabor de una desdicha que ni con otros muertos es posible compartir.

(Vicente Quirarte, Fragmentos del mismo discurso, México, UAM [Correo Menor], 1986).

jueves, diciembre 09, 2004

Rock and Roll Reconciliation (Tercera [y última] parte)

Una cosa es clara, entre Billie Joe y Mike Dirnt, la banda tiene un contacto con el público con dos front men que muy pocas asociaciones musicales pueden presumir. La velada transcurrió entre rolas de su nueva producción (como “Jesus of Suburbia”) y clásicos de sus discos anteriores. Hubo varios momentos emotivos a lo largo de la velada. El momento en que el vocalista tomó la bandera mexicana y la ondeó hacia el público, por ejemplo, comenzaba a delinear la relación de un público completamente entregado, algunos desde hace diez años, a esta banda californiana.
Green Day se dio el lujo de subir gente al escenario para muy diversas cosas: subió a un púber para que rociara de agua al público que brincoteaba y gritaba justo frente al escenario. El chavito no se la creía con su rifle de agua disparándole al mismísimo Billie Joe. Momentos después, justo al terminar “Knowledge”, la banda invitó a tres fans del público a hacerse cargo de los instrumentos. Por ahí se vio con tristeza un cartel que desde las filas de atrás se movía hacia el escenario con una leyenda que rezaba: “I play bass”, pero que nunca fue atendida. Los tres músicos espontáneos dieron rienda suelta a su admiración y a su capacidad musical. Durante más de dos minutos se convirtieron en el centro de atención de las más de diez mil personas que había en el oriental recinto.
La banda se la rifó en serio, tocando rolas del nuevo disco, y por eso desconocidas para un servidor. Pero atendiendo a sus raíces e historia y reventándose joyas como “Long view”, “Jaded”, “King for a day” (donde un trompetista disfrazado de abeja hizo las delicias de los espectadores, además del disfraz estaba acompañado por un saxofonista que le imprimía a la banda una fuerza melódica indescriptible) y “Basket case”, por mucho la más coreada de la noche y con la que el Palacio parecía que iba a venirse abajo. La jornada siguió entre buenas puntadas del vocalista, guitarrazos bien colocados y una conexión banda-público que hacía que el momento se convirtiera en una pugna entre mirar al escenario u observar a la multitud completamente entregada. Después de una lluvia de papeles de colores entre “Wake me up”, dedicada a la memoria de Johnny Ramone, fundador de The Ramones, y “Minority”, la fiesta llegaba falsamente a su final.
El encore estuvo integrado por un homenaje a Queen con “We are the champions” y un cierre fenomenal y con un Billie Joe a solas con su guitarra y las diez mil almas que lo acompañaban al cantar “Good riddance (Time of your life)”. Final apoteósico y pánico por la cantidad de gente que se dirigía a la salida. Afuera, un cielo sereno, friíto y un chingo de vendedores que se apostaron desde la salida del Palacio hasta la entrada del metro Velódromo. El mejor concierto del año. Hacía mucho tiempo que no sentía esa energía y ese contacto con lo auténtico que puede llegar a ser la conservación del instinto adolescente. Volví a ser un greñudo mugroso y hormonal por tres horitas de mi ya no tan evidente juventud. Me reconcilié con el Rock and Roll, aquél que había abandonado por las veleidades del jazz, la pedantería de la música clásica, la capacidad de evocación de los soundtracks, las posibilidades del world beat. Ni madres. El rock, ahora que hago un poco de memoria vital, es una de las cosas que han conseguido mantenerme con vida en este eterno malestar cósmico. Let’s go rock and roll! Ya en la calle, de camino a casa con una sonrisa, no pude evitar ver a la gente caminando con la conciencia puesta en lo que debería ser el mañana. Y, sin evitarlo, recordé la canción de Spinetta:

Salva tu piel. La ciudad te llevó el verano.
Ponte color, que al morir los hombres
son blancos, más blancos que al volar sin volver.

[...] Una vez vi que no cantabas
y no sé por qué.
Si tienes voz tienes palabras,
déjalas caer.
Cayéndose suena tu vida,
aunque no lo creas.
Cuánta ciudad, cuánta sed.
Y tú, un hombre solo.



Pd. Lo único trágico, fue escuchar en la radio días después que Tre Cool (el baterista de Green Day) había declarado que era un gran admirador de Maná. En todos lados...

miércoles, diciembre 08, 2004

Rock and Roll Reconciliation (Segunda parte)

Así pues que se apagaron las luces y aparecieron unos súper escandalosos New Found Glory con tres guitarras y un vocalista que parecía que de vez en vez le recetaban descargas eléctricas por el culo. Una banda que prendió al principio a la banda, entre otras cosas porque la banda esperaba “cualquier cosa” para prenderse. Demasiado blof, demasiado ruido, demasiado sonido parecido a algo que se recuerda por saturación, demasiada cursilería. Se armó el slam más por comenzar a calentar las piernas que por la calidad de la banda, integrante, decía un güey el otro día en el MTV del “happy punk”. ¡Dios mío, las retorcidas del pobre Sid Vicious allá donde se encuentre con la apestosa de Nancy! Total que se fueron, a Dios gracias, hacia otros lares sin gran pesar por parte de los escuchas y apareció en escena el “grupo invitado”: Molotov.
Los Molotov han demostrado en este país varias cosas: que se puede sobrevivir siendo una banda de rock, que no es necesaria la presencia en los omnipresentes canales de TV abierta para ser populares, que el estigma de “las malas palabras” comenzó a derrumbarse cuando en 1997 sacaron a la luz el ¿Dónde jugarán las niñas?, obvia referencia al disco de Maná, pero que contrastaba por una misoginia heredada del gangsta y el hip hop gringo y que, hoy en día y para bien, ha desaparecido de su horizonte de composiciones. Molotov se adueñó del escenario con sus cuatro instrumentos y una aceptación por parte de un público que los ha seguido por lo que la música de este grupo transmite y por su coherencia y honestidad en lo que hacen. Tocando solamente cuatro canciones del nuevo disco Con todo respeto (“Perro negro granjero”, “Amateur”, “Marciano” y “Mi agüita amarilla”) y dándole preeminencia a los discos de su anterior Dance and dense denso, la banda demostró que ha crecido enormidades como músicos y como integrantes de una escena en franca decadencia (la del llamado “rock mexicano” que en los noventas se convirtió en un fenómeno cultural que fue devorado sin misericordia por el mercado ávido de novedades y de dinero rápido). Así pues, rolas como “Frijolero”, “Here We kum”, “Dance and dense denso” y “Nostradamus mucho (que se caiga el teatro)”, hicieron que el público mexicano, lleno de chavitos que cuando Molotov se la rifaba en el Rockotitlán de Insurgentes todavía se limpiaban los mocos con la manga del mameluco después del berrinche, les ofreciera el reconocimiento que se merecen por haber sido unos espléndidos “teloneros” de la banda estelar. Al final, la gente pedía a voz en cuello “Puto” (dedicada al equipo de futbol Monterrey que disputará con los Pumas la final del torneo apertura) y la banda complació a la masa de gente que comenzó a brincar ante los primeros acordes de la rolita, ya de culto, entre los seguidores (asiduos y villamelones) de los autodeclarados pumas rocanroleros.
Unos minutos de silencio y de espera que, mientras más avanzaba el reloj, hacían mas ansioso el golpetear de los talones del pie sobre el piso. Comenzaron los clásicos chiflidos de desesperación, que fueron acallados cuando un gran conejo rosa apareció en el escenario para “calentar” al público. La botarga rosa, en evidente estado de ebriedad, comenzó a animar a los presentes bailando los acordes clásicos de “YMCA" y, en el exceso de confianza, retando al público para que lo animaran a echarse una chela que agitaba frente a sus, seguramente, ansiosos ojos. Sin más, empinó el codo y el precioso licuado de cebada desapareció en el interior de su peluchosa humanidad. Después comenzó a animar al público a convocar a la banda gritando rítmicamente “Green-Day, Green-Day, Green-Day”.
Por fin la banda apareció cobijada bajo los acordes de la obertura de “Also sprach Zarathustra” de Richard Strauss. Y comenzó el show, con un Billie Joe Armstrong saltando de un lado a otro y sacándole a la guitarra todo lo que podía dar. Un escenario sobrio, aún cuando había explosiones y llamaradas hasta el cielo del casco cobrizo, con un fondo que reproducía la portada de su último disco.

martes, diciembre 07, 2004

Rock and Roll Reconciliation



A Mauricio, por supuesto...

Todo comenzó el pasado domingo como a las 12:30 de la mañana. Después de una mediana borrachera producto del evento en el que se celebraba la obtención del título universitario de un amigo de los años mozos, traía encima una cruda que, con Dios de testigo, era infinitamente superior a lo que la ingestión de alcohol del día anterior hubiese podido presagiar. Fue entonces cuando decidí que ese día no pensaba salir, por ningún motivo de las placentarias y maternales piernas de mis sábanas. Acomodé la televisión justo enfrente de la cama, con la videocasetera encima, dispuesto a reventarme en una sesión completa de cine en video varias películas a las que les traía ganas desde días atrás: una revisita a Being John Malkovich, Fight Club y Cuatro días en septiembre. Cuando ya había acomodado todo y en el momento en que Catherine Keener hacía su aparición en mi pantallita del televisor con esos labios escasos pero, se ve, harto sustanciosos, sonó el teléfono.
En una situación normal de resaca y decisión tomada, nunca hubiera contestado el teléfono. Pero al ver que quien hablaba era mi amigo Mauricio Aranguren, decidí contestar. La plática derivó desde los correspondientes saludos y en la extrañeza de no habernos visto desde un rato considerable. Y después, la magia de la infinita nobleza se hizo presente. Entre interferencias y ruidos causados por la infinita cantidad de concreto que hay en esta ciudad, pude entender que tenía demasiado trabajo por el final de los cursos en la universidad a la que asiste y que, además de trabajo, tenía dos boletos para un concierto al que cualquier tipo con dos dedos de frente le encantaría ir: Green Day en México. Me los regaló. Y fue el principio de una de las experiencias más vívidas (y vividad) de las que tengo memoria.
De entrada, la cuestión de elegir al acompañante a tal evento no tenía vuelta de hoja, la que tenía que estar ahí era la ira, fan irredenta de los punkeros éstos y amante veleidosa y consciente de la música punchera y bien hecha. La velada pintaba para largo y para bien, primero una banda para mí y mi acompañante prácticamente desconocida (New Found Glory), después los desmadrositos de Molotov y al final los, hasta ese momento para mí, curiosos y buenos músicos del Día Verde. Nos transportamos en semisubterráneo hasta el Palacio de los Rebotes (que ha sido, sigue y seguirá siendo un pésimo foro de conciertos). Al llegar, como ninguno de los dos cara de harina para hot cakes de Mamá Yemima había comido, decidimos hacer una escala técnica en los puestos de alimentos que, como oasis providenciales, auxilian al hambriento y harto crudo asistente a los eventos que se llevan a cabo en ese domo cobrizo. Tres tacos de biftec con chorizo fueron suficientes para aplacar al monstruo que desde las entrañas amenazaba con devorarnos.
Después pasamos entre una variopinta exposición de objetos alusivos al concierto al que nos dirigíamos, chamarras, parches, playeras, pulseras, corbatitas, muñequeras, encendedores, tazas, pósters y demás basura inundaban los pasillos de acceso a la puerta de las escaleras del Palacio. Nos dimos cuenta en ese momento de dos cosas: que tu edad está en proporción inversa a la cantidad de mierda que te venden (entre más peque y “rebel” más porquerías consumes) y que, independientemente de la edad, entre más inculto eres, más basura de mala calidad te venden. En fin, que después de sortear todos esos obstáculos hasta nuestros asientos en el interior del coso, al fin pudimos instalarnos en los lugares que la sabiduría proveniente de la previsión de Mauricio nos había reservado. Excelentes lugares que justificaban los más de cuarenta dólares que había invertido en su adquisición.
A la Ira y a mí, nos comenzó a preocupar seriamente la invasión de pequeños rebeldes que no tenía que ver casi nada con nosotros, niños ataviados con la última ropita de moda pandillera que se practicaban complicadas arquitecturas en el pelo y atrevidos escotes en el ombligo. Nos sentíamos como intrusos en un lugar que debería de estar lleno de monos que tuvieran aproximadamente nuestra edad, porque, si recuerdo bien, Green Day surgió por las mismas fechas en las que la cantidad ingente de jóvenes que escuchábamos a Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden, o “Loser” de Beck, el himno emblemático y casi generacional de una de las juventudes más golpeadas por la realidad, descubríamos que también existían The Offspring, Green Jelly y los mismos Green Day. Así pues, nos llegaba la música anhelada (aquella de los depreciados noventas) una década después. Aunque justo es decir que esos chavitos (algunos con mamás a los lados y algunos otros aprovechando que no estaban las mamás a los lados) iban por el evento en que se ha convertido la resistencia contra la ultraderecha norteamericana y de la cual se da fe en el último disco del grupo estelar: American idiot.

viernes, diciembre 03, 2004

Para documentar el pesimismo

El espíritu es un vampiro. ¿Qua ataca a una civilización? La deja postrada, deshecha, sin aliento, sin el equivalente espiritual de la sangre, la despoja de su sustancia, así como de ese impulso que la arrastraba a actos y escándalos de envergadura. Comprometida en un proceso de deterioro en el que nada la distrae, nos ofrece la imagen de nuestros peligros y la mueca de nuestro futuro: es nuestro vacío, es nosotros; y encontramos en ella nuestras insuficiencias y nuestros vicios, nuestra voluntad insegura y nuestros instintos pulverizados. ¡El miedo que nos inspira es miedo de nosotros mismos! Y si, al igual que ella, yacemos postrados, deshechos, sin aliento, es porque hemos conocido y sufrido, nosotros también, el vampirismo del espíritu.

Cioran dixit.