lunes, enero 26, 2015

Bofetadas


Las bofetadas tienen un sabor característico en el terreno de la humillación pública. Es una agresión que no sólo implica una cuestión física sino también simbólica. Se da bofetadas a aquellos que no son merecedores de un puñetazo. Es decir, la humillación comienza desde la elección del tipo de golpe que se pretende dar. Recuerdo en mi infancia el agravio que representaba el hecho de que alguien más nos tocara el rostro. Era una afrenta que, ahora intento comprenderlo, se remontaba a tiempos de caballeros y honor a prueba de muerte. De ahí la expresión, sospecho, “cachetada con guante blanco”; esta misma expresión remite a la posibilidad de lastimar sin necesidad de contactar físicamente. El triunfo obtenido es sobre el orgullo del otro.
          El estereotipo nos indicaría que las bofetadas las dan sólo las mujeres, y no cualquier mujer, sino aquellas que han sido heridas en lo más profundo de su orgullo, que han visto amenazado su honor. La cinematografía nos ha dado muestras suficientes de tal manifestación. El hombre que recibe la cachetada, la ha sufrido, generalmente, por hacer alguna insinuación no decorosa sobre la chica en cuestión, o por haberla engañado-traicionado de manera fehaciente. Generalizo, claro está. Sin embargo, creo que es muy diferente el efecto de una bofetada a la de esos golpecitos, también estereotípicos, que dan las mujeres en el pecho del agresor del honor-orgullo macillado.
          La bofetada, el tocar el rostro, tiene como objetivo reducir al otro o exigir satisfacción. Una satisfacción que va mucho más allá de la bofetada misma. Todo lo anterior lo pienso después de haber visto la manera en cómo un funcionario público, el gobernador de Chiapas, abofetea a uno de sus colaboradores sin que éste pretenda siquiera responder. Esa estampa que nos ha regalado el tiempo de las redes sociales expresa más que el hecho mismo. Parece una síntesis, un abstract, del ser nacional o regional. El hecho refleja una superioridad moral y de clase que en esas zonas del país se ha mantenido de manera más o menos intacta a pesar del paso de los siglos. La idea del indio como inferior (y ya ni siquiera en términos culturales o de identidad de grupo, sino sólo de color de piel: el asistente es moreno) es algo que prevalece y que ha sido reflejado de manera constante en la literatura y los discursos que provienen de esa zona del país. Desde el Balún Canán de Rosario Castellanos, pasando por Al son de la marimba de Juan Bustillo Oro y hasta el video del rubio gobernador.
          La bofetada de éste no pide reparación de un daño o exigencia a un honor supuestamente mancillado. Representa la convicción de que el otro sobre quien ejecuta la acción carece por completo de honor y, por tanto, de valor en el contexto en el cual se da la escena. Para él es un objeto que no ha cumplido con su misión, un engrane que ha fallado. No lo reconoce como igual, ni siquiera en términos de ser humano.
          Y, sin embargo, la conclusión de este episodio ha sido más bien tragicómico: en un video posterior aparecen ambos protagonistas escenificando un cuadro en dónde, como si fuesen colegiales de secundaria, el agresor le pide al agraviado que le “regrese” la bofetada. Una forma de decir “no pasa nada, así nos llevamos”. El agraviado le da dos y la segunda hace enrojecer a quien algunos miran como posible candidato futuro a la Presidencia de la República. Ese sonrojo devuelve a la bofetada su naturaleza primera y su objetivo primordial: pedir reparación o afrentar el honor del otro. Lo primero no ocurre, parece evidente que el agraviado en primera instancia no pretende que el gobernador “reciba su merecido”; lo segundo, en cambio, opera a través del sonrojo que se refleja en el rostro del poderoso cuando se da cuenta que permitir lo que está ocurriendo afrenta su honor (la idea de ser abofeteado por un indio, dentro del imaginario colectivo-social-histórico, se entiende).
          Y, no obstante, todo es pantomima. Una representación ensayada que intenta disfrazar lo real de un hecho anterior. Teatro para los que se indignan (se ven despojados de su dignidad por la proyección que hacen a favor del cacheteado). La única diferencia es que aquí más que el aplauso del público (la opinión pública que refleja sus juicios a través de las redes sociales, por ejemplo), lo que hay es un silencio y una burla a ultranza que opera como el guante blanco justiciero. Falta ver la manera en cómo el nuevo agraviado responde. Ojalá no lo haga como primer mandatario. 

jueves, enero 22, 2015

Fronteras textuales, fronteras humanas



Así es el arte, ni modo, qué le vamos a hacer. Sirve para denunciar la tragedia y también para disimularla. Es como actuar cínicamente, sin ningún pudor. Lo sabes. Conmueve, te conmueve, podría conmover a los otros, pero no ayuda. Una fotografía no les da dinero, ni drenaje, ni pintura para, al menos, cubrir las paredes.
(“Frontera de sal”)

¿Te gusta el látex, cielo? de Nadia Villafuerte (Tuxtla Gutiérrez, 1978) es un conjunto de cuentos en donde la idea de frontera aparece de manera recurrente. Hay una voz poderosa que igual abreva de la tradición de Carver como de Fadanelli. Relatos que abordan la aparente frivolidad en la cual sus personajes se desenvuelven. En donde los finales anticlimáticos sólo confirman la manera en cómo el miedo es uno de los ejes rectores de muchas de las vidas, no sólo de los personajes, sino de muchos seres humanos. Esa idea de frontera atiende tanto a las físicas (sus relatos se ubican en espacios fronterizos de Centroamérica y en el paso de los habitantes de esta zona hacia México en la frontera sur, además de las ciudades que se ubican cercanas a la frontera norte como Tijuana o El Paso) como a las que separan diversos aspectos de la naturaleza humana (la idea de futilidad del arte, la pobreza, la pulsión de huída, lo que separa al cobarde del imprudente).
          En “Flores rojas”, por ejemplo, contrasta el ejercicio de la ética con la necesidad de exhibir las propias miserias: un periodista se reúne con un asesino que le otorga la exclusiva de uno de sus crímenes y pone al primero en la disyuntiva de publicar tan información. En “Tinta azul” explora las fronteras que construye artificialmente la rutina y la vida cotidiana: una mujer se enfrenta a la oportunidad de infidelidad con respecto de su esposo, al mismo tiempo que considera también la posibilidad de separarse de manera práctica de él. En “Frontera de sal” se narra la crisis existencial y profesional de un fotógrafo que recorre la frontera sur de México en búsqueda de imágenes que le den significado a su vida y, de paso, le permitan sobrevivir mientras el deseo repentino por una mujer ajena lo aqueja (“Parece que el sur, esa palabra minúscula, monosílaba, es la frontera equivocada, el error, el horror histórico”, “El amor también es la representación de un crimen”).
          “Yésira” aborda la historia de un joven que sigue los pasos de su hermana, quien ha sido asesinada por un agente policíaco que se convierte en obstáculo para el sueño migratorio y la aparente confirmación de aquella frase que apunta que todos los males vienen del Norte (“Los muertos luego ya no tienen nacionalidad ni nada. Sólo son números, números que, como ellos, desaparecen”). “La piscina” es un ejercicio en el cual temas como la infidelidad, el deseo, la promiscuidad y el azar resultan disparadores de la tragedia, es una de las piezas mejor logradas del conjunto (“Ambos saben que se trata de una relación desdichada. Y se mienten con la habilidad de los matones a sueldo. Se aman, y los dos tienen ideas semejantes: que el amor debe ser como la heroína, que el amor es el camino común de los desamparados, que el amor implica seguir las instrucciones de Dios, un asesino sin escrúpulos, cínico y capaz de permitir que dos cuerpos se quemen la piel de ese modo y sin sentido”, “Claro que el amor no existe, tampoco Dios, tampoco la libertad, tampoco la democracia, y no por eso, todas esas mierderas abstracciones dejan de ponerte en una encrucijada y lastimarte”).
          “Roxi” explora los terrenos de las fronteras de la identidad sexual, de la imposibilidad de las certezas, de la locura y la madrugada. “What are you looking for” remite a una exploración densa acerca de la manera en cómo las expectativas de los demás se reflejan de modo perentorio sobre nuestras acciones hasta que su vista condenatoria deja de perseguirnos al encontrarnos, por ejemplo, en un país distinto (“--Tendrás problemas siempre por haber mentido. El país más hipócrita del mundo no perdona a quien miente y abusa de su confianza”). Los dos últimos cuentos de esto que llamaré la primera parte coinciden con el tema aunque los tratamientos sean distintos: “Grillos” es un relato en donde la simulación de una vida holgada contrasta con la realidad funesta del desempleo y la amenaza de pobreza; mientras que “Cajita feliz” es una reflexión acerca de cómo a pesar de huir en búsqueda de mejores expectativas de vida, en este caso el american dream, muchas veces el destino ha predeterminado que el desenlace de una historia no sea distinta aunque el escenario cambie.
          La segunda parte del libro está constituida por una novela corta, la misma que le da título al volumen. Es esta una narración en la mejor tradición de la novela negra en la cual elementos como la pobreza, la prostitución, los ambientes clandestinos, los policías corruptos, los políticos todavía más siniestros, se combinan para desarrollar una trama en donde las aparentes víctimas se convierten en victimarios y los papeles se encuentran mudando en todo momento. Una novela que aborda un tema que parece algo común en el contexto actual de nuestro país: la traición política que no duda de valerse del asesinato para hacer posible la realidad de sus propias ambiciones. Y dentro de esas maquinaciones siempre quedan atrapados los pequeños seres humanos cuyas existencias se consideran desechables: los pobres, los marginales, los eternos caminantes. Es una trama que atrapa desde las primeras líneas y cuyo desenlace no desentona con el resto de los textos contenidos en el volumen.
          Es un hecho que lo mejor de Villafuerte está por venir. También es un hecho que estaré entre sus lectores atentos a esas nuevas historias.

Nadia Villafuerte, ¿Te gusta el látex, cielo?, México, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2008. 

jueves, enero 08, 2015

Villegas contra los prejuicios del cine de género


Muy cerca del final de Monstruos de laboratorio. La ciencia imaginada por el cine mexicano, Rafael Villegas apunta: “En México, históricamente se le ha pedido mucho al realismo literario y cinematográfico, y muy poco a lo fantástico. No se espera que una cinta fantástica trate asuntos de primera importancia como la política, la economía y la sociedad; la expectativa es que asuste, que impresione, que divierta, que permita evadirse”. En este sentido, el autor pone énfasis en una cuestión que resulta familiar para todos aquellos interesados en el cine nacional: la idea de que el cine de ciencia ficción en México no puede pensarse sino como parodia involuntaria de este género al compararlo con las manifestaciones del cine de Hollywood o los ensayos europeos de la imaginación científica.
          Resulta por tanto estimulante el hecho de que a lo largo del poco más de un centenar de páginas, Villegas se dedique a cuestionar este supuesto. Sin negar el kitsch ni la necesidad de un pacto con el espectador que requiere otorgar concesiones gigantescas, pero analizando de manera acertada el contexto de producción y las implicaciones trasgresoras que muchas de esas cintas de presupuesto limitado proponían.
          Acerca del pacto con el espectador, por ejemplo, se menciona: “Ese pacto hizo posibles escenas como aquellas de Santo contra el Doctor Muerte, en la que el luchador anda enmascarado muy campante por un aeropuerto británico. Cualquiera puede entender, entonces y ahora, que una persona no puede viajar enmascarada en un avión. ¿Acaso en su pasaporte Santo también aparece con máscara? Santo, el héroe de lo fantástico mexicano, vive con máscara. Aquí no funciona la racional doble vida de Batman o Superman; Santo trabaja, turistea, come, bebe y ama con la máscara puesta. Cuando Santo llega a Londres la gente no se sorprende por ver a un enmascarado. Santo anda por los pasillos y escaleras del aeropuerto como si fuera uno más... y nadie lo nota. El pacto ficcional de lo fantástico está hecho. Se trata de una verdadera construcción de un mundo maravilloso (en el sentido que Todorov le da a esta categoría), con sus propias reglas y valores. Puede ser un absurdo, pero un absurdo que encaja con la lógica del imaginario particular que lo consumió”.
          Para quienes accedemos a ese pacto más veces de las que nos gusta aceptar (en mi caso los domingos por la mañana) no podemos más que agradecer un texto como el de Villegas. Ante nuestros ojos desfilan las razones y sinrazones de los científicos locos que aparecen como los villanos predilectos de la ciencia ficción mexicana. A su lado, los benevolentes e ingenuos científicos “buenos” son retratados como la necesidad de otorgar relatividad explicativa a la manera en cómo el conocimiento científico puede ayudar pero también destruir a la raza humana. Porque es algo que, a pesar de que no se menciona de manera literal, el cine mexicano de ciencia ficción ensaya: la manera de pensar que el poder que la ciencia trae consigo vale para todo el mundo, no existen fronteras nacionales de dominio en los propósitos de los villanos de este tipo de cine.
          Hay también la alusión a otros temas que no fueron abordados por los géneros del realismo nacionalista (tanto en su vertiente rural-indigenista-revolucionaria como en la urbana-marginal-negra) de manera frecuente: el papel de la mujer dentro de una sociedad esencialmente machista y sus posibilidades de insertarse de manera exitosa en las actividades que la nueva sociedad presentaba como oportunidades (Villegas comienza su exploración a partir de 1945, el fin de la Segunda Guerra Mundial como arranque de una forma novedosa de ver el mundo).
          Otro de los tópicos abordados con perspicacia y atinado juicio es el que contrapone, de cierta manera, la idea de la religión con la de la ciencia. La manera en cómo lo religioso que prevalece en los ambientes rurales se confronta con las respuestas que la ciencia, identificada con los contextos urbanos, está ofreciendo. El conocimiento racional se opone a la magia. Aparece, como sino inevitable, el debate siempre vigente de la civilización opuesta a la barbarie.
          Los personajes son múltiples: extraterrestres, monstruos, mujeres desvalidas, mujeres villanas y dominantes, reinos bajo del agua, luchadores con músculos invencibles, científicos, sacerdotes, beatas chismosas, charros sobrenaturales... Todos ellos encarnados por actores y actrices que, en muchas ocasiones, confundieron a la persona con el personaje: Cantinflas, Santo, Blue Demon, Piporro...
          Sin duda, este libro es una mirada refrescante para acercarse a uno de los géneros más vilipendiados del cine que se ha filmado en nuestro país: la ciencia ficción.

Rafael Villegas, Monstruos de laboratorio. La ciencia imaginada por el cine mexicano, Toluca, Instituto Mexiquense de Cultura, 2014.

Pd. Si les interesa checar una versión interactiva del texto (con links a fragmentos de las películas citadas en el libro), el autor lo está regalando desde esta liga: http://apocrifa.net/s/MONSTRUOS-DE-LABORATORIO-Rafael-Villegas.pdf