miércoles, noviembre 02, 2016

Algunos fragmentos de Continuum. Una novela sobre Héctor G. Oesterheld

La editorial Paraíso Perdido ha puesto en línea los siguientes adelantos de la novela, por si quieren echarle ojo.

Las primeras páginas: 
Para leer, da clic a la imagen. 


Acá las páginas incluidas en la novela sobre la "Carta abierta a la Junta Militar" de Rodolfo Walsh y el destino que este autor tuvo durante la dictadura militar que comenzó en 1976.
Para leer, da clic a la imagen. 

Puedes conseguir la novela desde este sitio: 


Columna en Revista Vozed

Andamos un poco desaparecidos por aquí, pero recuerden que nos podemos leer en el blog "El castillo de If" de Vozed Editorial. Para ir por allá, sólo de clic a la imagen.

Últimas entradas: 

ADVERTENCIA: ESTE MATERIAL DEBE MANEJARSE CON CUIDADO (sobre la novela Las conspiraciones fallidas de ERIC URIBARES)


UNA SERIE A PRUEBA DE BALAS (O AL MENOS ESO APARENTA) (sobre la serie de televisión luke cage producida por netflix)

8 CM3, O UNA ELEGÍA DE LA RADIO (sobre la permanencia de la radiodifusión)

 UNA TELARAÑA DE HISTORIAS MÓRBIDAS (sobre el libro tusitala de óbitos de lola ancira)

LA IMPOSIBILIDAD DE LA NOSTALGIA DE IZQUIERDAS (Sobre la obra de daniel espartaco)

LA HERIDA CANTA AUN CUANDO LA SANGRE FLUYE (sobre el libro ¡canta, herida! de gabriel rodríguez liceaga)

Y más, mucho más...

lunes, agosto 22, 2016

Invitación

El próximo miércoles 24 de agosto andaré por el Centro Histérico presentando el libro ¡Canta, herida! de Gabriel Rodríguez Liceaga. Por si alguien gusta.

miércoles, mayo 11, 2016

Nos vamos a Tijuana

El próximo miércoles 18 de mayo, estaré en Tijuana presentando Continuum. Una novela sobre Héctor G. Oesterheld en la XXXIV Feria del Libro de Tijuana. Por si les queda, les late y se animan.

lunes, marzo 28, 2016

Daredevil (segunda temporada) y las autodefensas


En el tiempo coincidieron por muy poco. El estreno de la segunda temporada de Daredevil, la adaptación al formato televisivo del cómic creado por Stan Lee y Bill Everett, y la liberación de Nestora Salgado, comandante de un grupo de autodefensas acusada de delitos como secuestro y usurpación de funciones. Algunos se preguntarán por qué poner estas dos situaciones en el mismo párrafo. Bueno, porque pienso que una cosa nos ayuda a pensar la otra. En otras palabras: que el arte no está desligado de la realidad, sino que es una interpretación de ésta.
          Daredevil nace como un justiciero a partir del hecho de que el sistema de justicia, el norteamericano; no cualquiera, niega la retribución moral por el asesinato de su padre a manos de mafiosos del mundo del boxeo. Nestora decide ponerse a la cabeza de un grupo de ciudadanos que, hartos de la inoperabilidad y complicidad del Estado mexicano y sus policías, deciden tomar la vigilancia de sus comunidades por cuenta propia.
          En esta segunda temporada en el sistema de contenidos en línea Netflix, hace su aparición Punisher, otro vigilante que tiene una idea distinta de ejercer la justicia con respecto de la elegida por Daredevil. Para Punisher, creado en 1974 por Gerry Conway y los dibujantes John Romita y Ross Andrum, los medios para conseguir justicia son en suma “flexibles”. Mientras Daredevil lucha por noquear a los maleantes, se niega a usar armas y confía en el aparato de justicia para castigarlos; Punisher ha llegado a la conclusión de que los delincuentes no tienen remedio y que el mejor maleante es el maleante muerto.
          Esta narrativa deriva, sin remedio, en la lógica de “Who watches the watchmen?” (“¿Quién vigila a los vigilantes?”), tesis de una de las obras maestras de Alan Moore: Watchmen. En eso derivó también la dinámica que las autodefensas establecieron desde finales del sexenio pasado, el del nefasto Felipe Calderón. En medio de una masacre en la cual las víctimas se cuentan en decenas de miles, muchos ciudadanos decidieron tomar las armas y enfrentarse a los grupos armados y fuera de la ley que hicieron del narcotráfico, la extorsión, el secuestro, el tráfico de personas y la corrupción policíaca-política su forma de operación.
          Así fue como aparecieron figuras como Nestora Salgado y como el médico José Manuel Mireles. Así fue también como el nuevo gobierno federal, ahora del PRI tan acostumbrado al poder centralizado y vertical, decidió que tener a estos justicieros sueltos era un riesgo para la democracia, la seguridad y el estado de derecho. Y, sin más, y ante un desacuerdo social creciente y evidente, muchos de estos autodefensas fueron encarcelados.
          
Al igual que entre Daredevil y Punisher, las ideas con respecto de la interpretación de la ley y el ejercicio de la justicia difieren. Algunos autodefensas estaban por la opción de entregar al gobierno federal (dada la corrupción documentada de las policías municipales y estatales) a los delincuentes que fueses apresados prácticamente in fraganti; mientras que a otros les atrajo más la idea de justicia expedita y sin tramitología. Esta oposición de perspectivas traerían, a la postre, enfrentamientos entre los mismos cuerpos de autodefensas: aquellos que se consideraban brazo ejecutor de la justicia y los otros que con mantener a raya el avance del crimen organizado se daban por satisfechos.
          Hoy, la idea de policía comunitaria está prácticamente exterminada en los territorios en donde los hombres que se armaron para defender sus comunidades fueron a parar a las cárceles (en donde aún continúan). Aparecen en cambio en lugares en donde el crimen ha ido en crecimiento merced a la incompetencia de las autoridades y la policía: la flamante CDMX, por ejemplo. Muy cerca de la zona donde habito, los vecinos se han proclamado en redes sociales y en reuniones públicas a las afueras de las escuelas y las iglesias en conformar fuerzas de autodefensa ante los asaltos cotidianos, el cobro de piso, la inseguridad en el transporte público, las agresiones a mujeres, entre otras consecuencias de un gobierno rebasado por la realidad y que insiste en la retórica y el chayoteo mediático para ocultar lo que la gente de a pie vive a diario.
          Cada que pienso en las motivaciones de Daredevil y Punisher dentro de la representación que la serie televisiva hace de éstas, no puedo dejar de pensar en el mismo conflicto ético que inunda a los ciudadanos que se organizan para defender lo que más quieren: a sus familias y patrimonios. En este país, no obstante, creo que la sensibilidad pública se sentiría más cómoda con un ejército de Punishers que con uno de Daredevils. Por el simple hecho de que a nuestro aparato de justicia no se le puede ya dar, de ninguna manera, el beneficio de la duda. Ha demostrado de manera consistente ser un modelo de podredumbre que requiere ser reformado.

          Eso es lo que de realidad encuentro en la fábula fantástica (cada vez más fantástica: con zombis-vampiros, maldiciones ancestrales, chinos que saben más de lo que aparentan) contada en las pantallas. Me sorprendo con las descalificaciones que todavía se escuchan con respecto de manifestaciones artísticas como éstas. Nada es una isla. Hoy menos que nunca. 

jueves, marzo 10, 2016

Aprendiz de todo, maestro de nada


Aziz Ansari es un actor de ascendencia india (de la India) conocido por su papel en la serie Parks & Recreation. En el último año Netflix publicó en su plataforma de contenidos una serie de su creación llamada Master of None que es, creánmelo, más que disfrutable. Creador de la misma junto a Alan Yang, este actor consigue en esta obra, denominada por algunos como “serie de autor”, generar un humor que alude a diversas cuestiones sociales contemporáneas de manera muy inteligente.
En tiempos en los cuales el fantasma de la intolerancia y el fascismo encarnado en la figura de personajes como Donald Trump parecen describir una cara nada amable de lo que son los Estados Unidos, trabajos como la serie de Ansari consiguen poner en contraste otra realidad que escapa de las concepciones estereotípicas de la identidad norteamericana. Si bien la idea de la diversidad alude a la manera en cómo los norteamericanos asumen la presencia e influencia política hoy ya determinante de la comunidad negra y de los “latinos” (o “hispanos”), pasa de largo con respecto de lo que otros migrantes viven en la cotidianidad de la sociedad estadunidense. Es el caso de Dev Shah, el actor indio protagonizado por Aziz, que debe sortear las actitudes racistas, condescendientes y snobs de la ciudad de New York y la fauna que la habita.
Heredero, sin lugar a dudas, del timing y algunos de los tics de Woody Allen, la comedia de Ansari es elegante y sutil. Plantea de manera directa temas que nos son cercanos y en los cuales a veces no reparamos: la relación e ignorancia acerca de la vida de los padres, la vida que atesoran en sí los ancianos, la sincronía en las relaciones amorosas, la manera en cómo la tecnología se inmiscuye en la vida de los seres humanos de maneras no siempre agradables, las situaciones en donde a veces lo sexy no es necesariamente agradable, la forma en cómo las mujeres sortean situaciones incómodas debido a su condición.
En fin: se las recomiendo mucho. 

Un hombre ético que escribía

(Texto leído en la presentación de Continum. Una novela sobre Héctor G. Oesterheld en el Centro Cultural Bella Época el 26 de febrero de 2016). 
Escribió las historias de unos trescientos personajes. Con mucha probabilidad es el primer guionista de historietas que vivió de esa ocupación en exclusiva antes que nadie en América Latina. Cuestionó de manera profunda los supuestos y los estereotipos que los productos de la cultura popular de la época en la cual le tocó vivir habían construido. Edificó un ambiente familiar en el cual privó la posibilidad de disentir, de opinar libremente, de tomar partido y ser respetado por eso. Se unió a la lucha revolucionaria en contra de la dictadura militar que asolaba su país en la década de los setenta y engrosó de manera trágica la lista de desaparecidos políticos que en conjunto sumaban más de 30 mil personas. Sus cuatro hijas, junto con sus yernos y dos de sus nietos, infantes aún, se unieron a la nómina de las víctimas del terrorismo de Estado. Todos desaparecidos, todos muertos. Sus historias, a la distancia de varias décadas, siguen despertando la pasión y el interés de infinidad de lectores alrededor del mundo. Y, sin embargo, es un desconocido. Más allá de su tierra, Argentina, el nombre de Héctor Germán Oesterheld continúa en los terrenos del misterio, de las referencias ocultas, de los datos de trivia que eso a lo cual llamamos la alta cultura, el cánon, lo-que-se-debe-de-leer, permite que se filtre por los resquicios como parte de una anomalía en el seno de la cultura popular.
            Uno de los momentos de la historia reciente que permitió que el trabajo del guionista se conociera a nivel mundial tuvo que ver con el deceso del presidente argentino Néstor Kirchner. En una manta enorme que colgaba al costado de una de las plazas públicas que se llenaron de personas para lamentar la muerte del presidente, aparecía éste personificado como Juan Salvo, el protagonista de El eternauta, tal vez el cómic más famoso de Oesterheld. El Nestornauta reflejaba, en cierto sentido, el deseo de muchos argentinos en el retorno del carismático mandatario. Y se convertía, al mismo tiempo, en un discurso paralelo que hacía referencia a la memoria de los desaparecidos de la última dictadura militar a través de la referencia al guionista. Ejemplos como ése son abundantes en la cultura popular. Remeras con estampados de Juan Salvo caminando entre la nieve mortal cubierto con el traje de buzo que fue acondicionado de manera casera se reproducen también en estaciones del metro; graffitis repartidos a lo largo y ancho de muchas paredes; afiches colgados en cuartos semioscuros de chicos que no tienen conciencia, más allá de la atracción visual que el personaje despierta, de la historia que hay detrás de esa imagen.
            Héctor Germán Oesterheld fue descendiente, como muchos argentinos y latinoamericanos, de migrantes europeos que huían de las nuevas condiciones de explotación que la Revolución Industrial había originado en sus países de origen a finales del siglo XIX. Nació en 1919. Con antecedentes españoles y alemanes, creció en un ambiente de clase media alta más o menos privilegiada. Desde niño se habituó a la Aventura a partir de las lecturas que realizó. Además de eso, su familia solía pasar tiempo en el campo. Fueron esas dos actividades las que, probablemente, marcaron sus vocaciones: por un lado se dedicó a la geología, ingresando incluso a la universidad para hacerlo profesionalmente y, por otro, leyendo las obras más variadas a las que tenía acceso.
            Esas costumbres le construyeron una fama de erudito que fue una de las cosas que más sorprendió a la que sería su esposa: Elsa Sánchez. Es imposible separar la vida del guionista del destino de la mujer que lo acompañó en su vida. Todos los actos y decisiones que el primero tomó en vida impactaron y marcaron, primero a la familia, y después a la esposa que se convirtió en la única sobreviviente al finalizar el holocausto que significó la represión estatal de la dictadura. Cuando Elsa lo conoció, él era mayor por varios años, se lo presentaron como “Sócrates”, tal era el apelativo con el cual lo conocían sus amigos debido a la erudición y a su afición de hombre renacentista que alimentaba. Después de cierto tiempo unieron sus vidas y fueron, durante algunos años, podemos adivinarlo, muy felices. La familia comenzó a crecer y Oesterheld creaba su propia definición para la misma: la familia Conejín.
            Los primeros acercamientos con la literatura los tiene, precisamente, por el lado de la literatura infantil. Escribe un cuento para el diario La Prensa, mismo que le es publicado para gran regocijo propio y de su madre. Esos primeros intentos creativos animaron la necesidad de seguir escribiendo. Mientras lo hacía como un hobbie trabajaba en un banco como especialista en geología, aún sin haberse graduado, aunque esa ocupación le permitía viajar y conocer territorios del país que después aparecerían alegorizados o realistas en sus obras. Infantil es también uno de los personajes más entrañables que creó: Gatito. Fue tanto el impacto que el personaje tuvo que, incluso, tuvo un programa radiofónico.
            Su llegada a las historietas fue un tanto azarosa, pero se decidió a aceptar el reto con el espíritu aventurero que lo caracterizaba. Comenzó en la Editorial Abril, lugar donde creaciones como Sargento Kirk tomarían forma. Donde conocería a grandes nombres de la ilustración como Hugo Pratt, quien después sería un indispensable del medio de la historieta al dar vida a personajes como los incluidos en Corto Maltés. Elsa, la esposa, le reclamará la decisión que en algún momento toma: abandonar los trabajos estables que tenía, en el banco por ejemplo, y dedicarse de lleno a la historieta. Entre los argumentos que esgrime para defender esta decisión hay uno que sorprende por la novedad y lo visionario de su planteamiento: la historieta puede ser un medio didáctico. De cierta manera, Oesterheld planteaba el fracaso de la escuela para generar un gusto asumido de manera placentera por la lectura de libros. Su lógica apuntaba que si los chicos leían historietas, era posible crear obras que fueran interesantes para ellos y que, al mismo tiempo, les enseñara algo. Una especie de caballo de Troya que tendría como objetivo a los miles de chicos y adolescentes que compraban de manera masiva las historietas que se creaban en aquellos años de auge del medio en Latinoamérica. Sólo para darnos una idea: la editorial Novaro, mexicana, había puesto en jaque y orillado a la quiebra a la industria de historietas española y de otros países hispanoparlantes. Es a ese público masivo que Oesterheld pretende llegar. Con el tiempo veremos que, más allá de la didáctica científica, Oesterheld utilizará el medio para transmitir su concepción ética de la vida: la escala de valores que desconocería elementos que en aquellos tiempos se concebían primordiales como el nacionalismo y el temor hacia el Otro, cualquiera que fuese su origen. Al autor le interesa una ética de lo humano. Identifica a la guerra y a la confrontación entre iguales como el verdadero enemigo.
            Es precisamente esa idea, “el enemigo no es el hombre, es la guerra”, el que prevalece en obras como Ernie Pike. Este personaje, un reportero de guerra, está inspirado en un periodista real: Ernest Pyle, uno de los mejores cronistas, y de los más leídos, que contaba las historias que se daban en el frente asiático durante la Segunda Guerra Mundial. Ernie Pike refleja, en muchos sentidos, varios de los valores que Oesterheld defendía como parte de su método creativo: la objetividad, la frialdad, la erudición, el no tomar partido de manera irracional. Visualmente Pike tiene un parecido asombroso con las facciones de Oesterheld, una anécdota que se cuenta al respecto apunta que cuando Oesterheld terminó el primer guión de Ernie Pike le dejó una nota, en broma, a Pratt: dibújalo buen mozo, noble, buenazo, “dibújalo como yo”; el ilustrador siguió las indicaciones y el perfil de Oesterheld quedó impreso en el rostro de Pike. Las historias de este personaje no tienen una mirada militante, no reconocen, de manera maniquea, entre “buenos y malos”: reflejan los dramas que la guerra genera en las personas de a pie, lanza un mensaje subversivo para la época: el enemigo es invisible, es el Poder, no los demás seres humanos. A esa concepción retornaría en El eternauta. En su obra más reconocida se observa cómo ese poder cósmico que rige los destinos de los seres humanos, concebidos como colectividad de individuos, son los Ellos: las mentes maestras que dominan, conquistan y dirigen el mundo sin hacerse visibles nunca.
            La guerra es una de las obsesiones del autor. Un tema que lo tocaría incluso en su vida personal. Es difícil ubicar el momento en el cual la biografía y la obra del guionista se entrecruzan. Cómo aquellas ideas que planteaba sobre las viñetas habían pasado a contar su propia historia. Resultan contrastantes diversas facetas de su vida: en determinado momento, cuenta su viuda, unos caracoles habían invadido los rosales que ella cultivaba es su jardín, quiso matarlos y él se oponía, “pobrecitos, merecen vivir”, decía; la esposa no se explica cómo ese hombre, amante de la vida, se transformaría después en un militante que defendería sus ideas hasta la muerte. Contrastan también los momentos de búsqueda de la perfección (una anécdota apunta que obligó a Hugo Pratt a redibujar un episodio de Sargento Kirk porque un rifle que Pratt había trazado era inexacto históricamente) con algunos de sus últimos trabajos en donde, sin demasiada elaboración, se dedicó a adaptar las historias de clásicos de la literatura como Poe o Conan Doyle (el caso de Nekrodamus, por ejemplo).
            Oesterheld confió tanto en la historieta como el medio idóneo para transmitir mensajes, historias y enseñanzas científicas y éticas, que incluso se aventuró a invertir su patrimonio en búsqueda de desasirse de las políticas editoriales que las compañías le imponían. Va un ejemplo: el primer tratamiento de Sargento Kirk no se desarrollaba en el Viejo Oeste norteamericano, no era un western en su concepción; la idea de Oesterheld era que el sargento en realidad pertenecía al ejército argentino y desertaba ante la simpatía que le despertaban los indios pampas a los que debía exterminar; el editor, César Civita, le dijo que esa historia era impensable en los momentos que el país vivía, así que Kirk se convirtió en norteamericano y sus historias se trasladaron al Norte. Otra situación: le ofrecen a Oesterheld realizar una serie sobre la Legión Extranjera francesa en África, él se niega porque, argumenta, no está dispuesto a convertir en héroes a asesinos invasores, su simpatía está más del lado de los “ensabanados” (los árabes) que de quienes van a su tierra a combatirlos e intentar conquistarlos. Fue para no confrontarse con esas exigencias que Oesterheld funda, junto con su hermano, la Editorial Frontera.
            Frontera es, probablemente, uno de los ejercicios de empresa más ambiciosos, honestos y hermosos que se hayan dado en América Latina. Se construyó rompiendo con muchas de las directrices que las grandes compañías tenían como política de mercado. Por ejemplo, en cada una de las revistas que la editorial publicaba (Hora cero, dedicada a la ciencia ficción principalmente; Frontera, dedicada al western, los temas bélicos y géneros afines) incluía una historia completa, autoconclusiva. Era una osadía en un tiempo en donde la fortuna de las editoriales de historietas se construía en el gancho que implicaba el “Continuará…” al final de cada episodio. Oesterheld creía que eso era engañar al lector, ante la opinión de su hermano que le decía que así quebrarían porque no habría misterio que seguir, el guionista contestaba que los lectores serían fieles si se les ofrecían buenas historias. Al final, Frontera no fue redituable, no porque no tuviera ventas: las tenía pero eran incuantificables y, peor aún, las ganancias no retornaban a los inversores. La razón de esto fue la inexperiencia: cuando se terminaban de imprimir los ejemplares que tiraba la editorial no se destruían los rollos de impresión, por lo que los imprenteros hacían tirajes clandestinos de las historietas que se vendían aparte y de cuyas ganancias la editorial no veía ni un centavo. A la larga tal situación fue insostenible y la editorial, cuyo logo era un indio que oteaba el horizonte parado sobre las ancas de un caballo, obra de Joao Montini, tuvo que cerrar.
            Sin embargo, antes de la debacle, en las páginas de las publicaciones de Frontera surgieron varios de los personajes que pasarían a la historia de la historieta latinoamericana y mundial: Randall The Killer, Sherlock Time, Rolo, el marciano adoptivo, Ernie Pike y, por supuesto, El eternauta. Parece un saldo más que positivo para una empresa quebrada. Y lo fue en términos creativos, sin embargo, en la vida personal y familiar de Oesterheld la situación se tornó tensa: aparecieron dificultades económicas, tuvieron que mudarse de casa y las discusiones comenzaron a aparecer por tal razón. El cambio de estatus sería, en otra situación y para algún otro autor, razón suficiente para replantearse su ocupación, para Oesterheld no lo fue: siguió escribiendo historietas. A la sazón, ya sus cuatro hijas estaban en el mundo: Estela, Diana, Beatriz y Marina se convirtieron en admiradoras incondicionales del padre y crecieron en un ambiente de libertad de pensamiento y expresión creativa que hacia el final de su historia sería determinante para el fin que encontraron.
            Eran los años tempestuosos de los sesenta. El triunfo de la Revolución Cubana imponía nuevas formas de concebir el cambio en sociedades tradicionalmente conservadoras y cuya historia oscilaba entre una normalidad democrática inestable y elitista contrastada por periodos de dictaduras militares que “reinstalaban el orden” que la democracia supuestamente amenazaba. Argentina no era la excepción. La politización de la clase media se explicaba por diversos factores: la evidente desigualdad que privaba en la sociedad y que con el paso del tiempo se hacía cada vez más evidente; el exilio de quien se reconocía como el caudillo de la justicia social, Juan Domingo Perón, en España; y las ideas que la juventud recogía de manera entusiasta a través de la imagen de los héroes guerrilleros que habían subido a la montaña y derrocado a la dictadura de Batista. Oesterheld se sintonizó con esos tiempos a pesar de sus recelos de tiempos antiguos (alguna vez se le ofreció realizar una biografía de Perón y se negó rotundamente, en ese entonces consideraba al caudillo como una cara del fascismo) y puso su arte al servicio de las ideas revolucionarias que flotaban en el aire. Fue así como surgió Vida del Che.
            La viuda de Oesterheld  que todo se jodió a partir de la publicación de ese cómic. Oesterheld entraba en las nóminas de sujetos sospechosos de subvertir el orden. Comercialmente la historieta tuvo un relativo éxito; estéticamente descubrió para el mundo las dotes de un dibujante prodigioso como lo es Enrique Breccia (véase su trabajo posterior en obras como El Sueñero o Lovecraft). Las peripecias que rodearon la publicación de Vida de Che pasaron por el secuestro de la edición, la necesidad de desaparecer los originales y la recuperación posterior a partir de un ejemplar de aquella mítica edición de Jorge Álvarez. Incluso la CIA, vía la embajada norteamericana, puso entre sus objetivos al guionista: recién publicada la biografía del guerrillero argentino, se le ofrece un patrocinio económico con viaje incluido por los Estados Unidos a fin de que realice un trabajo similar con la vida de John F. Keneddy, Oesterheld se niega. Para Editorial Jorge Álvarez también haría una biografía de Evita Perón y alguna de The Beatles. Esas experiencias le iniciarían en los terrenos de la narrativa gráfica de corte histórico. El culmen de ese trabajo estaría en Latinoamérica y el imperialismo. 450 años de guerra que levantaría debates tremendos debido al revisionismo militante del cual se le acusó. Para Oesterheld significaba un esfuerzo extra la realización de estas historietas, llegó a afirmar que debía invertir hasta el triple de tiempo para su elaboración. Sin embargo, no sería aventurado afirmar que esos trabajos lo ubicaron de manera evidente dentro de un espectro de la sociedad argentina: la de quienes luchaban en contra de la opresión y el autoritarismo.
            Esa ubicación dentro del espectro contrasta, de nuevo, con algunas etapas de su vida de la cual da noticia su viuda Elsa. Una que llama la atención en particular es la poco documentada relación que tuvo con Jorge Luis Borges. Elsa Sánchez afirma que era frecuente que Oesterheld se reuniera con Borges para platicar en la Biblioteca Nacional y que de esos encuentros le daban noticia sus hijas, quienes lo acompañaban. No parece disparatada tal relación en términos de los temas que preocupaban a los dos autores: la idea del tiempo, la eternidad, el gusto por la literatura inglesa. En la última entrevista documentada, Oesterheld se permite incluso declarar: “tengo más lectores que Borges”, como una forma de legitimar el trabajo de historietista y, al mismo tiempo, atacar los prejuicios que rodeaban a la figura del lector de cómics.
            No se sabe a ciencia cierta cuál fue el proceso por el cual Oesterheld  se integra de manera activa y militante a la organización guerrillera Montoneros. Una cuestión importante de saber es que a tal organización pertenecían sus hijas y sus parejas respectivas. Algunas personas que lo conocieron afirman que fue Oesterheld quien incitó a las chicas, mientras otros testimonios apuntan lo contrario: que Oesterheld siguió de manera apasionada las formas de expresión de los ideales que sus hijas enarbolaron. Sin embargo, el hecho de formar parte de la estructura de prensa de la agrupación no le impide seguir escribiendo historias para el mercado comercial. De esa etapa da noticia su trabajo en la editorial Columba, retratado de manera magistral, con las licencias literarias respectivas, en Germán. Últimas viñetas (Cristian Bernard/ Flavio Nardini, 2013), una serie de la televisión pública argentina que recupera la historia del guionista para la edad audiovisual y en la cual Miguel Ángel Solá nos entrega un Oesterheld que se acomoda de manera impecable a la imagen que muchos nos hacemos de él. Son las épocas de la clandestinidad, de las entregas de guiones a destiempo y apresuradas, del dictado de los guiones desde algún teléfono público. Los tiempos cuando sus compañeros se enteraban de su visita por las huellas de lodo que dejaba en la alfombra de las oficinas de la editorial; cuando sus colegas creían verlo en la calle disfrazado, con pelucas y ropas que eran impensables en él.
            Fue la época, también, de la segunda parte de El eternauta. Si ya en la primera versión de la historia Oesterheld aparecía, en un juego de intertextualidad digno de mención, como personaje de la ficción, como narrador testigo de lo que Juan Salvo, el navegante de la eternidad, tiene que contarle acerca del terrible futuro que le aguarda a la humanidad; en esta continuación se despoja del papel pasivo de testigo y se pone al lado del héroe. Toma partido. Enuncia que los gurbos, seres clónicos parecidos a gorilas cuya única función es secuestrar, matar y torturar, se han añadido a la nómina de invasores que aparecían en la primera versión realizada casi dos décadas antes. Su compañero en la primera aventura, Francisco Solano López,  se niega rotundamente a secundarlo en muchas de las cosas que plantea en los guiones de esta segunda parte y rehace muchas de las acciones descritas. En el nuevo cómic resultaba ya despojada de metáfora la situación que Argentina vivía en las calles. Mientras las patotas patrullaban las calles secuestrando y engrosando las listas de los desaparecidos políticos, en las páginas de El eternauta 2, Juan Salvo y Germán (Oesterheld) vuelan con enormes alas de murciélago disparando ametralladoras y defendiendo a “la gente de las cuevas”. Los últimos sobrevivientes del cataclismo que retornó a la humanidad a la época de las cavernas. En esta nueva versión el héroe protagonista también se plantea cuestiones radicales: sacrifica a Elena y Martita, su esposa e hija, en aras de un bien mayor. El mensaje era claro: no se debían regatear los sacrificios que deberían hacerse, incluso si eso implicaba la muerte de los más cercanos.
            El mensaje no era sólo lo que enunciaba Juan Salvo, era lo que pasaba por la cabeza de Oesterheld. Ante la andanada de atropellos que la dictadura militar comienza a realizar, a partir de 1976, la esposa urge a Oesterheld a sacar a sus hijas del país antes de que la mano inclemente de la represión las alcance. Él deja que esa decisión la tomen ellas de manera libre. Deciden quedarse y entonces, de manera paulatina, comienzan a desvanecerse en el medio del terror desatado por el terrorismo de Estado. Finalmente, el 27 de abril de 1977, en la ciudad de La Plata, el guionista es secuestrado por las fuerzas de la dictadura. Su estancia en los centros de detención como El Ratonero, El Sheraton y El Vesubio se adivina complicada y llena de penas. Entre ellas está el hecho de que le llevan de visita a uno de sus nietos para presionarlo a dar información, no lo hace; el custodio, admirador de sus historietas y conocedor de la tragedia familiar, decide contravenir órdenes directas y entrega al chico de escasos años a su abuela. Ellos dos y otro nieto fueron los únicos sobrevivientes de la hecatombe que se cernió sobre la familia. Uno de los últimos testimonios de sobrevivientes de los campos de concentración de la dictadura cuenta que en la Navidad de 1977 se les permitió a los presos quitarse las capuchas que cubrían de manera permanente sus cabezas, saludarse y fumar un cigarrillo. Oesterheld pidió estrechar la mano de cada uno de los detenidos que había en esa prisión, se lo concedieron. Alguno comenzó a cantar “Fiesta”, una canción de Joan Manuel Serrat que desnudaba la realidad de la dictadura franquista de manera irónica, y los demás le secundaron. “Se acabó la fiesta”, dice el último verso de la canción. Para Oesterheld se acabó de manera definitiva en alguna hora de 1978. Lejos estaba el retorno a la vida democrática de su país. Sus historietas, no obstante, se siguieron publicando, varios años después de que era una sospecha fundada su muerte. Resultaba tétrico seguir encontrándose su nombre en las portadas de Scorpio, por ejemplo, cuando muchos sabían de su trágico destino.
            A Oesterheld le gustaba definirse como “un oscuro trabajador intelectual”. Tal vez en esa apelación se encuentren todos los elementos que signaron su vida: la de un relativo anonimato, su cercanía con la clase trabajadora que justificó con la militancia clandestina hasta sus últimas consecuencias y el cultivo de la inteligencia que fue una cuestión a la que nunca estuvo dispuesto a renunciar. Juan Sasturain lo define como un hombre ético que escribía, que es una descripción que me gusta y con la cual me encuentro por completo de acuerdo. De tal manera, podemos decir que Oesterheld fue un hombre ético que escribía, cuya coherencia le obligó a vivir a la altura de sus sueños. Unos sueños que concebía no sólo sobre el papel, sino también en la realidad que le tocó habitar. 


Películas tristes

Inicio Netflix y Laura me detiene antes de poner cualquier cosa: "No escojas tus películas tristes, que luego te pones muy mal". Todo porque en la tarde el humor se me puso sombrío después de ver Shame (Steve McQueen, 2011), una peli en donde Michael Fassbender interpreta a un exitoso profesionista que utiliza el sexo como una especie de combustible o catalizador para que su vida siga fluyendo. Incapaz de establecer relaciones duraderas vuelca en la pornografía, la prostitución y el sexo casual la posibilidad de generar sensaciones que le permitan sentirse vivo. "La gente no debería casarse", le dice a una chica agradable con la que cena con un interés alejado de lo sexual en un principio, "esas cosas siempre están destinadas a terminar".
         En esa vorágine de cuerpos desnudos y rutina sin sentido, aparece su hermana menor, quien intenta de todas las maneras posibles establecer contacto con su hermano. La relación con ésta es tensa y rodeada de suposiciones que no se confirman, pero parecen lógicas: incesto, una vida infantil complicada, la violencia emocional y física como una posibilidad. "No somos malos", dice ella en algún momento, "sólo venimos de un mal lugar".
         A pesar de lo sombrío del ambiente creado por el director y de la sobria puesta en escena, la cinta no deja de ser pertubadora por el aparente vacío que el protagonista carga sobre sí. Aparente porque, en realidad, lo que existe es una sobrecarga de experiencia que no haya manera fácil de ser desahogada. Fassbender consigue transmitir ese vacío existencial de una manera sobrecogedora.
Después de verla, y con mudo reclamo de Momo porque eso retrasó su paseo vespertino, quedo con una sensación que no había tenido en mucho tiempo. Un estado de ánimo similar al que me asaltó después de ver Breaking the Waves (Lars von Trier, 1996). No puedo evitar sentir melancolía. No puedo evitar la escritura sobre ésta. Esas reacciones son las que busca, supongo, el arte.
         "No pongas otra de tus películas tristes", insiste Ella. Da inicio una función de stand up gringo en la pantalla. El sueño me vence a los pocos minutos.


Mujeres anónimas, desaparecidas, inexistentes

Se llama K. Se embarazó a los dieciséis. Estaba en la escuela y era una estudiante que cumplía con lo que se le solicitaba. Sin muchas dificultades terminaría la preparatoria, lo cual le ayudaría a mejorar la situación vital y económica en la cual se hallaba. Misma situación de las generaciones precedentes dentro de su misma familia. Pero se embarazó. Se salió de la escuela. La madre, quien también cargó con la misma situación: embarazo no planeado en la adolescencia, le retiró su apoyo. Ella se fue a vivir a la casa del padre de su hijo. Un (otro) infierno. La suegra no la quería: la corrió de manera no muy sutil. Regresó a la casa de la madre, en donde ésta, a regañadientes, la volvió a aceptar. La condición es que ayude en la casa. Que cuide a los hermanos más pequeños. Pero K se aburre. El padre del hijo le da un dinero que no siempre alcanza para cubrir los gastos del pequeño. La abuela sale al quite. Pero acumula factura en el resentimiento de utilizar las monedas en algo que podría dedicarse a otra cosa. K comienza a trabajar por las mañanas. Decide que quiere seguir estudiando, a pesar de que al padre del niño la idea no le gusta (“Sólo es perder el tiempo en pendejadas”, le ha dicho más de una vez), no obstante a la madre no le importa. Consigue trabajo en las mañanas vendiendo cualquier cosa: pan, tamales, artículos de catálogo, jugos, chucherías. Al mediodía lleva al niño a una guardería subsidiada donde se lo cuidan hasta la noche, cuando terminan sus clases. Porque ha regresado a la escuela; hace sus tareas, confía en que podrá llegar a la meta que se ha trazado. El padre de su criatura no lo sabe, es probable que le retire el dinero que le da si se llega a enterar. La madre está enojada y lleva varios días sin hablarle: ya no hay alguien que cuide a su otro hijo, el hermano de K. Pero ella es optimista. Sonríe. Y su sonrisa me duele cuando me cuenta estas cosas. Porque es una historia verdadera. Porque yo no puedo hacer gran cosa. 
         Como esta historia hay casi medio millón por año en México. Embarazos adolescentes de mujeres que así ven truncada momentáneamente su vida y todo lo que implica: escuela, futuro, experiencia, posibilidad. Y esas niñas criarán a otros niños, de los cuales más de la mitad serán mujeres, con muchas probabilidades de alimentar el círculo vicioso de la maternidad prematura y la ausencia del padre. La mayoría de estas niñas, por no decir todas, son pobres. La injusticia social opera de maneras eficientes en el objetivo de mantener a millones de personas en su misma situación.
         Platico con estudiantes que han vivido la experiencia de la maternidad temprana. La mayoría de ellas afirman que si tuvieran la posibilidad de elegir nuevamente, no tendrían a esos bebés. Lo dicen en confidencia; protegiéndose de la censura del “qué dirán” tan presto a juzgar a los demás. Decidieron tener a sus hijos por la presión familiar, por la presión de los padres de los críos (que apenas aparecieron las dificultades, la mayoría volaron), porque creían que eso le daría sentido a sus vidas, porque sabían que serían el centro de atención de su núcleo más cercano mientras durara su embarazo. 
         La clase media generalmente encumbra a los nombres que considera dignos de representar el espíritu de la lucha de las mujeres por la igualdad de derechos y oportunidades: las Malalas, las Néstoras, las Bertas Cáceres, las (oh, sí) múltiples Fridas. Pocos se detienen a pensar en la manera en cómo a medio millón de mujeres adolescentes al año se les están regateando y negando los derechos a una vida plena. Todos somos culpables de esto. Pocos pagamos las consecuencias. Hoy, 8 de marzo, yo quiero pensar en ellas."

lunes, enero 18, 2016

Entra un eslovaco a un bar...



Un viejo adagio afirma que cuando alguien intenta explicar qué es el humor, éste desaparece. Porque es cierto que cosas distintas son contar chistes y explicarlos. Al acercarnos a Mis chistes, mi filosofía de Slavoj Zizek nos queda una sensación similar.
          Sin negar que es un libro muy entretenido y, en varias partes, hilarante, no termina de ser un compilado un tanto arbitrario de chistes que utiliza en textos más amplios para reforzar alguna de las ideas que expone. En ese sentido, a la tradicional estructura enunciación + explicación + ejemplificación, se le amputa la última parte, se reúne en temas más o menos afines y se publica.
          Resulta, sin embargo, interesante la manera en cómo este pensador eslovaco ha logrado construir una figura de ícono pop en ciertos sectores de la intelectualidad a partir de utilizar elementos de la cultura de los medios para desarrollar nociones e ideas dentro de su proyecto de pensamiento. Igual Lacan, Freud o Hegel que Lady Gaga, Matrix o Los Simpson. Más allá está la manera en cómo consigue prolongar y expandir los efectos de sus performance que muchas veces incomodan a la parte restirada y solemne de la comunidad filosófica.
          En este libro se reúnen chistes sobre los más diversos temas: la sexualidad, la religión, el cristianismo, la política, la pobreza, el judaísmo, el racismo, la historia. Una parte fundamental lo constituye las partes dedicadas a rememorar (o ficcionar) el humor que se realizaba en la antigua Unión Soviética. Humor que era, sin duda, una de las pocas formas que había para plantear críticas ácidas a las decisiones tomadas desde la cúpula del régimen.
          Hay una voluntad de expresión acerca de la filosofía como la posibilidad de pensar las cosas del mundo desde la manera en cómo se manifiestan en éste. La inmediatez de las reflexiones no eluden la exposición y análisis de chistes “colorados” (sexuales, groseros, soeces, vulgares) que reflejan en muchos sentidos las preocupaciones vitales del ser humano.
          Es una lectura muy entretenida, ligera (con pizcas momentáneas de hermenéutica descontextualizada) y que funciona de manera eficaz como una introducción a la obra de uno de los pensadores más influyentes de la época contemporánea.

Slavoj Zizek, Mis chistes, mi filosofía, Barcelona, Anagrama, 2015. 

viernes, enero 15, 2016

Daytripper o los recuerdos del futuro pasado



Hay una frase que se repite de manera constante a lo largo de la serie de TV Germán: últimas viñetas en boca del personaje que alude a Héctor Germán Oesterheld: “La muerte es el personaje más importante de las historias y el más desaprovechado”, o algo así. Tal sentencia es llevada hasta sus últimas consecuencias por los autores de la novela gráfica Daytripper.
          Imaginen que existen en el mundo un par de hermanos gemelos que se dedican a escribir historias gráficas. Eso ya es, en sí, el germen de una historia fuera de lo común. La realidad, en este caso, no requiere de la ficción para que esto sea posible. Fábio Moon y Gabriel Bá son los dos gemelos que le dan vida a uno de los cómics más estimulantes que he leído en toda mi vida. No hay nada que reclamarle a esta obra que consigue remover, en más de un sentido, la reflexión del lector con respecto no de lo que los personajes viven en las viñetas, sino de lo que él mismo está haciendo con su vida.
          Daytripper aborda la vida de Brás de Oliva Domingos, un escritor que se dedica a redactar los obituarios (semblanzas funerales) en un diario de Brasil. A partir de un evento traumático, ser testigo (y más, si el lector lo decide) de un asesinato, el lugar común de “ver pasar la vida frente a tus ojos” se convierte en la manera más sencilla de explicar el desarrollo que tendrá la historia a partir de ese efectivo arranque. Acudimos a una serie de historias que nos cuentan la vida de Brás (tanto el pasado como el futuro, o los probables pasados y futuros) que se fundan en el recurso del “Y qué tal si...”. Acudimos entonces a la remembranza y a la descripción de las infinitas posibilidades.
          En cada uno de los cierres de estos capítulos el final no se modifica: Brás muere. Igual a los 11 años que a los 76. Cada secuencia nos muestra la (una) manera en la cual el protagonista verá fenecer su vida. El mensaje es transparente: la muerte acecha en todos lados y en todos momentos. Hay mucho de azar en la forma en cómo terminamos nuestras vidas. En ese sentido, uno de los mensajes más evidentes y que se hace literal hacia el final de las páginas es: si estás vivo, vive.
          Los temas que la obra aborda con una genialidad inesperada son variados. Mencioné ya que el principal es la muerte, pero también trata sobre la familia, la amistad, el amor, el desamor, la vocación, el destino, el fracaso, la relación con los padres, la idea del éxito, entre muchos otros. No es una obra que permita una interpretación única, cada lector encontrará algo que le mueva más las entrañas en su lectura.
          Es necesario señalar también el excelente trabajo visual. Las imágenes son hermosas y evocan las posibilidades de creación de estos dos artistas que, debido a su juventud, seguramente alcanzarán alturas importantes dentro del mundo de la narrativa gráfica.
          Los autores, descubro, tienen mi edad. Lo que no deja de tener cierto sabor amargo. Despierta en mí la envidia por haber conseguido, ya, una obra que aspira a la perfección. Daytripper es una obra que deben leer. Sólo si carecen de alma podrá dejarlos indiferentes.  

Fábio Moon y Gabriel Bá, Daytripper, México, Vértigo, 2015, 252 pp. 

miércoles, enero 13, 2016

Cafeto nevado



Odio la nieve. Hoy que leí la cantidad de comentarios entusiastas y emocionados por la nevada registrada en el Ajusco y la zona del Poniente de la ciudad pensé un largo rato acerca de mi aversión a los paisajes nevados. Tal reflexión me llevó, de manera previsible, a la infancia. A un recuerdo nítido que tengo de mi padre.
          A principios de los años noventa se dio un auge del precio del café a nivel mundial. En la Sierra Norte de Puebla, en la región semitropical, los ranchos cafetaleros tuvieron ganancias que generaron fortunas de manera casi inmediata en quienes poseían plantaciones de este producto.
          Mi padre, ligado por siempre a la tierra y al trabajo dedicado a ésta, compró un rancho cafetalero por la zona de Atotocoyan. Estaba entusiasmado por la adquisición. Si la demanda de los aromáticos granos se mantenía podía implicar una inversión jugosa y algunas ventajas económicas para la familia.
          La historia es corta: no pudimos levantar una sola cosecha. En el invierno del año de la adquisición de la finca, apenas a unos meses de ésta, cayó una de las nevadas-heladas más fuertes e inéditas de la cual se tuviera memoria. Los cerros quedaron cubiertos de niebla, los caminos de escarcha de rocío, de lodo endurecido, las hojas de aguanieve.
          Recuerdo la cara preocupada de mi padre la víspera, hacia el atardecer, cuando la temperatura bajó de manera sensible y era inminente que durante la noche la situación se agravaría. Tal como ocurrió.
          Al día siguiente, apenas despuntar el sol, nos dirigimos al rancho para confirmar lo que era una sospecha en la que, sin embargo, aún anidaba la esperanza.
          Las plantas de cafeto lucían hojas marchitas y algunos granos tempraneros que habían sido calcinados por el frío de la nevada. Recuerdo ese día como uno de los más tristes de mi vida. Hoy lo concibo así, también, porque sé que lo fue en mayor intensidad para mi padre. La plantación había quedado inutilizada por los caprichos del clima. Para que se pudiera recuperar en una medida similar deberían de pasar varios años.
          El hacha y la sierra golpearon durante todo el día funesto los tallos de los cafetos. Algunos cayeron con estrépito, otros ni siquiera ruido hicieron. Con cada uno de los árboles derribados se iba la mirada serena de mi padre. Los troncos sobrevivieron todavía algún tiempo entre la maleza nueva que sucedió a la tragedia. Algunos incluso atestiguaron el crecimiento de las plantas nuevas que mi padre, con la disciplina que los años y la experiencia le dieron, había depositado de nuevo sobre la tierra.
          No vimos crecer esos nuevos arbustos de arábiga. Yo, porque emigré hacia la universidad en esos años, y mi padre porque al poco tiempo vendió el terreno.
          Regreso entonces a los posts admirados y entusiastas del paisaje nevado que se ve como una maravilla inusual. Y no, sigo sin emocionarme. Reitero: odio a la nieve.