jueves, septiembre 06, 2018

Un cuento de porros

Les dejo acá el cuento ganador del Cuarto Concurso de Cuento Preuniversitario Juan Rulfo que convoca cada año la U. Iberoamericana. A razón de los hechos recientes en la Ciudad Universitaria de nuestra Máxima Casa de Estudios.
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El pito no es vitamina
Víctor Hugo González Leal
Desde el primer día me impresionó cómo se manejaban las cosas en el Bacho 9; todo eso de los porros y los desmadres que hacían. Siempre lo había escuchado mencionar de boca de todo mundo, principalmente de mi mamá que antes de entrar me advirtió que por ningún motivo me fuera a juntar con “esos buenos para nada".
          Pero lo más sensacional era que ya no tenía que cargar un estúpido uniforme con un montón de cuadritos y ya no tenía que ver con mil profesores al día, todos lagañosos y malmodientos, mirándome las nalgas cada vez que me paraba. Por eso desde que me bajó por primera vez en la secu, me prometí a mí misma que iba a hacer todo lo que fuera en contra de la sociedad, de las leyes de la metafísica, de las matemáticas, de todas las demás materias conocidas y por conocerse, y claro que ahora me encontraba en el lugar adecuado para ser la que siempre quise ser y lograr mis objetivos feministas.
          Todas las chicas de mi edad en mi situación pensaban en acabar su carrera para después ser mandadas por algún viejo panzón. Yo no. Yo quería algo realmente ambicioso y jamás realizado por ninguna niña de mi edad. Bueno, pensándolo ahora fríamente, no era tan ambicioso. Quería ser la Dirigente del Movimiento Estudiantil Porro del Bacho 9. Ese era mi sueño y por supuesto que me esforcé. ¿Qué si lo logré? Se los voy a contar cómo estuvo el show hasta el momento actual.
          Todo empezó, como les dije, desde el primer día de clases. Llegué sola, sin la compañía de mi estorbosa móder; busqué mi respectivo salón que era el 533 del tercer piso del edificio de los primeros. Cuando llegué lo primero que hice fue sacar mis dotes parlantes (léase hablantina). Ahí fue donde le hablé a la que sería la mejor de mis amigas en lo que llevo de mi corta vida; una chica súper lindísima, lo digo en el sentido de que era buena gente porque en el otro sentido, en el físico, dejaba mucho qué desear. Se llamaba Sol y era una morra chaparrita, gordita y un poco acomplejadona, porque tenía el ojo izquierdo más cerrado que el otro. Después me enteré que le decían la Coqueta, por su ojo cerrado. ¡Qué ojetes! Pero a pesar de sus complejos me identifiqué mucho con ella.
          Estuvimos conversando un buen rato, haciéndonos esas trilladas preguntas que dices cuando conoces a alguien por primera vez, y mientras platicábamos en el pasillo del edificio se acercaron unos ñeros a talonear a los hombres. Estaban bien pinches feos, con razón todos los del salón sacaron sus respectivo pesito y lo donaron involuntariamente. A nosotras las viejas nos tocaron unas gordas, una de ellas con dientes chuecos (la menciono en especial porque después esos dientes chuecos significarían mucho en mi vida). Mi amiga Sol y yo nos encontrábamos al final de la fila y le dije que no les íbamos a dar ni madres; pero Sol, asustada, me dijo: “No, manita, mejor sí hay que darles, al cabo qué tanto es un peso”. “Nel”, le respondí, “tú nomás sígueme la corriente”. Pinches gordas, se acercaron muy déspotas a pedirnos nuestro varo; pero como yo no me ando con mamadas, que relincho: “¡Sabes qué, no te voy a dar nada, porque no se me hincha la gana, y hazle como quieras!”. Le respondí así porque me dio coraje que agüevo les teníamos que aflojar y también para que se fueran dando cuenta quién era y después me ubicaran como la Dirigente con más ovarios del Bacho 9. Entonces la Lonjuda de dientes chuecos que se calienta y me dice: “¿A poco sí muy entera?”. “¿Pues a poco no?”, que le respondo. Ya se iban a armar los descontones cuando la pendeja de la Sol que la caga diciendo: “No, amiga, si quieres yo te pago lo de ella y lo mío”. “Pues ¿sabes qué? Ya no quiero tu mugre baro, ahora sí es algo personal”, me dijo la Lonjuda para meterme miedo. Nada más no le respondí con una cachetada porque venía subiendo la maestra. Pensándolo bien, creo que fue mejor que Sol la hubiera cajeteado y que la maestra igual y me la mandó diosito porque si no me hubieran roto toda mi jefecita entera. Hasta la puerca de dientes chuecos estuvo de acuerdo y me dijo: “Te salvó la campana, valedora, pero ahorita regreso por mi cambio”. No ladró más, agarró su bandita de feos y gordas y que se larga.
          Sol y yo estábamos algo nerviosas; aunque yo no lo demostraba, sol sí estaba verdaderamente asustadota, más que nada por lo que dijo al último la obesa de que regresaría por su cambio. Luego de ese percance estábamos como que más unidas; hasta nos sentamos juntas en la primera clase de la Pasita (así le decían a la maestra por arrugada, no crean que yo me la paso inventando apodos).
          En realidad a mí los nervios me hacen sentir adrenalina y aunque estuvo mejor que no hubiera pasado nada, en el fondo era lo que yo andaba buscando. Quería que sucedieran cosas. Eso de romperme la mami a cachetadas, jaladas de greña y apretón de chichas me apasionaba muchísimo.
          Una ocasión en la secundaria que le rajo su madre a un chamaco que me andaba castrando que mi mamá era la conserje de la escuela; y al chile sí era, pero al culero qué le importaba. Por eso lo mandé al hospital tres días inconsciente, por los palazos que le di en la tatema. Está bien que sea vieja, pero no pendeja.
          La maestra Pasita nos aventó la misma terapia del porrismo que me advirtió mi mamá antes de pisar la prepa; y por supuesto que no les iba a hacer caso a ninguno de los dos vejestorios.
          Fue ahí terminando la clase de la maestre Pasita cuando me di cuenta de la magnitud de banda que había en la escuela. Todos con el mismo objetivo: bajarle los humos a esta bella flaca que se le puso al pedo a la gorda (o sea, yo meroles). Debo reconocer que ahora sí estaba paniqueada cuando se dejaron venir todos en bola y me metieron a un salón desocupado para que no vieran los maestros. Me jalé a la Sol para no estar solita. Entonces que se acerca un bato, pelón, alto y narizón. Le decían el Masa. Él era el que movía a todos los malandrines adentro y fuera del Bacho. Todo lo que decía ese mono era respetado hasta por los pinchis conserjes (sin ofender a mi jefa, por supuesto).
          Debo aclarar que el tal Masa sería el culpable de una preocupación que me trae por la calle de la amargura en estos momentos, y que más adelante detallaré.
          - Ya me dijeron que te pasaste de la raya- dijo-. ¿Pero sabes qué? No hay pedo, no te guardamos rencor. Ya vimos que tienes huevitos y te vengo a hacer una propuesta.
          -¿Cuál?- le pregunté.
          Todo me esperaba en esos momentos: una zapatiza, algún puñetazo o mínimo un correjendo (un trancazo con el codo), pero menos que me invitara a ser parte de ellos. ¿Que si acepté? Claro, pues de eso pedía mi limosna. Acepté de boleto y de boleto ya era una porra más. Lo que seguía era ir escalando y las cosas se me estaban dando muy rápido, hasta poder ser la dirigente y sustituir a ese incoherente del Masa. Ah, se me olvidaba que mi amiga Sol también era ya de la flota pesada, porque le hice aceptar a pellizcos. Le dijeron: “¿Y tú, Coqueta, aceptas sí o no?”. Y todos empezaron a reír y la pobre más agüevo que de ganas dijo que sí. Por eso les digo que los ojetes sacaron provecho de su ojo medio cerrado. Y fue así como nos presentaron a toda la raza, incluyendo a la Lonjuda que se me hizo como de mi familia. Después de todo la pinchi gordita no era tan mamona como cuando me taloneó. Luego me pidió perdón en la fiesta y con unos tequilas encima hasta lloramos juntas.
          Así como lo oyen, no invitaron a un reven que organizó el Masa para los de nuevo ingreso. De ahí en adelante ese fue el principio de mi nueva era de porra demadorsa. Sentí bien chido bajar las escaleras y salir del plantel con las miradas del mundo encima. Realmente me sentía importante, casi casi una Britney Spears cualquiera. Ya afuera del Bacho secuestraron unos camiones y los llevaron hasta la entrada. Toda la banda grifa con sus jerseis. El Masa era el que comandaba a todos. Él organizaba cómo íbamos a ir y por dónde. Corría de un lado al otro. Se veía imponente y la verdad tenía madera de líder. Sol y yo lo mirábamos desde las ventanillas de uno de los cinco camiones formados. A todas las chicas nos dejaron los asientos y los chavos parados y otros colgados de la puerta y las ventanas. Así fueron desfilando uno detrás del otro hasta llegar al festín. En todo el trayecto se fueron aventando porras, incluyendo la famosa de “Al chofer no se le para”.
          Cuando arribamos a la fiesta ya había algo de gente, pero sin duda nosotros llegamos a poner el relajo. Sol tenía un sentimiento de culpa por no haber entrado a clases, pero yo no. El huateque estaba del uno; todos bailando, chupando y hasta moneando. Yo por primera vez no me sentía la niña reprimida de siempre; al contrario, me sentía como la Gloria Trevi cuando salió de la cárcel: libre, libre, libre.
          Aunque después cambiamos a mezcal, empezamos a chupar cerveza. Yo ya había tomado chela en la secu, cuando nos íbamos de pinta, pero no recuerdo haber sentido el sabor del alcohol tan rico como ese día, y de tan sabroso que me supo, no me pregunten cómo terminé. Pues efectivamente me pusue hasta las manitas. Luego de un rato de merengues, salsas y huarachas, se me estaba trepando, me sentía entonada. Fue ahí cuando la Lonjuda me pidió perdón y chillamos abrazadas. La mayoría de los güeyes con los que bailaba me decían que tenía buena pompi y que era muy guapa. No es por presumir pero lo que se de cada quien sí tengo buena nalga y es que nunca antes nadie me había dicho un elogio, por mínimo que fuera (por eso sentía chido los piropos). Siempre me hacían sentir mal, principalmente mi mamá con sus insultos y frases hirientes como: “eres una pendeja”, “una buena para nada”, “escuincla malcriada”, “babosa”, “nunca haces algo bien”, entre muchísimas otras frases bellas.
          Y también esto de mi colita yo creo que inspiró al Masa para sacarme a bailar. La neta es que sí me llamaba la atención el güey, Lo que más me latía de él era los pelón. Debo confesar que me encantan los pelones, altos como él. Bailamos pegaditos una bandita y me dijo que nos saliéramos de la fiesta, lo cual obedecí de volada. Nos recargamos en un carro y ahí me aventó el típico choro mareador, que me cerró los ojos como por arte de magia (hasta el momento actual). Para ser más concreta ese cerrón de ojos es el raro efecto que sentimos las mujeres cuando estamos enamoradas y nos obliga a perdonar todas las canalladas que nos hacen los hombres. Me dijo que nunca había conocido una chava tan simpática como yo, que mis ojos eran dos estrellas que bajan a iluminar su ser. ¡Puta, qué original! Eso lo ha de haber escuchad en alguna telenovela. También me dijo que me iba a ser fiel. ¡Sí, cómo no! Total que en ese momento se lo creí; claro que también los mezcalazos lo estaban ayudando, pues me hizo creer que era la más especial para él. Esa plática fue el 70% de convencimiento y el otro 30% eran sus labios carnositos que se me antojaban un chingo. ¿Que si lo bese? No nada más lo besé, sino que nos aventamos un fajesote incandescente, con decirles que después de ese faje le decían “El Pulpo”. Yo sentí sus manos por todo mi cuerpo, principalmente en mis senos y en mi voluptuosos trasero. Luego me quiso meter los dedulces ahí donde les platiqué. Pero su intento solo llegó hasta mi vello púbico, no porque yo no quisiera, sino por los pantos súper apretados que llevaba. Estábamos disfrutando de lo más rico cuando de nuevo llegó la Sol a zurrarla, que nos fueramos porque se estaban peleando. El Masa no dijo nada y se echó a correr a la fiesta, a repartir fregadazos a diestra y siniestra.. Sol y yo ya no vimos la riña, ni nos despedimos de nadie. Ahora sí como quien dice, agarramos nuestros tliliches y que nos largamos. Sol estaba en su juicio, mientras que yo andaba hasta atrás y me ayudó a llegar a mi casa. Después me dijo que hicimos mil cosas para que me bajara el cuete y nada. También dijo que me guacareaba por todos lados. Después de un día tan intenso de estudiar, llegué a mi cantón. Todavía me acuerdo que me sentí peda. Mi mamá ya estaba en la casa, pero ella como si yo fuera un fantasma ni me peló, como siempre. Ni siquiera un “qué tal te fue”. Nada. Tampoco se dio línea de que me encontraba en estado de ebriedad. Yo fui la que le dijo “Ya vine” y solo con un leve movimiento de cabeza me respondió, sin dejar de ver su taranovela, pero ya no era raro para mí. Realmente nunca me ponía atención ni platicaba conmigo. Pero eso sí, que no fueran sus amiguitos o sus vecinas chismosotas porque se desvive en hacerles la plática.
          Les voy a confesar algo: en realidad quería ser la dirigente de los porros del Bacho 9 para que mi mamá viera que sí podía hacer algo, que tengo mi ovarios bien puestos y no como ella decía que nunca hago nada bien. Me acuerdo que en la primaria aunque sacaba buenas calificaciones, siempre buscaba un buen pretexto para enojarse conmigo y regañarme de cualquier cosita. Siempre sacó las frustraciones de su vida conmigo. Allá en su trabajo de conserje la mandaban a lavar los baños (con la punta del pie la trataban), y como no les podía decir nada, llegaba a desquitarse conmigo. Luego nada más porque no hacía mi tarea ni lavba bien los trastes me agarraba a cuerazos con el cable de la plancha, o me dejaba castigada en el sol. Me acuerdo de eso y me da mucho coraje. Me dan ganas de chupar, o de pegarle a alguien. Pero ahora sí me le pongo, a madrazos si es posible. Ya no soy la niña inofensiva de uniforme de diez años. Esa noche en que llegué todavía peda a mi casa saqué en conclusión que en lo que respecta a mi progenitora ni maiz que le importaba yo. La única con la que me sentí identificada era con Sol y no perdía las esperanzas que la banda del Bacho fuera como mi familia. Los sentimientos de tristeza, de nostalgia, la soledad y la depresión que sentía ese día, me orillaron a convertirme en un ser que no sabía por dónde dirigirse. Me orillaron a destruirme, a sentirme confundida. Estaba desubicada e insegura y todos los adjetivos que se le pueden agregar a un ser insignificante como yo; aunque ya me sentía así, ese día lo terminé de reforzar. Desde esa vez mi vida se volvió un caos. Literalmente les dejé encargadas las riendas de mi vida a los famosos porros del Bacho 9.
          De ahí en adelante corrió todo tipo de drogas por mis venas: mariguana, heroína, chochos, activo. Del chupe ni se diga. Desmadres a madre. Relaciones exuales con el que se ma antojara, Total, a quién le importaba...
          ¿Que si entraba a clases? Claro que no, decidí dejarlo por la paz. Todos los días me salí de mi chante como si fuera a aprender de la física moderna y del cálculo diferencial; pero me iba de despapayosa y solo lo hacía para chingar a mi mamá. La neta es que no era muy difícil ser porro. Solo llegaba y me sentaba enfrente de la escuela con alguna substancia que apendejara y ya. Por si fuera poco, ya era oficialmente porra, pues me dieron mi bienvenida con unos patines en el trasero y yo tenía que pasar corriendo con esa bola de ñeros formado unos enfrente de otro. Terminé súper revolcada, pero valía la pena. Luego me compré mmi jersey que decía: Bachilleres cien por ciento independiente”. También aprendí a hacer petardos Esto sí era fascinante. Me sentía como Einstein cuando tuvo la fórmula de la bomba atómica.
          Los primeros días de mi turbulenta vida dizque estudiantil Sol me acompañaba a todos lados. Éramos inseparables. Me decía que yo era su mejor amiga. La banda la quería no porque fuera un buen elemento, sino porque luego se mochaba chido con el chupe. Como era hija única, sus papás le daban todo. Sus papás como que ya se daban color de que andaba en malos pasos, pero nunca la habían descubierto hasta que un día sí estuvo criminal. Veníamos de retache de una disco cuando de repente se subieron al micro dos tipos; uno de ellos traía el jerco de la Voca 10. Me cai que todos veníamos bien relax y el estúpido del Masa nos ordenó que le hiciéramos una esquina. No rebuznó más y se dirigió a los del jersey y empezaron a forcejearse, calentándose de volón y que le suelta unos cabezasos. Nosotros cuando vimos eso que nos vamos sobres. Sí nos estábamos manchando con todo. Yo también le di unas cachetadas a uno de ellos. Sol nomás veía y la gente se nos quedaba viendo. Y cuál va siendo nuestra sorpresa que el chofer agarra y se para junto a una patrulla. Le contó todo el show y luego de un rato que llega un operativo bien cabrón; hasta parecía que habían encontrado al mismísimo Chapo Guzmán. Nos bajaron a punta de macaneos. Rápido que tiro los churros de mota que traía. Nos recargaron en la pared con las manos en la nuca y las piernas abiertas, después de unas manoseadas. Total que no nos encontraron nada, son con aliento alcohólico. Eso sí, el tufo estaba con todo. Nos llevaron al ministerio público y nos metieron a los separos, pero nos hicieron quitar los cinturones, agujetas, hebillas, dizque para que no atentáramos en contra de nuestra persona. Ya vas.
          Nos dieron chance de que les echáramos un fonazo a nuestros familiares. Sol estaba que se la llevaba la... Yo al contrario, me sentí feliz de vivir una experiencia semejante. Adentro, en una pared, escribí: AQUÍ ESTUBO BUZY. Y también garabatié en un corazón flechado: BUSY Y EL MASA. Entonces con todo el miedo natural, Sol que le habla a sus papis. Pobre de ella porque sus jefes is la procuraban y de repente recibir una llamada desde el ministerio público pues cualquiera se sacaría de onda. Yo también le hablé a mi mamá, pero para decirle que me iba a quedar en casa de la Sol. Y que mañana regresaba. La ventaja de nosotras es que éramos menores de edad y por eso nos dejaron salir antes de que llegaran los papás de mi amiga. Luego me platicó que sus jefes le pusieron una archi recontra cagada y que la amenazaron que la iban a cambiar de escuela. Qué cómo era posible que se anduviera juntando con esos vagos. Y como yo no me quería quedar solita afuera con ese frío, pedí a los polis que me volvieran a entuzar, para cumplir mis reglamentarias veinticuatro horas.
          Los siguientes días, igual. Más pedas y más drogas. Principalmente las monas con vainilla que nada más de acordarme se me hace agua la boca. Nos la pasábamos taloneando a los de primero, la Lonjuda y yo. Muy a menudo nos íbamos de compras en camiones obviamente secuestrados. Llegábamos a algún establecimiento y arrasábamos con todo. Dos que tres veces sí me fui rayada, con gorras, chamarras, zapatos, etc. A Sol ya la traían bien checadita. Su mamá la llevaba e iba por ella a la escuela. Dejó de juntarse con nosotros, mientras yo cada vez más clavada con el porrismo y con el Masa. En reaidad yo me metía muchas cosas todos los días. Fumábamos mariguana y chochos a madres. Hasta llegué a probar el cemento. Igual llegaba a mi casa súper tomada y mi mamá viendo su telenovela me contestaba con la cabeza. A veces sentía que me iba a quedar tiesa de una sobredosis.
          Después de varios días de tanto relajo, llegó el esperado aniversario de la escuela. Ese día fuimos muchos al festín, incluyendo a Sol. Ella estaba decepcionada de mí porque yo le tupía duro a las drogas alucinantes; trataba de hacerme recapacitar pero nada. Y es que yo jalaba parejo con los hombres. Si ellos se metían tres chochos, yo cuatro. Si se aventaban seis piedras, yo siete. Ese día del aniversario me divertí muy bonito. Bailamos toda la tarde y yo me desnudé. Bueno, tanto así no, pero sí enseñé enfrente de todos mis teclitas. Todos me gritaban: “¡Pelos! ¡Pelos! ¡Pelos!”, pero ni madres, esos solo eran del Masa. Esa tarde, al salir de la fiesta, yo estaba botando la lágrima con Sol y ella me consolaba. Todos estábamos en la pendeja cuando de pronto escuchamos con mucha potencia las porras del Cetis 54. Nos invadían por doquier. Mi valedora y yo corrimos a escondernos debajo de un camión. Solo se alcanzaban a ver pies corriendo desesperadamente. Se escuchaban petardos que explotaban por todo lados. El ruido ensordecedor y el relámpago que prendía y apagaba en décimas de segundo. Hasta lo grifa se me quitó del susto. Luego de unos minutos todo se escuchó de nuevo normal. Salimos y todos estaban reunidos afuera del toquín. Muchos heridos, otros más sofocados de la corrediza que pegaron. La Lonjuda estaba algo herida. Dijo que le pegaron con un palo. Lo bueno fue que se encogió y tapó su cabeza con las manos, que si no, ya no la hubiera contado. El Masa se encontraba sumamente enojado. Ese mismo día armamos un plan de contra ataque. Total que ya había pasado lo peor. Mi amiguis y yo ya nos íbamos a su cantón cuando no sé quién chingados sacó que nos la íbamos a seguir en el depa de alguien; le dije a Sol si le atorábamos y ella me contestó que le tenía que llegar a us vivienda. A mí fácil me convencieron, nada más con decirme que iba a haber chupe de a grapa y no lo pensé dos veces.
          Ya en el depa las cosas se pusieron chidas. Ese día probé por primera vez las tachas y los chocolates. Eran de las pocas drogas que me faltaban consumir. Luego un compa se puso a tocar unos tambores y todo lo seguimos, saltando y cantando alrededor de él. Mientras todos disfrutábamos de sus saltos, el Masa estaba solo en el sillón. Yo veía por el espejo que se le quedaba viendo fijamente a mis glúteos. Me desafané del círculo y me acerqué a preguntarle qué tenía. Me respondió que nada y nos besamos apasionadamente. Después de tanto besito en el oído yo ya me estaba prendiendo y fue ahí cuando oportunamente me propuso que nos fuéramos al cuarto. Apenas estábamos entrando y él ya se estaba desabrochando el cinturón y bajando los pantalones. Luego en un abrir y cerra de ojos ya lo tenía encima. Me quitó desesperadamente la blusa y luego aventó el cinturón y me bajó el pantalón. Después, ahí sí más lento, deslizó mi tanga por todas mi piernas hasta llegar a mis pies. Mis bubis las sacó por debajo del brasier, sin quitármelo. Y comenzamos el acto sexual. La mayoría de las viejas quieren que la primera vez sea con el amor de su vida; en una cama con rosas y música bajita y brindando con champaña. Lo mío era simplemente lo contrario. Yo lo que quería era bajarme la calnetura. Fue en el suelo porque ni cama hubo. La música eran los ebrios cantando la música del Recodo. La champaña era el aguardiente que nos reventamos. Esa relación fue el hecho más feliz de mi existencia. La ternura del Masa, el amor que fluía, la delicade... bueno, para qué les miento, la neta es que no sentí ni maiz palomero. Ningún orgasmo. En primera él sabía a activo mezclado con aguarrás. En segunda no duramos ni cinco minutos. Era precoz el culero. Todo el rato lo hicimos de laredo. ¿Pues a poco así sin imaginación? Y en tercera, pinche pitito que no me hizo sentir ni un calambre. Lo chistoso fue que a pesar de sus limitaciones, lo seguimos haciendo infinidad de veces, sin protección y sin nada, así al chinguesumadre.
          Yo intuía que lo que estaba haciendo no era lo correcto, pero por más que quería dejar todo no podía. Muchas veces intenté dejar las drogas y al Masa y volvía recaer. También a veces llegaba desesperada a buscar a Sol, e íbamos a clínicas de recuperación, pero solo asistía la primera sesión y jamás volvía. De verdad que quería cambiar. Ser una chava diferente, sin vicios. Pero los chochos, los hongos y el Masa, podían más que yo.
          Sin duda el terremoto del relajo ya había arrasado conmigo. Me había destrozado. Yo ya era la reina más jaladora del Bacho 9. En ese momento yo ya movía a las viejas, junto con la Lonjuda, y eso de ser la dirigente del Movimiento Estudiantil Porro del Bacho 9 ya no me interesaba. Se me hacía mala honda quitarle el puesto a mi galán. Aunque me clavaba en una sola pregunta: ¿Y ahora que? Si mi mamá ni me seguía pelando. Solo habían empeorado las cosas con ella. Ya me había advertido que si seguía llegando peda, me iba a enjaular en una clínica. No supe si ya le había demostrado los ovarios que tenía, o si se daba cuanta que ya hacía algo de provecho, como mover a las chicas de la banda. Lo que sí sabía yo, era que sin duda era dependiente del alucín y de estar en otra dimensión. Y que mis sentimientos de inferioridad estaban más remarcados que nunca. No sabía si ir para adelante, para atrás o qué chingados. Mi mamá por su parte nunca se cansaba de ver su eterna telenovela y mover su cabeza en señal de reprobar mi actitud.
          Y cuando me encontraba en ese abismo obscuro sin salida, del puro desmadre, drogas, sexo y alcohol, llegó la luz divina que me hizo recapacitar. Tuvo que ser así, con ese hecho trágico, de otra manera jamás lo hubiera logrado. Todavía de recordarlo hasta las lágrimas se me salen. Si no hubiera recapacitado esa vez no sé qué sería de mi vida en este momento. ¿Qué fue lo que pasó? Así sucedió la tragedia. Había llegado el momento de cobrar venganza a los del Cetis 54. Y todo estábamos listos. Nos armamos de petardos y bombas molotov. Eran como las ocho y media de la noche. Íbamos un puterísimo de banda. Todos callados, tensos, nadie decía nada. Se sentí una vibra súper negativa. Bueno, muy pesada. Para llegar a nuestro destino teníamos que pasar por una calle larga y en la mera esquina estaba el Cetis. Ahí se paró el Masa y dijo que si alguien se caía no regresaríamos por él. Después de eso empezamos a correr hacia la puerta principal y luego luego sonó la sirena que ponen en esos caso de agandalle. Cuando llegamos a la esquina, todos aventaron sus petardos. Le Lonjuda y yo estábamos al frente, ella al lado mía aventó su bomba molotov y se echó a correr. Yo hice lo mismo. Ya íbamos de regreso, cuando nos dimos cuante que alguien del Cetis nos atacaba. Solamente se veían destellos de luces y monedas, clavos y demás, volando por todos lados. Fue ese el momento que cambió mi vida y me hizo reflexionar. Un petardo alcanzó la cara de la Lonjuda. Varias monedas le atravesaron los sesos. El rostro se le hizo carnitas. Al instante cayó bañada en sangre y convulsionada. Si ese petardo se hubiera movido un poco a la derecha, yo hubiera sido la de las carnitas. Qué diferencia había, solo unos centímetros. En realidad yo era la que estaba buscando la muerte. Quería autodestruirme con tanta porquería que me metía. Ahora la Lonjuda había pagado las consecuencias de ser porra del Bacho 9. Y yo para allá iba. Entonces me di color en dónde estaba parada, que me estaban consumiendo mis vicios y que tardo o temprano terminaría así como ella, con los sesos de fuera y sin que a nadie le importara realmente (ni a mi madre, que seguí embobada en su telenovela).
          Desde ese petardazo decidí no volver a consumir drogas ni alcohol. Más que nada porque la única perjudicada era yo misma. Gracias a Dios en estos momentos estoy recibiendo ayuda psicológica. Ahora me doy cuenta de todas las babosadas que hice mal. Efectivamente, hacía todo eso para llamar la atención de mi mamá. Buscaba amor y consejos en seres que estaban igual o más desubicados que yo (léase el Masa y compañía). Ahora sé que Dios me dio otra oportunidad. El sicólogo me aconsejó que me quisiera a mí misma, que yo cambiara porque mi mamá jamás iba a cambiar si no se lo proponía. Ahorita sí me quedaría esa canción de la Leona Dormida: “hoy voy a cambiar, revisar bien mis maletas...” y donde se avienta ese choro súper desgarrador que, por cierto, está patético.
          Después de esta tragedia, le pedí ayuda a la maestra Pasita. Ella bien buena onda me conectó con este psicólogo. La maestra ya sabía todo, porque Sol le había contado mi situación, pero no sabía cómo acercarse a mí. También a veces me apoya económicamente, porque ya no vivo con mi mamá. Me corrió de la casa porque encontró mairguana en mi cuarto. Me dijo que ya no quería seguir manteniendo a una drogadicta buena para nada. Ahora vivo en casa de mi amiguis Sol. Un rato nada más, luego veo a dónde me voy.
          ¿Que si ya estoy mejor? Dentro de lo que cabe, sí. Ahorita me estoy desintoxicando. Hay persona muy lindas que me apoyan como Sol, la Pasita y mi sicólogo. Aunque la vida parece que me tiene muchas sospresas, pues ya encarrerada y aquí entre nos, les voy a confesar algo que si se logra me desgraciaría mi futuro. Creo que estoy en Barcelona. O sea, que estoy embarazada. No me ha bajado desde hace dos meses y esto me tiene muy preocupada. Ya le dije a mi cuatacha la Sol y ella me dica que a lo mejor es un embarazo sicológico, pero yo no creo. También le dije al Masa, pero el muy puto se abrió y también afirma que es sicológico; pero porque cree que me metí con mi sicólogo. Me amenazó que si en realidad estaba embarazada iba a ser mi pedo. Negó tajantemente que fuera suyo, ni que mi primera vez, la de los cinco minutos, había sido con él. Se atrevió a decirme que yo era una golfa, que nada más se fijó en mí por mi pedorro. Y que la primera vez que estuvimos yo ya me la comía hasta doblada. Pues me vale madre, que se vaya a la chingada. Al cabo ni lo necesito. Lo siento por mi hijo -si acaso resultan ciertas mis sospechas de embarazo- que va a crecer sin papá narizón.
          Me voy a hacer unos análisis y si no estoy embarazada me voy a largar a los Estados Unidos con mi hermana y ahora sí le voy a echar ganas al estudio; pero si sí estoy pastel, ni pedo, ya me chingué.