miércoles, marzo 27, 2013

Peludos (y letales) animalitos


We3 es, sin lugar a dudas, uno de los mejores cómics que he leído. Tiene todos los elementos que permiten que la lectura sea una cuestión agradable y que el hecho de llegar al final de la obra nos deje con sensaciones encontradas: satisfechos por haber encontrado algo valioso y tristes porque llegó a su fin.
De la autoría de Grant Morrison (The Invisibles, Seaguy)y con dibujos de Frank Quitely, We3 nos cuenta la historia de un conejo (Pirate), un gato (Tinker) y un perro (Bandit) que pertenecen a la categoría de animales perdidos de los cuales sus dueños no vuelven a tener noticias. Éstos, sin embargo, no encuentran un nuevo hogar o se transforman en unos habitantes en tránsito continuo por las calles. No: se convierten en un experimento de las Fuerzas Armadas de los EEUU.
A través del trabajo de científicos se transforma la naturaleza y rol de las mascotas en beneficio de la violencia y la guerra. Entre los científicos sobresale el personaje de Roseanne Berry, una doctora que al tener un rasgo básico de humanidad, la piedad, decide dejar en libertad a los animales que se consideran como elementos desechables del plan militar. El plan militar consiste en convertir en ciborgs dotados de una capacidad destructiva impresionante a los tres animales. Las armaduras que se les colocan, se controlan por las propias terminales nerviosas de los animales, así como por un "control remoto" con el cual los encargados del proyecto creen tener todo, precisamente, controlado.


La repentina libertad de los tres del título, desata una persecusión que se torna en pesadilla sangrienta. Morrison sabe combinar la naturaleza instintiva de sus personajes con la posibilidad destructiva de los cyborgs semi-humanizados al hacerlos propietarios de elementos de comunicación lingüística mínimos a través de monosílabos. Es esa humanización precaria lo que vuelve a los personajes principales por completo empáticos con su lector y que mueve a éste a reflexionar sobre temas por demás importantes.

A partir de estas premisas, Morrison despierta el debate acerca de cuestiones como la inocencia del instinto, el valor de la amistad incluso en especies que se asumen antagónicas, la toma de responsabilidades bajo la forma del sacrificio y el hallar la esperanza, con respecto de los humanos, precisamente en personas en las cuales el sistema se ha ensañado para hacerlos objetos de desprecio e indignidad.
Como una fábula contemporánea, We3 nos revela una finísima metáfora de lo que significa ser humano y de lo que la ética, como sistema rector de la toma de decisiones (u omisiones), representa para que la aniquilación no sea su única meta. Más que disfrutable.

Grant Morrison y Frank Quitely, We3, New York, Vertigo, 2011.

viernes, marzo 22, 2013

El que lea esto es un estúpido: acercamiento al “jejejeísmo”



Hay expresiones dentro del habla cotidiana que tienen una función amortiguadora y eufemística con respecto del mensaje original. Frases como “no me lo tomes a mal, pero...” o “no te vayas a enojar por lo que voy a decir”. Y después viene un ramalazo que tiene un efecto demoledor, generalmente ofensivo, ante el cual el interlocutor no sabe bien cómo reaccionar porque la frase antepuesta al madrazo lo descoloca de inicio. En inglés tiene su correspondencia en el “please don't offense”.
     En estos tiempos de redes sociales y economías lingüísticas las fórmulas cortesanas han mudado en nuevas formas de amortiguar los madrazos retóricos. El usuario de estos medios sustituye la fórmula por una onomatopeya que pretende simular la risita irónica del que no habla en serio. “Jejeje” se pone ahora después de una ofensa o comentario malintencionado en la búsqueda de que el lector de éste se descoloque y dude acerca de responder a lo dicho por el bromista interlocutor.
     Estas cuestiones rebajan y pauperizan aquello que Schopenhauer denominaba “el arte de insultar”. La búsqueda de una salida elegante o de una respuesta ingeniosa, en donde personajes como el mismo padre del pesimismo profundo, Oscar Wilde, Mark Twain o Winston Churchill eran unos expertos, ha mudado hoy al ser grosero y tratar de ocultarlo poniendo “jejeje” al final de lo escrito. Imagínense ustedes los escenarios virtuales en donde cabrían frases como las que se escriben a continuación:
  1. No es que seas fea, también estás gorda. Jejeje.
  2. Si no fuera tu güey me lo tumbaba. Jejeje.
  3. No eres más idiota porque no eres más viejo. Jejeje.
  4. [En el pie de una foto] Ay, no mames, ¿quién te atropelló? Jejeje.
  5. Lo tuyo no es distracción, es estupidez. Jejeje.
La inclusión de paréntesis o corchetes hacen más evidente el sentido-irónico-inverso (si algo así existe) de lo dicho.
  1. Eres un apestado, a ti nadie te quiere. (Jejeje).
  2. Pinche mantenido, a ver cuándo te sales de la casa de tus papás. (Jejeje).
Otra forma de amortiguación en redes sociales es el “no es cierto”, que sigue al dicho ofensivo original. El caso de los corchetes-paréntesis también aplica.
  1. Estás hermosa, ¿cuándo nos damos unos besos? (No es cierto).
  2. Mucha fiesta, ¿no? Te voy a llevar a AA. (No es cierto).
El grado último de amortiguación ofensiva es la combinación de las dos partículas (“jejeje, no es cierto”, o invertido), en lo cual podría aventurarse una regla que implicara, en analogía matemática, que la doble negación es, en la práctica, una afirmación.
  1. Estás bien bonita, lástima que soy gay. (No es cierto, jejeje).
  2. Lo que no sabes, amiga, es que me fui con tu esposo, después del trabajo, al hotel. (No es cierto, jejeje).
Es claro que lo aquí expuesto es cuestionable. Habrá quienes hayan construido un código de interlocución en donde el uso de estas fórmulas sea claro y no se preste a equívocos. Si dudan de haber establecido tal código con alguien que se los “jejea”, creo que los están tratando como a estúpidos. Je, je, je.

jueves, marzo 21, 2013

Echarle ganitas



El “echarleganismo” es un mal patrio. Implica que se reconozca un esfuerzo mínimo, generalmente estéril, como si se tratara de una nueva enunciación de la teoría de la relatividad. Primo-hermano del “sehizoloquesepudo”, el “echarleganismo” es uno de los pretextos preferidos para hacerse el digno y ofenderse cuando alguien le dice al ofendido que “echarle ganitas” no es suficiente.
      Lo anterior a colación porque en estos días estoy haciendo evaluaciones preliminares a mis estudiantes de preparatoria y uno de ellos, con una candidez digna de mejor causa, me soltó el “debería evaluarme como 'bien' porque no terminé, pero sí le eché ganas”. Entonces le expliqué que soy un detractor de tan funesta ideología. Y se enojó. Y salió dando un portazo porque “no le reconocí el esfuerzo”. Esto que cuento a nivel de oficina de profesor asalariado se repite en escenarios que nos otrogan, incluso, elementos para discernir acerca de nuestra tan traída y llevada identidad nacional.
          Echarle ganas basta para que los fanáticos de un club de futbol cualquiera reafirmen su militancia porque sus jugadores “se rompieron el almeee” en la cancha, aunque hayan perdido por cinco a cero. El “echarleganismo” parece la corriente ideológica a la que se adhieren la mayoría de nuestros políticos profesionales: “nosotros queríamos ser honestos y trabajar para el pueblo; nos ganó la inercia, pero de que le echamos ganas, le echamos ganas".
          Esta funesta costumbre podría estar detrás del fatalismo con el que estamos dispuestos a asumir la derrota. “Echarle ganas” es suficiente. Lo importante no es ganar, sino echarle ganas. De tal manera, esta forma de asumir la vida se convierte en meta última. El reconocimiento no se da por alcanzar un objetivo previsto, sino por hacer “el máximo esfuerzo” para conseguirlo. A través de esta justificación uno está destinado a no fracasar (o a creer que no se fracasa) en los contextos más variados de la vida: el matrimonio (“antes del divorcio le echamos hartas ganas”), la crianza de los hijos (“le echamos hartas ganas para educarlo, pero al final le gustó más el chemo”), los objetivos laborales (“sabíamos que no terminaríamos, pero le echamos ganas”), la historia patria (“nos ganaron los franceses, pero el 5 de mayo le echamos hartas ganas”) y la función pública (“prometo echarle ganas a lo que tenga que hacer, y si no que la nación me lo demande”).
          Regreso al estudiante “echarleganoso”. Si se asume como suficiente el esfuerzo mínimo sin la obtención del resultado previsto, estaremos generando seres humanos incompletos que crecerán con la idea de que el esfuerzo, más que el hecho de concluir procesos, es la meta de la educación. Y eso nos da como resultado una realidad de sistema educativo trunco donde los estudiantes, los profesores y los funcionarios cumplen (o creen cumplir) con echarle ganas. Y no vale entonces exigirle más a casi cualquier eslabón del sistema porque todos, desde su cómoda posición, “le han echado ganas”.
          Sin educación, que es decir sin herramientas para interpretar, confrontar y transformar el mundo, los ciudadanos de un país se convierten en elementos de fácil manipulación, explotación y abuso por parte de aquellos que no se conformaron con “echarle ganas”. ¿Encuentran, como yo, más de un sentido en el orgullo extremo de ser (o cacarear ser) “la raza de bronce”? Échenle ganas, o no, ustedes deciden. 

miércoles, marzo 20, 2013

La felicidad está de moda



Hoy me entero que hay un Día Internacional de la Felicidad. Es el primer año que se celebra. Supongo que los usos y costumbres del jolgorio irán mudando cada año. Y habrá que atenerse a la creatividad de los más entusiastas. Así como San Valentín parece el Día Internacional del Globo Metálico y el 8 de marzo el Día Interplanetario del Meme Cursi, no nos debería de extrañar que algo similar se invente para este día.
       Antes de que el destino nos alcance, y en arranque de Nostradamus, dejo aquí algunas cosas que podrían suceder en años próximos:
  1. El gobierno de la Ciudad convocará a los capitalinos al Zócalo para romper el récord Guiness de la ciudad más feliz del planeta. Habrá albercas portátiles y pistas de hielo: para todos los gustos.
  2. Se grabará una canción alusiva a la celebración con los cantantes más felices del mundito del espectáculo: Gloria Trevi, Ivonne e Ivette y las edecanes de ¡Venga la alegría! (Ay, sí, nadie sabe de qué estoy hablando).
  3. Andrés Manuel reclamará ante la ONU que la idea de la felicidad fue de él y que la celebración es, previsiblemente, espuria.
  4. Habrá un maratón de programas de Eugenio Derbez en la TV. El mismo día le harán un homenaje: estará gordo y pelón. Se parecerá a Harvey Pekar.
  5. Llevarán a Chespirito al Estadio Azteca en una cámara criogénica para hacerle otro homenaje. Aparecerá Enrique Peña Nieto disfrazado del Chapulín Colorado.
  6. Aparecerán activistas por los Derechos Humanos que argumentarán ante la Conapred que la celebración discrimina a los emos. Los emos serán felices (porque estarán más tristes [¡Oh, divino oxímoron!]).
  7. Los diputados se ofrecerán como víctimas de un juego que consista en atinarle a un blanco para que caigan en una tina llena de agua del desagüe. La multitud desbordará la atracción y todo terminará en una desgracia.
  8. Se develará una estatua de Jorge Ibargüengoitia aludiendo a su genial sentido del humor. El discurso lo hará Elena Poniatowska. Nadie se reirá.
  9. Habrá potenciales suicidas en el metro que ofrecerán sonrisas y pretenderán obligarte a sonreír.
  10. Se regalarán chocolates con el pretexto de que tienen sustancias que liberan las endorfinas que nos hacen creer que somos felices.
  11. Y los que resulten...