domingo, noviembre 30, 2008

Las palabras


El buen Carlos Ríos, escritor argentino y mi tutor en el proyecto que tengo con el Foescap, tuvo a bien regalarme, con suma generosidad, el libro de Andrés Rivera, La revolución es un sueño eterno. Rivera es un autor de quien ya había leído con anterioridad Tierra de exilio que otro muy querido amigo, Andrés Kozel, había tenido a bien regalarme. Rivera es un escritor difícil, raro de leer. Un escritor que hace literatura más que carnaza de mercado.
          La revolución... narra la historia de Juan José Castelli, representante de la Primera Junta independentista del Ejército del Norte en el Virreinato del Río de La Plata y cómo, después de aportar para la causa de la independencia muere de un cáncer de lengua, en la soledad y empobrecido.
          Hay dos fragmentos que me han llamado poderosamente la atención, sobre todo porque se pueden extrapolar de ese discurso de novela histórica (que no lo es) y aplicarse a la vida cotidiana. A los conflictos más latentes de la propia vida personal. Uno de ellos tiene que ver con la escritura y la posibilidad de definirse a partir de ésta:
Yo, ¿quién soy?
          Yo, que me pregunto quién soy, miro mi mano, esta mano y la pluma que sostiene esta mano, y la letra apretada y aún firme que traza, con la pluma, esta mano, en las hojas de un cuaderno de tapas rojas.
          [...] ¿Qué soy? ¿Un actor que levanta sus ojos de un cuaderno de tapas rojas, y mira la transparente penumbra de una habitación sin ventanas, de techo alto, y que sugiere, desde ese escenario, al público que lo contempla, que el invierno llegó a la ciudad?
          [...] ¿Soy un actor que, mudo, mira, desde el escenario, al público que lo contempla, y se ríe? [...] ¿De qué se ríe el que está en el escenario, sea quien sea el que está en el escenario?
          [...] ¿Soy un actor que escribe que se ríe de él y de las vidas que vivió: que se ríe de la historia -un escenario tan irreal como el que él, ahora, ocupa- y de los hombres que lo cruzan, de los papeles que encarnan y de los que renuncian a encarnar? ¿De las marionetas que proliferan, tenaces en el escenario de la historia, y que mastican ceniza?
          [...] ¿Soy el público que contempla a un actor mudo, y que le devuelve, con las simetrías implacables de un espejo, sus representaciones; y que, sin embargo, a veces celebra la risa de viejo ventrílocuo que le emerge -espasmódica, sigilosa y fría- del centro del cuerpo?
          Yo, ¿quién soy?

Otro de los fragmentos es el que abre la historia. Uno de los inicios más fuertes que he leído:
Escribo: un tumor me pudre la lengua. Y el tumor que la pudre me asesina con la perversa lentitud de un verdugo de pesadilla.
          [...] Y ahora escribo: me llamaron -¿importa cuándo?- el orador de la Revolución. Escribo: una risa larga y trastornada se enrosca en el vientre de quien fue llamado el orador de la Revolución. Escribo: mi boca no ríe.

Hay detrás de todas estas páginas, breves pero de una fuerza impresionante, una necesidad de reflejar la importancia que tienen las palabras para los seres humanos. Y no sólo las palabras, sino el sonido de éstas. Perseguimos los sonidos descifrables de las palabras. En momentos en que las ausencias se marcan de manera importante una de las cosas que extrañamos es el sonido de las palabras. Y entonces buscamos encontrarlas en otros. Y, aunque no hablemos, dejamos que el sonido de las palabras de los demás nos confirmen la humanidad. Cuando llega el silencio y uno se encuentra de frente con sus propios pensamientos, también hechos de palabras, puede corroborar que los sonidos más crueles y sinceros son aquellos que resuenan en nuestra propia cabeza. Nuestras propias palabras de las que no podemos, aunque lo deseemos, huir. Yo, por lo mientras, duermo con la televisión prendida.

viernes, noviembre 28, 2008

Los temores más profundos


Uno toma conciencia de la vigencia de un autor cuando sus poemas no dejan de tener valor y significado. Cuando siguen dando consuelo, cuando se regresa a esas lecturas para intentar explicar(nos) las cosas y explicarnos a secas. Shakespeare es de ésos. Uno puede pretender haberlo leído todo, pero siempre el retorno a eso que se supone comprendido implica un nuevo descubrimiento. Redescubrir a esos hombres que, a pesar de la distancia que nos separa en el tiempo, siguen conservando la bendición de dialogar con los temores más profundos del ser humano.


No longer mourn for me when I am dead
Than you shall hear the surly sullen bell
Give warning to the world that I am fled
From this vile world, with vilest worms to dwell:
Nay, if you read this line, remember not
The hand that write it; for I love you so,
That I in your sweet thoughts would be forgot,
If thinking on me then should make you woe.

O, if, I say, you look upon this verse
When I perhaps compounded am whit clay,
Do not so much as my poor name rehearse;
But let your love even with my life decay;

Lest the wise world should look into your moan,
And mock you with me after I am gone.

[Cuando haya muerto, llórame tan sólo
mientras escuches la campana triste,
anunciadora al mundo de mi fuga
del mundo vil hacia el gusano infame.
Y no evoques, si lees esta rima,
la mano que la escribe, pues te quiero
tanto que hasta tu olvido prefiriera
a saber que te amarga mi memoria.

Pero si acaso miras estos versos
cuando del barro nada me separe,
ni siquiera mi pobre nombre digas
y que tu amor conmigo se marchite,

para que el sabio en tu llorar no indague
y se burle de ti por el ausente.]

Soneto 71

jueves, noviembre 27, 2008

El demonio de la felicidad


Uno de los motivos más recurrentes de las reflexiones acerca de la propia vida tiene que ver con la espera. La tendencia a preguntarse acerca de aquello que nos espera en el futuro. Un futuro siempre presente, pero que se aleja constantemente. Ese horizonte que la espera inaugura en el futuro muda en utopía cuando las razones que lo hacen posible se refugian en el territorio de lo deseable e ideal.
          ¿Qué esperamos? Espera proviene de la raíz indoeuropea spe que significa extenderse, ensancharse, crecer. En latín muda a spes, que refleja la inminencia de un suceso feliz. En ese sentido, hay dos palabras hermanadas: espera y esperanza. Ensancharse en la posibilidad de obtener la felicidad. Uno, al final, espera eso. La felicidad. Para los griegos tiene una connotación que la acerca a la divinidad maligna (en una cadena Eudamonia/eu, "bien"/ daimwn, "divinidad"/ eudáimon derivó en nuestro idioma en "demonio", pero que para los griegos era un buen demonio, aquél que llevaba lo bueno); para los romanos, en cambio, el significado es más transparente (Felix, plural felices, proviene al mismo tiempo del verbo felare, "mamar" y se utilizaba para descirbir a la mujer que amamantaba). La felicidad entonces se deriva de algo asociado a lo divino y algo asociado a los vínculos filiales.
          La espera de la felicidad, entonces se traduce en la búsqueda y el fin de lo humano. Uno está esperando a ese demonio que pueda traernos una felicidad comparable al lazo que une a una madre con su hijo. Interpretación abusiva que, sin embargo, reviste un mucho de esa imposibilidad de satisfacer la espera.
          Algunas mujeres dicen que los hombres andamos buscando no una compañera, sino una madre. Freud introdujo más elementos en el debate, incluyendo el deseo inconsciente por ésta. Creo que la espera del demonio se reduce a la búsqueda de esa sensación que implicaba la protección, la alimentación, el arropo, la defensa, las garantías de sobrevivencia en los momentos en que la indefensión es evidente. Buscamos la sensación. Esperamos.

martes, noviembre 25, 2008

evocación del miedo


Sentir el alma reptando
loca, acalorada
humo de cigarro consumido
intentando escapar
al mundo
afuera
al mundo

fuego interno
saliva amarga
rabia contenida
miedo
tiempo suspendido
ausencia
miedo

salir al sol
romper el cerco
hasta caer
consumido
por los primeras
luces de la mañana

domingo, noviembre 23, 2008

Hecho mierda


Este fin de semana, a marchas forzadas y en dos maratónicas jornadas de sol a sol como decían los antiguos, por fin pude terminar el segundo (tercero a decir de mi tutor) capítulo de la tesis de maestría, que consiste en una revisión biográfica de la vida de Héctor Germán Oesterheld. El autor de El eternauta, Mort Cinder y más de 200 personajes de historieta que todavía hoy deambulan por ahí.
          Era consciente la postergación que había hecho de ese último momento que representaba terminar de contar (me) el proceso mediante el cual HGO había ido a engrosar (junto con cuatro hijas, dos yernos y dos nietos) las largas listas de desaparecidos del Proceso de Reorganización Nacional de la Argentina. Que es decir la dictadura militar del 76.
          Tal como había previsto, terminé hecho mierda. Abrumado por tanto dolor, tanta infamia, tanta falta de humanidad. El proceso que lleva a Oesterheld de pasar a vivir a la clandestinidad hasta su nunca confirmada muerte, es un proceso lleno de dolor para los que lo conocemos por primera vez y, más aún, para los sobrevivientes (Elsa Sánchez de Oesterheld y sus dos nietos: Martín y Fernando) de esa terrible odisea. Conocer los nombres, las edades de los protagonistas otorgan una cercanía que rompe hasta al mas cuadrado, retrógrada y cínico.
          Tuve que parar muchas veces a lo largo de la redacción del texto. Donde escribo hay una ventana que da a la calle, en un primer piso. Me levantaba como buscando no ver más, no hurgar más en esa tragedia. No sentir más con esa historia. Prendía un cigarrillo (estoy fumando otra vez) y me ponía un largo rato a mirar la calle. Esperando que comenzara una nevada mortal o que no tuviera que regresar a escribir. Y sin embargo lo hice. No puedo negar que el llanto me nubló la vista más de una vez. El investigador objetivo se fue de paseo. Yo no podía ver más que las consecuencias que ser humano representa.
Me queda la imagen de Elsa, la viuda, sus últimas palabras citadas, como un hierro a fuego vivo: "Yo ya he gastado todo el miedo del mundo". Es verdad.

Acá les dejo esa última parte, es un texto largo, para quien le quiera echar un ojo.

¿Y qué otra cosa puedo hacer? ¿Acaso no somos todos responsables de la misma tarea de mejorar la vida? Yo sólo sé que el peronismo es un trabajo y que hay que hacerlo. (Héctor Germán Oesterheld)

Te estoy hablando de una generación y de una manera de entender la realidad, cuando estoy hablando de Oesterheld. Insisto: creo que cuando uno nombra al Viejo, y uno nombra la obra del Viejo, uno entra en la polémica que abre la obra del Viejo, la polémica que está en las preguntas que vos me hiciste acerca de la historieta más política o menos política. Estás entrando en un personaje que tiene un talento enorme, una vasta producción, es decir, es un tipo riquísimo. Es un modelo de intelectual, como es un modelo de intelectual Rodolfo Walsh. Yo creo que ellos son dos modelos paradigmáticos de intelectuales que se comprometen con su pueblo, que hacen un pasaje desde el intelectual burgués convencional liberal al modelo comprometido. No se puede entender un arte desprendido de su pueblo, ¿no? Eso de… describe tu aldea y serás universal… yo creo que Oesterheld lo pone en práctica. (Guillermo Saccomanno)

Yo adoraba mis árboles, mis plantas, y los caracoles me las comían. Entonces había que matar los caracoles que eran plaga, y él sufría porque tenía que ponerles veneno a los caracoles. Me decía: “…pobrecitos, tienen derecho a vivir”. Ese hombre es el que después aceptó una modificación semejante dentro de su propia conciencia. No lo puedo entender: eso es lo que quisiera preguntarle: “¿Por qué llegaste a esto? ¿Qué te metieron en la cabeza?... si vos no eras así”. (Elsa Sánchez de Oesterheld)


Una de las imágenes que más curiosidad pueden despertar es la de imaginar a Héctor Germán Oesterheld y a Jorge Luis Borges platicando en la semioscuridad de la Biblioteca Nacional. Elsa insiste de manera reiterada sobre esos encuentros que se daban de manera esporádica, en los cuales esas dos imaginaciones de los mundos de lo fantástico e increíble se cruzaban. No hay un estudio que pueda documentar esta situación, pero queda claro que las afinidades narrativas se pueden dar por sentadas. Algunos afirman que Oesterheld visitaba a Borges en la Biblioteca Nacional y charlaban largamente, mientras caminaban por esa ciudad que sería invadida por los extraterrestres de Oesterheld y redibujada por los personajes inubicables de Borges. La historia, o la ficción, se encargaría de ponerlos a ambos en su lugar. Y, al menos en un aspecto, se encontraron en sitios opuestos observando el paso de la historia.
(seguir leyendo acá...)

sábado, noviembre 22, 2008

Cineclub de madrugada



Soñar no cuesta nada (Colombia, Rodrigo Triana, 2006)

Esta madrugada vi una película que el buen Mauricio Aranguren tuvo a bien pasarme y que relata la historia de una célula del ejército colombiano que, en 2003, encontró varios bidones de plástico con dinero que las FARC habían obtenido para financiarse. La suma alcanzaba la friolera de 46 millones de dólares, de los cuales, según informaciones, sólo se han recuperado 550 000 dólares. Una historia que desnuda muchas realidades, acá la historia real.
          La película se llama Soñar no cuesta nada y la dirige Rodrigo Triana (Como el gato y el ratón [2002] y varias telenovelas) El caso es que la película es entretenida, aunque el ritmo decae hacia el final en lugar de intensificarse. La gran anécdota del soldado cagón que descubre el dinero, es sustituido por el paseo que los soldados, de licencia, se dan por burdeles, tiendas de ropa de marca, concesionarias de automóviles donde compran camionetas de contado y en efectivo.
          Las actuaciones son bastante contenidas, aunque el ambiente de los burdeles y de las prostitutas de plástico que presentan me siguen pareciendo bastante inverosímil. Las reflexiones, que la peli no se atreve a hacer, irían en otro sentido.
          La vida de los soldados, incluyendo los profesionales de campo norteamericanos, resulta nada envidiable. Hay una disparidad entre los sueldos de los políticos que usan a los soldados y los soldados mismos. La tentación que debe resultar encontrarse con esa mina de oro y pasarla por alto debe ser más que irresistible.
          "Esta platica ni es de aquí, son dólares, a nadie le va a afectar que nos la quedemos", dice alguno de los soldados. Refleja también las condiciones precarias que enfrentan los hombres comunes y corrientes en un conflicto que se ha agudizado con los años y que el narcotráfico y la corrupción ha vuelto cada vez más complejo.
          Con historias paralelas que nunca llegan a desarrollarse del todo, la película se deja ver; la música es prescindible, con la riqueza musical del país resulta un tanto desafortunada la elección del score. En fin, lo mantiene a uno despierto en esos momentos en que sólo se puede estar despierto.

viernes, noviembre 21, 2008

Terapia de limpieza

Mi comportamiento fisiológico de los últimos días ha sido errático. Me duermo muy temprano, despierto en la madrugada. No puedo volver a dormir. La Manchas se ha hartado de mí y ahora duerme en la sala. Pero llega exacta a las 5.15 am para reclamar su ración de croquetas geriátricas que una veterinaria (que sabe lo que hace, la Manchas no ha tenido ninguna crisis desde el día que le diagnosticaron leucemia viral) le recetó por ruquita. El Suadero es cool y duerme con su tranquilidad de eunuco envidiable.
En cambio yo, me sorprendo a las 3 am. prendiendo la tele para ver que logro cazar. Me han ocurrido buenas cosas. El otro día me tope con Sideways. Me gustó tanto que terminé de verla antes de caer en la duermevela de la segunda madrugada (cuando se pone más oscuro).

Soy Miles, sin barba y con más pelo arriba.

En una madrugada distinta me topé con otra cinta navideña, interesante, sobre un tipo con exceso de buena suerte, pero con una familia de ésas que uno no pone como ejemplo: 29th Street. En fin, que por no dejar, también terminé de verla.

Tener buena suerte y, además, ser demasiado listo.

El caso es que esta madrugada no había nada interesante y lo que hice fue ponerme a limpiar mi cuarto. Entre otras cosas porque el polvo, los periódicos atrasados, los libros terminados y que no habían regresado a la biblioteca, la ropa sucia que tiene que esperar al fin de semana para la lavandería, la ropa limpia que había que doblar y/o planchar, los dvd's fuera de su cajita. En fin, que entre sacudir, acomodar, guardar, acomodar, mover, enrollar y demás, se me fue toda la mañana. Era urgente la limpieza porque doña Magos (véase foto en la parte inferior), se rompió un pie bajándose de un micro y no ha ido en casi un mes.

Doña Magos, en su época de actriz en Apocalypto
La idea es que hacer la limpieza resultó una terapia para el que esto escribe. Pude ver un poco de más orden y me sentí útil y no un bulto tirado entre las sábanas. Mi recámara luce habitable y los cocodrilos fueron expulsados del baño. Cuando terminé emití un enorme suspiro. Si mi ánimo sigue como hasta ahora, seguro terminaré limpiando hasta las líneas que dividen los mosaicos de la regadera.

martes, noviembre 18, 2008

Encuentro de claridades


Las cosas ocurren, a veces, por casualidad. Así es como uno termina entrando a lugares en los que no se hubiera imaginado nunca entrar sin haberlo planeado antes cuidadosamente. Así es como uno termina dentro de un foro de teatro a punto de ver una obra de la que no se tienen referentes, pero confiando en diosito y demás santos que resulte algo bueno. Y uno empieza a desconfiar. El cartel parece hecho en un Photoshop de aficionado: desenfocado, con letras de distintas familias, con una distribución poco amable. Vamos, como cartel de AA o de clases de guitarra los sábados.
          El lugar es chiquito y la escenografía apenas un casi-cubo dentro de un cubo-cubo. Iluminado. Dentro una actriz (Úrsula Pruneda) lidiando con una silla blanca como el resto de las paredes del casi-cubo. Al principio se mira con indiferencia, como pasando por alto la tendencia declamatoria que la actriz no puede controlar. Pero eso no ocurre todo el tiempo. Ocurre también la empatía y la convicción de que alguien común y corriente menciona las palabras que salen de los labios de la actriz. Rl tema es el abandono. La soledad. La añoranza. La costumbre.
          Después entra él, el actor (Mauricio García Solano) dueño de las tablas. Buen control. Buen actor. Pero frágil, inseguro como personaje. Visita a su familia en París y recuerda a la otra (la otra una) en México. Y el tema es la soledad. Y el tedio. Y la esperanza. Y la desidia. Y la huída.
          Uno se olvida de que el tiempo transcurre. Allí, en esa oscuridad en que los dos actores obligan a los dos personajes a darse. Y se dan por completo. Se aman. Nunca se odiaron. Al final resulta que, a pesar de que el público (yo) creía que estaban en la misma ciudad y con la misma gente, resulta que no. Que están en otro(s) lado(s). La luz se apaga y uno tiene que aplaudir porque se siente realmente conmovido.
          De más está decir que el texto es hermoso (sí, hermoso, mira que adjetivo tan poco común) y la adaptación digna de mencionarse. Me gustó. Mucho.


(A poco no el cartel es malito, malito)

ENCUENTRO DE CLARIDADES
Basada en los libros "El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida"de Philippe Delerm y "Jugo de naranja" de Carmen Villoro.

Idea original y dirección: Sandra Félix

Con: Úrsula Pruneda y Mauricio García Lozano
Escenografía e iluminación: Philippe Amand
Diseño de vestuario: Edyta Rzewuska
Adaptación teatral: Ángeles Hernández
Ilustraciones escénicas: Ximena Cuevas

Del 15 de agosto al 23 de noviembre 2008
Jueves, viernes y sábados: 19:00 hrs.
Domingo 18:00 hrs.

sábado, noviembre 15, 2008

El umbral (fragmento)


Fue una noche agitada cuando Sacramento descubrió las huídas de su hija. Mercedes salía después de la medianoche y se internaba en el monte. Cruzaba el pequeño arroyo donde las mujeres acudían a llenar sus cántaros, cubetas y ollas de agua para las tareas de la casa. Sacramento creyó, en un primer momento, que Mariana podría tener un amante. Alguien del pueblo al que no podía ver durante el día. Trató de reconstruir las actitudes de su hija en esos días, y no pudo llegar a establecer el momento en el cual ella hubiera podido conocer a alguien del pueblo. Los únicos días en los que salía de la casa eran los jueves de mercado y él estaba siempre con ella. Y en esas ocasiones sólo llegaba a intercambiar monosílabos con los cada vez más reducidos clientes. Un amante no podría ser.
         La curiosidad se unió a la preocupación y, con mucho cuidado, siguió a su hija a través de las veredas que rodeaban la casa y que se internaban totalmente en el cerro. Mariana llevaba una veladora y parecía conocer el camino a la perfección. En ningún momento dudó de la dirección que tomaba. A Sacramento las cosas no le parecían tan fáciles, comenzó a rezagarse, y sólo se guiaba por la luz de la veladora que titilaba cada vez más lejos. Era una noche de luna, pero ésta se había ocultado tras de algunas nubes que impedían que la luz del astro se filtrara entre las ramas de los árboles. De pronto, allá a lo lejos, la luz se detuvo. Se quedó inmóvil, como si algo la estuviera sosteniendo. Se apagó. Sacramento se detuvo. Por unos instantes pensó que tal vez su hija lo había descubierto y apagó la veladora para impedir que pudiera seguirla por más tiempo. El silencio se enseñoreó de la tierra y Sacramento estuvo a poco tiempo de volver sobre sus pasos.
         De repente, nuevamente una luz se vio en la dirección en que se había apagado la veladora. Sacramento comenzó a caminar con decisión. La luz se hizo cada vez más intensa, Mariana estaba encendiendo fuego en el bosque. Sacramento llegó hasta un lugar en que podía observar sin que su hija se percatara de su presencia.
         Ella alimentaba un fueguito que de repente comenzó a crecer. El olor a ocote quemado llegó hasta las narices de Sacramento. Ese aroma se transformó de repente en algo más agradable, más penetrante. Mariana ponía sobre el fuego manojos de hierba seca que chisporroteaban y rápidamente se unía al fuego. Entonces comenzó la letanía. Sacramento había oído muchas veces a su madre repetir esas mismas palabras. Estaban en totonaco. Retumbaban en los oídos de su memoria, pero también en ese paraje en cual su hija había comenzado a decir más fuertes las mismas palabras. Cada vez que comenzaba nuevamente la letanía arrojaba un rollo de hierbas distintas.
         Sacramento comenzó a inquietarse. Su madre había realizado esos conjuros, pero nunca en medio del bosque, a medianoche. O tal vez nunca se enteró. Le comenzó a doler la cabeza. Mariana se había puesto de pie frente a la hoguera que ahora alumbraba una parte de su rostro. A Sacramento le pareció que su hija había envejecido de manera repentina. Su silueta se dibujaba a contraluz del fuego. Ahora la letanía se hacía cada vez más lenta y crecía el volumen. Las palabras comenzaron a esparcirse entre las ramas de los árboles del bosque. Comenzaron a ascender hacia el cielo. Sacramento las veía escalar una a una las ramas hacia las copas de los árboles. Como pequeñas ardillas que estaban convencidas de poder volar.
         Mariana calló. A Sacramento el dolor le comenzaba a crecer y a palpitarle en las sienes cada vez más fuerte. La luna se despojó de su velo de nubes y alumbró el claro donde Mariana seguía de pie, inmóvil. Como esperando. Sacramento no sabía si lo que retumbaba estaba en su cabeza, en su corazón o en el alma misma del bosque. La luna iluminó por completo a Mariana en medio del claro. Sacramento se dobló sobre sí mismo, puso una rodilla sobre la tierra. El umbral de luz se abrió. Él sabía que no le quedaba mucho tiempo. Miró al claro, pero la luz era cada vez más intensa. Creyó ver una sombra que se acercaba a Mariana desde el fondo oscuro de los árboles. Intentó pararse pero, entonces, la luz lo atrapó y lo arrastró consigo a la inconsciencia. En el medio del umbral, Sacramento creyó ver cómo las palabras bajaron de los árboles y se acercaban a ver su cuerpo inerme.

martes, noviembre 11, 2008

Sólo ese hombre (fragmento)


Sentía la entrepierna húmeda, necesitada. Con los ojos cerrados disfrutaba el paseo que la lengua de ese hombre estaba dando a lo largo y ancho de su cuerpo. Los besos que de repente se volvían mordiscos la enervaban al grado de tener que arquear la espalda pensando que podía elevarse hacia el cielo. En esos momentos era leve como una pluma, frágil como un diente de león. Ese hombre la tocaba con paciencia, con infinita suavidad. Sus manos recorrían todas las partes de su cuerpo. Avanzaban presurosas, se detenían, giraban, se retorcían. Ella aspiraba el aire de la cueva. Sabía que entraba por su nariz como niebla azul y después escapaba por su boca como aliento rojo, encendido, crepuscular. Ese hombre la sabía de memoria y se regocijaba en su conocimiento. Con toda la alevosía del caso humedecía su lengua o dejaba resbalar los dedos como patas de inofensiva araña por los costados de sus piernas. Ella lo dejaba deslizarse como en un tobogán sin fondo. El deseo le crecía en racimos, en llamaradas. Se sabía casi consumida cuando ese hombre tomaba su cintura y se acomodaba sobre ella. Comenzaba a girar el techo lleno de puntas de piedra que amenazaban con derrumbarse en cualquier momento. Comenzaba a inundarse el lecho de piedras y el arroyuelo que corría a los pies, justo en medio de la gruta, cambiaba repentino de color. Ella lo sentía y sólo entonces sabía. Sólo entonces. Ese hombre tenía los argumentos y las armas. Poseía las razones y los actos. Y ella lo sabía. Y lo entendía. Y se entregaba. Mansamente se ponía a horcadas sobre ese hombre y dejaba que la memoria del instinto se manifestara. Lo cabalgaba con la rabia y con la calma, con el tiempo y con el miedo. Ese hombre la miraba, nunca cerraba los ojos, nunca se daba tregua. Afuera la noche caía blanda sobre los árboles y las piedras. Ella notaba que la noche había llegado cuando el rostro del hombre se le desaparecía y sólo veía, a veces, la silueta de su cuerpo contra la entrada de la gruta. O veía en sus ojos la luz de la luna o las estrellas que el arroyuelo que corría en medio de la cueva reflejaba. Era entonces el tiempo de la tregua. El tiempo del abrazo. Del silencio y la inmovilidad. El tiempo de la presencia cierta. Natalia nunca lo sabría, pero ése era el tiempo en el cual ese hombre decidía cerrar los ojos y dejarse arrastrar al territorio del sueño. No en términos del descanso, sino en los de vivir con suma ansiedad la naturaleza del deseo.

sábado, noviembre 08, 2008

Buenas nuevas


Hoy por la mañana encontré un mensaje que había quedado almacenado en mi contestadora desde el día de ayer y que, por distracción o por traer la cabeza en otro lado, no había escuchado. Era la voz argentina de Eduardo Mosches que me informaba que mi novela El instante había sido elegida por el jurado del 4º Premio Nacional de Jóvenes Narradores María Luisa Puga como ganadora del certamen.
La escritura de este texto comenzó [y casi concluyó] en 2002. Se pasó un rato abandonada, almacenada, fragmentada en la red; hasta que una semana antes de que venciera el plazo para entregar los manuscritos decidí que intentaría reescribirla para mandarla al concurso. Realicé modificaciones importantes, como fragmentar los enormes párrafos que constituían cada uno de los capítulos, cambiar los nombres de algunos personajes, eliminar algunos capítulos que no pegaban con lo demás, etc.
No voy a decir que la mandé como por no dejar. Uno no manda (o no debería hacerlo) sus manuscritos esperando perder. De hecho es el otro extremo el que nos llama poderosamente la atención. Pero también se sabe que otros como uno van y meten sus textos al concurso. Y que es muy probable que esos textos sean mejores que los propios. Pero bueno, que uno manda la novela y espera que un poco de fortuna se extienda hasta nuestros dominios.
Este año pasó algo. Yo quería que pasara. Tengo casi tres años sin publicar algo de ficción. De ese vicio que me llama tanto la atención. Y este año se dio. Por fin. Recupero la fe, mientras sentimientos varios se revuelven en mi alma. Probablemente tenga muchas cosas por escribir y haya gente que las quiera leer. Por lo mientras acá continúo.
Les dejo un fragmentito ad hoc:

Total que, entre tantas versiones, lo único cierto era la sutura de catorce puntos catorce que corrían perpendicularmente a la cicatriz que era evidente desde que entré a trabajar a este antro de mierda. Ahora lucía una espantosa X en la frente. Como si la mano de Dios estuviera contabilizando los aciertos y los errores de sus creaciones. Yo había resultado imperfecto. Estaba condenado a llevar por el resto de mis días la evidencia de que no había resultado agraciado en el reparto de dones y que, por el contrario, la Autoridad Superior se había dignado hacerlo evidente poniéndole un tache a mi persona.

El mundo está lleno de aciertos y errores. El hecho de que en la escuela nos califiquen con una palomita (triunfante, que apunta hacia el cielo en busca de la excelencia, que es angulada, perfecta) las respuestas correctas y con un tache (imperfecto, feo, símbolo de dos líneas que caen al mismo tiempo y que se estorban entre ellas las ojetes) los errores, no es para nada arbitrario. En la escuela secundaria había tenido una maestra que estaba obsesionada con la idea de los taches y las palomitas, sobre su escritorio siempre estaban dos lapiceros de tintas de colores harto significativo: con el rojo ponía los taches y las palomitas con el verde. Como si se tratara de cuestiones semafóricas. Rojo: ¡detente pendejo!, vas por el camino equivocado, tu vida es un error y será mejor que lo resuelvas ya, antes de que no quede de ti más que una plasta de intestinos embarrada sobre el pavimento como una prueba fehaciente de que quisiste cruzar el arroyo de la vida sin atender las señales que ésta, tu agente de tránsito preferida, te estaba mandando. Verde: adelante, el camino del éxito te espera, la vida te sonríe, camina sobre el mundo sin temor, tus respuestas son correctas, tus actitudes las adecuadas. De repente, un día en el que no había en el salón de clases más alma que la mía, el resentimiento de años de ver mis inmaculados cuadernos blancos y cuadriculados manchados por el rojo de la ignominia, no permitieron que el placer sádico de aquella bestia del infierno continuara. Los lapiceros me sonreían como diciéndome: ahora sí, mamoncito, a ver si de veras eres tan rudo como quieres aparentar. A ver si de veras lo que pase en tu vida te vale madres.
No lo pensé dos veces, tomé la pluma roja y la escondí entre mis calzones, esperando que con ese acto de rebeldía se terminara de una vez por todas el martirio de ver mi libreta llena de manchas rectas de color rojo. Cuando la arpía llegó y pretendió calificar los ejercicios que momentos antes había dejado sobre el pizarrón, no pudo contener un grito interrogativo que clamaba por la ausencia de su pluma roja. La buscó por todos lados de su escritorio, vació su portafolio corriente sobre el escritorio y se puso en cuatro patas para buscar por el suelo el arma con la que diariamente se daba a la tarea de degollarnos simbólicamente. Empresa fracasada e inútil. La pluma no apareció por ningún lado. Después de momentos de tensión interminable en los que creí que sería descubierto o en los que sentí claramente como el puto lapicero me traicionaba y comenzaba a escurrir por mis entrepiernas poniéndome en evidencia, la bestia lanzó un bufido, se dejó caer en su asiento completamente derrotada. Ese día los taches fueron verdes. Era un triunfo, a pesar de que era evidente que los errores eran superiores en número a los aciertos, el sólo hecho de que estuvieran pintados de un color distinto significó una alegría inexplicable para mi corazón.

Taches verdes. Una señal que te decía que a veces era válido equivocarte, que a pesar de cagarla una infinidad de veces a lo largo de tu vida, aún podías darte el lujo de poder alcanzar el ansiado derecho de sobresalir. Podías ser alguien importante sólo si tus taches estaban puestos con tinta verde. El tache que traía en la frente era de ese color. Era un tache enorme que no significaba un error sino una oportunidad de demostrar que los errores nunca son definitivos. Al día siguiente los taches volvieron a ser de un rojo brillante, el rojo de una pluma nueva, la vieja fue a parar al fondo de un depósito de agua de los asquerosos baños escolares, degradándose rápidamente y dejando escapar el precioso líquido hacia las entrañas de la ciudad.


miércoles, noviembre 05, 2008

Calaveras recicladas

Un poco tarde. Escritas hace tiempo. Sin embargo, creo, no han perdido actualidad.

El trabajo

Hoy mismo se ha decretado
en toditos los lugares
que el trabajo en el país
ha partido hacia otros mares.

Se rumora que está muerto
pero no hay confirmación,
la muerte en rueda de prensa
nos ha dado su versión.

Dice que ha visto en sus tierras
un montón de desempleados
leyendo la nota roja
y avisos clasificados.

Nadie ha encontrado trabajo
y tan sólo de ambulante
se salva el trabajador
del infierno calcinante.

Por la mañana ha salido
en los diarios la noticia:
han hallado al asesino
que es ejemplo de codicia.

La muerte juzga en el acto
y los condena al averno,
allá van en fila india
funcionarios del gobierno.

Los desempleados festejan,
la muerte les hizo el paro,
pues saben que en el panteón
no vale ningún amparo.

La inseguridad

Voy a contar una historia,
biografía no autorizada,
lo que le pasó a la muerte
al salir de su morada.

Caminando por la calle
la atracaron en un puente,
le quitaron la guadaña
y le tumbaron dos dientes.

Abordó un taxi pirata
sin tomar sus precauciones
y el rata que manejaba
le quitó hasta los calzones.

La aventaron en un bordo
sin ropa y medio violada,
cuando dos tipos dijeron
se diera por secuestrada.

Le quitaron la cartera,
como aves de mal agüero,
ordeñaron sus tarjetas
hasta dejarlas en cero.

Desde entonces y hasta ahora
la muerte no ha visto acción,
pues tiene un miedo consciente
a abandonar su panteón.

La policía, mientras tanto,
busca a los criminales
no ha encontrado sospechosos,
pues todos son sus carnales.


Vicente Fox

Dicen que nació en un rancho
rodeado por los magueyes,
y que murió en un discurso
en medio de puros bueyes.

Fue un presidente muy culto
y le gustaban las letras,
de José Luis Borgues sabía
todas las Obras completas.

Prometió mucho en campaña
transformar nuestro país,
con sus botas de charol
ha vuelto loca a París.

Anda a pleitos con la prensa
por todos lados le llueve,
oírlo hablar por la radio
la pena ajena nos mueve.

Se murió de puro susto,
pues entre fieros aullidos,
la muerte andaba cargando
con chiquillas y chiquillos.

Se casó con la pelona
para salir del panteón,
ahora, como su señora,
figura Martha Sahagún.

Osama Bin Laden

Encontraron hoy el cuerpo
sin saber de quién sería,
cuando entre sus ropas vieron
que era agente de la CIA.

Al principio nadie quiso
pronunciar su raro nombre
era Osama Bin Laden
y que nadie se me asombre.

Era un hombre millonario
petrolero pa’ más señas,
que trajo a los gringos siempre
entre ojos y de las greñas.

Lo acusaron ante el mundo
de ser un gran terrorista,
cuando ya iban a apresarlo
que se les pierde de vista.

Vagó por el gran desierto
donde no hay ni triste lago
para pasar las fronteras
se disfrazó de rey mago.

La muerte, que nunca es tonta,
que descubre a este barbón,
cuando cambió el pasaporte
por uno de Santa Claus.

George Bush

Aquí señores ha muerto
el hombre más poderoso,
se creyó el dueño del mundo
y no fue más que un baboso.

A bombazos dialogaba
con el islam disidente,
y con orgullo aclamaba
su cargo de presidente.

Nunca se aclaró la forma
en que ganó la elección,
pues muchos votos en contra
tuvo en toda su nación.

Es de espíritu guerrero
igual que su papacito,
en esto el dicho es certero:
“hijo de tigre, pintito”.

Gobernando por doquier
y en postura de derecha,
le tiraron las dos torres
y sólo dijo “¡a su mecha!”

Como su mente es preclara
y no acepta terroristas
mandó para Afganistán
los comandos pacifistas.

La muerte, que no perdona,
se lo ha llevado al panteón,
lo mató con un gran susto:
¡el avión, jefe, el avión!

martes, noviembre 04, 2008

Clásicos reimaginados


Encontré vía Teoría del caos, una serie de montajes de clásicos de la literatura con una dirección de marketing bien definida. Divertida y ¿deprimente? Ver más acá.

lunes, noviembre 03, 2008

Cambios


Soy malo para asumir los cambios. Es probable que sea un tipo bastante esquemático o que me guste tener las cosas bajo control. Algunas son susceptibles de tal ambición, pero otras escapan por completo. Regularmente son las cosas que tienen que ver con los demás. Y con la vida que quieren vivir los demás. Si esa vida no toca tangencial o transversalmente la vida de uno, es probable que tienda a alejarse paulatina pero implacablemente.
          En mi vida, creo, se avizoran cambios profundos. No sé si sean buenos o malos. De entrada no puedo evitar sentir un poco de temor. Una inquietud que se deriva de la incertidumbre. Hacer planes y proyectos es un deporte que a todos nos encanta. La idea de proyecto apunta siempre al futuro, a un territorio que siempre se está moviendo y que es probable que nunca se alcance. Por eso es tan cómodo planear, porque los planes habitan en el país de la postergación.
          Es probable que, como se me ha comentado, no he terminado de crecer. Que soy todavía muy niño en ciertos aspectos. Como en el de proyectar futuros inalcanzables, tal vez. ¿Qué es la madurez? Igual y es alcanzar la posibilidad de aceptar los cambios y adaptarse a éstos. Rápido y sin demasiadas dudas. No debo aclarar que también me da miedo madurar. Digo, porque algo que madura, está a unos cuantos pasos de comenzarse a podrir. Suspiro.