lunes, agosto 15, 2005

El encanto de la onomatopeya

Son pocos los escritores de cine que consiguen hacerme entrar de manera automática al cine. El que se encuentra hasta arriba en esa situación es Charlie Kauffman, el autor de los guiones de ¿Quieres se John Malkovich?, El ladrón de orquídeas y Eterno resplandor de una mente sin recuerdos; después viene gente como Woody Allen, Takeshi Kitano, Paul Thomas Anderson, Quentin Tarantino, Jim Jarmush y Todd Solondz. Cuando veo alguno de esos nombres en el rubro referente a “guión”, no tengo que pensarlo dos veces, me clavo a ver la cinta en cuestión.
El domingo descubrí a uno nuevo: Paul Haggis. Este director alemán acaba de llegar a las salas de cine mexicano con una obra que estuvo enlatada durante dos años y en espera de distribución. Enorme injusticia. La película se llama Crash y en un primer momento me imaginé una nueva adaptación del excelente texto de James George Ballard acerca de las perversiones sexuales asociadas a accidentes famosos de autos. Era inquietante por dos razones: la primera por ver si alguien se había atrevido a corregirle la plana a David Cronenberg y su excelente adaptación; y la otra observar a la fresa de Sandra Bullock en relaciones enfermizas y poco convencionales. No pasó ninguna de las dos cosas. Lo que pasó en pantalla fue una serie de maravillosas historias que fluían de manera natural y casi imperceptible. Las evidencias de un guión sólido y magistral.
Escribir para el cine requiere de un cúmulo de capacidadess que muy pocos llevan a buen término. Contar historias complejas y trascendentes implica aún más dificultad. Si a eso le añades que el número de personajes es bastante elevadito, estás a un paso de generar algo genial. Haggins lo logró. Crash no es una película sobre perversiones relacionadas con accidentes automovilísticos. Es un retrato fidelísimo de los prejuicios y variedad de perspectivas de lo que la diversidad racial y cultural de los Estados Unidos está renuente a aceptar. La tan cacareada integración es una falacia que esta cinta se encarga de desnudar.
La historia transcurre en la ciudad de Los Ángeles e involucra a una serie de personajes de lo más variopinta: un par de ladrones de autos negros (los ladrones, no los autos) que tienen una peculiar manera de explicar los prejuicios raciales de los cuales se supone que son víctimas; un precandidato político que explota la idea de los “derechos de las minorías” como una forma de obtener puntos electorales; la esposa del candidato que a partir de ser asaltada por dos negros comienza a ejercer un racismo digno de mejor causa; un comerciante persa que es confundido con un árabe y que nunca acaba de comprender la lógica del funcionamiento de una cultura a la que no puede comprender; un chino atropellado que resulta un reverendo hijo de puta; un cerrajero mexicano que vive dentro de las reglas que el sistema impone, pero que en la relación (hermosa por donde se le vea) con su hija encuentra toda la razón de su existencia; un policía negro que tiene que vender su dignidad por proteger a su hermano delincuente; un policía blanco súper racista que justifica su racismo por el hecho de que las políticas de las minorías le destrozaron la vida a su padre, el cual es víctima de dolores físicos insoportables; un director de televisión negro que tiene que agachar la cabeza cada vez más hacia abajo, en una espiral de humillaciones que en determinado momento hace crisis; un jovencísimo patrullero que se aterra frente a los prejuicios que imperan en la policía pero que será víctima de un destino paradójico. ¿Son muchos personajes? Pues faltan más por listar. ¿Lo maravilloso? El director y el escritor consiguen que la obra final sean por completo verosímil y redonda. El casting de autores es interesante por lo variado y exótico de la presencia de algunos de ellos: Sandra Bullock, Don Cheadle, Matt Dillon, Ryan Philliphe, Jeniffer Esposito, Brendan Fraser, entre otros.
A pesar del infame subtítulo que le pusieron en español: Alto impacto (no es de sorprender, si a su homóloga, la de Cronenberg, le habían puesto Extraños placeres. Puag.). Pareciera que hay una tendencia en las casas distribuidoras a tener en un muy bajo concepto a los espectadores, con esas adaptaciones al español, los distribuidores sólo crean falsas expectativas y dejan en evidencia su inteligencia ínfima. En fin, que a pesar del título de película de Van Damme o de Vin Diesel, la cinta es uno de los puntos altos en este año que pinta mediocrón en cuanto a películas inteligentes, digo, ya pasamos la primera mitad del año. Crash está distribuida por el Festival Cinematográfico de Verano de la UNAM, y presenta funciones en el Centro Cultural Universitario (Sala Julio Bracho), en la Cineteca Nacional y en varias salas de la cadena Cinemex. Consulte su cartelera. Dentro del Festival hay cintas muy interesantes como Feux Rouges (Luces Rojas) del francés Cedric Khan, una nueva propuesta del revolucionado cine japonés Dare mo shinarai (Nadie sabe) del director Hirokazu Kore-eda, Coversaciones con mamá del argentino Santiago Carlos Oves, Das jahr der ersten küsse (Mi primer beso) de Kai Wessel, Sangue vivo (Sangre viva) del italiano Edoardo Winspeare, la fortísima Kadaljós (Luz fría) y, algo que no deben perderse, la última travesura del español Alex de la Iglesia, Crimen Ferpecto.
En conclusión, Crash de Paul Haggins es una opción para ir al cine, una amiga dixit, “a sentir cosas”. Que para eso va uno al cine. A sorprenderse.

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Oye, niño, no te dejes;/ haz tu cabeza estallar./ Oye, niño, no seas tonto;/haz tu cabeza estallar./ Todo lo que ata es asesino./ Todo lo que ata no es la paz./ Oye, niño, ya no corras;/ no me quieras ganar./ Cuando mi nombre ya no exista/ verás qué velocidad./ Y arroja tu armadura/ ser el aire no es pensar./ No hay camino hasta tu suerte;/ nadie te puede ayudar./ No hay camino hasta tu suerte;/ haz tu cabeza estallar.

“Oye, niño”, del maravilloso Miguel Abuelo.

Soy escritor

En este año, una de las personas más importantes que se han cruzado por mi vida cumplió 52 años. A pesar de tener un buen rato de no verla en vivo y en directo, aún conservo la memoria y el agradecimiento suficiente como para reconocer en ella a una de las cómplices principales de la pulsión que hace que de vez en cuando me lancé de manera irrenunciable hacia la máquina de escribir (la compu también es una máquina, ¿qué no?). Hortensia Moreno Esparza, la escritora Hortensia Moreno, fue mi maestra de tres cursos en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, tuve el enorme honor de ser su ayudante durante dos semestres y tuve la inmensa fortuna de que accediera a dirigir mi trabajo de tesis de la licenciatura, hecho que seguramente influyó para la mención honorífica y la recomendación de publicación que mi trabajo escrito recibió.
Durante los tres años que duró el trayecto de redacción, revisión, reescritura y rechazo paulatino de las versiones escritas que le presentaba a Hortensia, tuve la oportunidad de ver (y de convertirme en personaje extraoficialmente y sin autorización) de la novela en la que mi maestra trabajaba en ese momento: Ideas fijas. Ideas fijas es un experimento narrativa que, a través de una voz masculina narra el arribo, transcurso, y aventuras de un provinciano que llega a la capital en la que es cobijado, arrasado y demolido por las mujeres que se cruzan en el camino de su vida. La pregunta que se muestra en la contraportada del libro nos da una idea acerca del tono en el que trascurre la narración: “¿Será cierto que las mujeres son personas de ideas fijas y que siempre encuentran la manera de salirse con la suya? ¿será verdad que, en ciertos momentos de la vida, ellas deciden todo y los varones no cuentan para nada?”.
Pues bien, que después de darle una releída (y una revivida) al título en cuestión, terminé con la lagrimita de Remi y el nudo consecuente en la garganta. Hay algo en ese libro que hará que recuerde a Hortensia de por vida: en gran parte, por ella me hice profesor y por ella sigo cada día intentando ser un buen escribidor. Ideas fijas termina contundentemente, con dos páginas que se han convertido a lo largo del tiempo en un manifiesto personal al que regreso cada vez que la seguridad de mi vocación flaquea. Que me ha ayudado a seguir intentando. Que me ha acompañado a celebrar lo adquirido. Dos páginas que transcribo a continuación:
“Soy un escritor. La sola mención de la palabra implica, incluso para mí, una posición descabellada. Me atrevo a decirlo a pesar de que conozco esa implicación; sé lo ridícula que suena semejante declaración en estos tiempos, sobre todo cuando la pronuncia alguien como yo, que no pertenece a la casta de los elegidos . No tengo ningún derecho de autonombrarme artista. El arte es tan sagrado e inaccesible para el común de los mortales que sólo es propio de quienes se conocen herederos de la tradición. Nosotros, los diletantes, estamos autorizados a asomarnos al arte con curiosidad y admiración, a condición de que siempre lo miremos desde fuera, sin tratar de entenderlo y mucho menos de hacerlo.
Soy un artista. Lo digo con arrogancia en un tiempo en que la arrogancia está completamente fuera de lugar. En un tiempo en que el arte se ha convertido en uno de los fetiches preferidos, y su actura un misterio no siempre a salvo de cierta aura patética. Al buscar lo sublime, corro el riesgo de que se rían de mí. Corro el riesgo también de que me miren con desprecio. De que mi arrogancia provoque indignación y sea considerada, a su vez, una manera de despreciar a quienes escuchan esta palabra con escepticismo y desconfianza. ¿Qué más da? MI condición de sujeto marginal no habrá de modificarse si oculto el hecho; y aunque el desprecio y el ridículo son ingredientes que vuelven mi marginalidad un asunto todavía más desagradable, dudo de que una profesión más anodina me hubiese abierto las puertas de los mundos sociales en que la palabra artista suena tan inconcebible cuando yo la pronuncio.
Soy un escritor por elección y destino. Así lo deseé secretamente desde el día en que descubrí la palabra escrita hasta el momento en que por fin me atreví a confesármelo. Ahora parece que no hubiera podido ser de otra manera y, sin embargo, este destino en mis manos es tan frágil que sólo la confabulación de muchos elementos del azar permitió mi ingreso en la secta de impostores que me inició en el arte. Porque yo pertnenezco sin dignidad al universo de las profesiones anodinas y me gano el pan con vergüenza, pues lo que hago para ganármelo no me gusta. Ese movimiento entre mi realidad y mi deseo siempre ha dibujado la línea que marca mis límites. Es muy probable que en otras circuntancias me hubiera conformado con soñar ser un artista. El mundo hubiera contenido mi atrevimiento con gran eficacia: soy apocado y me aterran el desprecio y el ridículo. Por no hablar de mi mansedumbre, de mi humildad. ¡De dónde he sacado yo valor para sentirme un escritor? ¿De dónde he sacado esta arrogancia que me permite decirlo para que los otros escuchen esta frase con la misma ironía con que escucharían a un enano llamarse gigante?
Soy un artista descubriendo el mundo. Incapaz de tolerarlo en su miserable aspecto real, me empeño en la construcción de mundos paralelos. Horribles o hermosos, probables o imposibles, atrayentes o repulsivos, pero otros distintos, libres de las determinaciones que rigen nuestro hacer, nuestro sentir, nuestro ser. Me empeño en mostrar mis mundos monstruosos aunque no sea más que para recordar que la imaginació aún existe y hay diferencias en el centro de toda esta homogeneidad aplastante.
Soy un escritor, en fin, para mi propio asombro. Enfrentado al hecho inquietante de la presencia real del arte en mi vida, deslumbrado ante su potencia arrasadora. Sé que mi asunción de su existencia ha cambiado por completo mi vida y me ha vuelto otro también a mí; uno distinto del que era antes, del muchacho tímido cuyas más atrevidas ambiciones se resumían en el adocenado afán de reconocimiento y riqueza que rige el mundo de las profesiones anodinas.
Soy un escritor y me sé enfermo de tristeza, soledad y desesperanza”.

sábado, agosto 06, 2005

Sobre los spots del México Unido

Como resulta que ahora los spots de la AC México Unido contra la Delincuencia son un nuevo compló de las fuerzas oscuras de ex-enano exiliado irlandés, quisiera hacer una reflexión.
Alguna vez ya hablábamos de la tozudez del hoy ex-jefe de gobierno en exilio vacacional, y de cierta ausencia de autocrítica objetiva. No hay forma de contrarrestar las imágenes que la sociedad civil (o parte de la sociedad civil) emite para hacer oir su voz, eso ocurre en una sociedad democrática. No se puede hacer oídos sordos a una exigencia que, al tiempo, se convertirá en la principal plataforma discursiva de nuestros mediocres y harto cuestionables candidatos presidenciales (decía Charles Bukowski en "Los sesentas: los jóvenes, la revolución y la literatura" que además de prohibir los museos pretenciosos y mamones, debería comenzarse por prohibir el nombramiento de candidatos presidenciales tan horrendos, la opción no es opción, votar por Humprey o por Nixon [o por Calderón o por AMLO o por Cárdenas o por Madrazo o por Montiel o por Creel] era como darte a escoger entre mierda caliente o mierda fría).
Sin embargo, la reticiencia del gobierno capitalino obra en su contra al centrar el debate en la situación del DF únicamente. Como si en el resto del país el terror no fuera cosa de todos los días. Yo no me siento completamente seguro en el DF, como no me sentiría seguro seguramente (o más todavía) si tuviera que vivir en Tijuana (donde el narco gobierna la ciudad con completa impunidad), Laredo (donde bazukean, ametrallan, agranadan y balacean las casas de cualquier hijo de vecino), Ciudad Juárez (donde, ojo, son más los muertos que las muertas, aunque lo amarillo venda más), Culiacán (donde el que no está relacionado con el narco lo está con la policía, válgase la redundancia), Los Mochis (ídem), la sierra de Guerrero (donde los cacicazgos y el México bronco van aunados a la impunidad cotidiana), Cancún (donde la nueva oleada de secuestros parece haber encontrado una nueva y jugosa plaza) y hasta San Cristóbal si me lo permiten (donde algún SubComanche-fan extremista me tilde de cerdo burgués y me aplique la justiciera proletaria indígena revolucionaria).
Se están errando los blancos. Los blancos se están poniendo de pechito para que les pongan sus trompadas. El problema de la inseguridad no tiene que ver, en el más recóndito origen, con el número de policía o la eficiencia de las autoridade judiciales de este país. La inseguridad responde a una lógica de degradación del nivel de vida en una sociedad en la que el reparto de la riqueza es de una injusticia evidente por donde se le mire. La inseguridad responde a un sistema putrefacto en el que la corrupción en absolutamente TODOS los niveles están llevando a este país a una encrucijada de tintes cada vez más dramáticos e irreversibles. La inseguridad responde a una lucha de clases (que desde que dejó de enseñarse marxismo en las escuelas dicen que desapareció) que está dejando de ser subterránea para manifestarse de las formas más violentas posibles. Corrupción y pobreza, bomba de tiempo que está condenada a estallar de maneras en las que la predicción, cualquier predicción, se queda corta.
En fin, que en lugar de pensar en cómo reacciona el ahora candidato presidencial de la amorfa (otros dirían diversa) izquierda de este país, deberíamos ponernos a pensar en nuestro papel como ciudadanos, votantes, y, antes de todo eso, como seres humanos: ¿A donde chingados nos dirigimos y quiénes son los putos tuertos que hemos dejado que nos dirijan?