lunes, agosto 07, 2023

Reír para no llorar

 


En Hágalo usted misma (An.Alfa.Beta, 2023), Atenea Cruz (Durango, 1984) nos presenta una colección de cuentos dividida en tres partes. En la primera, “Lo extraño”, se muestran una serie de narraciones en las cuales la noción de lo no realista se convierte en una de las características que los agrupa. En “Porcicultura para principiantes” acudimos a la transformación de un hombre en un cerdo, no en términos metafóricos o descriptivos, sino biológicos; “Otro jardín secreto” plantea la transformación botánica de una mujer que al transformar su cuerpo para lograr una imagen más acorde con lo normativo, se topa con consecuencias que la hacen florecer literalmente; “Visitas” toma los tópicos de la infidelidad y del aburrimiento en la pareja para construir un relato sobrenatural de final espeluznante; en “El intercambio”, la violencia doméstica se une a la inocencia infantil para construir una historia en donde los deseos de transformar el entorno desagradable deriva en castigo ejemplar para el violentador. 

Por su parte, “Lo posible” presenta dos textos que juegan con los límites de aquello que divide lo que denominamos real de aquello que asumimos como imaginario: en “Las yeguas nocturnas”, el agobio de una mujer que sufre trastornos del sueño y quien decide tomar la opción de una cura “igual pero más barata” que la recomendada por los especialistas, los sueños invadiendo la realidad remiten a la sensación despertada por historias como “Calíope” de Neil Gaiman; en “La última plaga”, la literatura especulativa o de anticipación prevé un futuro nada halagueño ni agradable para la raza humana, desprovista de medios de alimentación, las medidas para paliar el hambre serán radicales. 

La última parte de la tríada lleva por título “Lo cotidiano”, en donde las historias se insertan en el marco (tramposo marco) de “lo real” y en donde los pensamientos de los personajes se vuelven un territorio a explotar por las voces narradoras: “Cena para una” aborda la manera en cómo las parejas que dejan de serlo se relacionan en su nueva situación vital, una llamada telefónica parece resolver las dudas de aquello que ya se sospecha o se sabe de hecho; “Después del fuego” aborda la noción del deseo por maternar y de las consecuencias que tiene hacerlo sólo por complacer a la otra persona dentro de una relación; “Hágalo usted misma” (mi preferido) narra el proceso que lleva a una madre a intentar el retorno de su hija al seno del hogar, después de que su relación de pareja ha fracasado estrepitosamente, descubrimos que aquellos que nos quieren se vuelven nuestros cómplices antes que nuestros jueces; finalmente, “Pequeña tragedia griega” pasa lista a la crónica de los clichés y ceremonias artificiales relacionados con los encuentros literarios y la vida de los creadores en general. 

Los cuentos de Atenea Cruz son poderosos, se notan trabajados a conciencia, de tal manera que el resultado no es decepcionante en ninguno de los casos. Es un volumen bien armado en donde el juicio a elementos como el amor romántico, las aspiraciones estéticas, las relaciones humanas, el papel del sexo y la necesidad de separarse de aquello que se denomina “normalidad” es lo que le da unidad y sentido. Una cosa que es necesario señalar es el sentido del humor que atraviesa a la mayoría de las historias; los tonos son diversos (ironía, sarcasmo, sátira) y en todos los casos resulta efectivo. Las hipérboles inverosímiles, merced los mecanismos del humor, se vuelven por completo parte de ganancia en el contrato lector establecido al acercarse a esta propuesta cuentística. 


* El libro se consigue en los medios de la editorial, con la autora y a través de Leslie Rondero (que fue como lo conseguí yo).

Rebeliones para nuevos folletines

 


En La rebelión de los negros (El Quinqué Amarillo / Secretaría de Cultura de Jalisco, 2017), Javier Raya (Ciudad de México, 1985-2022) realiza una de las obras más extrañas dentro de la literatura nacional. Pastiche de textos con una fuerte carga lírica, pero que también abreva de la crítica social, del escarnio al mundo (mundillo) literario, de la revisión de las expectativas traicionadas de los numerosos aspirantes a estrellas de las letras y de un recuento copioso y enterado de diversas nociones asociadas a la literatura y su canon occidental. 

Como bien apunta al principio el narrador elusivo (la voz del personaje que se llama igual que el autor, pero que no es el autor), la razón por la cual decide escribir el libro es clara: “Por disciplina, por desafío, y, sobre todo, por chingar, me propuse escribir un libro donde contara la historia secreta detrás de la redacción de la literatura en la actualidad -ya no desde la perspectiva de una actividad artística, sino como un medio de producción de (sin)sentido”. A partir de esa declaración, las páginas siguientes decantan por la construcción de un proyecto, que es una novela, que es el libro que se está leyendo, que apunta a organizar una rebelión de los negros literarios; no entendidos como aquellos trabajadores a destajo de la época de oro del folletín decimonónico, sino como los actuales aspirantes a escritores que pululan por diversas ocupaciones que les permiten sobrevivir, pero no dedicarse totalmente a la escritura. 

Escritores de discursos políticos, redactores de notas superficiales en pasquines necesitados de clicks, profesores de cursos de literatura en las universidades, coordinadores de talleres literarios, vendedores de libros raros, correctores de estilo, artífices de los textos oficiales y de los libros de texto. Ocupaciones todas que en apariencia se relacionan con la literatura pero que, en última instancia, no son literatura. El texto cuestiona la idea de novela a cada momento, no es una novela en el sentido tradicional del término, no cumple incluso con los elementos que podrían caracterizarla de manera inequívoca, apunta: “Tú no haces novela, esta no es una novela, tú vas a quedarte recluido en los géneros menores del discurso, vas a ser un artista del e-mail, un virtuoso del chat, un Casanova de los mensajes de texto, pero la literatura es otra cosa”. 

El libro es la presentación de testimonio de alguien decepcionado de lo que ha encontrado al asomarse al mundo literario, que ha sopesado en parte cómo funciona, y que no ha visto manera de poder encajar de la manera en cómo se lo ha planteado, alguien que utiliza la ficción y la literatura misma para prestar ese testimonio a partir de sus herramientas: “A lo mejor para eso sirve la ficción, para crear una estación provisional a donde el tren de la Historia pueda hacer un alto, al menos provisionalmente, y donde los viajeros puedan contar de una vez por todas lo que han visto”. 

El texto se asume también como ente propietario de una voz, la voz de la rebelión que contiene, que narra y que planea: “No quiero filtrar nada, no quiero dejar nada fuera, no quiero convertirme en Editor de mí mismo. [...] De este punto a este punto, fui un autre diez veces. Exagero, pero el punto queda claro. Me disfrazo de texto, en realidad, porque he venido a infiltrar esta novela. Soy un ninja, lo confieso, lo he sido siempre. Ahora que nada importa, de más está decirlo”. La rebelión a ese destino fútil pero deseado, despreciado pero visto como fin último no se lleva a cabo en lo tangible sino en el terreno de lo literario, en el espacio del libro que se escribe a sí mismo: “Nuestra revolución será inútil. No tendremos héroes, ni caudillos ni nombres. No tendremos, sobre todo, manifiestos, porque no habrá nadie que los firme. Nuestra obra es una conversación interminable”. 

Ningún aspecto de lo que rodea la posibilidad de creación queda desechada como material criticable, como las redes sociales: “Facebook editorializa con brutal eficacia la percepción de nuestra vida privada, de la práctica del yo no como un ingenuo ejercicio de vanidad, sino como una red de referencias que estabiliza lo que somos en términos sociales, que es otra forma de decir: en términos de mercado. Consumimos estos afectos y estos productos. Y por lo que consumen los conoceréis”. 

La catarsis da paso a una crítica de la propia generación y sus mecanismos de sobrevivencia desde las posibilidades que la precariedad o la búsqueda de condiciones para la creación imponen: “si hubiera becas fonca para poetas de 7 años, cabrones, dejarían raspado y rojo y despellejado ese pezón de tanto mamarlo, lobeznos, parias, escritores, cuánto los odio, quieren la consagración antes que la obra, la gloria póstuma antes que picar piedra y poner una palabra detrás de otra, negro sobre blanco todo el día como esclavo, no, ya sé que voy a sonar como un viejo yo también, pero ustedes lo que quieren es coger, coger y drogarse, y coger drogados, y luego drogarse y volver a coger, y levantarse con resaca para drogarse y poder seguir cogiendo y tener resaca de coger, resaca moral, son adictos [...] los negros son en general son desclasados, a veces un negro se vuelve escritor, pero rara vez un escritor se vuelve negro, yo quería escribir y terminé negreando, por ejemplo, pero nunca fui tan bueno”. 

Es un libro amargo, pero revelador, también cínico y autocrítico, en cierto sentido demoledor ante la superioridad moral y la simulación que se manifiesta en ciertos sectores del mundo de la creación literaria y de las editoriales. Quizás es un libro de escritores para escritores, pero es uno de esos que se queda mucho tiempo resonando en la cabeza, incluso mucho después de haber concluido con su lectura. 


* El libro se consigue en su formato físico todavía en algunas librerías, y hay una copia “liberada” en Academia.org para quien desee leerlo. 


martes, agosto 01, 2023

(Des)amores clandestinos

 

Clandestina de Elena Méndez

En Clandestina (Instituto Sinaloense de Cultura, 2023), Elena Méndez (Culiacán, Sinaloa, 1981) entrega cincuenta poemas que tratan sobre el amor, el desamor, la pasión, el deseo, el sexo y, sobre todo, el amor clandestino que se teje entre sábanas que deben hacerse anónimas a pesar de las expectativas y la construcción de un futuro que no será. 

Hay una voz potente que emana una tristeza y una desazón con la cual, quienes hayamos padecido la experiencia de no ser correspondidos en toda la extensión de lo que nuestros deseos y planes construyeron en el vacío, es imposible no empatizar. 

Así, acudimos a los encuentros furtivos a sabiendas de su falta de continuidad (“Uno en el fondo sabe/ que el deseo es algo misterioso y a la vez tan simple/ como ceder a un encanto tantas veces negado/ y luego huir porque era demasiado bello para ser verdad,/ porque estoy ocupado,/ porque no tengo tiempo,/ porque no,/ porque nunca podré verte de nuevo”); al sufrimiento infligido por el molusco inclemente de los celos y el deseo de posesión (“Me sé de memoria tu número,/ pero no te marco/ porque siempre me mandas a buzón/ y entonces pienso que estás con otra/ y me siento triste/ pues aunque nunca hemos hablado de amor/ me da coraje pensar/ que alguien más disfruta de todo eso/ que a mí me haces”); la furia sorda por saberse segunda, tercera, última opción («Y te vas y te vas y te vas y te vas y no te has ido»./ Brindemos por la filosofía de la velita prendida./ No te extrañe cuando la aplique contigo”); el desengaño contrastado con los arquetipos célebres del amor mal correspondido e imposible (“Marilyn lloraba./ A pesar de tener el mundo a sus pies,/ nunca nadie la amó de verdad./ Yo, que no soy guapa ni rica ni famosa,/ con más razón lloraré./ Porque cuando creí ser amada todo se vino abajo./ Desde entonces no salgo del abismo”); la decisión de abandonar(se) y dejar todo aquello que reconocemos como causa de nuestro dolor e infortunio (“No quiero tenerte cerca./ No quiero ver tus ojos./ No quiero tocar tu mano./ No quiero escuchar tu voz./ No quiero aspirar tu perfume./ No quiero pisar tus huellas./ No quiero ni acordarme que alguna vez te amé”); los recuerdos lacerantes de la humillación (“Me pagó para dársela de buen samaritano,/ para que olvidara su mal desempeño,/ para expiar su culpa,/ para hacerme ver que no era más que su puta,/ alguien que nunca podría pasear de su brazo/ ni esperarlo en algo que pudiera llamarse hogar”).

Una gran cantidad de referencias se aglutinan a lo largo de las piezas y como pretexto para que las imágenes delineen el universo de la autora (Oscar Wilde, Kurt Cobain, Rimbaud, Madonna, Dante, García Márquez), universo en lo que lo canónico se une a lo pop sin ningún problema (José Alfredo canta de fondo en el poema XXII). Pero también se escuchan los ecos de poetas como mi adorada Idea Vilariño, donde “Ya no” parece el origen genético del poema XLVII, donde el futuro de la uruguaya troca en el pasado imposible de la sinaloense: “Nunca pisamos el césped húmedo,/ ni enredaste una flor en mis cabellos./ Nunca dijiste: «Báñate conmigo»,/ a pesar de usar mi regadera./ Nunca hubo un beso furtivo/ en una oscura sala de cine,/ ni abrazos de cartoncito al doblar la esquina,/ ni un poema en una servilleta/ (vamos, ni conocí tu letra)./ Nunca bailamos un vals inaudible./ Nunca tu mirada fue mi espejo./ Nunca, nunca, nunca”. 

Un poemario transparente en sus intenciones y con un lenguaje que no se regodea en las piruetas del lenguaje o en la pretensión de falsa profundidad, sino en la expresión de los sentimientos y emociones de quien se hace cargo de la voz poética. Que, en un principio, para eso nació la poesía. Creo. 


* El libro lo pueden adquirir en el sistema de librerías del ISIC y con la autora, a través de sus redes sociales.


Dos de cal y cuatro de arena

 

Andamio de Everardo Martínez Paco, "Perro Rabioso" 

En Andamio (Ediciones Amatlioque/ Letramía, 2023), Everardo Martínez Paco (Tlalnepantla de Baz, Estado de México, 1987) entrega una serie de relatos que bajo el subtítulo “Crónicas albañilezcas” se aleja de la concepción rígida del género periodístico y se acerca de manera más clara hacia los terrenos de la ficción literaria. El tema que da unidad al volumen son las historias acerca de trabajadores de la construcción, quienes relatan en viva voz sus desventuras (las más) o su día a día. Sin embargo, el conjunto no es sólo una serie de cuadros costumbristas, sino que dejan ver por debajo una serie de influencias que otorgan una dimensión interesante al conjunto. 

Se encuentra, por ejemplo, la referencia metatextual a obras de la literatura universal adaptados al contexto de la cuchara y el cemento (El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha en “Sancho”; el mito artúrico en “El Mai Arturo”; “El corazón delator” de Allan Poe, transmutado en “El corazón de latón”; ecos de Factotum de Charles Bukowski en “Diálogo”; entre otros). Hay, además, una sensibilidad para transmitir de manera cruda, reiterativa por necesidad y casi naturalista el lenguaje utilizado en las obras de la construcción: el albur, la carrilla, la mentada de madre (“Hasta parece que me dijeron “voltea”, y que volteo. ¡No mames!, ya venía cayendo, hijo de su puta madre. Me dio un susto de la chingada, se lo cargó su puta madre . ¡No mames!, hubieras visto la pinche cara de miedo que tenía, pero eso sí, güey, ni una puta gota de sangre le salió al cabrón, te lo juro por 

esta, güey” [“Fermín II”]). 

Detrás de las historias, trágicas la mayoría de ellas, asoma una crítica social que permite reflexionar acerca de la necesidad económica que empuja  a los trabajadores de la construcción a dedicarse a una actividad que es de las más pesadas, ingratas y peligrosas; en este sentido, cuestiona el privilegio de aquellos que desprecian y discriminan a los invisibles y desheredados (“¿Alguna vez has sabido lo que se siente no tener nada, pero nada en el mundo? No tener comida, no tener dinero, no tener nada, pero nada; ni siquiera lo que traes puesto es tuyo, o ¿crees que es bonito no saber a qué chingados sabe un pollo? Nunca haber tragado un pinche plato de comida decente, ¿o sabes lo que se siente? / Cómo vas a saber si nunca disfrazaste el hambre con una mona, con un alcohol o con un pinche bolillo duro. Nunca has sabido a qué sabe la pobreza. Cómo carajos quieres venir a decirme que todo puede estar bien, cuando esto está de la chingada. ¿Que puedo trabajar y tener todo eso? ¿Y quién crees que le dará trabajo a alguien como yo? Tú sí pudiste estudiar, ir a la escuela, o ¿sabes lo que se siente ver a todos los escuincles ir a la pinche escuela y que tú nomás cargues pinches tabiques afuera? Trabajar desde morro para que tu jefe se pudiera empedar. ¡Claro que no sabes nada de eso, mi chingón!, la vida te ha tratado bonito” [“Yo no era así”]). 

Problemas como la precariedad y el alcoholismo rondan como leit motif en gran parte del volumen. Pero también se hace presente la esperanza, la solidaridad, la ternura. Esto es evidente, por ejemplo, en “Clausura”, uno de mis relatos preferidos, donde se narra el periplo que debe hacer un padre para llegar a una cita importantísima que se nos desvela al final (anoto el párrafo previo al desenlace): “Artemio caminó y caminó; casi treinta minutos entre estudiantes, edificios, puestos de comida, tiendas de libros, puestos de dulces y cigarros; caminó entre personas que lo veían raro, caminó como si su vida dependiera de eso. Caminó y por fin llegó al Salón de Actos Solemnes de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México. El salón estaba lleno de personas, cuando atravesó la puerta, todas las miradas se posaron sobre él, nadie daba crédito de que Artemio se atreviera a venir vestido de aquella manera a una ceremonia tan importante. Artemio no puso el menor cuidado en eso, sus ojos temblaban y se llenaron de lágrimas y orgullo al ver al frente”. 

A pesar de los temas abordados, no faltan los deslices humorísticos, los finales sorpresivos, las historias que trampean al lector y lo hacen caer traicionando lo que había previsto. Otra cosa externa al texto, pero que me parece importante, es la naturaleza autogestiva del libro como objeto, la valentía para lanzar al mundo las historias que estas páginas contienen desde el esfuerzo de la autopublicación y la distribución y edición solidaria. Hay mucha intención en lo que escribe este joven escritor y es seguro que lo mejor de su producción está por venir. 


* El libro lo pueden conseguir a través de las redes sociales de Everardo Martínez Paco (Perro Rabioso), Ediciones Amatlioque y con Leslie Rondero.

martes, julio 25, 2023

La vida (casi inútil) de Simón Clarinet

 


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En Simón Clarinet (ChangosPerros Ediciones, 2022), Carlos Dzul (Villahermosa, Tabasco, 1983) nos introduce a las calles y personajes de la ciudad de Perropodrido, lugar mítico en donde se desarrollan las historias de este narrador e historietista. En este volumen acudimos a revisar los textos que el cronista que da título al volumen generó a lo largo de su infructuosa e ignorada vida. En estos relatos del tabasqueño todos los niveles del humor se dan cita de manera caótica pero efectiva: la ironía, el sarcasmo, la sátira y la parodia se mezclan, conviven y se convierten en posibilidades de interpretación de una obra que se aleja de las propuestas tradicionales y de las formas de narración como las conocemos.

Hay muchos ecos en las historias de Dzul; me recuerda mucho la literatura que Víctor Roura creó en los años noventa en títulos como La ira de Dios es mayor o Las bailarinas; pero también los espacios y ambientes psicodélicos propuestos por Jis en las tiras y cartones de “Otro día”. Pero además de esos referentes cercanos, la obra de Dzul se emparenta con el ánimo desmadroso que impulsó la creación de las propuestas vanguardistas de los años veinte del siglo XX: el absurdo como uno de los elementos fundamentales de su poética remite a las obras de los dadaístas; la creación de escenarios, personajes y situaciones autónomos, pero consistentes, a través del lenguaje, está muy cercana al surrealismo. Por otro lado, las cuestiones planteadas por ciertos textos del denominado “realismo sucio” (escatología, descripción naturalista de la miseria) lo convierten en un autor con una obra muy difícil de catalogar.

Al apostar por la independencia y la autoedición, Dzul se permite no censurar el uso coloquial del lenguaje y dar rienda suelta a su fructífera imaginación. Entre sus textos nos encontramos por igual a artistas que sobreviven a partir de su talento y de la adaptación del mismo a tareas de las cuales muchos escritores fuera del privilegio pueden atestiguar (“Lo que sí podemos decir es que Clarinet en efecto vivía o sobrevivía de sus ventas, y también de escribir cartas de amor y despecho para los paseantes en la Plaza Viernes, y discursos institucionales que también le comisionaban de cuando en cuando, así como de corregirle sus poemas a la señorita (de 63 años) Hilda Falcao, quien lo tenía en gran consideración”); luchas a muerte entre especies animales salidas de la imaginación y el delirio (“El ataque de las guapis”); detalladas biografías de autores ficticios pero no menos eficaces (“Mariano Silvano”); parodias transparentes al patronazgo de grandes nombres del canon nacional, como el omnipresente Octavio Paz (“Cien años de Lucrecio Peace”: “Cuando ya era un intelectual reputado, el gobierno de Solón Carrasco lo asigna como embajador en China, país del que regresa decepcionado, no por ningún motivo en particular sino porque así regresaba él de todas partes. Desde entonces concentra su actividad en escribir discursos políticos de impresionante barroquismo que él mismo lee con su cándida y afeminada voz ante públicos estupefactos que lo escuchan sin entender una palabra pero que le aplauden cada vez más fuerte. No hace falta comprenderlo para ovacionarlo. Ha tocado, pues, la cima del prestigio intelectual”); los mecanismos que el poder usa, en este caso los reyes de Perropodrido, para controlar la crítica (“Este lamentable evento generó reclamos encendidos entre los corresponsales, que no tardaron en ser acallados con canapés y champaña”); descripciones de los métodos de persecución criminal que prevalece en el universo creado muy a semejanza del nuestro (“Ya se sabe lo que son estos pájaros: primos hermanos de los avestruces, gustan de robarse a los bebés de las cunas, les comen el cerebro y lo demás lo botan. ¿Y para qué lo soltaron?, algún lector inocente se preguntará. Pues para tener alguna cosa grande que atrapar, primero, y para recibir una salva de aplausos después. Porque sin aplausos qué sentido tiene todo, piensa nuestra policía”); autoescarnio con respecto de la naturaleza de los artistas dentro de la escala social (“Para mi nula sorpresa, no había nadie que nos recibiera, excepto por algunas ratas que merodeaban por allí. ¡Pronto, un escritor herido!, grité estúpidamente. Hasta las ratas, al oír la palabra “escritor”, salieron huyendo”)...

En fin, que las crónicas del insigne fundador de El Sol de Ningún Lado abonan a alimentar el universo que el autor ha creado a lo largo de su vida y de su afición literaria; los referentes se reciclan, adquieren nuevos significados y ayudan a construir algo que se adivina, si no más grande, sí diferente. Es una obra que no los dejará indiferentes, y dependiendo del lector, esto será por razones distintas para cada quién, estoy seguro. 


* El libro lo pueden conseguir a través de las redes sociales de Carlos Dzul y ChangosPerros. 

lunes, julio 10, 2023

Volver a Ítaca


Versión extendida de las palabras dirigidas a los estudiantes egresados

de la generación 2020-2023 del COBAEP, plantel 17, en Tlatlauquitepec.


Los seres humanos somos animales de historias. Tres cosas nos hacen distintos de los demás seres vivos existentes: saber que vamos a morir, poseer un lenguaje complejo y contar historias. Todas esas cosas están relacionadas: contamos historias utilizando el lenguaje para intentar burlar a la muerte. El lenguaje y la ficción (que es lenguaje unido a la imaginación) es lo que sobrevive más allá de los cuerpos pudriéndose bajo el sol en las guerras, o bajo tierra después de haberla habitado. Sobreviven en la carta del soldado muerto enviada a su madre o a su amada antes de partir a la batalla última; sobreviven en las miles de páginas que Emilio Salgari (el verdadero inventor de Los piratas del Caribe, esa atracción turística que luego fue serie de películas de entretenimiento puro) legó a la posteridad. Las personas son finitas, pero las historias resuenan en la eternidad. En la eternidad resuenan, por ejemplo, las historias escritas por Homero (un aedo, palabra que designa a un poeta), a pesar de haber sido registradas hace ya más de 2800 años. La primera historia de la que me enamoré fue una escrita por este autor: La Odisea. 


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La Odisea relata el viaje que Odiseo, rey de Ítaca, debe emprender para volver a su tierra después de que los aqueos han derrotado a los troyanos en la guerra iniciada por la belleza de una mujer, Helena, y por la envidia de las diosas que fueron despreciadas por un mortal. De ahí viene la expresión manzana de la discordia. Paris debe elegir entre tres diosas (Hera, Atenea y Afrodita) a quién entregar la manzana que otra diosa (Eris, la diosa de la discordia) ha puesto en medio de una fiesta en venganza por no haber sido invitada a esa fiesta. Paris elige a Afrodita, no porque creyera que era la más hermosa, sino porque le ha prometido el amor de Helena, la mujer más bella del universo que, oh, problema, ya estaba casada con el rey Menelao. Afrodita cumple su palabra, Helena se enamora perdidamente de Paris y éste la secuestra llevándola a Troya, lo que desata la guerra del mismo nombre. Luego viene toda la historia de la guerra (que al niño que fui le parecía aburrida, luego me di cuenta de que no era así en lo absoluto) en La Ilíada (nombre que proviene de Ilión, otro nombre para referirse a Troya).

En La Ilíada aparece por primera vez uno de mis personajes de ficción preferidos de toda la vida: el astuto Odiseo. Odiseo, además de hombre de armas, es una especie de protonerd, es quien plantea que se puede derrotar al enemigo no sólo a través de la fuerza bruta (personificada en el iracundo Aquiles, el de los pies ligeros, cuya historia nos heredó otra expresión: el talón de Aquiles [el héroe recibió la bendición de tener un cuerpo invulnerable en batalla, si éste era sumergido en las aguas de un río, su madre lo sumergió, pero, al hacerlo, tomó al niño de uno de los talones de los pies, que no fue tocado por el agua milagrosa del río Estigia que separa el mundo de los vivos y los muertos, lo que convirtió a ese punto de su cuerpo en el más vulnerable y en el causante de su muerte]; talón de Aquiles, por tanto, refiere al punto débil que todas las personas solemos tener y por cuya causa somos frecuentemente derrotados). Regreso a Odiseo, éste creía que al enemigo se le podía derrotar no sólo a través de la fuerza bruta, sino de manera más eficiente a través de la inteligencia. Es a Odiseo a quien se le ocurre la estrategia que finalmente permite la victoria de los aliados griegos con respecto de los troyanos: el caballo de madera. Los griegos (o aqueos) subieron a sus barcos fingiendo una retirada, para ocultarse en un lado aislado de la isla de Troya, mientras a las puertas de la ciudad amurallada dejaron un enorme caballo de madera como una aparente ofrenda que celebraba el fin de la guerra y la superioridad de los troyanos. Los troyanos vieron el caballo, se envanecieron (podríamos contar muchas historias también de cómo la vanidad ha hecho perderse personas, familias y ciudades enteras) y lo llevaron al interior de las murallas de la ciudad. En las entrañas del enorme caballo de madera se habían ocultado soldados griegos que atestiguaron cómo los troyanos se entregaron al perreo intenso, a la fiesta y a la embriaguez. Cuando eso hubo concluido, los soldados griegos, entre quienes se encontraba Odiseo, salieron de las entrañas del caballo y pasaron a cuchillo a los aterrados y todavía borrachos troyanos, después abrieron las puertas de la ciudad; el saqueo y la toma de la misma se consumó. Odiseo pasó a la historia como el astuto Odiseo (no se le recuerda como el artífice de la masacre de los troyanos, sino como quien puso fin a la guerra a partir de su idea; lo cual nos lleva a más historias que ya no contaremos aquí). ¿Qué nos deja, al final, esta historia? Dos lecciones: no se puede luchar una guerra borracho o con cruda (aplica también para la presentación de los exámenes escolares); y una historia no termina cuando parece que termina. 


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Odiseo es el personaje que encarna el viaje de autodescubrimiento y el proceso de aprendizaje. Es una lección que le lleva aprender la friolera de veinte años. De Troya a Ítaca hay una distancia similar a la que separa Tlatlauquitepec de Villahermosa, en Tabasco. Una distancia que el día de hoy podemos recorrer sin ningún problema en un lapso de entre cinco y seis horas. Es claro que en el siglo XII a. C. no existían los mismos medios de transporte, pero tardar veinte años resulta demasiado. Odiseo pudo regresar a Ítaca en muy poco tiempo, pero perdió el piso y se comparó a los dioses. Y los dioses griegos eran dioses rencorosos. Poseidón, dios de los mares, maldijo a Odiseo y le prometió que nunca regresaría a Ítaca y que, en caso de hacerlo, volvería sin su tripulación, sin las riquezas obtenidas en la guerra y en un momento en que su casa estaría a punto de derrumbarse. Y así pasó efectivamente, Odiseo paseó durante veinte años entre desgracias y diosas que lo querían para ellas y quienes se resistían a dejarlo volver con Penélope, su esposa, que pacientemente lo esperó durante dos décadas. Cuando por fin pudo llegar a su reino, éste se encontraba invadido por un conjunto de nobles que, en su ausencia, se comían su ganado y su pan, además de haber obligado a la reina a elegir entre todos ellos a un nuevo marido, porque creían que Odiseo había muerto. El final de la aventura es un final feliz (con buenas dosis de romance, muerte, acción y reencuentro del padre con su hijo) que no relataré acá para que aquel que se haya interesado descubra el placer de leer La Odisea por primera vez. 

De esta parte de la historia nos quedan otras dos lecciones: que tus logros no te envanezcan al grado de despreciar a los dioses y ser maldecidos por ellos; y que quien regresa a su tierra después de mucho tiempo, incluso para reinar sobre ella, no es, ni podrá ser, el mismo. 


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La historia de Odiseo se ha contado miles de veces después de que Homero la hubiera imaginado y registrado en aquellos albores de la civilización. Aquel que es lanzado a la aventura y que después de vencer obstáculos retorna a su tierra está presente en Ulises criollo del mexicano José Vasconcelos, igual que en Ulises del irlandés James Joyce. Yo mismo he escrito un libro en el que Odiseo (o Ulises, como le llamaron los romanos que, extasiados por la riqueza cultural de los griegos, expropiaron y rebautizaron a los dioses y héroes para apropiárselos con admiración, pero también con violencia) es un perro que se pierde en la ciudad, es maldecido por los dioses de la modernidad y debe recorrer el camino del héroe para reencontrarse con su amada Penélope. Odiseo es el arquetipo del héroe que debe viajar para aprender a ser humilde, a ser astuto, a respetar a los otros, a escuchar a los muertos y a conservar el agradecimiento por aquellos que lo hicieron lo que es. 

Uno de los textos que aluden a La Odisea y que me gusta más es un poema. Lo escribió un griego que vivió a caballo entre el siglo XIX y el siglo XX, se llamaba Constantino Cavafis, y el poema se llama, simplemente, “Ítaca”, el cual me atreveré a invocar: “Cuando emprendas el viaje hacia Ítaca,/ ruega que tu camino sea largo/ y rico en aventuras y descubrimientos./ No temas a lestrigones, a cíclopes o al fiero Poseidón;/ no los encontrarás en tu camino/ si mantienes en alto tu ideal,/ si tu cuerpo y alma se conservan puros./ Nunca verás los lestrigones, los cíclopes o a Poseidón,/ si de ti no provienen,/ si tu alma no los imagina.// Ruega que tu camino sea largo,/ que sean muchas las mañanas de verano,/ cuando, con placer, llegues a puertos/ que descubras por primera vez./ Ancla en mercados fenicios y compra cosas bellas:/ madreperla, coral, ámbar, ébano/ y voluptuosos perfumes de todas clases./ Compra todos los aromas sensuales que puedas;/ ve a las ciudades egipcias y aprende de los sabios.// Siempre ten a Ítaca en tu mente;/ llegar allí es tu meta; pero no apresures el viaje./ Es mejor que dure mucho,/ mejor anclar cuando estés viejo./ Pleno con la experiencia del viaje/ no esperes la riqueza de Ítaca./ Ítaca te ha dado un bello viaje./ Sin ella nunca lo hubieras emprendido;/ pero no tiene más que ofrecerte,/ y si la encuentras pobre, Ítaca no te defraudó.// Con la sabiduría ganada, con tanta experiencia,/ habrás comprendido lo que las ítacas significan”.

Cavafis nos dice, para resumir, que en las grandes aventuras lo que importa no es la meta (eso que Ítaca representa) sino el camino. No es importante el éxito por sí mismo, sino los esfuerzos hechos y los obstáculos vencidos para conseguirlo. No es importante el amor de otra persona, sino el cortejo y el enamoramiento que lo hizo posible. No es importante el liderazgo y el poder, sino la confianza construida en aquellos que nos lo han conferido. No es importante la sabiduría ni el conocimiento adquirido, sino los errores y los desvelos que nos llevaron a descubrirlos. Llegar a Ítaca no es lo importante, sino comprender la importancia del camino que nos permitió volver. 

El destino de las personas, eso que como humanos sabemos: que vamos a morir, no es lo principal, ni lo importante, sino la manera en cómo llegamos a ese último momento; esto es, la forma en cómo transitamos aquello que se llama vida. La muerte no es lo importante, sino lo que hicimos con la vida que nos permitimos vivir. 


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El poeta Cavafis nació en una ciudad legendaria: Alejandría. Se dice que en ese lugar el conquistador Alejandro Magno, alrededor del año 331 a. C. fundó una ciudad que llegaría a ser recordada por la biblioteca que durante varios siglos albergó como un tesoro en medio del desierto. A esa biblioteca viajaron los sabios, los filósofos, los nobles, los hombres de ciencia de la época. En su mayor esplendor se calcularon 700 mil libros en sus estantes. Para una época donde no había imprenta, ni mundo digital, resulta un verdadero prodigio. 700 años después, en el año 415 la biblioteca era prácticamente destruida en el contexto de una guerra distinta a la que había enfrentado a los romanos con los griegos y los egipcios; Hipatia de Alejandría, una de las mujeres más brillantes de la antigüedad y probablemente la última heredera de la escuela alejandrina era lapidada por una horda de monjes cristianos en medio de intrigas de intolerancia y radicalidad. Después, los restos decadentes de esa biblioteca serían pasto de las guerras siempre renovadas, ahora entre cristianos y musulmanes. Irene Vallejo, en ese maravilloso libro que es El infinito en un junco, cuenta su historia de manera inmejorable. Desde su origen hasta su decadencia y desaparición a causa de la guerra. Las guerras destruyen, los militares temen a los libros, los queman en enormes hogueras como una suerte de sacrificio para los dioses de la muerte y la destrucción. A muchos políticos tampoco les hace gracia su existencia. 

La biblioteca pública de Tlatlauquitepec no era ni por asomo de las dimensiones de aquella de Alejandría, pero fue mi hogar, mi barco, mi tren, mi nave espacial. Estaba en las instalaciones que hoy tiene la Telesecundaria y después en la Av. Revolución, la misma calle en donde viví mi infancia, cuando el puente que cruza una barranca que antes era un basural no existía. En esa biblioteca viajé por primera vez a lugares remotos y conocí a más sabios de los que podía imaginar. En ese lugar me llené de historias, me volví adicto a ellas y busqué en algún momento colaborar con ese océano de posibilidades de evasión. Porque la lectura, la ficción y el conocimiento para lo primero que nos sirve, cuando somos niños, es para escapar de una realidad que, a veces, no es la más placentera. Entre los muros de esa biblioteca experimenté por primera vez la posibilidad de ir más allá de lo que el destino o la fatalidad de haber nacido en la pobreza parecían haber decidido para mí. El hijo de campesinos que soy no podía comprar libros, pero la biblioteca lo adoptó y lo arropó, dándole excelentes herramientas para el camino. 

Esa biblioteca ha desaparecido, o está en un lugar a donde no he podido llegar o ubicar. Al recorrer este pueblo, buscar ese olor a papel y no encontrarlo, siento recorrer en mi sangre y mi piel las sensaciones que probablemente tuvieron los filósofos viajeros que arribaban a Alejandría y los recibía la decadencia de un lugar que había perdido el corazón de su existencia. ¿Quién destruyó mi hogar? ¿Dónde están mis amigos muertos y vivos que me hablaban desde las páginas de sus libros? ¿Qué bárbaro desapareció esta estación de partida de vocaciones científicas y humanistas? 

Una biblioteca es un océano de posibilidades. No es solamente “un montón de libros que ya nadie usa”, como les encanta decir a los burócratas que no alcanzan a percibir el potencial transformador que los libros han tenido para la vida de muchos de quienes nos hemos entregado a su culto. Sí, la biblioteca son los libros que contiene, pero también puede ser las computadoras que conectan a los usuarios con el resto del mundo a través de internet, los grupos de personas que dialogan a partir de lo que una autora escribió hace cientos de años, los encuentros entre quienes escriben y quienes leen, la posibilidad de crear comunidad. 

Mientras en lugares como América Latina, México incluido, desaparecen bibliotecas porque a sus gobiernos les parecen vestigios de la antigüedad o de tiempos ya superados, en los países de avanzada proliferan y se convierten en los sitios de reunión de la comunidad; en el núcleo de la discusión política; en el espacio en donde la idea de lo público le da vida a eso que llamamos en Occidente democracia. 

Hoy en día, la biblioteca de Alejandría en Egipto ha resucitado. Es un edificio hermoso que alberga uno de los acervos y una cantidad de servicios que la ponen en la vanguardia de los centros culturales del mundo. Espero, algún día, retornar a Tlatlauquitepec y encontrarme con el prodigio de que mi biblioteca ha resucitado y se ha convertido en lo que toda biblioteca puede ser: la inspiradora de los sueños más disparatados del mundo. 


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La imaginación es importante. No podemos vivir sin ella. No habríamos sobrevivido sin ella como especie. La imaginación es poder. Imaginar quiere decir crear, quiere decir construir. En “El sueño de un millar de gatos” de Neil Gaiman el ser humano se permite, dentro de un mundo gobernado por los mininos, la posibilidad de soñar con un mundo en donde sean las personas las que dominen. Los oprimidos llegan al acuerdo de todos  soñar en lo mismo: un mundo en donde los gatos dejen de ser los tiranos que los someten y los humillan. El día nuevo llega y el ser humano es dueño del mundo. Después lo echa a perder todo, pero la esencia de la historia es hermosa: si quieren ser libres, deben ser capaces de soñar y para soñar deben ser capaces de imaginar. 

El mismo Neil Gaiman cuenta que fue invitado en 2007 por el gobierno de China a la primera convención de literatura fantástica y de ciencia ficción que el gobierno comunista organizaba en toda su historia reciente. El comunismo había prohibido la imaginación, todo debía apoyarse en la realidad, en lo tangible, en lo que podía verse. La imaginación les parecía un capricho burgués, de ricos y perezosos. Pero los chinos se dieron cuenta de que habían construido un imperio de producción (el que hoy mismo nos domina con su inmensa cantidad de mercancías), pero no habían generado tecnología innovadora. Se dedicaban a reproducir los celulares, las computadoras, los dispositivos que los norteamericanos, los alemanes, los japoneses habían creado. Los encargados del gobierno llegaron a la conclusión de que lo que había frenado el desarrollo de la tecnología de avanzada en su país era, precisamente, que sus ciudadanos tenían prohibido imaginar cosas distintas a las que conformaban el mundo “real”. Y entonces decidieron que la ciencia ficción, la fantasía y la imaginación tienen cabida dentro del mundo porque permite construir las herramientas para transformarlo. Y para producir más y hacer mucho dinero, que también para eso sirve la imaginación. 

¿A qué voy con todo esto? A que siempre se tome con cuidado la idea muy arraigada, sobre todo en los adultos, de que debemos ser realistas. Yo les puedo confiar que muchas veces debemos atrevernos y atravesar el fuego: imaginar y soñar hasta que lo real sea aquello que deseamos y no aquello que nos han impuesto sin habernos preguntado. 


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Me invitaron a ofrendar mis palabras que, algunos piensan, yo entre ellos, es lo más valioso que puedo darles. Y me he dedicado a divagar entre héroes griegos, filósofas sacrificadas en Egipto y autores de cómics invitados a enseñar a otros a imaginar. Pido disculpas e intentaré de manera breve dar consejos, aunque quizás no sean los que ustedes o sus padres esperan. 

Les digo: lo más grande a lo que pueden aspirar no es a la fama de los nuevos medios, o a la riqueza obtenida a costa de la explotación de otros, o al éxito en cualquiera de sus tramposas formas; a lo máximo a lo que pueden aspirar es que, en la hora de su muerte, se pueda afirmar: fue una buena persona. ¿Qué implica esto? Que fue alguien que no lastimó a los demás, que no traicionó la confianza de quienes lo amaban, que vivió fiel a sus convicciones y que dejó un mundo mejor al que recibió. El mundo es tan pequeño como la propia casa y tan amplio como el globo azul que se ha podido fotografiar desde la inmensidad del espacio. 

También les digo, aunque suene cursi para muchos: sigan a su corazón. Hagan aquello que les hace felices, que les permite levantarse con ánimo cada mañana. No cumplan los sueños de los demás, construyan los suyos propios. Permítanse el error y la equivocación. Se han aprendido más cosas a partir de los errores que a partir de la fe ciega. Por ejemplo, no elijan una carrera profesional porque crean que haciendo eso serán ricos o queridos por los demás. Elijanla porque es algo que los hará felices. Piensen que esa elección y su estudio les llevará cuatro o cinco años de su vida. Pero que el resto de esa vida tendrán que vivirla haciendo eso que eligieron. ¿Están dispuestos?  

Mi primera elección no fue ser escritor o maestro. Cuando salí de este colegio estaba decidido a tener una mejor vida material que aquellos que estaban antes que yo. Y obtuve un lugar para estudiar una Ingeniería en Telecomunicaciones. Dado el desarrollo que el campo ha tenido es muy probable que la meta de tener una vida holgada se habría cumplido. Pero en las frías aulas de la Facultad de Ingeniería de la UNAM me di cuenta de que no era feliz y de que no lo sería por el resto de mi vida. Así que deserté y comencé un nuevo camino en otro ámbito completamente distinto. Y no me arrepiento de la decisión tomada. El error es parte de la vida. No tenemos por qué negarlo. 

Y lo último que quiero decir me refiere a otra historia, esta por completo mexicana. En el mito del origen del sol, los mexicas señalan que para darle vida al astro rey hacía falta el sacrificio de alguno de los dioses que existían. Dos se ofrecieron para ese honor: Tecuciztécatl, el dios rico, arrogante y revestido de joyas y abalorios; y Nanahuatzin, el dios pobre, humilde y mal vestido. En la hora de la verdad, el vanidoso Tecuciztécatl retrocedió horrorizado y lleno de miedo ante la hoguera que lo lanzaría al cielo; Nanahuatzin, en cambio, llegó hasta el borde de la inmensa hoguera y, sin pensarlo, se lanzó al fuego. Se convirtió en el sol que nos ilumina. Recuerdo que, a lo largo de mi vida, gente ignorante y mal intencionada utilizó palabras para intentar ofenderme: “campesino”, me decían; “macuarro”, me gritaban. Nunca fueron ofensas, ambas palabras significan para mí dos de las cosas más maravillosas que el ser humano puede ser: proveedor de alimento a través del cultivo de la tierra; y constructor de casas que nos protejan de los peligros de la muerte. Sin los primeros, nadie podría sobrevivir en el mundo, privados de alimentos; las obras de los albañiles, por su lado, atestiguarán la decadencia del ser humano y sus ruinas gritarán que alguna vez existimos. Cuando escucho esas palabras dirigidas a otros, no puedo sino solamente pensar en el mito mexicano del origen del sol: podremos venir del origen más humilde, haber nacido bajo la sombra de un cerro incendiado, no tener ningún tipo de privilegio y, pese a todo eso, como Nanahuatzin, con un poco de valor, nada nos impedirá tocar las estrellas.


Tlatlauquitepec, 7 de julio de 2023


 

viernes, marzo 10, 2023

Lo que he visto: de restaurantes pretenciosos a futuros sin futuro

The Menu (EU, Mark Mylod, 2022). Un grupo variopinto de integrantes de la alta sociedad llega a un restaurante ubicado en una isla remota para degustar una cena preparada por uno de los chefs más reconocidos del medio culinario. Sin embargo, la velada se convierte en algo alejado del hedonismo que esperaban. Una comedia de humor negro y terror que, a pesar de su aparente superficialidad, aborda temas interesantes como el snobismo, la decadencia, la hipocresía, la explotación a través de las especulaciones financieras, la arbitrariedad de la crítica gastronómica y sus consecuencias; pero también, los usos y costumbres de la cocina como escuela y lugar de trabajo: el acoso sexual, las injusticias impuestas por el ego, el trabajo extenuante y sacrificado, la pérdida del placer por cocinar al sustituirlo por la  búsqueda del éxito. Sorprendente más allá del giro de tuerca principal. 

🐶🐶🐶 y medio de 5

* En Star+. 




Horsemen (EU, Jonas Åkerlund, 2009). Un policía forense es asignado a la investigación de una serie de asesinatos que revelan preocupantes resonancias bíblicas. Cinta que se va hundiendo poco a poco a partir de una premisa interesante pero que se agota con las lecciones morales que pretende dar, el cierre es de pena ajena. Sermones acerca de la paternidad, el dolor y la maldad como vía de escape a una realidad que no se puede aceptar. Sobreactuada e inverosímil. Véala por si se la topa en el cable en la madrugada y no puede dormir. 

🐶🐶 de 5

* En Netflix. 



That ‘90s Show (EU, Gregg Mettler, Bonnie Turner y Lindsey Turner, 2023; serie: primera temporada de 10 episodios). “Actualización” del programa That ‘70s Show con varios de los supuestos hijos de los protagonistas originales y nuevos personajes. Se mantienen como fijos los abuelos Kitty y Red Forman. La historia central relata las aventuras de Leia, la hija de Eric y Donna, en el pueblo natal de sus padres, quienes ahora viven en Seattle. Primera temporada que intenta captar nuevos públicos entre los adolescentes actuales, pero que no puede desprenderse de la intención de agradar a los espectadores del show original. Por lo tanto, se queda a la mitad en ambas intenciones. Es una serie agradable, infantilizada y que no ahonda en cuestiones inherentes a la época que pretende referir (como la música o el estado de inconformidad y nihilismo propio de la Generación X). Está bien para poner de fondo mientras se hace otra cosa, pero nada más. Habrá segunda temporada. 

🐶🐶 y medio de 5

* En Netflix. 


Stutz (EU, Jonah Hill, 2022). Cinta que presenta a Phil Stutz, psiquiatra y terapeuta del actor y director. A través de una conversación y de la deconstrucción de los medios utilizados para grabar este documental, nos acercamos a la relación que ambos, terapeuta y paciente, tienen; vínculo que es evidente ha trascendido más allá de las sesiones de terapia. La conversación permite asomarnos a diversos mecanismos de visualización y trabajo terapéutico (“herramientas”, le llaman) que el doctor utiliza, al tiempo que, a través de las preguntas de Hill, accedemos a partes de su vida y a la manera en cómo sobrelleva su enfermedad de Parkinson. Algunos de los conceptos vertidos son interesantes, pero se corre el riesgo de pensar que son “recetas” que sustituyen la atención profesional. Sin embargo, resulta interesante, incluso en la forma en cómo la película misma parece explorar en sus mecanismos de funcionamiento al desnudar las pantallas verdes y la noción del tiempo concentrado que no coincide con el tiempo de filmación. Si no le llama la atención escuchar a dos personas conversando sobre su vida y sus problemas familiares y de autoconcepto, no es para usted. 

🐶🐶🐶 de 5

* En Netflix. 


Babylon (EU, Damien Chazelle, 2022). Dos palabras: excesiva y obvia. Parece que el hecho de tener un presupuesto bastante considerable (alrededor de USD 80 millones) operó en contra de la habilidad del director para contar las historias que en sus cintas previas habían sido bastante eficaces. Si bien la pareja protagonista tiene su desarrollo y desenlace, la historia resulta un tanto anticlimática, sobre todo para el caso del personaje interpretado por el mexicano Diego Calva. La película narra el ambiente que California vivía durante el auge de las producciones cinematográficas, apenas unos años previos a la transición al cine sonoro. Las fiestas desmesuradas, los ambientes de semiclandestinidad o de falta de control estatal se reflejan en el mismo sentido que la libertad extrema en términos de comportamiento público; cuestión que es característico, por otro lado, de la década de los veinte del siglo XX. En esos términos, la construcción de la ciudad babilónica donde la drogadicción, el sexo, el despilfarro, los golpes de suerte y la arbitrariedad de la fortuna es lo más logrado de la cinta; sobre todo la escena de apertura, que en su barroquismo y simultaneidad consigue transmitir esa belleza incómoda de lo que representa. 

La cinta fracasa en lo que es uno de los puntos altos de Chazelle: contar una historia de manera concentrada y con tensión dirigida hacia el clímax narrativo. Acudimos, casi sin preocuparnos, a la decadencia del galán del cine mudo (Pitt) que confronta generacionalmente los cambios de gustos y hábitos de lo amoroso, además de su representación; la historia de la pareja protagonista (Robbie y Calva) apenas existe, lo más atractivo es la manera en cómo ella es coherente de principio a fin con su propia historia de vida y ambiciones. En cuanto al personaje de Calva, los minutos finales más que generar empatía o emoción, crean una especie de situación incómoda al presentar una escena conclusiva casi calcada de una referencia del género de películas sobre el cine: Cinema Paradiso, pero sin la emoción ni la construcción de aquella. 

Si bien es interesante la reconstrucción histórica (sobre todo la de los primeros sets para filmaciones sonoras con la caseta frontal insonorizada de las cámaras), su capacidad para transmitir emociones o contar una historia-que-importe sufre conforme más avanzan sus tres horas de duración. Llena de simbolismos cada vez más obvios: desde la referencia a Babilonia como la ciudad de la perdición y el pecado, hasta el descenso a los infiernos que parece hacer un juicio, incluso conservador, acerca de los géneros que el cine vio aparecer en la clandestinidad y los bajos presupuestos (terror, cine B, pornografía). Esto contrasta con la cuota a la corrección política de la directora que manda a la actriz con una naturalidad, que los supuestos de las muertes de debutantes y el uso sexual de las mismas ponen en entredicho. 

Es una película entretenida, con registros variados (lo que no se convierte en un acierto), y que no consigue aclarar si es “una carta de amor al cine”, una historia romántica a-la-Lalaland, una reivindicación a los outsiders que fundaron el imperio hollywoodense, una confrontación a quienes conciben el séptimo arte como advenedizo e incompleto, o una crítica social a los verdaderos dueños del circo (los ricos que terminan llenos del vómito de la fracasada actriz incapaz de integrar alta cultura a su dieta y sus hábitos). Como mencioné al principio: excesiva y de una obviedad, en tramos, hasta insultante. 

🐶🐶🐶 de 5

* En cines. 


Dragon: The Bruce Lee Story (EU, Rob Cohen, 2022). Película biográfica acerca del gran fenómeno norteamericano de las artes marciales y fundador del jet kune do. La cinta se basa en las memorias de la viuda del propio Lee, por lo que a tramos, más que parecer la biografía del actor, parece la beatificación de la esposa. Las perspectivas se cruzan de manera constante. La cinta es muy ágil, dirigida al gran público y con una buena cantidad de peleas y coreografías que homenajean, aluden o representan las peleas que hicieron famosas a sus películas. Hay una tibia denuncia del racismo sufrido por la comunidad china, al tiempo que una serie de hipótesis místicas sobre la muerte de Bruce Lee, las cuales se reforzaron al morir también su primogénito, Brandon, en un accidente dentro de un set de filmación. Como cinta de entretenimiento y referencia de vida del icono de las cintas de artes marciales cumple su cometido. 

🐶🐶🐶 de 5


The Peripheral (EU, Vincenzo Natali y Alrick Riley, 2022; serie: 8 episodios). Basada en una serie de William Gibson, una de las plumas más influyentes y disruptivas de la ciencia ficción del siglo XX, la historia aborda una situación de multiversos en donde la posibilidad de un apocalipsis inminente empuja a los habitantes de un futuro distópico y dictatorial a reclutar a una operadora de videojuegos de realidad virtual para modificar el equilibrio de fuerzas en ese porvenir que no necesariamente es el único. Serie que roza, sin profundizar, en situaciones como la lucha de clases, la posibilidad del desarrollo científico como otra forma de opresión y el crecimiento del crimen organizado como la única entidad capaz de hacerse del poder del Estado (o algo parecido) en un futuro donde opera el caos y la dependencia tecnológica, amén de la hiperconexión y los implantes cibernéticos (ciberpunk a tope). Buena factura, actuaciones solventes (una guapísima Chloë Grace Moretz, en un papel dramático con secuencias de acción de las que sale bien librada), una dirección adecuada (el artífice de The Cube está detrás de la construcción de varios episodios), buena factura de efectos visuales. La historia tiende a hacerse confusa, pero las líneas principales se mantienen y las motivaciones de los personajes son claras. Entretenida, no memorable, a menos que la segunda temporada (ya en preproducción), dé un salto de arriesgue. 

🐶🐶🐶 de 5

* En Prime.