martes, julio 20, 2021

Lo homogéneo del futuro exótico

 


El libro ¿Sueñan los androides con alpacas eléctricas? Antología de ciencia ficción contemporánea latinoamericana (Libro al viento, 2012), reúne a un grupo de escritores de varios países latinoamericanos que escriben una historia de ciencia ficción. Este libro es un esfuerzo por cuestionar la idea de que en América Latina sólo se escribe realismo-naturalismo y que la única forma de abordar la crítica social o la reflexión identitaria pasa por varios lados, menos por el de los despectivamente todavía llamados subgéneros.

         En esta antología, podemos ver diversas versiones del futuro, ese cronotopo asociado tradicionalmente con la ciencia ficción. Casi todas esas versiones son apocalípticas, remiten a futuros de destrucción de la población, los esfuerzos civilizatorios y los habitantes; es, en ese sentido, una de las cosas que aluden a la región: pareciera que la fatalidad y la ausencia de finales felices son propios de nuestra América.

         Jorge Aristizábal Gáfaro (Colombia, 1964) construye una fábula en la que se describe la lucha entre dos sociedades alienígenas que han elegido la Tierra como el escenario de su disputa. Objetivo de una de las avanzadas de uno de los bandos se relaciona con una mujer a través de quien intentan obtener beneficios en su guerra particular. El tono del cuento es fársico en donde, más que un planteamiento de ficción especulativa, parece existir una crítica hacia el comportamiento femenino y la aparente imposibilidad de satisfacción de las mujeres. Hay incluso un tufillo a misoginia que no termina de hacerse patente, pero que atraviesa diversas escenas del texto.

         Por su parte, Jorge Enrique Lage (Cuba, 1978), aborda otra paradoja de comportamientos contemporáneos proyectándolo a un futuro indeterminado: la idea de que la heterosexualidad ha desaparecido en el futuro y que “salir del clóset” en esa sociedad es similar a las dificultades que enfrenta en nuestros días la comunidad homosexual. Es interesante que los dos primeros cuentos del conjunto utilicen el humor como mecanismo de crítica-exposición de sus tesis. Reflejan una cierta mirada irónica sobre los usos y costumbres de nuestros días, sin subvertirlos por completo. El humor, en estos casos, pasteuriza la posibilidad de crítica eficaz.

         Bernardo Fernández (México, 1972) narra los últimos días de la civilización planetaria al llevarnos de paseo por una Ciudad de México que se ha convertido en territorio de peregrinaciones, saqueos y caos. Una historia de amor entre adolescentes que termina aún antes de empezar.

         Desde un registro sentimental parecido, José Urriola (Venezuela, 1971) describe una distopía en donde las emociones y los sentimientos humanos se han deteriorado y devaluado lo suficiente como para que se conviertan en una atractiva moneda de cambio. El personaje central descubre la manera de sintetizar el amor, convertirlo en una droga y comercializar con ésta. Todo se modifica cuando ese mecanismo lo tiene que aplicar a sí mismo. Es, en resumen, una alegoría transparente de una historia de amor tradicional.

         Por su parte, Pedro Mairal (Argentina, 1970) habla también de una adicción que modifica el comportamiento humano en una sociedad futura (o indeterminada en el tiempo), el Float de su ficción es una alegoría de la forma en cómo el uso de dispositivos electrónicos de comunicación ha aislado a los seres humanos en sus formas más básicas. En este sentido, la historia aborda el caso de una familia que se ve destruida por las consecuencias de esa adicción.

         Finalmente, Carlos Yushimito (Perú, 1977) nos lleva a un futuro en donde atestiguamos la historia de un humano y su robot, mismo al que esclaviza para poder sobrevivir ganando partidas de ajedrez y al mismo que ha negado la libertad a pesar de habérsela prometido. En la vejez, ambos cuerpos se deterioran de manera distinta, pero con consecuencias similares; es una reflexión acerca de lo perecedero de las cosas y de la muerte como una metáfora de la liberación.

         Son cuentos interesantes y paradójicos. Muestran, por un lado, un eco de los ambientes y las ciudades latinoamericanas (ciudades, nunca el campo) en donde la decadencia y el abandono se hacen patentes, pero, al mismo tiempo, reflejan un futuro que puede ser el futuro de cualquier país o región del mundo. La homogenización triunfante del capitalismo que logra, en todos los casos, destruir a la humanidad por completo. O arrebatarle al menos la esperanza.


* El libro se puede descargar gratuitamente aquí: 
https://babel.banrepcultural.org/digital/collection/p17054coll3/id/20/rec/2 

jueves, julio 15, 2021

Leernos en el espejo del río del tiempo

 



Irene Vallejo (Zaragoza, España, 1979) ha escrito un libro que, ahora que miro un poco su trayectoria, me entero que se ha ganado un montón de premios de ensayo y de literatura de no ficción. Se trata de El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo (Siruela, 2020). Pocas veces un texto tan abrumadoramente erudito me había atrapado de manera tan radical.

         Esta obra es muchas cosas: un recuento con conocimiento profundo de la vida cotidiana y política de las civilizaciones de la Antigüedad (Mesopotamia, Egipto, Grecia y Roma); una reflexión acerca de la recurrencia de las preocupaciones y comportamientos de los seres humanos con respecto del conocimiento y el poder; una alusión a la autobiografía para explorar y explicar el culto y la importancia que los libros tienen desde una perspectiva personal.

         El libro, la invención de los mismos, es el tema de este ensayo. La manera en cómo el objeto que hoy acogemos como manchas de tinta electrónica en un Kindle o cualquier smartphone tuvo su origen en materiales diversos: las paredes, las rocas monumentales, los bloques de piedra pulida, las tablillas de arcilla, los juncos de papiro a que alude el título, la piel de animales diversos en forma de pergamino, hasta llegar finalmente a esa revolución radical que fue el papel. Con una maestría narrativa impresionante, Vallejo nos lleva a través de su mirada conocedora, su doctorado en filología clásica y su rigurosa formación la avalan, a través de los siglos y de los territorios de la Europa Oriental y el Cercano Oriente, amén del norte de África, en donde ese objeto venerado por multitudes de amantes de las palabras y las ideas encontró sus primeras manifestaciones.

         Nos acercamos además a la narración de cómo el poder político, las conquistas del mundo entonces conocido, permitió y transformó las posibilidades de la historia de la cultura global. Por estas páginas transitan igual Homero que Sócrates, o Aristóteles y su estudiante Alejandro Magno, además de los césares romanos y la figura tremenda de Cleopatra. Nombres conocidos por cualquiera que haya llevado un curso de la denominada “historia universal” sabrá quiénes son esos nombres aludidos. Pero, además de ellos, Vallejo hace una genealogía de personajes que, desde las sombras, construían las obras que hoy nos permiten hablar de acervos extintos en las conquistas militares o recuperadas por los museos y los estudiosos. Sabemos del bibliotecario de Alejandría, de los agentes viajeros que recorrían kilómetros para hacerse de un ejemplar que llevar hasta la monumental maravilla de la Antigüedad. La autora relata cómo ese gesto de intentar abarcar el conocimiento generado en esos tiempos se convirtió en un símbolo de poder y de alusión a la posteridad. De cómo comenzaron a surgir bibliotecas en diversas ciudades. De los préstamos interbibliotecarios que podrían llevar como tiempo de retorno años o, en tragedia máxima, la pérdida de manuscritos por el hurto de esos materiales. Sí, los ladrones de libros existían ya desde los albores de la civilización.

         Vallejo también realiza un trabajo minucioso e interesante con respecto de la recuperación de la memoria de las autoras cuya memoria fue borrada de los tiempos y los anales. Esas reflexiones con respecto del papel que las mujeres tenían en las sociedades antiguas serán recurrentes y un hilo conductor a lo largo del libro. Las mujeres autoras, las que sobrevivieron al borramiento como Safo, o quienes tuvieron que dejar que un varón firmara su trabajo, reciben reconocimiento y reivindicación a partir de hacer visible su existencia y la de su obra.

         La escritura es también tema de estas páginas. A través de los siglos, la autora teje la historia de cómo la posibilidad de comunicarnos se fue transformando de las pinturas figurativas de los habitantes de las cavernas a los códigos fonético-alfabéticos que hoy utilizamos para expresarnos por escrito. Ese viaje, que hoy nos parece como algo que siempre ha estado ahí, casi de manera inmutable, implicó siglos de creatividad y proceso de ensayo-error. La aparición de códigos como los emoticones o los actuales stickers de la mensajería electrónica instantánea parecen aludir a tiempos antiguos y formar parte, al mismo tiempo, del futuro de la expresión escrita.

         Es una obra que tiene todo para ser el gran fenómeno de ventas y de lectores que es: una historia bien documentada, narrada con las herramientas de una escritora que conoce las técnicas del oficio desde la ficción, un documento que nos permite reflexionar sobre los tiempos contemporáneos al vernos reflejados en ese río de tiempo heracliteano que nunca es el mismo (la interpretación misma de lo histórico) y un asomo a cómo la autora, en primer persona, puede contar una historia que resuena conocida para todos aquellos que amamos la lectura y el objeto que lo hace posible: el libro. Un trabajo riguroso, entretenido y adictivo. No se lo pierdan.

miércoles, julio 07, 2021

Abolir la sorpresa, combatir la incertidumbre

En los últimos tiempos del aislamiento animado por esta pandemia me he dado cuenta de algo que me ha parecido, al menos, curioso. Mientras al inicio de todo el proceso, hace ya 16 meses, la situación parecía una oportunidad para realizar, desde la privacidad hogareña, actividades y proyectos que habían sido postergados por la falta de tiempo o soledad, en la actualidad parece que ese impulso se ha detenido o apagado. 
    Ya no aparecen en redes sociales los post que sermoneaban acerca de la falta de disciplina y vocación para aprender nuevos idiomas, tocar un instrumento, escribir la novela total o revolucionar la comunicación en tiempos de covid. Lo que hay ahora es una especie de resignación en donde la incertidumbre se convierte en un elemento congelador de intenciones. 
    La novedad nos asusta porque esta pandemia fue la novedad más grande, quizás, de nuestra vida. No sabemos a ciencia cierta cuándo acabará, a pesar del deseo renovado de que las vacunas permitan vislumbrar el final de toda esta falta de materialidad en nuestras diversas relaciones. Ahí, en el fondo, la aparición de nuevas variantes del invisible virus nos mantiene en estado de alerta, despojados del deseo de más sorpresas. 
    En lo particular me he sorprendido haciendo algo que, quizás, sólo me ocurre a mí. En los últimos meses he reducido la visión de series de televisión y películas nuevas y me he descubierto revisitando aquellas que ya he visto y que, la mayor parte, he disfrutado. Nada que ver con la voracidad de contenidos nuevos del inicio del aislamiento. ¿A qué se deberá esa actitud? Aventuro una respuesta. 
    Quizás, sólo quizás, en medio de este tsunami de decisiones que ha sido la gestión personal y social de la pandemia, requerimos certezas. Saber qué es lo que sigue. Cómo termina todo. Y eso, se ha transportado a productos culturales como los libros, el cine, la televisión. Brindan una especie de seguridad, reducen el margen de incertidumbre, otorgan una cierta sensación de estabilidad. Al menos es lo que puedo interpretar desde mi experiencia. He comenzado a releer libros. Probablemente es la siguiente fase de esta búsqueda inconsciente de la tranquilidad y la calma. Quizás. 

martes, julio 06, 2021

El universo bajo el cielo estrellado del desierto

 


Aristóteles y Dante descubren los secretos del universo (Planeta, 2015) es una novela que todo mundo debería leer. Pero más los adolescentes, los padres de estos y los profesores (sobre todo los de secundaria y prepa). Es una historia en apariencia simple pero que, tras la prosa sencilla y directa, esconde una gran cantidad de verdades acerca de lo que inquieta a todo el mundo en algún momento de la vida.

         Benjamín Alire Sáenz (Old Picacho, Nuevo México, 1954) construye una historia en donde la voz de los clásicos suena, de ahí el nombre de los protagonistas, pero cuyos ecos resuenan en lo contemporáneo de manera evidente. El libro aborda de manera clara el tema de la identidad, entendida ésta desde diversos frentes: la identidad cultural, la identidad sexual, la identidad generacional, el autoconcepto. Esa pregunta iniciática de la filosofía griega, ¿qué somos?, alcanza aquí dimensiones de nuevo tratado mayéutico o comedia renacentista.

         Aristóteles y Dante son dos adolescentes que viven en El Paso, Texas. Una ciudad que guarda en sí la herencia de lo mexicano desde lo histórico y hasta lo cultural contemporáneo. A uno de los chicos no le gusta identificarse con el origen mexicano de su madre, mientras el otro bulle de curiosidad acerca de lo que ocurre allende el Río Bravo.

         En pleno despertar sexual, la curiosidad los arrastra hacia una amistad que les permite explorar campos minados en una sociedad donde la intolerancia sigue siendo uno de sus elementos característicos. Besar chicas o besar chicos parece una cuestión fundamental a resolver. Uno de ellos lo hace antes que el otro, pero en aras de la amistad que han construido a lo largo de las páginas se prodigan paciencia y cariño.

         Capítulos que se leen rápidamente, diálogos vivaces que parecen triviales pero que significan cuando los vemos en el contexto de lo que ese viaje llamado vida están experimentando ambos jóvenes. Es un libro sobre la amistad, sobre lo que significa estar/saberse/definirse solo/extraño/raro; y sobre la felicidad que implica encontrar a un espíritu afín.

         Antes que cualquier cosa, Ari y Dante son amigos. De las pláticas en la alberca pública, a los actos simbólicos en la sala de un hospital, a la revelación gozosa bajo la lluvia en medio del desierto, lo que late en medio de esos dos jóvenes es un vínculo forjado en la confianza y la afinidad con respecto del otro. Afinidad que, extrañamente, se construye a partir de las visiones y comportamientos opuestos que tienen con respecto del mundo que los rodea.

         Aristóteles reflexiona siempre acerca de lo que significa ser mexicano, parecer mexicano, provenir de mexicanos en un ámbito en donde el racismo es una presencia constante y, a veces, amenazadora. El rastro de sus antepasados y de un oscuro secreto familiar le va revelando el propio ser, la posibilidad de asumirse como alguien que cuya identidad está más allá del adolescente amargado que siempre ha sido. Dante, por su lado, experimenta el mundo de manera extrovertida, imprudente y en búsqueda de nuevos desafíos o descubrimientos; vive menos angustiado que su amigo, pero no desprovisto de dudas y necesidad de respuestas.

         Es una novela, también, sobre la manera en cómo la comunicación entre padres e hijos es una obra arquitectónica cuya construcción no siempre es fácil. La relación de Ari con su padre es problemática porque los silencios siempre terminan invadiéndolos. El progenitor, veterano de la guerra de Vietnam, carga sus propios fantasmas, mismos que no se anima a compartir con su hijo. Pero, cuando ocurre, la vida tiende a ser menos complicada, menos apabullante.

         De más está decir que se las recomiendo ampliamente. Y que agradezco que mis estudiantes me hayan acercado a la lectura de esta propuesta; quizás no hubiera llegado a ésta de ninguna otra forma.