miércoles, noviembre 24, 2004

ay, ay, ay

Porque todo nuestro corazón está
Unido en un solo, desgarrador, grito
Movido por los sueños de los locos
Ahora que nos queda un poco de liento
Sabremos que la angustia apenas empieza.

Pero al final, seguramente, podremos gritar de nuevo: ¡PUMAS CAMPEÓN!
(Al escribir esto, el glorioso equipo de la Universidad le está ganando 1 a 0 a los escuálidos, perdón a los escualos del Veracruz)
Ya va a empezar el segundo tiempo. Ahí nos vemos...

martes, noviembre 23, 2004

¿Tiene un tenedor?

Llevo varios meses asistiendo a este restaurante. No lo hago por la excelencia de la cocina o por la variedad de la comida que ofrecen. A decir verdad, esos serían pretextos igual de falsos que las mariposas en las medias de mi secretaria. En realidad podría pagar algo mejor. Una buena comida con un buen vino y la compañía que yo quisiese escoger. Y sin embargo llevo varios días viniendo a disfrutar del "menú ejecutivo" que se anuncia con bombo y platillo en la puerta de cristal de este comedero. Nunca me había detenido a pensar en la naturaleza de tal palabra. "Comedero". Me recuerda el tronco hueco que utilizaba mi abuelo para darle de comer a los cerdos en la granja que después el banco le quitó sin prestarle ninguna consideración ni a su edad ni a su reputación. "Comedero". Las bandejas colgando de las jaulas de los canarios que mi madre criaba para poder ayudar a mi padre que, a los treinta años, quería estudiar electrónica y encargó un curso por correspondencia. "Comedero". Un grupo numeroso de oficinistas trajeados, mal acorbatados y bien acobardados, que se inclinan sobre un plato de comida. Olorosos a colonia saturada de alcohol, a humo de cigarro milenario que escapa por las rendijas de sus dientes amarillentos, a mala digestión de café y galletas de caja. ¿Qué hago aquí? ¿Por qué la necedad? La respuesta tal vez venga en este momento por el pasillo formado entre esas dos mesas allá al fondo. El horrendo uniforme anaranjado parece avergonzarse de pretende reducir su belleza. A pesar de verme dairio sentado en el mismo invariable lugar de la barra su actitud me da a entender que no me reconoce. Que no quiere reconocerme. Pero hoy se acabó. Ya no estoy dispuesto a sufrir su indiferencia. Hoy le digo todo eso que le he estado diciendo al espejo del baño y al retrovisor del auto. Hoy le dejo marcadas mis palabras en su memoria, a fuego vivo sobre sus más recientes recuerdos. Mañana no podrá resistirse a tratarme con familiaridad. Mi confesión merece, al menos, la atención de la conmiseración cordial. Espero que se sonroje. Que mire nerviosa a través de esos anteojos que en lugar de afearla la hacen más atractiva. Que voltee nerviosa, esperando que ningún cliente haya escuchado lo que tengo que decirle. Que se le caiga la jarra de café. Que no encuentre la pluma en su delantal para anotar una a una las palabras que quiero decirle. Allá viene. ¡Dios mío, si el mar aprendiera un poco de ella! Me mira fijamente y sonríe sin decir nada. Espera lo que tengo que decir. Algo aquí abajo en mis entrañas anuncian que no todo va bien. La mente se me ha borrado. ¿Se le ofrece algo, señor? Alcanzo a balbucear una estupidez: "¿tendrá por ahí un tenedor?" Ella baja la cabeza como si lo dicho no fuera lo que esperaba. "Sí, claro, enseguida se lo traigo". Se aleja. Intento levantarme, ir tras ella, pero el peso del mundo es demasiado para mí. Desaparece tras las puertas batientes de la cocina. En los altavoces se escuchan amplificadas las risas de mi vergüenza.

lunes, noviembre 15, 2004

Libros

Un libro que después de una sacudida confundió todas sus palabras sin que hubiera manera de volverlas a poner en orden.
Un libro cuyo título por pecar de completo comprendía todo el contenido del libro.
Un libro con un tan extenso índice que a su vez éste necesitaba otro índice y a su vez éste otro índice y así sucesivamente.
Un libro que leía los rostros de quienes pasaban sus páginas.
Un libro que contenía uno tras otro todos los pensamientos de un hombre y que para ser leído requería la vida íntegra de un hombre.
Un libro destinado a explicar otro libro destinado a explicar otro libro que a su vez explica al primero.
Un libro que resume un millar de libros y que da lugar a un millar de libros que lo desarrollan.
Un libro que refuta a otro libro en el cual se demuestra la validez del primero.
Un libro que da una tal impresión de realidad que cuando volvemos a la realidad nos da la impresión de que leemos un libro.
Un libro en cual sólo tiene validez la décima palabra de la página setecientos y todas las restantes han sido escritas para esconder la validez de aquella.
Un libro cuyo protagonista escribe un libro cuyo protagonista escribe un libro cuyo protagonista escribe un libro.
Un libro, dedicado a demostrar la inutilidad de escribir libros.

"Libros" de Luis Britto García en Rajapalabra.

miércoles, noviembre 10, 2004

Ven

Ven,
ayúdame a insertar mi corazón en la tapa de este libro, enciclopedia donde en cualquier momento puedo leerte, manual de fórmulas par ahuyentar la tristeza,
ven,
ayúdame a olvidarte
a no seguir buscando
la mirada que pusiste en mi rostro
cada minuto diferente,
ayúdame a olvidar nuestra hermosa soledad de animales en celo.
Si tú me ayudas
te prometo no salir a buscarte en los espejos
o en el fondo de la taza de té.

Thelma Nava

Futuro

Cuando la ternura se te hace insoportable
y el olor de la yerba quemada te despierte,
estaré preguntándome en qué sitio
amanece tu sombra.
Serán largas las noches.
Y mis palabras se te harán visibles
cuando crezca la hoguera.

Estaré no sé dónde conjurando la lluvia
que ahuyente los vestigios del peligro.
Aquí en mi vientre madurará el silencio.
Lo sentirás si pones el oído en la tierra.
Se dormirá en tu boca.
Será como una porción de un hombro mío
rompiendo la mañana
o quebrando el calor del mediodía.

Dos puntos

Sedúceme con tus comas, con tus caricias espaciadas, tu aliento respirable y tus atrevimientos continuos; colócame el punto y coma para cambiar las caricias por largos besos y frases susurradas boca a boca. Haz un punto y seguido para desatarte de mí y contemplar mi desnudez sobre tu cama, ahora interrumpe con guiones para soltar un halago sobre mi cuerpo y su huella en el tuyo -recorrer con la mirada el talle y el hundimiento en la cintura, el ascenso en la cadera, la larga prolongación de las piernas rematadas por un pie que no resistes besar-. Embísteme sin mi rechazo y tortúrame con la altivez de tu deseo arrastrándome muy lejos (al borde del abismo entre paréntesis y sin comas por favor), ahora desenvaina tus puntos suspensivos... -maldito trío de puntos- ese espacio sin nombre no se alcanza.

Un punto y aparte para calmar el temblor de mi cuerpo y sonreírte al tiempo que me das de beber del vino espumoso en una copa. Borro mis interrogaciones. Toda una antesala para retomar tus comas y regalarme la humedad de tu boca y la suavidad de tu respiración en mis orejas, cuello, nuca, hombros; atacar con puntos y comas nuevamente para buscar con tu dedo un clítoris congestionado, pasar tu lengua entre esos labios escondidos y saborear mis secreciones -robármelas entre guiones- y atizar de nuevo en mi centro ardiente ocupándolo, sosteniendo el ascenso ¡inminente! con signos de exclamación, la eyaculación inevitable... hasta acabar con los puntos suspensivos y vaciarte todo en mí y desplomarte extenuado, aliviado y amoroso en mi cuerpo complacido.

De nuevo un punto y aparte para dormir sobre mi pecho y poner punto final al entrecomillado "acto" que en este caso es un hecho amoroso sin ningún viso de actuación.

Si estoy equivocada, felicito tu dominio de la puntuación.

Punto final.

Mónica Lavín en Retazos, México, Tava, 1995.
(Cachondita ¿edá?

lunes, noviembre 08, 2004

Literatura, política y mercado durante la década de los sesenta. (Esquina Latinoamérica y San Francisco)

Literatura, política y mercado durante la década de los sesenta.

A finales de la década de los ochenta, para ser más precisos en diciembre de 1989, un misterioso escritor (o escritora, vaya usted a saber), escribía un artículo en el primer número de la revista La pus moderna dirigida en México por Rogelio Villarreal. En este artículo, que llevaba el título de “Instructivo para escribir una magnífica novela”, el autor del escrito (Esperanza Frustrado), hacía una crítica demoledora a la estética de la novela que se consideraba ligada a las poéticas originadas por el llamado “realismo mágico”, uno de los términos que eufemísticamente hacía referencia a las novelas producidas durante las tres décadas anteriores y que, genérica (y erróneamente) se hacían sinónimos del llamado boom de la literatura latinoamericana. Fragmentos de tal texto apuntaban en sus recomendaciones:
1. Confeccionar dos o tres personajes insuflados de tradición y nostalgia y bautizarlos con nombres que evoquen en sí sabiduría, misterio, inocencia, exotismo y folclor. (Ejemplos: Mazacuato Jiménez, Trinidad Sexenio, Fulgencio Flores, Dolores Seguidos, Hilar Lino).
2. Ubicar a los personajes en algún pueblo evocador y singular adonde, de preferencia, no hayan llegado los españoles; pueblos que guarden alguna similitud con Comala y Macondo y que también posean tal contundencia en su nombre (Tenango, Totopo, Cuetzala, Encéfalo).
3. Entregar al pueblo a la prostitución de la magia y obligar a algún personaje, de ser posible raquítico y analfabeta, a que diga cada dos páginas alguna frase deslumbrante y reveladora. (Ejemplos: “Lo mataron al amanecer”, “Tenía el rostro rojo como la arcilla”, “Llevaba la muerte en los ojos”).
4. Concebir alguna tragedia exótica; por ejemplo, inducir a Mazacuato Jiménez a que, obsesionado por su juventud como militar, pase por las armas a nueve cerdos con todo y críos que robara antes del corral de Trinidad Sexenio.
5. Hacer a Dolores Seguidos parir una hija que a los catorce años se enamora de, digamos, Fulgencio Flores, quien la persigue hasta “desbravarla” y “preñarla” acabando así con la pureza a la que está destinada por no pertenecer a la civilización. Todo lo anterior sucederá en una atmósfera de amor y orines, de calentura y candidez.
6. Buscar un título a la novela que sea un híbrido entre algo muy concreto y algo completamente etéreo. (Ejemplos: El hotel de los fantasmas, El pene del ánima, Cuatro años de ingratitud).
7. Esperar la fama, no tardará.[1]
El texto nos hace apreciar la fatiga existente en torno a la narrativa que había convertido lo “exótico” y “mágico” en símbolo de pesos y en pretexto sin cuestionamiento para producir una serie ingente de novelas que abusaban de las audacias narrativas y de las poéticas creadas décadas anteriores. Lo que pareciera una descalificación hacia todos los autores adscritos al realismo mágico y que se hicieron notar durante el periodo concebido como el boom, se convierte pronto en una defensa de éstos y en un ataque a los oportunistas que vieron en las mujeres voladoras y los recetarios de la abuela una mina de oro. Lo anterior lo podemos notar, por ejemplo, cuando en el Manifiesto Crack que viera la luz a mediados de los noventa, se reivindica a los autores concebidos dentro del llamado boom. Dice Eloy Urroz:
La pía cadena de novelas legítimamente “profundas”, pues, sufre un descalabro cuando las editoriales comienzan a titubear hace algunos años y prefieren venderle al público títulos apócrifamente “profundos”, apócrifamente literarios, dándole así a los lectores cantidad inenarrable de “gatos por liebres” y desactivando de paso la avidez de exigencia que textos como Rayuela, La vida breve o Cien años de soledad redituaban.[2]
Pero, ¿de dónde surgen los escritores que, en los albores del siglo XXI siguen causando tal polémica? Surgen en el boom. Pero, cuando se habla de este ¿movimiento?, ¿grupo de escritores?, ¿generación?, ¿estrategia publicitaria?, etc., ¿de qué se está hablando? Las siguientes notas tratan de poner un poco de luz sobre esto, las reflexiones se originan de la lectura de dos textos principalmente, “El “boom” en perspectiva” de Ángel Rama y “Nueva Narrativa y Ciencias Sociales hispanoamericanas en la década del sesenta” de Tulio Halperín Donghi, ponencias presentadas durante el Coloquio “El surgimiento de la nueva narrativa latinoamericana, 1950-1975)” llevado a cabo en el Wilson Center de Washington durante los días 18 al 20 de octubre de 1979 y recogidas en el volumen titulado Más allá del boom: literatura y mercado, editado por Marcha Editores en México en 1981.
Rama parte de una revisión de las declaraciones de los escritores que continuamente son señalados como integrantes del boom, tales declaraciones van del deslindamiento hasta la inclusión cautelosa. Sobresalen, por ejemplo las declaraciones de Mario Vargas Llosa y de Julio Cortázar, en tanto ambos miran con simpatía esa explosión de tiradas extras de sus libros y de un aparente crecimiento en el número de sus lectores. Dice Vargas Llosa:
Lo que se llama boom y que nadie sabe exactamente qué es —yo exactamente no lo sé— es un conjunto de escritores, tampoco se sabe exactamente quiénes, pues cada uno tiene su propia lista, que adquirieron de manera más o menos simultánea en el tiempo, cierta difusión, cierto reconocimiento por parte del público y de la crítica. Esto puede llamarse, tal vez, un accidente histórico. Ahora bien, no se trató en ningún momento, de un movimiento literario vinculado por un ideario estético, político o moral.[3]
La declaración de Vargas Llosa implica en sí diversas características acerca de lo que se ha dado en llamar boom, por un lado establece que se trata de un grupo de escritores que, en una época coincidente, obtienen difusión de sus trabajos a través de diversas editoriales. Así mismo, llama la atención sobre el consenso que tales obras obtuvieron entre la crítica y el público lector, lo que implica ya un criterio relacionado con criterios estéticos y criterios comerciales. De la misma forma, apunta que el llamado boom nunca fue una postura o un plan desarrollado por un grupo de escritores, es decir, que no fue una creación consciente de los escritores.
Cortázar, por su parte, hace hincapié en otros puntos:
...eso que tan mal se ha dado en llamar el boom de la literatura latinoamericana, me parece un formidable apoyo a la causa presente y futura del socialismo, es decir, a la marcha del socialismo y a su triunfo que yo considero inevitable y en un plazo no demasiado largo. Finalmente, ¿qué es el boom sino la más extraordinaria toma de conciencia por parte del pueblo latinoamericano de una parte de su propia identidad? ¿Qué es esa toma de conciencia sino una importantísima parte de la desalienación? [...] Aparece, entonces, en estos últimos quince años, el hecho incontrovertible, innegable, de lo que se conoce como boom (es lamentable que para definirlo se hayan valido de una palabra inglesa). En el fondo, todos los que por resentimiento literario (que son muchos) o por una visión con anteojeras de la política de izquierda, califican el boom de maniobra editorial, olvidan que el boom (ya me estoy empezando a cansar de repetirlo) no lo hicieron los editores sino los lectores y, ¿quiénes son los lectores, sino el pueblo de América Latina? Desgraciadamente no todo el pueblo, pero no caigamos en las utopías fáciles.[4]
Cortázar ve la difusión de las obras de los autores del boom como una forma de expandir la conciencia de los latinoamericanos y como una forma efectiva de poder transmitir, a través de la literatura, los ideales y proyectos del socialismo. Así mismo, deja patente que la idea boom no tiene el consenso de todos, ni de muchos escritores, ni de muchos militantes de izquierda. Entre los primeros podemos mencionar la postura de Alejo Carpentier que, acerca del boom, opina:
Yo nunca he creído en la existencia del boom [...] El boom es lo pasajero, es bulla, es lo que suena. [...] Luego, los que llamaron boom al éxito simultáneo y relativamente repentino de un cierto número de escritores latinoamericanos, les hicieron muy poco favor, porque el boom es lo que no dura. Lo que pasa es que esa fórmula del boom fue usada por algunos editores, con fines más o menos publicitarios, pero yo repito que no ha habido tal boom.[5]
El boom comienza a cuestionarse alrededor de 1972 y se topa con una serie de críticas que lo comienzan a deslegitimar como movimiento literario. Si tuviéramos que apegarnos a fechas concretas, y siguiendo en esto a Rama, tendríamos que mostrar como punto de arranque del boom el año de 1964 y tomando como punto de partida un criterio de mercado, el aumento de las ventas de un escritor adscrito al boom. Argumenta Rama:
Para fijar esa fecha inicial [1964] me atengo a la evolución de las ventas de libros de Julio Cortázar, quien se encuentra prácticamente en todas las listas de escritores del boom. Tres libros suyos habían sido publicados por la editorial Sudamericana de Buenos Aires, con anterioridad a Rayuela y ninguno de ellos había merecido una redición: en 1951 Bestiario con una tirada de 2 500 ejemplares; en 1959 Las armas secretas, con 3 000 ejemplares y en 1960 Los premios con 3 000 ejemplares también, siendo este libro el que produce una remoción incipiente, más notoria en la censura cultural que en la demanda del lector. Rayuela aparece en 1963, también con la tirada de rigor, 3 000 ejemplares, pero puede atribuírsele la calidad de factor desencadenante de las ventas y sobre todo de las rediciones que ahora se incorporan al régimen de tiradas anuales. [...] A partir de 1970, las rediciones se aposentan en una normal media anual de diez mil ejemplares por cada título.[6]
La fecha de inicio se matiza con la consideración de que Cien años de soledad fue el punto alto de la producción editorial del movimiento, aunque Rama menciona que también puede ser considerada como la obra que cierra la Escuela del boom, es decir como la última obra que establece un riesgo estético en su creación: “Fue ese libro el que dio contextura al aún fluyente e indeciso boom, le otorgó forma y en cierto modo lo congeló para que pudiera comenzar a extinguirse”. La fecha en la cual el boom puede darse por terminado se presta a imprecisiones y ambigüedades, se sitúa en 1972, con referencia a una contracción del mercado librero; 1973, por ser el año negro de la democracia sudamericana; de la misma forma, Halperín describe esa fecha de terminación tomando en cuenta tres hechos históricos: la derrota de la pre-revolución de 1968; el fracaso de los diez millones de toneladas de Cuba en 1970; y el 11 de septiembre de 1973 (coincidiendo en esto con John Beverly). El criterio de Rama se fundamenta en un análisis del mercado editorial, mientras que el de Halperín tiene connotaciones políticas a las que regresaremos más adelante.
Para concluir esta parte, podemos decir que el uso del término boom puede remitirse, específicamente a cuatro acepciones:
El boom como un pequeño núcleo de cuatro o tal vez cinco autores. Fuentes, García Márquez, Cortázar y Vargas Llosa son casi universalmente reconocidos como pertenecientes al boom. El quinto lugar fluctúa. Dependiendo de la crítica, puede ser asignado a Donoso, Borges, Carpentier, etc.
El boom como la incorporación de un grupo de diez o doce escritores “dentro de la corriente principal” de la literatura occidental. Nombres tales como Cabrera Infante, Lezama Lima y Asturias entran aquí.
El boom como toda una generación de escritores o, con mayor exactitud, toda una década de producción literaria. Hay versiones que presentan al boom como funcionando en todos los países latinoamericanos, así como en la literatura chicana.
El boom como síntoma de todo un proceso de cambio que sucede en los sesenta y que incluye a las ciencias sociales, la literatura, el cine, la música, etcétera.
El boom como un proceso de mercado, mismo que describe un breve periodo en el cual un cierto número de factores conspiró oportunamente para permitir la internacionalización de productos literarios y, por primera vez en las letras latinoamericanas, la genuina profesionalización de un grupo de novelistas.
Una de las cosas más interesantes mencionadas por Rama y en cierto sentido por Halperín es la idea de que el boom permitió a los escritores pensarse a sí mismos como artistas productores de obras literarias y vivir de ello, esto es, se dio la profesionalización de su quehacer, una situación inédita dentro de las letras latinoamericanas.[7] Esta relativa autonomía, le permitió a algunos escritores transportarse fuera de sus países de origen y, a partir de las experiencias obtenidas en sus nuevos destinos, estructurar obras que, tangencial o directamente, hicieran referencia a la historia tortuosa de América Latina. Sin embargo, no todas las veces fue bien visto ese destierro en pos de la creatividad, por lo general fue atribuido a un desapego consciente de su identidad latinoamericana y a una falta de compromiso político con la realidad latente en sus países. Las posturas políticas y las actitudes de los escritores del boom da para un apartado concreto.

Toma de postura y compromiso político de los escritores del boom.
Uno de los hechos que mas se ha criticado a algunos escritores del boom, como Cortázar o Vargas Llosa en su momento, es el de haber abandonado sus respectivos países para dedicarse a escribir en otros países, de Europa principalmente, argumentando que la distancia existente entre el escritor y la realidad de sus naciones pone un dique que tiende a cierta esterilización de su papel como intelectual dentro de un sistema la más de las veces represor o con serios problemas sociales. Ángel Rama justifica lo anterior con los siguientes argumentos:
Los traslados de escritores latinoamericanos a otras regiones del mismo continente que mostraban mayores posibilidades de difusión por contar con editoriales, revistas, grandes diarios, o a Europa y a Estados Unidos (censurados injustamente con estrechez de miras) respondieron a este afán de profesionalizarse, cumpliendo a cabalidad con su vocación y simultáneamente con una exigencia interna de la cultura latinoamericana: disponer de escritores que edificaran una literatura propia. Ante la imposibilidad de hacerlo en sus propias patrias, la cual admite plurales causas (ahogo económico o político, dispersión del esfuerzo, falta de oportunidades, escasez de información, acoso pueblerino) se trasladaron a mejores plazas, internas o externas al continente. [...] Y es obligatorio agregar que en su inmensa mayoría esos escritores han seguido sirviendo —espléndidamente— a la cultura latinoamericana que los engendró, sobre la cual siguieron rotando obsesivamente, fuera la que fuere la ciudad o país donde residieran.[8]
Esto, sin embargo, tiene sus matices, Halperín hace notar que, a pesar de esa profesionalización, en los escritores latinoamericanos subyace la necesidad de establecer vínculos con las fuerzas que se relacionaban con un tipo de lucha social que incluía, por supuesto, el socialismo y las ideas de izquierda. Para el autor, la revolución cubana es uno de los puntos que marcan de manera definitiva la toma de postura de los escritores latinoamericanos con respecto a la revolución triunfante y a la especulación de un futuro posible para el resto del continente. Sin embargo, las tensiones comienzan a notarse y la postura de los escritores se mueve entre un compromiso ambiguo y una toma de distancia que fue evidentemente mal vista por la isla.
Cualquiera que fuese el juicio que la situación mereciera, ella permitía a la nueva literatura hispanoamericana identificarse con la fresca excitación de ese que aparecía como un nuevo comienzo, sin sufrir las consecuencias potencialmente más peligrosas de esa identificación. No sólo sus obras se exhibían en los escaparates desde Caracas a Buenos Aires y desde Santiago de Chile a Bogotá; la situación toleraba aun una confrontación de lealtades político-ideológicas que aseguraba a esos autores una constante presencia pública. El hecho de que las relaciones entre ellos y la nueva Cuba y su promesa revolucionaria, relaciones primero sin nubes y luego en más de un caso agitadas por la tormenta, estuviesen siempre presentes en la atención colectiva, así fuese a través de observadores malévolos en busca de elementos de conflictos, subrayaba de nuevo que —aún para sus enemigos— sus opiniones tenían una significación que se debía sin duda a la que su obra había adquirido en el panorama de las letras hispanoamericanas.[9]
De la misma forma, Halperín pone de manifiesto el papel que las situaciones nacionales de los escritores tiene en el desarrollo de sus obras. En contra de la creencia de que las obras del boom estaban trasminadas por temas que diluían el sentido histórico de los pueblos americanos, el autor señala que las novelas principales del movimiento que reflejaban las inquietudes creativas del momento (Cien años de soledad, El siglo de las luces y Tres tristes tigres), estaban atravesadas por un sentimiento de pertenencia más que nunca con esa realidad social. De hecho, afirma que sin el contexto que rodea la producción del boom, éste no habría alcanzado la trascendencia que se le reconoce.
Esa historia complicada marca sin embargo sólo una dimensión de la relación entre esa vanguardia literaria y su tiempo; esta veía en la revolución cubana una promesa para el continente, y de esa esperanza se nutría; hacia 1970 ella había sufrido ya desmentidos crueles, a la espera de los aún más duros que traerían los años sucesivos. Navegando esas aguas cada vez más agitadas y amargas, ese grupo elabora una literatura que alude sólo muy escasamente a la dramática coyuntura de la que surge (y refleja por otra parte muy mal ese dramatismo), y que sin embargo es reconocida como pertinente a ella no sólo por quienes la crean, sino por el público cada vez más vasto que ella encuentra en Latinoamérica. Y ni uno ni otro se equivocan: la relación entre esa literatura y el contexto al que debe en parte su éxito, no parece ser superficial.[10]
No obstante, Halperín cuestiona de manera crítica esa adaptación del contexto social latinoamericano en la narrativa del boom, existe una sensación de justificada desconfianza de los elementos que los escritores utilizan para evadir eufemísticamente la situación de violencia continua y tensión política en sus países. Uno de los argumentos del autor señala que “el realismo mágico aparece entonces como el eco de una hora hispanoamericana cuya magia esos horrores han disipado para siempre”. Una situación muy diferente es la que priva en los terrenos de las ciencias sociales, en este caso, la toma de posición política no puede prestarse a ambigüedades, se tiene que decidir el lado desde el cual se decide jugar. Para Halperín, esta situación es la que crea cierta tensión entre los científicos sociales de la década de los sesenta, del cual el ejemplo aludido por el autor es el de Fernando Enrique Cardoso de quien dice que “parecía debatirse entre un ideal metodológico y una orientación ideológica a los que quería mantenerse simultáneamente leal y que hallaba imposible congregar”. Esta dificultad para justificar o tomar distancia con respecto de la realidad convulsa de América Latina tiene sus propias particularidades, condiciones sumamente diferentes comparadas a las que respondían los escritores.
Las razones para esa diferencia son tantas, y se dan a tan diversos niveles, que se teme no ofrecer un inventario completo de ellas. Hay una —si así puede decirse— profesional: los escritores viven casi en economía de mercado; dependen de un público disperso del que sólo puede aislarlos una extrema y abierta represión; el lazo con ese público no incita por otra parte ni aún a los más prevenidos a asignarles una lealtad política o institucional precisa. Los científicos sociales son típicamente funcionarios o empleados; el margen para sanciones profesionales a sus actitudes políticas es mucho más amplio. Sin duda, ya en esta década encuentran complemento o alternativa profesional en los lazos con instituciones norteamericanas, caracterizadas por una mucho mayor tolerancia, pero ello mismo autoriza a sospechar de su vocación política.[11]
De esta manera, los dos autores ponen de manifiesto que la situación de la narrativa del boom y la de las ciencias sociales en Latinoamérica por lo que respecta a la década de los sesenta no eran nada promisorias. De los escritores dirá Rama que, debido a esa asimilación total a la lógica del mercado “nunca me han parecido más solos los narradores latinoamericanos que en esta hora de vastas audiencias. Pertenecen a todos, pero no pertenecen a nadie.” Y, en el mismo tono, concluirá Halperín su reflexión al afirmar de la narrativa y las ciencias sociales que
Una y otra reflejan demasiado bien momentos precisos de una de las más convulsionadas etapas de la historia latinoamericana; sólo cabe, sin embargo, una mínima profecía: mientras la obra narrativa que ella inspiró ha de sobrevivir al margen de ese contexto, es de temer que la que declara y consuma la crisis de las ciencias sociales latinoamericanas (o más bien —como es cada vez más evidente— de una etapa de ellas) ha de valer sobre todo en cuanto expresión y testimonio de la coyuntura en que surge. [12]
Así es como, entre discusiones acerca de la conveniencia de utilización del término boom para definir una época de expansión de la literatura latinoamericana en el siglo XX y entre estas consideraciones acerca de la forma en como los escritores y los científicos sociales tienen que lidiar con un compromiso político que le impone diversas restricciones, Latinoamérica vive uno de los momentos más brillantes en cuanto a difusión de las obras creadas por sus artistas se refiere. Sujeto a discusión queda si el movimiento se merece tal trascendencia o si, como fenómeno de mercado, su momento de extinción no tardará. Al menos hoy, a cuarenta años del estallido, el boom sigue conservando su lugar como la más relevante expresión cultural latinoamericana del siglo XX.


2. Revolución, hedonismo y literatura: la generación beat.
No puedo vivir en este mundo
Y me niego a matarme
O dejaros que me matéis
Vive el hinojo, el avión
Mi despertador, esta tinta
No me quiero ir
Yo seré yo mismo—
Libre, un genio, un estorbo
Como el indio, el búfalo
Como el Parque Nacional de Yellowstone.
Philip Whalen

La década de los sesenta ofreció a los Estados Unidos una de las épocas más convulsivas de la historia. El ambiente de la guerra fría con carrera armamentista incluida, la guerra de Vietnam, la explosión juvenil con las revueltas estudiantiles y el estallido juvenil, gutural y salvajemente liberador, del rock & roll son sólo algunos de los hechos que han vuelto completamente inconfundible a este momento histórico. Todas las situaciones vividas por los norteamericanos durante la década de los sesenta son sentidas como de una nostalgia entrañable en la que el sueño de las multitudes del “amor y paz” estuvo más cerca que nunca. Y sin embargo, nada de esto sería entendible si no mencionáramos a un grupo de poetas y escritores que, rayando los años cincuenta, cambiaron de manera drástica la forma de concebir y experimentar la literatura. La generación del camino y las barbas, de la escritura espontánea y el atasque alucinógeno, de la confrontación con la moral conservadora y del apego a las disciplinas místicas orientales. La generación beat.
Antecedentes de este grupo de escritores lo podemos encontrar en dos poetas que comenzaron a hablar del amor y sus propiedades paliativas de la realidad mucho antes que los beat y los hippies. Kenneth Patchen y Kenneth Rexroth eran producto de un estado de posguerra continuo debido a la continuidad establecida entre el fin de la Segunda Guerra, la guerra de Corea y al final la de Vietnam, sintieron la necesidad de “abrir los ojos al mundo” y dar cuenta de las cosas que sucedían con un ánimo sinceramente anarquista y pacifista. De ahí, se puede desarrollar una línea de antecedentes de los poetas beat que se detiene abruptamente con la influencia otorgada al grupo por los escritores William Carlos William y William Burroughs. Así mismo, se respiraba en el aire la infuencia de escritores como Heinrich Mann, Aldous Huxley, Christopher Isherwood, Henry Miller y Robinson Jeffers. Pero ¿cómo empezó realmente la conformación de este grupo?
Todo parece comenzar en 1945 cuando los jóvenes escritores jack Kerouac y Allen Ginsberg, con 23 y 16 años respectivamente, conocieron, cada quien por su lado, a William Burroughs en la Universidad de Columbia de Nueva York. Para ese entonces, Burroughs ya se había graduado de Harvard y era un gran conocedor de literatura, sicoanálisis y antropología, además de ser un entusiasta adicto a la morfina y la heroína. A estos dos se les unió pronto los poetas Gregory Corso y Gary Zinder, el novelista John Clellon Holmes y Neal Casady. Todos coincidían en una profunda insatisfacción ante el mundo de la posguerra, creían que urgía ver la realidad desde una perspectiva distinta y escribir algo libre como las improvisaciones de jazz, una literatura directa, desnuda, confesional, coloquial y provocativa, personal y generacional; una literatura que tocara fondo.
El jazz jugó un importante papel dentro de la metodología, temas y vivencias que los escritores tuvieron a lo largo de su desarrollo. La explosión del movimiento beat coincide con el nacimiento del cool jazz. Impulsado al terminar la guerra por Charlie Parker, Dizzy Gillespie y Thelonius Monk nació el movimiento bop; pronto por influencia de Miles Davis, el jazz se hace cool (frío, distendido) y será practicado en esta modalidad por muchos músicos blancos: Gerry Mulligan, Lee Konitz, Lennie Tristano, los Brothers (Stan Getz, Al Cohn, Zoot Sims, Allen Eager), nombres que abarrotan las páginas de Kerouac y Kaufman.
Para 1948, Kerouac bautiza a su grupo y a la vez define a la gente de su edad, es decir, abarca a aquellos coetáneos y contemporáneos en una descripción en la que apuntaba que su condición “es una especie de furtividad, como que somos una generación de furtivos”. Esto dio pie para que Clellon Holmes incluyera por primera vez el término en su novela Go, publicada en 1952 y la primera escrita sobre la generación, decía Holmes: “una especie de ya no poder más y una fatiga de todas las formas, todas las convenciones del mundo... Por ahí va la cosa. Así es que creo que puedes decir que somos a beat generation”. Lo anterior hablaba de una generación exhausta, golpeada, engañada, derrotada. Acerca del uso del término, escribe José Agustín:
Herb Huncle (célebre conecte y gandalla intelectual de Times Square que surtía a William Burroughs) le había pegado a Kerouac ese uso de la palabra beat, y a su vez él lo había levantado del ambiente del jazz y de la droga, donde, por ejemplo, se decía: “I’m beat right down to my socks”, algo así como “estoy molido hasta las chanclas”, “estoy madreadísimo”, “Ya no puedo más”. Otros dicen que beat más bien significaba “engañado”, es decir, que la droga que se conectó era chafa. En todo caso, también usaban el término como participio del verbo “to beat” (debería ser beaten, pero en las mutaciones alquímicas del caló el sufijo se perdió), así es que para Kerouac beat también implicaba “golpeado” y “derrotado”. Con el tiempo la palabra derivó en beatnik y, por supuesto, en Beatles. Años después, Allen Ginsberg diría que beat era una abreviación de “beatífico” o de “beatitud”; Jack Kerouac coincidió, y En el camino asentó, refiriéndose a Neal Cassady—Dean Moriarty: “Era BEAT: la raíz, el alma de Beatífico.[13]
La transformación a beatnik se dio en 1957 cuando los soviéticos pusieron en órbita el primer satélite espacial, el Sputnik, razón por la cual el periodista de San Francisco Herb Caen acuñó el término para designar a una generación con un espectro de alcance más amplio.
Durante los cincuenta, Burroughs publicó sus novelas Junkie y El almuerzo desnudo con el seudónimo de William Lee, el nombre que Kerouac le había asignado en En el camino. Después de la publicación de El almuerzo... tuvo que soportar juicios por obscenidad, al mismo tiempo que recibía el apoyo de una parte de la crítica y de escritores importantes en los Estados Unidos. Después vendría la publicación de The soft Machine y Nova Express. Burroughs, a pesar de reconocer una cercana relación con Kerouac y Ginsberg, nunca aceptó que se le incluyera dentro de este grupo.
Al mismo tiempo que Burroughs triunfaba con su narrativa en los Estados Unidos, los primeros beats se habían trasladado a San Francisco y reuniéndose en la librería de Lawrence Ferlinghetti, City Lights Bookstore, el grupo se amplió con la presencia de autores como Michael McClure, Lew Welch, Philip Lamantia, Philip Whalen y, esporádicamente, Norman Mailer. Es en 1956 que aparece uno de los textos canónicos de la producción beat, Aullido y otros poemas, obra que es inmediatamente denunciada por un grupo de ancianos al considerarla obscena para un año después ganar el juicio al determinar el juez que, si bien la poesía de Ginsberg tenía marcados tintes escatológicos, tenía una “redentora importancia social”. Además de ser un alegato en contra del sistema imperante, Aullido es un poema concebido, según su autor, bajo el influjo de diversas sustancias psicotrópicas que durante dos días le dieron la inspiración necesaria para terminarlo. Entre otras, se dice que utilizó peyote (para inducir visiones), anfetaminas (para disponer de potencia) y dexedrina (para estabilizar la experiencia). El libro fue presentado en la Six Gallery de San Francisco junto con otros integrantes del movimiento, el ambiente vivido en ese momento impulsó las presentaciones en vivo y la lectura de poesía ante el público. Al final de la presentación, los asistentes gritaban como si estuvieran en un concierto de rock.
La situación descrita presenta una de las características esenciales de la poesía beat: el marcado rastro de la tradición oral emparentada con el jazz y la tradición musical negra. Los poemas beat eran hechos para ser declamados en público. De tal forma que a veces se presentaban como letanía o melódicas tonadas de blues o jazz.
El mismo año que el libro de Ginsberg era absuelto, Jack Kerouac sacaba a la luz En el camino, la que es considerada la autobiografía del movimiento en pleno. En este libro se dejó ver una de las aspiraciones estéticas de los beats que era el siempre dar una versión definitiva que fuese escrita de corrido. De hecho, la novela fue escrita sobre un rollo de papel de teletipo para que el autor no se detuviera ni para cambiar de hoja. Sin embargo, la primera versión nunca le fue aceptada en las editoriales a donde envió su trabajo hasta que corrigió la puntuación y borró todas las referencias existentes acerca de la relación homosexual existente entre Ginsberg y Cassady. El libro se convirtió en un éxito e inspiró a una infinidad de jóvenes a lanzarse a la aventura, Burroughs decía que no sólo se habían vendido cientos de miles de ejemplares, sino que también se vendió un trillón de pantalones Levis, un millón de máquinas de café exprés, y mandó a miles de chavos al camino.
Los beat se convirtieron en referencia inmediata para la generación que en la década de los sesenta impulsarían una visión más crítica (y a la vez sumamente utópica) de la realidad circundante. Los padres directos de los hippies fueron sin lugar a dudas los beat. Las posiciones con respecto a la forma de vida de los beat dio lugar a un sinnúmero de polémicas, sin embargo, se reconoce el papel que tuvieron como manifestación contracultural de una generación de jóvenes carentes de expectativas.
Los beatniks constituyeron un fenómeno contracultural. Compartieron el desencanto de los existencialistas pero le dieron un sentido totalmente distinto. La literatura fue su gran vía de expresión. También crearon un lenguaje propio. Exploraron su naturaleza dionisiaca y favorecieron el sexo libre, el derecho al ocio, y a la intoxicación; fueron hedonistas y lúdicos; consumieron drogas para producir arte, para dar mayor intensidad a la vida y para expandir la conciencia; manifestaron una religiosidad de inclinaciones místico-orientalistas, y el jazz fue su vehículo musical; rechazaron conscientemente el sistema y siempre dejaron ver una conciencia política traducida en activismo pacifista. Casi todo esto sería asumido por los hippies en los años sesenta.[14]
Sin embargo, no todos compartían esa visión de los beat como artistas comprometidos. Muchos los veían como oportunistas que sabían hacer uso de los medios de difusión para beneficiar su obra. Esa falsedad era argumentada desde la apariencia desaliñada que querían dar cuando en realidad pertenecían a una clase media con un alto índice de escolaridad, para muestra valga decir que Ginsberg tenía un título universitario y Ferlinghetti había presentado una tesis de posgrado en La Sorbona. Quizá es por eso que Charles Bukowski escribe en el verano de 1968 en Open City y recogido en su libro Escritos de un viejo indecente su artículo “Los 60: los jóvenes, la revolución, la literatura” en el que afirma:
Y las cosas no cambian mucho en ningún sitio, lo de Praga ha desanimado a muchos chicos que se habían olvidado de Hungría, van por los parques con el ídolo Che, con fotos de Castro en sus amuletos, ahí van OOOOOOOOMMMMMMMMOOOOOOOOOOMMMMMMM, bajo los auspicios de William Burroughs, Jean Genet y Allen Ginsberg. Esos escritores están liquidados, amelcochados, apendejados, afeminados (no amariconados sino afeminados) y si yo fuese un tira qué ganas me darían de aplastar sus cerebros podridos. Cuélguenme por eso si quieren. El escritor de la calle está dejando que los imbéciles le chupen la verga del alma. Sólo hay un lugar para escribir, SOLO ante una máquina. El escritor que tiene que ir a la calle es un escritor que no la conoce. [...] ir a la calle cuando tienes un NOMBRE es elegir el camino fácil. Con su AMOR, su whisky, su idolatría, su panocha, mataron a Thomas y a Behan y casi asesinaron a medio centenar más. CUANDO DEJAS TU MÁQUINA DEJAS TU AMETRALLADORA Y LAS RATAS INVADEN.[15]
Sin embargo, y a pesar de las críticas contrarias, no se puede negar el papel trasgresor que la literatura beat inyectó a las letras norteamericanas. Si bien es cierto que no representaron una revolución estética de grandes proporciones, también es cierto que la actitud que asumieron ante las instituciones y ante la realidad circundante no tiene precedente. Como afirma Maurice Nadeau:
Desde el punto de vista literario, no aportan revolución alguna ni en la técnica ni en los géneros, y lo que dicen apenas es una novedad. Son d’avant-garde, como lo son generalmente los jóvenes de todos los países, es decir, lucharon contra las formas de pensar y sentir de la generación literaria que detentaba el poder entonces. A veces utilizaron las viejas armas de un pasado lejano y hasta cercano.[16]
Sin embargo, aun reconociendo los defectos de la poesía beatnik, no puede negarse su valor histórico, que fue muy grande. El grito de los Beatniks fue saludable, porque logró arrancar a los poetas de su torpeza; esas frases groseras y atrancadas, sembraron un feliz desorden en la poesía de los años cincuenta. Finalmente, no podemos dejar de mencionar la influencia que los beat tuvieron en Latinoamérica, quizá la evidencia más concreta la representa la revista El corno emplumado que dirigía el poeta Sergio Mondragón en México al lado de su esposa Margaret Randall. Así mismo, responden a la influencia beat gente como Carlos Coffen Serpas, Homero Aridjis, Juan Martínez, el pintor Felipe Ehrenberg, Parménides García Saldaña, los nicaragüenses Ernesto Cardenal y Ernesto Mejía Sánchez. A finales de siglo los poetas Pura López Colomé y José Vicente Anaya traducen los libros fundamentales de la generación, al mismo tiempo que el escritor Jorge García-Robles se especializó en Burroughs y publicó su libro La bala perdida.
[1] Esperanza Frustrado, “Instructivo para escribir una magnífica novela”, La pus moderna, número 1, noviembre-diciembre de 1989, p. 53.
[2] Eloy Urroz, “Genealogía del Crack”, en “Manifiesto Crack”, Descritura: revista literaria independiente, agosto de 1997, p. 36.
[3] Citado por Rama, “El boom en perspectiva”, Mas allá del boom: literatura y mercado, México, Marcha, 1981, p. 60.
[4] Ibid., p. 61.
[5] Ibid., p. 78.
[6] Rama, ibid., p. 87.
[7] Esta profesionalización fue apoyada de manera determinante por el florecimiento y el apoyo que las editoriales de los países latinoamericanos (llamadas por Rama “culturales” en contraposición con las estrictamente comerciales) ofrecieron a esta literatura. Entre las más importantes podemos mencionar: en Buenos Aires, Losada, Emecé, Sudamericana, Compañía Fabril Editora y tras ellas algunas más pequeñas del tipo de Jorge Álvarez, La Flor, Galerna, etc.; en México, el Fondo de Cultura Económica, Era, Joaquín Mortiz; en Chile, Nascimento y Zig Zag; en Uruguay, Alfa y Arca; en Caracas, Monte Ávila; en Barcelona, Seix Barral, Lumen, Angrama, etc. De todas, cupo papel central a Fabril Editora, Sudamericana, Losada, FCE, Seix Barral y Joaquín Mortiz.
[8] Rama, op. cit., pp. 92-93.
[9] Tulio Halperín Donghi, “Nueva narrativa y ciencias sociales hispanoamericanas en la década del sesenta”, op. cit., pp. 148-149.
[10] Ibid., pp. 149-150.
[11] Ibid., p. 156.
[12] Ibid., p. 165.
[13] José Agustín, La contracultura en México, México, Grijalbo, 1996, pp. 22-23.
[14] Ibid., p. 28.
[15] Charles Bukowski, “Los 60: los jóvenes, la revolución, la literatura”, La pus moderna, número 1, noviembre-diciembre de 1989, p. 2.
[16] Maurice Nadeau citado por Serge Fauchereau, Lectura de la poesía americana, Barcelona, Seix Barral, 1970, p. 247.

jueves, noviembre 04, 2004

¿Qué haces ahí?

Si estás leyendo este mensaje, quiere decir que eres uno de los millones de güeyes que están sentados frente a una computadora mirando los correos o las estupideces que otros escriben mientras afuera el mundo se está haciendo mierda. Y es que, entre la reelección de Bush y la inminente muerte de Arafat, uno ya se va haciendo a la idea de que este planetita no nos va a durar tanto. ¿Cómo puedes votar, me pregunto yo, por un Güey que aumentó la tasa de desempleo, endeudó al Estado como ningún otro, llegó de manera fraudulenta al poder, tiene toda la oposición de los sectores cultos, llevó a la muerte a miles de soldados estadunidenses (y británicos y españoles) y a la primera centena de miles de civiles cuyo único pecado es vivir en un país que está flotando sobre lagos de petróleo? Pienso eso, me imagino a los gringos y los compadezco, aunque después veo a Fox rebuznando en el extranjero y me compadezco. ¿Cómo se pueden hacer tantas pendejadas sin que Dios, mínimo, nos de una patada en el culo? Por hoy, es todo. Me voy a la cama a leer (en la cama podría hacer cosas más productivas, hedonistamente hablando, pero por el momento no hay materia prima disponible), tal vez mañana no pueda hacerlo. ¿Qué haces ahí frente a la computadora?

miércoles, noviembre 03, 2004

A medio centavo

Para Elena, en su cumpleaños...

Esta historia comienza el día en que Tiburcio Ñanga, que para más informes era mi tío, se despidió de este mundo. ¡Ah, condenado viejo rabo verde! Ya le tocaba, hasta parecía que le habían dado horas extras. En fin, que mi primo Rosendo me habló a la ciudad de México para avisarme que el tío se había muerto (cosa que me tenía sin cuidado) y que había dejado algo para mí (cosa que me interesó lo suficiente como para abordar un autobús de segunda en la terminal de la TAPO). Seis horas pasé sentado en un camioncito que, sin lugar a dudas, había visto tiempos mejores. A mi lado, una doncella de ciento cincuenta kilos luchaba por arrebatarme parte de mi ya de por sí reducido asiento. Se hizo la dormida más de tres horas como pretexto para recargar su humanidad en mis costillas, de tal forma que al llegar al pueblo, San Ptolomeo Geocéntrico, tenía yo adoloridas hasta las nalgas.
El viaje fue espantoso. Durante dos horas tuvimos que ver una versión libre, en video¾home oligofrénico, de la vida de los indocumentados en los Estados Unidos protagonizada por los Hermanos Ayala, de lo cual lo único que entendí es que el tipo que quedó vivo al final de la película era más chipocludo que Charles Bronson en sus mejores tiempos, y que la chica que los acompañaba debería de tener severos problemas para encontrar su talla cada vez que pretendía comprarse sostenes.
Después de ver tal obra maestra, nos recetamos, ¡siete veces!, la selección de éxitos del grupo de tecno¾cumbia¾progresiva, Roncotex. Cuando el chofer, un serrano con un sospechoso parecido a Danny de Vito, amenazaba con volver a poner su cinta en el estéreo, pudimos vislumbrar las primeras calles de San Ptolomeo. Hacía mucho tiempo que no viajaba al terruño de mis padres. En realidad no recuerdo nada del tiempo que vivimos en este lugar. Mi padre, antes de irse a comprar cigarros a la tiendita de la esquina (hace como quince años), hablaba maravillas de su pueblo y recordaba, siempre con gratitud, a su hermano Tiburcio. Decía que era rebuena gente, lástima que se había quedado con todas las propiedades de la familia cuando el abuelo murió. A mi padre se le quedaron unos zapatos de charol, de muy buena calidad aunque pasados de moda, mientras a mi tío Tiburcio sólo le tocaron doscientas hectáreas de temporal. Mi padre decía que era lo justo en tanto Tiburcio era el mayor, mi madre, por su parte sólo tenía un concepto acerca del tío: “era un hijo de su chingada madre”. Tarde comprendí que tenía razón.

Eran las cuatro de la tarde cuando vi venir hacia mí a un vaquero gordo y pelón que sin más me abrazó con emotividad y me dio un beso con gran sorpresa de mi parte. Era mi primo Rosendo. Menos mal que se identificó a tiempo porque mi yo violento ya estaba reaccionando. Enseguida me dijo que le daba mucho gusto verme.
¾Lástima que sea en esta situación, primo...
Por cortesía le pregunté cómo había sucedido, esperando una respuesta corta o evasiva. No fue así. Durante treinta minutos tuve que escuchar con lujo de detalles la causa de la muerte de mi tío: unas almorranas incurables. Rosendo era sincero, de hecho se pasaba. Me contó como le hacían las lavativas con yolishpa (que es un aguardiente de yerbas fermentado con alcohol), ya que siempre había renegado de los médicos y nunca se había querido tratar su dolencia con un matasanos. Como era previsible, después de año y medio de penosos y terribles sufrimientos, las heridas se infectaron y fue imposible curarlo. Trataron de llevarlo con el médico pero se defendió con gallardía y con una pistolita de plata que siempre tenía debajo de su almohada. Un buen día amaneció muerto.
¾Murió dormido, como si los angelitos no lo hubieran querido despertar. Él, que siempre fue devoto, pidió que lo enterraran en la parroquia de la Virgen de Ricota en presencia de todos sus familiares vivos. Por eso fue que te llamé, primo.
Por un momento un escalofrío recorrió mi espina dorsal, ¿en dónde quedaba lo de “mi papá dejó algo para ti”? Rosendo debió de adivinar mis pensamientos porque enseguida añadió.
¾ Y bueno, para que estuvieras en la lectura del testamento. Ya que antes de morir nos dijo que había dejado algo para todos y cada uno de sus familiares. Por cierto, ¿por qué no vino tu mamá?
El primo bien qué sabía que mi mamá y su padre nunca se habían tragado pero decidí seguirle el juego y hacerme pendejo ante su sarcasmo.
¾No, pues es que también anda malita. Yo le aconsejé que no viniera porque el viaje podía sentarle mal. Se quedó muy apenada pero mandó saludos para todos los sobrinos. Especialmente para ti.
Mentira. Cuando le avisé a mamá que iba a venir al pueblo a ver qué me había dejado el tío, porque mi primo Rosendo me había hablado. Lo primero que dijo fue:
¾¿Quién chingados es ese Rosendo?
Cuando le expliqué que era el hijo único de Tiburcio, el hermano de mi padre, fue categórica.
¾ ¡Ah, ya sé quién es! Es el buey más feo y pendejo de toda la familia. No, si por algo salió igualito al papá. Calenturiento y medio sonso. ¿Y a qué vas? Ese Tiburcio nunca nos quiso, ¿qué crees tú que te haya dejado? Pinche Tiburcio. Ojete de los ojetes que era. Ojalá se le esté pudriendo el culo en el infierno.
Hasta eso, algo de profeta tenía mi madre. Mis pensamientos me libraron de seguir escuchando la detallada relación que Rosendo hacía del estado del trasero de su padre. Lo último que llegué a escuchar fue que habían tenido que sellar la caja en la que lo iban a enterrar porque ya había empezado a oler mal. Agradable el paseíto, pues.
Cuando llegamos al rancho salió una mujer madura, unos treinta y cinco años a lo sumo, con buen chamorro y un sospechado trasero digno de mejor lugar. Era la viuda. Me extrañó que me abrazara y se soltara a llorar en mis brazos, no fue del todo desagradable si descontamos los mocos que me dejó en la solapa del saco. Cuando dejó de sollozar me dijo que Tiburcio siempre se acordaba de su hermano y su sobrino, al que quería más que a todos, cosa no del todo descabellada si tomamos en cuenta que yo era el único. Después de darle las condolencias y de decir las cosas que se dicen en estos casos, ella se disculpó y se fue a servir el cafecito. Al irse pude tener una mejor perspectiva y confirmar la sospecha referida al principio de este párrafo.
Rosendo regresó de la cocina trayendo consigo a una muchachita de unos dieciséis años a la que presentó como su esposa. La niña parecía asustada y sólo rozó mi mano cuando se la extendí para saludarla. Después de esto, Rosendo me pidió de favor que le ayudara al día siguiente a hacer el agujero para enterrar al tío. No pude negarme. Le pregunté que si ya había escogido el lugar y preparado las herramientas.
¾¿Cuáles herramientas, primo?
¾Pues no sé, unas palas, una polea con cuerdas.
¾No las he buscado, pero ahorita te las preparo.
¾¡Ah, que Rosendo! ¡Tan despistado!
La niñita que fungía de su mujer lo vio meterse a un cuarto polvoriento y hacer un ruideral. Emitió un suspiro hondo, volteó a verme y con un gran pesar se desahogó.
¾Es medio pendejito, ¿verdá? Quiera Dios que no se pegue.

Toda la noche la pasé en vela, no porque no tuviera sueño, sino porque me daba miedo quedarme a dormir en medio de aquella gente tan desconocida. La Mariana, tal era el nombre de la apetecible tía, se arrimó a la silla en dónde estaba y ahí se pasó la noche entera contándome cómo había sufrido con la enfermedad de su marido. Conforme pasaba la noche me fui dando cuenta de cosas que a simple vista no había descubierto, a pesar de que la tía estaba buenona, tenía un lunar con pelitos al lado de la nariz y le faltaban los dos dientes de enfrente. Aparte, tenía una halitosis que me mantuvo despierto y al borde de la guácara. Rosendo, por mucho que hubiera querido a su papá, roncaba estentóreamente a un lado del fogón de la cocina. Su mini¾esposa, a la que llamaré la Saltapatrás en tanto nunca me enteré de su nombre, desapareció desde que me la había presentado. Llegó muy temprano con una corona funeraria y unos señores que le venían a rendir sus respetos al muerto. No deberían tenerle mucho respeto porque, como no me vieron cuando entraron al cuarto donde se estaba velando al tío Tiburcio, sólo atinaron a decir:
¾Hasta que se murió el cabrón. Yo creía que nos iba a sobrevivir. Era muy mi compadre pero nunca me cayó bien el condenado. Si bien que miraba como le echaba ojitos a la Camila. Esa Camila que a coqueta nadie le gana. Si no fuera mi esposa, ya la hubiera dejado desde cuándo.
Iban a seguir hablando, pero uno de ellos reparó en mi presencia.
¾Buenos días, señor. Dispense que no lo hayamos saludado, pero ahí atrás de la puerta nadie lo ve.
¾No hay cuidado, señores. Sólo estaba aquí velando el cuerpo del difunto.
¾¿Usted lo conoció?
¾Por supuesto¾mentí, en mi vida había visto al tío, si me lo topaba en la calle seguro que me pasaba de largo¾ si era mi tío.
¾Ah, así que eres el sobrino de Tiburcio. Él hablaba mucho de ti. Decía que tu mamá te tenía mal agenciado contra él y que por eso no venías a verlo.
¾No, si ganas no me faltaban¾volví a mentir¾ lo que pasa es que nunca hubo oportunidad. La ciudad no le deja a uno tiempo de nada.
¾Pero bueno, ya estás aquí, y seguro que él está bien contento.
En eso, Rosendo entró apresurado y delante del padre Cienfuegos que venía a dar el rosario, previo pago bajo tarifa, por supuesto. Rosendo me hizo señas de que saliéramos.
¾Nos tenemos que adelantar, primo. Para hacer el agujero, sino cuando lleguen no va a haber dónde meter la caja. Vámonos.
Caminamos por la vereda que subía al cerro dónde estaba la parroquia de la Virgen de la Ricota, una joya del barroco tardío y mariguano del siglo XX y adornado en uno de sus costados por una pinta de apoyo al candidato del Partido Único de los Trabajadores Obreros (PUTO), “Hasta la Victoria, siempre”, aunque según me relataba Rosendo, con un sentido del humor único, “nunca le hacían el feo a la Corona o a la Superior”. Habíamos llegado al panteón de la parroquia, último reposo de aquel hombre insigne que había sido mi tío Tiburcio Ñanga.

Seis horas con todos sus minutos nos llevó hacer el agujero para enterrar al muertito. El suelo del panteón era una mezcla entre barro pegajoso, pedregal con consistencia de concreto y pedazos de madera que no eran sino la caja de otro inquilino del lugar. Sin decir nada, tomamos los huesos del muerto viejo y los enterramos abajo de dónde la caja del muerto nuevo iba a ir a parar. Al llegar, el padre dijo un rosario corto, recogió su paga y Rosendo y yo nos quedamos a tapar el agujero. Cuando terminamos, la noche empezaba a cubrir la tierra y a mí me dolían todos los huesos. Las manos las tenía llenas de ampollas que amenazaban con reventarse en cualquier momento. La cintura la tenía molida y de bajada al rancho tuve que caminar con un bastón, clarito escuché como tronaban mis huesos cada vez que intentaba enderezarme. La lectura del testamento sería hasta al otro día, por lo que tenía que quedarme una noche más en el rancho. Cuando llegamos, los dolientes (que no habían ido ni al velorio ni al entierro), ya habían dado cuenta del mole de guajolote que la Mariana había preparado. Tuvimos que conformarnos con un caldo de hígados y mollejas mal limpiadas. Tenía un alarido atorado en la garganta.

Por fin llegó el momento de la lectura del testamento. Una ceremonia simple, el notario llegó, abrió un sobre que tenía en la portada el nombre del finado y dio lectura a las últimas disposiciones de mi tío. Era elemental, sus propiedades iban a ser divididas equitativamente entre los hijos de él y su único sobrino, o sea yo. Lo primero que me inquietó, sin embargo, fue el plural para calificar a su descendencia: “los hijos”. Por lo que tenía sabido Rosendo era hijo único de su primer matrimonio y la Mariana, ella me lo había dicho, no podía tener hijos. Rosendo tenía un aspecto penoso. No me atreví a preguntarle que había pasado. El notario se asomó a la puerta de la notaría y dijo:
¾Pueden pasar.
Rosendo dio un golpe sobre el escritorio del notario. Yo no sabía que estaba pasando. Entonces los vi entrar, uno a uno. Ahí estaban los hijos de Tiburcio Ñanga. Fueron haciendo cola frente al notario, presentando actas de nacimiento donde mi tío figuraba como el padre. Conté ochenta y siete. Rosendo estaba destruido. Sin embargo, no le había ido tan mal, iba a conservar la casa grande y un buen número de hectáreas junto al río. A mí me pareció buena mi fortuna, me habían tocado veinte hectáreas de terreno rústico. Me vi a mí mismo convertido en todo un magnate ganadero. Lo cruel fue la explicación del notario. El terreno que me había tocado estaba en litigio y a punto de convertirse en terreno comunal, un grupo de campesinos lo había reclamado como propio y el fallo del juez los había favorecido. Había dos alternativas, apelar el juicio y pelear el terreno (lo que era disparatado, tomando en cuenta que, si apenas tenía para pagar el pasaje de regreso a la ciudad, no iba a tener para pagar un abogado) o dar por perdida la propiedad. Escogí lo segundo. Sin decir nada, ni despedirme de Rosendo que estaba furioso, salí de la oficina del notario y me dirigí a la central de autobuses.
En el camino a la central de camiones de San Ptolomeo Geocéntrico, el Señor se apiadó de mí. Un grupo de campesinos se acercó, me dijeron que eran de la comunidad que reclamaba el terreno que yo había heredado y al que unos momentos antes había renunciado. Me dijeron que estaban dispuestos a comprármelo al precio que mi tío lo había comprado, por las malas, algunos años antes. No lo pensé. Me dieron mil pesos contantes y sonantes por mis veinte hectáreas. De a medio centavo el metro. A pesar de esto cuando subí al camión creí que la suerte me había sonreído. Me llevaba mil pesos de ganancia. Después de romperme el lomo haciendo el agujero de mi tío, de soportar las pendejadas de mi primo, de soplarme la palma de las manos por las ampollas que se habían reventado, después de eso, me llevaba mil pesos. No estaba mal. La realidad, sin embargo, me trajo de nuevo a la tierra. Observé el número de asiento asignado en mi boleto. Lo corroboré al menos seis veces. No lo podía creer. La resignación acudió salada a mis ojos, un sollozo dolorido se escuchó en el interior de aquél camión de segunda. Ahí estaba: la misma gorda del viaje de ida me iba a acompañar de regreso. Por ningún motivo me iba a quedar en ese pueblo. Me senté. A lo lejos creí escuchar las carcajadas de mi tío Tiburcio. Lo recordé y, calladamente, lo mandé a chingar a su madre.

martes, noviembre 02, 2004

Calaveras sin decoro / desde el infierno del polvo

Nomás pa' no perder tan bonita tradición.
Besos fríos para todos...

Vicente Fox

Dicen que nació en un rancho
rodeado por los magueyes,
y que murió en un discurso
en medio de puros bueyes.

Fue un presidente muy culto
y le gustaban las letras,
de José Luis Borgues sabía
todas las Obras completas.

Prometió mucho en campaña
transformar nuestro país,
con sus botas de charol
ha vuelto loca a París.

Anda a pleitos con la prensa
por todos lados le llueve,
oírlo hablar por la radio
la pena ajena nos mueve.

Se murió de puro susto,
pues entre fieros aullidos,
la muerte andaba cargando
con chiquillas y chiquillos.

Se casó con la pelona
para salir del panteón,
ahora, como su señora,
figura Martha Sahagún.

Sari Bermúdez

Se murió la periodista,
la muerte tenía premura
por llevarse a la encargada
de difundir la cultura.

Aunque demasiado culta
no lo fue nunca de cierto
pues confundía una novela
cuando decía que era cuento.

Sin embargo le echa ganas,
pues aquél cuento famoso
casi lo leyó completo,
(hablo del de Monterroso).

Afirma que la cultura
en México va pa’ arriba,
igualito que los libros
que ahora tendrán hasta IVA.

De una cena a beneficio
se murió de indignación,
pues cara era la comida
con todo y Sir Elton John.

Hoy en día en el cementerio
organiza hasta la conga,
ahora hay muertos candidatos
para becarios del FONCA.

Osama Bin Laden

Encontraron hoy el cuerpo
sin saber de quién sería,
cuando entre sus ropas vieron
que era agente de la CIA.

Al principio nadie quiso
pronunciar su raro nombre
era Osama Bin Laden
y que nadie se me asombre.

Era un hombre millonario
petrolero pa’ más señas,
que trajo a los gringos siempre
entre ojos y de las greñas.

Lo acusaron ante el mundo
de ser un gran terrorista,
cuando ya iban a apresarlo
que se les pierde de vista.

Vagó por el gran desierto
donde no hay ni triste lago
para pasar las fronteras
se disfrazó de rey mago.

La muerte, que nunca es tonta,
que descubre a este barbón,
cuando cambió el pasaporte
por uno de Santa Claus.

George Bush

Aquí señores ha muerto
el hombre más poderoso,
se creyó el dueño del mundo
y no fue más que un baboso.

A bombazos dialogaba
con el islam disidente,
y con orgullo aclamaba
su cargo de presidente.

Nunca se aclaró la forma
en que ganó la elección,
pues muchos votos en contra
tuvo en toda su nación.

Es de espíritu guerrero
igual que su papacito,
en esto el dicho es certero:
“hijo de tigre, pintito”.

Gobernando por doquier
y en postura de derecha,
le tiraron las dos torres
y sólo dijo “¡a su mecha!”

Como su mente es preclara
y no acepta terroristas
mandó para Afganistán
los comandos pacifistas.

La muerte, que no perdona,
se lo ha llevado al panteón,
lo mató con un gran susto:
¡el avión, jefe, el avión!

El CGH

Hoy nos toma por sorpresa
una noticia liviana
se ha muerto ya el CGH
y ha muerto de mala gana.

Tuvo logros inauditos
entre miembros de las bases
pues consiguió por un tiempo
la universidad sin clases.

Sus métodos siempre fueron
efectivos y sin dudas,
consistió en las barricadas
y los alambres de púas.

Pedían a gritos “¡Congreso!”
y tal era su vehemencia
que la universidad, un tiempo,
fue una casa de demencia.

Era su lema arrogante,
de estos tipos incongruentes,
la historia vuelta de patas:
“Hasta la derrota siempre”.

La muerte se los llevó
directo hasta su escritorio,
y por lo que a mí respecta,
que se los lleve el demonio.

Gloria Trevi

Gloria Trevi se murió,
nos han dicho por la tele,
el asunto es nauseabundo
por dondequiera se huele.

Todos tenemos noticia
de sus macabras historias,
y del novio fetichista
que le falla la memoria.

Fue una cantante famosa,
espectáculo además,
que conquistó a intelectuales
como Carlos Monsiváis.

Nadie sabe a ciencia cierta
lo que ocurrió a esta mujer,
unos dicen que es venganza,
que se la quieren joder.

Por lo mientras en la tele
ha vendido mil programas,
entrevistas, reportajes,
sucedidos, fonogramas.

La muerte se la llevó,
para mirarla del diario,
pues nunca se conformó
con tener su calendario.

Carlos Abascal

Abascal ya nos dejó
hoy andamos cabizbajos,
pues murió el que en vida fue
Secretario del Trabajo.

Su método apantallante,
para morir de la risa:
acabar el desempleo
cantando una santa misa.

Era un hombre que leía
con desmedida pasión:
de Un grito desesperado
a La familia Burrón.

Por su cultura invaluable,
y sus principios decentes,
no dejó a su hija leer
Aura de Carlos Fuentes.

García Márquez no le gusta
por muy diversos motivos,
así que también prohibió
Doce cuentos peregrinos.

A la mujer considera
un animal inferior:
“debe estar en la casita
y atendiendo a su señor”.

La Parca malhumorada,
porque también es mujer,
puso al mocho secretario
el cementerio a barrer.

El trabajo

Hoy mismo se ha decretado
en toditos los lugares
que el trabajo en el país
ha partido hacia otros mares.

Se rumora que está muerto
pero no hay confirmación,
la muerte en rueda de prensa
nos ha dado su versión.

Dice que ha visto en sus tierras
un montón de desempleados
leyendo la nota roja
y avisos clasificados.

Nadie ha encontrado trabajo
y tan sólo de ambulante
se salva el trabajador
del infierno calcinante.

Por la mañana ha salido
en los diarios la noticia:
han hallado al asesino
que es ejemplo de codicia.

La muerte juzga en el acto
y los condena al averno,
allá van en fila india
funcionarios del gobierno.

Los desempleados festejan,
la muerte les hizo el paro,
pues saben que en el panteón
no vale ningún amparo.

La inseguridad

Voy a contar una historia,
biografía no autorizada,
lo que le pasó a la muerte
al salir de su morada.

Caminando por la calle
la atracaron en un puente,
le quitaron la guadaña
y le tumbaron dos dientes.

Abordó un taxi pirata
sin tomar sus precauciones
y el rata que manejaba
le quitó hasta los calzones.

La aventaron en un bordo
sin ropa y medio violada,
cuando dos tipos dijeron
se diera por secuestrada.

Le quitaron la cartera,
como aves de mal agüero,
ordeñaron sus tarjetas
hasta dejarlas en cero.

Desde entonces y hasta ahora
la muerte no ha visto acción,
pues tiene un miedo consciente
a abandonar su panteón.

La policía, mientras tanto,
busca a los criminales
no ha encontrado sospechosos,
pues todos son sus carnales.

La universidad

A pesar de resistir
con infinita pasión
ha dejado de existir
esta insigne institución.

Teniendo una edad exacta
de cuatro siglos y medio,
la universidad partió
y nos ha invadido el tedio.

Las bibliotecas desiertas
se están cayendo a pedazos
y a nadie se le ha ocurrido
volver a unir los retazos.

Existen varias versiones
de su desaparición
se habla de asesinato,
suicidio y ejecución.

Las opciones, nos parece,
no son invento ni nada.
seguro que antes de muerta
resultó hasta torturada.

Era previsible entonces
que la muerte se apiadara
y se llevara a sus huertos
a esta pobre deshauciada.

Los estudiantes, hoy tristes,
se pasean por el panteón
tienen claro su destino:
morir sin educación.