lunes, noviembre 08, 2010

A wi-wi, cómo ño…


A Mario González Suárez me lo presentó David Ojeda en alguno de los desayunos de algún encuentro de Jóvenes Creadores en el 2007. El entonces asesor de novela me pareció un escritor discreto como el que más, sumamente callado y observador a hurtadillas de los especímenes que lo rodeaban. Yo había escuchado críticas muy buenas de su novela De la infancia, misma que algunos consideraban una de las mejores obras escritas por los miembros de su generación. No leí (ni he leído, debo confesarlo) tal obra.
          Pero sí leí de corrido A wevo, padrino, una novela editada en 2008 sobre uno de los temas que en aquel entonces representaba una especie de moda-género-propuesta que hasta bautizo alcanzó (la narcoliteratura) y que hoy se ve rebasada en sus supuestos por la dolorosa realidad que atestiguamos a través de los medios de comunicación y de las pláticas de experiencias en primera persona, cada vez más frecuentes.
          Sin más ambages diré que la novela me gustó. Por varias cosas. Una de ellas es el lenguaje utilizado por el autor para hacer que su narrador protagonista relate (intermediación del mentado "padrino") su historia; la voz se desnuda auténtica, salpicada de modismos y de referencias a todos los elementos que conforman el mundo del crimen y de su supuesto combate.
Los Grajales [policía estatal], chacas [jefes] en Mazachúsetz [Mazatlán] y en el estado, irían en sus lanchas el día del recobre. Los federicos [la policía federal], en sus botes wardacostas. Lo mismo la armada. Y nosotros, o sea el Cuéllar, escoltado por la sardina [el ejército]. Yo creo que ya empezaba a verse que nos la estaban pelando por adelantado -y les iban a faltar manos: ¡está llena pero no alimenta, putos! La maleta estaba bajo la custodia de los Grajales, que la querían para ellos y el góber. Federico la estaba perreando pero para dársela a Samuel [el tío Sam, los EEUU], así que siguió fingiendo que respetaría al Cuéllar y a los californios [narcos gringos] -que íbamos a ir como amiguitos todos juntos a sacar el clavo. [p. 79]
Otra de las cuestiones tiene que ver con la manera en que el autor va enredando a su narrador en una trama en la cual se dejan ver dos madejas: por un lado, la suerte que toca al narrador de verse envuelto en una historia que no había previsto ni deseado y la manera en que se hace verosímil el convencimiento paulatino por la nueva forma de vida; y, por otro, la manera en que González Suárez logra justificar este convencimiento, a través de los constantes arribos de billetes fáciles con los cuales el narrador comienza soñando con poner un negocito, para después olvidarlo por completo en aras de sus obsesiones personales y de la inercia que los acontecimientos comienzan a tomar.
          Porque la historia emociona, desde la primera página (y en algo influirá, supongo, que esta novela sea una especie de descripción detallada de las historias que en estos últimos años la prensa no se cansa de reseñar y la realidad de proveer). El relato transcurre vertiginoso, presentando a una serie de personajes que, más allá de fáciles estereotipos, se convierten en encarnaciones de los personajes asociados al mundo del crimen organizado: Jaime Cuéllar, el abogado que descubre desde muy temprana adolescencia que el crimen paga mejor que la "vida decente" y se convierte en uno de los capos más importantes del país; Cachito, desertor del ejército con un apetito y gusto por descabezar a sus víctimas; Quiñones, el sicario de vocación y ferocidad probada; Mataperros, un sicario enganchado a la droga y ésta una de sus principales prestaciones de su vida criminal; Mr. Murray, un gringo que sirve de conecte entre la mafia mexicana y su homóloga gringa, cuya fachada legal la justifica como obras de caridad; la Gáby, aventurera administradora que añade erotismo y ambición a su presentida inteligencia empresarial; Peñagómez, profesionista que, al ser despedido de su empleo y tener que mantener el nivel de vida de su familia, se ve orillado a trabajar como asesor científico de los narcotraficantes; et caetera.
          Y entre todos éstos, sobresale la voz de ese narrador que nos cuenta la manera en cómo un don Nadie se ve arrastrado por la fatalidad (el destino, la vorágine) de una historia que no hubiera elegido de manera consciente. Un taxista que, tras un berrinche familiar, se encuentra con un habitante de su pasado que, sin desearlo, lo arrastra con él hacia una vida completamente alejada de sus preoupaciones mundanas e insignificantes. Un hombre que ama a su mujer, pero que no soporta a la familia de ésta y sólo está buscando que aquella "se arrepienta" por andarle haciendo "escenitas". Una voz que se oye consistente, fuerte, convencida. Sobre todo porque narra la historia que ya fue, aquello para lo que no hay remedio.
          Y es precisamente en ese narrador en donde uno encuentra algunas de las cosas que se le pueden reprochar al relato. Uno, el que más descontento me dejó, refiere a una escena en la cual, tras una balacera prefabricada y el intento desesperado del protagonista por huir, atraviesan un sitio por donde su pequeña hija y su esposa atraviesan, dando lugar a una situación fatal, pero también un tanto inverosímil.
          Queda, sin embargo, una buena sensación al atestiguar, así sea forzando las claves de la realidad, la manera en que muy probablemente se conciben los negocios, el crimen y la política.
Al Cuéllar ya le había latido incluso que el cabrón de Federico había aventado a los Grajales contra nosotros nomás pa deshacerse de ellos. Lo que Federico estaba queriendo decir no era que le pagaran la merca sino que le entregaran el tesorito del contenedor, pero como en realidad no lo dijo, sus exigencias se desviaron a que ahora quería ser el proveedor uno y trino y reconocido, el papá de los pollitos. Eso significaba que desde hoy mismo el Cuéllar y la gente de míster Murray no podían actuar de este lado de la frontera. Ni ningún otro compa que no se reportara con Federico, y que ahora en bueno iba a ser el chaca de Tampico. El gringo volvió a decir que yes, ol rai, pero te voy a platicar una cosa: la chispita que la gente va a disfrutar ahora es un polvito mágico para ponerla bien birrionda, una tacha capaz de despertar un deseo tan intenso que desaparezca cualquier criterio para ejecutarlo. Todos contra todos padrino. A wilbur. Y que lo iban a soltar aquí, en el país. Federico es un ojete pero lo asustan las sociedades de padres de familia. No, espérate. Entonces no me estorbes. Pero es que tú, que la chingada. Ni madres.

Mario González Suárez, A wevo, padrino, México, Modadori, 2008.

viernes, noviembre 05, 2010

Tu barro suena a plata...


El mexicano celebra. Está en la configuración de su identidad, según la visión folclórica que se ha construido. Derrocha en la fiesta. Se endeuda con tal de quedar bien. Simula lo que no tiene, con tal de que, durante unos momentos, los demás crean que realmente posee lo que presume ostentosamente. México celebra su fiesta del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución con un extraordinario derroche de recursos mediáticos y discursivos. Durante 2010, todos los eventos organizados por los gobiernos llevarán la referencia del festejo. Y más aún, la fiesta de celebración será fastuosa e hiperbólica. Fuegos artificiales al por mayor. Derroche de sentimiento “nacionalista” desde las pantallas de televisión, los spots radiofónicos, los desplegados de los diarios, los espectaculares a la orilla de la carretera. Uno es mexicano si se sintoniza con esas fanfarrias y redobles. Si no, se corre el riesgo de parecer un amargado y un aguafiestas.
          2010, como aquel 1910 de don Porfirio, es un año complicado para la vida nacional. Con una crisis económica en marcha, sin una perspectiva clara de recuperación, el bicentenario alcanza a un gobierno en crisis de legitimidad, con saldos negativos en temas fundamentales como la seguridad, el empleo y la administración de la justicia. No se puede pensar en un festejo de algo que no se ha consolidado de ninguna manera. No podemos celebrar la independencia si seguimos dependiendo de gobiernos extranjeros. No se puede festejar las luchas de Madero, Zapata y Villa si sus anhelos de igualdad no son una realidad tangible en nuestra sociedad.
Nada como los bicentenarios para concitar fantasías de progreso, paz y comunión en nuestras alicaídas democracias. O al menos así lo piensan nuestros políticos: una buena borrachera para distraer la atención de la gigantesca crisis económica que, como un tifón largamente anunciado, golpea con toda su fuerza a la región; una cortina de humo para ocultar o al menos opacar la inseguridad, la corrupción y la miseria de nuestras repúblicas.
          No quiero sonar como uno de esos malignos alarmistas aguafiestas que no se cansan de embutirnos su amargura y señalan una y otra vez que América Latina nada tendría que festejar en 2010: todos los países necesitan de vez en cuando unas sesiones de terapia que, más que obligarlos a evaluar su pasado, les permita tolerar que las infinitas promesas lanzadas por sus próceres no se hayan cumplido en el presente. Pero tampoco nos llevemos a engaño: el circo jamás ha funcionado como aglutinador social sin el pan que debe acompañarlo, y América Latina canta a sus raíces en una época de vacas flacas, flaquísimas, que no invitan a la pura descarga de emotividad. México, en 1910, fue ya ejemplo: a las majestuosas ceremonias organizadas por el dictador Porfirio Díaz con motivo del primer centenario de la independencia les siguieron, apenas una semanas después, los estallidos de una larga y sangrienta revolución.
Jorge Volpi,
El insomnio de Bolívar
Queda mucho camino por andar para que podamos, sin rubor, festejar nuestra independencia y nuestra revolución. Tenemos que seguir caminando en el sendero de los acuerdos, de las propuestas de proyecto de nación incluyente, tolerante y asuntivo de todas las expresiones culturales que se expresan en este país. Debemos seguir esforzándonos por entender qué somos y qué es lo que nos define como mexicanos. Cuáles son los elementos en que se pueden ver reflejados los más de cien millones de personas que se agrupan bajo el gentilicio de “mexicanos”.
          Dirán algunos que se han conseguido avances en la consolidación del proyecto de nación. Que la situación de desigualdad no es dramática como la experimentada por los novohispanos de la independencia o los mexicanos de albores del siglo XX. Y tienen razón, pero tampoco se pueden hacer a un lado las graves carencias y las desigualdades que sobreviven a doscientos años del inicio de nuestra vida como país independiente. Porque, en muchos sentidos, aquel 16 de septiembre de 1810 marcó el inicio de nuestra historia patria. Fue el momento en que se pensó de manera consciente creer en la posibilidad de manejar nuestro destino de manera autónoma y sin ningún rectorado o subordinación.
La historia que nos han enseñado es francamente aburridísima. Está poblada de figuras monolíticas, que pasan una eternidad diciendo la misma frase: “la paz es el respeto al derecho ajeno”, “vamos a matar gachupines”, “¿crees tú acaso, que estoy en un lecho de rosas?”, etcétera.
          Los héroes, en el momento de ser aprobados oficialmente como tales, se convierten en hombres modelo, adoptan una trayectoria que los lleva derecho al paredón, y adquieren un rasgo físico que hace inconfundible su figura: una calva, una levita, un paliacate, bigotes y sombrero ancho, un brazo de menos. Ya está el héroe, listo para subirse en el pedestal.
          Todo esto es muy respetuoso, ¿pero quién se acuerda de los héroes? Los que tienen que presentar exámenes. ¿Quién quiere imitarlos? Yo creo que nadie. Ni los futuros gobernadores.
          Cuando ve uno pasar un camión que dice: “El Pípila vivió ochenta años”, piensa uno para sus adentros: “cuestión que no me importa”, y tiene uno toda la razón.
          Pero si la Historia de México que se enseña es aburrida, no es por culpa de los acontecimientos, que son variados y muy interesantes, sino porque a los que la confeccionaron no les interesaba tanto presentar el pasado, como justificar el presente.
Jorge Ibargüengoitia,
Instrucciones para vivir en México
La transformación del país ha respondido a las situaciones históricas que los que nos antecedieron tuvieron que sortear. Decisiones difíciles y heroicas algunas, errores de estrategia y de apreciación otras, y, algunas más, abiertas traiciones a lo que esta tierra debería representar. Pero estamos aquí, a doscientos años. Con la disposición de acudir a la borrachera fenomenal que implica cumplir doscientos años. Sin tener noción clara de la magnitud de la resaca. En estos días de euforia prefabricada debemos volver la vista atrás y preguntarnos si los héroes que celebramos se sentirían orgullosos de contemplar el país que tenemos hoy. Si nosotros podemos reclamar las demandas de esos hombres singulares como nuestras. Si lo que hoy somos justifica toda la sangre derramada y las vidas sacrificadas por los hombres y mujeres del pueblo que buscaban cambios sustanciales para ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos.
          La respuesta a estas preguntas tal vez llegue a cuestionar la pertinencia de este festín al estilo romano, en donde sobrará el circo y a muchos les faltará el pan.

jueves, noviembre 04, 2010

Navegaré por las olas civiles...

Un anhelo atraviesa de principio a fin los dos procesos que celebramos este 2010: la lucha por la democracia. Democracia es lo que buscan los criollos, al demandar mayor equidad en el reparto de los puestos administrativos y en la posibilidad de participación política del entonces virreinato de la Nueva España. Democracia es lo que exige el movimiento popular que encabeza Miguel Hidalgo, con esa diversidad de hombres de oficios diversos reclamando por la tiranía de que han sido objeto durante tres siglos. Democracia es lo que busca Morelos al expresar sus Sentimientos de la nación, el primer documento que, más allá de la declaración formal de la independencia, establece los fundamentos ideales para la construcción de la patria mexicana.
          La Revolución Mexicana comienza por razones similares. Democracia exige Francisco I. Madero al oponerse a la reelección indefinida y amañada de Porfirio Díaz. Democracia persigue Emiliano Zapata con su Plan de Ayala y la posibilidad de refrendar derechos para los más despojados de derechos. Democracia pide Lázaro Cárdenas al reclamar la propiedad de los recursos naturales de la patria.
          A doscientos años del primer grito de libertad democrática en nuestro país la lucha continúa. Las condiciones son otras, pero el anhelo sigue presente y forma parte de los avances que la nación ha tenido en el último siglo. Porque la lucha democrática no es algo que aluda sólo a los procesos electorales, a los partidos o al ejercicio de gobierno. La democracia implica todas las acciones que como ciudadanos decidimos llevar a cabo teniendo como visión última el bien común. Democracia es pensar en que el sueño que los héroes de la Independencia y la Revolución pueden cristalizar en logros prácticos y reales en los momentos actuales.
En resumidas cuentas, Miguel Hidalgo lanzó el grito de batalla que a partir de entonces se convertiría en lema del país:

Vamos a coger gachupines.
¡Viva la religión católica!
¡Viva Fernando VII!
¡Viva la patria y reine por siempre en este continente nuestra sagrada patrona, la santísima Virgen de Guadalupe™!

Los guardianes de la tradición aún lamentan que, en la ceremonia que los presidentes llevan a cabo tradicionalmente desde entonces, se hayan olvidado tan sabias y justas palabras y hayan terminado por sustituirse por expresiones menos patrióticas, como:

¡Viva Hidalgo! (él jamás lo hubiese consentido),
¡Vivan los Niños Héroes! (que no existieron),
¡Viva Zapata! (anacrónico),
¡Viva el tercer mundo! (desliz echeverrista),
¡Viva Milton Friedman! (en épocas salinistas),
¡Viva la Virgen de Guadalupe™! (otra vez con Vicente Fox).
Denise Dresser y Jorge Volpi,
México: lo que todo ciudadano quisiera (no) saber de su patria
La construcción de un proyecto de nación pertinente para México pasa por dos cuestiones fundamentales: uno, despojarse de la influencia de modelos extranjeros y experimentos exóticos y pensar las soluciones para el país desde las características (asuntivas y atávicas) de propio país; y el otro, tener la convicción profunda de que trabajar para el bienestar del colectivo redunda de manera efectiva en el bienestar individual. Mientras no estemos convencidos de que plantear el beneficio del país implica trabajar para el propio bienestar estamos perdidos. Necesitamos generar un establishment que de manera consciente reconstruya las posibilidades del país desde las propias habilidades y poderes. De no reforzar al país como ente colectivo, como proyecto de nación, el riesgo es continuar en el mismo rumbo que los grupos de poder económico, político e ideológico han decidido para todos. Y las evidencias actuales informan del fracaso de ese rumbo.
          La democracia se funda en un principio que no se puede pasar por alto: el de la igualdad. La democracia le reconoce a todos los ciudadanos de determinada sociedad la capacidad de decidir cómo han de llevarse a cabo las cuestiones que atañen al bien público. Miguel Hidalgo hacía énfasis en la necesidad de otorgar representación, sin distingos, a todos los pueblos que conformaban la incipiente (o inexistente en esos momentos) nación mexicana: “Establezcamos un Congreso que se componga de representantes de todas las ciudades, villas y lugares de este reino que dicte leyes suaves, benéficas y acomodadas a las circunstancias de cada pueblo: ellos entonces gobernarán con dulzura de padres, nos tratarán como a sus hermanos y desterrarán la pobreza”.
          Morelos, en sus Sentimientos... no difería un ápice en lo propuesto por el Padre de la Patria. Remite la soberanía de la nación al pueblo y a los representantes que de estos dimanan: “La soberanía dimana inmediatamente del pueblo, el que sólo quiere depositarla en el Congreso Nacional Americano, compuesto de representantes de las provincias en igualdad de números”; y después describe las condiciones que deberán vigilar y operar aquellos elegidos para realizar el sueño de los independentistas: “Como buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro congreso deben ser tales, que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal al pobre, que mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto”.
Los buenos festejos cívicos son la cosa más difícil de inventar, sobre todo si se pretende que sean originales, solemnes –sin llegar a ser soporíferos- y que afecten positivamente a todas las capas de la población, sin provocar divisiones ni enemistades.
          Desgraciadamente, lo primero que se les ocurre a los comités encargados de formular el programa de festejos es hacer un monumento.
          Es posible que haya división y que la mitad de los miembros propongan que se tumben árboles para erigir la estatua, mientras que la otra mitad propone que se arrase una colonia de pobres –foco de contaminación física y moral- y que se planten árboles para hacer un parque, en cuyo centro se erigirá la consabida estatua. Si el prócer está en el candelero y la patria boyante, se hará parque, si no, se tumbarán los árboles, pero, podemos estar seguros de que en ningún caso nos escapamos del monumento.
Este fenómeno demuestra que los caminos más trillados son los más equivocados. En efecto. Hay que admitir, que si de hacer festejos se trata, no hay ceremonia más aburrida que la de descubrir una estatua, aun en el caso óptimo de que se atore el cordón y sea necesario llamar a los bomberos para que desde la escalera jalen la manta, y le dé insolación a la nieta del prócer. Los monumentos, hay que admitir, son piedras que cuestan una fortuna y que se olvidarían si no fuera porque estorban el tránsito.
Jorge Ibargüengoitia,
Instrucciones para vivir en México
Las visiones de Zapata, Madero y Villa, durante la Revolución Mexicana harán hincapié cada uno en lo que consideraban sustancial para la defensa de aquello que representaban: para Madero, era esencial la igualdad de condiciones en la participación política; para Zapata, la igualdad de trato en la búsqueda de la justicia; para Villa, la desaparición de los abismos de riqueza entre los que más tenían y los que no alcanzaban más que la caridad pública o privada.
          ¿Cómo se traduce actualmente esta situación? ¿Cuáles son los avances o las transformaciones que hemos tenido como parte de ese plan trazado por los héroes de la Independencia y la Revolución? La situación no es ni cercana al pensamiento idealista de los representantes populares de los dos procesos. En cuanto a la “moderación de la opulencia” se puede corroborar un fracaso estrepitoso. El reparto de la riqueza es una cuestión de gravedad impresionante. El hombre más rico del mundo convive en un país en donde millones no tienen siquiera para cubrir sus necesidades más básicas. La riqueza y la pobreza comparten espacios que cada vez son más de subordinación y de cercanía. En las ciudades, los conjuntos residenciales más opulentos conviven al lado de las colonias más empobrecidas y marginalizadas. En el campo, el régimen de la tierra sigue operando bajo esquemas acorde a los tiempos: combinaciones de acaparamiento de productos agrícolas e intermediación injusta, con grupos que operan un monopolio del comercio, los servicios y la administración pública, que originan un estancamiento en la posibilidad de cambio de situación de las masas indígenas y campesinas.
La desigualdad quiebra la idea misma de democracia –e incluso de política en su acepción moderna-, pues divide a la sociedad en órdenes distintos, ajenos entre sí. Mientras los ricos tienden a aislarse en sus propias ciudadelas fortificadas, aterrorizados ante los demonios de la inseguridad –es decir: ante esos otros, siempre sospechosos, que codician sus bienes-, los pobres viven atrapados en sus guetos, y sólo la clase media, cada vez más escasa y debilitada, sirve de tímido puente entre ambos órdenes. Las escalofriantes diferencias económicas que se atestiguan en América Latina acendran las diferencias entre los grupos sociales hasta volverlos extranjeros. En las grandes ciudades, y en especial las megaurbes como México, Caracas, Sao Paulo o Buenos Aires, han surgido faraónicas poblaciones amuralladas, pulcras y seguras, dotadas con todas las comodidades –multicinemas, salas de conciertos, malls, parques, gimnasios, campos de golf-, en medio de sórdidas barriadas, favelas, ciudades perdidas o ranchitos que con frecuencia carecen de servicios básicos como electricidad, alcantarillado o agua corriente. Pese a situarse a pocos metros de distancia, los habitantes de estos dos universos apenas se conocen: el contacto entre unos y otros se limita a las relaciones entre las amas de casa y sus cocineros, jardineros y sirvientas.
Jorge Volpi,
El insomnio de Bolívar
Mientras minorías privilegiadas pueden acceder a niveles de vida acordes a los que prevalecen en el llamado “Primer Mundo”, mayorías condenadas a vivir bajo la línea de la pobreza se ven obligadas a migrar, a sobrevivir en condiciones deplorables o a dedicarse a actividades que muchas veces lindan o desafían abiertamente la legalidad. A pesar de las promesas idealistas de la Independencia y de las previsiones realistas de la Revolución, la pobreza se ha incrementado, y afecta a los mismos que la han sufrido desde los tiempos de la Colonia española: indígenas, campesinos, obreros, pequeños comerciantes; la diferencia con los tiempos que corren tiene que ver con el número y la diversidad de quehaceres y naturalezas de las personas que conforman ese colectivo.
          Muchos son los pensadores que han reflexionado acerca de la manía tan latinoamericana de creer que los decretos pueden transformar la realidad de manera automática. Es decir, que la emisión de leyes, sin instituciones fuertes que las respalden, pueden terminar con problemas reales como la pobreza, la ignorancia, la desigualdad. Lo prevenía Bolívar, el gran teórico de la independencia sudamericana, y lo retomaba con conocimiento de causa Octavio Paz en El laberinto de la soledad. La realidad se puede transformar pensándola desde las propias condiciones de la realidad. Y una de esas características de la realidad, relacionada con la democracia tiene que ver, precisamente, con la igualdad.
          Alexis de Tocqueville es su estudio sobre la democracia en los EEUU (La democracia en América) mencionaba que el estado de igualdad e independencia entre ciudadanos hacía que éstos demostraran su gusto por las instituciones que garantizaban tal igualdad. En México ocurre lo contrario. Muchas de las instituciones generadas idealmente para salvaguardar esa igualdad, han hecho lo opuesto, profundizando de manera evidente los abismos abiertos entre los que más tienen y los que menos. En una realidad en la que una pequeña parte de personas es depositaria de una gran cantidad de riqueza y una masa enorme deficitaria de esa misma riqueza, la desigualdad opera desde las posibilidades de coacción política, económica y de beneficio personal de las instituciones dedicadas a administrar cuestiones fundamentales como la justicia.
          Hay voces que previenen de la posibilidad de una revuelta armada en este 2010. Las condiciones sociales y de garantías no son las mismas que hace cien o doscientos años. Incluso, el sistema y la solidaridad horizontal entre iguales permite que la sobrevivencia de muchas personas impida el desarrollo de una revolución armada que tenga como base común el reclamo por la inequidad en el reparto de la riqueza. Sin embargo, sí hay elementos que pudieran justificar una rebelión generalizada y que no podría ser cuestionada: la impunidad y la falta de sanciones para aquellos que pueden manipular a la ley y sus instituciones a su gusto.
Han pasado dos siglos, en el año 2010 los sectores oficiales se ven obligados a “conmemorar el bicentenario” al mismo tiempo en que, de espaldas a la soberanía nacional, han dado pasos para la integración económica, política, cultural y militar con Estados Unidos, por lo que necesitan eliminar de esta conmemoración todo su contenido patriótico y revolucionario. Ensalzando la forma y tergiversando su contenido.
          En el año 1910, otro régimen antinacional y antipopular, la dictadura de Porfirio Díaz “celebró” el centenario de la Independencia inaugurando el Monumento a la Independencia, el Hemiciclo a Juárez, el manicomio de La Castañeda, la Universidad Nacional, el Palacio de Correos, la Escuela Normal para Maestros, la Estación Sismológica Central en Tacubaya, y otras obras, así como escuelas, parques, exposiciones y congresos. Los principales invitados a las fiestas fueron los embajadores de potencias extranjeras, mientras que a los indígenas se les impedía el ingreso al primer cuadro de la ciudad.
          En la actualidad los gobiernos surgidos del PAN y encabezados por Vicente Fox y posteriormente por Felipe Calderón pretenden festejar el bicentenario con obras vistosas, al mismo tiempo que buscan despojar de su contenido histórico a los hechos y personajes principales de la Independencia.
Pablo Moctezuma Barragán,
¡¿Celebrando el bicentenario?!
Menciona Jorge Volpi en El insomnio de Bolívar que la democracia sólo existe si todos los ciudadanos pueden presentarse en igualdad de condiciones ante un juez. Si partimos de esta premisa, podemos concluir, sin dudas, que en México no hay democracia. La justicia es un ausente de evidencia dramática y dolorosa en muchos casos. Se pueden citar de memoria infinidad de casos en los que, a pesar de todas las evidencias jurídicas, los culpables no son castigados. Sea porque pertenecen a una élite económica, sea porque son parte del aparato de poder político, sea porque sus complicidades con los anteriores los colocan en una situación en la que les es posible evadir la acción de la justicia. Las instituciones y la ley que les da sentido pierden su pertinencia y razón de ser.
          La falta de igualdad se reviste de impunidad y de indiferencia. Y se refleja en todos los ámbitos. Incluso en los que atañen a los procesos de construcción de la democracia, vía el debate y la diversidad partidista. En este proceso, actores fundamentales como los medios de comunicación y la clase empresaria no han dudado, cuando los planes de gobierno contravienen sus propios intereses, en mediar de manera desigual en los procesos electorales. El caso de los medios de comunicación es el más evidente y de los más influyentes. En una sociedad en donde una cantidad reducida de personas maneja los canales de expresión masiva de la opinión pública, los riesgos de que la información emitida responda a intereses particulares o de grupo es creciente y riesgosa. Lo último, porque rara vez los intereses de los dueños de los medios de comunicación coinciden con los del grueso de la población y porque, en otras ocasiones, los intereses de facción política no responden tampoco a demandas sociales de interés colectivo.
Todo lo que vemos a nuestro alrededor, niño revolucionario, es producto de la Revolución Mexicana, que como todos sabemos, empezó como movimiento armado y se transformó más tarde en un movimiento social en el que participan todos los mexicanos sin distinción a clase social, que tiene por finalidad alcanzar una más justa distribución de la riqueza, e igualdad de oportunidades y de trato ante la ley.
          Pues bien, niño, este señor que ves aquí, tocando el claxon del Mustang para que la criada venga a abrirle la puerta, es un humilde revolucionario a quien la Patria ha recompensado sus esfuerzos en pro de la justicia social. La altanería que le notas no es aire de aristocracia, sino el orgullo propio de nuestra raza; nos bastan dos años de no pasar hambres para sentirnos de la mejor sociedad.
          No me preguntes, niño revolucionario, en qué hizo su dinero este señor, ni qué es lo que sabe hacer, probablemente nada, pero esta circunstancia constituye uno de tantos misterios instructivos que tiene nuestra sociedad.
          Este campesino que ves, cruzando la calle a brincos, es uno de los que fueron liberados por la Revolución de las tiendas de raya y los patrones desalmados. ¿Qué dice el campesino que acaba de cruzar la calle a brincos? ¿Qué viene desde Durango y hace tres días que no come? Ah, se me olvidaba decirte, niño, que el país se ha industrializado...
Jorge Ibargüengoitia,
“Cuento para el niño revolucionario”
Tampoco se puede decir que la construcción de la democracia sea un proceso roto o inútil. Se tiene que reconocer que se han logrado avances en los que la sociedad civil y los ciudadanos tienen mayores posibilidades de incidir en los destinos del país, o al menos, en frenar casos específicos de injusticia e impunidad. Sin embargo, es mucho el camino que todavía se tiene que andar. Es necesario que las leyes y las instituciones se sintonicen con la realidad. Que se pueda afirmar que la igualdad de los ciudadanos es una cuestión real y que, por lo tanto, también lo es la posibilidad de la democracia.
          Un simulacro de democracia nos da un simulacro de nación. Las luchas históricas celebradas en este año buscaban, al menos toda la parte que nos gusta celebrar, la posibilidad de alcanzar el futuro como una nación en donde los privilegios estuvieran abolidos. En donde todas las voces tuvieran posibilidad de escucharse y de tener el mismo peso. Mientras ocurra lo contrario, es decir, mientras que las leyes sean veneradas en su escritura, pero despreciadas en su práctica, sus ciudadanos seguirán habitando un simulacro incómodo y alejado de los ideales que tan fastuosamente se celebran. Sólo entonces, los anhelos de Morelos de buscar que “las leyes generales comprendan a todos, sin excepción de cuerpos privilegiados” podrán volverse ciertos y ayudar a consolidar la lucha iniciada hace doscientos años.

miércoles, noviembre 03, 2010

A regañadientes...


Dice Alma Guillermoprieto en la “Introducción” de Historia escrita:
Resultará evidente mi profundo desacuerdo con las ideas de cada uno de los personajes reseñados (aunque espero haber evitado la tentación de la polémica), y sin embargo es el caso que me sentí impulsada a retratarlos justamente a ellos y no a otros. Hay razones obvias: su delirio, su amor a lo imposible, su terquedad y orgullo inacabable, que algo tienen de Prometeo y algo de Sísifo, nos han seducido a todos. Tampoco puedo evitar mis propias contradicciones: tendrán todos una vocación irremediable por el desastre, pero la mediocridad no se les da, y a regañadientes los admiro.
Esto que apunta la autora con respecto de su texto es algo parecido a lo que me pasó con esta serie de crónicas que retratan, de manera puntual y con una capacidad envidiable de síntesis, a cinco personajes que se encuentran ligados de manera irremediable a la historia de América Latina: Eva Duarte de Perón, Ernesto Guevara de la Serna, Fidel Castro Ruz, Mario Vargas Llosa y el Subcomandante Marcos.
          En otra ocasión había comentado la capacidad que tiene Guillermoprieto para captar la atención y movilizar las neuronas de sus lectores. Sus crónicas parten de un principio fundamental: la negación de prolongar el endiosamiento irreflexivo. Una crítica que se ejerce, no de manera taxativa, sino narrativa. Heredera de la tradición de crónica histórica tan rica en nuestra región, se lanza a desmenuzar, de manera corta pero contundente, los elementos más visibles de los personajes que aborda. Y lo hace con un método que consigue reflejar interés no sólo de manera interna con respecto de su texto, sino de manera “fractal” con respecto de los textos a los que alude para construir mucho de su relato.
           Están ahí los diarios del Che (los varios diarios) contrapuestos a su historia personal y a sus obsesiones políticas; los casi interminables discursos fidelistas al lado de las omisiones propias de la censura del régimen; la retórica radionovelera de Eva Duarte contrapuesta a su capacidad sobrehumana de organización; las ambiciones literarias de Marcos junto a las posibilidades mediáticas que abrió; el pensamiento liberal y realista de Vargas Llosa frente a su asco al contacto con la pobreza y la masa.
          Pareciera que el mecanismo preferido (y eficaz) de la cronista se funda en dos cuestiones fundamentales: por un lado la búsqueda consciente de la contradicción y los mecanismos bajo los cuales opera; y, por otro, una colocación certera de los matices que desenfocan el discurso generalmente aceptado al respecto de los personajes que disecciona.
          No podemos pasar por alto dos cuestiones fundamentales: primero, que las crónicas son escritas en primera instancia para el público norteamericano en inglés (trad. de Laura Emilia Pacheco y Emma Palacios) lo que le confiere un probablemente inconsciente, pero eficaz, tono expositivo para neófitos; y, segundo, que los textos son generados durante la década de los noventas, en pleno auge neoliberal y en sincronía con alguno de los procesos que reseña (el fenómeno del EZLN en específico).
          Sin embargo, y sin dudar un instante, creo que los textos contenidos en este libro son ampliamente recomendables y dignos de ser analizados a la luz de que, más allá de su negativa a la polémica, consiguen hacernos pensar de manera crítica mucho del discurso hegémonico de izquierda que, aunque suene contradictorio, también existe y opera con una eficacia posible gracias a los procesos históricos latinoamericanos y a la realidad que nos ha tocado habitar.

Alma Guillermoprieto, Historia escrita, México, Plaza y Janés, 2001.

Calaveras centenarias/ para ideologías varias

Calavera a las calaveras

Desde lejanos ayeres
hace más de cien añotes,
las calacas literarias
se salen de los gañotes.

Gritan verdades ocultas
dicen verdades hirientes,
ponen en claro las culpas
y pecados evidentes.

Es un arte muy preciado
que se vale del humor,
para dar juicio acertado
sin miedos y sin temor.

Sin embargo, cada año
parecen ya más escasas,
han sufrido enorme daño
del halloween-calabaza.

Aquí dejo testimonio
de alguien que sí lo viera,
cómo el tiempo y la pereza
mataron mi Calavera.


Felipe Calderón

Que se nos va Calderón
que se lo lleva la Muerte
directo para el panteón
somos un país con suerte.


Y es que se sintió solito
en México deshabitado,
su lucha contra el delito
fue un éxito inesperado.

Al llegar al otro mundo
había manifestación
por culpa de este chaparro
tienen sobrepoblación.

...
Barack Obama


Ya se murió el presidente
quesque Nobel de la Paz,
...la Muerte le peló el diente
y lo llevó al Más Allá.

A llegar lo recibieron
demócratas activistas,
pidió que los apresaran
por ser unos terroristas.

Votaron por el los hombres
de historia de esclavitud,
él les prometió una cosa
la Reforma de Salud.

Sin embargo, no ha cumplido;
después de mucha oratoria,
arrastra entre los pendientes
la Reforma Migratoria.

Murió Obama, lo sabemos,
y lo sabemos re-bien,
en la CIA lo confundieron:
¡también se llama Hussein!


···
La UNAM

Murió la Universidad,
qué triste cosa ha pasado,
...la Muerte se la cargó
y la llevó al Otro Lado.

Dicen que fue el CGH,
dicen que fue el sindicato,
dicen que fue el presupuesto,
dicen que fue Patronato.

Murió la Universidad
Centenaria y Nacional,
en su lugar ha quedado
un complejo comercial.

···

LA (IN)SEGURIDAD

Dijeron los titulares
de los diarios matutinos
que hallaron muerta a La Muerte
en un panteón clandestino.

Menuda sorpresa tuvo
la Huesuda distraída
caminando por la calle
le dio una bala perdida.

Ha salido el presidente
a declarar agobiado,
que la Muerte era la jefa
del crimen organizado.

...y los veneros de petróleo el diablo

México tiene una riqueza de recursos naturales impresionante. Las representaciones del territorio mexicano como el de un cuerno de la abundancia suelen calificarse de exagerados y, sin embargo, hay mucho de cierto en las apreciaciones que permiten tal visión. Herederos de una diversidad ecológica envidiable, territorio variado en ecosistemas y climas, poseedores de reservas de agua potable suficientes para abastecer a su población, enorme potencial de producción agrícola y, sobre todo, recursos no renovables que le permiten ventajas de negociación e intercambio frente a otras naciones, cuestión específica: el petróleo.
          ¿Por qué en México el petróleo no se ha constituido en motor del progreso como en otros países? ¿Por qué la posibilidad de desarrollar tecnologías y producción asociado a la riqueza que el petróleo genera se encuentra estancada desde hace muchos años mientras que otros países se encuentran a la cabeza de innovación tecnológica y transformando su producción en puntos clave de impulso de sus economías y tratados comerciales? Los casos de Noruega, país cuyo gobierno controla el 60 % del aparato productor y transformador de la industria petrolera, u Holanda, máximo productor de gas natural de Europa Occidental, son dignos de tomar en cuenta. El mecanismo en ambos casos ha sido el mismo: buscar la manera de aprovechar los recursos naturales detectados, comenzar su explotación, establecer mecanismos tecnológicos y de investigación que les permita desarrollar su industria, comenzar el avance en diversificación de los productos derivados de esos recursos y reinvertir las ganancias en el crecimiento de la industria que mantiene a otros sectores del propio país.
Pintar el mundo al revés
se ha visto entre tanto yerro:
el zorro corriendo al perro
y el ladrón por tras del juez.

Para arriba van los pies,
con la boca va pisando,
el fuego al agua apagando,
el ciego enseñando letras,
los bueyes en la carreta
y el carretero tirando.

A las orillas de un hombre
estaba sentado un río,
afilando su caballo
y dando agua a su cuchillo.
Eduardo Galeano,
“Coplas del mundo al revés,
para guitarra acompañada
de cantor”
En México la lógica parece haberse estancado a partir de la expropiación petrolera de 1938. México importa gasolina y la vende a precios por encima de la media de países no productores. Es decir, en lugar de aprovechar los beneficios que ofrece el hecho de ser propietarios de yacimientos petrolíferos que pudiesen satisfacer la demanda interna de combustibles y gasolinas, el gobierno en turno insiste en la necesidad de equiparar el costo de la gasolina con el de países que no tienen la fortuna de contar con este recurso. México es un país que exporta petróleo, pero que tiene que comprar sus gasolinas a precios internacionales.
          Para nadie es un secreto que una de las principales fuentes de captación de divisas es la venta de petróleo. Cierto es también que muchos de esos recursos van a abonar la posibilidad de llevar adelante proyectos de contención de la pobreza. Pero es evidente el hecho de que en épocas de bonanza los ingresos excedentes por la venta de petróleo no han sido reinvertidos en investigación o en el desarrollo de la propia industria. Los excedentes de épocas de bonanza se dedicaron a engordar la cuenta bancaria de una burocracia corrupta y perezosa que vio más por sus intereses políticos y económicos que por la posibilidad de una oportunidad que no podía dejarse pasar. Noruega desarrolló una estructura técnica y tecnológica alrededor de la industria petrolera que, en la actualidad, puede, a partir de su inversión en ramas relacionadas como la construcción y la metalurgia, levantar una planta de extracción en medio del mar sin depender de tecnología extranjera. México compra sus gasolinas en el extranjero y no puede concluir con la construcción de una nueva refinería desde hace ya bastante tiempo. En el campo tecnológico sigue dependiendo del desarrollo de otros países que llevan el liderazgo en el desarrollo de técnicas y maquinaria para hacer más eficiente la explotación y transformación del crudo.
Hay dos problemas principales en el uso del petróleo en México. El primero es que la economía del país está basada principalmente en las ventas de petróleo, que en su mayoría es crudo, ya que los derivados con valor agregado, (refinación y petroquímica entre otros), son casi nulos. Además se importan gasolinas porque no hay suficiente refinación y eso disminuye las utilidades que recibe el país. De esta manera se está sobreexplotando el crudo sin tener proyección a futuro. Por un lado no se invierte parte de las ganancias de la explotación, (incluyendo la bonanza por la alza de los precios), en la generación de riqueza en el país, sino que se utiliza para mantener la economía de la nación en el presente, no pensando a futuro. El petróleo sostendrá la economía de México, mientras siga habiéndolo. Sin embargo, casi no se invierte en exploración para asegurar nuevos yacimientos que igualen la cantidad de los que ya se están explotando, y así garantizar la continuidad de la explotación. El segundo problema principal es que el petróleo se está acabando en el mundo. No existe un organismo regulador que garantice que los países que dicen tener una cierta cantidad de petróleo, realmente lo tengan. Esto significa que en realidad no se sabe cuánto petróleo probado se tiene en el mundo.
Daniel Villanueva,
El petróleo en México
Dice el antropólogo Marvin Harris que el control de la energía es el control del poder. Y que este control, en términos nacionales, permite tener autonomía e independencia con respecto del propio destino. A últimas fechas ha resonado con renovada insistencia la versión de que es necesario permitir la privatización del sector energético de México. De permitir la inversión privada, nacional e incluso externa, dentro de los campos estratégicos de la producción energética. Petróleo y electricidad son las energías sobre las que se insiste de manera cada vez más reiterada, con la versión de que se ha llegado a un callejón sin salida.
          Más allá de la certidumbre en el fracaso de la dirección estatal del sector, cabe hacer algunas acotaciones con respecto de los experimentos que se han llevado a cabo en otros países. La intervención del capital extranjero ha llevado a emergencias de viabilidad en los campos referidos a este elemento fundamental de la economía de las naciones: el caso de Argentina con la desafortunada privatización de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) ha orillado al gobierno en turno a negociar con la empresa Repsol de España la no renacionalización del recurso, a fin de garantizar que ésta no paralizará al país o pondrá en caos al gobierno en turno. Se depende de una fuerza externa para la estabilidad de una sociedad que pudo administrar sus recursos y garantizar su propia viabilidad.
          La energía es, a todas luces, un elemento que permite hablar y mantener una independencia en el concierto de las naciones. En México ese equilibrio se ha mantenido a pesar de las pésimas administraciones y de la nula visión para llevar a cabo la estrategia que permita al petróleo convertirse en el motor de desarrollo de una industria que le permita crecer como país y resignificar su autonomía frente a las demás naciones. No se puede pensar la independencia si no se tiene control de la energía. La puesta de este recurso en manos ajenas al interés nacional puede llevar a una debacle mayor que la que se vive actualmente.
Hagamos breve historia del proceso creador de las compañías petroleras en México y de los elementos con que se han desarrollado sus actividades.
           Se ha dicho hasta el cansancio que la industria petrolera ha traído al país cuantiosos capitales para su fomento y desarrollo. Esta afirmación es exagerada. Las compañías petroleras han gozado durante muchos años, los más de su existencia, de grandes privilegios para su desarrollo y expansión; de franquicias aduanales; de exenciones fiscales y de prerrogativas innumerables, y cuyos factores de privilegio unidos a la prodigiosa potencialidad de los mantos petrolíferos que la nación les concesionó, muchas veces contra su voluntad y contra el derecho público, significan casi la totalidad del verdadero capital de que se habla.
          Riqueza potencial de la nación; trabajo nativo pagado con exiguos salarios; exención de impuestos; privilegios económicos y tolerancia gubernamental, son los factores del auge de la industria del petróleo en México.
           Examinemos la obra social de las empresas. ¿En cuántos de los pueblos cercanos a las explotaciones petroleras hay un hospital, o una escuela, o un centro social, o una obra de aprovisionamiento o saneamiento de agua, o un campo deportivo, o una planta de luz, aunque fuese a base de los muchos millones de metros cúbicos del gas que desperdician las explotaciones?
Lázaro Cardenas,
Mensaje a la nación (1938)
Es necesario refrendar el compromiso de todas las personas que el 18 de marzo de 1938, en los ecos transformadores de la Revolución Mexicana posterior a su lucha armada, consiguió recuperar un recurso que permitió a México mantenerse con una autonomía relativa y con la generación de ingresos que le permitieran atenuar, que no acabar, con la desigualdad de su población. Traicionar este acto patriótico, es traicionarnos a nosotros mismos.