miércoles, mayo 31, 2006

Los avatares del chauvinismo


En una nota periodístico/televisiva reciente, se decía que algunos intelectuales (nunca se dijo cuáles) se quejaban amargamente de que los mexicanos José Emilio Pacheco y Elena (“Mártir del amloísmo en proceso de beatificación”) Poniatowska habían sido descartados como candidatos a recibir este año el premio Príncipe de Asturias de las Letras. Algo que sonaría hasta cierto punto lamentable e, incluso, censurable si es uno dado a lanzar maldiciones a la primera oportunidad.

Lo que me llamó la atención fue el tono de censura y cierto desprecio que utilizó la lecto-servidora de noticias cuando dijo que este año era posible que el premio fuese a parar a manos de “algún escritor norteamericano” como Paul Auster o Phillip Roth. Lo anterior, y el tonito de “¡ay, ya nos volvieron a hacer a un lado en un premio “iberoamericano” unos gringos que lo único que han de hacer es vender un montón de libros”, reflejaron en brevísimos veinte segundos la ignorancia y el chauvinismo que privan cada vez más en los espacios que se dicen “culturales” pero que cada vez se asemejan más a los de chismes del espectáculo.

Para los que conocen la obra de Paul Auster, no tendrán ningún empacho en estar de acuerdo conmigo en que es uno de los más grandes escritores contemporáneos del mundo. No sólo de su país, quiero decir. Y no sólo de su lengua. Y no sólo, ya que en eso estamos, de la literatura. Auster es, sin lugar a dudas, un hombre renacentista en estos tiempos. Director de cine, locutor de radio, guionista, director teatral, participante de debates políticos, antologador de escritores desconocidos, contador de historias, comiquero.

Nadie que haya leído La invención de la soledad puede salir ileso de un libro que plantea las posibilidades de pensamiento, de asimilación, de reconstrucción de la memoria, que implica la pérdida del padre. Nadie habría asistido a ese ajuste de cuentas que Auster hace con la memoria de su padre, con la presencia/ausencia de un ser que, sin embargo, se hace entrañable en la memoria.

Quien haya leído Fantasmas, no podrá dejar de fruncir el ceño durante mucho tiempo después de haber leído una novela tan rara en construcción, en contenido y en personajes. Dice el-taza, que para contar una buena historia, se debe de tener primero un buen personaje. Auster lleva hasta el extremo esta premisa. Crea al Godot perfecto en una novela de encuentros y desencuentros en donde el lector se admira de que quién ha sido encontrado sea precisamente el lector. Un lector mal acostumbrado a los lugares comunes de la novela negra que se sorprende del final repentino y, en apariencia, sin sentido.

No pasa desapercibido tampoco el hecho de que Creía que mi padre era Dios es una de las mejores antologías de relatos de escritores no profesionales antologados por Auster. Se nota la sensibilidad y la enorme visión que el norteamericano tiene no solamente como contador de historias sino también, y más importante, como escuchador de las mismas.

Más de uno habrá visto en alguna cartelera cultural (que en este país más que una marca de la high culture se ha convertido en una etiqueta eficaz para ahuyentar a potenciales espectadores de determinada película. Otra de las acepciones es que tales películas son “aburridas”) títulos de Auster como Lulu on the Bridge o Smoke en donde aparece casi siempre ese habitante de universos austerianos que es Harvey Keitel.

En fin, que el caso de Roth como escritor es bastante parecido. Lo que es más parecido, y común, es el hecho de que un montón de gente en automático respingue porque el afamado y jugoso premio no se le otorgue a un mexicano, sino a un gringo. Nadie le quita el mérito a la obra que como formador de lectores y como poeta tiene José Emilio Pacheco; o a la capacidad narradora y de recuperación del habla y de las actitudes populares de Poniatowska. Pero de eso a afirmar que se tienen que ganar el premio sólo porque son mexicanos, o porque escriben en español, o porque sería una cuestión que presumir (yo, más que un mexicano con premio Nobel o Asturias o Cervantes, presumiría cincuenta millones de niños mexicanos ávidos de lectura); creo que es una soberana estupidez.

Larga vida a Auster, a Roth; y a Pacheco a Poniatowska también. Corta para aquellos que no logran entrever que el valor de la literatura no se reduce a meras cuestiones de “orgullo nacional”, sino a una capacidad y talento narrativo que no cualquier habitante de este planetita tiene. Lo único que me quedé pensando es la cara y el tonito de la pendeja ésa lectora de noticias el día en que desplazaran de cualquier premio a José Agustín o a Aguilar Mamín porque alguien creyó que Neil Gaiman, Alan Moore o Frank Miller (todos ellos escritores de cómics) eran más dignos de recibirla. El acabose.

martes, mayo 30, 2006

Hijito


Hace aproximadamente un año, se me notificó que había obtenido el Premio Nacional de Narradores Jóvenes UACM 2005 en la categoría de cuento por mi trabajo Memoria del polvo, que tenía como maravilloso premio el hecho de que la Universidad Autónoma de la Ciudad de México publicara en un tiraje de mil ejemplares el volumen ganador.

Después de esa notificación tuvieron que pasar casi ocho meses para que el departamento de literatura de la dirección de difusión cultural de dicha universidad, me avisara que podía pasar por mis ejemplares a sus instalaciones de San Lorenzo en la Colonia del Valle. Total que fui con la ingenua esperanza de que en corto tiempo podría estar presente en la presentación de mi primer hijito en soledad (o en comunidad promiscua, según se le quiera ver). Pasó el tiempo y nada pasó con las presentaciones. Ni yo, ni Rubén Don (el ganador en el género de novela con quien tuve contacto cibernético), hemos sabido del más mínimo intento de la Universidad para promove nuestros libros. Los dos ingenuamente (más yo, supongo) creímos que la Feria Internacional del Libro de Minería era el escaparate en el cual la recién estrenada colección de narrativa de premios podría darse a conocer. No ocurrió nada.

Sin embargo, los textos están a la venta ya, para beneplácito de sus autores y mayor confusión del lector que llega a la librería. Librerías en las que se pueden conseguir los dos libros, tanto el de Rubén como el mío: EDUCAL (Cineteca Nacional, Centro Nacional de las Artes, Paseo de los Libros) y en el sistema de venta de la UACM. Para quien se quiera dar un clavado morboso (no hay de otros), en esta obrita sin plan publicitario, pueden adquirirlos en estos lugares. Espero sus opiniones.

martes, mayo 23, 2006

Proceso de pensar

¿Cuál es el proceso que seguimos para ponernos a pensar? ¿Lo decidimos conscientemente? ¿Cuál es el instante en el que caemos en la cuenta de que estamos pensando? ¿Qué quieren decir frases tan usuales como “quiero pensarlo mejor”, “déjenme solo para pensarlo” “está para pensarse”? ¿De verdad es cierto que eso es lo que nos separa de los animales? ¿Neta que el pequeño Suadero (mi gatito en pleno desarrollo) y la experimentada Manchas (mi gatita en plena decadencia) no piensan nada de nada? ¿Y si alguien descubriera que en realidad los animales tienen una capacidad para pensar más desarrollada que los humanos y que tal capacidad no tiene que ver con el tamaño del cerebro sino, probablemente, con la cantidad de pelo (o de escamas o de plumas) que un ser vivo tiene?

Es por eso que, a la luz y sombra de estas preguntas, me he planteado diversas reflexiones alrededor del proceso del pensar. Hélas aquí.<

1. Para pensar se necesita estar solo. Estar solo hasta en términos dialógicos. El pensamiento y la reflexión profunda se genera en los momentos de soledad y se practica el resto del tiempo. La idea de los pensadores solitarios (Platón, Newton, Jesucristo) que se retiraban a la soledad para pensar cobra significado cuando nos damos cuenta de que no se puede pensar mientras estás en el ron número quince en una fiesta con tus cuates (también es poco probable que tengas la capacidad de pensar en el ron quince aunque estés a solas). Asimismo no es recomendable ponerse a pensar si viajas en un micro colgado de algún tubo en precario equilibrio o con una bolsa de mandado registrando tu trasero al vaivén de los baches y los topes de campeonato de esta ciudad. Por lo mismo, es sumamente improductivo pensar cuando estás ejerciendo los placeres de Venus, o cuando discutes con aquél (lla) con quien has terminado de ejercer los placeres de Venus. No se puede pensar mientras estás en una clase, o en una conferencia, o escuchando a una lumbrera despotricar en contra del sistema que lo alimenta. O mientras lees un post de alguien que se puso a escribir sobre lo que cree que es pensar

2. La reflexión es un proceso separado del acto de pensar. Hay una cercanía intrínseca, sin lugar a dudas. Sin embargo, el pensar implica una focalización temática y de interés que va más allá de la reflexión. Mientras el reflexionar se refiere a la puesta en perspectiva de cuestiones prácticas que afectan de manera directa el quehacer diario, el pensar puede entrañar la posibilidad de explorar cuestiones tan trascendentes como la cuestión del origen (o del fin, según el estado de ánimo), mientras que la reflexión se utiliza simplemente para plantear cuál es la mejor manera para ocultarle a tu esposa que te encontraste a una exnovia de la prepa que, repentinamente y sin aviso, volvió a reclamar la presencia de tus carnes (a lo cual tú, si estás reflexionando, aprendiste).

3. No se puede pensar si al vecino le gusta el reggaetón y pone “La gasolina” a todo volumen.

4. Partir de un pensamiento que ya está estructurado (y que tiene nombre, v. gr. Nietzsche, Cioran, Hegel, Kierkeegard, Kant, Cuauhtémoc Sánchez, Cuautémoc Blanco, el Perro Bermúdez) es impedir que la mente ejerza una de sus más importantes características, el pensamiento propio. Cuando las palabras de los que han pensado algo trascendente en la historia de la humanidad dejan de ser inspiración para convertirse en letanía, el proceso de pensar se interrumpe, deja de ser un acto creativo para convertirse en una repetición mecánica.

5. Es inútil plantearse la eterna pregunta de si los líderes del mundo libre piensan, eso es evidente, ¿o no?

6. El acto de pensar no implica necesariamente que tal acto lleve a una mejora en cuanto a las cuestiones que tienen que ver con el beneficio (o la supervivencia en tal caso) de la raza humana. Una cantidad impresionante de personas ejercen su posibilidad de pensamiento precisamente para lo contrario. El problema surge cuando aquellos que no ejercen su pensamiento con intenciones que velen por el bien común tienen más tiempo que aquellos que se supone que sí lo hacen.

7. Se piensa mejor con el estómago lleno (y con una buena subvención, económica mucho mejor). No hay ningún país (sólo Holanda se acerca con sus becas de lectura, ¡pagarte para que leas!, ¿cuándo imitarán los pinches domésticos políticos las tendencias importantes?) que le pague a su pueblo para que piense. Probablemente sí haya apoyos para lo contrario (nomás hay que ver nuestra flamante Ley de Radio y Televisión).

8. El pensamiento (o la capacidad para ejercer este) no es lo mismo que la inteligencia. Si tomamos en cuenta que inteligencia viene de inteligible, esto es, de algo que se puede entender, nos damos cuenta que pensar implica más que interpretar el pensamiento de otro. Implica, necesariamente, generar un código de interpretación para determinada interrogante del universo.

9. El acto de pensar necesita, como ninguna otra actividad, de una disciplina de ejercicio mucho más exigente que la de cualquier deporte. Es por eso que existe tanta obesidad del intelecto.<

10. Cogito, ergo sum. Pienso, luego existo. Para los que defendemos aún la posibilidad de que la modernidad es un proyecto que arroja muchísima luz sobre las ambiciones de lo humano que su negación o desaparición, esta frase cobra un significado especialísimo. No tengo existencia si no ejerzo mi capacidad de pensamiento. Si no pienso, es como si no existiera.

*Notas al margen:

a) El lenguaje en lo que se refiere al acto de pensar, no se resume simplemente en las palabras. Pensadores hay en todos los ámbitos de la expresión.

b) ¿Qué pasará cuando alguien decide no hacer otra cosa más que pensar? ¿Los autistas no serán pensadores congelados en el divino acto de pensar?

c) Los sopes y las gorditas hacen mal al acto depensar, sobre todo cuando se consumen en exceso.

d) Contra la creencia general, el escusado no es un lugar de pensamiento fecundante, a lo más puede ser un sitio de reflexión de los pecados capitales de la gula y la lujuria.

e) Obtener una neta es el más alto grado de depuración pensamiental. Porque si bien es cierto que la verdad es relativa, la neta es la neta.

f) La mayoría de los más grandes pensadores de la humanidad vivieron (o viven) en el más grande anonimato.

g) Ningún pensador de respeto tiene un blog. Utiliza mejor su tiempo para pensar.

lunes, mayo 22, 2006

Contrensada

Si hay alguien que entiende el tempo, el senso y el mood de los niños, ese mero es Luis Pescetti. Aquí un ejemplo de lo que hace con uno de sus personajes más hermosos: la Natacha.

Contrensada

-Má, cuando el Rafles se para en dos patas, ¿es bípedo?
- No (madre concentrada).
- Mmmmmm… (lee cuaderno, muerde lápiz).
- … (concentrada en su trabajo).
- La mamá del Rafles no era ovípara, ¿no?
- No (concentración) …
- Porque yo no vi cuando nació…
- (Madre concentrada) …
- (Al perro) Mirá si tu mamá era una pata, Raflicitos lindo. ¿Te gustaría tener hijitos patitos a vos también? (le rasca la panza)… Mirá que sos tramposo, Rafles, eh; vos tendrías que aprender a peinarme, por lo menos.
- Nati, ¿terminaste la tarea? ¿Querés que la repasemos?
- No, esperá (regresa a la silla).
- … (Madre vuelve a concentrarse).
- Che, mami, ¡qué vivos!
- … (adiós concentración).
- … "mamíferos" viene de "mamá", ¿y por qué hay "mamíferos" y no hay "papíferos"?
- … (concentración, concentración).
- Porque así tooodo el trabajo a las mujeres, qué vivos, ¿no, mami?
- (Concentración, concentración, concentración, con…)
- Mami, ¿hay mamíferos que sean bípedos?
- Sí: papi (concentrada en la pantalla).
- ¡Mami, no seas así!
- (Concentrada en la tanpalla) Nati, todos los humanos somos mamíferos.
- Pero no toda la vida, ¿no?
- (Contrensada el na panlalla) …
- ¿Yo hasta qué edad fui mamífera, mami?
- (Crontrsndada llapan ttttal…) Nati, mi amor, terminá la tarea, y después la repasamos juntas.
- Bueno, mami.
- (Concentrada en la pantalla) …
- Mmmmmm… (lee cuaderno, muerde lápiz).
- .. (concentrada en la pantalla).
- Mmmnnnn…
- (¡Clunk!) Nati, ¿podés terminar la tarea sin hacer ruido?
- Sí, má. Me gusta hacer así porque es como si el cerebro trabajara más.
- En silencio, Nati (concentrada en la pantalla).
- (Lee el cuaderno, acaricia a Rafles) …
- … (concentrada en la pantalla).
- ¿Hay trípedos? … No, ¿no?
- (Contrensada en la panpalla) …
- Mami, mirá lo que puso Pati: "Los omnívoros viven en plaga".
- (¡Crash!) Nati, vida: hacé la tarea, no le hables a Rafles, no hagas ruidos, no me leas las anotaciones del cuaderno, dejame terminar este trabajo… ¿sí?
- Sí, má.
- … y enseguida repasamos todo, ¿de acuerdo?
- Sí, má, vos no te preocupes. ¿Querés que te ayude?
- No, mi amor, gracias, me falta muy poco.
- Sí, trabajá tranquila.
- (Regresa a la computadora) …
- ¿Querés un cafecito, mami? Para que te ayude a concentrarte.
- No, Nati, gracias; ya termino y voy con vos.
- Bueno, si querés algo vos avisame.
- (Concentrada en la pantalla) …
- (Lee el cuaderno, acaricia a Rafles) …
- (Concentrada en la pantalla) …
- Rafles, mirá lo que puso Pati: "En el cementerio no hay vivíparos".
- (Contrensada en la pantalla) …
- (Lee el cuaderno, acaricia a Rafles) …
- (Concentrada en la pantalla) …
- Rafles, ¿sabías que sos carnívoro?
- (Troncensada pen la nanpalla) …
- Por eso corrés gatos.
- (Rontrensada pen la fanfalla) …
- Si los gatos fueran invertebrados no los correrías.
- (Fonfresnsada guefanpalla) …
- ¡Ay, mirá, Rafles! ¡Tenés una pulguita! ¡Una ovípara solita!
- (Se agarra la cabeza) …

(Este texto aparece en Chat Natacha chat)

viernes, mayo 19, 2006

Herejías

Lo no dicho. Lo entendido. Lo políticamente correcto. La negación de la identidad propia en beneficio de la paz del resto de los mortales. Herejía de estar triste en la boda de tu hermano. Herejía de decir lo que realmente piensas en la casa de tus suegros. Herejía de pensar cochinadas con la hija de tu vecino. De comerte una fritanga chorreante de aceite nomás por el puro gusto. De atreverte a decir que la Selección de futbol es chafa, chafa, chafa. De terminar ebrio en una convención de psicoanalistas. De morderete las uñas y comerte las costras nomás porque sí. De criticar a esa-vaca-sagrada con argumentos sólidos e irrebatibles. De pedir que, ya por Dios, cambien esa chingada música. De apoyar a los chicos que pintarrajean las paredes y rompen los cristales. De mandar a tomar por culo, con todas las palabras que lo ameritan, a esos hijos de puta de politiquerías baratas. De afirmar, no que Dios ha muerto, sino que vive en todos los corazones. De estornudar con los ojos abiertos. De echarse un pedo en una exposición de arte contemporáneo. De gritar en un sepelio, ¡y yo qué culpa tengo de estar vivo! De decir que el sistema edcativo no funciona. De afirmar que la contracultura es la cosa más institucionalizada del mundo. De decir que la historia sirve para ver el futuro, no para aprender del pasado. De demostrarle a un físico que sí entiendes la onda esa de la teoría de la relatividad con todo y sus pinches ondas y partículas. De presumirle a un matemático que abandonaste su área porque las matemáticas nunca fueron un verdadero reto intelectual. De darle un chingadazo a un niño para que se mantenga quieto por un momento.

Hartas herejías. Hartos malvistos. Herejía de lanzar un escupitajo consistente en medio de la calle. De decirle a una gorda que está gorda. O a un pendejo que es pendejo. De poner a Raphael a todo volumen en una fiesta y disfrutarlo “digan lo que digan”. De bajarle la chava a un amigo. O cogerte al esposo de tu amiga. De coger sin condón. De disfrutar el sexo con una fea o un horroroso. De aceptar que fue mejor que con el megabizcocho-de-portada-de-revista con el que finalmente terminarás casándote. De abjurar de Nietzsche porque el Paulo Coelho te llegó al alma. De afirmar que Como agua para chocolate es una buena novela. De decir que lo único bueno que tiene Jeniffer López son las nalgas. De decirle a un nostálgico ochentero que U2 apesta. De ciriticar libros canónicos que, vistos con objetividad, dan harta hueva. Como me pasó a mí con Madame Bovary. De sentirse incómodo cuando alguien te quiere hacer parte de una banda con la que no te sientes identificado. De ponerte a pensar que no te sientes a gusto en un Starbucks porque sigues añorando el cafecito de la olla de tu abue. De negarte a ir a una fiesta porque es en lo más profundo de Iztapalapa o la colonia Morelos.

Herejías. Ponerte a escribir cosas que hacen sentir incómodos a algunos. Porque no tienes talento para escribir la gran novela. Ni un buen artículo. Porque haces oraciones simples en la incapacidad de articular de manera coherente una buena historia. Herejía de valerme absolutamente un carajo pensar en todo eso. Vamos a quemar hipócritas.


jueves, mayo 18, 2006

Días extraños

Ha resultado bastante extraño los últimos días, y con el pretexto del Día del Maestro, echar un vistazo a estas cuestiones de la educación, no sólo en nuestro país sino, prácticamente, en el mundo entero.

Perry Anderson en Los orígenes de la posmodernidad, alude que uno de los signos de la abandono del proyecto de la modernidad es que las burguesías han renunciado a la educación y la cultura como un horizonte que les satisfaga. Lo anterior se resume en la idea de que los ricos son cada vez más burros. De ser una burguesía ilustrada se han convertido en una sociedad del entretenimiento. Los ricos ya no son fundadores o patrocinadores de laboratorios, universidades o proyectos artísticos, ahora son las estrellas de los reality shows o de las portadas de revista tipo Caras u ¡Hola!

No debería de asustarnos tal perspectiva cultural, de hecho los que no pertenecemos a tan selecto grupo deberíamos de echarnos en nuestro cómodo sillón a divertirnos de las estupideces y los sinsentidos que protagonizan. Sin embargo, no nos hemos detenido a pensar (y si lo hemos hecho, nos hacemos completamente pendejos por las implicaciones que tiene) en la cuestión de que esa burguesía, arribista o hereditaria, es la que actualmente tiene las riendas del mundo. Y las riendas hablando no sólo en términos políticos (hay que ver cuántos presidentes bestias hay en las cúpulas [y en las cópulas] del poder), sino en términos de propiedad de los medios de producción, de los medios masivos de comunicación, de dirigencia de los grupos religiosos más reaccionarios.

La educación nunca había estado más en crisis que en estos días. Días extraños. Porque parecería que las cifras desmienten al amarguete éste que se dedica a quejarse de todo. En estos días el presidente del que lo votaron (seguramente una masa a la que no le importó el bajísimo nivel intelectual del vaquero bonachón que representaba), Vicente Fox, inauguró una ballena blanca (porque el concepto de elefante blanco se queda corto, y porque Gabrielito Orozco, ése nuevo mesías de la plástica mexicana, colgó un esqueleto de ballena en ese recinto) a la que se le ha dado el nombre de uno que sí era ilustrado y que sí tenía una idea moderna (en términos de modernidad) de lo que era la educación: José Vasconcelos. Creo que este hombre, al que se le impidió violentamente ser presidente de México en los albores de lo que se llegaría a llamar la “sociedad revolucionaria”, junto con Domingo Faustino Sarmiento en la Argentina, han sido de las figuras cimeras en la lucha contra la ignorancia y la falta de crítica.

Mientras escuchaba al presidente Fox hacer un panegírico de la lectura en la inauguración de la ballenota, observé que el tipo ha sido de una coherencia impresionante hasta en esta cuestión. Si tomamos en cuenta que ha hecho todo lo contrario a lo que prometió en su campaña, podemos decir que esas ideas de que “la lectura ayuda a la libertad”, “la lectura es una cuestión irrenunciable”, “la lectura enseña a pensar”, etcétera, han sido llevadas a cabo totalmente por un hombre que ha mostrado que no cree en nada de lo que dice. Coherencia total con alguien que homenajea al gran José Luis Borgues, que tienen una esposa admiradora de la gran Rabina Tagore, una secretaria de cultura que ya casi acaba de leer el cuento del dinosaurio de Monterroso, y que pertenece a un partido que, seguramente, y después de que se dieran cuenta que un tal José Saramago defendía a Elena Poniatowska, corrieron con un maestro de primaria a que les aclarara si el escritor en cuestión era machín o fémina, no fuera a resultar después que el Premio Nobel portugués en realidad era José Sara Mago.

Estamos gobernados por una retahíla de burros (con el perdón y el respeto que pueden inspirar tan nobles bestias). Los líderes del mundo han decidido que la educación y la asimilación de la cultura es algo completamente estorboso. Para qué aprender a dialogar y a criticar, si con la “mano dura” es más que suficiente para mantener el sacrosanto y bienamado orden. Para qué privilegiar la educación si la mayoría de esos jodidos se van a ir de mojados, a saltar tres bardas y esquivar dos-trés grupos de güeros racistas (incultos e ignorantes, también) para al fin poder alcanzar, ya no el progreso (esa cosa cada vez más ambigua), sino solamente la supervivencia.

Vivo en un país de burros en el que a los que están en el poder no les interesa que sus gobernados lean. Recuerden esa maravillosa frase de Fox cuando aconsejaba a la gente que no leyeran los periódicos o los libros porque sólo decían mentiras. Vivo en un país de snobs: dícese de aquellos “farolitos” que se complacen en hablar de libros que no leyeron, películas en las que se durmieron, filósofos con nombres que no saben pronunciar, músicos a los que sólo oyen en las reseñas de las revistas trendy, espectáculos a los que asisten porque tienen para pagar el boletito, conciertos de músicos extranjeros de complejidad inentendible pero “súper cools”, viajes a lugares “reconocidos” como “la Meca de la civilización” [léase Nueva York, París, Londres, etc.], clases de yoga y tarot, y clases en universidades impagables.

La mirada de asombro sigue dirigida hacia el exterior. Lo mejor sigue estando en el posgrado en el extranjero, en la renuncia al exotismo tercermundista por la asimilación de la superioridad primermundista. Aunque en esos lugares estén en las mismas condiciones. Aunque existan niveles de analfabetismo que no distan mucho de los de países en eterna guerra civil o con crisis económicas y políticas recurrentes. Veamos por ejemplo lo que ocurre en los Estados Unidos:

Hay cuarenta millones de estadounidenses con un nivel de lectura de tercero de primaria: se trata de analfabetos funcionales. [...] Del mismo modo, también sabemos que un adulto norteamericano se pasa 99 horas leyendo libros, frente a las 1460 horas que se dedica a mirar la tele. También he leído que sólo el 11% de los americanos se molesta en leer el periódico. Vivir en un país donde hay cuarenta y cuatro millones de personas que no saben leer, y otros doscientos millones que saben pero normalmente no lo hacen, resulta aterrador. Un país que no sólo produce estudiantes analfabetos en masa sino que parece apegarse a su condición de necio e ignorante no debería estar gobernando el mundo..., al menos hasta que una mayoría de sus ciudadanos sepa localizar Kosovo (o cualquier otro país que haya bombardeado) sobre el mapa. [Tomado del libro de Michael Moore, Stupid White Men].

En un mundo en donde los menos cultos son los que dirigen y administran, a mí lo único que me queda es el miedo y la resignación. Hemos llegado a una etapa histórica en donde el Apocalipsis es una realidad tajante. El Apocalipsis es la neta. Díganme si no eso es lo que reflejan estas cifras, relación directa entre la ideología de los que tienen y la imagen que han construido:

Yale y Harvard. Princeton y Dartmouth. Stanford y Berkeley. Consigue una licenciatura en alguna de estas universidades y ya no tendrás que preocuparte por nada en la vida. ¿Qué importancia tiene que el 70% de los graduados de dichas instituciones jamás hayan oído hablar de la Ley del Derecho al Voto o del programa para una Gran Sociedad del presidente Lyndon Johnson? “¿A quién le importa?”, te preguntas sentado en tu villa toscana observando la puesta del sol y paladeando la buena marcha de tus negocios.

¿Y qué más da si ninguna de estas universidades punteras a las que acuden estos ignorantes requiere un solo curso de historia americana para licenciarse? ¿De qué sirve la historia si uno va a ser el futuro amo del mundo?

¿A quién le importa si el 70% de los universitarios estadounidenses se licencia sin haber aprendido una lengua extranjera? ¿Acaso no habla inglés todo el mundo? Y si no es así, ¿no deberían aplicarse de una vez esos putos extranjeros?

¿Y a quién le importa un carajo que, de los sesenta departamentos de literatura inglesa de las grandes universidades americanas, sólo veintitrés exijan a sus alumnos de lengua inglesa que aprueben un curso sobre Shakespeare? ¿Puede alguien explicarme qué tiene que ver Shakespeare con el inglés? ¿Y de qué sirven cuatro mohosas obras de teatro en el mundo de los negocios? (Ibid.)

En tiempos en donde la incultura gobierna, y en donde la incultura es elegida por la incultura, ¿qué nos queda a los pobres maestros que, por determinada razón, tomamos conciencia de esto? Yo he renunciado a cambiar al mundo. “Desde las montañas del Poniente de la Ciudad de México”, me suena una rúbrica bastante mamona, poco original y, viendo los antecedentes, nada efectiva. Hoy lo que hago, y lo que espero poder seguir haciendo, es que mis estudiantes tomen conciencia de que este proceso no puede seguir de la misma manera. Cuando doy clases en la Ibero, pretendo que esos muchachos, entre los cuales seguro habrá más de uno que en el futuro ponga a bailar a varios perros, tenga una idea aproximada de los beneficios que esas cosas raras llamadas conocimiento y conciencia de la cultura tienen para los pueblos y para la humanidad. Si voy a ser gobernado por un burgués, que sea un burgués ilustrado. A mis chavos de la Prepa Lázaro Cárdenas en una de las zonas marginadas del DF, les intento transmitir la posibilidad de la crítica, el razonamiento y el escrutinio inmisericorde. Si no están destinados a dirigir (fatalismo de un pesimista profesional, los que todavía creen en las bondades del sistema, por favor, discúlpenme), que aprendan a elegir quién los dirige.

Porque llegado a este punto podemos preguntarnos: ¿Realmente sabemos a quién elegimos y por qué lo hacemos? ¿Estaremos eligiendo a nuestros semejantes? Como dice Moore:

Por eso los extranjeros no se sorprendieron de que los [norte]americanos, que suelen regodearse en su estupidez, “eligieran” a un presidente que rara vez lee nada -ni siquiera los informes que se le entregan- y piensa que África es un país en lugar de un continente. El líder idiota de un país idiota.

Suena conocido, ¿verdad?

viernes, mayo 12, 2006

Internet, la nueva frontera

Leo en las páginas de algunos blogeros que el equipo de campaña de Andrés Manuel López Obrador les envío una carta para que generaran artículos y contenidos que beneficiaran al candidato de la desdibujada izquierda mexicana. Leo en esas páginas también que tal propuesta en donde se les invitaba a "colaborar" de manera interesada y, más aún, de manera gratuita.
La indignación tiene que ver, necesariamente, con la afrenta que se deja ver en ese intento por convertir a foros y medios independientes en una herramienta propagandística más, sin posibilidad de crítica y, peor aún, sin gastar un solo centavo en tal alarde. Se hablaba en esa carta de la necesidad de “defender” desde esos espacios al candidato de un partido que no ha sabido sacar provecho de las nuevas tecnologías. El candor con el que Federico Arreola presupone que todos los blogeros a los que mandó su carta están listos como un ejército para salir a la defensa de un hombre que, en algunos sitios, ni siquiera es menciondado, deja mucho que desear. La campaña del PRD en el internet es un desastre, muchos de los destinatarios de la dichosa cartita ni siquiera tienen afinidad con Andrés Manuel y utilizarán tal estrategia solamente para desprestigiarlo más.
Hay que ver lo que está haciendo el PAN (sin dar la cara). Está utilizando una de las herramientas básicas de la red (el correo electrónico), para transmitir mensajes que ponen a temblar a la clase alta y a la clase media pudiente, acerca de la “amenaza” que representa el populista y hugochavecista López Obrador. O sea, no es una campaña que esté dirigida a mostrar la opción que representa Felipe Calderón (ése peloncito de lentes), sino a denostar al adversario. Y les ha dado resultado. Se están multiplicando los mensajes “de lotes de correo” o “masivos” que llegan con leyendas como “López Obrador, una amenaza”, “Las semejanzas entre AMLO y Echeverría”, o “Re: Miedo a México. Denise Dresser”. Yo, la neta, ya estoy hasta la madre de todos estos mensajes. Ni siquiera me tomo la molestia de abrirlos. Mucho menos cuando los remitentes son abranlosojosmexicanos3@yahoo.com, o necesitamossalvaramexico@yahoo.com.mx. Creo que es una campaña cobarde y que no respeta para nada al destinatario de tal mensaje. Funcionan con la lógica de perritos de Pavlov al que se le ordena atacar y ataca. Una táctica basada en el terrorismo informático, en el rumor. Una estrategia por todos lados criticable. Pero que está funcionando.
¿De verdad aluden todos estos mensajes a la conciencia del pueblo mexicano? ¿o establece más bien su confianza precisamente en lo contrario: en la poca habilidad que tiene el ciudadano común para verificar informaciones y reflexionar sobre lo que se le está ofreciendo? Pero los mensajes están funcionando. Va más de una vez que escucho a convencidísimos calderonistas defender a su gallo con argumentos salidos de esos correos basura. Es decir, una repetición ad nauseam de argumentos que no llegan a serlo, porque están fuera de perspectiva histórica o porque utilizan cifras y datos impresionistas sin sustento en la realidad.
Y lo anterior no es una perorata proamloísta, todo lo contrario. Es un llamado a pensar en los espacios de auténtica libertad que nos quedan dentro de esta realidad cada vez más institucionalizada y en donde incluso la opinión está pretendiendo ser homogeneizada. Los dos casos me parecen patéticos: el primero por pretender que un escritor/periodista/ocioso independiente prefiere hablar de la “guerra sucia” en los medios en contra de un candidato, a tratar temas como el último disco de los Kaiser Chiefs, o las nalgas de Jennifer López, o la situación desastrosa de una comunidad indígena, o de lo fregón que es Neil Gaiman, o de las fotos pseudoeróticas de nuestras comprometidísimas diputadas mexicanas; y el segundo por aludir más a la estupidez y a la capacidad de repetición irreflexiva, antes que a un verdadero análisis de las propuestas políticas.
El internet (o la internet, en tanto nadie se pone de acuerdo si es un medio (machín, en ese caso) o una red de computadoras (inmaculada hembra)) se ha visto invadido por estas manifestaciones pedestres e interesadas. Y nos ha obligado a actuar en consecuencia. No como ninguno de los dos pretendía. Sino como un susurro que anuncia la inminencia de una nueva realidad: internet es el nuevo objetivo de estos grupos de interés. ¿Cuánto tiempo podré conservar mi paginita en el ciberespacio antes de necesitar un patrocinador que la mantenga (como ya ocurre en geocities de manera velada)? ¿Será en el futuro uno de estos partidos/grupúsculos quien tenga que sostener lo que diga y posea todo el derecho a censurarme? Computadora Celestial, ¿cuánto tiempo de libertad nos queda?

jueves, mayo 11, 2006

El sentido de la vida

En el momento en que la mayoría de los mortales nos formulamos cuestiones tan profundas como la que da título a esta reflexión (que por otro lado es también título de una excelente película de Monty Phyton), es cuando nos damos cuenta de lo ridículo que resulta. Aberramos del lugar en el que trabajamos, de las manías que hemos adquirido, de la cobardía para abandonar las posiciones que nos aseguran cierto comfort, de la angustia por las deudas sin saldar, de los viajes que no hemos emprendido, de los libros que no hemos leído por falta de tiempo (o por exceso de éste, cuántas veces no iniciamos algo por la seguridad de que “ya habrá tiempo”), de las películas que compramos en el mixup (o con el pirata de todas sus confianzas) y que están ahí en espera de que la programación de la tele sea lo suficientemente insoportable como para descelofanear la cinta en cuestión, etcétera.
Ondas que apunten a sentirse (o no) existente. Estamos por una cuestión específica o somos uno más de los caracteres que la matrix tuvo a bien poner a pensar. Yo no soy yo. Soy los otros. ¿Y a cuáles otros les he otorgado la posibilidad de definirme como ser humano? Como ser vivo. ¿Vivo realmente? ¿Soy feliz? ¿Mis deseos se encuentran satisfechos? ¿He desterrado de mi sistema la envidia y la ambición? ¿Me convencí de que son valores negativos? ¿Sigo hallando placer en la lectura, en el diálogo, en el café, en la comida, en encontrar (o poseer) la respuesta a una pregunta superficial? ¿Deveritas, deveritas, como dice el burro de Shreck, que he amado con todas las capacidades que tengo para ejercer tal cuestión? ¿He sido egoísta? ¿He sido un trapeador de alguien a quien ni siquiera se le ocurren estas cosas? ¿Realmente somos los que elegimos nuestro destino o hay otro plan que escapa a nuestra comprensión?
Es tiempo de ponerse profundo, de releer ideales, de hablar con los muertos. Es tiempo de pensar en el tiempo, y en la vida, y en la muerte. En los límites de la trascendencia, en los alcances de la felicidad, en lo heredado y en lo que dejo. Es el lugar para sacudirse el tedio cotidiano, el dolor de hombros, el cuello inmóvil, el cerebro vacacionante. Es la posición exacta en la que mi nombre debe decidir si va unido a mi existencia. Existente. Existente.

miércoles, mayo 10, 2006

Kurt, querido Kurt




No crean en todo lo que leen. Toda mi vida he puesto en duda lo que leo. Nunca he creído en la mayor parte de las cosas que leo en los libros de historia y en mucho de lo que aprendí en la escuela. He descubierto que no tengo el derecho de juzgar a alguien basado en algo que haya leído. No tengo derecho a juzgar cosa alguna. Tal es la lección que he aprendido.

Kurt Cobain, febrero de 1992


Cada vez es más frecuente aceptar que el olvido es parte de lo que hoy calificamos como “vida contemporánea”. Han pasado doce años desde que, en aquel abril de 1994, Kurt Cobain se metiera un escopetazo en pleno rostro. O se lo metieran, vaya usted a saber. Desde entonces han aparecido mil ecos de lo que representó este hombre dentro de la cultura musical de finales del siglo XX, ecos que van desde lo grotesco (como el chiste que rezaba: “¿Qué es blanco, rojo y marrón y tiene más cerebro que Kurt Cobain? La pared que estaba detrás de él cuando se disparó.”) hasta lo patéticamente laudatorio (sólo falta que Ashlee Simpson o Avril Lavigne hagan un “homenaje” a su memoria en alguno de las entregas de premios a las que son invitadas).

Cobain significó mucho para los jóvenes que estaban, en esa primera mitad de los noventa, descubriendo (o confirmando) varias cosas: la ausencia de un horizonte de futuro en el cual no estaban incluidos como protagonistas, la imposibilidad de la política (o del ejercicio viciado de la política) como un camino esperanzador para esos jóvenes, el arrasamiento cultural que el modo de vida norteamericano impulsaba como parte de la hegemonía que pretende construir desde el inicio de los tiempos, el surgimiento de movimientos nacionalistas que pugnaban por una reconceptualización de lo que se daba en llamar “identidad nacional”, asignación masiva de fuerza de trabajo en los llamados McJobs, horizontes musicales que se regodeaban en un metal maquillado y estilizado visualmente y en un pop coreográfico y homogeneizador. Para México el panorama incluía la aparición de un grupo guerrillero armado sin posibilidades reales de triunfo, el asesinato de un candidato a la presidencia y un presidente del partido político en el poder, una de las crisis económicas más graves de todos los tiempos que llevó al empobrecimiento de una gran cantidad de sus pobladores y en medio de un cinismo y descargo de responsabilidades de los gobernantes en turno. Un apocalipsis a la medida de los tenebrosos años que estaban por venir.

Años que Cobain, líder y letrista de la seminal Nirvana, no tendría oportunidad de ver. Porque el hallazgo de su cuerpo desmembrado aquel 8 de abril de 1994, en su ciudad natal, Seattle, fue la revelación (el apocalipsis, pues), de que se había encontrado el cuerpo del último rocanrolero auténtico que había pisado el suelo de la potencia más voraz del mundo y se había plantado con éxito en los reflectores del mainstream gringo. El hombre no pudo soportar tanta presión. Tal vez quiso ser congruente con aquel viejo lema del rock punk, del que era tan fiel admirador, “No confíes en nadie que tenga más de treinta años”. No quiso ser alguien indigno de confianza, se mato a los veintisiete.

Cobain revolucionó la manera en como se consideraba al músico independiente, al grupo garagero, al que eternamente se la pasa probando amplificadores de segunda mano y soñando con los públicos masivos. Si somos justos, también fue el inicio para que etiquetas como alternativo, underground e indie, entraran dentro de los léxicos del marketing musical de principios del siglo XX. Hoy se dice que la escena rocanrolera está llena de grupos indie, de nuevos moldes para jóvenes de una nueva época. Una época en la que es más importante la diversión que la conciencia, el bailoteo rítmico que el reclamo anárquico, que el salto entre la multitud, que el grito liberador. Lo independiente hoy está diseñado por el mercado.

Kurt, querido Kurt. Creo que fue una buena decisión. Ese escopetazo te ha salvado de ver la porquería en la que este mundo y, esencialmente el país del que formabas parte, se ha convertido. De ver a Courtney intentando ser una mala actriz, y consiguiéndolo. La irracionalidad del mundo no podrá compararse nunca con un balazo dado a tiempo. Sin embargo, se te extraña. Se extraña la música y la actitud. Se extraña el feeling y el tempo. Se extraña la ingenuidad destructora de tener menos de treinta.

Grunge, Nirvana, forever.