jueves, febrero 28, 2008

Una canción triste




Hay días en los que se antoja escuchar una canción triste, una canción que no necesariamente tiene que ser un blues. Pero podría ser.

Estos días han sido de esos días. En los que me sorprendo escuchando, de repente y sin aviso, las canciones que guardo para otras ocasiones: las ocasiones en las que la algarabía tiene que poner los pies en el piso, nomás para que cuando se desinfle no se descalabre; las ocasiones en que los rones han sido muchos y los besos robados escasos; las ocasiones en que la que te trae de un ala parece preferir a tu vecino el de la voz de pito y la mirada extraviada; las ocasiones en que quisieras gritarle al mundo que has descubierto algo maravilloso, pero que no tiene utilidad práctica; los días en que los sueños se niegan y las pesadillas se agandallan; los días en los que los putos fantasmas que trae uno de ángeles de la guarda, les da por estar chingue y chingue.

Quiero escuchar una canción triste que me ponga en la madre. Que me deje tendido viendo cometas y estrellas fugaces, que me alimente la náusea y el vómito. El llanto y el recuerdo.

La canción que pone entre sus líneas "I'll take a quiet life/ A handshake, some carbon monoxide". O la otra de "Their children hate them for the things they're not/They hate themselves for what they are". Y ya para terminar en el suelo: "I'm tired of fighting/Fighting for a lost cause". Se me antojó una canción triste. Me encanta, a veces, sentir el estómago aguado y el aire insuficiente.

Por eso me encanta, también, la recitación aguardientosa de Armando Palomas cuando en alguna parte de su último disco (doble), Las canciones del estribo, se avienta una joya que a la letra reza: "El corazón no puede mentir, yo sí. Me siento de la chingada. Pregúnteme como".

miércoles, febrero 27, 2008

Los motivos de Feben



Acá un post del buen Ruy Feben en el que reflexiona sobre las aristas de la llamada ley antitabaco, que fue la causante, por ejemplo, de que ayer nos sacaran de un restaurante al sur de la ciudad al puto frío de las once de la noche, a pesar de que no había nadie sentado en las mesas del interior del local. En fin. El autor es el rockstar que aparece a la cabeza de esta entrada.

quejumbroso no.1: no soy un ciudadano de segunda
Empecemos con la referencia fácil y ñoña. Decía Carlos Monsiváis (seh: a mí sí me cae bien) que, de no ser por la tele, los delincuentes no sabrían de la existencia del crimen. Yo celebro esa frase. Hace muchos años, las mamás dejaban que sus hijos, tranquilamente, comieran tierra y gusanos hechos en tarta; desde los anuncios de Milo y la enajenación de los Power Rangers, las madres van de psicólogo en psicólogo buscando la mejor cura para el ADD, o buscan psíquicos capaces de controlar lo índigo de sus infantiles auras. En fin: nuestro mundo, cuan más civilizado, se vuelve más idiota. ¿A quién se le hubiese ocurrido en el siglo XVI taparse la boca a la hora de estornudar? A nadie. Los nombres que les ponemos a las cosas determinan su consecuencia. Me explico: no es lo mismo un loco que un enfermo, aunque ambas palabras se refieran a la misma persona. Las connotaciones son diametralmente opuestas. Y nosotros, normalmente, estamos en
medio, hechos bolas, sin saber que ninguna de las dos cosas es cierta. Bien.

Yo fumo. Mucho. Bueno, no tanto: hace dos o tres años, estaba en la media; hoy soy un fumador de la categoría “no, es que tú sí fumas un montón”. En realidad fumo en la misma cantidad. Es más: antes fumaba más, o, por lo menos, en más lugares. Fumaba cuando me venía la gana. Nunca jamás vi una cara de incomodidad a mi alrededor. Cuando la hubo (cosa que, insisto, fue nunca; lo que hubo fue frontales peticiones de apagar mi tabaco), retiré mi cigarrillo. Era respetuoso fumador, y nadie salía afectado por ello. Sin embargo, diez años después, apenas
me he convertido en Fumador®. Y eso, en este mundo, me convierte en un ciudadano de segunda.

Tenemos una nueva ley que me prohíbe fumar. Huelga decir que entiendo la lógica. Entiendo que el humo mata (más- a- los- que- no- fuman- que- a- los- que- sí), entiendo que es incómodo, entiendo que el cigarro es malo para la salud. Entiendo que está bien que las áreas estén divididas para que cada quien se muera de lo que mejor prefiera. Entiendo que mi derecho de fumar termina donde empieza el tuyo de respirar. Toda la lógica la entiendo muy bien.
Pero, igual, creo que esta ley es una auténtica mamada. Y antes de las avalanchas de comentarios tachándome de retrógrada, intolerante, asesino, van mis argumentos.

1. Lo de las áreas divididas físicamente está bien. Insisto: que cada quien sea libre de morir de lo que mejor le convenga. Sin embargo, creo que hay límites. En las nuevas “áreas de fumar” (no sé por qué no les han llamado “lounges de la vergüenza” o algo así) no pueden entrar los no fumadores. Ni aunque quieran. Me refiero: ¿qué pasa si hay un no fumador a quien no le
molesta ni el humo ni la idea de morir por ser fumador pasivo (los hay)? De nuevo: que cada quien sea libre de morir de lo que le convenga.

2. Durante años nadie se quejó. Todos asumieron que el tabaco era otro peligro de la vida (como el tráfico, el smog y los cisticercos). Sin embargo, se volvió de pronto motivo de alerta nacional. Como el aborto. Como el narco. Como los bombazos en el DF. Como si todo esto fuera igual y pudiera ponerse al mismo nivel.

3. Ya sé: el argumento es que, a diferencia de cualquier otra adicción, el tabaco afecta a los que están a lado de uno. Incluso, si se ven las cifras, el argumento resulta lógico: cada año, hay sólo 100 mil muertes por alcohol, que, comparadas con las 5.4 millones de defunciones relacionadas con el tabaco parecen nimias. Ajá. La cosa es que el alcohol (a diferencia del tabaco) provoca
accidentes; provoca enfermedades mentales; provoca traumas de por vida a hijos golpeados por borrachotes; provoca la pérdida de la conciencia y, en determinado momento, hasta de la razón.

4. Sin embargo, el alcoholismo está considerado una enfermedad, como el SIDA o la drogadicción o el cáncer. Por eso igual hay AA que CRIT’s. El tabaquismo no; el tabaquismo, en este mundo, es una lacra. Eso a pesar de las campañas de Phillip Morris, a pesar de Alberto Vázquez, y los Beatles, y Cantinflas. De un día para otro, los fumadores nos hemos convertido en un peligro para la sociedad… como los secuestradores y los asaltantes.

5. ¿Cuál es el problema? Concretamente uno, que es el mismo del maltrato familiar y del narco. Las adicciones en este país son tratadas como problema de seguridad, cuando en realidad son problemas de salud. No habría narcos si no hubiese adictos; no habría padres golpeadores si hubiera buenos tratamientos psicológicos y buenas medidas contra el abuso del alcohol. No habría necesidad de aislar a los fumadores si esto e convirtiera en un problema de salud y no de
guerrilla urbana.

Supongo que lo peor de todo es que cada vez se nos ve peor. La señora ya no se acuerda del día que me percaté de que el humo le incomodaba y apagué mi cigarrillo; ahora sólo se fija en que estoy encendiendo uno en un lugar donde no debería. No soy un ciudadano de segunda, ni siquiera un adicto (aunque esto último sí lo sea). Pero eso no importa: la tele (y la otra
ciudadanía, la ceguetas) ya me dictó sentencia.

jueves, febrero 21, 2008

De la escritura neurótica


Hay pocas cosas en la vida que me causan un silencio y un pesar al recordarlas. Esa es la reacción que me trae, por ejemplo, recordar que le presté a un alumno de la prepa donde trabajo un libro que, yo sabía, iba a ser dificilísimo de recuperar: La ira de Dios es mayor, de uno de los autores más rescatables de las letras mexicanas contemporáneas, Víctor Roura.
          Y bien es claro que a Roura se le reconoce por su papel como director de segmentos culturales y como crítico de rock. La facha, por otro lado, le ayuda muchísimo en que la referencia de su nombre y de su escritura se quede en eso. Pues bien, que aparte de eso, Roura es escritor. Y un escritor con una manía poco reconocida y casi no utilizada: la del humor.
          En ese libro extraviado que mencionaba líneas arriba había excelentes cuentos que trataban las más inverosímiles premisas: los Reyes Magos vueltos locos a los pies (y en las alturas) de las torres de Satélite, la interrupción dominguera de la visita de los inefables Testigos de Jeohová en medio de una discusión romántica, la relación de amores imposibles, etc.
          La escritura de Roura es así, medio neurótica. Salta de una estampa a otra de una reosntruida Ciudad de México con esa crónica de lo cotidiano e inmediato. Una especie de Jorge Ibargüengoitia que, en lugar de escribir artículos de martes y jueves, elabora cuentos que aluden, al menos aparentemente, a supuesta autobiografía.
          Tuve a bien leer en estos días Las bailarinas, un volumen que encontré en alguna de esas ferias de libros de segunda mano o, más probablemente, en un tiradero de los que pululan por las colonias culturosas de nuestra ciudad. Es un libro de textos cortos en donde el timing del sketch parece ser un método de escritura explotado a conciencia. Los textos son hilarantes, pero también conservan la pretensión de lo poético (entendido como metafórico, de imágenes; no como naturaleza de su escritura). Por ejemplo, en el cuento "Nombres con una mujer adentro", me encontré una frase que ejemplifica cosas que nos han pasado a todos y que, sin duda, estamos condenados a repetir: "Hay nombres con una mujer adentro que se le escapan a uno, sin remedio".
          Pero lo esencial de la lectura de Roura es lo lúdico de saltar de una escena a otra, las dos totalmente improbables, pero por completo verosímiles. Cuentos que van de la invasión de una anciana y un niño de la calle al sótano de la casa del narrador para echar una cáscara de futbol, o de las discusiones de semántica en una clase de yoga, o de lo parecido que resulta lidiar con un perro faldero cuando éste tiene nombre de mujer, o de la compra de tres peces que al dar vueltas en su jaula de cristal inciden en un brote repentino e ilógico de paranoia por parte del narrador, o de la segregación que sufre un pasajero de microbús al abordar el repleto medio de transporte. En fin.
          Totalmente recomendable y ligero para los días en que uno no se quiere azotar con los tremendismos de los nuevos escritores o la depresión paradigmática de los viejos. Salud (con ron).

lunes, febrero 11, 2008

El ronroneo de las nuevas voces



Editorial Joaquín Mortiz, en una de las tareas que había tenido durante mucho tiempo y que parece haber retomado para bien, publicó en 2003 una antología denominada Nuevas voces de la narrativa mexicana, en la que se deja mostrar la variedad, pero tambien la desigualdad en términos de propuestas y de calidad literaria de sus integrantes.
          El texto abre con el que a mi me parece el trabajo más rescatable de toda la antología, "Tarcisio Cantón" de Tatiana Buch. Una historia que explora los recovecos de la migración china a la península de Yucatán en los primeros años del siglo XX, es un trabajo redondo, en términos de historia y de narrativa. Uno de los mejores cuentos que he leído en los últimos años y que me dejó un muy agradable sabor de boca. Se nota la investigación previa que hay para llenar de insinuaciones al texto, que por el hecho de no ser apuntes literales, le otorgan un contexto totalmente verosímil y agradable. Excelente.
          Después "El cubo" de Nicolás Cabral es un ejercicio interesante que trabaja con la cuestión del espacio "real" y la construcción imaginaria de su narrador. Es un cuento que promete, pero que cumple sólo a medias esas promesas. Algo similar ocurre con "4 x 4" de Alberto Cascante, una anécdota de dos cuartillas en los que la sorpresa no lo es tanto; llama la intención, no obstante, las motivaciones que mueven a los personajes, mismas que hacen inquietante la totalidad del relato.
          Alberto Chimal presenta "Mogo", un trabajo que podría inscribirse dentro de lo fantástico y cuya fuerza proviene de eso que se denomina lo expresamente callado. El nivel del lenguaje en el que el lector alude a su imaginación para completar la secuencia de los hechos narrados. Un buen texto que explora sobre la cuestión de la infancia y los amigos imaginarios, pero de una forma que se inscribiría, incluso, dentro de lo terrorífico. Bernardo Fernández aparece en esta antología con "Leones" uno de sus cuentos más socorridos (aparece en varios sitios de internet, además de la antología Letras en rebeldía, editado por la Secretaría de Cultura del DF). Es un cuento muy en la línea de "Un sueño de un millar de gatos" de Neil Gaiman, pero cuya repetida lectura tiende a hacerlo tedioso. "Ojos de lagarto" del mismo autor, me parece un cuento superior a éste y con intenciones mucho más fuertes.
          "Recuerdo de Manuel" de Julieta García González es un texto un tanto confuso que no tiene elementos memorables o de resaltar. Lo mismo ocurre con "El segundo exilio" de Vanessa Garnica, en donde se alude un sentimentalismo de la llamada literatura intimista, en donde la psicología de los personajes dan de vueltas alrededor de sí mismos, como el gato de Goethe y cuando llegan a atraparse la cola, al lector ha dejado de importarle.
          En el otro extremo está "Weena en el incendio" de José María Gómez, historia en la que se hace presente el "síndrome González Iñárritu", es decir, tratar de retratar la vida de los barrios marginales urbanos de la Ciudad de México sin conocerlos (el problema radica ahí, en la pretensión de retrato; si fuera un ejercicio de imaginación, no sería tan maniqueo). En fin: una niña bien que llega a vivir a un "mal barrio" lleno de chavos banda pedotes pero buena onda que, sin embargo, se enfrentan a otros muy, pero muuuuyyy malos. La chava no termina bien. El tremendismo teratológico del peor cine de Valentín Trujillo llevado al extremo.
          En ese registro está también "B. H. M." de Juan José Gutiérrez P. La entrevista a un rockero urbano y medio satánico que tiene más memorias que triunfos y en los que la víctima segura y próxima será el propio narrador. Un reflejo de esos "otros" que nos aterran por desconocimiento. El barrio es malo, carnal, muy malo.
          Jorge Harmonio Juárez presenta en "Noche Amaranta", un reflejo caleidoscópico de la cotidianeidad violenta de la ciudad. Con un barroquismo que anima el ritmo trepidante del relato, el autor consigue interesar tanto por la historia como por el uso del lenguaje. Julian Herbert en "Soñar el sol" es una historia de vampiros drogadictos que, como buen cuento de vampiros, parecen al principio más víctimas que victimarios. Vampiros reventados en un Monterrey en el que no puede adivinarse más que el sol. Buen texto.
          Fernando de León en "Vesalio en Zante" trata de manera escabrosa los pasatiempos de unos náufragos en una isla desierta, con un final sorpresivo. "Maruca" de Óscar Alejandro Luviano es una muy agradable sorpresa dentro del volumen. A pesar de ser "rigurosamente inédito" hay mucho que explorar en la prosa de Luviano. Ambientes inquietantes, un manejo del registro infantil más que interesante y una historia entrañable. De lo más rescatable del volumen.
          "Variación sobre temas de Murakami y Tsao Hsue-Kin" de Tryno Maldonado tiene tantos ecos que uno termina por quedarse sordo, aturdido e indiferente. Se nota un tufo de pretensión que no abandona las líneas prácticamente en ningún momento, el exceso de adjetivos, de cursivas e hiperbaton se vuelven, a medida que avanza el texto, insoportables. Hay guiños a la Borges que son demasiado escandalosos para no captarlos. Un texto con una premisa que podría ser interesante pero que, en la realización, falla.
          "Segundos" de Fabrizio Mejía Madrid es un texto corto que se acerca al ensayo y cuyas reflexiones animan a pensar acerca de la naturaleza del tiempo y de lo que implica pensarlo, además de experimentarlo. "Felis Bernandesii, Panther Onca" de Will Rodríguez, también corto, es un ejercicio de perspectiva que le exige al autor la máxima atención para preveer/imaginar el desenlace.E
          "Fue en la casona de la señora Schuschnigg" de Eduardo Rojas Rebolledo es un monumento a la escatología logrado por completo. La obsesión del personaje con los olores de la mierda remite a El perfume de Suskind, pero con motivaciones más mundanas y con la suficiente fuerza para hacerlo vívido y sentir el vuelco de estómago involuntario al leerlo. "Cosas" de Pepe Rojo es otro de los cuentos que valen la pena dentro de este desigual recuento. La historia de los objetos que se humanizan al grado de tener que tomar atención psicológica es por demás inquietante. El refrigerador que bien pudo ser el alter ego de Woody Allen estremece por su cercanía y hace reflexionar acerca de los límites de lo humano.
          "Justicia para los mexicanos" de Kyzza Terrazas es un texto que podría denominarse "de denuncia" si el epíteto no fuera exagerado para la preocupación actual sobre estas cuestiones. Es un texto sensible a lo social que alude a la cuestión punzante de la migración y cuya actualidad parece lastimar por la cercanía y la indiferencia que provocan. "Pertenencias" de Socorro Venegas es un texto inquietante con una premisa que parece artificial (el acuerdo de dos extraños para hacerse cargo uno de la mudanza del otro, a fin que los recuerdos que encierran los objetos no los destruyan), pero que a medida que transcurre atrapa la atención del lector y genera cierta empatía con el personaje femenino en el mecanismo de ¿quién no se ha sentido así?.
          "Renuncia" de Gabriel Wolfson es un excelente texto que trata sobre la música. Sobre la negación de los propios talentos y sobre la sombra hiriente del destino. Finalmente, "CC" de Heriberto Yépez cierra de manera decorosa el compilado con reflexiones acerca del cuento de su escritura y de la crítica de esa escritura. Se nota la formación ensayística de Yépez y su necesidad de plantear temas polémicos y provocadores para el lector. Excelente cierre que deja una sensación de vapuleo en el que no se puede dejar de pensar por un rato.
          Estas son las "nuevas voces" de la narrativa mexicana, según Joaquín Mortiz. En el tiempo, seguro habrá más de un caído y algún nuevo asilado en el selecto grupo. A saber.