martes, mayo 18, 2010

En el reino de la laptopcracia


Una profesora me señalaba la pertinencia que resulta para varios colegas el hecho de prohibir en sus clases universitarias el uso de las lap tops. Los argumentos eran variados, pero sobresalía el que alude al hecho de que, en general, los estudiantes que abren una lap top en clase, en una universidad con conexión de banda ancha a internet, van a estar haciendo infinidad de cosas, menos atendiendo la clase. Yo no he llegado a ese punto. Estoy consciente que mi oferta de contenidos, con respecto de lo que ofrece internet, se encuentra en franca desventaja. Sobre todo si tomamos en cuenta que los medios que utilizo, la palabra y alguna que otra imagen, resultan anacrónicas en un mundo tomado para la interactividad. Hay varias razones por las que me resisto a prohibir el uso de computadoras personales mientras doy mi clase. Intentaré sistematizarlas.
  • 1. Pone a prueba los conocimientos que el profesor trata de exponer. La inmediatez de acceso a contenidos enciclopédicos y de referencia es tal, que el profesor debe de mantenerse actualizado y ser veraz con respecto de los datos que está exponiendo. En este sentido, el hecho de que un estudiante se encuentre en un salón de clases con las herramientas para desmentir el dicho del profesor es un riesgo latente que obliga al profe a mantenerse actualizado y consciente de lo que está diciendo.
  • 2. Los hábitos de escritura se han modificado. Resulta cada vez más frecuente que los apuntes, observaciones y textos asociados a las actividades académicas se hagan de manera directa en el medio que permite que nuestra caligrafía luzca legible de la mejor manera (y siempre). El acto de la transcripción manuscrita-digital es un hecho que se ha abandonado. Refleja un contexto actualmente comparable al del copista medieval y abre la gran pregunta: “¿para qué escribir dos veces si con una es suficiente?”.
  • 3. El medio digital puso fin a la dictadura anti-ecológica de la fotocopia. La naturaleza de hacer óptimo el espacio dentro de las bibliotecas obliga a comprar un número reducido de ejemplares impresos de libros, con incidencia directa en grupos numerosos. La opción a esta cuestión se encontró en la fotocopia de los documentos a utilizar para las clases, lo cual resulta, a la larga, una cuestión destinada a agravar la crisis ecológica con respecto de los materiales utilizados para la fabricación del papel. Distribuir copias digitales resulta una opción que permite salvar estos casos.

Sin embargo, la experiencia personal y las historias que cuentan diversos colegas hacen, en cierto sentido, irrelevantes estas razones. Ni la confirmación de datos, ni la toma de apuntes, ni la preocupación ecológica tienen que ver con las siguientes actividades:
  • 1. Actualizar los estados de las páginas personales en las redes sociales. Es decir, los estudiantes monitorean con esa capacidad de scanner que ya Neil Postman presagiaba en su célebre tertulia con Camille Paglia. Estar sin estar. Reaccionar ante mínimos estímulos. El mundo de la laptopcracia, más que nunca, se encuentra dividido entre la dimensión “real” de la presencia física y la existencia del individuo en un mundo virtual que lo significa de manera más estimulante y satisfactoria. No hay competencia entre el rudimento del conocimiento “duro” producto de los libros y un “No mms wey, k weba tengo”/ “En clase”. Las alternativas de una clase presencial son limitadas, a veces la única alternativa es el diálogo, es decir, dejar oír la propia voz y expresar pensamientos que puedan concentrarse en un tema cuya preocupación trascienda; el mundo digital ofrece granjas virtuales, test de personalidad, horóscopos actualizables en los siguientes 15 minutos. La velocidad frente a algo que siempre ha estado ahí y que, se tiene la seguridad, seguirá cuando tenga tiempo de prestarle atención.
  • 2. Hacer los trabajos de otras materias. La laptopcracia expresa la posibilidad de optimizar el tiempo que se ha perdido en otras actividades. Esto expresa una capacidad de abstracción que para ciertas generaciones, como la mía, resulta imposible. La clase se convierte en el ruido blanco del paso por la escuela. El colchón sonoro que construye la ilusión de estar en dos lugares al mismo tiempo: en el espacio destinado a la elaboración de una actividad ajena a la clase presencial y la clase presencial.
  • 3. Leer los diarios en línea para permanecer “actualizado”. La vida contemporánea impone la necesidad de permanecer “actualizado minuto a minuto” de lo que ocurre en el mundo. Los diarios monitorean eventos trascendentes o inocuos con la misma atención. Lo cual genera otra ilusión: el mundo se encuentra en movimiento constante y si estamos fuera de éste, no somos habitantes de nuestro tiempo. El ideal del tiempo nuevo planteado por la modernidad y que Paul Ricoeur desmenuza de manera magistral en “Hacia una hermenéutica de la conciencia histórica” se ha transformado en un tiempo inexistente al carecer de referentes. El tiempo más que nunca, y sin caer en metafísicas, es dinámico y no espera a nadie.
Todo esto me ha venido a la cabeza después de experimentar la evaluación de los trabajos de este fin del curso que doy en la Universidad Iberoamericana. Es probable que haya ocurrido lo mismo que en los semestres anteriores, y que ahora sólo haya prestado más atención. Pero la cantidad de simulacros de trabajos finales fue abrumadora. Textos con una densidad semejante al abdomen de nuestro secretario de Hacienda deja mucho que pensar. Es decir, el hecho de que un estudiante que se pasó todo el curso con la vista pegada al monitor de su lap top use como referencias, para una clase universitaria de Historia, recursos de Wikipedia, da para pensar dónde están sus capacidades de discriminación de informaciones y contenidos. Ausencia de crítica y un uso indiscriminado de la transcripción en la tradición del copy-paste más rudimentario no despiertan más que inquietudes y dudas acerca, incluso, de las propias capacidades para comprender estas nuevas dinámicas.
          Es claro que tengo que modificar algunas cuestiones en lo que respecta a las exposiciones de mi clase (un curso monográfico con exceso de contenidos a revisar, lo que deja poco margen de maniobra), pero también me deja pensando acerca de las posibilidades y los procesos que inaugura esta intromisión de la laptopcracia al interior del salón de clases. Muchas cosas en qué pensar.

viernes, mayo 07, 2010

El tiempo

Me digo que da tiempo para todo. Que se trata de administrar. Que se le pueden robar unos minutos a la noche, o al trabajo. Que es necesario. Terapéutico. Como una adicción. El calor tampoco ayuda. Quiero postear, pero se me acaba el tiempo. "Se me acaba", como si uno comprara fichitas de tiempo-vida y se agotaran. Ya no tengo crédito. No me dan crédito. "No me da tiempo". ¿Quién tendría que dármelo? Tiempo al tiempo, dicen. Habrá un tiempo en que habrá tiempo. Y luego, uno termina divagando. Quiero postear, pero me sale espuma. Chin, otra vez el aviso previo. Ingresar otra ficha.