martes, enero 18, 2005

Antes de...

Antes de salir procura mirar a los ojos del gato que, contra su costumbre, te ve desde el suelo con los ojos más tristes que se pueden concebir en un momento así. Antes de salir acomoda las espinas del órgano en forma de corazón que en una maceta desvencijada ruega por un poco de agua. Antes de salir, limpia la ventana en la que escribiste mi nombre en estas tardes de frío. Llévate la luz del refrigerador y el fuego de la vela que yo nunca he prendido. Haz correr el agua del wáter y baja la tapa del escusado. Antes de salir procura acomodar el libro que nunca terminaste de leer en el estante que le corresponde. Por supuesto que te regalo el separador, su nombre mucho te tendrá que decir. Llévate la noche, dóblala lentamente y procura hacerte a un lado cuando la despliegues sobre la mesa a la que te diriges. La música es mía, mientras suene no tienes por qué callarla. Cómete la rabia y los malos juegos. Te regalo mi ausencia, cabrá entera en ese frasco, ciérralo con cuidado para prevenir derrames. De las letras puedes llevarte las mayúsculas y los signos de admiración. Yo siempre he preferido las letras chicas, no lucen pero dicen mucho. Los signos de interrogación son míos, estaban ahí desde antes que llegaras. Ese cuadro no pertenece a nadie; se llama cielo y acompaña donde sea. Te regalo mis pasos, ya encontraré otro camino. ¿Podrías regresarme las miradas de los últimos días? No las he disfrutado lo suficiente y a ti de nada te sirven. Me quedo con los ceniceros y las copas, sin duda. De la sala te tocan los brazos de los sillones, fueron tuyos desde el primer día en que te acurrucaste en uno de ellos. La memoria me la quedo, servirá para reciclar alguna idea que se consideraba perdida. El control de la televisión no estará mejor en otro lado que aquí, nadie lo consiente tanto como yo. Llévate mis plegarias, desde que mi madre las puso en esa caja y me las dio, no las he vuelto a utilizar. Dame un momento para despegar la líneas que escribiste en mi agenda, los recordatorios que de todas formas no se olvidarían. Puedes conservar mi voz en lo que te acomodas en tu nuevo sitio, no le subas tanto al volumen porque se puede distorsionar. Las películas que vimos juntos las podemos repartir dependiendo de los parpadeos de cada uno. La oscuridad, no sé, ¿se la regalamos a tu amiga la optimista, la que se acaba de mudar? Mis lágrimas, si las quieres, te las vendo. A pesar de que las necesito, podré vivir sin ellas. Me quedo con tu respiración en mis oídos. Las fotografías, ¿cómo las repartimos? En casi todas estás tú, ¿a quién le interesa más tenerlas? ¿al que busca el recuerdo o al que ama el reflejo? El fueguito es mío, ya sabes cómo se me enfrían los pies. Las cortinas se las he regresado a tú madre, las lavé antes para borrar cualquier huella de sombras grabadas en los pliegues. La noche en la montaña se ha extraviado en algún cajón, pasé toda la tarde buscándola. Llévate lo que consideras tuyo, aunque se aferre a los muros con sus mil garras. Sal antes que la maleta explote por el movimiento de los inconformes.
Antes de salir, mírate al espejo y verás que tu reflejo sigue tendido en mi cama.

FELICIDADES PELITOS



¡Qué creen! Que el Pelos (mi hermano, brother, bataco despistado, Leonardo), se ganó el (o sea "EL", es decir, nomás hay uno) Premio Nacional de Periodismo Universitario de Investigación, que otorgó el Club de Periodistas en días pasados. Eso sólo confirma una de las suposiciones que (a veces en conjunto, y a veces en corto) suelo hacer: NO TENGO AMIGOS PENDEJOS. Todos los que son mis amigos tienen una capacidad intelectual y un talento suficiente como para ganarse lo que se ganan. Ahí les mando la nota publicada en el pedioriquito. ¡Goya, chingá!

miércoles, enero 12, 2005

La primera Mariana

Me encontré un conjunto de hojas mecanografiadas de un cuento que escribí en el lejano año de 1995 (¡Dios mío!, qué viejo me sentí). Esta es la primera versión de mi personaje "Mariana" que, a lo largo del tiempo se ha ido transformando en una habitante habitual de mis páginas. Que la disfruten...


Mariana

Qué prueba de la existencia
habrá mayor que la muerte
estar viviendo sin verte
y muriendo en tu presencia.
Xavier Villaurrutia

Estaba muerto.
Mariana se repetía a cada instante la frase que explotaba en el interior de su cerebro y hacía huir a grupos incontables de neuronas pudorosas.
Está muerto.
El día que a Mariana le tocó práctica en el depósito de cadáveres no pudo reprimir la idea de descontento hacia lo que esa actividad constituía. Observar cuerpos desnudos de gente sin nombre que, cual peces en un trozo de hielo, esperaban pacientes la hora de mostrar lo que más allá de su piel escondían. No podía apartar de su cabeza la idea de profanación de un templo sagrado y con cierto temor introducía el bisturí y los escalpelos esperando que la maldición de los cuerpos profanados no cayera sobre ella.
¡Es que está muerto!
Aquel día, Mariana bajó las escaleras con muy pocas ganas de atender la práctica. Recibió sin mucho entusiasmo el estuche de aluminio que contenía los instrumentos para llevar a cabo el ejercicio. A lo lejos se escuchaba la voz monótona del Dr. García que recitaba diciendo; “La práctica con cadáveres humanos brinda la oportunidad al estudiante de saber, por experiencia propia, la ubicación y consistencia de los diferentes órganos del cuerpo humano. En la práctica médica es necesario tener en cuenta varias cosas...”. Mariana perdió la atención sobre lo que García estaba diciendo y lanzando un suspiro se decidió a abrir la bolsa. De un tirón el cierre corrió desde el lugar donde yacía la cabeza hasta la punta de los dedosde los pies.
Entonces ocurrió. Mariana comenzó a observar el cuerpo que estaba sobre la mesa y lo primero que hizo detener su exploración fueron los ojos del cadáver que lamiraban desde algún remoto lugar. Mariana sostuvo la mirada que parecía ser amable con ella y se sintió mal, como un intruso que abría la puerta del baño y encontraba a alguien duchándose. Salió de su estupor para escuchar la voz de García. “Lo primero que se nos ofrece es la piel, ésta protege al cuerpo frente a las variaciones de temperatura. Es sólida y elástica, capaz de resistir algunos traumatismos. Sirve de obstáculo para la penetración de gérmenes microbianos y produce la secreción sebácea, que flexibiliza la capa córnea y el sudor, que es el regulador de la función térmica. De dentro hacia afuera...”. Mariana vuelve la vista al cuerpo, mira fijamente los ojos, unos ojos azules que permanecen allá al fondo de los agujeros del cráneo, fijos solamente por la lámina cribosa. Mariana detuvo sus pensamientos. Empezaba a razonar como los libros de láminas gruesas en donde no existían bellos ojos azules, sino sólo coroides y escleróticas. Más allá de los ojos había una nariz recta y una boca de la cual seseaba que empezaran a salir las palabras. Era un hermoso rostro que, inanimado como estaba, lanzaba miles de gritos que Mariana sentía rodar por todos los poros de su piel. Más allá de las manchas violáceas que cubrían parte de su rostro debía existir un ser dulce y adorable. Más allá de aquellos miembros rígidos y de esos rasgos inexpresivos debía existir una persona capaz de sentir y amar.
La presencia de un mensajero en la puerta interrumpió a Mariana de su poética lista de posibilidades.
--Dr. García, le solicitan en la coordinación.
García salió y comenzó el bullicio. Mariana regresó a su estado contemplativo hasta que la voz de Roca, uno de sus compañeros más antipáticos se dejó escuchar.
-- De a diez el kilo, de a diez. Pásele, pásele.
Mariana observaba el pedazo de hígado en la mano de Roca, quiso decir algo pero los sonidos se le ahogaron en la garganta.
--Mariana, estás muy atrasada. Debes de retirar parte de la piel y abrir el abdomen para localizar el epiplón menor del estómago...
La voz de García hizo callar las carcajadas de los que observaban a Roca agitar el hígado sobre su cabeza.
--No lo puedo hacer, doctor.
--Claro que puedes, lo has hecho mil veces. Eres una de las alumnas mas brillantes que tengo, llegarás a ser una gran cirujana. Pero antes debes de saber localizar los puntos a operar en los pacientes...
Mariana lo escuchaba hablar, parecía que sólo importaba el futuro profesional de la alumna o la capacidad pedagógica del profesor y que se deberían de ignorar cosas como la masa de tejidos y vísceras que yacía sobre la plancha.
--Vamos, házlo.
Mariana sostuvo fuerte el bisturí, su respiración era agitada y una lluvia de sentimientos encontrados le oprimían el pecho haciéndole sentir que su cabeza estaba a punto de estallar. Levantó lentamente la mano dispuesta a hacer el corte. Aquellos ojos azules, fijos en el vacío parecían suplicantes. Por un momento creyó ver les brotaban lágrimas. Todos la observaban expectantes. No soportó más, dejó caer el bisturí, miró a todos y cayó pesadamente al suelo.

-¡Te pasas, Mariana! ¡Qué susto nos diste en las planchas!, deveras creímos que te habías desmayado. El gordo García se asustó tanto que empezó a gritar “¡un médico!, ¡un médico!”. Al pendejo hasta se le olvidó que era doctor.
-No podía hacerlo, Ruth- Mariana parecía no haber escuchado a su amiga porque ni siquiera sonrió ante sus palabras.
-¿Por qué?
-No lo sé. Esos ojos, ese rostro. No sé. Me impresionó mucho. Anoche soñé con él, me tomaba de la mano. Sentía un placer inexplicable.
-¡Ay, no manches! Pues será mejor que cambies de protagonista de sueños eróticos. Al gordo no le gustó que fingieras el desmayo. Vas a ver que mañana se a a emperrar en que hagas la práctica.
-Estoy enamorada, Ruth. Ese hombre se ve tan dulce, tan... no sé...
-¡Despierta, Mariana! Ese cabrón era un cuero, pero ahora está muerto. ¿Me oyes? ¡Muerto! Es más, ni siquiera sabemos quién era...
-Vaya, vaya. Puedo preguntar ¿por qué habiendo millones de familias extrañas tenía que tocarnos a nosotros tener a una psicópata sexual?- la voz de César, el hermano de Mariana, se deja escuchar. Oculto tras el refrigerador ha escuchado toda la conversación.
-Y tú, ¿qué haces espiando a la gente? Eres un pendejo, ni siquiera sabes lo que tengo...
-Claro que lo sé, hermanita. Lo que tienes es una extraña perversión sexualñ llamada necrofilia, esto es, la preferencia sexual hacia cadáveres. Entre más avnazado el grado de putrfacción, mejor. Además...
El florero se estrella en la estufa, César ha esquivado a tiempo el golpe.
-Como decía, en estos casos es necesaria la atención inmediata de un psiquiatra. Es recomendable...
Mariana lo mira sumamente enojada, lanza un grito que sacude la casa y hace callar a César.
-¡Vete a la mierda, pinche buey!
César la mira y suelta la carcajada mientras se dirige a la puerta.
-Está bien, hermanita, ya me voy...
Cruza el umbral. Mariana mira a Ruth que ha permanecido callada y lanza un largo suspiro. César se asoma nuevamente por la puerta y grita:
-¡Adiós, Aníbal Lecter!
Mariana voltea rápidamente a la puerta pero su hermano ha desaparecido. Después ve a Ruth que no se ha contenido y empieza a reir. Mariana sonríe mientras recoge su mochila.
-Vamos a buscar ese libro antes de que cierren la librería.

-He llegado a la conclusión de que no eres Aníbal Lecter, sino Andrei Chenjov...
Mariana entra a la cocina para desayunar, en su rostro es visible que no durmió durante toda la noche. César la sigue mientras expone su teoría.
-Verás, Andrei Chenjov era un cabrón ruso que durante seis años mató a ciento cuarenta y siete personas para mutilarlas y tener relaciones sexuales con ellas. No respetaba ni edades ni sexo. Toda una fichita. Conseguí una biografía que...
Mariana ha bebido a toda prisa un vaso de leche y toma una manzana del frutero sobre el refrigerador. Empuja a su hermano que está recargado en el marco de la puerta y al salir le muestra en una seña muy clara el dedo medio.
Sabe que tendrá que hacer la práctica. El gordo García no va a permitir que la indisciplina se demuestre en su clase. Lo hará como si fuera cualquier cadáver, lo hará como siempre. Toma el walkman y oprime play, por los audífonos se cuela la música de La Castañeda. “Misteriosa entre sombras/ no tedejas ver/ te disuelves al amanecer”. El gusano anaranjado horada las entrañas de la ciudad mientras esos ojos azules siguen ahí, en lo oscuro del túnel se asoman y le gritan. “Misteriosa como el fuego del atardecer/ no te dejas ver”. Sólo los separa la muerte. Nada más.
-¿Dónde está..?
-Si buscas a tu amor, se lo acaban de llevar- Mariana voltea y ve a Ruth que señala hacia el horno crematorio.
Sale corriendo y no escucha a su amiga que le advierte.
-No te tardes que el gordo ya viene...
Llega al horno. Está cerrado, por la chimenea sólo puede verse una hilera de humo que huye hacia el cielo de una manera desesperada. Mariana observa el humo que se aleja. Ve claramente esos ojos azules que le han hipnotizado. Nadie supo quién era. Nadie sabrá jamás donde yace. Sólo Mariana le ha preparado un lugar ahí, al lado del tálamo, la epífisis y el cerebelo. En su recuerdo siempre estarán esos ojos azules que ahora la verán silencioso y agradecidos.
El humo negro escapa hacia el azul del cielo.
Mientras el cuerpo se diluye en cenizas y humo avnazando haia las nubes, gruesas lágrimas ruedan por las mejillas de Mariana. Lágrimas que serían amargas si ella no estuviera sonriendo. Da la espalda y se dirige a la clase de García. Pasa sin poner atención a un letrero en la puerta, obra seguramente de Roca. “Bienvenidos a la carnicería”. Respira hondo y exhala el aire de una sola vez. Está más tranquila y dispuesta a realizar la práctica. Si ahora la muerte dialoga con las navajas, tal vez mañana platicará con ella. Camina decidida, no sabe porqué pero empieza a pensar que el corazón no es solamente un músculo que bombea sangre. Debe ser algo más, algo que permita a los ojos fabricar lágrimas y a la boca pintar sonrisas. En el estrado se oye la voz solemne de García que repite por decimoctava vez en su vida: “El corazón está constiuído por el tronco braquiocefálicoarterial, el cayado de la aorta, la arteria pulmonar, las aurículas, entre otras partes. Hay que señalar también la válvula tricúspide y la mitral. En el interior podemos observar...”


Ciudad Universitaria, 1995.


domingo, enero 09, 2005

Y tú, ¿eres intelectual?

La cita de hoy toca al fragmento de una entrevista que le hicieron a Eusebio Ruvalcaba (escritor odiado minuciosamente por alguna de mis lectoras). Ojalá que estas opiniones la reconcilien. Salud...

Se te acusa de escribir en demasía.
Como no soy un intelectual, no tengo miedo a escribir. Si leemos las recomendaciones de los intelectuales, la primera es "no publiques" y la segunda "no escribas". Se tiende siempre a castrar y nos olvidamos que uno escribe por encima de los prejuicios de la cantidad. Uno escribe porque tiene necesidad de escribir, independientemente de que muchos intelectuales se encolericen. Alguien me dijo: "Oye, no deberías publicar tanto" y en una ocasión que publiqué dos libros en un año me dijo: "Eso nadie lo hace, está muy mal que lo hagas". ¿Por qué? Porque n0 se acostumbra. Es un problema de costumbres, pero a mí las costumbres me importan un carajo. Se olvida que los hombres del Renacimiento eran inmensamente productivos o los novelistas rusos del siglo XIX.

Entonces escribir para t¡ es algo natural...
De hecho, escribir es un acto contra natura. No es como hacer música. La música fluye el ritmo del corazón. En cambio, la escritura nace en contra de la naturaleza, es un acto rebelde. Cuando el hombre está contra la pared es cuando escribe. En mi mesa de trabajo siempre tengo un escrito en proceso. Quizá lo hago así para no morirme pasado mañana. Porque no creo que alguien se pueda morir a mitad de una novela. Hay que estar escribiendo para no morirse.

Hugo García Michel, "Me sublima ser esclavo de una mujer" (entrevista con Eusebio Ruvalcaba), La mosca en la pared, número 87, diciembre de 2004, pp. 10-11.

miércoles, enero 05, 2005

Reyes Magos

Aún recuerdo cómo era la víspera del seis de enero en casa de mis padres. La ansiedad iba en crescendo a lo largo de todas las vacaciones decembrinas. Todo lo anterior hacía crisis desde el momento en el que mi padre decidió que en nuestro hogar tenían que prevalecer las tradiciones nacionales y que, literal, “el pinche Santa Clós sólo era un invento de los gringos para hacer gastar a la gente a lo pendejo”. Por lo cual, en mi casa sólo hacían parada, iniciando el año, los Santos Reyes Magos. Durante mucho tiempo fue una crisis existencial tratar de explicarnos por qué a mi hermano y a mí, el risueño y barbudo consumidor de carnitas en traje rojo no nos quería. El 25 de diciembre veíamos salir por todos lados a los niños que salían a presumir (y a disfrutar, ahora que lo veo sin amargura) los juguetes que les había traído “el Santa”. Nosotros veíamos con harto rencor patriótico nuestro arbolito vacío y no podíamos dejar de pensar que el hecho de que los demás niños tuvieran juguetes en ese día implicaba que algo muy raro pasaba con nosotros. No faltaba, sin embargo, el tío caritativo que, con el riesgo de enfrentarse al carácter explosivo de mi padre, siempre llegaba con algún objeto precioso que “Santa había dejado en su casa para nosotros”. Todo esto lo decían, y hacían, en un lugar en el que mi padre no se diera cuenta de la estratagema. Recuerdo, con mucho cariño, una carreta que mi tía Alejandra nos regaló a mi hermano y a mí. Era una carreta de vaqueros de regular tamaño que tenía una particularidad harto recordable: estaba llena de dulces. Mi madre siempre nos traía a raciones de campo de concentración con aquello de los dulces, en ese tiempo corría el rumor de que la ingesta excesiva de azúcar te picaba los dientes. Falsedad de falsedades. Los dientes no se picaban, sino que se caían sin remedio. Y de esto fue víctima el Kojac, uno de mis primos más odiados, en tanto era uno de los más consentidos. Hoy da pena, está convertido en un alcohólico sin remedio. Todo es culpa de su madre, de eso estoy convencido, ese vicio enfermizo por los dulces, al crecer, no podía más que arrastrarlo hacia otras manías y vicios mucho más peligrosos. Los hijos del Kojac, que en eso siempre ha sido prolífico (debe de tener unos doce, en distintas sucursales) siguen disfrutando de la permisividad con respecto a la glucosa. Pues en fin, que la carreta estaba llena de dulces y mira que ahí vamos el Güicho (mi hermano) y yo a atascarnos de dulce hasta, prácticamente, sentir que el estómago pedía esquina y que el hígado se retorcía de incapacidad para procesar tal cantidad de calorías. El resultado, una indigestión de azúcar que fue igual de insoportable que escuchar, en dvd special edition a todo color y en audio de cinco canales, los doscientos cuarenta y siete discursos sobre las mujeres, los niños y los pobrecitos pobrecitos que se aventó Martita Fotz antes de asegurar aquello de “no voy a ser candidata a la presidencia”. Más indigesto que un cuentito del Sup Marcos con Durito de protagonista. Casi casi, como una novela de Isabel Allende o nuestra Laura Esquivel. En fin. Que esa experiencia nos pareció el castigo que los dioses del universo navideño mandaban por no hacerle caso al jefe Rex y nomás conformarnos con lo que nos traían los reyes. Ese día sí que era disfrutable. En la víspera poníamos los zapatos con las cartitas (garabateadas e ininteligibles) en las que pedíamos un montón de cosas imposibles. Y no era la paz mundial, ni la encarcelación de los expresidentes. La lista: una espada de los Thundercats que sonara como el sable de Luke Skywalker; un auto a control remoto que hablara como KIT (o KID o Kitsch), “el auto increíble”; un balón autografiado por Hugo Sánchez, que en ese entonces era el chido del Real Madrid; una televisión a colores en la que nos dejaran ver puras caricaturas (mi madre nos aplicaba la sesión de telenovelas que comenzaba con “Quinceañera” y terminaba con “Cuna de lobos”); un Mazinger Z que lanzara hartos rayos X, gamma, alfa y hasta de bicicleta; una máscara de Santo, el enmascarado de plata; un helicóptero a control remoto; una motocicleta. El caso es que los Reyes eran medio analfabetos, o nosotros no teníamos buena ortografía, porque nunca nos trajeron aquellas cosas que pedíamos. Siempre llegaban pelotas que ponchábamos a los dos días, triciclos Apache, Avalanchas causantes de las primeras cicatrices (conservadas en perfecto estado hasta hoy), juegos de béisbol con manoplas y pelotas que, inevitablemente, terminaban en el patio del vecino más gruñón de la cuadra, y eso sí, harta ropa (estábamos en el Tercer Mundo, igual y los Reyes creían que andábamos descalzos y encueraditos por la vida). El día que unos gandallas más grandes que vivían en la misma calle nos dijeron quiénes eran los Reyes (aquí no repetiré las palabras malditas de la infancia, puede ser que algún lector se sienta desilusionado o todavía conserve la inocencia de la niñez), no hubo dramas. Miradas resignadas y ambivalentes (a la hora de la comida no sabía si mirar a mi padre con rencor por haberme engañado o con infinito agradecimiento por intentar conservar una de las mentiras más dulces de la infancia). El tiempo pasó y los Reyes quedaron en el olvido (llegaron las reinas, entre otras coas). Sin embargo, hoy que vi las calles llenas de juguetes chinos de contrabando, de juegos de video esquizofrénicos y de flamantes tenis Naik, creo que todo ese circo, es uno bueno y de tres pistas. Mañana los niños tendrán una razón para seguir creyendo que sería genial que los Reyes Magos fueran sus verdaderos papás (¡imagínate la de juguetes!). Una pequeña mentira a control remoto y con baterías no incluidas.

lunes, enero 03, 2005

Dos semanas

En las vacaciones que recién terminaron pude recordar el significado de la palabra “descansar”. Las dos últimas semanas del año me las pasé en un total estado de cuasi-hibernación en el cual las actividades preponderantes fueron: dormir, comer, ver televisión, rever videos de películas a las que les traía bastantes ganas y leer sin el bamboleo del transporte o el ruido de los autos en la calle. Si bien lo anterior fue porque una gripa asesina me tomó por sorpresa en los últimos días del 2004, debo de agradecer al virus la renovada sensación de no sentirme cansado y sin haber dormido, de sentirme relajado y, prácticamente, sin preocupaciones. Esa situación de duermevela que lleva al Jack de Fight Club a inventarse a Tyler Durden, desapareció por completo. Por dos semanas descubrí de nuevo lo que significa la frase “noche estrellada y silenciosa”. Escuchar los grillos en invierno tiene un regusto a edición maravillosa de película de los cuarenta, con toda esa estática jodiéndote los oídos. Pude ver por fin, y sin cortes comerciales, Casablanca de Michael Curtiz y confirmar dos cosas: que Humphrey Bogart ha sido uno de los mejores actores que el cine estadounidense ha dado; y que Julius J. & Philip G. Epstein, además de Howard Koch, crearon los diálogos más chispeantes y disfrutables de una película hoy considerada clásica. Casablanca es una gran película. Lo suficientemente grande para que cualquiera que se llame cinéfilo debe de ver con religiosa atención y sin prejuicios: la película se defiende sola. No me arrepiento de haberme perdido las siete posadas a las que no fui, me conformo con el silencio y la pantalla del televisor en blanco y negro. Me conformo con gritar desde el fondo de mi alma conmovida: Play it again, Sam!

domingo, enero 02, 2005

Feliz año nuevo

De retorno a esta ciudad, no dejo de extrañar la melancolía de la niebla, el frío ataca-huesos y el calor familiar del lugar al que me fui a pasar y a echar, literalmente, la hueva durante casi dos semanas. Es por eso que este lugar había sido tan vilmente olvidado. Pero bueno, que estamos de regreso y obsequiándoles un texto que algunos ya conocen pero que a otros les parecerá (agradablemente, espero), nuevo. Saludos, un abrazo con beso salivoso y todos los parabienes en el año que recién comienza. Los dejo con "Mariana", un cuento triste que nos trata de decir que, a pesar de que las cosas parecen nuevas, en realidad siguen siendo lo mismo.

Mariana

Cada hombre da vueltas alrededor de su pequeño círculo, como un gato que juega con su cola.
Goethe

Hace frío en la ciudad de México. No hay nada más deprimente que estar solo en esta ciudad sin otra compañía que la del vaho que sale por la boca. Hace frío y no llueve, es como la sensación de las sábanas húmedas sobre el cuerpo amoratado de silencio. El frío alimenta a la memoria y nos llegan poco a poco las imágenes de la vida perdida en alguna esquina del pasado. El frío nos niega rotundamente el llanto. Es extraño, pero nunca se ha visto llorar a alguien mientras tirita de frío. Como autómatas caminamos por las calles que se quejan de ausencia. Dentro de las casas escuchamos risas y alegría, las series de luces multicolores parecen reproducir constelaciones estelares de formas caprichosas. Caminamos con el rostro hacia el suelo con las pausas necesarias para prevenir que un auto nos dé un aventón sin pedirlo. En este momento en que los ángeles guardan silencio y Dios lanza un enorme bostezo es cuando descubro a Mariana.
Camina segura por la acera, voltea de vez en cuando a observar los aparadores de las tiendas llenos de estatuas sonrientes que lucen las últimas tendencias de esta temporada. Mariana sonríe, tal vez piensa gastar una parte de su bono navideño en uno de esos abrigos rematados con solapas de peluche. Se lleva las manos al cuello como si hubiese sentido el roce de una pluma. Sus manos son delgadas y las rematan unas uñas extremadamente cuidadas. De su muñeca pende un reloj en el cual la manecilla que marca los segundos se ha detenido, sin embargo, si ponemos atención se oye un tic tac que va al ritmo de su corazón. Repentinamente sus pasos también se sincronizan con ese tic tac. Ahora vemos sus zapatos, lleva unos de tacón alto que hacen lucir sus pantorrillas, las medias negras se convierten en la extensión de esa piel que se ve tan tersa y la vista de esa segunda piel se pierde al llegar al borde de la minifalda. Tiene unas piernas bien torneadas y se enorgullece de ello. El ritmo de sus caderas hace voltear a más de un transeúnte. Tiene todas las fachas que del estereotipo de la profesionista exitosa se nos ha implantado. Se ha detenido al llegar a la esquina, observa atenta el semáforo y cuando éste le otorga el paso, comienza nuevamente el rítmico existir de su cuerpo. Al otro lado de la calle está su departamento. Hurga entre las bolsas de la gabardina y extrae un llavero con la forma de la torre Eiffel de París. Ella nunca ha estado ahí, se lo regaló su jefe como recuerdo de las últimas vacaciones que aquél pasó en ese lugar. Toma una llave dorada y la introduce en la chapa del portón, la gira y de repente se encuentra ya dentro del elevador. Se mira en un espejo, se retira lentamente las gafas que ha tenido que empezar a utilizar este año y se pasa una de sus manos de largas uñas carmesí por el pelo. ¿Les he dicho algo acerca de su pelo? Creo que no. Es un pelo lacio, sedoso, teñido en un tono tabaco que le sienta de manera estupenda, es evidente que ha sido extremadamente cuidado. El elevador se detiene. Ahora que veo su cabello, éste también se ha adherido a la maquinaria de su cuerpo, marcha al ritmo de su corazón, de sus pasos, del reloj de manecilla inmóvil. Tiene otra llave en su mano, la introduce en una chapa que abre otra puerta y ya nos encontramos en el interior de su departamento. Es un lugar acogedor, la sala se antoja sinceramente para perderse en el laberinto de los sueños. Lanza un suspiro, se despoja de su gabardina y la cuelga del perchero, parece que se ha despojado de una piel estorbosa, inútil. Lanza el llavero sobre la mesa de vidrio y éste hace un ruido espectacular al chocar con la cubierta. Gira el cuello hacia un lado y hacia el otro, los huesos crujen y ella levanta los hombros. Va hacia el aparato de sonido y pone un poco de música, todo lo hace de manera mecánica, con experiencia en el fluir inclemente de la rutina. Las bocinas del estéreo dejan escapar las notas de una canción que le recuerda, súbitamente, la época del año. All is quiet on New Year’s Day/ a world in white gets underway. Entonces toma algo que me había pasado desapercibido, entre los retratos de familia colgados en la pared y el título de secretaria ejecutiva bilingüe está la foto de un hombre que besa a Mariana en un paisaje montañoso. And I want to be with you,/ be with you night and day. Pasa sus largas uñas sobre el vidrio que cubre la fotografía. Afuera se escucha a unos niños que juegan a ser niños. Nothing changes on New Year’s Day. Camina hacia el sofá y se deja caer, por un momento sus cabellos se sostienen en el vacío sobre su cabeza y después, lentamente, vuelven a su lugar. Entre sus manos sostiene la fotografía donde el vidrio se ha empañado. La mirada pende de un objeto irreconocible, lejano, invisible, inexistente. And we can break through,/ though torn in two we can be one. Decidida se dirige hacia el teléfono, marca unos números en el teclado y se escucha el tono de llamada. Tres, cuatro veces. Alguien contesta. Una voz de mujer. And so we are told this is the golden age. “Bueno, ¿quién habla?” “¿Quién es amor?” “No lo sé, no contestan” “Deséale un feliz año nuevo y cuelga o llegaremos tarde a la cena con mis padres, ¿no quieres que eso suceda? ¿o sí?” “Bueno, feliz año nuevo, bye”. And gold is the reason for the wars we wage. Mariana cuelga el teléfono. En la cocina pone a funcionar la cafetera y arroja la fotografía en el cesto de la basura. Va hacia el baño, regresa con la pijama puesta, se ha quitado el maquillaje del rostro y sus ojos se han convertido en dos espejos que no reflejan nada. Sin apagar la música prende el televisor. Fiesta en todo el mundo. New York, Madrid, Roma, Tokio, Berlín, París y su torre Eiffel. Apaga la pantalla. Newspapers say, it says it’s true it’s true. Suena el silbato de la cafetera. Mariana no se mueve del sillón. Se tiende cuan larga es y se pierde en sus recuerdos. Nunca he visto a nadie llorar mientras tirita de frío. Estornuda. Nunca he visto a nadie estornudar con los ojos abiertos. I will be with you again/ I will be with you again. Va hacia la cocina, apaga la cafetera y se dirige a su cuarto. Afuera se oye el conteo regresivo: cinco, cuatro, tres, dos, uno. Fuegos artificiales. Mariana sobre su cama sin deshacer, las gafas sobre la alfombra. Está dormida. Nothing changes on New Year’s Day*. La manecilla del segundero de su reloj ha comenzado a avanzar.

* Fragmentos de la canción New Year’s Day de U2