De retorno a esta ciudad, no dejo de extrañar la melancolía de la niebla, el frío ataca-huesos y el calor familiar del lugar al que me fui a pasar y a echar, literalmente, la hueva durante casi dos semanas. Es por eso que este lugar había sido tan vilmente olvidado. Pero bueno, que estamos de regreso y obsequiándoles un texto que algunos ya conocen pero que a otros les parecerá (agradablemente, espero), nuevo. Saludos, un abrazo con beso salivoso y todos los parabienes en el año que recién comienza. Los dejo con "Mariana", un cuento triste que nos trata de decir que, a pesar de que las cosas parecen nuevas, en realidad siguen siendo lo mismo.
Mariana
Cada hombre da vueltas alrededor de su pequeño círculo, como un gato que juega con su cola.
Goethe
Hace frío en la ciudad de México. No hay nada más deprimente que estar solo en esta ciudad sin otra compañía que la del vaho que sale por la boca. Hace frío y no llueve, es como la sensación de las sábanas húmedas sobre el cuerpo amoratado de silencio. El frío alimenta a la memoria y nos llegan poco a poco las imágenes de la vida perdida en alguna esquina del pasado. El frío nos niega rotundamente el llanto. Es extraño, pero nunca se ha visto llorar a alguien mientras tirita de frío. Como autómatas caminamos por las calles que se quejan de ausencia. Dentro de las casas escuchamos risas y alegría, las series de luces multicolores parecen reproducir constelaciones estelares de formas caprichosas. Caminamos con el rostro hacia el suelo con las pausas necesarias para prevenir que un auto nos dé un aventón sin pedirlo. En este momento en que los ángeles guardan silencio y Dios lanza un enorme bostezo es cuando descubro a Mariana.
Camina segura por la acera, voltea de vez en cuando a observar los aparadores de las tiendas llenos de estatuas sonrientes que lucen las últimas tendencias de esta temporada. Mariana sonríe, tal vez piensa gastar una parte de su bono navideño en uno de esos abrigos rematados con solapas de peluche. Se lleva las manos al cuello como si hubiese sentido el roce de una pluma. Sus manos son delgadas y las rematan unas uñas extremadamente cuidadas. De su muñeca pende un reloj en el cual la manecilla que marca los segundos se ha detenido, sin embargo, si ponemos atención se oye un tic tac que va al ritmo de su corazón. Repentinamente sus pasos también se sincronizan con ese tic tac. Ahora vemos sus zapatos, lleva unos de tacón alto que hacen lucir sus pantorrillas, las medias negras se convierten en la extensión de esa piel que se ve tan tersa y la vista de esa segunda piel se pierde al llegar al borde de la minifalda. Tiene unas piernas bien torneadas y se enorgullece de ello. El ritmo de sus caderas hace voltear a más de un transeúnte. Tiene todas las fachas que del estereotipo de la profesionista exitosa se nos ha implantado. Se ha detenido al llegar a la esquina, observa atenta el semáforo y cuando éste le otorga el paso, comienza nuevamente el rítmico existir de su cuerpo. Al otro lado de la calle está su departamento. Hurga entre las bolsas de la gabardina y extrae un llavero con la forma de la torre Eiffel de París. Ella nunca ha estado ahí, se lo regaló su jefe como recuerdo de las últimas vacaciones que aquél pasó en ese lugar. Toma una llave dorada y la introduce en la chapa del portón, la gira y de repente se encuentra ya dentro del elevador. Se mira en un espejo, se retira lentamente las gafas que ha tenido que empezar a utilizar este año y se pasa una de sus manos de largas uñas carmesí por el pelo. ¿Les he dicho algo acerca de su pelo? Creo que no. Es un pelo lacio, sedoso, teñido en un tono tabaco que le sienta de manera estupenda, es evidente que ha sido extremadamente cuidado. El elevador se detiene. Ahora que veo su cabello, éste también se ha adherido a la maquinaria de su cuerpo, marcha al ritmo de su corazón, de sus pasos, del reloj de manecilla inmóvil. Tiene otra llave en su mano, la introduce en una chapa que abre otra puerta y ya nos encontramos en el interior de su departamento. Es un lugar acogedor, la sala se antoja sinceramente para perderse en el laberinto de los sueños. Lanza un suspiro, se despoja de su gabardina y la cuelga del perchero, parece que se ha despojado de una piel estorbosa, inútil. Lanza el llavero sobre la mesa de vidrio y éste hace un ruido espectacular al chocar con la cubierta. Gira el cuello hacia un lado y hacia el otro, los huesos crujen y ella levanta los hombros. Va hacia el aparato de sonido y pone un poco de música, todo lo hace de manera mecánica, con experiencia en el fluir inclemente de la rutina. Las bocinas del estéreo dejan escapar las notas de una canción que le recuerda, súbitamente, la época del año. All is quiet on New Year’s Day/ a world in white gets underway. Entonces toma algo que me había pasado desapercibido, entre los retratos de familia colgados en la pared y el título de secretaria ejecutiva bilingüe está la foto de un hombre que besa a Mariana en un paisaje montañoso. And I want to be with you,/ be with you night and day. Pasa sus largas uñas sobre el vidrio que cubre la fotografía. Afuera se escucha a unos niños que juegan a ser niños. Nothing changes on New Year’s Day. Camina hacia el sofá y se deja caer, por un momento sus cabellos se sostienen en el vacío sobre su cabeza y después, lentamente, vuelven a su lugar. Entre sus manos sostiene la fotografía donde el vidrio se ha empañado. La mirada pende de un objeto irreconocible, lejano, invisible, inexistente. And we can break through,/ though torn in two we can be one. Decidida se dirige hacia el teléfono, marca unos números en el teclado y se escucha el tono de llamada. Tres, cuatro veces. Alguien contesta. Una voz de mujer. And so we are told this is the golden age. “Bueno, ¿quién habla?” “¿Quién es amor?” “No lo sé, no contestan” “Deséale un feliz año nuevo y cuelga o llegaremos tarde a la cena con mis padres, ¿no quieres que eso suceda? ¿o sí?” “Bueno, feliz año nuevo, bye”. And gold is the reason for the wars we wage. Mariana cuelga el teléfono. En la cocina pone a funcionar la cafetera y arroja la fotografía en el cesto de la basura. Va hacia el baño, regresa con la pijama puesta, se ha quitado el maquillaje del rostro y sus ojos se han convertido en dos espejos que no reflejan nada. Sin apagar la música prende el televisor. Fiesta en todo el mundo. New York, Madrid, Roma, Tokio, Berlín, París y su torre Eiffel. Apaga la pantalla. Newspapers say, it says it’s true it’s true. Suena el silbato de la cafetera. Mariana no se mueve del sillón. Se tiende cuan larga es y se pierde en sus recuerdos. Nunca he visto a nadie llorar mientras tirita de frío. Estornuda. Nunca he visto a nadie estornudar con los ojos abiertos. I will be with you again/ I will be with you again. Va hacia la cocina, apaga la cafetera y se dirige a su cuarto. Afuera se oye el conteo regresivo: cinco, cuatro, tres, dos, uno. Fuegos artificiales. Mariana sobre su cama sin deshacer, las gafas sobre la alfombra. Está dormida. Nothing changes on New Year’s Day*. La manecilla del segundero de su reloj ha comenzado a avanzar.
* Fragmentos de la canción New Year’s Day de U2
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