viernes, marzo 23, 2012

Día treinta: un libro que puede salvar vidas


La invención de la soledad de Paul Auster
Hay una cosa sobre la que no me puedo poner a pensar muy seguido so pena de terminar deprimido y, en cierta medida, desesperado: el día en que mi padre muera. No concibo qué es lo ocurrirá en un universo familiar en el cual él otorga cierto sentido y orden. Y guía, para todos sus hijos, y para algunos que tampoco lo son.
         Una de las cosas que hizo Paul Auster fue ponerse a escribir. A escribir sobre su padre y la manera en la cual la muerte afectó su visión del mundo y su lugar en el mismo. A mí me sigue pareciendo su obra más personal y, por tanto, más entrañable. Este libro es uno de esos que despiertan la sensación imposible de desear que no terminen. Que en cuanto uno se acerca más a la conclusión de la historia-confesión que el autor construye aparezcan más páginas que no nos enfrenten al suspiro final con el que terminamos las obras que nos han marcado.
         Llevar el duelo es una de las cosas más complicadas a las que los seres humanos nos tenemos que enfrentar. Algunos mueren en el intento de hacerlo de manera, digamos, natural. Mueren, puede que no físicamente, pero sí una parte no tangible de ellos. Este libro enseña que, para llevar el duelo, uno no se debe negar a la memoria, ni al ajuste de cuentas. No sé todas las cosas qué haré cuando mi padre muera. Una de ellas, sin duda, será acudir a este libro.

Paul Auster, La invención de la soledad, Barcelona, Anagrama, 1994.

Día veintinueve: un libro que me robé


David Boring de Daniel Clowes
Digamos que pedir un libro prestado y no devolverlo es sinónimo de hurto. Fue lo que ocurrió con esta espléndida novela gráfica de Daniel Clowes que un día, con gran ingenuidad, me prestó Ira Franco al regreso de uno de sus múltiples viajes. Fue entretenida su relatoría acerca de la manera en cómo encontró el libro en New York, en cómo lo leyó en el avión y en lo mucho que le había gustado. Acto seguido, me lo prestó. Acto consecuente, al comprobar la veracidad de sus dichos, no se lo regresé.
         David Boring es un joven hastiado de la vida hasta el nihilismo, vive relaciones de pareja disfuncionales a pesar de buscar constantemente una que lo llene a plenitud, tiene problemas con su padre y en general con toda su familia. Un retrato, en ese sentido, de muchos de los adolescentes contemporáneos, sean norteamericanos o no. La novela deriva por muchas subtramas, saltos de tiempo, reiteraciones. En algunos momentos llega a hacer honor a su nombre, pero los chispazos que de repente suelta el autor devuelven el interés. Es una novela psicológica que indaga en cuestiones como la amistad, el amor, los orígenes, la violencia, lo inadecuado de las obsesiones, entre otras cosas.
         Es, también, una novela que nos pone a pensar acerca de la perspectiva y las reacciones que tenemos con respecto de ciertos hechos que consideramos fundamentales en nuestra vida. Que nos permite encontrar un espejo en el hastío y las malas decisiones del protagonista. Que no nos deja eufóricos, sino un poco pensativos.

Daniel Clowes, David Boring, New York, Pantheon, 2002.

Día veintiocho: un libro que me haya asustado


Filosofía de alcoba del Marqués de Sade
Una de las “travesuras” del divino Marqués. Cuando la leí no tenía idea de lo que la literatura de Sade representaba. A pesar de no considerarme un puritano, me escandalicé un poco con la serie de torturas que el libro describía con una ferocidad característica del inspirador del sadismo.
         Presentada como una obra de teatro (hoy me asalta la duda acerca de si, en esta era de performances y arte extremo, alguna compañía se atrevería a presentarla como tal), los diálogos que le dan vida narran la historia de la virginal Eugenia, una adolescente a la que pretende “educar” un libertino llamado Dolmancé. Con una serie de personajes a la par de bizarros, reveladores de ciertos vicios de los seres humanos, la obra transcurre en una lenta, minuciosa y excesivamente descrita iniciación de Eugenia. No faltan elementos como la sodomía, los ganchos en los pezones, los golpes, las puntas al rojo, el escarnio verbal, entre otras linduras. En la conclusión de la obra, acude la madre de Eugenia que, ante su transformada hija, es asesinada con lentitud y entre torturas infames.
         Sade trastocó por completo las tradiciones literarias de su época. En un lenguaje llano llevó a escena muchas de las fantasías y perversiones que existían, como inquietud o como realidad, en el mundo europeo de finales del siglo XVIII. Su gran tragedia fue, precisamente, tratar de igualar obra con vida. Varias prisiones dieron fe de su osadía.

Donatien Alphonse Francois de Sade, “La filosofía del tocador”, Obras completas (tomo 2), México, Lagusa, 1989.

Día veintisiete: un libro que me regalaron y no me gustó


Adrián Rubí de Adela Palacios
El pecado es evidente, el pecador no. Quien me conoce sabe que no me caracterizo por tener una memoria precisamente privilegiada. Recuerdo que en un curso de algo tan trascendente que también se me olvidó, alguien me regaló este libro que sí se puede juzgar por la portada.
         Que la primera edición provenga de 1950 no justifica la cantidad de cursilerías, bobadas y re-construcciones fallidas de la “mujer moderna”, cualquier cosa que eso signifique.
         Una novelita aderezada aquí y allá por “poemas” la mar de cursis y fallidos. Creo que es una ventaja que no recuerde quién me lo regaló, si l@ sigo frecuentando, seguro que esta falla en la memoria asegura una relación sin prejuicios. Ahí se las dejo.

Adela Palacios, Adrián Rubí, México, Compañía Editorial Impresora y Distribuidora, 1998.

Día veintiséis: un libro que asocio con la música que me gusta


Camino a casa de Naief Yehya
1994, un año que pasará a la historia como un año de una tonalidad específica. El año del suicidio (no confirmado) de Kurt Cobain, del asesinato de Luis Donaldo Colosio y Francisco Ruiz Massieu, de la aparición del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, y de, hacia el final del año, la catástrofe económica en México. Pero también un año con mucho rock. Y con mucho rock en muchas partes. El ascenso del grunge como el género que venía a poner en escena a los mugrosos adolescentes sin futuro que salían de garajes y sótanos a escupir frases contundentes con una rabia que no se había experimentado desde el punk.
         En América Latina se desarrollaba un movimiento, tal vez el último, que buscó de manera consciente (aunque haya sido a través de la consigna y la retórica radical) elementos que le dieran sentido a su propia identidad. Grupos en los que la defensa de lo nacional (o la crítica de ésta), la búsqueda surrealista, la militancia política (animado por fenómenos como los que desató el EZ en México), de exploración de las propias tradiciones musicales y demás cuestiones, hacían brotar un sentimiento de pertenencia a una región, país, o lugar (en el mundo, se entiende) determinado.
         Camino a casa también es una historia de amor, de desengaños, de rebeldía ante las figuras paternas, del sueño por tener una banda de rock, de la necesidad de convertirse en un  otro que no se parezca a Lo Mismo. Una novela que abreva de la tradición de José Agustín y la onda. Pero también de una mirada incisiva sobre las inquietudes de los jóvenes de la década de los noventas. A rockear.

Naief Yehya, Camino a casa, México, Planeta, 1994.