miércoles, febrero 29, 2012

Día ocho: un libro para leer por fragmentos


Días y noches de amor y de guerra de Eduardo Galeano
Casi todos los libros de Galeano se pueden leer por fragmentos, pensar en su monumental Historia del fuego, p. e. Sin embargo, la mayoría de esas obras responden a una lógica mayor, son el contrapunto de una obra más grande. Hay en este pequeño libro, por la brevedad de páginas que por lo demás es de mis libros favoritos, una cantidad enorme de reflexiones y pequeñas historias que se mueven en linderos diversos sin pertenecer a ninguno en específico. Está la anécdota, la historia, la minificción, el testimonio.
         A lo largo de sus páginas, fragmentadas a propósito, con historias que brincan de un país a otro, uno encuentra una gama enorme de emociones ante las cuales no se puede pasar de largo o ser indiferente: humor, el horror de la tortura, ternura, amor en múltiples registros, inocencia, idealismo, desilusión, esperanza. Todos los fragmentos cuentan una sola historia: la historia de la represión de las dictaduras latinoamericanas de los años setentas y de la amargura del exilio.
         Al caminar al lado de esos personajes que el uruguayo va dibujando con sus palabras, y que a veces resulta ser él mismo, uno puede comprender de manera más cercana la forma en cómo los conflictos políticos y la “lógica del sistema” afecta la vida de los individuos, de las personas, de esos seres que son más que estadística o “daños colaterales”. Sin mediar advertencia, Galeano nos lleva a lo más recóndito del alma humana, nos sumerge en su miseria o nos ilumina con su posibilidad de sobrevivir en medio de esa miseria. Es un libro del que no se sale inmune, a pesar del cinismo del que se presuma.

Eduardo Galeano, Días y noches de amor y de guerra, México, Era, 1996.

martes, febrero 28, 2012

Día siete: un libro muy divertido

Maten al león de Jorge Ibargüengoitia
No tuve que pensar demasiado en el autor que habría de poner aquí. Sí pensé, en cambio, la obra que hiciera justicia a la obra completa de este escritor. Porque Ibargüengoitia supo plasmar en sus libros aquello que contradice a gran parte de la producción literaria de América Latina: ésa que se asume solemne, trágica, “producto de su propio drama”. Ibargüengoitia toma esos presupuestos y los anula. Así, se permite hacer mofa de la política, la historia, la religión, la sexualidad, la academia, los héroes, los próceres, la corrección política, el discurso nacionalista, las falsas y temporales deidades simbólicas.
            En Maten al león uno se encuentra el contrarrelato de la novela de dictadores que autores como Vargas Llosa, Roa Bastos o Asturias llevaron al cúmulo de la exposición de horrores y tragedias. Ibargüengoitia también lo hace, pero para esto se vale de la parodia, la hipérbole y una capacidad tremenda de observar los elementos que caracterizan a esos caudillos eternizados en el poder. Resalta también la manera en la cual construye los nombres de sus escenarios y sus personajes: en este caso la historia ocurre en la República de Arepa, una isla circular en donde sobreviven mulatos e indios guarupas bajo el dominio de la aristocracia a la vez tirana que completamente patética. Incluida la oposición “progresista”.
            Es así como esta novela utiliza el humor para hablar de los métodos utilizados en todas las dictaduras latinoamericanas del siglo XX: la delación, la tortura, las componendas políticas al interior y la vendimia patria con interés personal hacia el exterior. También pone en evidencia la falta de proyecto que las fuerzas opositoras de esos regímenes solían tener, a saber, un pueblo de conspiradores que no saben a ciencia cierta que harán con el poder cuando lo adquieran. El final de la novela es uno de los más poéticos (sin dejar de ser cómico) de los que se han escrito en las historias de dictadores. Y sería una gran invención cómica, si no fuera porque está basado en el caso real del asesinato de uno de los más célebres tiranos centroamericanos. Una novela tan divertida no se merece esta reseña tan aburrida. En fin, que no todos nacen con el don. Ibargüengoitia sí, y mientras vivió lo compartió con creces.

Jorge Ibargüengoitia, Maten al león, México, Joaquín Mortiz, 1984.

lunes, febrero 27, 2012

Día seis: un libro de un Premio Nobel

Cien años de soledad de Gabriel García Márquez
Suena a lugar común. A recurso de lector falto de referentes. Pero no. Creo que la decisión de hacer un posgrado en estudios latinoamericanos estuvo influido por la lectura de textos que hicieron que esa idea de una Patria Grande (idealismo, esencia y chovinismo desterrados) fuera una cuestión que se reflejaba más allá de la pura retórica. Y en esta obra de García Márquez quedan patentes algunas de las cuestiones asociadas a la historia compartida de América Latina.
         Por ahí pasa la explotación que la United Fruit ejerció en las bananeras durante gran parte del siglo XX, la descripción de la supuesta “vocación autoritaria” que hace que nuestros países rueguen porque los milicos lleguen “a poner orden” donde siempre ha habido caos (incluso cuando han gobernado los que se suponen iban a ordenar), la idea de la exuberancia vegetal-animal-erótica propia de la crónica de Indias y que García Márquez, no queda claro hasta qué punto de manera consciente, convierte en referente ineludible. Y también, de manera dolorosa, está la falta de memoria que nos orilla a cometer siempre los mismos errores.
         Que después poner a volar mujeres y hacer que la caca se convirtiera en mariposas amarillas se convirtiera en una moda, creo está más allá de la misma obra. Que se generó una pléyade de imitadores del “realismo mágico” que hizo que las descalificaciones tocaran incluso a esta novela, es otra historia. Yo me quedo con las imágenes, luminosas-nuevas-por-completo que se despertaron en mí la primera vez que lo leí. Lo demás será, ya verán, lo de menos.

Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, México, Diana, 1992.

Día cinco: un libro de viajes

Gaijin  de Maximiliano Matayoshi
No es un diario de viajes, ni una crónica puntual de algún viajero famoso que relata sus impresiones acerca de las nuevas tierras que va descubriendo. Es un libro que narra un viaje. Un viaje forzado por la guerra. La peor de todas: aquella que destruye no solamente las ciudades y los cuerpos humanos; sino también las almas y la esperanza de los que nunca pidieron ser parte de la muerte.
         Gaijin quiere decir, en japonés, extranjero. La novela narra el viaje que un adolescente emprende desde Japón, en el contexto de la segunda posguerra, hacia Argentina, un territorio que recibe la inmigración japonesa que el Oriente empuja a partir de la invasión norteamericana en islas como la de Okinawa. A través de los ojos de ese adolescente (más incompleto que nunca: despojado de su tierra, su familia, sus amigos), el lector atestigua el otro lado de la inmigración: aquella de los que llegan al lugar en el que se convierten en completos extraños. La discriminación que ese inmigrante sufre lo llevan a negar su identidad, a querer igualarse a sus camaradas argentinos, a descubrir que palabras como “chino”, en su expresión más genérica, es un insulto que no hace diferencia de nación ni origen.
         El autor ha dicho que su novela es, en realidad, la recuperación de la memoria de la historia verdadera de su padre: un inmigrante japonés que llegó a Argentina en 1951 y se estableció con su familia en ese lugar. Después de 16 años, el padre retornó a su isla oriental. Lo que no ocurre con el protagonista de la historia de Matayoshi. Es una novela que hace al lector percibir sensaciones múltiples y lo hace descubrir que la ternura habita en todos los seres. Incluso en aquellos que vienen de fuera y que nos negamos a reconocer.

Maximiliano Matayoshi, Gaijin, México, Alfaguara/Unam, 2002.

sábado, febrero 25, 2012

Día cuatro: un libro que les gusta a todos, menos a mí

Madame Bovary  de Gustave Flaubert
Sé que Flaubert es una de las máximas glorias del realismo decimonónico. Que esta es una obra fundamental para entender el contexto en el cual se desarrollaba la mujer de hace casi doscientos años. Que es una fuente inagotable de argumentos, contraargumentos y elementos de análisis para el movimiento feminista y afines. Que la idea de monólogo interior y relatividad moral alcanzan su cúspide en la relación adúltera de la protagonista. Sé todo eso. A veces lo tengo que mencionar en mis clases. Y sin embargo...
         No consigo mantener el interés a lo largo de las páginas que narran las desventuras de la buena Emma. La prosa de Flaubert me despierta una sensación básica que uno debe atender cuando se leen libros por placer: hueva. Me da una flojera inmensa. Sé que los lectores y académicos atentos al canon ahora mismo agitan sus cabezas de manera piadosa, con comprensión que les viene de la sabiduría. Lo siento, no me voy a retractar.
         Tal vez no sea una novela que le guste, como tal, a todos, pero vaya que tiene seguidores. Yo no soy uno de ellos.

Gustave Flaubert, Madame Bovary, México, Porrúa, 1987.

viernes, febrero 24, 2012

Día tres: un libro que es placer culposo

La serie sobre Hannibal Lecter de Thomas Harris

Lo confieso: llegué a Thomas Harris a través de leer la novela El silencio de los corderos en que se basó la película de Jonathan Demme. Y de ahí me obsesioné con el personaje al cual no se puede imaginar más que con el rostro y gesticulación de Anthony Hopkins. Siempre que planteó el tema de que es una lectura que disfruté, percibo miradas que me acusan de barato lector de best sellers. Y en este caso no tendría ningún problema en colgarme el título.
         Más que The Silence of the Lambs, creo que Hannibal es la obra en la cual la capacidad de Harris para construir un personaje apasionante está desarrollada con suficiencia y conocimiento de causa. La descripción de los mecanismos que Lecter utiliza para escapar, a través de sus recuerdos, de la celda  en que está recluido es de lo más logrado, no sólo en esta obra, sino de toda la serie. Porque, por ejemplo, en Red Dragon, la participación del psiquiatra caníbal es más como personaje de fondo que como protagonista, cuestión que en la versión cinematográfica se modificó en beneficio del lucimiento de Hopkins. Tendría que considerarse a estos tres títulos como los que conforman la trilogía de Lecter; el último tratamiento del personaje, Hannibal Rising, se enreda en premisas tan incoherentes como faltas de verosimilitud.
         Es casi seguro que Harris (o su personaje inolvidable) tiene más lectores culposos que los que están decididos a aceptarlo. ¿La prueba? Son de los libros más prestados de mi biblioteca personal y dos de ellos no han regresado. No puede ser coincidencia.

Thomas Harris, El silencio de los corderos, Barcelona, Ultramar, 1990.
Thomas Harris, El dragón rojo, Barcelona, Ediciones B, 1999.  
Thomas Harris, Hannibal, Barcelona, Debolsillo, 2003.
Thomas Harris, Hannibal: el origen del mal, Barcelona, Debolsillo, 2007.

jueves, febrero 23, 2012

Día dos: un libro que demoré mucho en leer

20 años con Inodoro Pereyra  
de Roberto Fontanarrosa

Estoy comprometido con mi tierra,
casado con sus problemas
y divorciado de sus riquezas.
Inodoro Pereyra, el Renagáu

Uno de los grandes lujos de la historieta y el humor latinoamericanos es, sin lugar a dudas, El Negro. Representa a uno de esos artistas que puede traer tal título sin que le quede guango o le cuelgue por algún lado. Creador de personajes entrañables como Boogie el Aceitoso o el que protagoniza este libro de lectura postergada, el humor de Fontanarrosa es el que alude a la inteligencia del lector y al manejo de los referentes que crean estereotipos. Eso fue lo que este historietista hizo desde sus cartones: cuestionar y revelar lo ridículo de muchas ideas fijas y resistentes en el imaginario argentino, y en extenso, latinoamericano.
         En Inodoro Pereyra confluye todo lo que el gaucho representa para la imagen autoconstruida de la identidad folklórica y la manera en cómo esa “esencia” es convertida en fuente de situaciones hilarantes. Al jugar con los referentes histórico-míticos de la dinastía fundada por el Martín Fierro de José Hernández o el Santos Vega de Rafael Obligado, Fontanarrosa no escatima en cimbrar cada vez lo que el lector supone que debe ser el comportamiento “normal” del gaucho. Acompañado de su perro Mendieta, que funge, al mismo tiempo que cómplice, voz interior de sus acciones en el mundo, y de Eulogia, su mujer, musa, inspiración y condena, el Renagáu, igual ofrece entrevistas para el noticiario de televisión, que se alquila como guía de turistas gringos, que opina sobre partidos de futbol.
         Las razones por las que me demoré en concluir su lectura fueron de orden práctico. Estaba en una de las etapas más álgidas de las materias del posgrado en la universidad y siempre había cosas urgentes que me impedían rematar con la obra. Así, cuando volvía al libro, insistía en iniciarlo nuevamente, de tal forma que las aventuras del payador renacían en relecturas consecuentes. Hasta que un día lo acabé. Ahora regreso, lo hojeo de manera distraída y me detengo en cualquiera de sus tiras. Sonrío y lo devuelvo al estante. Es uno de los libros que, en cierto sentido, nunca se acaba de leer.

Fontanarrosa, 20 años con Inodoro Pereyra, Buenos Aires, Ediciones de La Flor, 1993, 677 pp.

miércoles, febrero 22, 2012

Día uno

Inicio acá el ejercicio que se describe en el blog 30 libros. Llego tarde, pero llego.


Un libro que leí de una sentada:
El teatro de la memoria de Pablo de Santis
La primera novela que leí de este autor argentino me atrapó de inmediato. Una trama que aborda cuestiones como la memoria, la ciencia, el amor, los esfuerzos por sistematizar los mecanismos a través de los cuales aprendemos o creamos… A pesar de su tamaño, la obra consigue movilizar una serie de referentes que generan la sensación de vértigo en el lector: está la novela negra, está la ciencia ficción, está la estética del cómic.
            Heredera de textos como El palacio de la memoria de Mateo Ricci, la creación de De Santis transita por la posibilidad de concebir a la memoria como un espacio,  y, en el extremo, pensar en la posibilidad de crear una máquina que permita sintetizar los recuerdos de las personas. Aunque la construcción de esa imagen, el hombre que hurga en su memoria como vagando por un edificio, no es tan efectiva como la que consigue Thomas Harris, por ejemplo en la parte central de Hannibal, la manera en que está contada resulta adictiva en la medida suficiente como para no parar hasta haber pasado la última página. El final no es grandioso ni, como ocurre en otras de las obras del autor como Filosofía y Letras o La traducción, sorprendente. Pero tampoco queda la sensación de haber sido estafado.
            Tal vez resulten ciertas las versiones que anotan la naturaleza del argentino como la de un “autor superficial, cómodo o que no arriesga” en su escritura, aún así, no se le puede negar la capacidad que tiene para tejer hilos que logran atrapar al lector en su maraña de, muchas veces, delirantes historias.

Pablo de Santis, El teatro de la memoria, Buenos Aires, Destino, 2000.