jueves, abril 26, 2007

Sunshine


Cuando uno ve la nueva aventura del director de Trainspotting (1996) y Shallow Grave (1996), tiene la sensación de encontrarse frente a una serie de homenajes en los que sobresalen los nombres de Stanley Kubrick y Vicenzo Natali. Sunshine es una aventura que se pasea sin rubor (y sin necesidad de aclaración) a través de diversos géneros cinematográficos: la ciencia ficción, el thriller, la película de horror, la cinta de bajo presupuesto (no en la cuestión del dinero, sino de la preminencia de los diálogos) y las cintas de catástrofes.
          Si bien sentía cierta desconfianza para entrar a ver esta película. Entiéndase llevaba las expectativas de ver algo al menos a la altura de 28 Days Later (2002, y en la que Boyle repite al escritor); y el temor de encontrarme frente a un Armageddon (Michael Bay, 1998) cualquiera y sin Liv Tyler. Y bien, que lo que ocurre en la pantalla es algo completamente distinto: se narra la historia de un grupo de astronautas que tienen que dirigirse al sol para encenderlo nuevamente, porque parece que se les está acabando el gas; es decir, se plantea la épica de un grupo de héroes de los cuales depende la humanidad entera.
          Hasta aquí todo pinta para ser cualquier superproducción tipo Space Cowboys (Clint Eastwood, 2000). Pero la verdad es que se convierte en otra cosa. La cinta está llena de referencias a películas que ya vimos, pero sin que queden ganas de regañar a Boyle por su atrevimiento. Así pues, está Hal 9000, que aquí recibe el nombre de Icarus y que, como su memorable precedente, también es saboteada para que su misión no se lleve a cabo. La psicología de los tripulantes es una cuestión sobre la que el espectador reflexiona largamente. Cada uno de los integrantes de esta misión tiene claro que la prioridad es la salvación de la raza humana, y cada uno de ellos deja esto patente a partir de los diversos sacrificios que tiene que realizar.
          En ese sentido, no sorprende que Boyle recurra a referentes tan grandes como los de 2001, A Space Odissey (Stanley Kubrick, 1968); e inclusive a la amada-odiada Cube (Vicenzo Natali, 1997). Más allá de las atmósferas, los diálogos inrteresantes, los procesos internos de los héroes, los monolitos y toda la ficción que rodea a la realización de una misión científica, sobrevive la sensación de ya haber estado en el lugar al que Boyle nos lleva. Sensaciones cercanas a The Abiss (James Cameron, 1989); a Alien (Ridley Scott, 1979); a Even Horizon (Paul W. S. Anderson, 1997); a Sphere (Barry Levison 1998).
          Así, con ese mapa de referencias (las buenas [y las mejores] y las malas [y las peores]) es que Boyle consigue trasladar al espectador en eso, en un espectador, en alguien que observa, que espera, que sigue con atención la trama. Cabe decir que el referente más grande es Kubrick y que, en ese intento de tocar a una estrella ardiente como el neurótico y genial inglés, a Danny Boyle no se le queman las alas. Altamente recomendable.

martes, abril 24, 2007

Mis no-libros



Atendiendo a una petición-reto de Teoría del caos, presento acá la lista de las cosas que, sin ser libros, me han influenciado para pensar el mundo como un inmenso texto. Mis no-libros.

La niebla. Las rayas de los adoquines en los atrios de las iglesias. Los ángeles en las tumbas de los cementerios. Los caminos tranquilos. Pearl Jam (aún antes de saber qué decían sus letras). Los cuentos sussurrados en el oído después de hacer el amor. Los abrazos que consuelan. Las etiquetas de los productos de limpieza. La piel de los gatos. Algunas fotografías. El sonido del viento en un bosque de árboles tupidos. Algunas sonrisas. La voz de Roberto Goyeneche. El olor del café recién hecho. Mi primera credencial de biblioteca pública. La existencia del asombro. Los graffittis en los baños públicos. Los peces en cautiverio. Las etiquetas internas de la ropa femenina. Algunas mujeres. Las historias que cuentan algunos amigos (mucho más interesantes que algunos libros). Los alucines alcohólicos en punto crítico. Un viejo que pintaba escudos de ciudades olvidadas o inexistentes. Los rasguños en los brazos. Los moretones en el cuello. Mi respiración al despertar de una pesadilla. Los cables de luz colgados de postes a los que no se les ve fin. Las milpas dobladas antes de la cosecha. La leña cuando comienza a prender. La vida.

lunes, abril 23, 2007

Un oscuro día de justicia



Leí con renovada atención uno de los mejores trabajos de Rodolfo Walsh, "Un oscuro día de justicia", un cuento que la editorial Siglo XXI editó hace ya algún tiempo en su Colección Mínima, y que viene acompañada por una entrevista realizada por Ricardo Piglia en un lejano 1967.
          "Un oscuro día de justicia" es una metáfora perfecta de los pueblos que esperan el arribo del Mesías que los redima. La historia plantea la existencia de un internado de irlandeses en el que un celador obliga a los estudiantes a pelear entre sí. Todo esto ocurre a escondidas y en secreto. Los religiosos que dirigen el colegio nunca se enteran de los "Estudios" que el celador realiza al poner en combate a chicos grandes y hábiles en el arte de romper narices, con pequeños que no tienen ni idea de cómo meter las manos o defenderse.
          Uno de esos pequeños, ante la imposibilidad de vencer a uno de los chicos grandes, invoca la presencia de uno de sus tíos (Malcolm) que vendrá de muy lejos a darle en la madre al celador. El día (el día de la justicia) Malcolm llega tarde y todo parece estar a punto de salir como los chicos quieren (con el celador completamente vencido), pero en el último momento y por distraerse al vanagloriarse de un triunfo que todavía no conseguía, el tío es puesto por el suelo. Y ahí la desilusión de los chicos.
          Algunas de las frases finales dibujan esa desilusión:
el pueblo aprendió que estaba solo, y cuando los puñetazos que sonaban en la tarde abrieron una llaga incurable en la memoria, el pueblo aprendió que estaba solo y que debía pelear por sí mismo y que de su propia entraña sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza, mientras un último golpe lanzaba al querido tío Malcolm del otro lado de la cerca donde permaneció insensible y un héroe en la mitad del camino.
En este cuento, esencialmente político como la mayor parte de la obra de Walsh, se dibuja la ciega confianza de los pueblos en los caudillos o en los héroes providenciales (o en los "rayitos de esperanza"). Walsh deja patente su idea de que la libertad dentro de un sistema represivo tiene que venir precisamente de aquellos que son reprimidos, no de un héroe externo, o de un hombre fuerte. "Un oscuro día de justica" muestra, en poco espacio y mucha profundidad, el destino de aquellos que deciden luchar más con la fe que con los propios medios.

Si quieres leer el cuento da clic aquí.

jueves, abril 19, 2007

Haikús

En el verano de 2005 la revista Oráculo, publicó algunos haikús que niños de la comunidad tzotzil de Zinacantán habían escrito como resultado de un taller impartido en la selva lacandona por Hugo Contreras, Valeria Martínez, Emiliano Mastache, Daniela Ramos y Jimena Sánchez. Algunos de ellos amigos y exalumnos de la Universidad Iberoamericana.

Les comparto algunos de estos escritos hoy que me detuve a leer con atención estos poemas.


En la primavera salen las

mariposas las flores brillan

en el campo

Petrona Hernández Hernández (14 años)


La rana baja

por el agua

y canta

Juana Lucía Sánchez de la Cruz (14 años)


La primavera pasa

en la primavera

me voy cual ave

y soy como la luna

Laura Eva Vázquez Sánchez (12 años)


El sapo salta

salta, canta por la orilla

del mar

Juana Margarita Hernández González (15 años)


El venado brinca en el campo

cada día el venado brinca

María del Carmen Pérez Gómez (13 años)


Las hormigas

las hormigas hacen

muchos agujeros

Rosa Patricia Montejo Pérez (12 años)


La mariposa vuela

en el bosque encantado

Iris Izamal López López (12 años)


En el verano todos los niños juegan

con la sirena en la arena

Juan José de la Cruz Vázquez (11 años)


Donde vive el tigre

donde cantan los pájaros

y que todo el cuarto es verde

Pedro Antonio López Hernández (11 años)


Qué verdes son

las montañas

me alumbran su color

Pablo Abraham Hernández Hernández (12 años)


Madre, madre cuando estoy

en tus brazos me siento

dulce

Magdalena Pérez Pérez (12 años)


La araña tiene una telaraña

en una casa vieja

Rosa Elvira Hernández López (11 años)

martes, abril 17, 2007

El papá del caníbal


Una alegría de esas ridículas que a veces se siente tuve en días pasados mientras leía el libro Entre paréntesis de Roberto Bolaño. Resulta que en una de las reseñas que incluye el libro, Bolaño habla elogiosamente de Thomas Harris y en especial de su libro Hannibal (mucho tiempo antes de que la tomadura de pelo de Ridley Scott llegara a la pantalla). La alegría fue porque comparto con Bolaño el reconocimiento de buen escritor a Harris y porque me sentí acompañado en una elección que no compartía con muchas personas.
          A mi Harris me pone. Sus libros me parecen máquinas de relojería en los que los engranes están bien aceitados y, sobre todo, bien construidos. La construcción de su personaje Hannibal Lecter es uno de los más minuciosos y mejor logrados que he leído en la literatura. Toda la serie que cuenta la historia de este psicópata brillante y adorable (configuración literaria perfecta de un antihéroe) es para leerse de corrido y sin soltar el volumen ni para ir al baño (de hecho en el baño es donde se eternizan las lecturas de este tipo de textos). Red Dragon (1981), The Silence of the Lambs (1988), Hannibal (1999) y la reciente Hannibal Rising (2007) (que no he leído), son las piezas de ese engranaje que da vida a una de las franquicias más rentables de la literatura (y del cine).
          Las descripciones que hace Harris en Hannibal de la casona mental (el palacio de los Uffizi, creo) en la que ordena su memoria es de las más vívidas y fascinantes de las que tengo memoria. La meticulosidad y la obsesión por el orden son cosas que nadie pasa por alto en el momento de atender la personalidad de Lecter. Lecturas como El palacio de la memoria de Mateo Ricci, o más cercano, El teatro de la memoria del argentino Pablo de Santis, comparten esa obsesión con respecto a la memoria y a la posibilidad de concebir los recuerdos como un archivo mental que se "materializa" como una casa en la que los cuartos son categorías diversas a las que hay que acudir cuando decidimos recordar algo.
          Espero con ansias la lectura de la nueva aventura literaria de Harris. El domingo estaré puntual en alguna librería.

lunes, abril 16, 2007

The Number 23


Piensen en una película que arranca bien (a pesar de las gesticulaciones exageradas de un actor que en otras películas sale golpeándose con changos o disfrazado de perrro rasta verde), cuya trama suena siniestra, que lleva en el protagónico femenino a una mujer hermosísima (Virginia Madsen), en la que los actores interpretan a más de un personaje. Suena bien, ¿verdad?
          Piensen en esa misma película pero ahora con conjeturas numerológicas que sonrojan por artificiales, que plantean la idea de la paranoia como la de un tipo metido en un libro y sumergido en la oscuridad, que se escribe cosas en los brazos y que no deja de escribir (tipo Sade en Quills), que pretende ser sorprendente cuando no llega más que a ahuevante, que se solaza en un desenlace que, bien hecho, habría durado tres minutos, pero que el director alarga casi hasta la media hora, y en la que el protagonista principal, a pesar de estar excesivamente chifladito, termina por redimirse para dar un buen ejemplo al hijo que le patina el coco de manera bastante parecida a la locura del padre.
          Uno lo creería de un cineasta novato que ha dirigido episodios de televisión o alguna película estudiantil o serie B. Pero resulta que el director es un tiburón tintorera de la industria, el ya no tan primaveral Joel Schumacher. Si uno piensa que es el director de cintas cumplidoras como Flatliners (1990) o The Client (1994), uno esperaría, de menos, un block buster medianón. Pues ni eso. La película es una sarta de incongruencias que hacen crisis a lo largo de toda la película. La vuelta de tuerca no sorprende a nadie, además de que el look de mendigo no le va para nada bien a un Jim Carrey que parecía encontrarse con los vislumbres de la actuación en Eternal Sunshine of the Spotless Mind (Michael Gondry, 2004) y que en esta cinta en la que trata de "mostrar su lado oscuro" (según declaración de él mismo) no se queda más que en caricatura.
          Los ambientes tétricos son una reiteración de lo que Hollywodd nos ha mostrado en los últimos años (y a los que el director les ha sido fiel, remember 8mm de 1999). Oscuridad, tonos ocres, personajes semidesnudos y completamente mugrosos, pedazos de papel tapiz volando por cuartos atestados de humedad, asesinos seriales disfrazados de gente buena. Películas malas, disfrazadas de charada inteligente. Bien lo dice en uno de sus últimos post René López Villamar, vivimos tiempos de escasez.

jueves, abril 12, 2007

Los tres (que eran cuatro)


Tengo claras dos escenas de mi infancia: una era la de mi madre quitando el foco de mi habitación cuando era un moco, porque según ella la causa de que al día siguiente no me quisiera levantar para ir a la escuela era que me quedaba leyendo hasta la madrugada; la otra es, precisamente, una de esas madrugadas en las que me sorprendí llorando cuando al leer uno de los capítulos finales de El vizconde de Bragelonne de Alexander Dumas, llegaba el momento fatídico en el que D'Artagnan moría dejando como heredero al citado vizconde que no era otro más que el hijo casi secreto de Athos.
          Los tres mosqueteros es uno de los libros más entrañables de los cuales guardo memoria. En los volúmenes que conforman la serie (Los tres mosqueteros, Veinte años después y El vizconde de Bragelonne) encontré las respuestas anheladas por un puberto para cuestiones tan urgentes como la amistad, el heroísmo, la tragedia, el encuentro de mundos nuevos, el amor prohibido, la aceptación de todos los defectos que los amigos cargan sobre sí. En esas aventuras de capa y espada no pude evitar en alguna ocasión, y tal vez un tanto anacrónico tomando en cuenta la época que me tocó vivir, arremeter con la rama de un árbol convertida en imaginaria espada contra los helechos gigantescos del jardín de la casa familiar.
          Los mosqueteros se convirtieron en el referente para tratar de justificar mi vida. Durante mi infancia fui un Athos que pretendía encontrarle explicaciones a todo y que de tan misántropo parecía hasta misterioso; después vino mi época D'Artagnan, al abandonar a los 16 la casa paterna y lanzarme a la aventura con suerte irregular, pero siempre saliendo avante; después vino una etapa Aramis en la que tuve suerte con las mujeres y más de una aceptó que no era tan mal amante, ni tan mala persona, ni tan peor escuchante; hoy estoy en mi etapa de Porthos contemplativo, he ganado en sabiduría, peso y cobardía, pero espero que también en nobleza y un poco de generosidad para con los que me rodean. Después de todo, algo de cierto habrá en eso de que no es lo mismo Los tres mosqueteros...

miércoles, abril 11, 2007

Sólo con el corazón


No puedo dejar de sentir cada vez que leo El principito. Desde los lejanos ayeres en que una de mis tías más queridas me obsequió este librito en aquella colección de la Biblioteca Auriga, no ha pasado un solo año en el que no regrese al relato magistral de Saint Exupéry. Nunca he concebido el libro como un texto para niños. De hecho, creo que ahora que estoy aprendiendo a ser adulto es que encuentro toda la complejidad que el aparentemente anodino "cuentito con dibujos" encierra.
          El texto aborda temas con los que un niño se puede divertir, o que le puede ayudar a dormir. A un adulto en cambio no lo dejará reposar. Cuestiones como las respuestas circulares del borracho, la excesiva responsabilidad del farolero, la relación enfermiza del hombre de negocios con el trabajo, la teoría del zorro sobre la amistad, el amor caprichoso entre la rosa y el príncipe, la siniestra figura de la muerte en forma de una serpiente deslizándose sobre la arena del desierto, la conciencia de la ausencia de alguien que ha perdido algo de lo cual no le queda más recuerdo que el de una estrella.
          He escuchado a las estrellas reír más de una vez; me he regocijado tomando un vaso de agua fresca; me la he pensado más de una vez al advertir que a pesar de que una rosa es una rosa, alguna de ellas será excepcional; he creado vínculos con más de un zorro (y también con dos o tres coyotes); he aprendido a valorar las pérdidas por las experiencias que se obtienen de éstas, más que por el dolor; alguna vez me han dicho: "me iré, creerás que habré muerto, pero no será cierto". Creo que este libro es uno de los que me acompañarán en las horas en que trate de recordar qué es lo que vale la pena en la vida. Amo al pequeño escuincle de cabellos de trigo. Soy un tipo convencido de que lo esencial es invisible para los ojos, sólo se puede ver con el corazón.

martes, abril 10, 2007

Las pelis de mi vida


Después de leer Las películas de mi vida de Alberto Fuguet, uno se queda con la extraña sensación de haberse metido a hurgar sin peermiso en la vida de alguien más. La novela es entrañable con todo y su parqueedad. Hay un poco de espejo en las conversaciones que el protagonista hace con su hermana; con esa cercanía-lejanía que las relaciones con los hermanos tienen. En mi caso es radical, nunca coincidimos en gusto con mi hermano Luis (tiene 29 años) y a los otros dos no los vi crecer (me fui de casa a los 16, cuando Selene tenía 5 y Eduardo 4 años). Sin embargo, creo que así se habla sin hablar: escuchando la respiración del otro al otro lado de la línea.
          Así pues que me puse a pensar en cuáles serían las películas de mi vida. Comencé a recordar no las películas, sino los momentos que hicieron especiales a esas películas. Acá les dejo la lista de algunas de ellas. Los recuerdos me los guardo.

1. Las ratas asesinas
2. El karate kid
3. Operación dragón
4. Bellas de noche
5. Rambo
6. La vida es bella
7. Pulp fiction
8. Contacto sangriento
9. Marcelino, pan y vino
10. Pepe el Toro
11. La última tentación de Cristo
12. Monty Python y el Santo Grial
13. El círculo
14. Sexo, pudor y lágrimas
15. La ciudad de los niños perdidos
16. Et caetera.

lunes, abril 09, 2007

Las ratas y los demonios

Dice Roberto Bolaño en uno de sus textos de Entre paréntesis: “Los soldados, finalmente, tienen su guerra, su mejor guerra: frente a ellos estamos nosotros, desarmados, pero mirando y escuchando”. Habría que añadir a la frase anterior “y sin hacer nada”. Lo anterior lo saco a colación después de leer las noticias acerca de la anciana indígena presuntamente (palabra políticamente correcta) violada por elementos del Ejército Mexicano; y cuya muerte ha sido justificada y avalada inclusive por el ombudsman nacional.
          Más allá de la crónica que rodea la historia de Ernestina Ascensión, cabe hacer una reflexión acerca del papel que los ejércitos han tenido en América Latina. El protagonismo que han adquirido en este sexenio parece muchas cosas: el premio por la lucha continua y supuestamente incorruptible contra el narcotráfico; la posibilidad por parte de Felipe Calderón de amarrar a uno de los poderes fácticos más importantes para su causa; el mantenimiento del control en zonas de alta marginación para evitar sorpresas desagradables como la del primero de enero de 2004.
          Los soldados siempre me han dado miedo. Cuando era pequeño, convoys militares atravesaban el pueblo en camiones de rediles donde una espesura verde olivo asomaba sus caras requemadas y sus ojos oscuros a través de las rendijas. Mi madre me decía que si me portaba mal me iba a regalar a los militares. Allí empezó mi temor.
          El miedo creció cuando leí las atrocidades de los militares en diversas regiones latinoamericanas: ratas introducidas en las vaginas de las presas; niños arrancados del vientre de sus madres y subastados en adopción; violaciones tumultuarias; manejo de la picana como deporte nacional; secuestros a diestra y siniestra; asesinato de miles de personas; desapariciones; abusos...
          Las atrocidades de los militares parecen, inclusive, parte de lo que los convierte en la imagen de defensores de la patria que este gobierno les ha querido construir. Me imagino a los cuatro hijos de puta que “presuntamente” violaron a Ernestina. Sacados por la noche por sus jefes, todos vestidos de civil, ante el temor de que los habitantes del pueblo los pidieran para hacer justicia. Defendidos por la alta jerarquía de las fuerzas castrenses. Apoyados por una caricatura de presidente que seguramente tiene bien claro cuál es su política en cuestión de Derechos Humanos. Tan claro como lo tiene el propio ombudsman nacional al afirmar, sin supuesto asomo de dudas, que la anciana murió de anemia y una úlcera intestinal. Una úlcera que, inclusive la violó y le golpeó la cabeza. Si el encargado de defender los derechos humanos (y al cual se le paga por esto) se vuelve parte de la maquinaria que desprestigia e intenta sumergir en la ignominia a los hombres y mujeres que se rebelaron ante tal injusticia; ¿en qué puto país estamos viviendo?
          La última del Ejército es acusar a los hombres que insisten en que se esclarezcan los hechos de guerrilleros y peligros para la estabilidad social. Es lo que hace temblar al grueso de la burguesía y la clase media sumergida en su ilusión de vida asegurada. Unos locos revolucionarios que vienen a cortarnos el cuello protegidos por la oscuridad. Pedimos protección. Le damos (por omisión o complicidad) poderes amplios al ejército. Nos sentimos a salvo. Al menos hasta que un día nos arrastren a un oscuro sótano en donde las ratas y los demonios chillan por salir de nuestro cuerpo. Si no quieren salir, ya los obligarán. La cobardía de no hablar para defender al otro será nuestra propia máscara de simulada felicidad, o la lápida de nuestra muerte presagiada.

lunes, abril 02, 2007

Para la entrada de un diccionario por escribir

América Latina. Acerca de la invención de América se ha escrito lo suficiente como para llenar los gigantescos anales que ya ocupa el asunto en las memorias nacionales y regionales de este continente. Se ha pretendido en el mundo occidental que la idea de América se reduce a la acción que los habitantes de Estados Unidos de Norteamérica ejercen sobre los demás pueblos del mundo. Esto es, que de entrada, la idea de América es una idea excluyente, una idea que niega la existencia de realidades como las existentes al sur del río Bravo. A partir de México, la idea de América adquiere un sentido de unidad, la noción de América Latina pretende cubrir de manera reduccionista las características múltiples y diferenciadas de los pueblos que habitan el “sur” del continente. América Latina se ha convertido en una etiqueta que, en estos tiempos, ha caído en desuso. Lo que en algún tiempo, sobre todo a raíz de la revolución cubana, se convirtió en una idea posible de solidaridad y unión ante los embates de Occidente, hoy ha resultado solamente en una referencia geográfica y cultural limitada peligrosamente por los estereotipos que el mismo concepto ha engendrado. ¿Qué es Latinoamérica, América Latina o Nuestra América? Es una pregunta que no tiene respuesta, al menos no una respuesta. Al plantearla debemos de entender que la diversidad cultural de las naciones que integran a esta América es lo suficientemente compleja como para tratar de reducirla a un conjunto de características que, de manera irremediable, se comparten: idioma, pasado colonial, religión, conciencia de origen ambigua. No podemos reducir a la América Latina a una situación en la geografía del mundo. Debemos de comprenderlo en las diferentes perspectivas que, históricamente, la determinan. La idea de América Latina es, antes que todo, una convención, misma que ha sido compartida por los pueblos a los cuales integra aunque existan diferencias en cuanto a la carga de significados que la pretenden hacer homogénea. Funciona como referente cultural hasta el momento en que las diferencias afloran. En este sentido, América Latina es una realidad histórica, mientras no se convierta en otra cosa. El problema de la negación de América Latina, de la inexistencia de ésta, radica en la negación de su origen. Se tiene que reconocer a la Conquista como el punto de partida. Como el origen que se pierde entre la concepción dolorida y victimista y el esencialismo que ha trasminado las mitologías nacionales. Antes de la Conquista, la idea de América Latina es nula. La Conquista es el momento histórico que inaugura la idea de Latinoamérica, no como un conjunto de colonias conscientes de su originalidad o de su necesidad de unificación, sino como una parte del mundo que es inaugurada, históricamente, por la violencia.
          A partir de esta premisa, podemos entender a América Latina desde una perspectiva que cuestione la concepción de una grandeza americana precedente a la Conquista. Si bien los grandes imperios prehispánicos existieron, también es cierto que no tenían la capacidad de hacer frente a una invasión como la que los canceló como individuos trascendentes en la historia. Los imperios prehispánicos y el aura de víctimas que arrastran tras de sí, se han convertido en el principal pretexto para negar la existencia de la conquista. Para elevar, al nivel de Esencia Fundadora, la grandeza siempre postergada de los pueblos latinoamericanos. El futuro ha sido la tierra de América Latina y el presente, cualquier presente, es presentado como el punto de partida para la grandeza que el futuro ha augurado. El presente de América Latina siempre ha sido inaugural. La trascendencia, o más bien, la falta de ésta, es la que nos ha marcado como un pueblo siempre a la espera. Con la vista en el futuro, los habitantes de la Futura Tierra Prometida avanzamos en un círculo sin fin.
          Mientras el habitante, simbólico y real, de estas tierras se solazan en la contemplación, a sus espaldas el saqueo nunca ha tenido pausa. América Latina ha sufrido siempre el saqueo en sus riquezas (naturales, humanas, culturales), en el pasado que hemos determinado como inaugural, la fiebre del oro y la promesa del Dorado ocasiona una de las mortandades más nefastas que se hayan podido dar. La tierra de América Latina nunca se ha manchado con sangre extranjera, el color de la tierra se debe a la sangre, siempre americana, que ha regado sus entrañas. La crónica de esto viene desde siempre, habla Motolinía desde las profundidades del origen:
          La sexta plaga fue las minas de oro, que además de los tributos y servicios de los pueblos a los españoles encomendados, luego comenzaron a buscar minas; que los esclavos indios que hasta hoy en ellas han muerto no se podrían contar; y fue el oro de esta tierra como otro becerro por dios adorado, porque desde Castilla le vienen a adorar pasando tantos trabajos y peligros.[1]
          De ahí, el saqueo ha continuado sin que las consecuencias de esto, la más visible la miseria que vive la inmensa mayoría de los habitantes de la región, pueda modificar la postura contemplativa del latinoamericano. La contemplación no implica necesariamente la inmovilidad, los pueblos latinoamericanos se han movido constantemente, han experimentado como ningún otro lugar las más variadas formas de gobierno y organización. Ese movimiento, sin embargo, no ha podido sacar de su situación de marginación y falta de expectativas de la mayoría de sus habitantes.
          Ahora, el enemigo se encuentra dentro, gobiernos cada vez más incapaces e irresponsables, supeditados a las variables macroeconómicas, desprovistos por completo de una propuesta que pueda, ya no solucionar, paliar al menos los efectos devastadores que la sobre explotación de sus habitantes ha dejado a su paso el capitalismo inmisericorde. No existe para América Latina una opción para alcanzar la justicia social, la equidad distributiva, términos que han caído en desuso debido a la reiterada confirmación del fracaso. Las utopías sepultadas, las ideologías dormitando. Para los latinoamericanos lo único cierto es la agonía de la esperanza.


[1] Fray Toribio de Benavente citado por Felipe Garrido (comp.), Crónica de los prodigios: la naturaleza, México, Asociación Nacional de Libreros, 1990, p. 17.