Una alegría de esas ridículas que a veces se siente tuve en días pasados mientras leía el libro Entre paréntesis de Roberto Bolaño. Resulta que en una de las reseñas que incluye el libro, Bolaño habla elogiosamente de Thomas Harris y en especial de su libro Hannibal (mucho tiempo antes de que la tomadura de pelo de Ridley Scott llegara a la pantalla). La alegría fue porque comparto con Bolaño el reconocimiento de buen escritor a Harris y porque me sentí acompañado en una elección que no compartía con muchas personas.
A mi Harris me pone. Sus libros me parecen máquinas de relojería en los que los engranes están bien aceitados y, sobre todo, bien construidos. La construcción de su personaje Hannibal Lecter es uno de los más minuciosos y mejor logrados que he leído en la literatura. Toda la serie que cuenta la historia de este psicópata brillante y adorable (configuración literaria perfecta de un antihéroe) es para leerse de corrido y sin soltar el volumen ni para ir al baño (de hecho en el baño es donde se eternizan las lecturas de este tipo de textos). Red Dragon (1981), The Silence of the Lambs (1988), Hannibal (1999) y la reciente Hannibal Rising (2007) (que no he leído), son las piezas de ese engranaje que da vida a una de las franquicias más rentables de la literatura (y del cine).
Las descripciones que hace Harris en Hannibal de la casona mental (el palacio de los Uffizi, creo) en la que ordena su memoria es de las más vívidas y fascinantes de las que tengo memoria. La meticulosidad y la obsesión por el orden son cosas que nadie pasa por alto en el momento de atender la personalidad de Lecter. Lecturas como El palacio de la memoria de Mateo Ricci, o más cercano, El teatro de la memoria del argentino Pablo de Santis, comparten esa obsesión con respecto a la memoria y a la posibilidad de concebir los recuerdos como un archivo mental que se "materializa" como una casa en la que los cuartos son categorías diversas a las que hay que acudir cuando decidimos recordar algo.
Espero con ansias la lectura de la nueva aventura literaria de Harris. El domingo estaré puntual en alguna librería.
A mi Harris me pone. Sus libros me parecen máquinas de relojería en los que los engranes están bien aceitados y, sobre todo, bien construidos. La construcción de su personaje Hannibal Lecter es uno de los más minuciosos y mejor logrados que he leído en la literatura. Toda la serie que cuenta la historia de este psicópata brillante y adorable (configuración literaria perfecta de un antihéroe) es para leerse de corrido y sin soltar el volumen ni para ir al baño (de hecho en el baño es donde se eternizan las lecturas de este tipo de textos). Red Dragon (1981), The Silence of the Lambs (1988), Hannibal (1999) y la reciente Hannibal Rising (2007) (que no he leído), son las piezas de ese engranaje que da vida a una de las franquicias más rentables de la literatura (y del cine).
Las descripciones que hace Harris en Hannibal de la casona mental (el palacio de los Uffizi, creo) en la que ordena su memoria es de las más vívidas y fascinantes de las que tengo memoria. La meticulosidad y la obsesión por el orden son cosas que nadie pasa por alto en el momento de atender la personalidad de Lecter. Lecturas como El palacio de la memoria de Mateo Ricci, o más cercano, El teatro de la memoria del argentino Pablo de Santis, comparten esa obsesión con respecto a la memoria y a la posibilidad de concebir los recuerdos como un archivo mental que se "materializa" como una casa en la que los cuartos son categorías diversas a las que hay que acudir cuando decidimos recordar algo.
Espero con ansias la lectura de la nueva aventura literaria de Harris. El domingo estaré puntual en alguna librería.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario