viernes, noviembre 27, 2009

No mamen


No alcancé horario para la ya casi extinta en cartelera Inglorius Basterds, por lo que probablemente esté condenado a verla en DVD. El viaje hasta el cinito estaba hecho, así que había que decidir con qué sustituir el plato que representaba la peli de Tarantino. Y total, que un tanto irresponsablemente, me chuté el blockbuster ése súper taquillero de New Moon, la película de Chris Weitz basada en la noveleta de Stephenie Meyer que habla de vampiros adolescentes, hombres-lobo fans del Abs-Tonner y personajes femeninos la mar de maniqueos y en el límite del retraso mental.
          La película es un catálogo más que exhaustivo de todos los chiclés del romanticismo decimonónico llevadas a clave de High School Musical, pero sin musiquita y con personajes que se asumen (y la mayoría del público asume) como "profundos". La historia, en esta segunda parte de la "saga" (uff) de Twilight, gira alrededor de los "problemas existenciales" de los dos pretendientes de una Bella que uno no sabe si está drogada o nomás es medio pendeja.
          La "confrontación" (que no llega ni siquiera al punto de que los dos machines se pongan sus buenos madrazos) de los dos personajes pasa sin pena ni gloria. Desesperante guión que repite una escena ¡idéntica! con las mismas premisas argumentales y casi los mismos diálogos, al menos cinco veces a lo largo del metraje.
          Si uno quisiera ver alguna cosa relevante (y les aseguro que cuesta un chingo), uno encontrará mensajes que casan con un conservadurismo digno del terror bushista en el que la serie novelada fue concebida: machismo que convierte a la protagonista femenina en el "trofeo" del más machín y "sensible"; un clasismo que revela que los ricos Cullen podrán joderle la vida a la niña Bella, y el homoerótico (y casi homeless) Jakob podrá entrar al quite, pero sólo como un sustituto temporal "para pasar el rato" (-"Siempre fue Edward", le dice Bella en uno de los diálogos cumbres del final la película); el racismo reflejado en "el olor a perro mojado" de la consen gossip girl hermana del protagonista encierra más que un chiste inocente. Fiel reflejo de buena parte del conservadurismo gringo alcanza su numen en la frase final de la película, ni Disney es tan obvio, transparente, aburrido, predecible, falto de imaginación e indignante.
          No debería admirar si tomamos en cuenta que el director de marras ha dirigido churros tan paralelos a éste como American Pie. La neta, de cuatitos: no la vean.
          Me decidí a darle el beneficio de la duda a la película por culpa de este post de la Ira.

miércoles, noviembre 25, 2009

"Espejo chileno" de Carlos Fuentes


Vía el blog de Julio Ortega

Cuando el general Pinochet entró a la Clínica de Londres, el memorable día de 1998 en que la justicia española lo reclamó a juicio, no sabia él que se trataba de un hospital de lunáticos. En el jardín interior vio a unos señores ingleses que paseaban en silencio. Se acercó a uno de ellos, y le tendió la mano:

-Soy el general Pinochet -le dijo.

El otro se la estrechó, y respondió:

-Yo también soy el general Pinochet.

(Providence, abril, 2000)

martes, noviembre 24, 2009

Creerse las mentiras


Julián Torres, el protagonista de la novela La consecuencia de los días de Rubén Don, asegura que es una obligación de los poetas estar con los poetas. En ese sentido pareciera que también es una obligación de los narradores estar con los narradores. Y es por eso que hoy andamos por acá. Para acompañar a un narrador cuya historia le ha asegurado la reedición del trabajo que le valió el Primer Premio de Narradores Jóvenes de la UACM en el 2005.
         En otros lados he afirmado que la novela de Rubén es una de mis preferidas, que la recomiendo ampliamente y que su escritura augura un futuro venturoso si sigue enfrascado en la lucha cotidiana que representa el echar mano a las palabras y ponerlas a contar cosas. Hoy no haré sino redundar en esas afirmaciones. La consecuencia de los días cuenta muchas cosas. Y dice otras con las que es imposible no sentirse identificado. En la prosa del autor surge uno de los conceptos que más me han llamado la atención por aquello de las afinidades electivas: la idea de malnacido en los setentas. La idea de generación unida por ciertos síntomas (síntomas, venturosa palabra que se utiliza, entre otras cosas, para etiquetar las señales que ayudan en el diagnóstico de las enfermedades); decía, de síntomas que a mí, otro integrante de esa legión de malnacidos, nos acerca irremediablemente. Trataré de enumerar algunas que, en la novela de Don, son referidas textual y claramente.
          Una de las cosas que nos acercan como personas y como narradores a Rubén y a mí es el origen “sospechosista” del periodismo. Es decir, la capacidad que tenemos para divagar sobre cuestiones que tienen que ver con los medios y el papel que representan en la sociedad. El protagonista-narrador de esta novela se solaza en la descripción de cuestiones asociadas con los mass media. Y la televisión tiene un lugar privilegiado. Esa ventana que acomete sin aviso en la vida de las personas y que les ayuda a generar la sensación de que se está informado, o se sabe lo que pasa en el mundo, o en la máxima confusión, que no se forma parte de eso que la televisión describe. Ante los titulares de los diarios, las imágenes de las Torres Gemelas humeando, los espectaculares de publicidad, las transmisiones de radio, el protagonista decide ejercer su derecho a la indiferencia. Sabe que las noticias ahí están, pero las pone en duda o, en ejercicio máximo de su solipsismo, decide que nos son importantes.
          Los mundos se están deshaciendo. Y utilizo el plural para describir el proceso paralelo del cual la historia de Rubén da noticia: una guerra nuclear iniciada por la explosión de una bomba atómica por parte de Irak que desencadena la Cuarta Guerra Mundial (la Tercera, asegura la voz del narrador, fue esa tensión creciente y estresante representada por la Guerra Fría). Y en esa Cuarta Guerra los Estados Unidos tienen un papel preponderante. Pelea contra los rusos, contra la Unión Europea (a excepción del Reino Unido), contra los chinos. Un asunto de potencias en las que México se declara aliado de unos Estados Unidos que a la postre serán derrotados por una coalición que termina, como un deseo expresado de manera continua a lo largo de la novela, con la total hegemonía de los norteamericanos.
          Y es extraño que ese deseo se exprese de manera reiterada, porque una de las características del personaje principal es precisamente un nihilismo total con respecto a lo que ocurre con el resto del mundo. El final del mundo al que refiere el autor y su personaje no es el Apocalipsis externo en el cual el planeta está inserto, sino ese final arrasador e inevitable que ocurre en el interior de cada persona cuando los rituales de paso han concluido. Cuando la desesperanza se apodera de nuestras acciones y nuestras ideas. Julián Torres desconfía de sus coetáneos, de los que pertenecen a su misma generación, y entre más se muestran estos como furiosos militantes de la causa que sea, mayor desconfianza le inspiran al narrador. Lipovetski y su era del vacío, y Marshall Berman y sus sólidos desvanecidos en el aire, parecen hacerse eco de las ideas que resuenan en la cabeza del narrador, dice en alguna parte del texto:
Los Radicalitos quieren salir en la prensa y comienzan a lanzar piedras hacia el edificio. La emotividad se dispersa en pocos minutos. También huyo: siempre estoy huyendo de todo, de las cosas, de mí mismo. Al disgregarse la multitud, hay quien regresa a casa con la firme convicción de haber hecho lo correcto. Otros volvemos con la conciencia de que el mundo gira y seguirá girando en el mismo sentido: a la derecha (¡sorry, Che, la revolución fracasó!).

La prosa pausada de la narración se combinan con la vorágine de hechos que como un telón de ruido blanco, al fondo, allá, donde no importa demasiado, contrastan de manera positiva. El narrador decide no tener trabajo, no tener obligaciones institucionales o laborales. Decide su propia ocupación: rescatador de libros viejos. Y así como él decide ser eso, una turista danesa decide ser censadora de vidas, analizar cuántas personas han logrado tener una vida satisfecha y sensitiva, y cuántas no. Ella (la que no tiene nombre) decide ser curadora de almas solitarias. El narrador vuelve a mudar de ocupación y decide ser un descubridor de detalles; un explorador de las cosas que los demás damos por sentado o no nos detenemos a analizar, estudiar o intentar comprender. Oficios para el Apocalipsis. El final. La Revelación.
          Y la Revelación es que lo demás no importa. La Revelación es que siempre estamos solos. Que lo último que nos queda son nuestros propios suspiros, o los últimos estertores, o la última imagen fija en la pupila. El narrador intercala las visiones del mundo, ésas que todos ven y con las que pretenden “entender” lo que nos rodea de manera objetiva e impersonal; y, por otro lado, la Revelación de que los demás (como auténticos malnacidos) son los que menos nos importan. Dice, en la misma página, para ejemplificar lo primero:
¿No has visto esas espantosas imágenes en la tele? Una gran cantidad de edificios incendiándose por los bombardeos, gente corriendo por las calles desoladas, los corresponsales de guerra llorando de miedo, y todos esos enfermos mutilados que colman los hospitales donde no hay medicamentos, ni gasas, ni alcohol, ni vendas, ni nada.

Y la Revelación llega cuando el narrador afirma, es decir, se afirma:
[...] para mí la guerra se ha convertido en un asunto de indiferencia, [...] he perdido la sensibilidad ante el susceptible transcurso de los sucesos y sus consecuencias, [...] estoy listo para morir en el holocausto mundial, [...] cargo con mi propia guerra interna y [...] por ende, la guerra de los demás me da hueva.

En ese sentido, Julián Torres habita un mundo que no se está destruyendo, sino que ya ha estado destruido desde hacía mucho tiempo atrás, sólo que no nos habíamos dado cuenta. Como un punk setentero y coherente, una frase del libro apunta algo que Sid Vicious y compañía ya habían mencionado, pero que hoy más que nunca se vuelve realidad lacerante: “El día que le crees al televisor, a los políticos, a tus viejos y al profesor de matemáticas, estás jodido”.
          El libro se encuentra llena de frases recolectadas por el narrador en esas exploraciones de rescatador de libros. En su papel de padre adoptivo de cientos de ejemplares, el narrador recolecta también las frases que contienen y que le sirven para tratar de explicarse el mundo. A pesar de que pocas veces se atreve a decir(se) esas frases en voz alta, representan uno de los arsenales mejor seleccionados de frases contundentes para situaciones contundentes.
          La vida amorosa de Torres se llena de imágenes de mujeres que comparten una característica en común: todas lo han abandonado. El personaje tiene que lidiar con el abandono cotidiano, con las esperanzas truncas. Ni las prostitutas lo esperan, Madeleine lo abandona y envía a Violeta. La poeta se pierde rodeada de poetas (más frases contundentes: “La mayoría de los poetas son ansiosos y por ende siempre se enfilan al suicidio”); la bailarina en un vaivén de ires y venires tras-delante de su marido, Sofía persiguiendo su rutina y la rutina de todos. Al final, como a lo largo del texto, el narrador se descubre, una y otra vez, eternamente solo. Y sigue soportando la consecuencia de los días que no es más que la necedad-necesidad de seguir viviendo.
         Al final el mundo no se acaba. El mundo de afuera. Y el de adentro parece conservar cierto equilibrio. El narrador que es escritor, y que está convencido de otra de las netas dejadas en las páginas del texto: “nadie debe escribir sólo por apresurar su carrera de escritor”, decide concluir su manuscrito, que es el texto que han escrito todos los que asumieron su voz. Los malnacidos a los que se dirige pero a los que también describe. Al final, todo se resume a un libro. El que escribe dentro de la trama y el que podemos ver como realidad evidente ante nuestros ojos. Como si los libros conservaran, todavía, esa aura de incuestionables que la tradición de la modernidad y la Ilustración les endilgó. “Los libros son la mentira más falsa de la vida”. Pero queda claro que muchos de nosotros no podríamos vivir, como el protagonista de la novela, sin esa afición patológica por las mentiras. Y esta mentira de Rubén Don, bien merece el intento de creérsela.

viernes, noviembre 20, 2009

Invitación


El próximo lunes ando por acá:

Un lunes, un autor
Tertulias literarias en la SOGEM


Presentación de la novela
La consecuencia de los días
de Rubén Don

con la participación del autor, Édgar Adrián Mora y José Luis Enciso.

Lunes 23 de noviembre, 19 hrs.

José María Velasco Núm. 59 – 4º. Piso
Colonia San José Insurgentes
México, D.F.

Mis memorias de la Revolución (fragmento)


Ei. Hoy es 20 de noviembre (aniversario del inicio de la Revolución Mexicana) y les comparto algunas de las cosas que he estado escribiendo.

[...] En la "Nota explicativa (para los ignorantes en Historia de México)" que se encuentra al final de una de las mejores novelas sobre la Revolución Mexicana, Los relámpagos de agosto, Jorge Ibargüengoitia sintetiza de manera magistral el proceso de guerra civil que vivió México a partir de 1910, y que se recrudeció en 1913 como el arribo de las fuerzas del Norte cuya visión del proceso revolucionario viraba de manera irremediable a la necesidad de institucionalizar el caos. Dice el guanajuatense:
Porfirio Díaz forjó, en los treinta años de su tan vituperado reinado, una casta militar y un ejército, tres o cuatro veces más numeroso que el actual, que desfilaba cada 16 de septiembre entre los aplausos del populacho. Los oficiales fueron a Francia para aprender le cran y a Alemania para aprender lo que hayan sabido los prusianos de la época. Cuando terminó la Guerra de los Boers, Don Porfirio alquiló a dos o tres de sus generales para que vinieran a hacer el ridículo aquí en Coahuila. La infantería mexicana fue la primera en adoptar un fusil automático (el Mondragón, fabricado en Suiza), algunos de cuyos ejemplares todavía son usados los domingos en los ejercicios marciales de los jóvenes conscriptos.
          Todo esto se vino abajo con la Revolución Constitucionalista de 1913. Los oficiales que habían estudiado en Francia y en Alemania, los generales boers y las infanterías dotadas con los flamantes Mondragón fueron literalmente pulverizados por un ejército revolucionario que estaba al mando de Obregón, que era agricultor; de Pancho Villa, que era cuatrero; de Emiliano Zapata, que era peón de campo; de Venustiano Carranza, que era político, y no sé lo que haya sido en su vida real don Pablo González, pero tenía la pinta de un notario público en ejercicio. Éstos fueron, como quien dice, los padres de una nueva casta militar cuya principal preocupación, entre 1915 y 1930, fue la de autoaniquilarse. Obregón derrotó en Celaya a Pancho Villa, que todavía creía en las cargas de caballería; don Pablo González mandó asesinar a Emiliano Zapata; Venustiano Carranza murió acribillado en una choza, cuando iba en plena huída; nunca se ha sabido si por órdenes o con el beneplácito de Obregón, que, a su vez, murió de los siete tiros que le disparó un joven católico profesor de dibujo. Pancho Villa murió en una celada que le tendió un señor con el que tenía cuentas pendientes. En los intestinos del general Benjamín Hill, que era Secretario de Guerra y Marina, se encontraron rastros de arsénico; el cadáver de Lucio Blanco fue encontrado flotando en el Río Bravo; el general Diéguez murió por equivocación en una batalla en la que no tenía nada que ver; el general Serrano fue fusilado con su séquito en el camino de Cuernavaca, y el general Arnulfo R. Gómez fue fusilado, con el suyo, en el Estado de Veracruz; Fortunato Maycotte, que, según el corrido, divisó desde una torre a las tropas de Pancho Villa, al lado de Obregón, fue fusilado en Pochutla, por las tropas del mismo Obregón; el general Murguía cruzó la frontera con una tropa y se internó mil kilómetros en el país sin que nadie lo viera; cuando lo vieron, lo fusilaron, etc., etc., etc.

Un laberinto de relaciones imposible de interpretar o seguir de manera coherente. Una cosa queda clara: la Revolución Mexicana se encuentra signada por la violencia y el uso discrecional que se hizo de ésta. No es posible comprender de otra manera un proceso que generó tal desarticulación de la sociedad mexicana sin que se pueda discernir a ciencia cierta los saldos que arrojó. En esta configuración de tragedias continuas, que se acerca de manera peligrosa a la comedia de enredos, es necesario pensar en el papel que las armas tuvieron como objetos que simbolizaban y sintetizaban esa administración de la violencia. La idea del fusilamiento, de la muerte a traición y del "ajusticiamiento" recorre de manera inquietante las mudanzas de escenarios y de protagonistas de una revolución que se erigió triunfante pero que no se puso de acuerdo acerca de quién era el actor protagónico que merecía los aplausos y los ramos de flores. La discusión ha continuado de manera intermitente pero continua. La diferencia está en que ese debate ha quedado huérfano de armas. Los disparos son políticamente incorrectos e innecesarios. El telón cayó, pero no anunciando el final de la obra, sino sólo ocultando las disputas que se llevan a cabo tras los bastidores. [...]

jueves, noviembre 19, 2009

Shit! ¡Cuánto tarda!


En estas páginas de bitácora ha quedado manifiesta la admiración que siempre me despertó el trabajo de Roberto Fontanarrosa. Me enteró que la película basada en su historieta Boogie, el Aceitoso, llegará a México en fecha indeterminada para la temporada de estrenos del invierno. Comienzo a desesperar. La condena de ser fan.

Jet lag


La nueva disposición de los días me ha sumido en un estado de jet lag. Ya sé que el horario de verano mudó hace ya un rato, pero no puedo evitar sentir un cansancio desproporcionado con respecto a la duración del día. Es decir, los días duran lo mismo, pero ya me había acostumbrado a levantarme en la oscuridad (nado de cinco a seis de la mañana) y a llegar a mi casa, después del trabajo, todavía con un poco de luz.
          Hoy siento que el día me rinde menos y que comienza más tarde (aunque, en términos reales, abarque el mismo número de horas-minutos-segundos). Confusión.

miércoles, noviembre 18, 2009

Desalcoholización y despistolización


El crecimiento de los "pistolizados" también es preocupante.

Arranca en algunas zonas de la Ciudad de México el programa denominado "Cero-Cero" con el cual se pretende que las famosas "ventanitas" que ofertaban alcohol después del horario en que el comercio formal cerraba ya no lo hagan. El principal argumento tiene que ver con la relación que existe en el DF entre el consumo de alcohol y fenómenos como los homicidios dolosos, los accidentes automovilísticos y, en general, con la inseguridad que se vive (y se sobrevive) de manera cotidiana.
          Algo que tendría que analizarse, también, son las facilidades con las que actualmente se tiene acceso a armas de fuego. Muchos de los homicidios dolosos que se mencionan en el reporte que sustenta la medida, seguramente fueron llevados a cabo con armas de fuego sin licencia y sin registro de compra o de entrada al país (no somos un país productor de armas). Aunado al carácter "festivo" y "valemadrista" del mexicano promedio, esta nueva situación en las que es más común saber o atestiguar el acceso que la población común y corriente tiene para conseguir armas de fuego, seguramente incidirá de manera importante en los índices delictivos y de inseguridad.
          ¿Qué pasará, por ejemplo, con los Oxxo; estas exitosas franquicias relacionadas con FEMSA y Coca Cola, cuyos ingresos por venta de bebidas alcohólicas a deshoras se verán reducidos?
          Ahora, habrá que ver cuántas leyes argumentadas con solvencia y echadas a andar con altos índices de publicidad se vuelven letra muerta en la práctica. ¿Ejemplo? Las sanciones por hablar por teléfono celular mientras se conduce y las sanciones en "puntos" a las licencias de los quebrantadores de la ley de tránsito. En fin.

martes, noviembre 17, 2009

Si me han de matar mañana...


El sábado anterior estuve en el Castillo de Chapultepec (¡pero qué bonito edificio, chingao!), específicamente en el alcázar, para escuchar un concierto de la Orquesta Típica de la Ciudad de México, con motivo de las Noches de Otoño (la próxima es este sábado). Tuve un momento, creo que fue durante la "Sinfonía La Sandunga" en que sentí esa cosa que de repente se puede asociar con un sentimiento de pertenencia a algo. La música que toca la Típica es música popular nacionalista que ha sido adaptada a los cánones y partituras de una orquesta de cámara. Una de sus características, sin embargo, tiene que ver con el uso de instrumentos característicos de los sonidos de México en diversas épocas y regiones como el salterio (chico y grande), el bandolón (chico y grande), el bajosexto, el arpa y la marimba.
          Es una pena que una orquesta que se encarga de rescatar un poco de lo que los sonidos musicales pueden decirnos sobre nuestra historia musical tenga tan poca atención. El gobierno de la Ciudad de México la ha rescatado, pero supongo que es necesario que se le otorgue una sede para poder ofrecer conciertos de manera regular.
          El marco del concierto del sábado, sin embargo, no pudo ser mejor escogido. El ascenso al castillo en el trenecito y en medio de los árboles que bordean la calzada, con el frío de la noche joven y el mar de luz extendido a nuestros pies, es algo que no puede olvidarse fácilmente.

viernes, noviembre 13, 2009

Premio a la Iberoamericana


El día de hoy se entrega el premio SEP-ANUIES a la mejor universidad privada del país. En este caso tocó a la Universidad Iberoamericana (campus Ciudad de México) la distinción que la Secretaría de Educación Pública y la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior otorgan a lo más sobresaliente del sector educativo universitario.
          Como profesor de esta universidad y como beneficiario de los programas de mejora y capacitación continua, no puedo sino unirme al reconocimiento que estas instituciones hacen a la Ibero y a asegurar, desde el pequeño papel de reparto que tengo en esta institución, que es más que merecido. Felicitaciones a los alumnos, exalumnos y miembros de esta comunidad universitaria.

jueves, noviembre 12, 2009

Nostalgias recuperadas


En mis años de la facultad había un cassette que me acompañaba regularmente en los viajes por la línea del metro Universidad: Seru 92 de Seru Girán. Amén de la relación que guarda el disco con mis años en la Facultad de Ciencias Políticas en los años noventas, el disco siempre me dejaba una sensación de vacío estomacal. Es música que a mí me revuelve muchas cosas en la mente y en el sentimiento de pérdida-recuerdo-presencia-pérdida de una etapa que considero la más importante de mi vida. Acabo de conseguir el CD y volverlo a escuchar fue revivir esa sensación de desorientación espacial y temporal. "Déjame entrar" es una canción que, por ejemplo, no ha perdido actualidad: "Nadie vio a los muertos de Irak/ en su pantalla./ ¿Fuego artificial o son bombas que estallan?/ se ven igual". O la interpretación de David Lebón sobre los desaparecidos de la dictadura en "Nos veremos otra vez": "Si todo vuelve cuando más lo precisás/ nos veremos otra vez". Suspiro.

martes, noviembre 10, 2009

Nostromo en la Gaceta de la UNAM

A gustito con el frío

Casi todo mundo se queja con los fríos de estos días en la Ciudad de México. Yo no. Me gusta el frío, me encanta la sensación de la nariz fría, de los dedos ateridos, de las orejas inexistentes. Me recuerdan mi infancia, mis caminatas por la montaña, el café con leche, mi padre atareado, mi madre y sus suéteres. Este es el Cerro Cabezón. La tradición prehispánica dice que fue un guerrero gigante petrificado mientras dormía. Si ponen atención, podrán ver que tiene la frente ancha, la nariz recta, los labios relajados y el mentón inexistente.
          En la cumbre de ese cerro amanecí muchas veces, nomás por el gusto de ver cómo el sol disipaba la alfombra acolchada de niebla que se posaba sobre el pueblo. Nomás por ver aparecer la iglesia del Señor de Huaxtla y las torres de la parroquia franciscana de casi cuatro siglos de historia. Nomás por poder lanzar un largo suspiro y echar a andar cuesta abajo, con las manos metidas en las bolsas de la chamarra. Y sentirme vivo, cálido, existente. A gustito.

lunes, noviembre 09, 2009

Historia-Objeto

Estoy intentando escribir un ensayo sobre la Revolución Mexicana para una institución académica que se une de manera entusiasta a las celebraciones del Centenario del inicio de este proceso histórico. Intento desprenderme de la visión interpretativa que se apoya en la cronología y en la relación que establece la Historia con los hombres fuertes. Con los caudillos que en América Latina sirven de guía y referencia de los eventos que configuran y determinan en muchos casos los destinos de nuestras naciones.
          La tesis que planteo puede resultar en determinado momento un tanto disparatada, pero que visualmente a mí me dice muchas cosas. Estoy intentando escribir sobre los objetos que dejó la Revolución. Específicamente sobre las armas, los ferrocarriles y los instrumentos musicales. Las características de éstos es que sobreviven, pero hoy están avejentados, relegados al olvido o desplazados por otros objetos materiales y discursivos más impactantes. Como la misma Revolución. Pareciera que ésta envejeció de manera paralela a los objetos que la protagonizaron y que de repente, un día, simplemente, desaparecieron. O se privatizaron (como los trenes o el discurso que adoptó el PRI). O se sustituyeron por elementos más modernos y globalizados (como las guitarras que sirvieron para construir la épica popular revolucionaria a partir de los corridos). En fin, lo intento y a veces me sale.
          A veces no, y me atoro. Y trato de revisar otra vez la historia viva que se encuentra en aquellos que aún hoy, como protagonistas de documentales nostálgicos o de protesta epidérmica, asocian su memoria con la de los objetos que empuñaron o utilizaron de manera directa. Las condiciones para esos relatores-protagonistas no ha cambiado: la mayoría siguen (siguieron) hundidos en la miseria. Pero México generó una dinámica de tránsito hacia el siglo XX que lo vacunó contra diversas tendencias que fueron regla inamovible en otros países del continente, y que generó una relativa estabilidad, pero que creó mecanismos diversos que hoy en día cuestionan, ya no la vigencia, sino la propia existencia de un movimiento revolucionario que sacudiera los cimientos profundos de una sociedad altamente estratificada como la mexicana. LO digo, a veces me atoro.

jueves, noviembre 05, 2009

Represión a la alza, Estado debilitado


No sorprenden, en México, las declaraciones de alguien como Mauricio Fernández, alcalde de San Pedro Garza García en Nuevo León (a todo esto, según algunas fuentes, el municipio más rico de todo el país), en el sentido de que su administración ha iniciado la conformación de "grupos rudos" que puedan atacar frontalmente a la delincuencia organizada, en específico a los secuestradores que operan en el norte del país. Ha dicho que, incluso, le viene "valiendo madres" pasar por encima de las leyes o las instituciones que, constitucionalmente, están facultadas para esto.
         Sorprende, en términos de memoria histórica y de cultura general, el apoyo que diversos sectores han prestado a estas declaraciones. En términos de ciencia política, los mecanismos de represión al margen de la ley aparecen siempre que el Estado ha sido rebasado para llevar a cabo las acciones que la Constitución le atribuye a éste, como administrador de la violencia para mantener el orden (fuerza pública, se le llama eufemísticamente). Cuando instituciones como el Ejército o como la policía han sido superados por el crimen organizado (o por la oposición política a la que también se dedican a reprimir), el propio Estado genera la posibilidad de administrar una violencia que, al funcionar de manera paralela a éste, no tiene que respetar el marco legal que rige en esos países.
         Estos grupos han tenido un mayor auge en sociedades dictatoriales en las que ha sido necesaria la escalada represiva a partir de grupos paramilitares o parapoliciales (porque no son otra cosa) que, en retrospectiva, no han generado más que grupos de poder que en muchas instancias escapan, incluso, del control del propio Estado.
         En diversos contextos y etapas se han llamado Asociación Anticomunista Argentina, o Mano Negra (Guatemala), escuadrones de la muerte (Brasil) o Autodefensas Unidas de Colombia. En la mayoría de estos casos, representaban la opción del Estado o de la oligarquía para hacer frente a la oposición política o a la posibilidad de gestación de movimientos revolucionarios.
         En México, la idea floreció a partir del crecimiento desmedido del crimen organizado y los fenómenos asociados de manera indisoluble a éste: corrupción policíaca y política, vínculos entre el poder estatal y el poder criminal, imposibilidad de gestión pública para erradicar las raíces de estos males (pobreza, falta de acceso a la educación, desarrollo de la economía nacional) y, sobre todo, a un malestar creciente de la población a la que la sensación (y la responsabilidad primera del Estado) de pérdida de la seguridad se ha visto acrecentada en el presente gobierno.
         Y la memoria histórica es muy corta, incluso en el progresista gobierno de izquierda (ajá) de la Ciudad de México, la conformación de estos grupos "de apoyo" no han sido vistos con desagrado. Baste recordar a los Ángeles Guardianes que el gobierno capitalino planeaba poner a operar en el Centro Histórico para "orientar" a la ciudadanía.
         La razón de fondo para que el partido al cual pertenece el alcalde (PAN) no haya presentado una postura clara al respecto deja muchas suspicacias en el aire. El silencio augura la posibilidad de que ese experimento se esté planteando como una opción real, como una alternativa a las constantes quejas de atropellos a los ciudadanos que se han documentado en contra del Ejército y las diversas policías. Eso nos da un norte también con respecto a la desesperación de un Estado rebasado en sus aspiraciones y que se encuentra en un atolladero del que no puede salir de ninguna forma. Cuando la represión se recrudece e intensifica (y cuando se ignora el marco legal que justifica el contrato social) es porque el Estado se ha debilitado de manera grave.