martes, diciembre 04, 2007

Monos y más monos



Pensar la forma en que Carlos Monsiváis organizó su colección de arte y manifestaciones populares en su casa o su estudio o su cuarto de triques, conforma una imagen que, tomando en cuenta el tamaño de la colección, da más de un escalofrío. Es por eso que la creación del Museo del Estanquillo en pleno Centro Histórico de la ciudad de México resulta un acierto más que necesario.
          Alejado de la grandilocuencia de los grandes museos de cultura institucional o del, la mayor parte de la veces, asqueroso criterio de selección de los museos de arte contemporáneo, el Museo del Estanquillo presenta las manifestaciones que se han ganado a pulso su presencia en lo que un lugar común inevitable calificaría como el inconsciente colectivo. Aquello que nace, muchas veces, con la intención de convertirse en un producto para ser explotado de manera comercial y, con el paso del tiempo, se convierte en algo que perdura en la memoria de quienes fueron tocados por las ilusiones, el recuerdo o el entretenimiento en su forma más pura.
          Así es como el pasado domingo quedé gratamente impresionado por la exposición que en estos días se presenta en dicho lugar. Un recorrido por dos de los comiqueros más importantes de México: Eduardo del Río, Rius, y Gabriel Vargas. El primero es reconocido como uno de los autores más prolíficos del mundo editorial de nuestro país. Llamado incluso, “la Secretaría de Educación Pública alternativa”, debido a la intención didáctica de la mayoría de sus trabajos. El otro es, simplemente, el dibujante más prolífico del mundo que hace un cruce entre el folletín de monitos y la ilustración periodística.
          De San Garabato a el Callejón del Cuajo es el nombre de la exposición en la que son figuras centrales los dos trabajos principales de ambos autores: Los Supermachos en el caso de Rius; y La familia Burrón en el caso de Gabriel Vargas. Así es como se pasean en la pupila las figuras de tamaño natural tanto de Borola Tacuche como de doña Emerenciana de Tafoya y Lascuráin, junto a don Perpetuo del Rosal, a un lado de Regino Burrón. Está también Reuter Nopaltzin y, el consentido del escribiente, Juan Calzontzin.
          En fin, que una visita a este local de Madero e Isabel La Católica en el meritito Centro Histórico, seguro les arrancará más de una sonrisa.

miércoles, noviembre 28, 2007

A los pequeños saltamontes


Tengo casi diez años de dar clases. He intentado enseñar muchas cosas (al menos aquellas de las que me siento capaz de decir algo). Les he hablado de Ciencias Naturales a personas que tuvieron menos fortuna que otras y que a los 65 años estaban tratando de terminar su secundaria. Di clases en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales en la UNAM ante grupos de más de 100 estudiantes. Estuve en el Instituto Politécnico Nacional tratando de enseñar a leer y escribir a un conjunto de futuros administradores industriales. Pasé por dos o tres universidades en las que valía más "la clientela" que los seres humanos y su posibilidad de formación, por eso, ni mencionarlas.
          Actualmente trabajo en una preparatoria de la ciudad de México en la que los incentivos parecen estar en el sueldo (o eso afirman al menos las autoridades), es decir, importa lo mismo, se valora lo mismo, gana lo mismo, tanto el maestro que se esfuerza porque los muchachos que integran la comunidad de esta preparatoria busquen, encuentren y comprendan su lugar en el mundo; como los que están gozando sin rubor y con hipócrita "coraje revolucionario" de una becototota a todas luces inmerecida (y que no se justifica si tomamos en cuenta la oferta de "excelencia académica" que se proponían [triste conjugar en pasado] ofrecer estas preparatorias pagadas con nuestros impuestos).
          La otra institución en la que trabajo es la Universidad Iberoamericana, Campus Santa Fe. Y me sentí muy, muy, muy honrado (tanto que hasta la modestia se me cayó, repentina y aceleradamente) de que el pasado lunes me hayan otorgado el Reconocimiento al Desempeño Docente 2007 en el área de Historia, tanto por las calificaciones que emitieron los estudiantes de dicha universidad, como los de un jurado conformado por la propia institución para evaluar diversos aspectos, todos académicos.
          Así que se hizo una ceremonia muy bonita. Extremadamente emotiva para el que escribe. Es la primera vez, en casi diez años, que una institución reconoce el trabajo que procuro hacer anteponiendo mis conocimientos, mi interés y, sobre y ante todo, mi ética profesional. Se entregó un reconocimiento firmado por el rector, el vicerrector y el coordinador del área, y un cheque que, por lo mientras, ya solucionó el problema de jubilar, por fin, a la pobre Pancracia (mi lap top) que se queja como abuelita reumática. Además de un desplegado público, costumbre medieval, que se publicó el día de ayer en el diario Milenio y el de hoy en Reforma.
          Me siento muy bien. Disfruto mucho enseñar. Tanto como escribir. Tanto como leer. Es una lástima que a últimas fechas las tareas docentes me estén alejando cada vez más de mi vocación asumida por la escritura. He tenido ofertas para hacer otras cosas que, para quienes me lo ofrecen estoy seguro piensan que me harían más feliz. Y he dicho no. Porque tengo la convicción de que este país sólo puede mejorar en cuanto sus niveles educativos y de transformación cultural se puedan modificar. Por eso trato de enseñar en los dos extremos de nuestra realidad social.
          En la universidad, buscando que no se repita la desgracia que resultó alguien tan nefasto como Vicente Fox. Si los estudiantes de instituciones privadas son los depositarios casi naturales del poder político y económico, habrá que intentar que ese poder se ejerza con responsabilidad y conocimiento de causa. En el caso de los estudiantes de la prepa, tratar de ofrecerles un menú educativo y cultural que pueda competir con cualquier carta gourmet de cualquier institución pública o privada. En las miradas de muchos de ellos, tanto de los primeros como de los segundos, llego a advertir que, aunque sea mínimamente, algo que he dicho o leído, o alguna reflexión que hemos construido juntos, les ha desvelado una luz que permanecía apagada o apenas presentida. Porque yo también soy un pequeño saltamontes.
**aplausos**

jueves, noviembre 22, 2007

Dos de trompa y tres de tripa

Soy fan de Thomas Harris. No lo puedo evitar. Creo sinceramente que este escritor de best sellers tiene un compromiso asumido con la profundidad conceptual de sus tramas aparentemente triviales. La serie de novelas dedicadas a Hannibal Lecter (The Silence of the Lambs, Red Dragon, Hannibal) destilan un interés auténtico porque la verosimilitud sea parte del atractivo de su escritura.
          Es cierto, también, que después de la adaptación al cine de Jonathan Demme, es muy difícil no pensar en el rostro de Lecter sin tener en mente la genial interpretación de Anthony Hopkins en la segunda aparición del caníbal en la pantalla de plata (la primera fue Manhunter de Michael Mann, 1986).
          Es por lo anterior que Hannibal Rising (Peter Webber, 2007) no pasa de ser un divertimento palomero. Divertimento para estómagos fuertes, pero que a final de cuentas no tiene la tensión y profundidad que le dio Hopkins al papel. El debutante (en el papel) Gaspard Ulliel no llega a transmitir lo que de refinado, educado, imperturbable, exacto y maquiavélico hay en el Lecter de Harris y en el Lecter de Hopkins (que son dos interpretaciones de un mismo objeto).La cinta comienza regular, con esta idea de los lobos durante la guerra, pero a medida que avanzan los cuadros, lo esperpéntico e inverosímil comienza a aparecer. Que hay una tía japonesa que convierte a Lecter en un ninja-samurai, órale; que Lecter aúlla como fanático del América en derrota anunciada cuando le dibuja una bonita M (de Mischa, el nombre de su hermana sacrificada y digerida por los siempre-villanazos nazis y causa principal de su filia antropofágica) a uno de los principales ojetes (estereotipados hasta la náusea) culpables de su trauma infantil, esta bien, concedemos; pero que renuncie a tirarse a la tía buenísima (en muchos, muchos sentidos) interpretada por Gong Li, eso sí ya es el colmo de lo inverosímil.
          Está bien para olvidarse un rato de las urgencias del trabajo y las exigencias de la vida. Pero recordable, seguro que no será.

martes, noviembre 20, 2007

A huevo que hubo Fraude


No soy un lopezobradorista a ultranza; sin embargo, sí acudí a la marcha en la que se protestó por la gandallez que era el juicio del desafuero en tiempos del malhadado y descerebrado foxismo. No apoyo las actitudes mesiánicas de Andrés Manuel López Obrador; pero tengo la seguridad de que era lo menos peor que le pudo haber pasado a nuestro país si hubiese obtenido la presidencia. No creo que el papel centralizador del Estado sea una solución alquímica para todos los males que nos aquejan actualmente; pero sí creo que el Estado debe de organizar y pugnar por una sociedad en donde las normas de equidad en las oportunidades, derechos y obligaciones sean una realidad. Voté por López Obrador en las pasadas elecciones del 2006. No estoy seguro de que haya ganado. Pero tampoco puedo decir lo mismo de Felipillo.
          De lo que sí estoy seguro es de que se cometió un fraude. Y no estoy hablando del conteo de votos o de la consigna del "casilla por casilla". Lo estoy planteando en el sentido en el que aparece en cualquier diccionario o enciclopedia: "El núcleo del tipo penal de fraude consiste en el engaño. El sujeto activo del delito se hace entregar un bien patrimonial, por medio del engaño; es decir, haciendo creer la existencia de algo que en realidad no existe". Se cree que existió un proceso transparente; o al menos se intentó hacer creer tal cosa. Es decir, se entregó la soberanía de la presidencia nacional, sin estar seguros de la pertinencia de tal acción.
          Todo esto viene después de ver la controversial (por naturaleza y por público; y por obstáculos de distribución; y por su productor intolerante) película de Luis Mandoki: Fraude: México 2006, que el fin de semana (en plena Convención Nacional Democrática en el Zócalo dividido entre un Palacio Nacional que debería de rentarse ya que no cumple los objetivos ni las funciones por las que lleva ese nombre; una sede del gobierno local que ha afianzado su aparato de organización partidista; y una catedral que mira siempre para el lado que más le conviene, con uno de los personajes más nefastos de la vida pública nacional de la que se pueda tener memoria) se estrenó en un número bastante generoso de salas de cine.
          Que es una película militante: sin lugar a dudas, a pesar de lo que diga su realizador. La tesis de la cinta está presente en el mismo título. Lo atractivo resultan varios de los argumentos con los que defiende su tesis. Y los argumentos vienen más que de las ideas expuestas a lo largo, con una serie de imágenes que reflejan mucho de lo que los medios tradicionales (seguramente ni el propio documental de Mandoki) han ocultado, o no querido ver, o ni siquiera mostrar. Más allá de la documentación del proceso en donde se afectó a López Obrador, llama la atención la postura de mucha gente que está al borde de la desesperación por su particular situación socioeconómica: "Los jodidos no tenemos nada que perder"; "Si hay que estar aquí, estaremos hasta el final"; "Fox, eres una rata y un cobarde; grábalo bien, para que me escuches claro".
          La película es fuerte en términos de que revuelve nuestras más profundas fobias y filias. Se confirma lo que ya se sabe: los medios de comunicación masivos no reflejan la realidad de la sociedad en la que se desarrollan. Los medios son medrosos, cobardes, manipuladores. Tanto como los que votaron en contra del "peligro para México". Tanto como la clase media que grita consignas y se siente "auténticamente revolucionaria" mientras no les toquen la tarjeta de crédito o el cochecito. Vivimos en una sociedad de cobardía y simulación. A sabiendas y con las consecuencias a la vista.
          Contrario a lo que se ha dicho, Mandoki no es el Moore mexicano, le sobra solemnidad y le falta humor... y arrojo. Eso de "Se buscó insistentemente a Carlos Salinas, Roberto Madrazo, Ugalde...", que se los crea alguien más ingenuo. La cinta es tendenciosa, como debe de ser un documento militante. Como lo es Bowling for Columbine, como lo es An Inconvenient Truth. ¿Para qué rasgarse las vestiduras con la llamada "búsqueda de la objetividad"? No la hay. Y esa es una de las riquezas del filme. Mostrar lo que nunca harían el acartonado de Joaquín López Dóriga, la descerebrada de Adela Micha o el muppet de Javier Alatorre.
          Es una película que hay que ver. Ya sea para convivir confortablemente con el entripado de las elecciones del año pasado; ya para convencerse de que Mandoki es el nuevo Goebbels región 4 y López Obrador un Hitler tropical. Sólo una cosa: si no la ha visto, no descalifique sin conocimiento de causa.

miércoles, noviembre 14, 2007

La mejor peli mexicana de todos los tiempos


Llevaba un ratotote buscando una versión en DVD de una de las películas que ubico, sin lugar a dudas, entre las preferidas de este escribidor. La cinta en cuestión es una historia de Arthur Machen, El misterio de Islington, adaptada a la realidad mexicana de los años cincuentas por el alumno aventajado de Luis Buñuel: Luis Alcoriza; y dirigida por Rogelio A. González.

De hecho, es evidente la influencia de estos dos artistas en el resultado final. La cinta destila un inventario de situaciones en donde el anticlericalismo, las tomas de cámara surrealistas y, sobre todo, el humor negro, son elementos que enriquecen de manera magistral esta cinta.

Con diálogos directos y las actuaciones inmejorables de Arturo de Córdova y Amparo Rivelles, El esqueleto..., es uno de esos ejercicios de cinematografía de entretenimiento que termina siendo una obra que esconde más de lo que muestra. La esposa del taxidermista Pablo Morales (Arturo de Córdova), Gloria (Amparo Rivelles), se gana a pulso nuestra repulsión y coraje. Tanto, que el espectador llega a justificar el asesinato del que es víctima.

En fin, que para los interesados, lo pueden encontrar en la colección "Cinemateca" de Facets Video. Una joyita.

viernes, noviembre 09, 2007

Contra la pared


¿De verdad hay tanta gente que sepa escribir bien? Más aún, ¿hay mucha mucha gente que pueda fabular historias y mantener la tensión de esa historia lo suficiente para tener a millones de personas completamente atentas en incontables sitios del mundo? ¿Por fin se va a hacer justicia con el papel que los escritores tienen dentro de la monstruosa industria del entretenimiento audiovisual?
          Me puse a pensar, después de leer esto ayer:
Los Ángeles, 7 de noviembre. El rodaje de la exitosa serie de televisión estadunidense Esposas desesperadas será interrumpido debido a la huelga de los guionistas de Hollywood, que este miércoles cumplió su tercer día, informó el medio especializado en el espectáculo Variety. Según el sitio Internet de la publicación, el equipo de la serie, actualmente en su cuarta temporada, “grabará su último libreto disponible antes de que termine la semana”. El rodaje del martes se vio perturbado por huelguistas, añadió la misma publicación. Una media docena de series en total deberá suspender sus rodajes en los próximos días, precisó Variety. Diversos talk shows nocturnos, que dependen de guiones escritos en el día, ya dejaron de transmitirse. Los guionistas de cine y de televisión estadunidenses comenzaron el pasado lunes un paro indefinido de labores, luego del fracaso de las negociaciones sobre el reparto de las ganancias por las ventas de programas en dvd y nuevas plataformas tecnológicas. La consigna de huelga, por primera vez en cerca de 20 años, se produjo después de más de tres meses de negociaciones infructuosas.
Parece que, ahora sí, los escritores tienen en jaque a los dueños de una de las industrias más lucrativas y poderosas del planeta. Habrá que ver cómo consiguen materializar ese poder. Que no sea sólo en más dinero a sus particulares cuentas. Que puedan incidir sobre el producto final si no están de acuerdo con lo que ellos crearon. Lo que parecía imposible, ocurrió: la letra, después de mucho tiempo de sumisa observación tiene mordiendo el polvo a la poderosa imagen.

martes, noviembre 06, 2007

Lamiditas


No acostumbro hablar de música en esta bitácora, entre otras razones porque no me considero un melómano tan informado como algunos otros internautas y eternautas de estos espacios virtuales. Sin embargo, hoy no pude evitar sorprenderme con un disco que, de hecho parece que tiene ya un rato rolando y del cual yo apenas me entero, el You're Speaking My Language de la reina de los sueños húmedos de más de uno: Juliette Lewis.
           Después de verla retorcerse y jugar con el micro en Strange Days (Bigelow, 1995) al darle vida a Faith Justin, uno podría imaginarse que sobre el escenario sería una bomba visualmente hablando. Y resulta que sí, y que además de una bomba visual (¡es hermosa la condenada!) es una bomba sonora. Juliette realmente rockea a más no poder. Con una voz que se acerca mucho a la desgarrada postura de Janis Joplin (hablo de la voz), pero que tiene más de punk que de hippie, Lewis se metió realmente profundo en mis orejitas.
           Mientras realizaba mi caminata habitual, no pude dejar de sorprenderme por la calidad y la intensidad de Julliette and The Licks. Con riffs de guitarras potentísimos, baterías que obligaban a acelerar la respiración y el paso, y la voz de resaca eterna de la vocalista, me sentí altamente gratificado de haber escuchado a la otrora niña precoz de Cape Fear (Scorsese, 1991).
           La niña mala y violenta de Natural Born Killers (Stone, 1994) destila sexualidad y furia por todos lados. Aunque me resistía al pensar que no era más que otra niñita malcriada de Hollywood que pensaba ser cantante, después de escuchar la pasión que emana en este disco, no puedo más que retractarme.
           Me entero que ya hay otro disco en circulación (Four on the Floor), que me pondré a buscar inmediatamente. No lo pude evitar. Soy fan.

lunes, noviembre 05, 2007

Hueveando


He entrado en un estado de beatífica incapacidad creativa. Tengo múltiples ideas y proyectos, pero cada vez que intento ponerme a darles forma, me ataca la imposibilidad de las maneras más variadas: un montón de trabajos de preparatorianos que revisar, un libro dejado a la mitad, un programa de televisión buenísimo, una plática impostergable, una línea de bajo que hay que ensayar. En fin.
          El próximo año viene cargadito. Tengo que terminar una novela corta que he estado planeando/pensando/documentando antes de febrero; es posible que la Universidad Iberoamericana me financie para terminar, ¡por fin!, mi tesis de maestría que ya tiene cuatro años de retraso; tengo un proyecto de cuentos sobre mi terruño o donde más bien mi terruño es un buen pretexto, que no he podido aterrizar; hay un montón de chamacos desmadrosos a los que habrá de convencer por las buenas de leer a Homero, a Shakespeare y al Amadís de Gaula; hay otro montón de postpubertos universitarios a los que hay que convencer de que hablar de la historia de América Latina no es solamente quejarse de la condición de víctimas, sino tratar de entrever una explicación de lo que se es; Lazo latino siempre aparece con ideas maravillosas a las que es imposible negarse; es muy probable que me cambie de casa este fin de año.
          Total que la incapacidad creativa no es más que una forma elegante de nombrar a la hueva que de manera consciente estoy disfrutando antes de no tener tiempo ni para pensar en por qué no tengo tiempo. Quería participar en el Primer Premio Internacional de ensayo histórico sobre las revoluciones de independencia en Hispanoamérica de 1810, que convocó La Jornada, pero ya preveo la imposibilidad de llevar a buen puerto tal intención. Mientras, me consuelo con un café, un tamalito oaxaqueño que mi madre tuvo a bien cocinar en este pasado Día de Muertos, y Doctor House hasta aprenderse los diálogos. (Bostezo)

jueves, octubre 25, 2007

Este taller sí me gusta, matarile rile ró


[De izquierda a derecha: Glafira Rocha (leyendo), Gabriel Vázquez (escuchando),
Joel Flores (callando), Yo (?), Carlos Dzul (siguiendo la lectura), Alfredo Carrasco (atento),
David Ojeda (de espaldas).]

Los últimos días de septiembre fueron los postreros instantes en que el grupo de becarios de cuento del programa de Jóvenes Creadores del FONCA, seleccionado por David Ojeda, compartió el mismo espacio y el mismo espíritu.

          Hasta San Luis Potosí llegamos nuevamente, después de que el primer encuentro en enero se llevara en la misma ciudad; un San Luis que nos recibió con un clima variado que contrastó con el del primer encuentro en donde el frío se sintió en serio.

          Siempre he sido escéptico de los talleres literarios. Las experiencias previas con este tipo de mecanismos habían sido catastróficos. Esta experiencia, sin embargo, fue todo lo contrario a lo que había sido. Atrás quedaron las señoras en segunda juventud que escriben relatos cursis o poemas malísimos. Atrás quedaron también los pretenciosos que creían que imitando el estilo de Easton Ellis o Coupland o Welsh o cualquiera de los novísimos talentos de los cada vez más lejanos ochentas-noventas, podían asegurarse una trascendencia ajena. Más lejos quedaron todavía las nenas que acompañaban al novio-escritor-atormentado, tan sólo para verlo con cara de arrobamiento las dos horas o tres horas que duraban los talleres, aunque el circunspecto no estuviese diciendo más que estupideces. En la mala memoria quedaron también los aires de gran profeta de más de un director de taller; la crítica inclemente, devastadora y consciente (y culeramente) destructiva; la ansiedad posadolescente del ligue del personal altamente impresionable (sin distinción de sexo, e inclusive de preferencia); los prometedores del grial de la publicación en editoriales de oscura reputación (y más oscuros intereses); los profesores con la mayor de las disposiciones, pero con precaria o nula preparación.

[De 1zquierda a derecha: Joel Flores (pedo), Yo (extraviado),
Carlos Dzul (intoxicado), Alfredo (con cuba campechana),
Gabriel (con postura asumida)]

Las reuniones de la generación 2007 de cuento fueron otra cosa. El tutor, a pesar de lo que presagiaba la fotografía de guardas de su más reciente novela, La santa de San Luis, es un gran tipo. Y la descripción anterior encierra un montón de calificativos: un creador tolerante, que sabe dirigir a un grupo con potencial talento de destrucción ajena y propia, que encontró en cada uno de los integrantes del grupo alguna característica que, según sus propias palabras, fueron potenciadas en las reuniones consecuentes.

          Pues bien, que en los últimos días de esas reuniones se comentaron los proyectos que estaban concluidos o a punto de concluir. Los libros que los becarios habían presentado para justificar el aporte económico que el Estado hizo en ellos (nosotros) y que, en la mayoría de los casos, llegó a muy buen puerto. Me gustaría hacer acá una reflexión (corta, subjetiva y, seguramente, incompleta) de lo que fueron sus trabajos.

          Glafira Rocha, ciudadana culichi encarnada en el DF, presentó su Me veo verme; un libro en el que la introspección y la búsqueda del otro redunda, necesariamente, en la búsqueda del yo. Con una escritura disciplinada, retadora y que privilegia el lenguaje sobre la historia, los cuentos de Glafira encontrará un destino favorable en los lectores que buscan un texto que rete su capacidad de entenderse a sí mismos y al mundo que los rodea. Ese “otro” que muchas veces no es más que el reflejo de uno mismo.

          Gabriel Vázquez, chilango avecindado en Chetumal, es un escritor que ha sabido trabajar con sus manías de escritura, como el exceso de comas y el ritmo vertiginoso que le imprimía a sus textos la casi ausencia de puntos. Ha trabajado de manera constante en resarcir su escritura, lo que comienza a configurarle ese estilo de escritor-periodista que construye un tono que Gabriel sabe manejar a la perfección. Es un cazador de historias, un tipo que sabe ver más allá de lo que los demás alcanzamos, algunas veces, a presentir o sospechar. Su Recuerdo de Cancún es un libro de denuncia (si cabe el término), pero también de reflexión acerca de una cuestión que ha ido perdiendo importancia en las poéticas de los literatos latinoamericanos actuales, el extravío de la humanidad y de los sentimientos, carencias y defectos que nos califican como humanos.

          Carlos Dzul, tabasqueño explorador de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, es un escritor en ciernes al que el humor ácido y muchas veces descarnado le ayudarán enormemente en un campo cultural caracterizado por la solemnidad y el azote. Sus Ángeles desempleados deambulan un tanto extraviados pero conscientes de no saber cuál es su destino o dirección, sin que se mortifiquen por ello. Son, en todo caso, personajes amorales que tendrán que crecer en los mismos términos que la facilidad de Carlos para construir ambientes opresivos y descritos en un par de líneas. Su visión cínica del mundo es un gran acierto en su escritura, en donde puede reconocerse ese nihilismo tan característico de la llamada generación X, a la que, ironía profunda, Carlos no pertenece, pues se encuentra en la primera mitad de sus veintes. El tabasqueño explora de manera contundente un universo de personajes que ahí han estado siempre, pero que se atreven a hablar en términos francos, tanto como para sospechar los mecanismos de los chicharitos que les giran en la cabecita.

          Joel Flores, zacatecano ciudadano del mundo, es un obsesionado de los mundos fantásticos que la literatura puede tejer en un mundo en el que toda posibilidad es ya real. Su Simulador dio un salto en las intenciones iniciales (paráfrasis de la obra de Amparo Dávila), para convertirse en un viaje psicodélico por historias que desnudan tanto la violencia como la locura, el sueño como la pesadilla, lo real de lo imaginado, lo que ocurre de lo que nos gustaría que hubiese ocurrido. Alucinante (en términos de dejarte viendo luces), el libro de Joel es uno de los más interesantes en todo el conjunto de trabajos leídos y comentados. El trabajo constante en la historia y una cierta tendencia a lo teratológico, esperpéntico y extraño, dibujan en la obra de Joel a un escritor que habla de la realidad desde una atalaya privilegiada: la de la imaginación desbordada.

          Finalmente, Alfredo Carrasco, sateluco orgulloso de su periferia metropolitana, ofrece una de las obras más complejas, en términos de tono y diversidad de voces, de las que presentó este grupo. Su Antología de la literatura posmedieval, plantea un reto que a más de uno causaría conmoción; elaborar una antología en la cual se reflejara el estilo y la voz de escritores de distinta nacionalidad e intereses. La creación de biografías ficticias y obras inexistentes, planteó a Alfredo el reto de pensar en varios registros. Fue así como aparecieron funcionarios de la añeja Unión Soviética en privilegiados viajes de descanso, niños españoles de la era posfranquista infectados de bacterias acuosas, vampiros de filiación inglesa o centroeuropea que hablan en segunda persona, voces de niños africanos que plantean el sinsentido de las guerras civiles, ejecutivos japoneses obsesionados con el manga y la masturbación, y un largo etcétera.

          Me felicito de haberlos leído a todos y cada uno de ellos. Me congratulo de haber compartido doce días de mi vida (una vida que cada vez comienza a dibujarse con trazos menos difusos que los de años anteriores).

          A todos, que Dios (cualquiera) los sostenga en la palma de su mano.

Felisberto Hernández y el cuento

"Obligado o traicionado por mí mismo a decir cómo hago mis cuentos, recurriré a explicaciones exteriores a ellos.

No son completamente naturales, en el sentido de no intervenir la conciencia. Eso me sería antipático. No son dominados por una teoría de la conciencia. Eso me sería extremadamente antipático. Preferiría decir que esa intervención es misteriosa. Mis cuentos no tienen estructuras lógicas. A pesar de la vigilancia constante y rigurosa de la conciencia, esta también me es desconocida. En un momento dado pienso que en un rincón de mí nacerá una planta. La empiezo a acechar creyendo que en ese rincón se ha producido algo raro, pero que podría tener porvenir artístico. Sería feliz si esta idea no fracasara del todo. Sin embargo, debo esperar un tiempo ignorado: no sé cómo hacer germinar la planta, ni cómo favorecer, ni cuidar su crecimiento; sólo presiento o deseo que tenga hojas de poesía; o algo que se transforme en poesía si la miran ciertos ojos. Debo cuidar que no ocupe mucho espacio, que no pretenda ser bella o intensa, sino que sea la planta que ella misma esté destinada a ser, y ayudarla a que lo sea. Al mismo tiempo ella crecerá de acuerdo a un contemplador al que no hará mucho caso si él quiere sugerirle demasiadas intenciones o grandezas. Si es una planta dueña de sí misma tendrá una poesía natural, desconocida por ella misma. Ella debe ser como una persona que vivirá no sabe cuánto, con necesidades propias, con un orgullo discreto, un poco torpe y que parezca improvisado. Ella misma no conocerá sus leyes, aunque profundamente las tenga y la conciencia no las alcance. No sabrá el grado y la manera en que la conciencia intervendrá, pero en última instancia impondrá su voluntad. Y enseñará a la conciencia a ser desinteresada.

Lo más seguro de todo es que yo no sé cómo hago mis cuentos, porque cada uno de ellos tiene su vida extraña y propia. Pero también sé que viven peleando con la conciencia para evitar los extranjeros que ella les recomienda."

*Felisberto Hernández (escritor uruguayo, 1902-1964) es considerado uno de los principales exponentes de la literatura fantástica en idioma español. Especialista en el ámbito de la narrativa breve, sus obras han sido traducidas a múltiples idiomas. Entre sus obras se destacan Nadie encendía las lámparas (1947), La casa inundada (1960) y la novela corta Las hortensias (1949). Fue, también, un pianista notable.

lunes, octubre 22, 2007

El eternauta, otra vez

Conseguí un nuevo ejemplar de El eternauta de Héctor Germán Oesterheld en la Feria del Libro del Zócalo de la Ciudad de México; feria en la que uno puede encontrar los libros más raros y buenísimas sorpresas. Una de ellas fue ver, por ejemplo, mi propio libro en un estante listo para ser vendido. No pregunté cuánto costaba, por puritito rubor, pero ahí estaba.

Pues total que la historia de Oesterheld no queda a deber nada de lo que promete. De hecho, es una agradable sorpresa encontrarse con un cómic que disfraza cuestiones dolorosas para la nación argentina, de una manera tal que no parece ocultar nada. Oesterheld, como mencioné en algún otro post, murió capturado y desaparecido por la sangrienta dictadura de la Junta Militar, junto con sus cuatro hijas.

La biografía de Oesterheld no puede disociarse de su acción literaria. Conseguí también de él y de Durañona, una antología de sus historietas publicadas en El Descamisado, que lleva el más que literal título de Latinoamérica y el imperislismo. 450 años de guerra. Un texto en el que queda un testimonio inmejorablemente retratado de lo que ha sido la represión y la resistencia en nuestro continente. Me imagino que muchas, muchas personas aprendieron más de historia con materiales de este tipo, que con las lecciones de la Secretaría de Educación Pública. Los textos son apasionados, como todo militante debería de escribir. Se nota una pasión que solamente podemos ver en esas almas que están dispuestas a morir por defender lo que creen. Tal como le pasó a Oesterheld.

martes, octubre 09, 2007

El gran significante


Nunca entendí la fascinación por el Ché. A pesar de sentir América Latina como una realidad desde la que me gusta definirme por convicción. Estudiar Estudios Latinoamericanos y ver con desconfianza a la imagen más grande del santoral, era como una contradicción con la que se tenía que cargar en silencio. Era casi una obligación ser cheístas, en un grupo de personas que vivían (viven) entre la resaca de la Revolución Cubana y la imposibilidad del acceso al poder por medios revolucionarios (auténticamente revolucionarios, dirían unos).
          Si algo hay que admirarle al Ché es la coherencia, lo contestatario, lo radical. Radicalismo que rayaba, dentro de la lucha armada y no pocas veces, en el fascismo casi unipersonal. Si bien el sueño de Guevara, junto a las apreciaciones de gente como Regis Debray y otros, podía resultar una continuidad de los sueños de gente como Bolívar o como Sandino, parecía que los métodos estaban condenados al fracaso. "Primero Cuba, tu sueño. Y después América Latina, el mío", dicen que le decía a Fidel Castro.
          La imagen del Ché se ha vuelto problemática en un tiempo en el que la violencia, tenga el origen que tenga y sea la causa que persiga, no pasa de ser calificada como "terrorismo". Es claro que esas barbas no le ayudarían nada en esta época.
          Y sin embargo, uno no puede dejar de sentirse avasallado ante la imagen y la vocación de este guerrillero. Uno no puede sino aplaudir el discurso que da en las Naciones Unidas condenando, sí, al imperialismo norteamericano; pero condenando, también, al imperialismo soviético. La figura del Ché era lo suficientemente fuerte como para que en el momento en el que quiso abandonar la revolución cubana (o eso en lo que se estaba convirtiendo la revolución cubana), Fidel no lo acusara de traidor o lo mandara a encarcelar (como a Huber Matos, como a Reinaldo Arenas, como a Padilla).
          Tal vez lo que me moleste no sea, a fin de cuentas, la vida y vocación del Ché. Tal vez lo que me molesta en demasía es la completa falta de autocrítica y reflexión de sus panegiristas más salvajes. Aquellos que toman auditorios y enarbolan banderas rojas con negro. Tal vez lo que me caga hasta el fondo del alma es ver la comercialización (que viene también de esos panegiristas) de una figura que se suponía al margen de toda comercialización.
          Cuando uno ve la fotografía de Korda no puede sino presagiar la imagen de un hombre que ve a otro, en la reproducción pop de la imagen ha sido deshechada la figura oscura de perfil de alguien que podría ser un soldado, o un campesino, o un disidente. La mirada de Guevara es profunda, interrogante, como si no comprendiera hacia qué lado voltear; de un lado la profusión adivinada de unas palmeras, la naturaleza, el campo de batalla; del otro, el perfil eternizado de pasar a la historia como eso, como un perfil.
          En apariencia, el Ché escogió las palmeras, pero, por una situación que tiene que ver directamente con la bolsa de valores revolucionarios, el Ché terminó siendo una imagen. Un santo. Con vocación crística incluida. Podemos verlo en playeras, banderas, pulseras, llaveros, calzones, el brazo obeso de Maradona, las camisetas ajustadas de Christina Aguilera. Se perdió el referente y ni qué decir del significado. De todo eso, sólo quedó la imagen del Ché. El gran significante de lo revolucionario. La imagen que presagia el vacío en que se han convertido los ideales y el atrevimiento de ser, auténticamente, revolucionario.

lunes, octubre 08, 2007

Adentro del paréntesis


¿Por qué la amargura puede ser una cosa tan poderosa y que llama la atención lo suficiente como para desternillarse de la risa? ¿Por qué le puede doler a uno el costado cuando te enteras que una persona con la que te identificas repentina y apasionadamente necesitaba un transplante de hígado? ¿Por qué las personas se mueren? ¿Por qué algunas personas buenas se mueren?
          Terminé de leer Entre paréntesis, un libro de ensayos, crónicas, reseñas y, en general, un plan de lectura que se antoja seguir de manera puntual. Lo escribe Roberto Bolaño, pero eso ya se sabe. En esas páginas, Bolaño se permite ser aleccionador, crítico, cínico, brillante, pendenciero, sincero, en suma, se permite ser humano. Esa adicción por las opiniones de los demás no me había nacido de manera tan auténtica después de haber leído las recopilaciones periodísticas de Jorge Ibargüengoitia, y sin embargo, la voz de Bolaño surge más poderosa, más contemporánea, más auténticamente amarga.
          Pero se adivina feliz. Entre las líneas de los paréntesis se puede avistar una felicidad que no muchos escritores pueden presumir. Una rfelicidad que viene (vino) de sus hijos, de su esposa, de sus lectores, pero sobre todo de sus amigos. Los amigos de la vida, los amigos de la literatura y los amigos dentro de los libros.
          Leer Entre paréntesis nos empuja a un abismo que Bolaño siempre reclamó de los que se dedicaban de una u otra manera a la literatura. Él es el ejemplo más diáfano de lo que quiere decir cuando dice "abismo"; él que lo vivió, que lo hizo crónica, que lo convirtió en un motivo más para burlarse de los que no podían entender, de los que no querían entender. Por ahí andan también las pláticas, peleas e intercambios con gente a la que quería mucho como Rodrigo Fresán, Carmen Boullosa, el editor Herralde, Javier Cercas, A. G. Porta o Juan Villoro. Sin ser un libro de memorias, deja la sensación de que al terminar de leerlo uno se encuentra más cerca de lo que Bolaño quería decir, o ser, o no decir, o no ser. Uno se siente adentro del paréntesis.

jueves, octubre 04, 2007

Un knock-out de Cortázar


Los cuentistas inexpertos suelen caer en la ilusión de imaginar que les bastará escribir lisa y llanamente un tema que los ha conmovido, para conmover a su turno a los lectores. Incurren en la ingenuidad de aquél que encuentra bellísimo a su hijo, y da por supuesto que los demás lo ven igualmente bello. Con el tiempo, con los fracasos, el cuentista capaz de superar esa primera etapa ingenua, aprende que en literatura no bastan las buenas intenciones. Descubre que para volver a crear en el lector esa conmoción que lo llevó a él a escribir el cuento, es necesario un oficio de escritor, y que ese oficio consiste, entre otras cosas, en lograr ese clima propio de todo gran cuento, que obliga a seguir leyendo, que atrapa la atención, que aísla al lector de todo lo que lo rodea para después, terminado el cuento, volver a conectarlo con su circunstancia de una manera nueva, enriquecida, más honda o más hermosa. Y la única forma en que puede conseguirse ese secuestro momentáneo del lector es mediante un estilo basado en la intensidad y en la tensión, un estilo en el que los elementos formales y expresivos se ajusten, sin la menor concesión, a la índole del tema, le den su forma visual y auditiva más penetrante y original, lo vuelvan único, inolvidable, lo fijen para siempre en su tiempo y en su ambiente y en su sentido más primordial.

Pienso que el tema comporta necesariamente su forma. Aunque a mí no me gusta hablar de temas; prefiero hablar de bloques. Repentinamente hay un conjunto, un punto de partida. Hice muchos de mis cuentos sin saber cómo iban a terminar, de la misma manera que no sabía lo que había en la popa del barco de Los premios, y eso vale para todo lo que he escrito.

Es lo que me interesa más: guardar esa especie de inocencia -una inocencia muy poco inocente, si usted quiere, porque finalmente soy un veterano de la escritura- como actitud fundamental frente a lo que va a ser escrito.

No sé si usted ha hecho la experiencia, pero hay escritores que proyectan escribir un libro y se lo cuentan a usted en detalle, en un café, todo está listo, todo planteado: cuando lo escriben, generalmente es un mal libro.

jueves, septiembre 20, 2007

La locura de la inteligencia


Mañana se cumplen 104 años del natalicio de uno de los hombres renacentistas que este país ha dado al mundo. Jorge Cuesta nació un 21 de septiembre de 1903. Hombre completamente obsesionado por el conocimiento, llevó cada una de las tareas que emprendió con una rigurosidad y una disciplina tal, que al final de su corta vida, hizo casi imposible encontrar a escritores o científicos que pudieran presumir de su rigurosidad.
          Su vida artística y académica es de sobra conocida. Funda la revista Contemporáneos, que se volvió un parteaguas de la vida cultural en una época transminada por completo por el espíritu de las vanguardias. Su locura, sin embargo, también es memorable. Tal vez tiene su inicio en ese golpe que se da de niño contra la esquina de una mesa, después que su nana lo suelta. Esa fue la causa de que la infancia de Cuesta transcurriera entre el llanto y el constante lagrimeo. Probablemente es la razón por la que decidió ser poeta.
          Hoy en día, la tarea de Cuesta es recordada como ejemplar. Y ejemplar en muchos sentidos. Jorge Volpi, una de las cabezas más visibles del llamado movimiento crack, es uno de sus principales admiradores. Tanto así que la primera novela publicada de este escritor, A pesar del oscuro silencio, es un homenaje a este poeta. Tanto más como que presenta al crack como al "grupo sin grupo", exactamente igual que lo hacían los Contemporáneos. A pesar de los puestos de poder que ocupan hoy en la estructura cultural mexicana.
          Algunas de sus acciones suenan hoy bastante curiosas. Como el hecho de que siendo investigador en una empresa de azúcares y alcoholes, trabajara con enzimas con las que trabajaba sobre su propio cuerpo. Una de las enzimas que más prometía era una que, según algunas fuentes, podía neutralizar el efecto alcohólico de los licores ingeridos. O, siendo consciente de su homosexualidad, haberse casado con Lupe Marín, quien había sido también pareja de Diego Rivera.
          Suena de locura, como de locura fue su muerte en la que no lograba discernir la realidad de lo ficticio. Como buen poeta trágico. Volpi hace una buena reconstrucción de la muerte y emasculación de Cuesta en su lecho de muerte. Eso que eufemísticamente llaman "suicidio". Más bien era la imposibilidad de vivir más tiempo atendiendo al propio genio. O como decía Octavio Paz: "En Cuesta, hasta la locura es inteligencia..."

Acá fragmentos de su obra.

viernes, septiembre 14, 2007

Otra vida


Buscando información sobre los tratados comerciales dentro de América Latina, me encuentro, de manera sorpresiva y completamente inesperada, con mi nombre. Pero lo sorprendente es lo que hay adelante de mi nombre. Resulta que soy presidente de la Helm Trust. Todo ello en el XV Latin American Trust Congress.
Lo anterior me pone a pensar en la posibilidad de que ser un profesor demediado en un sistema educativo de fatiga laboral garantizada, en realidad es la pesadilla de un presidente de organismo internacional, en este caso una financiera, que tomó demasiado champagne, ostiones y cocaína la noche anterior. Igual estoy a punto de despertar.

  • 31Juan D. Correa Vicepresidente Comercial Fiducolombia Colombia
  • 32Carlos Chaves Administrator Vice-president Fiducor S.A. Colombia
  • 33Luis E. Arbelaez Gerente General Fiduoccidente S.A. Colombia
  • 34Edgar A. Mora Presidente Helm Trust Colombia
  • 35Alberto Carrizosa Director IC Inversiones Colombia
  • 36Enrique Carrizosa Director IC Inversiones Colombia
  • 37Jorge Pinzon S. Superintendente Superintendencia Bancaria Colombia Colomb

martes, septiembre 11, 2007

11 de septiembre



E SEPTIEMBRE

11 DE SEPTIEMBRE

De las antiguas cordilleras salieron los verdugos,
como huesos, como espinas americanas en el hirsuto lomo
de una genealogía de catástrofes: establecidos fueron,
conquistados en la miseria de nuestras poblaciones.
Cada día la sangre manchó sus alamares.
Desde las cordilleras como bestias huesudas
Fueron procreados por nuestra arcilla negra.
Aquéllos fueron los saurios tigres, los dinastas glaciales,
recién salidos de nuestras cavernas y nuestras derrotas.
Así desenterraron los maxilares de Gómez
bajo las carreteras manchadas por cincuenta años de nuestra sangre.

La bestia oscurecía las tierras con sus costillas
cuando después de las ejecuciones se torcía el bigote
junto al Embajador Norteamericano que le servía el té.

Los monstruos envilecieron, pero no fueron viles.
Ahora
en el rincón que la luz reservó a la pureza,
en la nevada patria blanca de Auracanía,
un traidor sonríe sobre un trono vacío.

Esto es lo que Pablo Neruda escribía para ilustrar la llegada de Gabriel González Videla al poder de Chile, uno de los tantos dictadores que ese país generoso en resistencia ha tenido. González Videla sería importantísimo en la vida de Neruda. Será el que, por ejemplo, lo obligue a exiliarse en 1948. Jaime Torres Bodet lo recibiría en México. País desde el cual comenzaría su peregrinar por varios países del mundo. Neruda habrá presagiado el terror que Chile viviría durante la presidencia de González Videla. El Partido Comunista, el mismo que lo había llevado al poder, terminaba siendo proscrito de la vida democrática de Chile.
        También será testigo de la única vez durante los años terribles de la Guerra Fría en que un partido proveniente de la izquierda, esa izquierda que los radicales insistían en llamar “reformista” en oposición a la “revolucionaria”, llegaba al poder. Porque en 1970, Pablo Neruda era nombrado candidato a la presidencia de Chile; Neruda renunció al honor y declinó a favor de su amigo Salvador Allende. Y Allende, con el apoyo de la Unión Popular, logró ganar la presidencia de su país.
        Una presidencia en la cual el apego de las clases populares se hacía cada vez más patente. Las diferencias se veían desde la campaña en la que enfrentaba a Jorge Alesandri, mientras éste lanzaba propaganda política en la que afirmaba que “Con Alessandri los niños pobres tendrán zapatos”; algún simpatizante de la Unión Popular garabateaba debajo de la propaganda: “Con Allende no habrá niños pobres”.
        La presidencia de Allende comenzó a ser saboteada por la derecha de su país y por los Estados Unidos de manera sistemática. Los apoyos se vieron cortados y la oligarquía chilena comenzó a manejar una estrategia de ataque frontal a la política nacionalista del presidente Allende. En términos económicos, ni siquiera la ayuda de Fidel Castro y el pueblo cubano fue cosa suficiente en una época en donde la idea sola de socialismo o comunismo ponía los pelos de punta al Imperio. Como hoy supuestamente se los pone el terrorismo. Los nombres han cambiado, pero no las estrategias.
        Justo después de las elecciones en ese 1970, la CIA invierte diez millones de dólares para hacer caer a Allende antes de la toma de posesión. Le ofrecen hacerlo al general René Schnider, jefe del ejército. El general se niega en un acto de patriotismo y es abatido a balazos en una emboscada. Allende queda desprotegido frente a un ejército que se pone a la venta al mejor postor. El Banco Mundial suspende los préstamos, los bancos privados hacen lo mismo, el precio del cobre se desploma, comienza la escasez impulsada por los dueños de los camiones y los comercios. Allende se tambalea.
        El 11 de septiembre de 1973, finalmente y después de tres agotadores y difíciles años, la presidencia de Allende llegaba a su fin. El ejército daba el golpe tan esperado por la burguesía. Los aviones con los que se bombardea la Casa de la Moneda son aviones norteamericanos piloteados por soldados chilenos. Allende está perdido pero renuncia a entregarse. Le encanta la vida. Pero también ha dicho que vale la pena morir por todo aquello sin lo cual no vale la pena vivir. Por la radio manda sus últimas palabras. Las ondas radioeléctricas llevan el mensaje hasta los últimos rincones del país.

Yo no voy a renunciar. Colocado en un trance histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza. Podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos...
Trabajadores de mi patria: Tengo fe en Chile y en su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile, viva el pueblo, vivan los trabajadores! Estas son mis últimas palabras. Tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano.

Ocupa el poder político en Chile una Junta Militar de cuatro generales entrenados en la Escuela de las Américas de Panamá, la escuela del terror militar que los norteamericanos han inoculado, como mortífero virus, en el corazón mismo que Bolívar soñó alguna vez como posibilidad de capital de toda la América Latina unida. Al frente de todos ellos está Augusto Pinochet. El mismo que ordena la destrucción total de la casa de Neruda. La casa del poeta que, atacado mortalmente por el cáncer, agoniza en su casa. Doce días exactos después del golpe de Estado, Neruda muere en su casa. De su casa destruida parte hacia el cementerio su cortejo. Parecen oírse todavía los versos que concibió para ilustrar, en su Canto general, el año fatídico de 1949, pero que servían igual para ese 1973.

Así ha sido. La traición fue gobierno en Chile.
Un traidor ha dejado su nombre en nuestra historia.
Judas enarbolando dientes de calavera
vendió a mi hermano,
dio veneno a mi patria,
[...] demolió nuestra estrella,
escupió los colores de una bandera pura.

Después, la ignominia. El baño de sangre. El Plan Cóndor. Pero la historia no termina ahí. La historia de Neruda y Allende vuelve a tejerse en la historia de sus verdugos. González Videla se incorporará, como vicepresidente, al Consejo de Estado, un órgano consultivo creado por Augusto Pinochet, en 1976.
        El 11 de septiembre no sería una fecha más. Para los latinoamericanos, fue el día de la traición. El día en que la posibilidad de la esperanza quedó completamente anulada. La salida de Pinochet, casi dos décadas después, no dejó un mejor país; dejó sólo la resaca de una pesadilla colectiva.

miércoles, septiembre 05, 2007

Conocer a Ricoeur

Dedicado a los primeros morrales de mezclilla de Gandhi.

Tomar un poco del mejor Irvine Welsh, el de Acid House y Trainspotting; aderezar con el Bukowski de La senda del perdedor; insinuar algunas de las reflexiones de Douglas Coupland acerca de la sociedad contemporánea (ésa de Generation X y Planeta Shampoo); quitarle a Bret Easton Ellis la obsesión por el asesinato serial y dejarle la ironía filosa y depiadada de Glamourama. Esta mezcla se acerca peligrosamente a lo que Giuseppe Culicchia nos entrega en su primera novela, Todos al suelo (Barcelona, Thassàlia, 1997).
          A lo largo de las páginas de esta historia, podemos acompañar a Walter por la larga vereda mediterránea del desempleo y el nihilismo característico de principios del siglo XXI. La obra no está exenta de humor. De hecho éste es uno de sus principales motores. El personaje, a través de una persona diáfana, con esa voz que hace difícil disociar la foto del autor del relato que observamos, deambula por las calles de Turín en espera de que algo ocurra. Nunca sabe a ciencia cierta qué es lo que espera, pero en esa espera perpetua es donde nos damos cuenta de que Walter es un ser común y corriente. En eso radica su singularidad. En eso recae su interés. En que piensa como pensamos la mayoría de los mortales. En que le aflijen las mismas cosas que a los jóvenes que a los veinticinco no saben qué quieren ser. Ni quién son. Ésos que piensan que su futuro está en las letras y van y le dejan su libro de relatos al escritor famoso que conocieron en una feria de libro. Y el escritor famoso nunca llama. Y la oportunidad nunca llega. Y el destino nos ha traicionado nuevamente.
          Walter deambula sin problemas por los más disímiles lugares, buscando simplemente no realizar el servicio militar. Así es como se enrola en una ONG q ue se dedica a darle asilo, sustento y prestaciones a un grupo de gitanos que, desde la prosa de Culicchia no aparecen más que como carne de cañón de políticos oportunistas que tratan de explotar las desgracias de todos los demás. El protagonista se matricula en la universidad, estudia, lee, pero nunca consigue pasar un examen. En esta parte, Walter ironiza sobre las formas arcaicas y francamente estúpidas que la institución académica establece para determinar el aprendizaje de determinados conocimientos. ¿Conoces a Ricoeur?, le pregunta uno de los personajes más castrosos del texto y él contesta “Mmmm... Pues no, la verdad”. Para el autor, la academia no es más que una simulación gigantesca en la que triunfa el que tiene más talento para robarse ideas ajenas, ideas de verdaderos pensadores.
          Así, Walter termina laborando como recepcionista de eventos culturales, en donde su misión es entregar bolsitas conmemorativas del evento llenas de souvenirs. En esta parte, Walter hace una crítica hacia el blof de lo cultural, en el sentido de alta cultura, que el stablishment ha determinado para poder pertenecer a ese grupo. Un jodido maletín de plástico lleno de folletos se convierte, en una feria de libro, en un distintivo de importancia y en un símbolo de que se está ante alguien culto. Como las primeras bolsas de las librerías Gandhi. Que exhalaban un halo de santidad intelectual que hoy, hay que decirlo, han perdido por completo.
          Pues total que, destino de aspirante a escritor, Walter termina trabajando subexplotado por una excéntrica vendedora de libros. La tienda da servicio a domicilio para burgueses-burgueses. Y Walter se encarga de que los volúmenes lleguen a buen destino. Es entonces que la reflexión amarga que hace al final resume de manera brillante todo lo que ha antrecedido en la narración: “Hubiera deseado estar en cualquier sitio menos allí. Al final, yo también me había convertido en un dependiente. Desde mi jaula miraba hacia afuera, pero ya no había nada que ver”.
          Todos al suelo obtuvo el Premio Grizane Cavour en 1995 y el Montblanc en 1993.

Extracto que hará la delicia de más de dos:
“-- Yo también estoy en primero –dijo, bajando unos cuantos peldaños para sentarse a mi lado. Me tendió la mano-. Me llamo Alessandro. Alessandro Castracán.
          --Mucho gusto. -Le estreché la extremidad-. Yo soy Walter.
          --Yo soy. Palabras muy gordas. No te creas que es tan fácil. ¿Te consideras Walter en un sentido cartesiano o heideggeriano?
          El aula se volvió más oscura. Escondí el bocata de gorgonzola debajo de la banca.
          --Bueno mira, mi nombre es Walter. Eso es todo.
          --Naturalmente. Pero tú eres Walter en el sentido de estar, Dasein, y, puesto que te encuentras tirado en el mundo en cuanto hombre, te planteas la pregunta sobre el ser, ¿no es así?
          Asentí levemente con la cabeza. Mi tripa se quejaba ruidosamente, casi gruñía.
          --Menos mal. Temía que te refirieras al hecho de ser Walter desde un punto de vista cartesiano o, peor todavía, heideggeriano, ¿entiendes?
          --Oh, no.
          ¿Por qué me tenía que haber pasado precisamente a mí? La cita humana.
          --No soporto a Hegel –me dijo, haciendo rechinar los dientes. Una luz homicida brillaba en sus ojos. Observé en la oscuridad que tenía un inquietante parecido con Bela Lugosi--. Hegel es el principio de todos los males de nuestro siglo. Todas las dictaduras son hijas de Hegel. Se tendría que prohibir terminantemente su estudio, organizar hogueras y quemar todos los ejemplares de sus textos protonazicomunistas.
          En ese momento mi estómago soltó un gruñido sin el menor recato".

jueves, agosto 30, 2007

La nobleza

Tiendo a pensar, pesimista histérico como soy, que la nobleza es uno de los valores que nuestra sociedad ha echado por la borda lenta pero consistentemente. Despotrico, apenas tengo oportunidad, en contra de la humanidad entera. Me gusta leer lo que escribe Cioran, p. e., y eso es seña de que la confianza en mis semejantes tiene una cotización muy baja.
          Pero hay algo que repentinamente me saca de esas cavilaciones catastróficas. Porque tuve la fortuna de tener a mi lado a una de las personas más nobles de las que se pueda tener noticia en este mundo que, Santos discépolo dixit, fue y será una porquería.
          Mi padre es un tipo noble. Con esa nobleza de la cual los insensatos (y ojetes) abusan. Cada vez que pienso en lo desprendido de su naturaleza, me llega una culpa que no se me quita durante un ratototote. Él renunció al estudio, no porque no tuviera condiciones (que las tenía y la edición facsimilar del Quijote, que todavía atesora y que le regaló uno de sus primeros maestros, leída a los ocho años puede atestiguarlo); renunció porque alguien tenía que hacerse cargo del rancho y de los siete hermanos que algunos y apenas podían mantenerse en pie por propia voluntad. Al abuelo le pasaba lo mismo, pero a causa de su alcoholismo incurable, lo que hizo que todo mundo (empezando por su familia) lo abandonara. Todos, menos mi padre, que cada semana lo iba a ver a la casa en la que deambulaba completamente borracho y sin más deseo que por más alcohol.
          Mi padre mantuvo a sus hermanos, les construyó una casa, les financió, en parte o de manera total, sus carreras (porque ahora casi todos son funcionarios o profesores, pero que nadie les menciones esto). Hoy lo ven como el que pudo haber sido más. Y él no hace más que sonreir. Porque su nobleza no le permite comenzar a hacer memoria y reprochar lo que nunca quiso reprochar, lo que dio de corazón.
          Con el dinero que sacaba de administrar sus tierras y trabajar de sol a sol (expresión cliché que si conocieran a mi padre verían que no lo es tanto), mi padre pudo darnos carreras universitarias a los cuatro hermanos que formamos su descendencia. Uno le salió periodista que se cree escritor pero que vive de dar clases y opiniones olvidables en la tele; otro estudió pedagogía y trabaja sólo porque hay que trabajar; una más está apunto de certificarse como Ingeniera en Administración Agropecuaria; y el último anda haciendo sus pininos en los campos del Diseño Gráfico.
          Hasta hoy me pregunto cómo le hizo. Con trabajo, con fe y con buena voluntad. Pero sobre todo con nobleza.
          Todo esto me vino a la cabeza en días pasados. Me preguntaba por qué, a pesar de tener la oportunidad de levantarme tarde por las mañanas, despierto diario a las cinco y media de la mañana, y raras veces vuelvo a conciliar el sueño. Poniéndome a reflexionar, recuerdo que esa hora era cuando mi padre salía a trabajar. Prendía la luz con cuidado para no despertarnos y a murmullos y besos apagados se despedía de mi madre, que se levantaba a servirle el imperdonable café lechero con pan dulce.
          Durante un tiempo tuvimos nuestras desaveniencias, mismas que se convertían en discusiones violentas que terminaron con mi salida de la casa a los 16 años. Hoy veo esos desacuerdos con otra perspectiva. Y eso me hace admirar más a mi padre. Nunca, a pesar de haberlo creído durante mucho tiempo, estuve realmente solo. A él están dedicadas estas líneas.

martes, agosto 28, 2007

Consejos para escribir



Todos culpa de Anton Chéjov.


"Cuando escribo no tengo la impresión de que mis historias sean tristes. En cualquier caso, cuando trabajo estoy siempre de buen humor. Cuanto más alegre es mi vida, más sombríos son los relatos que escribo."

"No pulir, no limar demasiado. Hay que ser desmañado y audaz. La brevedad es hermana del talento."

"Lo he visto todo. No obstante, ahora no se trata de lo que he visto sino de cómo lo he visto. Es extraño: ahora tengo la manía de la brevedad: nada de lo que leo, mío o ajeno, me parece lo bastante breve."

"Cuando escribo, confío plenamente en que el lector añadirá por su cuenta los elementos subjetivos que faltan al cuento."

"Es más fácil escribir de Sócrates que de una señorita o de una cocinera."

"Te aconsejo: 1) ninguna monserga de carácter político, social, económico; 2) objetividad absoluta; 3) veracidad en la pintura de los personajes y de las cosas; 4) máxima concisión; 5) audacia y originalidad: rechaza todo lo convencional; 6) espontaneidad."

"Nunca se debe mentir. El arte tiene esta grandeza particular: no tolera la mentira. Se puede mentir en el amor, en la política, en la medicina, se puede engañar a la gente e incluso a Dios, pero en el arte no se puede mentir."

"Nada es más fácil que describir autoridades antipáticas. Al lector le gusta, pero sólo al más insoportable, al más mediocre de los lectores. Dios te guarde de los lugares comunes. Lo mejor de todo es no describir el estado de ánimo de los personajes. Hay que tratar de que se desprenda de sus propias acciones. No publiques hasta estar seguro de que tus personajes están vivos y de que no pecas contra la realidad."

"Escribir para los críticos tiene tanto sentido como darle a oler flores a una persona resfriada. No seamos charlatanes y digamos con franqueza que en este mundo no se entiende nada. Sólo los charlatanes y los imbéciles creen comprenderlo todo."

viernes, agosto 24, 2007

El más reciente caso del escritor De Santis



La historia habla acerca de Sigmundo Salvatrio, el hijo de un zapatero, que desea (como muchos lo hicimos en la infancia) convertirse en un detective que pueda resolver los casos criminales de mayor complejidad. Es así como entra a la escuela para “asistentes de detective” de Renato Craig. Las pesquisas erradas del detective en un caso criminal y la muerte del estudiante más brillante, orillan a Sigmundo a convertirse en el protagonista de la historia. Es así como, y representando a Craig, tiene que dirigirse a París a la Exposición Universal de 1889 en donde Los Doce Detectives, una agrupación que reúne a los investigadores criminales más famosos del mundo, desarrollarán las teorías del crimen y de su investigación. Las cosas se complican cuando uno de Los Doce cae desde lo alto de la torre Eiffel y los demás se abocan a tratar de descubrir al culpable. Aparece la sombra de un asesino serial, pero las cosas resultan no ser lo que aparentan.

          Es en este escenario decimonónico, que Pablo de Santis (Buenos Aires, 1963) desarrolla una novela que parece más acorde con las cavilaciones del Sherlock Holmes de Conan Doyle, del Maigret de Simenon e, incluso y sobre todo, del Dupin de Allan Poe (baste recordar la reflexión que el autor hace en el inicio de Los crímenes de la calle Morgue) para ubicar las teorías que De Santis pone boca de cada uno de sus detectives. Es así como el texto camina entre teorías criminalísticas; bocetos de la psicología de algunos personajes (la relación entre Renato Craig y su esposa, por ejemplo, es intrigante); deducciones y diálogos muy a la Watson-Holmes; el hincapié acerca de pensar en el “asistente de detective” como en una ocupación en sí (el dilema del amigo del héroe, que ha dado para reflexionar desde la sombra en la que vivió Watson, hasta la conversión del amigo rechazado en nemésis, como en Los increíbles [EU, Brad Bird, 2004]); la presencia inquietante de una mujer en un círculo que es esencialmente masculino (sin arenga feminista, que es un acierto de la obra); y, principalmente, la búsqueda de un asesino.

          El enigma de París (Planeta, 2007) se construye con los artificios que De Santis maneja a la perfección y con la que ha organizado algunas de sus obras (aunque en esta renuncia un tanto a la cuestión fantástica): diálogos aparentemente lentos pero llenos de información e ideas; capítulos cortos que lo acercan a una estética de folletín pulp; villanos que en su ambigüedad dejan de serlo; protagonistas un tanto acosados por la memoria de su pasado y que se sienten incómodos como testigos de la historia que narran; la presencia del mentor que descubre las potencialidades del pupilo; el final cerrado que, en realidad y si atendemos a los guiños de una redacción que aparentemente es diáfana, no lo es; la promesa de una novela de entretenimiento, que cuenta una historia, que reta al lector a buscar una respuesta.

          Aunque prefiero algunos de sus anteriores trabajos, en específico El teatro de la memoria (Destino, 2000) y La traducción (Planeta, 1997), no dudo en recomendar esta novela que se detiene un poco en observar las posibilidades de diversificar los temas y los géneros que preocupan a la literatura latinoamericana últimamente, y que ya está generando hasta cierto cansancio y ausencia de sorpresa.

          El enigma de París ganó el Premio Planeta-Casamérica de Narrativa Iberoamericana 2007.

lunes, agosto 20, 2007

¡Yas berraquero, hermano!


Cuando se habla de Colombia en la música, las referencias parecen centrarse en Shakira y Juanes, dada la trascendencia mundial que han alcanzado. A algunos nostálgicos quizá nos suene todavía el nombre de Atrerciopelados cuya “Florecita rockera”, Andrea Etcheverry, es una de las voces más representativas del boom del rock “latinoamericano” de la década de los noventa (en donde bandas como Los Tres, Maldita Vecindad, Café Tacuba, Alux Nahual, Bersuit, Fabulosos Cadillacs y otras, retomaron el auge de la llamada World Music y realizaron una música que se emparenta de manera inconfundible con lo que de nacional y “folklórico” hay en América Latina).
          Este intento de recuperación de las raíces de la música nacional es el que realiza uno de los conjuntos colombianos más interesantes de los últimos tiempos. Alejado de la parafernalia comercial que envuelme el endiosamiento de Shakira como la reina pop del Tercer Mundo wanabe, de los intentos de parecer extremadamente cool de Juanes (quien, sin embargo, me parece un músico cuya ausencia de pretenciones es su máxima virtud), y del cinismo supuestamente falso de los Bacilos que no se muerden la lengua para decir que los que ellos buscan es “su primer millón”; alejado de todos ellos está un combo de yas (así, a lo colombiano-castellano) cuyas raíces van más allá de Charlie Parker o Thelonious Monk.
          Llegó la banda se llama el disco de Puerto Calendaria que anima la presente reflexión. Receloso del mundo del jazz, música que disfruto pero de la cual no me siento exclusivo, me acerco a uno de los mejores discos del género producidos en América Latina. Y la última acotación es indispensable para describir el sentimiento después de escuchar el disco de esta banda. Canciones (“piezas”, dirían los jazz-masters) que exploran de manera interesante, interesada y con conocimiento de causa, la relación de géneros como la cumbia, el vallenato y la salsa con el jazz.
          Y la intención de hablar de América Latina, en este caso exclusivo de Colombia, salta a la vista desde la portada misma del disco: llena de colorido, con sus integrantes en franca pose carnavalera (que anunciaría en otro contexto a una pésima banda de ska), con tres personajes paradigmáticos de la unión y la intención de mezcla y referencia: Superman, El principito y Simón Bolívar a caballo.
          Y las intenciones siguen hablando en el interior del cuadernillo que acompañan al disco: “Nuestro propósito no es innovar ni evolucionar la música nacional, sólo narrar nuestras experiencias y sueños sin aditamentos o idealizaciones; representar el desarrollo de nuestras vidas en un país absurdo llamado Colombia. [...] Más que un ritmo, un instrumento o una frontera, lo que de verdad nos hace colombianos son nuestras vivencias y nuestra manera de reaccionar frente a ellas. [...] La identidad colombiana, es la falta de identidad. [...] La angustia cambia rápidamente por la risa y el baile. Es un talento colombiano reír de las barbaridades. Es un talento olvidar... [...] Nuestro folclor es tan ajeno a nosotros como la certidumbre. [...] Todas las emociones, situaciones y contradicciones ocurriendo al mismo tiempo.”
          En un mundo en el cual la necesidad de “parecerse a” o de “sonar como” resulta abrumadora y completamente alejada de la realidad de los países latinoamericanos, encontrarse con estas propuestas-respuestas acerca del olvido consciente de lo que somos (preocupación anacrónica, para los adalides y defensores de la globalización y la posmodernidad) resultan mucho más que interesantes, de una valentía que reta de manera frontal al mercado y la tradición tendenciosa de los “ejecutivos” (más bien, “ejecutores”), de las compañías discográficas. Como reza el antiagradecimiento del disco: “No agradecemos: a los que no están haciendo nada por la música de Colombia, a los realities, a Mozart, a los que están vendiendo todo los que se les atraviesa, a los productores de chatarra y su involutivo monopolio, a Kenny G, al smoth jazz, a los que dan Bala y los que no dan...”.

Puerto Candelaria, Llegó la banda, Colombia, Merlín Studios producciones, 2005.

martes, agosto 07, 2007

McClane forever



Crecí con el cine de acción. Mi adolescencia se fue entre el Mel Gibson de Lethal Weapon (1, 2 y 3), el Stallone ojete de Cobra y Tango & Cash, el Van Damme meta-histriónico de Bloodsport y Kickboxer, el Arnold de Predator, Commando y Total Recall . Iba a las funciones triples de los domingos en mi pueblo a ver las repeticiones de las películas de Bruce Lee y Clint Eastwood. Y también de los hermanos Almada, de Jorge Reinoso, de Valentín Trujillo.
          La primer Die Hard la vi en video, en esa explosión de las videocasseteras Beta de Sony que hacían posible la vista y revista de las películas compradas o rentadas en los, en ese entonces, harto rentables videoclubes. La película era revolucionaria para la época (y para la poca cultura cinematográfica que tenía, también habría que decirlo). En esta peli le ponen una santa madrina a John McClane, que ninguno de los héroes musculosos mencionados líneas arriba había recibido.

          Bruce Willis encarnaba al héroe irónico a más no poder, de buen corazón pero de mal carácter, rechipotles para los madrazos, los balazos y la estrategia. El héroe se convertía, también, en todo lo que no había sido hasta ese momento, un ser vulnerable al que si lo hacían caminar encima de vidrios era, como ocurre en la realidad, cosa normal que comenzara a sangrar.
          Pues bien que esa experiencia en el edificio Nakatomi les dio para hacer una secuencia en el aeropuerto internacional Dulles en Washington y una más en las calles de Nueva York desquiciadas por un asalto multimillonario a la casa de moneda. Los villanos en todas las secuelas han sido excelentemente escogidos. En la primera la voz de Alan Rickman le da una profundidad insospechada a un terrorista que no lo es, mientras su gestualidad luce al caer del piso sesenta de un edificio. La segunda parte, la más floja de todas, lleva en el antagónico a William Sadler que en su papel del coronel Stuart, no da más que para reforzar el estereotipo del villano. Será en la tercera parte en la que junto a Samuel L. Jackson como aliado del héroe, aparecerá la excelente actuación de Jeremy Irons como el vengativo (pero igual de pendejo y soberbio) hermano del villano de la primer cinta.
          Cuando parecía que la saga había dado de sí, hasta con un cierre decente, aparece esta Die Hard 4.0. Más que discutir el título, tendríamos que hablar de una cumplidora cinta de acción en la que el cine como entretenimiento encuentra una excelente exponente. Cine de acción para desconectar el cerebro en las dos horas de duración. Cine para poner a trabajar las referencias de lugares comunes que nos sabemos de memoria, porque de manera imperceptible se han ido filtrando en nuestro subconsciente (y en nuestro consciente culpable también): la amenaza de las máquinas y, más aún, del dominio que se puede ejercer sobre ellas; la venganza nunca concluida de los paranoicos extremos de la nación; la estética de 24, la exitosa serie de televisión; el mensaje de que un nerd como cualquiera puede ser heroico (You are that man, le dice en alguna escena MacClane al hacker arrepentido) y acercarse a la fortuna de Bill Gates; la figura del padre que puede ser un reverendo hijo de puta, pero siempre cuidará a sus hijos (recordar solamente las escenas casi idénticas en The Last Boy Scout de Tony Scott, también ponedorísima). En fin.
          Entre todas esas cosas, que uno ya no sabe si son buenas o son malas, pero que nos atraen irremediablemente, está la cara de palo de un Bruce Willis que nunca volvió a ser mejor actor que en esa comedia Death Becomes Here de los años ochentas, en los que interpretaba a un embalsamador al que sus mujeres lo orillaban casi a la locura. Después de ese intento, y de una cumplidora intervención en
The Bonfire of the Vanities, Willis se vio condenado (tal vez de manera consciente) a convertirse en su personaje más memorable: John McClane. Y es que todas las interpretaciones posteriores (incluida la del antihéroe Hartigan en Sin City de Robert Rodríguez) son una variación del personaje por el que pasará a la historia. Willis es McClane forever. Y un McClane rebosante de salud, no un Rocky Balboa cuya última película es el testimonio de su decadencia y una oda a la vejez. McClane parece tener para más, para mucho más.

          Total que Die Hard es un manjar palomero que no habrá que pasar por alto. El único recuerdo amargo de esta película es el imbécil que se sentó a mi lado durante la proyección y que en cada una de las escenas se ponía a señalar las cosas que no podrían pasar en “la realidad”. Que si las invasiones de los hackers, que si los derrumbes de los puentes, que si un coche derribando un helicóptero, que si McClane cayendo sobre el ala de un avión de combate. En fin. ¿Por qué si saben que van a ver una cinta de acción cuyos efectos lindan con lo inverosímil tienen que cuestionar cosas que no tendrían que funcionar como si fuera la realidad? ¿Por qué? Por un simple motivo: ¡porque no es la realidad! Larga vida a McLane.