lunes, agosto 20, 2007

¡Yas berraquero, hermano!


Cuando se habla de Colombia en la música, las referencias parecen centrarse en Shakira y Juanes, dada la trascendencia mundial que han alcanzado. A algunos nostálgicos quizá nos suene todavía el nombre de Atrerciopelados cuya “Florecita rockera”, Andrea Etcheverry, es una de las voces más representativas del boom del rock “latinoamericano” de la década de los noventa (en donde bandas como Los Tres, Maldita Vecindad, Café Tacuba, Alux Nahual, Bersuit, Fabulosos Cadillacs y otras, retomaron el auge de la llamada World Music y realizaron una música que se emparenta de manera inconfundible con lo que de nacional y “folklórico” hay en América Latina).
          Este intento de recuperación de las raíces de la música nacional es el que realiza uno de los conjuntos colombianos más interesantes de los últimos tiempos. Alejado de la parafernalia comercial que envuelme el endiosamiento de Shakira como la reina pop del Tercer Mundo wanabe, de los intentos de parecer extremadamente cool de Juanes (quien, sin embargo, me parece un músico cuya ausencia de pretenciones es su máxima virtud), y del cinismo supuestamente falso de los Bacilos que no se muerden la lengua para decir que los que ellos buscan es “su primer millón”; alejado de todos ellos está un combo de yas (así, a lo colombiano-castellano) cuyas raíces van más allá de Charlie Parker o Thelonious Monk.
          Llegó la banda se llama el disco de Puerto Calendaria que anima la presente reflexión. Receloso del mundo del jazz, música que disfruto pero de la cual no me siento exclusivo, me acerco a uno de los mejores discos del género producidos en América Latina. Y la última acotación es indispensable para describir el sentimiento después de escuchar el disco de esta banda. Canciones (“piezas”, dirían los jazz-masters) que exploran de manera interesante, interesada y con conocimiento de causa, la relación de géneros como la cumbia, el vallenato y la salsa con el jazz.
          Y la intención de hablar de América Latina, en este caso exclusivo de Colombia, salta a la vista desde la portada misma del disco: llena de colorido, con sus integrantes en franca pose carnavalera (que anunciaría en otro contexto a una pésima banda de ska), con tres personajes paradigmáticos de la unión y la intención de mezcla y referencia: Superman, El principito y Simón Bolívar a caballo.
          Y las intenciones siguen hablando en el interior del cuadernillo que acompañan al disco: “Nuestro propósito no es innovar ni evolucionar la música nacional, sólo narrar nuestras experiencias y sueños sin aditamentos o idealizaciones; representar el desarrollo de nuestras vidas en un país absurdo llamado Colombia. [...] Más que un ritmo, un instrumento o una frontera, lo que de verdad nos hace colombianos son nuestras vivencias y nuestra manera de reaccionar frente a ellas. [...] La identidad colombiana, es la falta de identidad. [...] La angustia cambia rápidamente por la risa y el baile. Es un talento colombiano reír de las barbaridades. Es un talento olvidar... [...] Nuestro folclor es tan ajeno a nosotros como la certidumbre. [...] Todas las emociones, situaciones y contradicciones ocurriendo al mismo tiempo.”
          En un mundo en el cual la necesidad de “parecerse a” o de “sonar como” resulta abrumadora y completamente alejada de la realidad de los países latinoamericanos, encontrarse con estas propuestas-respuestas acerca del olvido consciente de lo que somos (preocupación anacrónica, para los adalides y defensores de la globalización y la posmodernidad) resultan mucho más que interesantes, de una valentía que reta de manera frontal al mercado y la tradición tendenciosa de los “ejecutivos” (más bien, “ejecutores”), de las compañías discográficas. Como reza el antiagradecimiento del disco: “No agradecemos: a los que no están haciendo nada por la música de Colombia, a los realities, a Mozart, a los que están vendiendo todo los que se les atraviesa, a los productores de chatarra y su involutivo monopolio, a Kenny G, al smoth jazz, a los que dan Bala y los que no dan...”.

Puerto Candelaria, Llegó la banda, Colombia, Merlín Studios producciones, 2005.

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