martes, agosto 07, 2007

McClane forever



Crecí con el cine de acción. Mi adolescencia se fue entre el Mel Gibson de Lethal Weapon (1, 2 y 3), el Stallone ojete de Cobra y Tango & Cash, el Van Damme meta-histriónico de Bloodsport y Kickboxer, el Arnold de Predator, Commando y Total Recall . Iba a las funciones triples de los domingos en mi pueblo a ver las repeticiones de las películas de Bruce Lee y Clint Eastwood. Y también de los hermanos Almada, de Jorge Reinoso, de Valentín Trujillo.
          La primer Die Hard la vi en video, en esa explosión de las videocasseteras Beta de Sony que hacían posible la vista y revista de las películas compradas o rentadas en los, en ese entonces, harto rentables videoclubes. La película era revolucionaria para la época (y para la poca cultura cinematográfica que tenía, también habría que decirlo). En esta peli le ponen una santa madrina a John McClane, que ninguno de los héroes musculosos mencionados líneas arriba había recibido.

          Bruce Willis encarnaba al héroe irónico a más no poder, de buen corazón pero de mal carácter, rechipotles para los madrazos, los balazos y la estrategia. El héroe se convertía, también, en todo lo que no había sido hasta ese momento, un ser vulnerable al que si lo hacían caminar encima de vidrios era, como ocurre en la realidad, cosa normal que comenzara a sangrar.
          Pues bien que esa experiencia en el edificio Nakatomi les dio para hacer una secuencia en el aeropuerto internacional Dulles en Washington y una más en las calles de Nueva York desquiciadas por un asalto multimillonario a la casa de moneda. Los villanos en todas las secuelas han sido excelentemente escogidos. En la primera la voz de Alan Rickman le da una profundidad insospechada a un terrorista que no lo es, mientras su gestualidad luce al caer del piso sesenta de un edificio. La segunda parte, la más floja de todas, lleva en el antagónico a William Sadler que en su papel del coronel Stuart, no da más que para reforzar el estereotipo del villano. Será en la tercera parte en la que junto a Samuel L. Jackson como aliado del héroe, aparecerá la excelente actuación de Jeremy Irons como el vengativo (pero igual de pendejo y soberbio) hermano del villano de la primer cinta.
          Cuando parecía que la saga había dado de sí, hasta con un cierre decente, aparece esta Die Hard 4.0. Más que discutir el título, tendríamos que hablar de una cumplidora cinta de acción en la que el cine como entretenimiento encuentra una excelente exponente. Cine de acción para desconectar el cerebro en las dos horas de duración. Cine para poner a trabajar las referencias de lugares comunes que nos sabemos de memoria, porque de manera imperceptible se han ido filtrando en nuestro subconsciente (y en nuestro consciente culpable también): la amenaza de las máquinas y, más aún, del dominio que se puede ejercer sobre ellas; la venganza nunca concluida de los paranoicos extremos de la nación; la estética de 24, la exitosa serie de televisión; el mensaje de que un nerd como cualquiera puede ser heroico (You are that man, le dice en alguna escena MacClane al hacker arrepentido) y acercarse a la fortuna de Bill Gates; la figura del padre que puede ser un reverendo hijo de puta, pero siempre cuidará a sus hijos (recordar solamente las escenas casi idénticas en The Last Boy Scout de Tony Scott, también ponedorísima). En fin.
          Entre todas esas cosas, que uno ya no sabe si son buenas o son malas, pero que nos atraen irremediablemente, está la cara de palo de un Bruce Willis que nunca volvió a ser mejor actor que en esa comedia Death Becomes Here de los años ochentas, en los que interpretaba a un embalsamador al que sus mujeres lo orillaban casi a la locura. Después de ese intento, y de una cumplidora intervención en
The Bonfire of the Vanities, Willis se vio condenado (tal vez de manera consciente) a convertirse en su personaje más memorable: John McClane. Y es que todas las interpretaciones posteriores (incluida la del antihéroe Hartigan en Sin City de Robert Rodríguez) son una variación del personaje por el que pasará a la historia. Willis es McClane forever. Y un McClane rebosante de salud, no un Rocky Balboa cuya última película es el testimonio de su decadencia y una oda a la vejez. McClane parece tener para más, para mucho más.

          Total que Die Hard es un manjar palomero que no habrá que pasar por alto. El único recuerdo amargo de esta película es el imbécil que se sentó a mi lado durante la proyección y que en cada una de las escenas se ponía a señalar las cosas que no podrían pasar en “la realidad”. Que si las invasiones de los hackers, que si los derrumbes de los puentes, que si un coche derribando un helicóptero, que si McClane cayendo sobre el ala de un avión de combate. En fin. ¿Por qué si saben que van a ver una cinta de acción cuyos efectos lindan con lo inverosímil tienen que cuestionar cosas que no tendrían que funcionar como si fuera la realidad? ¿Por qué? Por un simple motivo: ¡porque no es la realidad! Larga vida a McLane.

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