viernes, agosto 24, 2007

El más reciente caso del escritor De Santis



La historia habla acerca de Sigmundo Salvatrio, el hijo de un zapatero, que desea (como muchos lo hicimos en la infancia) convertirse en un detective que pueda resolver los casos criminales de mayor complejidad. Es así como entra a la escuela para “asistentes de detective” de Renato Craig. Las pesquisas erradas del detective en un caso criminal y la muerte del estudiante más brillante, orillan a Sigmundo a convertirse en el protagonista de la historia. Es así como, y representando a Craig, tiene que dirigirse a París a la Exposición Universal de 1889 en donde Los Doce Detectives, una agrupación que reúne a los investigadores criminales más famosos del mundo, desarrollarán las teorías del crimen y de su investigación. Las cosas se complican cuando uno de Los Doce cae desde lo alto de la torre Eiffel y los demás se abocan a tratar de descubrir al culpable. Aparece la sombra de un asesino serial, pero las cosas resultan no ser lo que aparentan.

          Es en este escenario decimonónico, que Pablo de Santis (Buenos Aires, 1963) desarrolla una novela que parece más acorde con las cavilaciones del Sherlock Holmes de Conan Doyle, del Maigret de Simenon e, incluso y sobre todo, del Dupin de Allan Poe (baste recordar la reflexión que el autor hace en el inicio de Los crímenes de la calle Morgue) para ubicar las teorías que De Santis pone boca de cada uno de sus detectives. Es así como el texto camina entre teorías criminalísticas; bocetos de la psicología de algunos personajes (la relación entre Renato Craig y su esposa, por ejemplo, es intrigante); deducciones y diálogos muy a la Watson-Holmes; el hincapié acerca de pensar en el “asistente de detective” como en una ocupación en sí (el dilema del amigo del héroe, que ha dado para reflexionar desde la sombra en la que vivió Watson, hasta la conversión del amigo rechazado en nemésis, como en Los increíbles [EU, Brad Bird, 2004]); la presencia inquietante de una mujer en un círculo que es esencialmente masculino (sin arenga feminista, que es un acierto de la obra); y, principalmente, la búsqueda de un asesino.

          El enigma de París (Planeta, 2007) se construye con los artificios que De Santis maneja a la perfección y con la que ha organizado algunas de sus obras (aunque en esta renuncia un tanto a la cuestión fantástica): diálogos aparentemente lentos pero llenos de información e ideas; capítulos cortos que lo acercan a una estética de folletín pulp; villanos que en su ambigüedad dejan de serlo; protagonistas un tanto acosados por la memoria de su pasado y que se sienten incómodos como testigos de la historia que narran; la presencia del mentor que descubre las potencialidades del pupilo; el final cerrado que, en realidad y si atendemos a los guiños de una redacción que aparentemente es diáfana, no lo es; la promesa de una novela de entretenimiento, que cuenta una historia, que reta al lector a buscar una respuesta.

          Aunque prefiero algunos de sus anteriores trabajos, en específico El teatro de la memoria (Destino, 2000) y La traducción (Planeta, 1997), no dudo en recomendar esta novela que se detiene un poco en observar las posibilidades de diversificar los temas y los géneros que preocupan a la literatura latinoamericana últimamente, y que ya está generando hasta cierto cansancio y ausencia de sorpresa.

          El enigma de París ganó el Premio Planeta-Casamérica de Narrativa Iberoamericana 2007.

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