XXI
Viene la puta tristeza montada en esta música que un día hicimos nuestra. Carga de plomo el aire, estrecha redes, encadena los versos. Esta no eres tú: es tu fantasma. Tu luz no puede herir como esta carencia de todo cuando todo lo tengo.
XXII
Leemos sobre el amor como quien explora un Atlas de Geografía Física: nuestro índice recorre incansablemente desiertos, asciende orgulloso las alturas del Himalaya. Estar en el sitio de los hechos es distinto; el río parece un mar donde no se vislumbran las orillas; la cima de la montaña es guardada celosamente por tempestades, ventiscas, avalanchas que echan por tierra aquello que aprendimos en los mejores libros del alpinismo.
XXIII
En el instante de la tormenta, imposible pensar que el cielo vuelva a despejarse. Regresa la claridad y el amor es tan digno de lástima como el niño con polio que da su primer paso, ignorante de que hay que entrar en cada combate despidiéndose.
XXIV
Al amar somos un ser distinto que dormía en nosotros. Pasados el vértigo y el rapto, ¿cuál es el otro? ¿El ser lleno de luz que conquistó la altura o el despojo que no tolera el peso de su sombra, la luz de la mañana, ofensiva como el sol para el borracho?
XXV
El secreto de la supervivencia consiste en aceptar que vivimos en el filo de la navaja. Quien ama debe mirar largo tiempo el mar: las olas más altas, más celestes, las de más complicada arquitectura, son las que rompen con mayor violencia.
(Vicente Quirarte, Fragmentos del mismo discurso, México, UAM [Correo Menor], 1986).
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