XI
"El amor occidental está regido por el obstáculo". Y en aulas universitarias, en pulcros aeropuertos, en elegantes salas de conferencias repetimos el concepto que nos obliga a suspirar por la Isolda sentada a nuestro lado -quizá por eso más inalcansable. Pero la elegancia del mito, la poesía y el heroísmo es como un traje de etiqueta que alguien le ofreciera a un lobo que agoniza de rabia a la mitad a la mitad del páramo.
XII
Hay quienes viven bajo la sombra de la bestia y no se atreven a sacarla a la luz. Hay quienes le pican las costillas, la provocan, la despiertan del todo para probar sus armas fascinantes. Aquéllos que son buenos jugadores. Estos se llaman enamorados.
XIII
Será por un buen tiempo: los peros y los comos antes de los labios que bese, los ojos que acepten mis naufragios, los brazos en que me pierda y me recobre.
XIV
¿Por qué no aceptar que el amor nos es sólo prestado, como la silla en que nos sentamos, la ropa que nos cubre, el vino que bebemos? Aunque el enamorado intenta engañarse creyendo que hace por primera vez cuanto mira, los mismos objetos hoy parecen rotos, no nacidos, con esa sensación de inutilidad que a veces nos asalta cuando el metro se retrasa y no podemos leer, fumar, estar a solas ni en compañía y somos un bulto más al lado de nuestro equipaje en medio de andenes, a pesar de las multitudes, solitarios.
XV
Duele. ¿De qué otro modo podríamos estar seguros de ayer el amor hizo de nosotros violín bien calibrado, chistera de lujo, flecha apuntada al corazón del mundo?
(Vicente Quirarte, Fragmentos del mismo discurso, México, UAM [Correo Menor], 1986).
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