martes, septiembre 14, 2010

No queda más recurso que ir a coger gachupines


Dos elementos resultan importantísimos en la configuración del movimiento que da inicio a la independencia de México: por un lado, las ideas propagadas por la Ilustración, prohibidas por la corona a fin de no inspirar “conductas perversas” a los americanos y, por el otro, el movimiento independentista de las colonias inglesas en Norteamérica. Francia y Estados Unidos se convertirían en los referentes ideológicos que alimentarían los debates y planes de los conspiradores de Querétaro.
Mis amigos y compatriotas: no existe ya para nosotros ni el rey ni los tributos. Esta gabela vergonzosa, que sólo conviene a los esclavos, la hemos sobrellevado hace tres siglos como signo de la tiranía y la servidumbre; terrible mancha que sabremos lavar con nuestro esfuerzo. Llegó el momento de nuestra emancipación; ha sonado la hora de nuestra libertad; y si conocéis su gran valor, me ayudaréis a defenderla de la garra ambiciosa de los tiranos. Pocas horas me faltan para que me veáis marchar a la cabeza de los que se precian de ser libres. Os invito a cumplir con este deber. De suerte que sin patria ni libertad estaremos siempre a mucha distancia de la verdadera felicidad. Preciso ha sido dar el paso que ya sabéis, y comenzar por algo ha sido necesario. La causa es santa y Dios la protegerá. Los negocios se atropellan y no tendré, por lo mismo, la satisfacción de hablar más tiempo ante vosotros. ¡Viva, pues, la Virgen de Guadalupe! ¡Viva la América por la cual vamos a combatir!
Miguel Hidalgo y Costilla,
1810.
Descubierta la conjura, Miguel Hidalgo y Costilla, sacerdote educado en los colegios jesuitas y ferviente lector de la literatura de la Ilustración, decide junto con otros criollos jóvenes convocar al pueblo a la revolución armada en contra, no de la ocupación española, sino de la intervención francesa que había hecho abdicar a la corona española. La rebelión inicia como una rebelión en contra de la invasión napoleónica y a favor de la reinstauración en el trono de Fernando VII, el denominado “rey legítimo” que había sido enviado al exilio en Europa. Sin embargo, el desarrollo de los acontecimientos y, sobre todo, el desprecio que la resistencia española en Europa dirige a los representantes de las juntas americanas que se declaran aliadas de la Corona, permiten que las ideas de independencia total sean consideradas como una opción legítima.
Se trata de recobrar derechos santos concedidos por Dios a los mexicanos y usurpados por unos conquistadores crueles, bastardos e injustos, que auxiliados de la ignorancia de los naturales, pasaron por usurparles sus costumbres y propiedades, y vilmente de hombres libres convertidos a la degradante condición de esclavos. Derechos sacrosantos e imprescindibles de que se ha despojado a la nación que reclama y defenderá resuelta.
Hidalgo,
1810.
En los albores de esta lucha dos de los dirigentes plantean visiones distintas del movimiento: Ignacio Allende, que simpatiza con la idea de restauración de Fernando VII e incluso con la llegada de éste a su trono en México; e Hidalgo, cuyo discurso comienza a radicalizarse de tal manera que puede considerarse un discurso que alude a la posibilidad de que el pueblo se convierta en el ejecutor de los planes de construcción de un nuevo país. A pesar de los planes iniciales de que fueran Allende y Juan Aldama los dirigentes militares de la insurrección, el papel de Hidalgo como un conductor de masas obliga a que éste sea nombrado Capitán General del movimiento.
Se resolvió obrar encubriendo cuidadosamente nuestras miras, pues si el movimiento fuese francamente revolucionario, no sería secundado por la masa del pueblo, y el alférez D. Pedro Septién robusteció estas opiniones diciendo que si se hacía inevitable la revolución, como los indígenas eran indiferentes al verbo libertad, era necesario hacerlos creer que el levantamiento se llevaba únicamente para favorecer al Rey Fernando.
Carta de Allende a Hidalgo,
31 de agosto de 1810.
El crecimiento del ejército popular que marcha hacia la ciudad de México es sorprendente: Hidalgo parte de Dolores con poco más de 500 hombres, al llegar a San Miguel ya son 5000. En Celaya, el ejército insurgente se conforma de 20 000 efectivos, número que se duplica al llegar a Guanajuato. Para la batalla del Monte de las Cruces, los insurgentes suman ya 80 000, aunque algunos autores llegan a afirmar que a la entrada de la ciudad de México son ya 100 000 los combatientes bajo el mando de Hidalgo. Aunque se argumente que en este crecimiento tuvo mucho que ver el hecho de que Hidalgo tomase a la Virgen de Guadalupe como estandarte de su lucha, es claro que detrás de esa conformación vertiginosa de un ejército tan numeroso estaba también un sentimiento de búsqueda popular de la justicia que se le había negado a las bases más pobres de la sociedad novohispana. Algo que había comenzado como un plan de criollos para reclamar derechos de criollos, se había convertido de manera repentina en un movimiento popular de masas que comenzaba a dibujar su propia dinámica. Y sus propias diferencias al interior mismo del proceso.
Prestamos delante del mundo entero que nunca hubiéramos desenvainado la espada si no nos constase y estuviésemos íntimamente persuadidos de que la nación iba a perecer miserablemente perdiendo para siempre nuestra santa religión, nuestro rey, nuestra patria y nuestra religión.
Hidalgo,
15 de noviembre de 1810.
Es a las puertas de la ciudad de México que el rompimiento entre Allende e Hidalgo se consuma. El militar y otros oficiales son de la idea de que es necesario tomar por asalto la capital del país. El sacerdote decide replegarse a Querétaro. Aparece la figura de Félix María Calleja, oficial realista de probada efectividad y antiguo comandante de Allende, que comienza a imponer una derrota tras otra al ejército insurgente. Los insurgentes se repliegan hacia Guadalajara, hasta donde llega Calleja dispuesto a presentar batalla.
Establezcamos un congreso que se componga de representantes de todas las ciudades, villas y lugares de este reino, que teniendo por objetivo mantener nuestra santa religión, dicte leyes suaves, benéficas y acomodadas a las circunstancias de cada pueblo, ellos entonces gobernarán con la dulzura de padres, nos tratarán como a sus hermanos, desterrarán la pobreza, moderando la devastación del reino y la extracción de su dinero, fomentarán las artes, se avivará la industria.
Respuesta de Hidalgo
al edicto del Tribunal de la Fe que lo acusa de herejía,
1811.
En las afueras de la ciudad, en un punto estratégico llamado Puente de Calderón, se libra la última batalla de la primera etapa de la independencia. La derrota de los rebeldes orilló a los dirigentes a dirigirse al norte para buscar la reorganización. En Aguascalientes la disputa entre Allende e Hidalgo es abierta, el primero despoja del grado de capitán general al segundo quien, a partir de este momento, es tratado como prisionero. Lo que parece una esperanza en la figura de Ignacio Elizondo, un cacique texano que promete la posibilidad de compra de pertrechos y armas provenientes de los Estados Unidos, se convierte en la traición que lleva a la muerte de los iniciadores del proceso libertario. De las Norias de Baján en Coahuila, son llevados a Chihuahua donde se les inicia juicio y son ejecutados. Sus cuerpos son decapitados y sus cabezas enjauladas colgarán de las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato hasta marzo de 1821. Durante diez años, esas cuencas vacías darían testimonio de la lucha que seguiría por otros derroteros.
El delirio de Hidalgo era la educación del pueblo: decía que por mucho que hicieran los gobernantes sería nada si no tomaban por cimiento la buena educación del pueblo, que ésta era la verdadera moralidad, riqueza y poder de las naciones; que por estas circunstancias o por malicia o por ignorancia la habían ocultado hasta allí, con tan grave prejuicio de la multitud que siendo el todo de la nación, la habían reducido a la nada, dejándola abandonada a merced de una vergonzosa ignorancia.
Pedro García,
combatiente del ejército de Hidalgo,
1811.

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