domingo, julio 26, 2009

Buenos tragos... y mejor impresión


Pienso en mi bar ideal, lleno de gente pero de gente imaginaria, incorpórea, entonces bar vacío; en el bar de don Luis, aquí presente, concreto, pero sin gente, bar vacío también; en el bar del VIP, rodeado de gente pero de gente vacía, tanto vacío reunido para hacerse más evidente. Bar vacío, el más vacío de todos.
Martín Cristal (Córdoba, Argentina, 1972) consigue hilvanar una historia atrapante, sugerente y, hacia la última parte, por completo trepidante en Bares vacíos (Colibrí, 2001). Y es que al argentino consigue algo que a mí me encanta en una obra literaria: contar una historia. Y la historia que cuenta en este libro es una muy buena.
          En primera persona, Manuel, un viajero que ha recorrido buena parte de América Latina viene a parar a la Ciudad de México para enfrentarse a un evidente vacío existencial que se irá llenando a lo largo de la historia que lo incluye como protagonista. Metido a barman de improviso en una discoteca de la Zona Rosa, el narrador irá desglosando en apretados párrafos (la edición es un tanto incómoda de leer por lo pequeño del tipo de letra) la historia que transcurre a Manuel y que lo llevan a relacionarse con una serie de personajes, la mayoría de ellos entrañables: un barman gringo (yanki) que persigue junto con su novia el sueño de poner un bar en una playa del norte de México; don Luis, el dueño del mejor bar de la ciudad, barman de lujo en Londres, y a quien el terremoto del 86 le arrebata, literalmente, parte de su vida; una correctora-editora que sueña con vivir de traducciones y su huerta de tomates en la provincia mexicana; Tony, un guarura ex-luchador que toma a Manuel como psicoanalista desprevenido; Bárbara, una auténtica Barbie, con padre en Miami y vida social agotadora; una bailarina vampiresa travesti; otra que pasa del table dance al baile de exhibición en el antro de lujo; garroteros, taxistas, traileros, dependientes de café. Ninguno de los personajes sobran, porque todos tienen, en la semipenumbra de ese bar que Cristal crea en sus páginas, que contar una historia.
          Porque es precisamente esta característica una de las que hacen sobresaliente este trabajo: una historia central que navega en un mar de historias igual de interesantes. La historia de un perro que muere ante la indiferencia de su dueña adolescente; la historia de rivalidad entre dos luchadores de medio pelo por el amor de una dama; la historia de una azafata que, como los ángeles, pasa más tiempo en el cielo que en la tierra; la historia de un barman internacional cuya amada muere bajo los escombros del temblor; historias entretejidas en un contrapunto más que interesante. Acerca de estas desviaciones de la historia central dentro de la novela, Liliana Lara escribe un artículo muy interesante en el último número de Hermano Cerdo.
          Las dos primeras partes del texto son de un estilo más bien lineal, que va dibujando la vida rutinaria y hasta cierto punto aburrida del protagonista, será en la tercera parte cuando toda la tensión narrativa dirigida al desenlace tome por completo desprevenido al lector. Esa tercera parte exige que la atención se centre de manera irrenunciable a partir de que, sin prevención alguna, nuestro protagonista aparezca navajeado, sin dinero, huyendo en un auto robado hacia el norte de México.
          El desenlace semi-abierto deja al lector con un buen sabor de boca. Toda la tercera parte es sorpresiva, pero muy bien dosificada. Narra la Odisea del narrador hacia un puerto con naves amigas en el norte, al mismo tiempo que expone las razones que lo orillaron a esto. Yo decidí creer en el amor. Creo en Yenny.
          Es en ese final que el narrador revela su transformación, ese paso de la posibilidad a la certidumbre. Y pareciera que todo el periplo narrado no fuera sino sólo un recuerdo, palabras que yacen, "como yacen (y, a veces, duelen) en el fondo de todos nosotros las cosas que ya no están: jardines, perros, padres, madres". Más que recomendable.

Martín Cristal, Bares vacíos, México, Colibrí, 2001.

Pueden leer más de Martín Cristal aquí, aquí y aquí.

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