sábado, julio 11, 2009

La misma piedra


A veces uno termina donde empezó. Por más que se quiera cambiar o que se plantee la posibilidad de que las cosas, ahora sí, salgan bien. Nomás no resulta así. Y no es destino. Porque incluso haciendo lo que uno tiene que hacer. Esforzándote al máximo. Resulta que no. La computadora celestial llega y te dice que no basta nomás con echarle ganas. No. Tienen que combinarse diversos elementos del universo para que todo funcione como a ti te gustaría que funcionara. Y, desgracia humana, no podemos controlar el resto de las cosas que no somos nosotros mismos.
          Entonces uno agarra e intenta resistirse a esa fuerza centrífuga que lo arrastra a uno a lo de siempre. A lo que está fuera de nuestro alcance resolver. A lo que ya te sucedió alguna vez y a lo que, sospechas, terminará de manera bastante similar. La otra es que uno se da cuenta y el desánimo aparece. Se sienta uno en el primer lugar apto para esto y se pone a observar. A mirar cómo se va a la chingada todo lo que uno intentó construir con harta buena voluntad, esfuerzo y convicción. Podemos ser azotados y llevarnos las manos a la cabeza, aullar como plañidera contratada y ahogar sollozos de vez en cuando. También podemos sacar una cerveza del refri, destaparla y escuchar con placer la salida del gas presionado dentro de la botella, amoldar el asiento escogido a la forma que más nos convenga, sentarnos y mirar con una sonrisa de convencimiento amargo ("ya sabía que ocurriría, nomás lo estoy confirmando") cómo la vida siempre termina por ser justa.
          Porque la vida es justa. Uno puede pasársela de sufrido en la convicción de que la vida se ensaña con uno. Pero no es cierto. La vida, muchas veces, se luce con las cosas que nos pone al frente. Y uno va y las disfruta y se las acaba y termina completamente indigesto. Y se lo acaba. De una vez. Uno no se da el placer de observar las cosas buenas, como sí lo hace conscientemente con las cosas malas. Será un morbo específico o una sensación de estar contemplando lo contrario a lo deseado, pero las cosas buenas pasan de noche por nuestra calle y las cosas malas se quedan ahí, a veces por siempre, para recordarnos (falsamente), que la vida NO es justa.
          A callar. Ya fui por mi cerveza. Estoy sentado cómodamente. Miro fijo el vórtice de las cosas que me rodean. Pronto empezarán a girar. Doy el primer trago.

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