miércoles, enero 13, 2010

Los largos días y las eternas noches


Uno de los desconocimientos más importantes que las letras latinoamericanas enmendarán con el tiempo, probablemente cuando la muerte aparezca o cuando se vea que sus textos no eran exageración sino optimismo, es el que rodea a la figura de Eduardo Galeano. Exiliado, latinoamericano en toda la extensión de la palabra, militante, revolucionario, periodista, escritor estilista de la violencia y el horror. Autor de uno de los best sellers más importantes de la formación socio-política de varias generaciones: Las venas abiertas de América Latina.
          Acusado de hipérbole, hay un silencio cómplice respecto de su aparente ausencia del campo latinoamericano de la literatura. Historiador interesado en desnudar las otras caras de la historia oficial. La de la supuesta imparcialidad de las fuentes y la metodología rígida. Por Galeano pasa la experiencia, el sueño, el terror, la persecución. Y también muchas de las mejores páginas que sobre la historia de América Latina se han escrito.
          Pero el silencio con respecto de su obra se combina con la fidelidad y adicción de sus lectores. De sus muchos lectores. La editorial Siglo XXI continúa editando sus libros con singular alegría, y las reimpresiones se acumulan de manera generosa en cada uno de sus títulos. Antropólogo platicador, cuentista heredero de las voces y los sonidos, historiador a golpes de realidad y protesta. Su Memoria del fuego es hoy, como el Canto general de Neruda, bibliografía imprescindible para intentar desbrozar un poco de la memoria histórica de los pueblos latinoamericanos.
          Dentro de mis libros preferidos de todos los tiempos está un libro de Galeano: Días y noches de amor y de guerra. Una serie de relatos publicada en la editorial Era que documenta, cuenta, fabula alrededor de la idea de exilio. Del exilio real que vivieron miles de personas las dos décadas anteriores al término de la Guerra Fría, en plenas dictaduras militares. Relatos trágicos, humorísticos, abiertamente políticos, pero, sobre todo, escritos con pericia, con gracia y con una capacidad tremenda para concluir cada una de las viñetas que Galeano construye en las páginas de sus textos con frases exactas. Una narrativa de la ternura; aunque ésta se derive del terror, de la muerte, de la guerra. Pero que también deriva del amor. Pareciera que el título alude a las dos cosas que más han significado la historia de la humanidad: el amor y la guerra. Lo que nos puede significar como humanos y lo que, a partir de su tensión natural, sigue alimentando la producción artística de la literatura.
          Para estos tiempos de crisis, un fragmento del libro:
Lo único libre son los precios. En nuestras tierras, Adam Smith necesita a Mussolini. Libertad de inversiones, libertad de precios, libertad de cambios: cuanto más libres andan los negocios más presa está la gente. La prosperidad de pocos maldice a todos los demás. ¿Quién conoce una riqueza que sea inocente? En tiempos de crisis, ¿no se vuelven conservadores los liberales, y fascistas los conservadores? ¿Al servicio de quiénes cumplen su tarea los asesinos de personas y países?
          Orlando Letelier escribió en The Nation que la economía no es neutral ni los técnicos tampoco. Dos semanas después, Letelier voló en pedazos en una calle de Washington. Las teorías de Milton Friedman implican para él el Premio Nóbel; para los chilenos, implican a Pinochet.
          Un ministro de Economía declaraba en el Uruguay: "La desigualdad en la distribución de la renta es la que genera el ahorro." Al mismo tiempo, confesaba que le horrorizaban las torturas. ¿Cómo salvar esa desigualdad si no es a golpes de picana eléctrica? La derecha ama las ideas generales. Al generalizar, absuelve.

No hay comentarios.: