No pude evitar conmoverme profundamente al ver el abrazo que Ingrid Betancourt le dio a sus hijos Lorenzo y Melanie. Pensar que durante seis años una persona pueda estar desconectada de su gente más cercana, rodeada de extraños y pensando que la muerte es un opción que en su caso, entre pasa más el tiempo, es más real, debe resultar abrumador.
La liberación de Betancourt, más allá del botín poliítico que representa para Álvaro Uribe y para los medios, es una llamada de atención sobre los métodos que la guerra ha adquirido en los más recientes años. El secuestro como una forma de obtención de dinero y de cobertura mediática en muchos casos ha dejado de ser un medio para convertirse en un fin.
Llama la atención la entereza de Betancourt, la claridad de ideas que tiene para hablar de los demás secuestrados, la necesidad de recuperación de la vida diplomática en la antigua Gran Colombia (Ecuador, Venezuela, Colombia) y la vocación política que transpira por los poros.
Los hijos parecen cortados con una tijera similar. Lorenzo no pasó de largo la oportunidad de mencionar que la liberación de su madre no suspende o termina con el dolor que aqueja a secuestrados en todos los lugares del mundo.
Si bien es cierto que las FARC parten de la existencia (y continuidad) de una situación de desigualdad social que prevalece, cabe mencionar que su papel dentro del conflicto colombiano se ha complejizado como ninguno dentro de la historia de los movimientos armados en AL.
Aunado a la situación de clandestinidad se añade el narcotráfico, la relación conflictiva con los paramilitares, la relación establecida con manifestaciones políticas de otros países y la desinformación que rodea incluso el actuar y papel de esta agrupación beligerante. Es casi seguro que vendrá una reacción por parte del grupo armado y que tendrá consecuencias para otras familias que, tal vez sin deberla, se verán involucradas en la espiral de violencia que azota a Colombia prácticamente desde hace 40 años. El panorama no pinta, por mucho, prometedor.
Mientras tanto, sólo nos queda ver a Ingrid Betancourt y a sus hijos fundidos en un abrazo. Pensar en cómo, cada quien, se hace responsable de sus propias batallas y piensa que su lucha, ésa por la que se mantienen en pie, es la única que tiene sentido. Es lo mismo que piensan también, seguramente, muchos de los guerrilleros de las FARC. Lo duro de ser humano. La convicción de poseer la única verdad.
La liberación de Betancourt, más allá del botín poliítico que representa para Álvaro Uribe y para los medios, es una llamada de atención sobre los métodos que la guerra ha adquirido en los más recientes años. El secuestro como una forma de obtención de dinero y de cobertura mediática en muchos casos ha dejado de ser un medio para convertirse en un fin.
Llama la atención la entereza de Betancourt, la claridad de ideas que tiene para hablar de los demás secuestrados, la necesidad de recuperación de la vida diplomática en la antigua Gran Colombia (Ecuador, Venezuela, Colombia) y la vocación política que transpira por los poros.
Los hijos parecen cortados con una tijera similar. Lorenzo no pasó de largo la oportunidad de mencionar que la liberación de su madre no suspende o termina con el dolor que aqueja a secuestrados en todos los lugares del mundo.
Si bien es cierto que las FARC parten de la existencia (y continuidad) de una situación de desigualdad social que prevalece, cabe mencionar que su papel dentro del conflicto colombiano se ha complejizado como ninguno dentro de la historia de los movimientos armados en AL.
Aunado a la situación de clandestinidad se añade el narcotráfico, la relación conflictiva con los paramilitares, la relación establecida con manifestaciones políticas de otros países y la desinformación que rodea incluso el actuar y papel de esta agrupación beligerante. Es casi seguro que vendrá una reacción por parte del grupo armado y que tendrá consecuencias para otras familias que, tal vez sin deberla, se verán involucradas en la espiral de violencia que azota a Colombia prácticamente desde hace 40 años. El panorama no pinta, por mucho, prometedor.
Mientras tanto, sólo nos queda ver a Ingrid Betancourt y a sus hijos fundidos en un abrazo. Pensar en cómo, cada quien, se hace responsable de sus propias batallas y piensa que su lucha, ésa por la que se mantienen en pie, es la única que tiene sentido. Es lo mismo que piensan también, seguramente, muchos de los guerrilleros de las FARC. Lo duro de ser humano. La convicción de poseer la única verdad.
2 comentarios:
Confieso que he sido mezquina conmigo mismo, quejandome de soledades concertadas y afanadome por mantener algunas fijas...
me doy cuenta que el tiempo siempre es el que se alia a nuestras batallas diarias,la perseverancia, la paciencia y dejar de ser egoistas hay quienes la pasan mal... y dejar de ser egoistas y alegrarnos por cosas como estas.
siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii bello bello
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