martes, julio 22, 2008

Las voces de los muertos vivientes (acerca de La visión de los vencidos)


...Inmediatamente cercan a los que bailan, se lanzan al lugar de los atabales: dieron un tajo al que estaba tañendo: le cortaron ambos brazos. Luego lo decapitaron: lejos fue a caer su cabeza cercenada. Al momento todos acuchillan, alancean a la gente y le dan tajos, con las espadas los hieren. A algunos les acometieron por detrás; inmediatamente cayeron por tierra dispersas sus entrañas. A otros les desgarraron la cabeza: les rebanaron la cabeza, enteramente hecha trizas quedó su cabeza. Pero a otros les dieron tajos en los hombros: hechos grietas, degarrados quedaron sus cuerpos. A aquellos hieren en los muslos, a éstos en las pantorrillas, a los de más allá en pleno abdomen. Todas las entrañas cayeron por tierra. Ya había algunos que aún en vano corrían: iban arrastrando los intestinos y parecían enredarse los pies en ellos. Anhelosos de ponerse en salvo, no hallaban a donde dirigirse...

Lo anterior no es ninguna descripción de un libro de Stephen King. Tampoco es una escena de alguna película de terror llena de asesinos seriales o de psicópatas indestructibles. De hecho, si la sinceridad nos llega a tocar en algún momento, podríamos decir que lo relatado supera, con mucho, las hazañas cinematográficas de Freddie Krueger, Michael Myers, Jason y demás personajes estrafalarios que habitan desde ya el inconsciente colectivo de Occidente. Pero no. Lo relatado pertenece al plano de lo histórico y de lo dramáticamente latinoamericano. Describe con minuciosidad una de las primeras escenas violentas (que después parecieron instituirse en indestructible tradición) con que se fundaron los principios de vasallaje de los pueblos de Latinoamérica. En este caso concreto, el del libro que tocamos, se trata de la caída del imperio mexica en manos de los conquistadores españoles comandados por Hernán Cortés.
         Pero vayamos por partes. De entrada podemos preguntarnos: ¿cómo nos han enseñado que se dio la Conquista de América? ¿A partir de las voces de quiénes es que hemos creado una imagen mental e histórica de lo que fue la masacre e imposición militar de una cultura sobre otra? La respuesta la tienen las bibliografías especializadas y los libros de texto que los gobiernos latinoamericanos producen para que sus habitantes tomen conciencia de quiénes son. En estos textos se reproducen las voces de unos de los implicados en tal proceso. Voces extranjeras, en el tiempo y en el espacio. Relatos de europeos que dan constancia, desde diversas perspectivas e intereses, de la gran empresa americana que significó a la larga el nacimiento de eso que hoy llamamos Latinoamérica. Llegado a este punto, nos preguntamos: ¿y cuál era, entonces, el papel de los conquistados? ¿Acaso eran mudos o no tenían posibilidad de preservar la memoria acerca de lo que les había ocurrido? Evidentemente no. De hecho, existieron varios métodos por medio de los cuales los descendientes de todas esas culturas sojuzgadas conservaron la memoria de lo que les había ocurrido. La transmisión oral, la pintura ritual y, sí, también, testimonios documentales.
         Esos documentos representaban, a pesar de las mediaciones interpretativas y de producción por las que habían pasado, la voz que se resistía a quedarse en el olvido. Esas voces quedaron registradas en diversos soportes: pictórico—lingüísticos (los códices, entre los que podemos mencionar los más utilizados: el códice Florentino, el Aubin, el Lienzo de Tlaxcala, el códice Ramírez, entre otras fuentes); los que se transmitían oralmente (los Cantares); y los, estrictamente, documentales (por ejemplo, los testimonios que Bernardino de Sahún recogió entre los indios sobrevivientes del choque militar).
         Todas esas referencias y fuentes hicieron posible la creación de un documento que incluyera las visiones (dicho esto en más de un sentido) de esos pueblos conquistados. Pero, ¿quién se atrevería a acometer tal empresa? Vayamos un poco atrás en el tiempo. Estamos en el año 1959, un joven historiador descubre las traducciones al español de testimonios indígenas hechos por un apasionado investigador de la historia prehispánica, don Ángel María Garibay. A partir de esos textos, el historiador decide compilarlos, organizarlos, compararlos y, combinados con sus propias traducciones, convertirlos en un documento que daba, ¡por fin!, voz a esos hombres victimizados y esclavizados. El entonces joven historiador se llama Miguel León—Portilla.
         En ese sentido, ¿de qué habla La visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la Conquista? Trata cronológicamente el proceso que condujo a la conquista militar y al sojuzgamiento del imperio más poderoso de Mesoamérica, los mexicas. Si seguimos en este virtual viaje en el tiempo, podemos decir que la historia relatada en este libro comienza el 18 de febrero de 1519, con la partida de Cortés de la isla de Cuba al frente de una misión que incluía: 10 naves, 100 marineros, 508 soldados, 16 caballos, 32 ballestas, 10 cañones de bronce y algunas piezas de artillería de corto calibre.
         El Conquistador llega a tierras mexicanas el jueves santo de 1519, coincidencia que ya presagiaba el inicio de una Pasión sin Resurrección incluida. Con él venían otros conquistadores que la historia consignaría como estereotipos de la crueldad y la incomprensión: Pedro de Alvarado (al que los indios llamaban Tonatiuh [“el Sol”] por su rubia cabellera), quien fuera el causante de la masacre descrita en el inicio de este texto; Francisco de Montejo, el futuro conquistador de los mayas en Yucatán; Bernal Díaz del Castillo, quien consignaría en la Historia verdadera de la conquista de Nueva España, el proceso militar seguido por Cortés. La visión de los vencidos es la descripción puntual de la manera en que los llamados “indios” por confusión geográfica vivieron, sufrieron y resistieron al empuje colonizador de la corona española. Narra la génesis de la conversión religiosa; la alianza de Cortés con los pueblos enemigos de los mexicas, lo que a la larga se revertiría contra ellos; la ambición desmedida de los europeos a la vista del oro; la aparición de personajes determinantes en la configuración de la identidad nacional, como Malintzin (la Malinche) o Jerónimo de Aguilar (el primer traductor europeo de Cortés) o Fernando de Alva Ixtlilxóchitl (el príncipe indígena converso al cristianismo que, por ser el primero, le fue puesto el nombre del rey europeo); la conquista a sangre y fuego de la capital del imperio mexica; el cautiverio, tormento y ejecución del último emperador mexicano, Cuauhtémoc; y, finalmente, la progresión de esa conquista a los demás territorios americanos.
         La visión de los vencidos es una visión dolorida, sangrienta, vergonzante, una visión propia de los conquistados. No es el relato del conquistador héroe viajando por el mundo desconocido para gracia y riqueza del monarca español; sino la del soldado inmisericorde en busca del beneficio personal. Nada de lo relatado es exageración o fábula, todo concuerda si tomamos en cuenta el cariz que tomó la empresa colonial posteriormente. El libro compilado por León—Portilla es una muestra de un proceso que siguió su paso por todo el continente americano. Tal como lo cantaron los implicados (y derrotados) en ese camino:
...Allí (en Coyoacán) se pusieron de acuerdo (los españoles) de cómo llevarían
la guerra a Metztitlán. De allá se volvieron a Tula.
Luego ya toma la guerra
contra Uaxaca (Oaxaca) el capitán.
Ellos van a Acolhuacan, luego a
Metztitlán, a Michoacán...
Luego a Huey Mollan y a Cuauhtemala, y a
Tehuantépec.
No más aquí ahora. Ya se refirió como fue hecho ese papel.



Miguel León—Portilla (Introducción, selección y notas), La visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2002 [1959].

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