viernes, octubre 29, 2010

Patria: tu superficie es el maíz


Resulta una paradoja que el pueblo del maíz viva actualmente en un abandono paulatino pero creciente de la tierra y del trabajo de ésta. Las dos luchas celebradas en este año tenían como uno de sus ejes más importantes la reivindicación del trabajo agrícola como base para la manutención de su pueblo y para generar la posibilidad de un crecimiento fundamentado en su autosuficiencia. Y la primera autosuficiencia es, sin duda, la posibilidad que tiene un pueblo para garantizarse su propia alimentación sin depender de nadie.
Desde el delamadridismo (1982-1988) –y no se diga con el salinismo (1988-1994), después el zedillismo (1994-2000) y el foxismo (2000-2006)–, nuestro país sufrió el mayor desastre rural: campesinos, agricultores pequeños propietarios y el campo, al margen de los latifundios, fueron abandonados a su suerte. Emigraron los más atrevidos al “sueño americano” y anualmente envían más de 10 mil millones de dólares; los otros se fueron a las ciudades a tratar de sobrevivir en las zonas empobrecidas y muertas de hambre. Ya no producimos lo que se consume a nivel nacional en maíz, frijol, trigo y otros granos de primera necesidad.
          Por los puertos mexicanos diariamente se descargan millones de toneladas de esos granos. Mientras tanto el campo mexicano se ha ido convirtiendo en un desierto; los pocos que insisten en tercamente ser trabajadores rurales reciben las migajas de Procampo (mientras los agricultores estadounidenses y de otros países reciben cuantiosos subsidios). No hay, desde hace 23 años, política agrícola del Gobierno federal. Y las administraciones estatales y municipales solamente asisten al funeral agrario y agrícola como “quien ve llover y no se moja”.
          El maíz, actualmente, en más del 50 por ciento, es traído de otros países. Es doloroso ver cómo desembarcan el grano para abastecer la demanda nacional. Ni lo que nos comemos estamos produciendo.
Álvaro Cepeda Neri,
sobre el libro Sin maíz no hay país
Hoy, el pueblo del maíz importa el un porcentaje importante de todo el grano que consume. Lo anterior implica una dependencia importante del exterior, en específico de los EEUU, con respecto de la materia prima para la elaboración del principal producto alimentario de nuestro país: la tortilla. Resulta claro que uno de los elementos inamovibles de la canasta básica del mexicano es la tortilla. Tanto en el ámbito rural, primordialmente, como en el ámbito urbano. La tortilla se plantea, incluso, como un elemento de identidad y de cultura; no de balde Jorge Ibargüengoitia mencionaba, en alguno de sus artículos, que se podía reconocer a los mexicanos en un aeropuerto extranjero porque eran los únicos que amoldaban el pan para sopear sus huevos revueltos.
          ¿A qué se debe esa recesión en la producción maicera? Una de las causas refiere a los precios del mercado interno. El maíz mexicano queda en desventaja contra el maíz norteamericano debido al precio inferior de éste último. Y el precio reducido se debe a la cantidad de subsidios gubernamentales que la industria agrícola tiene en el país vecino. En México, los apoyos gubernamentales para producción se dirigen a empresas cuya principal producción no es el maíz, sino hortalizas, frutales, café; y aquellos apoyos que pudieran utilizarse como posibilidad de inversión para el maíz adquieren más un aspecto de apoyo social urgente, que de incentivo para la producción. Resultado: la producción nacional de maíz se dirige al autoconsumo en comunidades cuya filiación cultural al maíz es imposible de romper (y que origina otras problemáticas como el empobrecimiento de las tierras), o a cooperativas, empresas y particulares cuya producción no alcanza para cubrir la demanda del mercado interno o a competir con los precios del maíz subsidiado. Tenemos un campo abandonado por la baja rentabilidad de su producción, por una ausencia de políticas gubernamentales eficaces que vayan más allá del asistencialismo y que incluyan a los pequeños propietarios, por la migración masiva de trabajadores agrícolas que encuentran cobijo en los campos de cereales o naranjas en los EEUU, por el retraso de tecnología aplicada a la producción agrícola y, en general, por una falta de proyecto de nación que vaya a lo fundamental de su definición.
Patria: tu superficie es el maíz,
tus minas el palacio del Rey de Oros
y tu cielo, las garzas en desliz
y el relámpago verde de los loros.

Suave Patria: tu casa todavía
es tan grande, que el tren va por la vía
como aguinaldo de juguetería.

Cuando nacemos, nos regalas notas,
después, un paraíso de compotas,
y luego te regalas toda entera,
suave Patria, alacena y pajarera.

Trueno de nuestras nubes, que nos baña
de locura, enloquece a la montaña,
requiebra a la mujer, sana al lunático,
incorpora a los muertos, pide el viático,
y al fin derrumba las madererías
de Dios, sobre las tierras labrantías.
Ramón López Velarde,
La Suave Patria
Veamos un poco las cuestiones fundamentales de los países que hoy ocupan un lugar importante dentro del concierto mundial. Una de las preocupaciones fundamentales de los países capitalistas tiene que ver con garantizar su autosuficiencia alimentaria. Y no es algo nuevo, es una receta que ya aparecía desde el texto fundacional del sistema capitalista, La riqueza de las naciones de Adam Smith: “El cultivo y mejora del campo que suministra la subsistencia debe ser necesariamente anterior al crecimiento de la ciudad, que sólo suministra comodidades y lujo. Es sólo el producto excedente del campo, o lo que supera a la manutención de los cultivadores, lo que constituye la subsistencia de la ciudad, que sólo puede expandirse cuando lo haga ese producto excedente. [...] Por lo tanto, según el curso natural de las cosas, la mayor parte del capital en toda sociedad que crece se dirige primero a la agricultura, después a la industria y, por último, al comercio exterior”.
El pueblo de México llega al año 2010 en medio de la más grave crisis política, económica, social, cultural y popular que ha sido pisoteada por el mal gobierno. Ante la crisis, el actual gobierno hace todo para apoyar a las corporaciones norteamericanas, mientras trata que los trabajadores “paguen los platos rotos”. Es necesaria la organización de los trabajadores para hacer valer sus derechos y lograr que la crisis la paguen los que la provocaron y que los recursos para combatir la crisis se destinen a programas públicos que favorezcan a la población y no a las grandes compañías.
Pablo Moctezuma Barragán,
"¡¿Celebrando el Bicentenario?!"
Es obvio que nuestro país no puede presumir de haber seguido estas recomendaciones básicas. Cada vez dependemos más de la importación de alimentos y cada día los campesinos mexicanos se ven orillados a tomar decisiones dramáticas, como dedicar sus tierras al cultivo de productos más rentables, pero ilegales, como la mariguana. El auge del cultivo de drogas tiene una de sus raíces más directas en el fracaso del desarrollo agrícola de nuestro país. Los entusiastas dirán que la inversión extranjera en la producción de alimentos es una alternativa, sin detenerse a pensar que, generalmente, esas inversiones están hechas a la medida de las necesidades de los inversores, no del mercado o el pueblo mexicano.
          La política agraria se dicta desde fuera de nuestras fronteras. ¿O ya se nos olvidó la terrible escalada de precios que tuvo la tortilla en enero de 2007? ¿A qué se debió esto? A la demanda anunciada de maíz para la producción de biocombustibles. Esto es, la utilización de cereales para la producción de combustibles dirigidos a mover automóviles, no a resolver las deficiencias de acceso a una alimentación adecuada por el grueso de la población. El principal impulsor de la producción de biocombustibles es el vecino del norte, y esto responde a una política gubernamental casi obvia: el desarrollo de combustibles de origen orgánico le permitiría despojarse de su dependencia de los países productores de petróleo y desarrollar una industria limpia con base en la producción agrícola de sus países satélites (nótese que su propia demanda alimentaria está cubierta por la producción subsidiada en sus territorios). Sin embargo, se pierde de vista que una demanda generalizada de maíz para generar etanol produce un aumento en los precios de los derivados del maíz, entre ellos la tortilla. De haber seguido México esta repentina fiebre “ecológica”, hubiera minado su posición internacional como productor de petróleo y, al mismo tiempo, condenado a gran parte de su población a una hambruna como consecuencia de la escasez de maíz.
Dice el tango que 20 años son nada, ¿y 100 y 200 serán algo? Por lo menos para México así lo parece. Dice el trovador que hace veinte años que tiene 20 años, ¿y hace 100 años que tengo 200 años, diría nuestro país? La conmemoración del Bicentenario de la Independencia de México y el Centenario de la Revolución Mexicana, como toda celebración importante e histórica que se precie parece rodeada de solemnidad, y por supuesto, también de polémica: que si el proyecto del arco de la Independencia que ganara el concurso público como monumento del bicentenario a edificarse en la ciudad de México no es un arco, que si el auténtico estandarte que Hidalgo recogiera en Atotonilco está en España, que si hay discusión entre diversas ciudades que se autodenominan cuna de la Independencia y de disputan algunos actos oficiales. Y el tiempo pasa y no nos estamos poniendo viejos, más bien antiguos, más bien conservadores de patrimonio cultural e histórico, de la cultura nacional, y también, y por qué no decirlo: potenciadores del turismo, comercio y consumo cultural e histórico. Pero con tanta fiesta y celebración, con tanto recordar el pasado para disfrutar del presente o conmemorar el pasado para visualizar el futuro, ¿a qué nos estamos refiriendo?
Anna M. Fernández Poncela,
“Conmemoraciones, lugares de la memoria y turismo”
Plantear la independencia de México cuando no hemos podido ni siquiera garantizar la suficiencia alimentaria resulta engañoso. Muchos de los esfuerzos tienen que dirigirse, indudablemente, a intentar corregir este error histórico que ya comienza a generar situaciones dramáticas en sectores donde el acceso a los elementos básicos para una vida digna no está cubierto. Mucho camino se debe de andar para cumplir con los sueños de héroes como Zapata, quien exigía la restitución de las tierras usurpadas a los campesinos y, al mismo tiempo, la garantía de que éstos podrían mantenerse con el producto de su trabajo honrado. Mucho se ha hablado de la reforma agraria, posterior a la Revolución, como uno de los grandes triunfos de la lucha armada. Lo que este país necesita no es una reforma agraria, al menos no de la manera en que se ha operado en los últimos cien años, lo que requiere con urgencia es una revolución agraria. Una revisión de la disposición y utilización de las tierras cultivables, del acceso de los campesinos productores a apoyos tecnológicos, económicos y de capacitación que les ayude a incrementar su producción, una recuperación de las tierras ociosas, una explotación consciente y efectiva de las posibilidades agrícolas de este país. Cuando eso ocurra, cuando podamos afirmar que el país produce lo necesario para alimentar holgadamente a su población, en ese momento podremos comenzar a construir una independencia real que sea menos retórica y más tangible.

1 comentario:

Christina dijo...

El texto, más allá de otras implicaciones, me recordó un texto de Martí del que te dejo unas líneas: "En agricultura como en todo, preparar bien ahorra tiempo, desengaños y riesgos [...] No es preciso regar con sangre pura la tierra; sino que luego de tener ésta bien arada, basta regarla con mezcla de agua y sangre, si es que no se quiere llevar la misma mezcla por las fosas de abono, o mezclar la sangre con tierra, poniendo por cada seis o siete partes de ésta una de sangre. Al maíz, le está muy bien este abono, como a casi todas las plantas que sirven de alimento en nuestra América. Hay aquí, pues, una ventaja para los agricultores—y una industria nueva, de posible y provechoso comercio".
Un abrazo,