martes, octubre 26, 2010

Ya murió la cucaracha/ ya la llevan a enterrar...

Porfirio Díaz forjó, en los treinta años de su tan vituperado reinado, una casta militar y un ejército, tres o cuatro veces más numerosos que el actual, que desfilaba cada 16 de septiembre entre los aplausos del populacho. [...] Todo esto se vino abajo con la Revolución Constitucionalista de 1913. Los oficiales que habían estudiado en Francia y Alemania, los generales boeros y las infanterías dotadas con los flamantes Mondragón fueron literalmente pulverizados por un ejército revolucionario que estaba al mando de Obregón, que era agricultor; de Pancho Villa, que era cuatrero; de Emiliano Zapata, que era peón de campo; de Venustiano Carranza, que era político, y no sé lo que haya sido en su vida real don Pablo González, pero tenía la pinta de un notario público en ejercicio.
          Estos fueron, como quien dice, los padres de una nueva casta militar cuya principal preocupación, entre 1915 y 1930, fue la de autoaniquilarse. Obregón derrotó en Celaya a Pancho Villa, que todavía creía en las cargas de caballería; don Pablo González mandó a asesinar a Emiliano Zapata; Venustiano Carranza murió acribillado en una choza, cuando iba en plena huida; nunca se ha sabido si por órdenes o con el beneplácito de Obregón, que, a su vez, murió de los siete tiros que le disparó un joven católico profesor de dibujo. Pancho Villa murió en una celada que le tendió un señor con quien tenía cuentas pendientes. En los intestinos del general Benjamín Hill, que era Secretario de Guerra y Marina, se encontraron rastros de arsénico; el cadáver de Lucio Blanco fue encontrado flotando en el Río Bravo; el general Diéguez murió por equivocación en una batalla donde no tenía nada que ver; el general Serrano fue fusilado con su séquito en el camino de Cuernavaca, y el general Arnulfo R. Gómez fue fusilado, con el suyo, en el estado de Veracruz; Fortunato Maycotte, que, según el corrido divisó desde una torre las tropas de Pancho Villa, al lado de Obregón, fue fusilado en Pochutla, por las tropas del mismo Obregón; el general Murguía cruzó la frontera con una tropa y se internó mil kilómetros en el país sin que nadie lo viera; cuando lo vieron, lo fusilaron, etc., etc., etc.
Jorge Ibargüengoitia,
“Nota explicativa para los ignorantes en materia de Historia de México”
en su novela Los relámpagos de agosto.
El proceso de la Revolución Mexicana no es un proceso homogéneo que pueda analizarse desde una sola perspectiva o a la que se pueda adjudicar un significado unívoco. Jorge Ibargüengoitia, en una de las mejores novelas históricas jamás escritas, Los relámpagos de agosto, describe en el título de su obra lo que de manera inmediata se aprecia con respecto de este proceso: una serie de movimientos desarticulados, de fugacidad impactante y de expectativas inmensas, pero que pocas veces pudieron cristalizar sus anhelos de manera total.
          Podemos decir que la Revolución muda de ropajes mientras se desarrolla y se consolida: comienza como una revuelta de la burguesía que busca abrir caminos democráticos en una sociedad que, a principios del siglo XX, seguía viviendo en el siglo anterior; posteriormente, los grupos marginados socialmente, campesinos y obreros, transforman la apariencia de la revolución en lo que se festeja como un movimiento popular, la paradoja es que los representantes más importantes de esa revolución popular fueron asesinados en la vorágine de la lucha de facciones; finalmente, la clase media y parte de la burguesía logran establecer un sistema que permite combinar las diversas manifestaciones y demandas e intenta construir un país sobre bases que muchas veces incluso cuestionaban la correspondencia entre las normas y la realidad.
          La complejidad de comprender un movimiento como la Revolución Mexicana se enfrenta, inevitablemente, con la versión que la historia oficial dibuja. Los héroes más celebrados son, sin duda, Madero, Zapata y Villa: los tres fueron asesinados y ninguno logró consolidar los anhelos de aquellos a los que representaban.
          Sin embargo, no podemos negar que la Revolución es el acontecimiento histórico más importante del país durante el siglo XX, y que la reorganización del país que trajo como consecuencia generó mecanismos que enfilaron a México por derroteros distintos a los del resto de los países de América Latina. La regulación de los mandos del ejército y la supeditación de éste al poder civil impidió la emergencia de dictaduras militares represivas en extremo, por ejemplo. Más allá de su importancia simbólica, la Revolución tiene una importancia fundamental en el sentido de que sentó las bases para el surgimiento de la clase política actual y el desarrollo de diversas instituciones dirigidas a legitimar la memoria del proceso.

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