miércoles, octubre 27, 2010

Joven abuelo: escúchame loarte

Es claro que se tienen que separar dos cuestiones distintas dentro de la configuración de los hechos históricos que se celebran en este 2010. El Bicentenario de la Independencia de México y el Centenario de la Revolución Mexicana se presentan como procesos concluidos y con un arraigo popular que los caracteriza. Sin embargo, a partir de lo que hemos mencionado en los artículos anteriores, resulta claro que la fase popular de las dos rebeliones fueron derrotadas militar y políticamente. Y sin embargo, es la imagen que se trata de vender como “símbolo” de las luchas celebradas.
          Esto es, los héroes celebrados como realizadores de la Independencia son Hidalgo, Morelos y Guerrero, principalmente: todos ellos fueron derrotados y ejecutados por las fuerzas realistas (incluido Guerrero, al que se reconoce como uno de los consumadores de la independencia). En el caso de la Revolución ocurre lo mismo: Madero, Zapata y Villa representan la encarnación de los anhelos de democracia, libertad e igualdad; todos ellos fueron asesinados de manera cobarde en diferentes etapas de la lucha revolucionaria. A esto se refería Carlos Monsiváis cuando mencionaba que somos ricos en héroes (tenemos muchos), pero que todos habían sido mártires (no habían visto concretados los ideales por los cuales se habían lanzado a la lucha).
El heroísmo ayuda a estructurar las conciencias nacionales, encauza la lectura de la Historia y, en los distintos niveles sociales, suscita simultáneamente el sentimiento de orgullo y de conciencia de fragilidad. “Somos potentes: tenemos héroes; somos frágiles: casi todos nuestros héroes son mártires”. Recuérdese que la independencia de las Repúblicas es consecuencia de guerras de liberación en donde las vanguardias políticas y militares son con frecuencia destrozadas. Entre otros, son muy desoladores los finales de Miguel Hidalgo, José María Morelos, Francisco de Miranda, José de San Martín, Simón Bolívar, incluso, ya a fines del siglo XIX, de José Martí. No escasean entre ellos los que, con sus palabras, terminan admitiendo como Bolívar: “He arado en el mar”. Pero su recuerdo afianza el patriotismo, y configura el panteón de los dioses tutelares de las Repúblicas.
Carlos Monsiváis,
Aires de familia
En el caso de los grupos indígenas esto es, todavía, más dramático. Ambos movimientos tuvieron una participación relevante dentro de los dos procesos. El hecho de que los dos movimientos sean reconocidos actualmente como populares tiene que ver, precisamente, por la participación masiva que los indios tuvieron en ambos hechos históricos. La presencia de los indígenas remite al reclamo ancestral de la tierra y al reclamo legítimo de igualdad con respecto de los co-habitantes del territorio.
          En el movimiento independentista la presencia india aparece desde los primeros minutos de la lucha. La lucha de Hidalgo es una lucha popular, precisamente, por la presencia indígena dentro del ejército que comienza a crecer de manera exponencial al acercarse las huestes insurgentes a la capital del virreinato de la Nueva España. El ejército de Hidalgo es un ejército de indios, un ejército que se oponía a la idea elitista de un ejército criollo impulsada por Allende. Mientras la idea de Allende se resumía en la posibilidad de sustituir a los encargados de la administración del territorio, Hidalgo pugnaba por una verdadera revolución popular que modificara la injusta estructura social configurada durante la Colonia. Será una lucha compartida por Morelos, misma que deja patente en el punto quince de los Sentimientos de la nación: “Que la esclavitud se proscriba para siempre, y lo mismo la distinción de castas, quedando todos iguales, y sólo distinguirá a un americano de otro el vicio y la virtud”.
          En la Revolución es evidente la presencia indígena de manera evidente en los peones acasillados que se unen a la contienda zapatista en el centro del país. De la misma manera, muchos de los obreros, mineros y campesinos que militan, sobre todo en los ejércitos villistas y orozquistas, provienen de un sustrato indígena. La Revolución modificará de manera diferenciada la situación de los indígenas con respecto de su definición como rebelión agraria y ligada a la situación de la tenencia, administración y explotación de la tierra. El gobierno cardenista establecerá diversas garantías a fin de que las tierras entregadas en la modalidad de ejidos o propiedad comunal pudieran conservarse por los pueblos originarios.
          Sin embargo, no podemos afirmar que la situación de los pueblos indios se haya modificado. En la actualidad conforman uno de los núcleos de población más vulnerable y que permanece marginado socialmente de la construcción de la idea de nación como hace doscientos años. Los únicos que sobreviven, y a los que se asume con orgullo, son los que construyeron pirámides, avanzaron de manera importante en el desarrollo de las ciencias y fundaron unidades nacionales poderosas. Es decir, mientras a los indios del pasado se les ensalza y glorifica, a los del presente se les margina y desprecia.
Ante las evidencias –de la pervivencia de los pueblos indios- es notoria la gran deuda que guardan no tan sólo la reconstrucción de la historia nacional, sino el advenimiento de un estado que advierta en su horizonte las raíces de México, como un país eminentemente indígena y multicultural, en el que sus pueblos y comunidades tengan derecho a sus territorios y recursos naturales, en virtud de constituir la base de las vanguardias históricas que en su momento lucharon (sin que fuera su objetivo estratégico) en la independencia de México. Este debe ser, a nuestro parecer, uno de los enfoques en que se sitúe el doscientos aniversario de la llamada independencia de México.
Carlos H. Durand Alcántara,
“Hacia un memorial de agravios”
Basta mirar las imágenes en las que se hace referencia a los indios. La vestimenta igualadora de la manta, el sombrero de palma y los huaraches o los pies descalzos se mantiene de la misma manera que su marginación. La situación de los indios en la sociedad actual no muestra diferencias significativas con respecto de la que tenía hace doscientos o cien años: siguen ocupando el sótano de la agudísima pirámide social. Sobreviven gracias a los lazos solidarios que como comunidad logran tejer, cultivan la tierra para un autoconsumo que va perdiendo eficacia por el empobrecimiento de la tierra y la falta de competitividad de sus productos frente a la producción industrializada y altamente subsidiada de sus competidores extranjeros, migran hacia los Estados Unidos en un traspaso de fronteras cada vez más dramático e injusto, sufren el mismo prejuicio y trato diferenciado que durante la Colonia. Los indígenas mexicanos no tienen nada que celebrar en este 2010. A pesar de ser protagonistas principales de las luchas violentas de los dos procesos, el saldo arrojado socialmente no les favorece.
Joven abuelo: escúchame loarte,
único héroe a la altura del arte.

Anacrónicamente, absurdamente,
a tu nopal inclínase el rosal;
al idioma del blanco, tú lo imantas
y es surtidor de católica fuente
que de responsos llena el victorial
zócalo de cenizas de tus plantas.

No como a César el rubor patricio
te cubre el rostro en medio del suplicio:
tu cabeza desnuda se nos queda
hemisféricamente, de moneda.
Ramón López Velarde,
La suave Patria
Sin embargo, no podemos decir que esto haya sido de origen. Hidalgo tenía muy claro que uno de los primeros actos de justicia de la revolución de independencia tenía que ser la abolición de la esclavitud y la servidumbre en la Nueva España, y la restitución de la tierra a sus dueños originales. Es en este punto donde las visiones de Allende e Hidalgo chocan de manera estrepitosa y dramática. Allende quiere una reforma política (que el poder pase de los españoles a los criollos); Hidalgo quiere una revolución (que se haga justicia según los principios emanados del pensamiento de la Ilustración). De lo anterior no queda duda cuando Hidalgo determina la confiscación de los bienes de los europeos y la restitución de tierras a aquellos que se les habían arrebatado, es decir, los indios. Esto pondrá en su contra a la élite colonial: el alto clero y los criollos ven en esas medidas revolucionarias posibilidades reales de perder sus privilegios. Retiran su apoyo a Hidalgo e, incluso, traman contra él. Al final se impondrá el proyecto criollo, serán éstos quienes “consumarán” la independencia. Para los indios significará, solamente, la postergación de los anhelos de justicia expresados en el pensamiento de Hidalgo y la continuidad de la estructura social heredada del sistema colonial.
          En lo que respecta a la Revolución Mexicana, ¿qué significado tiene el hecho de que Emiliano Zapata acuda, primero con Porfirio Díaz y después como argumento para su Plan de Ayala, con los títulos de propiedad otorgados durante el Virreinato para reclamar los derechos sobre las tierras que les habían sido usurpadas a las comunidades campesinas de Morelos? Implicaba, claramente, que la construcción de la nación mexicana a partir de la independencia no había conseguido otorgar derechos a los indios sobre las tierras que habían trabajado desde tiempos ancestrales. El siglo XIX mexicano colaborará con la marginación y la injusticia en contra de los indios: ni la república, ni la Reforma liberal, ni, mucho menos, el porfiriato, subsanarán los agravios con los pueblos indios; antes bien, sentarán las bases para el latifundio y la “legalización” de la propiedad de la tierra. Las leyes emanadas de la Constitución de 1917 no garantizaron la realización de una reforma agraria acorde con las demandas de los zapatistas o los villistas, por ejemplo. Y tan cierto es esto, que los repartos de tierra se hicieron de manera lenta y azarosa, se aceleraron durante el periodo cardenista y se suspendieron casi totalmente a partir de la llegada de Ávila Camacho a la presidencia.
Somos producto de 500 años de luchas: primero contra la esclavitud, en la guerra de Independencia contra España encabezada por los insurgentes, después por evitar ser absorbidos por el expansionismo norteamericano, luego por promulgar nuestra Constitución y expulsar al Imperio Francés de nuestro suelo, después la dictadura porfirista nos negó la aplicación justa de leyes de Reforma y el pueblo se rebeló formando sus propios líderes, surgieron Villa y Zapata, hombres pobres como nosotros a los que se nos ha negado la preparación más elemental para así poder utilizarnos como carne de cañón y saquear las riquezas de nuestra patria sin importarles que estemos muriendo de hambre y enfermedades curables, sin importales que no tengamos nada, absolutamente nada, ni un techo digno, ni tierra, ni trabajo, ni salud, ni alimentación, ni educación, sin tener derecho a elegir libre y democráticamente a nuestras autoridades, sin independencia de los extranjeros, sin paz ni justicia para nosotros y nuestros hijos.
Declaración de la Selva Lacandona
El 1 de enero de 1994 los pueblos indios de Chiapas hicieron evidente que los logros de los cuales se les proclamaba beneficiarios estaban muy lejos de pertenecer al plano de la realidad. Más allá de los saldos políticos y militares que arrojó la rebelión del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en los Altos de ese estado del sureste, lo que pusieron en evidencia es que la situación de los indígenas no se ha modificado sustancialmente, a pesar de doscientos años de independencia y cien de pretendida revolución social.

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