domingo, enero 25, 2009

Marley y yo (o sea Y0)


Me cagan los perros. Lo he dicho en ocasiones anteriores. Son dependientes en extremo, limosneros de amor, violentos involuntarios, escandalosos de a madres. Es decir, casi casi humanos.
          Y sin embargo, puedo reconocer cuestiones como la fidelidad y como el tan sobado título de "mejor amigo del hombre" que se le ha endilgado por años y años. Después de ver Marley & Me (David Frankel, 2008) he podido comprender un poco más ese vínculo que une a los perros con sus amos. Es una película conmovedora (al menos en mí movió cosas que habían estado quietecitas durante un buen rato).
          Y es que la peli, a pesar de venderse como una comedia boba más (casi como comedia romántica de fórmula probada), resulta una sorprendente lección de vida. Marley & Me habla sobre dos cuestiones fundamentales y que los humanos tendemos a despreciar: la libertad y los vínculos. La gracia de Marley es la de ser un reverendo hijo de la chingada. Incapaz de subordinarse o hacer caso a sus dueños: se come las paredes, se caga en la playa, tira todas las cosas a su alrededor (un perro índigo, diría un avezado pedago-psicólogo de perros [que los hay]). Es decir, Marley es casi un gato: valemadre, anárquico (el casi viene por la devoción que tiene por su familia y porque en lugar de enroscarse y dormirse por horas le encanta aullarle a la lluvia). Pero en esa libertad ejercida de manera "natural" es que funda el cariño que le tiene su familia y su propia individualidad.
          La peli está basada en las crónicas que el periodista John Grogan escribió para diversos diarios y convirtió en un libro de título homónimo. Hay una carga de humanidad tremenda en la recreación de la construcción de la familia Grogan. El romance con la esposa, los hijos procreados, las mudanzas. Pero también los pleitos, las renuncias, las oportunidades. La historia plantea que las decisiones que tomamos nos llevan por caminos en los cuales gobierna la incertidumbre, pero que, probablemente, el azar de eso que llamamos vida, nos tiene sorpresas derivadas de esas decisiones.
          El destino impar de Sebastian (mujeriego, reportero de éxito, personalidad y físico de modelo de Calvin Klein) contrasta con el de John (columnista por accidente, reportero de trivialidades, descontento ante las oportunidades que rechaza por no separarse o romper a su familia). Al final no sabemos quién envidia a quién.La historia de Marley es una historia paralela. No es el centro de la trama (afortundamente). Y sin embargo, al director no se le escapa utilizar todos los medios a su alcance: buenas actuaciones, música ad hoc, niños llorando, para que la muerte y sepelio del perro sea como un apretón al corazón.
          Probablemente, alguien más cínico que yo (y miren que estoy bien rankeado), dirá que no es más que otra comedia tonta de fórmula probada y humor bobo. Al oírlo no opinaré nada. Me quedaré con los apretones de corazón y las reflexiones que esta cinta despertaron en mí. Recomendable verla sin prejuicios (aunque no es requisito, a mí se me cayeron de volada).

[Nota al margen: Alan Arkin es un actorazo. Tiene un papel secundario, pero es de lo que más se recuerda al final].

1 comentario:

Jo dijo...

jeje de formulas probadas yoestaba harta pero despues de leer tu reseña creo que ahora vere con sumo cuidado y fijare mi vista acerca de esos perros medio gatos ( no cuenta el pedigree) ;S