martes, junio 02, 2009

Postales cubanas (2)


Caminar por el callejón de Hammel en el barrio de Cayo Hueso, en el norte de La Habana, en la zona del Centro, es encontrarse con una policromía que contrasta con las casas casi derruidas por la brisa del mar y la falta de mantenimiento. Cuna del feeling durante los años cuarenta y "boulevard de la africanía", el callejón despide una sensación a barrio bajo, a misterio acentuado por las ceremonias de santería que se llevan a cabo en ese sitio.
          Patrocinado por el pintor Salvador González, la callejuela muestra una serie de murales en donde se mezclan motivos africanos, con referencias indígenas y marcas de lo español. Palabras, imágenes figurativas y fragmentos abstractos hacen que la vista se pasee distraída por las paredes de las casas que fungen como improvisados lienzos. Los fines de semana, jóvenes danzantes, percusionistas y harta gente, se dan cita en este lugar. En cuestión de minutos, la zona se ve por completo repleta de turistas que cámara en ristre intentan arrancar alguna imagen inolvidable de las muchas que se pueden rescatar en este sitio. Son testigos de esto, los tinacos que distinguen entre el agua de lluvia y la demás.
           En un extremo de la algarabía se puede tomar un negrón (jugo de caña con ron y miel) que, al paso de los minutos, se vuelven adictivos. Atrás de la mesa en que nos sentamos había una "madrina" de santería, leyendo el destino y bendiciendo al por mayor. Con su vestimenta tradicional, llena de reminiscencias esclavas y tambores llenos de ecos milenarios, el oráculo atendía a aquellos que pedían saber más de lo que se debería. El futuro es una cosa con la que no se debería de jugar. Si no existe, en esa mesa de madera rústica y entre las manos regordetas de la adivina puede comenzar.
           En el callejón de Hammel también hay zona VIP. Turistas europeos y norteamericanos que miran a través de los barrotes la danza frenética, los cuerpos sinuosos y el batir de los tambores. Yo me quedé un gran rato leyendo los graffitis que se encontraban en una de las paredes del callejón. Justo a un lado del proveedor de negrones. Transcribo, por ejemplo, uno que pasaría como haikú involuntario:
Después de muerto
no quiero ni disculpas
ni regalos.

Otro haikú existencialista que pone a rebotar algunas neuronas en la cabeza y que sería bueno recordar en esas debacles depresivas:
La vida te ama
la vida escucha
la muerte es sorda.

O aquél que podría, sin mucha dificultad, enfrentar airoso al dinosaurio de Monterroso:
Es un hombre muy soñador,
sin embargo, muchas veces,
los insectos no le dejaron dormir.

Sin embargo, el que más me gustó fue éste, que refleja, por mucho, el espíritu de esa fiesta comunitaria llena de olores, sabores, colores y sensaciones varias. El callejón de Hammel podría ser, sin problemas, el descrito aquí:
No es mi calle
no es calle de nadie
es nuestra calle
dueña de un solo misterio
que emanó colores una mañana
para vencer
con su viejo vence batalla.
En la puerta del manto
escribí tu nombre
tan lejana como la historia lejana
tierra, piedra, fuego y agua
aquí está la prenda
para que aprendas
porque profano es quien oculta
la verdadera palabra.

3 comentarios:

Miriam Eme Eme dijo...

Voy a entrarle a la Rock 101, gracias por el dato.
Muy bellas crónicas cubanas, sospecho que has sonreído muchoooo por allí.
Slds, comunicólogo!
La Psicóloga argentina.

Anónimo dijo...

ahhh me gustan mucho tus fotos
y las crónicas
malvado
porque no invitaste
no doy lata jajajaja
erika selene

Jo dijo...

las polircromías y las alagarabías siempre riman pero reienen otro toque cuando se mezcla el destino. La vida es buena incluso no sabiendo el futuro